Los consumidores se preguntan cómo pudo ocurrir
el BSE (encefalopatía espongiforme bovina). Para responder
la pregunta de manera elemental podemos decir que la
agroindustria decidió ignorar siglos de experiencia que
dice que los herbívoros deben ser exactamente eso.
Así es que alimentar herbívoros con productos
derivados de la carne (que consiste en despojos de animales
procesados) puede ser bueno para la agricultura
desde la perspectiva de fondo del negocio de la agroindustria,
pero puede ser una actividad peligrosa. Nadie lo sabía. La
industria
entonces adoptó su postura habitual de que al no existir
evidencia de riesgo, no hay
razón para desaprobar dicha práctica. Pero, como ha
ocurrido demasiado frecuentemente en la agroindustria en los
últimos 50 años, las cuestiones críticas muy
rara vez encuentran respuesta oportunamente y, cuando son
respondidas por investigadores independientes (generalmente del
ámbito académico), estas personas son a veces
ridiculizadas y sus carreras arruinadas, especialmente porque la
industria es un sostenedor principal de la así llamada
investigación independiente en el sistema
universitario.
¿Cómo pudo escaparse tanto de las manos la
BSE? Esta pregunta es más complicada y llega al corazón de
la posición del consumidor
mencionada anteriormente respecto a cómo deben proceder
los gobiernos. La posición del consumidor mantiene que los
gobiernos tienen una exigencia ética de
comportarse con precaución para proteger a los ciudadanos.
En lugar de eso, en el caso de BSE, el gobierno
británico había estructurado una agencia reguladora
en la que existía un tremendo conflicto de
intereses. El Ministerio de Agricultura, Alimentación y
Recursos
Forestales, MAFF, no era sólo el responsable de la
seguridad
alimentaria, sino que también responsable de la promoción tanto de la industria
agrícola como de la forestal. El MAFF no podía, por
tanto, conducirse de manera completamente precautoria con
semejantes condiciones estructurales.
Cuando se llegó a un serio conflicto de intereses
con la aparición de la BSE, la entidad fracasó en
la protección pública porque temía
dañar la industria agrícola, por lo que la BSE no
pudo ser contenida a tiempo como
debería haber sido.
Inevitablemente, el MAFF le falló también
a la industria cuando los consumidores decidieron que el gobierno
estaba mintiendo y le dieron la espalda a un producto
considerado no seguro. No fue un
resultado feliz para nadie, ni una situación que pueda ser
remediada completamente; ella ha empeorado, puesto que la
enfermedad se ha propagado al extranjero.
La BSE es un clásico ejemplo de un gobierno
defraudando la fe pública en cuanto a su primera responsabilidad ética con todos sus
ciudadanos y comprometiendo su deber porque su interés
está focalizado en sólo un segmento de la población, de una sola industria, quienes
son definidos como sus "stakeholders".
Un pequeño grupo, como es
la industria ganadera, tiene mucha más influencia que una
masa amorfa de ciudadanos pobremente organizados. Nadie argumenta
que las necesidades de la industria no deben ser tomadas en
cuenta, o que los gobiernos procedan sin la debida
consideración de las partes. Pero los gobiernos son,
después de todo, gobiernos de toda la ciudadanía, y no pertenecen al sector
industrial que "grita más fuerte". La lamentable
caída de respeto con que
son vistos los políticos en el mundo democrático
hoy en día, independientemente de su orientación
política,
puede ser en parte un indicador de que la gente entiende que
aquellos que tienen la misión de
gobernar en representación nuestra, a menudo hacen lo
contrario, ya sea movidos por la corrupción
o por razones ideológicas o, simplemente, por su ineptitud
para mantener claras las prioridades.
ALIMENTOS
GENETICAMENTE MODIFICADOS
Mientras que la debacle de la BSE fue un ejemplo de un
organismo regulador en conflicto de intereses, que toma malas
decisiones como resultado de ese conflicto, quizás sea el
caso de los alimentos GM el
mejor ejemplo en la última década de que un
interés comercial sobrepasa el interés de los
ciudadanos.
