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El viejo en la historia (página 2)




Enviado por Delia Outomuro



Partes: 1, 2

 

El período de gloria para los
ancianos: las culturas primitivas

Los ancianos prehistóricos no dejaron, por
supuesto, registro de sus
actividades o pensamientos. Sin embargo, podemos imaginar con
cierta seguridad
cuál fue su condición al comprobar que todas las
culturas ágrafas que conocemos tienen una
consideración parecida hacia sus senectos. Su longevidad
es motivo de orgullo para el clan, por cuanto eran los
depositarios del saber, la memoria que
los contactaba con los antepasados. Muchos de ellos se
constituían en verdaderos intermediarios entre el presente
y el más allá. No es de extrañar que los
brujos y chamanes fuesen hombres mayores. Ejercían
también labores de sanación, de jueces y de
educadores. En aquellas sociedades, y
ajeno a su edad, no era infrecuente que denominaren "ancianos" a
quienes ejercían labores importantes. Aunque tampoco es
raro que tuvieran un mismo vocablo para joven y bello, para viejo
y feo.

En otras palabras la vejez
representaba la sabiduría, el archivo
histórico de la comunidad.

En las sociedades antiguas, alcanzar edades avanzadas
significaba un privilegio, una hazaña que no podía
lograrse sin la ayuda de los dioses, por tanto, la longevidad
equivalía a una recompensa divina dispensada a los
justos.

Los viejos en el mundo
griego

La Grecia antigua
realizó el vínculo entre las civilizaciones de la
ancestral Asia y la
Europa
salvaje. Cuna de la civilización occidental, nos dio en
herencia
nuestra concepción del mundo. Las inquietudes
básicas y los esbozos de sus soluciones las
encontramos en las variadas expresiones culturales de esas
ciudades-estados, las polis. Alcanzaron un nivel de
civilización increíble, al menos del siglo VII
antes de Jesucristo en adelante, donde se comienza a correr el
velo y se inicia su gran historia. Y a pesar de no
haber logrado una comunidad de nación,
sólo la dispersión de Polis, tuvieron en
común la lengua. El
espíritu de la polis y la lengua compartida
hicieron el milagro de la civilización griega. Como dice
Emilio Lledó: "El hablar que fundará la vida
'racional' habría de convertirse en sustento de la Polis,
de la 'Política', del primer proyecto
importante de compensar inicialmente, con el lenguaje,
el egoísmo del individuo, la
excluyente anatomía del linaje o
la tribu"(7).

Desde que el lenguaje se
hizo escrito comprobamos el hermoso poder de la
misma en la narrativa de Homero.
Allí se puede advertir el horizonte cultural de la
excelencia (areté), una exaltación al
heroísmo y a la plenitud. Su héroes son semidioses,
superlativos (aristos).

El giro del mito al logos,
la percepción naturalista, su sentido de
perfección emplazan al viejo a una situación
desmedrada. Tampoco los dioses olímpicos amaron a los
ancianos. Para esos griegos adoradores de la belleza, la vejez,
con su deterioro inevitable, no podía menos que significar
una ofensa al espíritu, motivo de mofa en sus
comedias.

Las numerosas leyes atenienses
que insisten en el respeto a los
padres ancianos nos hacen suponer que no eran muy acatadas. La
vejez fue considerada en sí misma una tara. Platón
relaciona la vejez feliz a la virtud, cuando dicen en La
República "Pero aquel que nada tiene que reprocharse
abriga siempre una dulce esperanza, bienhechora, nodriza de la
vejez"
. Cita el poema de Píndaro, del hombre de vida
piadosa y justa(8).

"Dulce acariciándole el corazón
como nodriza de la vejez,
la esperanza le acompaña,
la esperanza que rige, soberana,
la mente insegura de los mortales"

La historia de las instituciones
parece mostrar que a partir del siglo VIII A.C. la autoridad
paterna fue declinando, favoreciendo la independencia
jurídica de los hijos.

Si nos detenemos en la literatura
griega, la posición de los ancianos debemos
considerarla como muy desmedrada. Minois resume así:
"Vejez maldita y patética de las tragedias, vejez
ridícula y repulsiva de las comedias; vejez contradictoria
y ambigua de los filósofos. Estos últimos han
reflexionado con frecuencia sobre el misterio del
envejecimiento"(6)
.

El reverso lo constituye el hecho que es en Grecia donde
por primera vez se crean instituciones de caridad preocupadas del
cuidado de los ancianos necesitados. Vitruvio relata sobre
"la casa de Creso, destinada por los sardianos a los
habitantes de la ciudad que, por su edad avanzada, han adquirido
el privilegio de vivir en paz en una comunidad de ancianos a los
que llaman Gerusía"(9)
.

