Mitos de la auto-percepción negativa. Latinoamérica en el espejo (página 2)
Los hijos de
Moctezuma
La sensación de ser un exiliado en su propia
tierra es uno
de los tópicos del nativo latinoamericano frente a su
espejo: se siente colocado en el margen remoto de un mundo cuyo
centro está muy lejos. Ocupa, en el mapa físico y
mental, un lugar periférico. "Hemos sido expulsados del
centro del mundo y estamos condenados a buscarlo por selvas y
desiertos, o por los vericuetos y subterráneos del
laberinto", aseguraba amargamente Octavio Paz.
Ajeno en su patria tanto como en el centro, deambula en su
soledad y en la nostalgia de su incompletud. "Conozco quien
vivió tres meses en París —apuntaba Arturo
Jauretche— y el resto de su vida ha sido un desterrado de
Montmartre".
En la novela El
general en su laberinto (1989) Gabriel García
Márquez presenta de modo polémico la figura del
libertador Simón Bolívar y
sus contradicciones internas, al querer ser americano pero al
mismo tiempo estar
preparado política y
académicamente con los valores
culturales europeos. El escritor colombiano, montado a dos
tiempos entre la historia y la literatura, cuestiona en su
obra la propia identidad de
los nuevos americanos, bajo una máscara
autoparódica y actualizada históricamente, que bien
puede resumirse en el texto de la
novela cuando
Bolívar dice: "La vaina es que dejamos de ser
españoles y luego hemos ido de aquí para
allá, en países que cambian tanto de nombres y de
gobiernos de un día para otro, que ya no sabemos ni de
dónde carajo somos" [5]. Pero en esta novela hay un dato
más que evoca el espejo que refleja al ser
latinoamericano: el narrador, al recordar las glorias del pasado
del general Bolívar, lo describe con rasgos físicos
europeos, como un valeroso militar, que detenta el título
de presidente y Libertador; y al rememorar sus penosos
días finales, por el contrario, lo muestra con
rasgos de mulato caribeño, enfermo, sin poder,
desjerarquizado, moribundo y expresándose en un lenguaje
vulgar [6]. Es una alegoría de la mirada del poder, que
denigra el rasgo físico del mestizaje, acaso por su
cercanía con el legado indígena, acaso como
prejuicio
cristalizado incluso en la mirada nativa.
El escritor colombiano construye en El otoño
del Patriarca, una imagen del Poder
fiel a la clase
dominante de un continente acosado por el ruido de las
lanzas, "daguerrotipo de la barbarie, señor supremo de la
Latinoamérica rural debatida a sangre y fuego,
(que) habla el lenguaje de
la servidumbre y no sabe leer ni escribir" [7]. Este rasgo que
García
Márquez incorpora en sus novelas a los
personajes arquetípicos del poder continental alude a la
épica de una América
Latina que, en su afán por instaurar en ella la
civilización europea, se convierte en una tierra donde hay
sólo infelicidad y fatalidad. Una vez más, la
metáfora de la soledad, del fracaso y del exilio, de la
utopía perdida.
Sin embargo, aquel Patriarca del continente
bárbaro vislumbra la presencia del imperialismo
norteamericano, al que no va a entregar sus aguas territoriales
"a buena cuenta de los servicios
descomunales de la deuda externa".
Una alusión a la historia de la entrega simbolizada en
Moctezuma, cuando los aborígenes fueron timados por el
conquistador europeo. Asimismo, una alegoría de la
historia latinoamericana más reciente.
De cualquier manera, buena parte de la tradición
literaria vernácula abonó la idea del primitivismo
nativo y la barbarie exótica local. Alejo Carpentier
veía en la historia de Latinoamérica —por la
virginidad de su paisaje y la presencia fáustica del indio
y del negro— una crónica de lo maravilloso en lo
real. Para el propio García Márquez, América
Latina es una patria alucinada e inmensa cuya turbulenta historia
se confunde con leyenda. Incluso, algunos autores
desdeñaron la postal de Macondo como símbolo del
continente por considerarla un estereotipo for export destinado a
satisfacer el interés
por lo exótico. En éste sentido, Juan José
Saer señalaba que la pretendida especificidad de los
latinoamericanos origina un riesgo que acecha
a la literatura local: el vitalismo, verdadera ideología de colonizados, basado en un
sofisma corriente que deduce de nuestro subdesarrollo
económico una relación privilegiada con la naturaleza
[8].