Esta tecnología, creada
principalmente por multinacionales, ha generado innumerables
disputas entre consumidores y promotores, entre agencias de las
Naciones Unidas,
entre los gobiernos -especialmente los EEUU y la Unión
Europea- y entre países desarrollados y en vías
de desarrollo.
Existen muchas cuestiones morales y éticas en
juego respecto
a la tecnología genética,
tales como: ¿La vida puede llegar a ser una propiedad
comercial y puede patentarse? ¿Podemos crear organismos
transgénicos, particularmente aquéllos que
contienen ADN humano y
animal? ¿Quién defiende a la naturaleza?
¿Cómo deberían las naciones asegurarse de
que los procesos de
toma de
decisiones respeten la diversidad cultural, moral y
religiosa en nuestra sociedad
multicultural?.
Todas estas cuestiones, y otras más, son dejadas de lado
mientras los gobiernos se apresuran a asegurarse de no quedar
atrás en la carrera de la ingeniería
genética.
Como siempre, tratándose de una novedad
tecnológica, la innovación se plantea de dos maneras.
Primero, la tecnología se presenta como esencialmente
benigna y, por tanto, libre de ser objeto de un escrutinio
especial. En el caso de los alimentos GM, frecuentemente se
afirmó que la modificación genética no era
sino una aceleración y una versión más
precisa de técnicas
de selección
genética "convencionales" utilizadas por siglos en
agronomía y ganadería.
Pero el fundamento científico de tales afirmaciones es muy
mañoso ya que la humanidad nunca poseyó antes la
habilidad para introducir material genético de una especie
en una especie diferente y es precisamente esto lo que hace que
los OGM sean completamente diferentes a la evolución previa en la producción de alimentos. El hecho de que
las compañías multinacionales hayan buscado
enérgicamente proteger su propiedad
intelectual en términos de innovaciones de OGM,
sugiere que están perfectamente conscientes de que existe
una diferencia significativa ya que, por definición, las
patentes son adjudicadas sólo en tales
circunstancias.
La segunda presentación que la industria hace de
la innovación
tecnológica es bajo el aspecto de la "gran
solución" a uno de los grandes problemas
mundiales, en este caso, la esperanza de resolver el grave
problema del hambre, la desnutrición, y la sustentabilidad
ambiental. Con semejante toque de marketing uno
pensaría que todos los consumidores del mundo
estarían agradecidos, pero no es así. Aquellos de
nosotros, lo suficientemente mayores, podemos recordar la promesa
de la "Revolución
Verde" en la que se usó el mismo lenguaje para
promover el uso de pesticidas y nuevas cepas de semillas, a
menudo patentadas por multinacionales.
Debido a los efectos insostenibles de las monoculturas y
otras dificultades, la "Revolución Verde"
creó tantos problemas como los que resolvió. A
pesar de esa experiencia, algunos actores influyentes en la
escena mundial, además de gobiernos y multinacionales, han
tomado la antorcha de la biotecnología con el mismo tono
mesiánico, como se puede constatar en el informe del PNUD
(Programa de
las Naciones Unidas para el Desarrollo).
A pesar de todo el ruido, el
persistente desinterés por parte de los consumidores por
la biotecnología y su aplicación en los alimentos,
tiene dos raíces. Mucha gente siente que no se les ha dado
alternativas apropiadas y que la tecnología les ha sido
impuesta. En cartas a los
periódicos algunos consumidores expresan que se sienten
usados como conejillos de indias por la industria con la
complicidad de sus gobiernos.
En un mundo dominado por el capitalismo y
los "mercados libres",
se dice que el consumidor es el "rey" y que su derecho a escoger
en el mercado de
oferta es
sagrado. Pero en muchos países la industria se ha
asegurado que los alimentos GM no sean etiquetados o que la
legislación sobre etiquetas sea debilitada. Como
resultado, al consumidor se le niega su derecho a elección
libre. Él quiere ejercer su derecho a elección por
dos razones: una, porque pueden existir dudas acerca de la
seguridad de tales productos y preferiría evitarlos; la
otra se refiere a puntos de vista de ética personal, ya sea
con relación a una preocupación por el
medioambiente o una motivación
religiosa por los GM (por ejemplo, si se usa el gen de un cerdo o
de una vaca en un vegetal, algunos fieles de ciertas religiones querrían
saber más para evitar así consumir semejante
producto).