La excepción, en muchos sentidos, fue Esparta
-cuyo nombre significa "la esparcida" por ser el resultado de la
unión, a la fuerza
realizada por los dorios, de cinco poblados- , la cual nunca fue
amurallada, pues su geografía, rodeada de
montañas casi impenetrables, lo permitió. Licurgo,
personaje entre mítico y real -no existen pruebas de su
existencia-, formuló sus famosas leyes (algunos sostienen
que nunca fueron escritas), tremendamente severas, que
exigían gran disciplina y
sacrificios. Se puede resumir que los espartanos despreciaban lo
cómodo y lo agradable. El régimen espartano
tenía un senado (Gerusía) compuesto por
veintiocho miembros, todos de más de sesenta años.
Cuando alguno moría, los candidatos a sucederlo desfilaban
en fila india por la
sala. El que recibía más aplausos quedaba
elegido(10).

Atenas fue diferente; los ancianos fueron perdiendo
poder desde la época arcaica. En tiempos de Homero, el
consejo de los ancianos sólo era un órgano
consultivo. Las decisiones las tomaban los jóvenes. En el
período de Solón, eupatrida o bien nacido
(patricio), era quien tenía el monopolio del
mando. Dicho poder se concentraba en el Areópago,
institución aristocrática de personajes inamovibles
e irresponsables. Todos ellos ancianos arcontes. Tenían
amplios poderes parecidos a los de la Gerusía
espartana.

La llegada al poder de los demócratas
significó la ruina del Areópago, que perdió
sus facultades políticas
y judiciales, quedándole sólo las
honoríficas. Los ancianos no volvieron a tener un papel
importante. Atenas, en general, permaneció fiel a la
juventud.

Durante el período helenístico los viejos
robustos y ambiciosos tuvieron más oportunidades que en la
Grecia clásica. Fue una sociedad
más abierta y cosmopolita, menos prejuiciosa respecto a la
raza o la edad.

El mundo hebreo: del patriarca al
anciano caduco

La otra gran fuente cultural de nuestra
civilización occidental proviene de la tradición
hebreo-cristiana.

Sin lugar a dudas, el mejor hontanar para descubrir la
historia de este pueblo semita la encontramos en las cuarenta y
cinco obras del Antiguo Testamento, que abarcan un lapso de
aproximadamente un milenio de acontecimientos. El relato de sus
avatares desde el siglo IX al I A.C. nos permite comprender sus
luchas y fatigas para mantenerse como un pueblo teo y
etnocéntrico; vivir la dura realidad de sentirse el pueblo
elegido de Dios.

Al igual que otros pueblos o tribus, en sus
épocas más pretéritas, los ancianos ocuparon
un lugar privilegiado. Los hebreos no fueron la excepción.
En su período de nomadismo cumplieron una función
importante en la conducción de su pueblo (Ex 3:16). Se
describe que Moisés tomaba las decisiones sólo con
la consulta directa de Dios quien le dice: "Ve, reúne
a los ancianos de Israel y
diles"
. Del mismo modo, Yahvé le ordena "Vete
delante del pueblo y lleva contigo a ancianos de Israel"
(Ex
17: 5).

En el Libro de los
Números encontramos la descripción de la creación del
Consejo de Ancianos como una iniciativa Divina: "Entonces
dijo Yahvé a Moisés: Elígeme a setenta
varones de los que tú sabes que son ancianos del pueblo y
de sus principales, y tráelos a la puerta del
tabernáculo… para que te ayuden a llevar la carga y no
la lleves tú solo"
(Nm 11:16 y 17).

Los ancianos están, entonces, investidos de una
misión
sagrada, portadores de un espíritu divino. En cada ciudad
el Consejo de Ancianos es todopoderoso y sus poderes religiosos y
judiciales son incontrarrestables.

En el período de los jueces se mantiene la
autoridad de los ancianos. Pero, al institucionalizarse el poder
político de la monarquía, el Consejo de Ancianos
igualmente institucionaliza su papel de consejeros. Conservan un
ascendiente determinante.

Sólo después del año 935 A.C.
comienza la discrepancia con el Consejo de Ancianos. Durante el
período de los reyes los soberanos respetaban
escrupulosamente las atribuciones de los ancianos y hay
múltiples referencias de la armonía entre el
soberano y el Consejo. (Is 15:20; Is 30:26; 2Sam 3:17; 2Sam 5: 3,
etc.)

Sin embargo, a la muerte de
Salomón, tras cuarenta años de reinado, lo
sucedió su hijo Roboam, el cual mantiene una actitud
diferente a su antecesor y desecha la opinión de los
ancianos, como se lee en el Libro Primero de Reyes (IRey 12:6-8).
La imagen de los
viejos comienza a deteriorarse. El temor a la vejez ya lo podemos
comprobar al leer el Salmo 71: "No me rechaces al tiempo de la
vejez; cuando me faltan las fuerzas, no me
abandones"
.

El exilio es una de las experiencias más
traumáticas y el pueblo Israelita ha sabido bien de ellas.
Nunca deja de ser un hito histórico cuando un hecho
semejante ocurre y su huella es indeleble. La derrota militar el
año 586 A.C. y la conquista de Jerusalén por los
babilonios significó el término de 600 años
de reinado davídico. Nunca más, excepto los 80
años de gobierno asmoneo
(120-60 A.C.), los judíos
conocieron una independencia
política hasta nuestros días
(1948)(11).