Asimismo, gran parte de la intelectualidad nativa ha
alentado la auto—percepción
negativa y pesimista, como las tesis de
Martínez Estrada acerca del resentimiento de los
latinoamericanos, las proposiciones de Alcides Arguedas sobre la
duplicidad del carácter boliviano y las ideas de Octavio
Paz acerca de la
personalidad doble y resentida de los mexicanos
[9].
La inferioridad racial es uno de los
tópicos que se infieren de la fórmula
"Civilización y barbarie": de ésta se deduce que el
elemento mestizo era el principal obstáculo para el
progreso en América Latina. De hecho, distintas políticas
han intentado mejorar la raza a través de medidas que
favorecían la inmigración europea. Para ellas, el
elemento racial nativo no tenía aptitudes para la
civilización. La misión era
trasplantar y transferir una realidad establecida (la
Civilización) al nuevo mundo. "Si el sombrero existe, solo
se trata de adecuar la cabeza al sombrero —decía
Arturo Jauretche—. Que éste ande o no, es cosa de la
cabeza, no del sombrero".
Esta percepción hegemónica ha calado hondo
en el sentimiento nativo que asume, de alguna manera, esa
inferioridad racial como un designio. Flores Galindo [10] dice
que las categorías raciales no sólo tiñen
sino que a veces condicionan la percepción racial:
están presentes en la conformación de grupos
profesionales, en los mensajes que transmiten los medios de
comunicación, en los patrones de belleza. El prejuicio
ha florecido en todos los ámbitos, aunque el discurso
oficial lo suprima: en los actos colectivos, en el consumo
cultural, en las relaciones
laborales, en las interacciones sociales, y se trata de una
especie de apartheid aún inconsciente. El mestizo,
discriminado por el aparato socio—cultural, parece cabalgar
entre el rechazo y la resistencia al
prejuicio, y la aceptación —acaso no del todo
conciente— de su inferioridad e identidad
espuria.
De Pachakuti a la negación
del mestizaje
En el mito de Inkarri aparece en forma manifiesta
este trauma de la mentalidad colectiva latinoamericana, la idea
de la desmembración y la espera del retorno a una realidad
idealizada. El mito refiere
la historia de la decapitación del Inca Rey a manos del
español:
una de las versiones sostiene que la cabeza de Inkarri
está enterrada en los Andes y que crece bajo la tierra
hasta reconstituir totalmente el cuerpo del indígena
muerto. El inca, transformado en un ser subterráneo, reina
en el "uk’u Pacha" (el mundo de abajo), a la espera del
milenio en que impondrá finalmente su poder en el "kay
Pacha" (el mundo de aquí"). Ocurrido esto, habrá
llegado el tiempo de restablecer la armonía entre la Madre
Tierra (Pachamama) y sus hijos, señal de haber
ingresado en un nuevo Pachakuti, vale decir, en una nueva
realidad.
Aquel dios mutilado —otra alegoría de la
conquista— es un emblema del anhelo de resurrección
del tiempo primordial, el mito del retorno al paraíso
perdido, la percepción idílica de un Perú
precolombino y arcaico. Esa idea del retorno también alude
a los héroes —Túpac Amaru, Túpac
Katari— despedazados en sendos suplicios por las fuerzas
españolas, y que renacerán de sus fragmentos,
convertidos en millares. He aquí el tema de la
desmembración, arraigada en el imaginario popular. "La
conquista separó y dividió a pueblos indios en
parcelas criollas. ¿Acaso no son las naciones actuales de
América Latina una extensión de reparticiones que
no obedecen a realidades sociales?" [11]. Inkarri expresa el
deseo reivindicativo del hombre andino,
la reunión, la forma integradora del tiempo fracturado.
Pero la decapitación ¿simboliza la soberanía arrebatada por los
españoles a los indios? La cabeza del héroe/Dios,
¿representa la identidad del pueblo andino, que
renacerá cuando las partes se unan?. El psicoanalista
Alberto Péndola ha expresado que este mito simboliza la
"identidad espuria de los peruanos", al sentenciar: "Casi no
existimos, somos sólo un cuerpo con una cabeza
española" [12].
Esta mirada despectiva, esta visión de la
autodenigración y la incompletud trae aparejado en este
mito, no obstante, una añoranza del lejano pasado y la
espera de un futuro esperanzador, con la vuelta del Inca y la
reinstauración de un orden social definitivamente
anhelado. El antropólogo peruano José María
Arguedas fue quien recogió y dio a conocer la
versión más difundida del mito andino. Y es
precisamente Arguedas, figura liminar de la cultura
iberoamericana, quien arremetió con su ideal de todas
las sangres como unidad de la diversidad para su patria
(extensivo a todo el continente) en el anhelo de recoger lo mejor
de la tradición y de la modernidad, en el
diálogo o
encuentro, en el entendimiento y no en la confrontación de
los fragmentos que forman su nación.