Cuando los consumidores escuchan la voz de la industria
asegurando que "los consumidores no quieren que se etiqueten
productos GM", inevitablemente aquella fuerte postura de la
industria es sospechosa5.
Después de todo, ¿si los alimentos GM son tan
maravillosos como alega la industria, no debieran etiquetarlos de
buena gana, obteniendo de esta forma una ventaja en la comercialización de sus productos que
porten tal identificación? Cuando la industria y algunos
gobiernos argumentan que los alimentos GM son esencialmente "lo
mismo" pero, al mismo tiempo, se apresuran a patentarlos, lo que
los hace aparecer como algo diferente, los consumidores sienten
que son tomados por tontos.
Un aspecto de gran significado para los defensores de
los consumidores es que el gobierno del mercado más
poderoso del mundo, los EEUU, se alineó con la industria
en este asunto. Si uno prefiere una interpretación más siniestra, dicho
gobierno vio la posición antietiquetado como perjudicial
para los intereses de las compañías transnacionales
en el comercio
mundial.
Los EEUU han mantenido su política
anti-etiquetado a pesar de toda la evidencia derivada de la
investigación sobre la tendencia de los ciudadanos en el
sentido contrariovi. El Gobierno Federal Australiano
también se alineó con su industria, aunque se
encontró impotente para enrolar al menos ingenuo de los
Ministerios de
Salud: la
ley
australiana exigirá un etiquetado razonablemente estricto
tal como el de la Unión Europea y Japón.
¿Por qué es importante un correcto rotulaje de los
alimentos GM? Es respuesta suficiente el derecho de los
ciudadanos a ejercer su poder en el
mercado, y más del 90% de los consumidores -según
encuestas
realizadas por todo el mundo- han indicado claramente a sus
gobiernos que ellos desean contar con etiquetas claras respecto
de los GM (y no seudoetiquetas).
Menos obvio resulta que, a pesar del esfuerzo de los gobiernos
por tranquilizar a los ciudadanos, los consumidores se siguen
sintiendo inseguros con respecto a la seguridad de los GM y al
aumento de los cultivos GM. Su preocupación puede estar
muy bien fundada. En este segundo aspecto los consumidores
están señalando claramente que desean actuar con
precaución, incluso si sus gobiernos han fracasado en
hacerlo.
En las últimas décadas, el etiquetado ha sido muy
eficiente en ayudar a los consumidores a elegir alimentos
más sanos, existiendo muchos que exigen un etiquetado
adecuado para proteger su salud. Por ejemplo, cualquier alimento
GM que contenga una toxina o alérgeno conocido en
cualquiera de sus formas debe proveer una advertencia
nítida en su etiqueta sobre cuáles productos han
sido empleados en la producción de ese alimento en
particular.
Algunas otras prácticas también han despertado
temores. La práctica habitual de realizar modificaciones
genéticas usando marcadores genéticos resistentes a
los antibióticos -algo que va a ser abandonado luego de la
reunión organizada por la OCDE (Organización de Cooperación y
Desarrollo Económicos) en la materia– es un
ejemplo. Si ocurriera que tal resistencia se
extendiera a una bacteria patógena a través de un
alimento OGM, podría causar un gran daño.
Este escenario, nos dicen, es muy improbable y esperamos que
así sea. Pero aquello que los consumidores señalan
-demostrando gran sentido común- es que todas las nuevas
tecnologías han tenido alguna seria desventaja.
Mientras no sepamos lo que eso significa para los alimentos o
procesos GM, en el equilibrio de
probabilidades, algo va a salir mal. Lo más probable es
que resulte ser un problema más bien ambiental que humano
pero, de cualquier modo, los consumidores quieren poder "votar"
con su dinero en el
mercado si apoyan o no a la tecnología. Tienen el derecho
a proceder así en un mercado libre, cualquiera sea la
razón en que basan su elección.
