- El problema del estado venezolano
no es si tuvo o tiene muchos o pocos recursos; el problema es
que nunca ha sido un estado de bienestar - Cambios
en el rostro y en el alma de la pobreza - ¿Cuál
nueva riqueza invocar para que no haya más
pobreza?
La tesis que
propongo es muy sencilla. Se trata de la proposición
relativa a que el Estado
venezolano ha sido extremadamente "pobre" en la
realización de su propósito; a saber, la
instauración de un Estado de
Bienestar. Y en ese estado de "pobreza" de
Estado la otra pobreza, la que propiamente puede llamarse tal, la
de la mayor parte de la población, se ha mantenido a un ritmo
cambiante en el que no sólo empeoran las condiciones de
vida sino que, además, aparecen nuevos elementos
constitutivos de la propia situación de
pobreza.
Si esta tesis es relevante, tal vez lo sea, en primer
lugar, porque se opone a la tesis de la riqueza del Estado
venezolano en la que, implícitamente, se reconoce la
instauración de una especie de Estado desarrollado en
exceso. En otras palabras, cuando se dice que el Estado
venezolano ha sido y es rico (por lo demás, en exceso) se
supone que ha existido y que existe un Estado en Venezuela. La
fuerza
imponente de esta tesis del Estado-rico, de un Estado muy rico,
en boga desde mediados de los años 80, sugiere que ese
Estado hipertrofiado es como un Estado de Bienestar; un Estado
que, por lo demás, pretendiendo resolver todos los
problemas de
la población y teniendo para eso recursos en
exceso, ahogó conflictos
sociales erigiendo programas e
instituciones
manejados con absoluta ineficiencia.
Este razonamiento está en la raíz tanto de
los intentos frustrados de una reforma o transformación
del Estado como del inmenso impulso que lleva el desarrollo de
programas e instituciones definidos, costeados y realizados por
la misma población. La tesis que propongo pone en duda ese
razonamiento acudiendo, como se verá más adelante,
a las características histórico-políticas
de la gestación del Estado de Bienestar. Tal duda no
conduce a caracterizar al Estado (rico) venezolano como un pobre
Estado- rico sino más bien como un pobre Estado de
Bienestar. Tal duda, además, da pie para una
comprensión del fenómeno de nuestra pobreza ligada
a la "pobreza" de nuestro Estado.
En segundo lugar, esta tesis que propongo tal vez sea
relevante porque exige pensar el "problema" de la pobreza
más allá de las consideraciones referidas al
núcleo conceptual de la mejora de las condiciones de vida
de la población. Si, como sostengo, y haré
explícito más adelante, el "problema" de la pobreza
ha sufrido una mutación, un cambio en sus
dimensiones constitutivas, entonces no sólo hay que
comprender el propio fenómeno de manera distinta a como lo
hace la tesis del Estado-rico sino que también hay que
remover las lentes con las que hacemos los ejercicios
prácticos e imaginativos de querer tender hacia un futuro
donde ya no exista más pobreza, o mejor, donde en absoluto
no exista pobreza.
I. EL PROBLEMA DEL
ESTADO VENEZOLANO NO ES SI TUVO O TIENE MUCHOS O POCOS RECURSOS;
EL PROBLEMA ES QUE NUNCA HA SIDO UN ESTADO DE
BIENESTAR
Si se me permite hacer un corte un tanto arbitrario en
nuestra historia, se
puede decir que el fenómeno de la pobreza (ese del que con
tanta insistencia hablamos desde hace menos de diez años)
es, en Venezuela, un fenómeno de este siglo que termina.
Eso no quiere decir que antes no hayan existido masas de gentes
viviendo en condiciones de inmensa dificultad. Lo que quiere
decir es que sólo en este siglo el asunto de la pobreza
aparece indisolublemente ligado con la función de
gobierno, con el
intento de gobernar la República y con ella "gobernar la
pobreza".