"Yo no soy un aculturado —decía Arguedas [13]—
soy un peruano que, orgullosamente, como un demonio feliz, habla
en cristiano y en indio, en español y en quechua",
convencido de "perfeccionar los medios de
entender este país infinito mediante el
conocimiento de todo cuanto se descubre en otros
mundos".
En éste mito mesiánico sobresale la idea
de dolor, de fragmentación y mutilación, de
pérdida de la libertad, de
dolor y de espera. Sin dudas, un reflejo del rostro indio y, a la
vez, mestizo, del continente frente a su espejo. Pero
también aparece en él la eterna ilusión de
un pueblo: "la sangre de Inkarri está viva en el fondo de
nuestra Madre Tierra" afirmaba el relato recogido por Arguedas.
La infinita y paciente esperanza de los desposeídos,
desgarrados y mutilados: "cuando el Inca Rey esté
completo, él volverá", para cancelar la incompletud
y suturar el trauma de ser sólo una parte inconclusa y
fragmentada. Sin dudas, una metáfora del ser
latinoamericano.
Pero hay otra mirada que revela la percepción
negativa del joven continente desde otra perspectiva: la
negación del mestizaje. Si los pueblos azteca e
inca vieron a los conquistadores como los dioses que sus
antepasados habían relatado en sus tradiciones, el pueblo
mapuche percibió al invasor como un enemigo, y lo
enfrentó. De esta manera, al dominar la fuerte ofensiva
guerrera de los mapuche y concentrar su poder frente al resto del
territorio chileno, la casta dominante de esa nación
—la burguesía agraria del valle central— se
fortaleció y logró extender su dominio. Los
grandes mitos
fundadores de la nación chilena fueron forjados por esa
naciente clase hegemónica: entre ellos, el de la otredad
del país, su carácter diferente respecto de las
demás naciones latinoamericanas, la homogeneidad que
diseñó un país blanco y reducido a la zona
central, su carácter de cultura europea [14].
Esa burguesía del valle central estableció su
hegemonía cultural sobre el resto de la población, fundamentalmente campesina, e
impuso sus normas y
particularidades: Chile, de esta forma y a diferencia de sus
vecinos, se consideró a sí mismo un país
blanco. Los indígenas habían sido arrinconados en
el sur, se los había vencido y aislado. Quiso ser europeo
—"los ingleses de América"— e, incluso, la
falta de contacto físico con el resto del continente, del
que lo separaba el mar y la cordillera, le confirió a la
nación un aislamiento funcional a su idiosincrasia. Chile
es un país físicamente latinoamericano, pero
mentalmente forjado en otra latitud. América Latina
constituye para él una relación molesta e
incómoda. Sin
embargo, parece no haber vivido en conflicto sus
contradicciones: ellas eran su manera de ser nacional.
El pasado indígena fue sepultado por la
maquinaria de la cultura liberal posterior a la independencia,
que idealizó y jerarquizó al inmigrante europeo, y
rápidamente lo integró al espacio cultural
hegemónico de su nación. Según Ana Pizarro,
esta identificación del chileno es propia de una
concepción monolítica como sujeto integrado, con
una filiación única, producto de
una sociedad
forjada desde un comienzo de manera altamente jerarquizada.
Pablo Neruda
había advertido que la mayoría de los chilenos,
"como frenéticos arribistas, nos avergonzamos de los
araucanos". El Chile prejuicioso de las culturas originarias y
persistente en su complejo de occidentalización, pudo
sostener en su imaginario por mucho tiempo el falso mito de la
homogeneidad cultural.
Acaso por razones históricas, y por tratarse de "pueblos
transplantados" (porque sus habitantes originales fueron
prácticamente extinguidos y casi toda su población
provino de la migración
europea) países como Uruguay y
Argentina han rechazado el mestizaje natural y cultural
indígena—europeo. Pero en el caso de Chile, en el
que el mestizaje biológico es considerable, gran parte de
su población no se considera ni biológica ni
culturalmente mestiza [15]. Incluso, al interior de la
nación chilena, el mestizaje reconoce en el imaginario
social distintas jerarquías: el mestizo de origen
indígena, el champurreado, goza de una
categorización inferior al mestizo de origen
europeo, criollo o simplemente chileno medio: aquel vive en las
ciudades de la nación una situación de precariedad,
carente de recursos y de
cultura propia, privado de historicidad. Es un extraño de
segunda categoría, marginado y estigmatizado. En cambio, el
chileno medio, vale decir, aquel mestizo que logró
olvidar, perder u ocultar su raíz indígena,
independientemente de la clase social en que se encuentre, goza
de un status superior al primero, pues se reconoce como el
producto de la cultura del Estado
nacional chileno; detenta un determinado carácter
nacional, una idiosincrasia, una patria y una tradición,
sólida en sus valores y
parámetros: la típica chilenidad [16].
