La pregunta por el sentido, en este caso es una pregunta
que se recrea en el preguntar y que no está necesariamente
orientada hacia la captura de una respuesta específica. Es
más bien una pregunta que se inclina hacia lo que sostiene
la manifestación de los problemas
mismos. Preguntarnos por el sentido de la filosofía del
derecho debería suponer
la pregunta sobre el sentido del filosofar, el sentido
del derecho o los derechos, y el sentido de la
búsqueda de sentido, lo cual supondría una
reflexión de fundamento orientada a la dilucidación
de los elementos que rodean la pregunta o las preguntas
inquietantes y en ultima instancia supondría un retroceso
hacia quien interroga, hacia el sujeto que se pregunta (lo que
Husserl designa como "dar el paso atrás"), más que
una mera especulación acerca de los problemas. Puesto que
todo preguntar depende de un contexto, voy a dibujar sutilmente
el contexto desde el cual percibo la realidad que me rodea y
desde el cual me es posible comprenderme.
Antes que nada debo resaltar la antigua y tal vez
anticuada escisión entre la discursividad o
chismografía mental —tenga ésta pretensiones
intelectualizantes y academicistas o no, y que se manifiesta de
modo tanto interior como exteriorizada— y el plano de lo
que real y más básicamente sentimos que
somos.
Me refiero a la supuesta escisión entre el
discurso, con
su teatralidad, y lo que íntimamente creemos que somos,
que no es menos teatral. Se trata de una dualidad evidentemente
superada a nivel de la retórica, pero profundamente real y
existente a nivel de nuestras más originarias pulsiones. Y
he ahí que la cuestión de los valores juega
un papel importante. Vivimos, como dijo Elías
Capriles1 el jueves, una inversión de los valores. De acuerdo a la
mayoría de las tradiciones morales y religiosas
(excluyendo en cierto sentido el calvinismo y el puritanismo) el
lucro y la orientación de la vida hacia intereses
puramente egoístas era considerado el peor de los males.
Como anotaba Lino Rodríguez-Arias Bustamante2, no puede
haber cambio social
sin reestructuración del régimen de bienes; es
imperativo minimizar el ánimo de lucro y enaltecer las
ideas de servicio,
solidaridad y
bien común, enraizadas en la tradición comunitaria
y al mismo tiempo
libertaria propia del cristianismo
primitivo. Como todos sabemos, Jesús preconizó
la pobreza
voluntaria
y la vida comunitaria, sentenció "no
poseerás oro, ni plata,
ni cobre", y dijo
que era más fácil para un elefante pasar por el ojo
de una aguja que para un rico entrar en el reino de los cielos. A
su vez, los primeros padres de la iglesia y,
más adelante, el mismo Tomás de Aquino (en la
vexata quæstio de la propiedad
privada), reconocieron que para el cristiano la propiedad privada
no tiene sentido ni justificación. No obstante, Santo
Tomás apeló a la costumbre como principio de
legitimación o como mal menor
—aunque, como anotaba Don Lino, siendo la propiedad una
extensión de la
personalidad humana, el mismo Tomás de Aquino
reconocía que ella debía desaparecer cuando
desapareciera el individualismo en favor de la comunidad—.
Como señaló José Manuel Delgado
Ocando3, actualmente nuestras sociedades
están dominadas por el mercado y el
Estado, que
han sofocado los principios
emancipatorios, haciendo que la representación substituya
a la participación, el estado de
bienestar a la solidaridad y la industria del
ocio y del tiempo libre al lugar del placer y la felicidad. Como
también anotaba muy acertadamente Don Lino, el derecho
liberal funda el deber jurídico sobre el derecho subjetivo
y se centra en el individuo en
detrimento de la comunidad, girando en torno a la
voluntad individual y en un cierto tipo de contrato; es
necesario que este tipo de derecho sea substituido por un derecho
fundamentado en el sujeto humano, no en tanto voluntad sino en su
condición más esencial de miembro de una
comunidad.
———-
1Capriles, Elías. El nihilismo
pseudopostmodernista Vs. la verdadera postmodernidad.
Ponencia presentada en el III Encuentro
Nacional de Profesores de Filosofía del Derecho
y
Disciplinas Conexas, celebrado en Mérida
los días 16, 17 y 18 de octubre de 1997.
2Rodríguez, Lino. En ponencia presentada
en el III Encuentro Nacional de Profesores de Filosofía
del Derecho y Disciplinas Conexas, celebrado en Mérida los
días 16, 17 y 18 de octubre de 1997.
3Delgado, José. Hacia una
concepción postmoderna del derecho. Ponencia presentada en
el III Encuentro Nacional de Profesores de Filosofía del
Derecho y Disciplinas Conexas, celebrado en Mérida los
días 16, 17 y 18 de octubre de 1997.
———
Todos necesitamos del ser que nos procura la mirada del
otro que nos valora o desvalora y, así, estamos
encadenados a los valores en que dicha mirada fundamenta sus
juicios. El problema es la hegemonía de uno de los
criterios valorativos que fuimos construyendo. La pasión
desenfrenada del proceso de
producción y consumo que,
no está demás decir, está en la raíz
de la destrucción de la base de la vida en el planeta,
rige toda nuestra cultura social
e individual. Los ciudadanos cegados y ensordecidos por sus
imágenes y cánticos se enfilan
dócilmente hacia los desfiladeros de la muerte
—de la muerte de las
posibilidades infinitas de lo humano y de la superación de
lo que hasta ahora ha sido concebido como lo humano—.
Cómo dice Humberto Eco en su Péndulo de Foucault, nadie
ignora las cualidades psicagógicas de la música. Y la
música que predomina en el entorno educa el alma,
disponiéndola en la dirección del reino donde predomina la
instrumentalizad sobre la intersubjetividad, y el irracional y
desordenado desahogo de las pasiones nunca satisfechas y siempre
frustradas, sobre la convivencia y el respeto hacia los
que percibimos como otros —sean estos individuos, pueblos,
razas, religiones— e incluso hacia nosotros
mismos.
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