La derrota significó la revitalización de
la religión.
Estos vencidos llevaron al exilio su ley religiosa,
sus códigos morales, costumbres, rituales de
purificación y oración. Ellos atribuyeron sus
desgracias a la infidelidad a las leyes mosaicas y sus
infortunios debidos a la mano punitiva de Yahvé, para
corregir a su pueblo. El exilio contribuyó a mejorar la
posición del anciano al cual se representaba como una
imagen de fidelidad divina. Lograron casi el prestigio de los
tiempos patriarcales, o incluso, de la monarquía. Pero ya
se comprueba que el vocablo "Zenequim" no sólo
alude a los ancianos, sino también a varones maduros que
intervienen en la vida pública. Esta misma noción
se mantiene en la
organización de la sinagoga, presidida por un colegio
de ancianos que forman también parte del
"Sanedrín", compuesto por 71 miembros
representantes de la aristocracia laica (ancianos),
intérpretes de la ley (escribas) y de las grandes familias
sacerdotales.

El genio militar del rey persa Ciro terminó con
47 años de dominio
babilónico (586-539 A.C.). Luego de la derrota de los
babilónicos en la batalla de Opis, Ciro ordenó el
retorno a Israel de todos los judíos de Mesopotamia.
Y, lo más sorprendente, insistió en la
reconstrucción del Templo, para lo que prometió
fondos y acordó devolver los objetos de culto de oro y plata
saqueados por los soldados de Nabucodonosor. Un número
escaso de judíos retornó a su tierra;
después de tantos años la mayoría se
había acomodado en esas tierras extrañas. Los que
volvieron bajo las órdenes de Zorobabel, nieto de
Joaquín, el rey cautivo, tuvieron muchos
desengaños.

Después del siglo V los ancianos van perdiendo
influencia política. Qohelet (290-280 A.C.) lo testimonia:
"más vale mozo pobre y sabio que rey viejo y necio,
que no sabe ya consultar"
.

Se puede concluir que el anciano en el mundo hebreo
ocupó un lugar relativamente importante basado en la
dignidad que
se le otorgaba en la Torá.

El mundo romano: auge y
decadencia

Otra fuente importantísima de nuestra
civilización occidental proviene de la cultura
romana. Resulta pretencioso resumir en breves líneas ese
mundo heterogéneo de larga duración
histórica e intentar comprender el puesto que fue ocupado
en ese ámbito por los ancianos. Pretendemos, eso
sí, entregar un bosquejo que permita delinear los rasgos
principales sobre la inserción social de este grupo
etario.

El imperio romano en
su esplendor significó un acontecimiento primigenio en la
historia. Su extensa diversidad no ha tenido comparación
hasta los Estados Unidos
actuales. Lo define su cosmopolitarismo. Para lograr aquella
proeza se necesitaban ciertas características del
espíritu y actitud de los romanos. Su tolerancia, su
ductilidad, su sentido práctico los hizo responder a las
circunstancias, de tal manera que sin proponérselo,
construyeron un imperio. Su mismo espíritu práctico
derivó en realizar excelentes rutas que facilitaban
la
comunicación y establecieron leyes que hasta hoy son
motivo de inspiración. Al anciano se le dedicó
mucha atención y se plantearon los problemas de
la vejez desde casi todos los aspectos: políticos,
sociales, psicológicos, demográficos y
médicos.

El notable nivel alcanzado por el Derecho
contribuyó a preocuparse por la duración de la vida
humana. La Tabla de Ulpiano tenía por objeto
evaluar la importancia de las rentas vitalicias asignadas por
legados
según la edad del beneficiario. De esta tabla, basada en
observaciones empíricas, podemos hacernos una idea
verosímil de la esperanza de vida de los romanos para cada
edad. Domicio Ulpiano (170 – 228 D.C.) elaboró una regla
para el cálculo de
las pensiones alimentarias. De estos cálculos, de las
inscripciones funerarias y de otras fuentes se
puede sostener con bastante seguridad que el peso
demográfico de los ancianos era mayor que en el mundo
griego. Asimismo, se establece que existía un mayor
número de ancianos varones que de ancianas,
situación inversa a la actual. La causa, con toda
seguridad, se debía a las muertes maternas post parto. Casi
duplicaban los viudos sobre los sesenta años de edad. Las
consecuencias de este perfil demográfico se
manifestó en matrimonios frecuentes de viejos con
muchachitas. Se explica también la explotación de
la literatura de
estas parejas disparejas y la poca figuración de los
personajes femeninos.