En la contradicción de la inteligencia
chilena radica el sentido de la autopercepción negativa:
heredera del prestigio sociocultural europeo, se consideró
la civilización dentro de la propia
barbarie, un territorio exiliado de su espacio real, una
nación virtual inserta en un continente que no
acepta como propio. Es esta la contradicción de quien no
reconoce su legítimo origen y que, al mismo tiempo, sufre
el rechazo de su filiación adoptiva. Chile no es
—mal que le pese— Europa. Y no
quiere ser Latinoamérica. En éste juego del
ser o no ser —que comparte, en cierta forma, con la
intelectualidad argentina— encuentra en su propio espejo la
huella marginal del exilio, de la negación de sí
mismo, del rechazo de su propio rostro y la ilusión
aniquilada de no ser centro, sino definitivamente
periferia.
Bibliografía
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Zonceras Argentinas", 8º edición, Buenos Aires,
Peña Lillo, 1980.
2. MONEDERO, Juan Carlos: "Malinche ya no vive
aquí", en www.rebelión.org 10/04/2004; y
VARGAS-HERNANDEZ, José G.: "Algunos mitos, estereotipos,
realidades y retos de Latinoamérica", en Ciudad Virtual de
Antropología – Recursos de Investigación – www.naya.org.ar
.
3. en VERGARA ESTEVEZ, Jorge: "Cultura y mestizaje en
América Latina. Una crítica
a la tesis de la identidad cultural mestiza", en
Interculturalidad – Cuadernos de investigación
bibliográfica, Athyha, I.P.D, Asunción,
1993.
4. Ibíd.
5. en RODRIGUEZ VERGARA, Isabel: "Mujeres: desmantelando
el sistema
patriarcal en las novelas de Gabriel García
Márquez", en Agencia Interamericana para la
cooperación y el desarrollo
-www.aicd.oas.org .
6 Ibíd…
7. HERNANDEZ CARMONA, Luis Javier: "El ocaso del poder
como alegoría latinoamericana en tres novelas de Gabriel
García Márquez", Cill. "Mario Briceño
Iragorry", Universidad de
Los Andes, Trujillo, Venezuela; en
www.uasb.edu.ec.
8. ABBATE, Florencia: "Adiós a la postal de
Macondo", en Revista
Cultural "Ñ", Nº 59, Buenos Aires, Ediciones
"Clarín", 2004.
9. LARRAIN, Jorge: "Modernidad e identidad en
América Latina", en Revista Universum, Nº 12, 1997 –
Universidad de Talca, Chile.
10 FLORES GALINDO, "Buscando un inca", Lima, Editorial
Horizonte, 1994, en LARRAIN, Jorge, ob.cit.
11 MUSSE TORRES, José: "La conjura de los dioses
contra Occidente. La hora de Inkarri", en Venezuela
Analítica Editores, 13/07/2001.
12 RODRIGUEZ, Alfonso: "Psicoanálisis y mito", en Discernimiento
(Revista del Progreso de Psicología),
Universidad del Norte, Colombia, Marzo
1999 www.uninorte.edu.co.
13 MONTOYA ROJAS, Rodrigo: "Todas las sangres: ideal
para el futuro del Perú", Crítica del libro "La
utopía arcaica", José María Arguedas y las
ficciones del indigenismo", de Mario Vargas
Llosa. En www.andes.missouri.edu (Ciberayllu).
14. PIZARRO, Ana: "Mitos y construcción del imaginario social
cotidiano", en Atenea (Concepción-Chile), 2003, Nº
487, p.103-111 ISSN 0718-0462
15. VERGARA ESTEVEZ, Jorge: ob.cit.
16. MILLALEO, Salvador: "Ser/no ser -Mapuche o
Mestizo-", en Mapuche.cl, 2002, www.mapuche.cl.
Fuentes:
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MILLALEO, Salvador: "Ser/no ser "Mapuche o Mestizo"", en
Mapuche.cl, 2002, www.mapuche.cl
Gabriel Cocimano
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