Los diarios se aproximan al cambio
más importante de su historia: el momento en que
el papel, arrinconado por nuevas formas de consumo
informativo de una nueva generación de lectores,
deberá dejar paso al soporte digital. Y ya es seguro que
ocurrirá; la única duda es
cuándo.
Los diarios se aproximan al cambio más importante
de su historia: el momento en que el papel, arrinconado por
nuevas formas de consumo informativo de una nueva
generación de lectores, deberá dejar paso al
soporte digital. Y ya es seguro que ocurrirá; la
única duda es cuándo.
Ahora bien, esto no significará necesariamente
que los diarios de papel desaparezcan, pero sí que pierdan
su actual hegemonía editorial y publicitaria en favor de
nuevas modalidades de publicación digital, difundidas a
través de Internet y de otras redes móviles. En
consecuencia, pocas cuestiones son tan prioritarias para los
diarios como prepararse adecuadamente para ese cambio de modelo. Sin
embargo, cumplida ya más de una década desde que
los primeros periódicos irrumpieron en Internet, los
diarios titubean todavía a la hora de encarar sus operaciones
editoriales en la Red.
A pesar de que los directivos de los diarios reconocen
en público la importancia estratégica de su
presencia en la Red, el día a día de las
redacciones evidencia que los diarios digitales todavía
son tratados como
medios de
segunda. En el fondo de ese menosprecio late la idea de que los
medios digitales solo contribuyen a erosionar el negocio
principal de los diarios. Un negocio que, conviene recordarlo, en
2007 sigue incuestionablemente ligado al papel. Sin embargo, se
multiplican los datos que
anuncian un cambio más o menos próximo. Urge, por
tanto, que los diarios se preparen para un nuevo escenario, en el
que Internet y las redes móviles adquirirán una
importancia editorial y económica equiparable a la que hoy
disfruta el papel.
Al tomar decisiones con vistas a ese escenario, la
interrogante que más preocupa a los editores es
ésta: ¿cómo se puede aprovechar la
creciente, pero aún insuficiente, bonanza de los diarios
digitales, al tiempo que se
preserva el negocio principal que de momento sigue ligado al
mercado impreso?
Más aún, ¿cómo se pasa del escenario
actual de simple convivencia -y, a menudo, competencia–
entre el diario impreso y digital, hacia una nueva fórmula
de convergencia editorial y comercial de la que todos salgan
beneficiados?
Estas preguntas se basan en percepciones inquietantes.
En el aspecto editorial, no hace falta más que visitar en
la actualidad la redacción de cualquier diario impreso y la
de su correspondiente edición
digital para comprobar el grado de incomunicación y
distanciamiento en el que trabajan. Presos de recelos mutuos, los
periodistas de uno y otro medio apenas colaboran entre sí.
Con frecuencia, la relación entre los respectivos editores
no es mucho mejor.
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