- La discontinuidad
constitutiva - El
dulce tormento - La
exposición a lo no humano - Kafka o la
ambigüedad - La
otra muerte - Imposibilidad
recuperada, imposibilidad irrecuperable - La semiosis
infinita - Afirmar el
abismo - Una
presencia sin presente - El
otro reino - La pregunta
más profunda - Fuera de la
luz — y de la sombra
La discontinuidad
constitutiva
Quizá lo más honrado sea comenzar
preguntándonos si hablar de Maurice Blanchot en el seno de
la institución escolar es un ejercicio saludable —
para (la obra de) Blanchot, para la institución o para
nosotros (¡para mí!)1. La pregunta acecha.
¿Qué tiene que ver el pensamiento
con la escuela? Estamos
tentados a decir: nada.
O algo peor aún: la escuela interrumpe, obstruye,
sojuzga el movimiento del
pensamiento. Ejemplos de ello los hay hasta el hartazgo. Pero lo
cierto es que la filosofía —que en absoluto
entenderemos como idéntica al "pensamiento"— y la
institución mantienen sus nexos de complicidad y
vigilancia en todo el arco de la tradición occidental.
¿Vínculo indestructible? Después de todo,
Logos está en el principio de la palabra
"lección".
La invención de la filosofía, su
cristalización en Platón
y Aristóteles, se confunde con su enseñanza. En la modernidad, la
filosofía se cumple en Hegel, y Hegel
practicaba filosofía —a semejanza de Kant—
encaramado en la relativa altura de una cátedra. Es
lógico: el sistema del
pensamiento —el discurso de la
coherencia, de la continuidad, de la argumentación
racional— encuentra en el sistema de las instituciones
un correlato ejemplar.
Blanchot es, por encima o por debajo de cualquier otra
cosa, un escritor. ¿Podría, por tal
decisión, llegar a ser también filósofo?
Pensar filosóficamente, ¿es posible desde la
cátedra, desde el laboratorio,
desde la praxis
política?
Pensar, ¿es escribir, es hablar, es comunicar, es
transmitir, es enseñar? La relación entre estos
términos da bastante qué pensar. Blanchot
señala una y otra vez la asimetría que se produce
en la relación maestro-discípulo: el guión
que los separa y aproxima es en realidad el signo de una
distancia infinita, de un abismo, de una irrupción
—irreductible— de lo desconocido. El maestro "no
está destinado a allanar el ámbito de las
relaciones, sino a trastornarlo; no a facilitar los caminos del
saber, sino, en un principio, a hacerlos no sólo
más difíciles, sino propiamente infranqueables"2.
El-que-sabe no tiene por misión
borrar la distancia respecto de el-que-no-sabe, sino afirmarla:
la distancia es la emergencia de lo desconocido, y sólo es
posible conocer (filosóficamente) si lo conocido, lo que
llega a volvérsenos habitual, familiar, conserva las
huellas de su extrañeza radical.
Si Blanchot es filósofo, si hace
filosofía, lo es en virtud de esta interrogación.
Su pregunta consiste en buscar cómo lo desconocido se pone
en juego en la
escritura, en
el habla, sin ser disuelto en lo conocido.
Lo desconocido no es ni el objeto del saber, ni el
sujeto del conocimiento.
Lo desconocido irrumpe en la relación entre los
hombres —en su lenguaje— como un elemento de
distorsión del espacio relacional. Impide que el
vínculo sea directo, sistemático, reversible,
contemporáneo, conmensurable. ¿Podría ser
sorteado, sometido, semejante impedimento? ¿Es posible
—o, peor, deseable— la absoluta transparencia? La
filosofía ha de oscilar entre la afirmación y la
negación de la discontinuidad. Pascal– Nietzsche-Bataille-Char frente a
Parménides-Platón-Aristóteles-Hegel. El
pensamiento de la continuidad es anexionista. El pensamiento de
la discontinuidad está quebrado — es la quiebra. Pero no
se trata de una verdadera alternativa. Frente al
lenguaje-dominio de la
dialéctica, un lenguaje-impolítico del fragmento.
No. Maurice Blanchot no "toma partido" entre ambos contrincantes.
Lo que intenta pensar es la imposibilidad de un territorio
común para que este combate realmente tenga
lugar.
¿Qué hay entre los polos opuestos?
¿Qué hay entre el ser y la nada?
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