El mundo romano evidenció un envejecimiento a
partir del siglo II, en particular en Italia. El
Derecho Romano
tipificaba la figura jurídica del "pater familia" que
concedía a los ancianos un poder tal que
catalogaríamos de tiránico. La familia
tenía un carácter extendido, pues los lazos
jurídicos eran más que los naturales. La patria
potestad regía no sólo a causa del nacimiento
del mismo padre, sino incluso por adopción o
matrimonio. El
parentesco se originaba y transmitía por vía
masculina. El "pater familia" concentraba todo el poder
y no daba cuentas de su
proceder. Era vitalicio y su autoridad ilimitada, podía
incluso disponer de la vida de un integrante de su
familia.

Esta autoridad desorbitada del "pater familia"
produjo consecuencias predecibles durante la República. Un
sistema semejante
va aumentando su dominio a medida que pasan los años, al
igual que incrementa el número de componentes de la
comunidad familiar. La concentración del poder establece
una relación intergeneracional tan asimétrica que
genera conflictos y
concluye en verdadero odio a los viejos. La "mater
familia"
jugaba un papel secundario pero, en general, gozaba
de la simpatía y connivencia de la prole. Logra así
una influencia en el tirano doméstico. La mujer vieja
sola fue brutalmente desdeñada.

La época de oro para los ancianos fue la
República. A partir del siglo I antes de nuestra era, se
produce un período inestable y los valores
tradicionales cambian. Augusto, el sobrino y heredero de
César, tras cruenta lucha por el poder, inaugura un nuevo
período, floreciente para las artes y la economía, aunque
también, comienza la declinación del poder del
Senado y los ancianos, el cual se mantuvo menguado durante todo
el Imperio. Muchos viejos, a título personal,
obtuvieron cargos importantes, pero no ocurría como
durante la República, donde se confiaba en los hombres
mayores para dirigir los destinos políticos.

Al perder el poder familiar y político y luego de
haber concentrado la riqueza, la autoridad y la impopularidad,
los ancianos cayeron en el desprecio y sufrieron los rigores de
la vejez.

Sin embargo, los romanos habían construido un
mundo desprejuiciado y tolerante, donde se luchaba por el poder,
pero no se segregaba por raza, religión o ideología. Se admiraba lo admirable y
mantuvieron la dignidad de los ancianos; criticaron a los
individuos, no así a un período de la
vida.

El Cristianismo
naciente vivía sus dificultades por sobrevivir en un
ambiente
difícil y urgidos por evangelizar. Los ancianos no fueron
tópico de interés
para los escritores de la Iglesia
bisoña que fácilmente adoptó el
espíritu griego que, como hemos visto, pretendía la
excelencia, la virtud, la perfección y la belleza. Estos
son los atributos más próximos a la juventud.
Más aún: en los primeros tiempos se estimulaba a
los jóvenes -deseosos del encuentro de lo nuevo, de lo
diferente o simplemente de sentido de vida, que se
convertían al cristianismo- a desobedecer y abandonar a
sus padres. También se adopta la imagen del anciano como
símbolo de pecado. En general, los primeros autores
cristianos fueron duros con los viejos. La gran excepción
fue San Gregorio Magno. Las reglas monásticas tampoco les
concedieron privilegios, pues concebían la idea que la
vejez verdadera era la sabiduría. Se continuó la
tradición en la Iglesia naciente con la institución
de los "presbyteros", que mediante la imposición
de las manos colaboran con los apóstoles en la
evangelización y eran responsables de la vida eclesial de
la comunidad. La iglesia desde sus inicios se preocupaba de los
desheredados y pobres, entre los cuales, los ancianos abundaban.
A partir del siglo III los hospitales cristianos empezaron a
ocuparse de ellos.

Edad Media: tiempo de
contrastes

Desde el siglo IV el cristianismo se va fortaleciendo al
interior del Imperio Romano. Al mismo tiempo, la amenaza de los
bárbaros se torna más real hacia un Imperio
martirizado por guerras
civiles o emperadores endurecidos. A partir de Constantino, la
mayor parte de los emperadores se confiesan cristianos. Teodosio
impuso la religión cristiana, pero en la vida cotidiana no
se olvidan fácilmente el culto y las maneras paganas, en
particular, en las zonas rurales.

Después de la caída de Occidente y el
asentamiento de los bárbaros, los cristianos son borrados
de los despojos del Imperio Romano. Sin embargo, los nuevos
residentes adoptan rápidamente la fe católica,
aunque conservan costumbres bárbaras.

La denominada "Edad Oscura" o "Alta Edad Media",
del siglo V al X, es la época de la brutalidad y del
predominio de la fuerza. En semejante ámbito cultural, no
es difícil imaginar el destino de los débiles,
lugar que les corresponde a los viejos. Para la Iglesia no
constituyen un grupo específico, sino están en el
conjunto de los desvalidos. Serán acogidos temporalmente
en los hospitales y monasterios, para luego reencontrarse con la
persistente realidad de sus miserias. Por fortuna, los cristianos
no continuaron con la institución del "pater
familia"
. Los misioneros clamaban a la conversión y
su audiencia -mayoritariamente de jóvenes y de mujeres-
debía luchar contra lo establecido o sumergirse en la
"clandestinidad".

