Durante la década de los años 90 cundió
en algunos contextos intelectuales de nuestra
América Latina una
actitud acrítica ante la
oferta de los medios de difusión
masiva, bajo el paraguas de los estudios de recepción, que
mostraron a la gente capaz de expresar sus desacuerdos frente a
determinados mensajes. Si las investigaciones reconocen la
existencia de personas activas ante la cultura mediática, si
nadie es llevado y traído por una manipulación sin
frenos, dejemos librada la tarea a las y los receptores y no
insistamos en propuestas de lectura crítica, correspondientes
a viejos esquemas de los años 70.
Por supuesto que tales actitudes vinieron más
que bien a los artífices de la fiesta de los medios; cuando
la crítica se debilita, queda expedito el camino para decir
y hacer lo que venga en gana. De un lado la indiferencia de los
intelectuales y de otro la posibilidad de poner el grito en las
estrellas por cualquier intento de censura, fueron creando una
sensación de todo vale, de la cual estamos muy lejos de
salir en nuestros días. Un ejemplo clarísimo de esto es
el programa Videomatch, que ha
atravesado buena parte de la historia reciente de la Argentina y se ha
proyectado a otros países latinoamericanos.
Lejos estoy de sumarme a esa apatía frente a tanto exceso.
La gente (nosotros, cada una y cada uno) sabe y no sabe, critica
y no critica. Como intelectual, sigo considerando mi tarea como
un proceso pedagógico. Dejar
librado todo a la oferta y la demanda suena a mercado: el cliente manda frente a la
mercancía que lo fascina. Más allá de
mercancías y fascinaciones, siguen presentes la
manipulación, la fiesta perpetua en medio de terribles
escándalos sociales, la joda, en el sentido popularizado por
Marcelo Tinelli.
La primera versión del material que propongo a
continuación, fue publicada en dos artículos en el
diario Los Andes de Mendoza, en noviembre y diciembre de 2003. He
reelaborado esos textos como una unidad para Chasqui, con el
propósito de incluirlos en una revista especializada en temas
de comunicación, a la cual
estoy ligado desde sus inicios en la década de los años
80, y de aportar al debate sobre el todo vale por
parte de no pocos dueños de poder en el universo de la cultura
mediática.
El racismo festivo
Senegal fue bendecido por la civilización europea
durante el siglo XVI, de la mano, primero de los portugueses y
luego de otras nacionalidades, hasta que Francia se quedó en esas
tierras por varios siglos, por aquello de que es necesario
gobernar a los pueblos incapaces de hacerlo por sí mismos.
El tráfico de esclavos se mantuvo hasta la Revolución Francesa y la
independencia se logró en
1960. En la actualidad, el país está sometido a las
sequías del África Noroccidental, con regiones
golpeadas por las hambrunas, con tres millones de desnutridos
sobre sus nueve millones de habitantes, con una economía atada demasiado tiempo al monocultivo del
maní, con el peso del FMI sobre sus espaldas y con una
población del 57 por
ciento en la línea de pobreza.
Presento estos datos para referirme a lo
sucedido con dos ciudadanos senegaleses (de manera especial con
uno de ellos), según lo pudimos ver en el programa
Videomatch la noche del miércoles 12 de noviembre, dentro de
una de las conocidas "jodas" de Tinelli. El escenario fue Mundo
Marino, Buenos Aires. La cámara
mostró a un grupo de unas 15 personas que
ingresaban a uno de los sitios donde se exhibían los
delfines. El animador
pidió a una muchacha que hiciera el movimiento de hula-hula con un
aro de madera y luego lo colocara
sobre la cabeza de un delfín, quien lo hizo girar con toda
destreza. Aplausos. Luego se dirigió a uno de los ciudadanos
senegaleses, centro de la broma, a quien venía siguiendo ya
la cámara. Le hizo el mismo pedido, pero a la hora de
acercarse al agua para pasarle el aro al
delfín, éste comenzó a mover la cabeza como
diciendo que no y se alejó de la orilla. El animador lo
llamó: "Vení, que no está en celo". Fracasó
el intento y mientras la víctima del chiste se alejaba, el
blanquito le dijo: "Te veo pálido".
La segunda secuencia se centró en la clásica
foto frente al estanque, con uno o dos delfines que saltaban
atrás. Pasaron dos visitantes sin problemas, hasta que le
tocó al "que no estaba en celo". El animador se acercó
a él, que ya se resistía a sumarse a los rituales, y le
dijo: "Vení vos, betún". Por supuesto que en vez de un
delfín apareció un ballenato que lo bañó,
entre las carcajadas lanzadas desde el estudio donde se iba
haciendo la narración.
La tercera, un restaurante. Nuestro hombre venía con su
bandeja de comida y a la hora de sentarse entró un lobo
marino y le sacó la silla. La caída provocó que la
comida saliera disparada en todas direcciones. Llegó el
animador a retarlo, que si le quería dar comida a los
animales no era esa la forma y
que si se quería tirar al suelo no anduviera
ensuciando.
En fin, era imposible que la víctima no fuera a dar
a un estanque, esta vez empujado por otro de los animales. Cuando
lo sacaron tomó a golpes al animador, que gritaba que a
él no, que era un programa, que él era solo un
actor.
Corte, y la presencia de Tinelli en el estudio con los
dos senegaleses. Aplausos, risas, un intento de hablar con ellos
en francés (después de la pregunta de la estrella, en
relación a qué idioma se habla en ese país) a
través de una joven miembro del equipo que no acertó ni
con la palabra fille) y el desfile de regalos: una heladera, una
impresora que fue cambiada por
un televisor. La cámara iba de Tinelli al representante de
la firma que auspiciaba el programa. Todos se reían hasta
las lágrimas, en especial cuando, entre los obsequios, se
mencionó un set de cosméticos. El gesto del supremo
animador lo dijo todo, con esa rapidez tan suya, solo el gesto
para expresar algo así como ¿cosméticos a estos?,
entre los casi estertores de risa del coro.
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