- Preliminares a
la lectura de Lenin y de El Estado y la
revolución - Del
Estado a la Revolución - Para
concluir: Lenin en el siglo XXI
¿Por qué hay que leer a Lenin? ¿Por
qué proponemos aquí una lectura de
Lenin en vez de, por ejemplo, de Marx? La
elección no es por supuesto arbitraria. Está claro
que toda lectura de Lenin presupone una previa lectura de Marx, y
especialmente del Marx de El capital.
Más aún, toda lectura de Marx tiene que comenzar
por El capital –para no caer en los humanismos de cierta
lectura, por ejemplo la lectura
otrora de moda de los
Manuscritos de 1844.
Pero sí que podemos apuntar una idea, la de que
Lenin añade algo a Marx: y es justamente lo que le
añade lo que ha de ser objeto de estudio. ¿Por
qué Marx ha podido ser «revisado», y Lenin no?
¿Cuál es el núcleo del pensamiento
leniniano que, a pesar de los generales malentendidos, resulta
claramente incontrovertible –imposibilitando toda tarea de
asimilación y digestión de su trabajo–? O como diría Zizek,
¿cuál es el núcleo del pensamiento leniniano
que toca lo Real (traumático)? Y es que, guste o no (y
guste o no, en primer lugar, a sus intérpretes
estalinistas), Lenin propone una cierta lectura de Marx, una
lectura que pone en primer plano el elemental propósito
emancipatorio del marxismo, que
lo convierte en una magnífica herramienta de
subversión: ni capitalismo,
ni socialdemocracia, ni tampoco socialismo
–sino comunismo. Pero
vayamos por partes.
Derrida hablaba de cómo lo realmente
incómodo de ciertos autores está en no atenerse a
los registros
esperados (y bien fortificados por la Academia): así el
propio Derrida es incómodo al entrecruzar el estilo
literario con el filosófico (al negar por tanto el
límite entre literatura y
filosofía), como Sade es incómodo no por escribir
literatura libertina (que constituía todo un género en
la Francia de su
tiempo) ni por
hacer filosofía (que de hecho suele plagiar a los
ilustrados ateos), sino por mezclar de manera inquietante la
pornografía más contundente con
disertaciones sobre, verbigracia, la existencia de
Dios.
Y Althusser es precisamente quien da en el blanco cuando
en su Lenin y la filosofía nos pone sobre la pista: Lenin
es incómodo por mezclar la filosofía y la política. Lenin hace
filosofía, pero no hace la filosofía que se espera
que haga un filósofo:
La verdadera cuestión se refiere justamente a esa
práctica tradicional, que Lenin vuelve a poner en
entredicho al proponer una práctica completamente distinta
de la filosofía.
Una práctica de la filosofía que conlleva
según Althusser un conocimiento,
una Teoría
(materialismo
dialéctico) que tiene por objeto a la propia
práctica teórica (incluida la misma
filosofía, y es ahí donde le duele a ésta).
Pero sobre todo, lo que colma el vaso es ¡¡que Lenin
es un político!! ¿Cómo puede la
filosofía soportar la idea de tener algo que aprender no
ya de un filósofo, sino de un político? Y
añadiríamos nosotros: lo peor del caso es que ni
siquiera es puramente un político.
Cuando Lenin, el 4 de abril de 1917, lee sus famosas
tesis,
¿quién habla, el político o el
filósofo? ¿Un político que en medio de la
explosión de libertades de la primera revolución
de febrero parece volverse loco (no lo digo yo, lo dice la misma
Krupskaya) y en vez de hacer lo que se esperaba de él,
hacer «política» y luchar por unas
«elecciones libres», presenta ¡unas tesis!,
delirantes en palabras de Plejanov, en las que caracteriza esa
misma libertad, la
ausencia de violencia
contra las masas, y «la confianza inconsciente de
éstas en el gobierno de los
capitalistas, de los peores enemigos de la paz y del
socialismo» , como los elementos constitutivos de la
transición desde la primera etapa de la revolución
(la de completa sumisión del proletariado) a su segunda
etapa, la que pone todo el poder en manos
del proletariado y el campesinado? ¿O un filósofo
que «malinterpretó» la Lógica
de Hegel y en vez
de, una vez más, «hacer lo que cabría
esperar» de un filósofo (al cabo, que se esté
quietecito, que filosofe cuanto quiera pero no saque los pies del
tiesto) tomó un tren sellado a través de Alemania para
leer un panfleto que hablaba de revolución? Porque incluso
así dicho, ni la filosofía del político ni
la política del filósofo entran en los
cánones preestablecidos.