Su nueva convicción les hacía revelarse
frente a los incrédulos, donde frecuentemente estaban sus
viejos padres. El respeto a la obediencia de sus progenitores se
impuso cuando la sociedad europea estuvo cristianizada en su
mayoría. Hoy casi no podemos imaginar que desde el siglo
VI la Iglesia será la principal, casi la única,
institución de unión de una adolescente Europa
Occidental, emergente de los escombros del Imperio. Época
de contrastes y confusión, de yuxtaposición de
costumbres bárbaras y romanas. Primó la ley del
más fuerte, por tanto, los ancianos estaban
desfavorecidos. Sin embargo, ese ambiente supersticioso,
morigeró la rudeza y los débiles, a pesar de todo,
no la pasaron peor que en otros períodos desfavorables.
Ellos estaban sujetos a la solidaridad
familiar para la subsistencia.

La Iglesia no tuvo una consideración especial por
los viejos. Ejemplo de ello lo podemos colegir al estudiar las
reglas monásticas. La más influyente, la de San
Benito, considera el trato hacia los ancianos equivalente al de
los niños.
La "Regla del Maestro", conjunto de reglas
monásticas del siglo IX, desplaza a los ancianos a labores
de portero o pequeños trabajos
manuales(12).

Los pobres, en todos los tiempos, sufren sin distingo de
edades. Para los ricos nace en el siglo VI otra
alternativa.

Entre los ancianos acomodados surge la
preocupación de un retiro tranquilo y seguro. La
inquietud creada por la Iglesia, de la salvación eterna,
el temor al Dies irae, el naciente individualismo y, por
consiguiente, este asunto personal con Dios, les permite pensar
que la tranquilidad eterna se gana. Y, en esa lógica,
buena solución es cobijarse en un monasterio. Así,
también se evita el bochorno de la decadencia. Este retiro
voluntario de preparación para la vida eterna podemos
ahora visualizarlo como un proto asilo de ancianos. En los
primeros tiempos, sólo fue para unos pocos privilegiados,
pero en el siglo VII y, sobre todo, en la época
carolingia, esta costumbre llega a ser reglamentada en los
monasterios que con este sistema obtienen un buen beneficio
económico.

Tal como establece Georges Duby, el cristianismo
traspasó todos los ámbitos en el medioevo, se
vivió desde la religión. El cristianismo es una
religión de la Historia, y se escribió historia,
especialmente en los monasterios(13). Debido a ello se
sabe mucho, por ejemplo, de los siglos XI y XIII europeos. La
sociedad era gregaria y la solidaridad entre los pobres -casi
todos- hacía posible una existencia torva. Alrededor del
año 1000, la Iglesia impuso a la población rural y luego a la aristocracia,
la monogamia y la exogamia (no casarse con una prima), lo cual se
tradujo en una familia estable y, por ende, más protectora
de los ancianos.

Los siglos XI al XIII tuvieron un florecimiento
económico y estabilidad social. Nunca Europa estuvo
más unida. A partir del siglo XIII, debido al desarrollo
material, se fortalecieron los Estados y se multiplicaron las
guerras. Los ancianos tuvieron una nueva oportunidad en el mundo
de los negocios. Su
actividad dependía sólo de su capacidad física, no siendo, en
general, segregados por su condición etaria.

La catástrofe provino de Génova en 1348.
La peste negra mató a un tercio de la población de
Europa en tres años. Semejante hecatombe originó
consecuencias de todo orden: políticas, económicas,
demográficas, culturales. Las epidemias se sucedieron
intermitentemente durante un siglo, manteniendo un nivel de
inestabilidad social de todo tipo. Contraste violento entre la
crueldad y una religiosidad rígida y fanática. La
hoguera "depuradora" se extiende abrasadora.

Las pulgas, portadoras de la Yersinia pestis,
fueron caritativas con los viejos. La peste mató
preferentemente a niños y jóvenes. Más
tarde, en el siglo XV, sucedió lo mismo con la viruela.
Dicho de otra manera, se produjo un fuerte incremento de ancianos
entre 1350 y 1450. La desintegración parcial de la familia
provocada por la peste se tradujo en un reagrupamiento -familias
extendidas- lo cual permitió la supervivencia de los
desposeídos. Los ancianos, en ocasiones, se convirtieron
en patriarcas. Su mantenimiento
les quedó frecuentemente asegurado. La vinculación
entre las generaciones se vio facilitada. Aunque de nuevo,
durante el siglo XV, se presentó el problema de las
escasez de
mujeres casaderas y la gran diferencia de edad entre
cónyuges y las respectivas secuelas sociales de
aquello.

En resumen, la peste favoreció a los viejos que
ganaron posición social, política y
económica.

