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Brasil: tendencias de la gestión social




Enviado por Ladislau Dowbor


Partes: 1, 2

    1. Un nuevo
      contexto
    2. La
      articulación de lo social y de lo
      productivo
    3. Lo
      social: ¿Medio o fin?
    4. Un
      área en busca de su paradigma
      organizacional
    5. Búsqueda
      de referencias
    6. Perspectivas
    7. Bibliografía

    La cuestión de la gestión
    social se tornó central. El crecimiento
    económico no es suficiente. Áreas productivas,
    redes de
    infraestructuras ni servicios de
    intermediación funcionan si no se invierte en el ser
    humano, en su formación, salud y cultura. La
    dimensión social del desarrollo no
    es un complemento externo a los procesos
    económicos, sino un componente esencial de la
    transformación. Mientras las áreas productivas
    disponen de una sólida acumulación teórica
    sobre su

    gestión (taylorismo, fordismo,
    toyotismo, etc.), el área social carece de paradigmas de
    gestión, oscilando entre burocratismos estatales
    anacrónicos y privatizaciones desastrosas. Los servicios
    sociales son diferentes y necesitan de respuestas
    específicas.

    Pocas veces se ha visto un gobierno que
    genere tantas esperanzas como el del presidente Lula. Está
    bien que las haya, pero no habrá milagros. Con las
    dimensiones de este inmenso país, y frente a la pesada
    herencia de
    las tradiciones conservadoras, tenemos por delante un arduo
    proceso de
    cambio de
    rumbos y de transformación de la propia cultura política.

    Esto es particularmente cierto en lo referido a las
    políticas sociales. Áreas como
    salud, educación, cultura, seguridad
    comunitaria, distribución de la renta y políticas
    de empleo,
    involucran un sistema denso y
    capilar de actividades en cada ciudad del país, y exigen
    por lo tanto la construcción de correas de
    transmisión entre las propuestas del gobierno central y
    las iniciativas diferenciadas de las administraciones
    municipales, además de la articulación con las
    organizaciones
    de la sociedad
    civil.

    No se trata simplemente de expandir un tipo de Estado de
    Bienestar. En Brasil, solamente
    25% de la población activa está constituida
    por asalariados formales del sector privado, con los derechos sociales
    correspondientes. La privatización en las áreas sociales
    es desastrosa, y solo funciona adecuadamente para personas de
    altos ingresos.
    Así las cosas, ¿como asegurar el acceso universal
    a

    condiciones sociales más dignas? Es natural la
    angustia que afecta los primeros pasos de un gobierno; la inmensa
    deuda social del país genera dramáticas presiones
    por soluciones
    inmediatas. Pero ello mismo implica la necesidad de pensar, en
    forma sistemática, nuevas formas de gestión de las
    áreas sociales.

    Un
    nuevo contexto

    Ya no es posible ver la sociedad como
    un sistema de intereses organizados en torno de las
    actividades económicas. Esta visión sin duda ha
    dominado el siglo pasado: la actividad productiva empresarial
    generaría inversiones,
    inmediatamente empleos, salarios, y por
    lo tanto la capacidad de financiamiento
    de las áreas sociales. ¿Pero dónde
    está la mano invisible del mercado?
    Aún hay quien afirma, con la ignorante calma de los
    dogmáticos, que los problemas
    resultan del hecho de que nuestras sociedades no
    son suficientemente liberales. En realidad, todos estamos ya
    hartos de la mano invisible. El Informe sobre
    Desarrollo
    Humano de las Naciones Unidas,
    califica de obscenas las fortunas de un grupo de poco
    más de 400 personas en el mundo, cuya riqueza personal supera
    la de la mitad más pobre de la humanidad. El informe de la
    Conferencia de
    las Naciones Unidas sobre Comercio y
    Desarrollo (Unctad) de 1997, contiene un análisis preciso: durante las
    últimas tres décadas, la concentración de la
    renta en el mundo ha aumentado de manera dramática,
    desequilibrando profundamente la relación entre ganancias
    y salarios. Sin embargo, estas rentas más elevadas no
    están implicando mayores inversiones: cada vez más
    se desvían a actividades de intermediación
    especulativa, en especial las finanzas.

    El resultado práctico es que tenemos más
    injusticia económica, y cada vez más estancamiento:
    la tasa de crecimiento de la economía del planeta
    ha bajado en un promedio general de 4% en los años 70, a
    3% en los años 80 y 2% en los 90.

    Esta articulación perversa es sumamente
    relevante. Aunque todos criticaban las injusticias
    económicas, nos plegábamos a una visión
    semiconciente de que al final el lujo de los ricos se transforma,
    bien o mal, en inversiones, después en empresas, empleos
    y salarios, y que en última instancia significaría
    más bienestar. En cierto modo la desigualdad y los dramas
    sociales constituirían? un mal necesario de un proceso en
    conjunto positivo y en última instancia (y a largo plazo)
    generador de prosperidad. Es ese tipo de «pacto» lo
    que hoy se ha deshecho. En el análisis de la Unctad,
    «es esta asociación de aumento de ganancias con
    inversiones estancadas, desempleo
    creciente y salarios en caída lo que constituye la
    verdadera causa de preocupación»1. Se está
    tornando evidente, ya no desde una estrecha visión de
    sistemática crítica
    anticapitalista sino de buen sentido económico y social,
    que un sistema que sabe producir pero no sabe distribuir
    simplemente no es suficiente. Sobre todo si además de eso
    expulsa a millones de personas hacia el desempleo, dilapida el
    medio ambiente
    y remunera mejor a los especuladores que a los productores. La
    construcción de alternativas involucra un abanico de
    alianzas sociales evidentemente más amplio que el concepto de
    clases redentoras, burguesa para unos, proletaria para otros, que
    ha dominado el siglo XX. El debate sobre
    quién tiene la razón continuará sin duda
    alimentando las discusiones, pero el hecho es que la propia
    realidad ha cambiado.

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