Ahora bien, esta idea de "gobernar la pobreza"2 no es
nada nuevo en este siglo si miramos más allá del
Caribe. Y es que en este asunto también pusimos nuestro
norte en el Norte; más precisamente, en lo que Europa ya
había fabricado quisimos emprender otra fagocitosis
frustrada. Muy resumidamente, Europa supo encontrar el camino por
el cual se podía neutralizar (y quizás mucho
más que eso) el fantasma acechante de las masas
paupérrimas. Hasta la revolución
industrial, gobernar la pobreza, intentar mantenerla a raya,
fue un asunto de gobierno que se resolvía, estrictamente,
por mecanismos propiamente policiales. Y era asunto de
policía, entiéndase bien, no sólo en la
dimensión represiva, sino que implicaba primariamente un
asunto de manejo administrativo del espacio, de la ciudad. Pero,
después de la revolución
industrial el crecimiento de las masas paupérrimas plantea
el problema de "gobernar la miseria". Muy pocos dudan ya que esta
miseria no sea engendrada por la misma dinámica de las dimensiones
políticas y económicas del proceso que
vive Europa (o los dominios semi-monárquicos,
semi-republicanos que la componen). Cerrando el siglo XVIII, hace
doscientos años, el reverendo Malthus publicaba su
Ensayo sobre
el principio de población3; su parte final (el libro cuarto)
es un ensayo de
economía
política de la pobreza. Malthus arremetía
contra una forma de protección propia de la Inglaterra del
siglo XVI: las poor laws que establecían la
obligación de trabajar a "todo hombre y
mujer sano de
cuerpo y capaz de trabajar, que no tenga tierra, no
esté empleado por nadie, no practique profesiones
comerciales o artesanales reconocidas"4 y una "caridad legal"
para los indingentes con base en su propia parroquia. Para
Malthus, en el amanecer del siglo XIX, el asunto no es el de
obligar a trabajar, lo que sobra es fuerza de trabajo:
precisamente, la que, en exceso, conforman los miserables que
engendra los nuevos modos de la producción. Malthus concluía su
ensayo señalando "dos verdades importantes que se
desprenden del principio de la población"; ellas son:
primero, "la causa principal y más permanente de la
pobreza tiene poca o ninguna relación directa con las
formas de
gobierno, o con la desigualdad en el reparto de la propiedad", y
segundo, "puesto que los ricos no disponen en realidad de la
facultad de encontrar empleo y
sustento para todos los pobres, éstos no pueden,
según las leyes naturales,
poseer el derecho de exigírselo."
Por supuesto que no fue precisamente Malthus, entre
muchos más que pensaron y actuaron como él, quien
representó la modalidad propia que Europa, unos
años después de publicado el ensayo
malthusiano, encontró para gobernar la pobreza. A despecho
de lo que pensó Malthus, los europeos crearon, al menos en
el ámbito de su territorio, un espacio donde los "sin
trabajo" tenían todos cabida bajo la cobertura de ya no
unas leyes para pobres que amortiguan con la caridad obligada la
sobrevivencia de muchos. Dicho en pocas palabras, Europa fue
capaz de engendrar una sociedad
basada en el salario.
Ciertamente puede decirse que uno de los más grandes
inventos de la
Europa del siglo XIX fue la construcción de la sociedad salarial:
invento, digo, porque la realización plena de él se
desarrolló en este siglo; pero, es el invento el que tiene
la mayor fuerza impulsiva, creadora, y hasta seductora, al menos,
políticamente hablando. ¿En qué consiste,
esencialmente, tal sociedad salarial? o, mejor aún,
¿cuáles fueron sus condiciones de posibilidad?
Robert Castel, en su última obra titulada Las metamorfosis
de la cuestión social5, las identifica así:
primero, una separación firme entre quienes trabajan
efectiva y regularmente y los inactivos o semi-activos a quienes
hay que o bien excluir del mercado de
trabajo o bien integrarlos bajo formas reguladas; segundo, la
fijación del trabajador a su puesto de trabajo y la
racionalización del proceso del trabajo en el marco de una
gestión
del tiempo
preciso, dividido y reglamentado; tercero, el acceso, por
intermedio del salario, a nuevas normas de
consumo por
parte de los obreros y a través de las cuales el obrero
llega a ser usuario de la producción masiva; cuarto, el
acceso a la propiedad social y a los servicios
públicos
y quinto, la inscripción
en un derecho del
trabajo que reconoce al trabajador en cuanto miembro de un
colectivo dotado de un status social más allá de la
dimensión puramente individual del contrato de
trabajo. Bajo estas cinco condiciones la gran mutación
en el gobierno de la pobreza puede resumirse del siguiente modo:
en el transcurso del siglo XIX, cuando todo indicaba que el
único modo seguro de estar
adscrito a una relación de existencia social estable era
la propiedad (es decir, que el único modo de sentirse
seguro o protegido en sociedad es poseyendo algo material
concreto), se
elabora algo inédito que permite desconectar, al menos
parcialmente, la noción de seguridad de la
de propiedad conectando estrechamente la seguridad con el trabajo.
Nótese, entonces, que es como decir que, a partir de fines
del siglo XIX, la condición de posibilidad del bienestar
—y hasta de la felicidad— descansa ya no en la
propiedad sino en el trabajo, en el salario. Y en realizar este
invento, repito, será muy exitosa la sociedad
europea.
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