El Renacimiento o el
combate contra los viejos

La sofocante presencia de la religión durante la
Edad Media hace crisis.
Durante el siglo XV las gentes se fueron entusiasmando con el
descubrimiento de las bellezas escondidas del mundo romano que
yacía sepultado. El hallazgo de cualquier manuscrito
excitaba la imaginación y la admiración. Los
humanistas ocuparon un lugar de respeto. El ataque de los turcos
sobre Europa favoreció el estudio de filósofos y
autores pretéritos. Europa occidental fue bastante
indiferente de la suerte de los bizantinos. Les atraían
los griegos antiguos, cultivadores de la belleza, juventud y
perfección. Se renovaba el horizonte cultural.

Minois nos dice que todos los poetas del siglo XVI
entonaban este estribillo(6).

"Si has de creer lo que te digo, amada
En tanto que tu edad abre sus flores
En la más verde y fresca novedad,
Toma las rosas de tu
juventud,
Pues la vejez, lo mismo que a esta flor,
Hará que se marchite su belleza".

Este naciente espíritu individualista que
florecía, tras siglos de encierro en pequeñas
ciudades amuralladas y pestilentes, ahogados de miedos,
violencias y misereres, rechazaron sin disimulo la vejez.
Asimismo, todo aquello que representaba fealdad, decrepitud y
decadencia. Fueron, quizás, los tiempos más
agresivos contra los ancianos. Pero, más encono aun,
contra las ancianas. Refleja este sentir el más grande
humanista de le época, Erasmo, que en su Elogio a la
locura nos dice: "Pero lo que verdaderamente resulta
más divertido es ver a ciertas viejas, tan
decrépitas y enfermizas como si se hubieran escapado de
los infiernos, gritar a todas las horas "viva la vida", estar
todavía "en celo", como dicen los griegos, seducir a
precio de oro
a un nuevo Faón; arreglar constantemente su rostro con
afeites; plantarse durante horas frente a un espejo; depilarse
las partes pudibundas; enseñar con complacencia sus senos
blandos y marchitos; estimular con temblorosa voz el amor
lánguido, banquetear, mezclarse en la danza de los
jóvenes, escribir palabras tiernas y enviar regalitos a
sus enamorados"(14)
.

El arquetipo humano del Renacimiento lo personificaron
los cortesanos y los humanistas. Ambos rechazaron a los viejos,
pues representaban todo aquello que quisieron
suprimir.

La menor violencia
durante el siglo XVI permite a los varones llegar a edades
más avanzadas. En los medios
aristocráticos acontece lo mismo con las mujeres,
rompiendo con lo que había sido la tradición: de
seguro a consecuencia de una mejor higiene en la
atención de los partos en ese medio social. Es probable
que la actitud de cortesanos y humanistas respecto a la vejez era
sólo una postura literaria, pues en la realidad cotidiana,
la relación era más benevolente.

El mundo moderno: el viejo frente a
la burocracia

El pensamiento
liberal y sus consecuencias políticas revolucionarias que
derivan en la formación de repúblicas,
significó no solamente un cambio de
poder, sino también la aparición de un contingente
nuevo de ciudadanos: los burócratas. Hay que recordar que
este término proviene del francés, "bureau", que
significa oficina, de lo
cual se desprende que aparece en la escena social un estamento de
funcionarios que constituyen un verdadero conglomerado y que
algunos han denominado el sector terciario, a diferencia del
primario, de los campesinos y artesanos, y los secundarios,
referidos a los obreros surgidos de la revolución
industrial.

Antes de las revoluciones liberales el poder se asentaba
en los reyes y sus familiares, como también, en el
círculo próximo de la nobleza. El Estado se
identificaba con personas concretas. En cambio, el Estado moderno
es impersonal, reglamentado y el poder se hace representativo,
delegación del pueblo. Se entiende que, en este sistema,
surja la progresiva despersonalización y el creciente
predominio de los funcionarios de la nueva organización.

En la actualidad, un hito muy significativo en la
biografía
de todo ciudadano laborante, dentro de la estructura
económica del Estado, es la jubilación. Palabra
tomada del latín jubilare que significaba "lanzar
gritos de júbilo"(15), significado que para la
mayoría de nuestros contemporáneos sonaría a
sarcasmo.

En su origen nació como una recompensa a los
trabajadores de más de cincuenta años. Según
Simone de Beauvoir ésta era la recomendación que
hacía Tom Paine en 1796(16). Ya se conocen
pensiones en los Países Bajos a los funcionarios
públicos en 1844. En Francia los
primeros en obtenerlos fueron los militares y funcionarios
públicos; luego los mineros y otras labores consideradas
peligrosas.

Desde un punto de vista económico, se pasa de
una(17) gratificación benevolente a un derecho
adquirido para dar un estipendio unos pocos años
después de cierta edad, en la cual,
probabilísticamente, hay una declinación de
rendimiento. Así se crean los sistemas de
seguros
sociales y todo un modo de estudio de probabilidades de
sobrevida. Con el aumento de las expectativas de vida, se
mantiene el procedimiento,
aunque postergando la edad de jubilación, en el bien
entendido que si el viejo ya no es productor, a lo menos, es
posible mantenerlo en un cierto nivel de consumidor.