El leninismo es un cuestionamiento de nuestras certezas
más profundas, de aquellas en las que nos hemos criado:
más que una identificación incondicional con no se
sabe bien qué tipo de «extremismo», supone la
«deconstrucción» del propio campo en el cual
se distribuyen las distintas fuerzas en conflicto (y
en el cual se puede clasificar lo normal y lo
«extremo»). Un par de ejemplos. En El izquierdismo,
enfermedad infantil del comunismo, obra que todo el mundo cree
conocer con solo leer su título, Lenin combate tanto el
conservadurismo como el aventurerismo izquierdista; pero esto no
significa que su propuesta sea, como rezaba la doctrina
estalinista, que la línea correcta del partido tenga que
oscilar entre una y otra desde una política «de
centro». El verdadero mensaje del texto es que
el plano en el que hay que disponer la práctica
política no es el de la frívola elección
entre «izquierda» y «derecha» (como quien
escoge té o café,
azúcar
o sacarina). Contra la metáfora espacial, lo que Lenin
rescata es la lucha de clases –el capital de un lado, los
trabajadores de otro– y una consecuente toma de partido por
los intereses de clase de
éstos. El segundo ejemplo que hay que citar es el de
El Estado y la
revolución: como en el caso anterior, lo que tenemos es la
abolición de toda moral
abstracta y de todo apriorismo, y el uso del Estado como
herramienta subordinada a los intereses de la clase trabajadora y
la hipótesis de su extinción en la
medida en que dejase de ser necesario para llevar a cabo su
función.
En un caso como en otro, tenemos la plasmación
más exacta de lo que Lenin, tal vez en un exceso, llega a
llamar la «moral comunista» . Jacques Lacan formulaba
la ética
del psicoanálisis con el siguiente aforismo: no
cedas en tu deseo. No dejes de ser sujeto deseante, no te rindas
ante la satisfacción. La ética de Lenin, si se la
puede llamar así, es justamente una ética del
deseo, aunque se trate de un deseo revolucionario: no cedas en
tus intereses de clase; sus últimos escritos, durante la
etapa de la «edificación socialista»,
dedicados a proyectar el futuro desarrollo
hacia la sociedad
comunista, tienen que ver con esta ética que no se acomoda
a los logros alcanzados –a la inversa, el periodo
estalinista del «socialismo en un solo país»
supone la vuelta a la autocomplacencia, tanto por conformarse con
el socialismo (que no puede ser más que un medio
más a tener en cuenta como tal, y por consiguiente
imperfecto) como por regresar a las dimensiones de la
política internacional clásica (basadas en el
Estado-nación). Hay un interesante paralelismo
entre la Escuela de Lacan
y el Partido de Lenin: ambos personajes eran afectos a la
escisión, a la disolución, incluso a ser
excomulgados. Ambos lo fueron, de un modo o de otro, en vida o
«en efigie», en lo cual tenemos que situarlos en la
nada menospreciable compañía de otro gran
excomulgado, literalmente hablando: Spinoza, el judío
hereje de Ámsterdam. Persistir en el deseo significa que
el objetivo no es
alcanzar un equilibrio
estable y satisfactorio, sino elevar el nivel del conflicto.
Persistir en el deseo significa que la felicidad, la
satisfacción, son imposibles; no hay descanso, no hay
vacaciones: dejar de hacer política (rendirse en la
consecución de esos intereses de clase) es perderlo todo,
puede que por mucho tiempo.
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