El mundo contemporáneo:
violento y en búsqueda

Pretender efectuar una síntesis,
sacar conclusiones más o menos abarcativas de lo que ha
sido nuestro siglo veinte, resulta imposible, hasta ingenuo. Como
muchas empresas humanas,
que por imposibles son de todas maneras impulsadas por el fuego
de Prometeo. Aunque, por desgracia, en muchas ocasiones, resultan
más bien obras de su hermano Epimeteo. Y numerosos
intentos se han realizado para lograr entender nuestra
circunstancia.

Por de pronto, no podríamos atenernos a la
cronología del calendario. En respeto a la absoluta
necesidad de parquedad diremos que en nuestro siglo conviven
múltiples tradiciones que, en otras palabras, se expresan
en una gran complejidad. Coexisten no sólo los hechos
propios de los acontecimientos cotidianos sino que -mediante los
crecientes y múltiples medios de
comunicación- se dialoga con todas las épocas
desde que nacieron los tiempos históricos. A la diversidad
de tradiciones regionales, se podría decir, que en el
mundo occidental fluía una corriente cultural proveniente
desde la
Ilustración que creía en una idea de progreso
lineal y la historia de los seres humanos caminaría hacia
la realización de un hombre ideal (europeo). Tal
concepción significa considerar la historia como un
proceso
unitario y de acuerdo con Vattino, la modernidad
"deja de existir cuando -por múltiples razones-
desaparece la posibilidad de seguir hablando de la historia como
una entidad unitaria"(18)
. No existe un centro en torno al cual se
ordenarían los hechos. Sólo horizontes culturales
desde donde nuestra mirada contempla y se nos presenta la comarca
de su momento histórico. Se estaría en una
experiencia de "fin de la historia", en la crisis de lo
más específico de la modernidad: su concepto de
historia, de progreso y de superación(19). Y esta
nueva concepción es lo que, bien o mal, muchos han
denominado la posmodernidad.

Tres características relevantes se manifiestan
hoy día: por una lado, la ya referida complejidad que hace
inevitable el pluralismo. El abigarramiento en grandes
megapolis en las cuales nunca antes cohabitaron tantas
generaciones simultáneamente (subproducto del aumento de
la esperanza de vida). Ni tampoco, nunca antes, habían
morado tan cercanamente, seres de las más diversas
estirpes, costumbres y creencias. De tal modo que ya no se
comparten los mismos horizontes y el encuentro entre
extraños culturales se hace usual. Por otra parte, la
secularización producida desde la creación de los
Estados modernos, que ha contribuido a una concepción
más autonómica de las personas. Y finalmente, el
advenimiento de la tecnociencia,
cuya preponderancia nos ha conducido a su veneración y
también a su temor. Su poder ha sido tan avasallador que
ha modificado todos los ámbitos de la vida humana. Incluso
la relación con la naturaleza
misma.

Para el propósito de este trabajo lo
más preeminente ha sido esta cultura
tecnocientífica, la que más ha influido en la vida
de los viejos.

Las nuevas condiciones de vida creadas por la
tecnociencia no sólo ha envejecido a los pueblos, sino que
ahora el grupo etario de mayor velocidad de
crecimiento entre las sociedades democráticas
neotecnológicas lo constituye la población sobre
los 85 años(20). Además, la
prolongación del lapso pos jubilación conlleva un
empobrecimiento progresivo, agravado por la mayor necesidad de
asistencia médica. Al mismo tiempo, el porcentaje de
menores de 15 años disminuye. Los niveles de fecundidad
continúan en descenso. La más amplia
proporción de viudas está en directa
relación a la mayor expectativa de vida de las mujeres, lo
cual no representa del todo una ventaja. En Chile la encuesta CASEN
(caracterización socioeconómica 1996) nos informa
que la población más añosa es la más
menesterosa y que el analfabetismo
es más elevado entre los adultos mayores (15.8%) que en la
población general (4.9%). El 43% de los adultos mayores
viven sin pareja. Las viudas que, como decíamos, son la
mayoría, terminan siendo varias veces castigadas: durante
su vida tuvieron un menor nivel educacional y han sido
remuneradas a más bajo nivel que los hombres; cuando
logran un mejor nivel cumplen labores diversificadas (dentro y
fuera del hogar); un menor número obtiene
jubilación y , por último, su sobrevida mayor, las
condena a una pobreza soportada
por más años.

Otro impacto digno de mencionar se refiere a la llamada
liberación femenina y al cambio de la consideración
del cuerpo y de la sexualidad.
Mucho papel se ha utilizado sobre el tema. La tecnociencia,
asimismo, ha desempeñado una gran función. Karl Popper
sostiene que la primera liberación femenina se produjo en
1913 con la invención del hornillo a gas(21) y,
después, con toda la tecnología al
servicio del
hogar que permitió a las mujeres gozar de tiempo libre,
que muchas dedicaron al estudio y al trabajo fuera de su morada y
a optar por labores mejor remuneradas. Pero, además, salir
de los límites
-demasiado estrechos y fatigantes de su vivienda- para contactar
horizontes más amplios.

La segunda etapa importante de liberación
sucedió con el hallazgo de las drogas
anticonceptivas que separó, conscientemente, la
procreación de la sexualidad e hizo más evidente lo
que es la sexualidad de los seres humanos. Finalmente, se
llegó a una familia reducida, a una sexualidad sin
procreación, por algunos llamada recreativa, a la
convivencia en pareja, a una adolescencia
prolongada. Se produce una centrifugación familiar,
archipiélagos familiares. Evidente que esta
modificación de la familia trae también
consecuencias en la arquitectura, en
las relaciones interfamiliares y vecinales en la
concepción misma de la vida.

Después de la segunda guerra
mundial se descubre el enorme mercado de los
teenagers y progresivamente se llega al mercado de los
bebés. Hay un corrimiento hacia las edades menores. De
acuerdo, por lo demás, al deseo y admiración del
vigor y belleza juveniles. Todo tipo de artimañas,
artefactos y hábitos para lucir jóvenes. El culto a
la moda se acelera y
fortalece(22). Lo efímero y desechable favorece
al mercado. La economía centralizada y la idea misma de la
unicidad de la marcha de la historia derriba al imperio
soviético. Surge con fuerza la lucha entre
capitalismos(23).

"Vivir en este mundo múltiple significa hacer
experiencia de la libertad
entendida como oscilación continua entre pertenencia y
desasimiento"(18, p.19)
. En tales términos,
qué duda cabe que este siglo violento y en búsqueda
permanente no es un ámbito favorable a los ancianos. El
diseño
de las ciudades actuales de espacios habitables reducidos,
familias nucleares de nexos flojos, dejan en desamparo a los
viejos que viven en soledad. En los países de la Comunidad
Europea los provectos que viven solos superan el 30% y esta
realidad va en aumento(24).

Conocer esta historia quizás nos sirva de
lección para vivir el presente en clave de responsabilidad.

Referencias

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biológico. Ética y ancianidad 1995; 9:
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anormal y la antropología de la convivencia
.
Valdivia: Imprenta
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moral y
acción
comunicativa. Barcelona: Península; 1996.

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discurso.
Barcelona: Paidós; 1995.

5. Apel K O. Fundamentos de semiótica: sentido lingüístico
e intencionalidad. La compatibilidad del giro
lingüístico y el giro pragmático de la
teoría del significado dentro del marco de la
semiótica trascendental. En: Dussel E. Debate en torno
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6. Debray R. El Estado seductor. Buenos Aires:
Manantial; 1995.

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Antigüedad al Renacimiento
. Madrid: Nevea;
1987.

8. Lledó E. El mundo homérico. En: Camps
V. (ed). Historia de la Ética. Vol.1. Barcelona:
Crítica; 1988. p. 21.

9. Platón.
La República. Santiago de Chile: Delfín;
1974.

10. Montanelli I. Historia de los griegos.
Barcelona: Plaza & Janes; 1995.

11. Idinopulos TA. Jerusalén: Judíos,
Cristianos, Musulmanes
. Santiago de Chile: Andrés
Bello; 1994.

12. Gafo J. La Iglesia Católica y la
tradición cristiana ante al ancianidad. En:
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Pontificia Comillas; 1995. p.110.

13. Duby G. Año 1000, año 2000: la
huella de nuestros miedos
. Santiago de Chile: Andrés
Bello; 1995.

14. Erasmo. Elogio a la locura. Barcelona:
Ediciones 29; 1993.

15. Coramina J. Breve diccionario
etimológico de la lengua castellana
. Madrid: Gredos;
1980.

16. Beauvoir S. La vieillesse. Paris:
Gallimard; 1970.

17. Gracia, D. Historia de la vejez. En: Gafo J. (ed).
Ética y ancianidad. Madrid: Universidad
Pontificia Comillas; 1995. p.15-25.

18. Vattimo G. En torno a la posmodernidad.
Barcelona: Antropos; 1994.

19. Vattimo G. El fin de la modernidad: nihilismo y
hermenéutica en la cultura posmoderna
.
Barcelona: Gedisa; 1990.

20. Jecker NS. Envejecimiento social. La labor
hospitalaria
1997; 245 (3): 236-238.

21. Popper K. La responsabilidad de vivir: escritos
sobre política, historia y conocimiento
. Barcelona:
Paidós; 1995.

22. Lipovetsky G. El imperio de lo efímero:
la moda y su destino en las sociedades modernas
. Barcelona:
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23. Albert M. Capitalisme contre capitalisme.
Paris: Seuil; 1991.

24. Plá integral de la gent gran. Generalitat de
Catalunya. Departament de Benestar Social. La vejez en la
sociedad actual. Labor Hospitalaria 1997;
245(3):186-189.

Carlos Trejo Maturana
Médico Internista
Jefe Unidad de Gestión
Clínica del Adulto. Hospital Padre Hurtado. Santiago,
Chile.

Partes: 1, 2
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