Hay otros motivos de preocupación. La firma
biotecnológica Monsanto advirtió al
Departamento Británico del Medioambiente en 1999 que,
accidentalmente, colocó dos fragmentos extra de genes en
el poroto de soya Roundup Ready. En tanto que los
fragmentos se encuentren inertes, no parecen constituir
ningún riesgo. Sin embargo, esto da cuenta acerca del
hecho que esta tecnología es menos comprensible de lo que
muchos científicos y firmas biotecnológicas nos
tratan de hacer creer.
El descubrimiento de los fragmentos genéticos
ocho años después de la aprobación de esas
semillas, nos lleva a cuestionar el aspecto impredecible de la
tecnología. Y en febrero del 2000, las llamadas
"súper malezas" empezaron a aparecer. El departamento
canadiense de agricultura confirmó que una semilla
(parásita de la planta canola) había resultado ser
resistente a tres clases de herbicida, habiendo tomado genes de
tres diferentes variedades de semillas GM. Si las súper
malezas resultan ser un problema mayor para la agricultura, lo
que no está tan claro aún, -aunque hay muchos
científicos que están preocupados- lo que sí
está claro es que la tecnología se encuentra en su
infancia y
muchas de sus características todavía no son
comprendidas.
Debido a la incertidumbre respecto a los efectos de los
cultivos GM en el medioambiente, muchos países
están ahora estableciendo una moratoria o buscando
acuerdos con las empresas de
biotecnología para detener la producción de
plantas
genéticamente modificadas hasta que se hayan realizado
pruebas
más extensas. Nueva Zelanda y Alemania se
han incluido recientemente en este grupo. ¿Podrían
los GM convertirse en un problema serio para la salud?
Absolutamente. ¿Podremos nosotros manejar eso? Eso es
discutible. Como señaló claramente la
Asociación Médica Británica, "sin separar
los alimentos GM de los no GM y sin una clara
etiquetación, la vigilancia rigurosa de la salud es
imposible"7.
Varios organismos reguladores estatales se han declarado
enérgicamente a favor de la seguridad de los alimentos GM.
Por ejemplo, lo dicho por la Autoridad
Australiana y Neozelandesa de Alimentos (ANZFA) puede ser
descrito "solamente" como atrevido: "toda la evidencia
científica existente antes de la constitución de la ANZFA indica que los
alimentos GM sometidos a análisis tienen todos los beneficios de los
alimentos convencionales y no representan peligro
adicional"8.
Los consumidores realmente esperan que esta autoridad tenga
razón. Pero nótese el lenguaje
cuidadosamente escogido: "toda la evidencia científica
existente antes de…" Dado que no ha habido
seguimiento de largo plazo para establecer la seguridad de los
alimentos GM y que, además, los legisladores están
permitiendo que los alimentos GM sean usados por los industriales
sin la adecuada segregación o etiquetado -haciendo que la
vigilancia médica rigurosa sea imposible, tal como lo ha
señalado la profesión médica-, no resulta
raro que los entes reguladores de alimentos sean
atrevidos.
La Presidente de la Oficina de
Investigaciones en Política de Salud de la
Asociación Médica Británica, Dra. Vivienne
Nathanson, ha expuesto claramente las preocupaciones de salud:
"El hecho de que no haya evidencia de efectos adversos, no es
lo mismo que la certidumbre y la confianza de que la
modificación genética es segura. Por cierto, a
menos que tengamos etiquetas adecuadas que segreguen los
alimentos GM de los no GM, nunca podremos establecer una
seguridad satisfactoria. La mirada retrospectiva es quizá
la única ciencia exacta
y no acepto que nada en la vida esté exento de riesgo.
Pero necesitamos saber más sobre los riesgos y las
ventajas antes de aceptar esta nueva tecnología de
alimentos"9.
La preocupación por los alimentos GM es tan
grande que, en el Congreso Mundial en Sud África
en noviembre del 2001, Consumers International adoptó la
siguiente posición, reconociendo que la
biotecnología y otras tecnologías de alimentos
pueden traer beneficios importantes "… los gobiernos deben
requerir una completa evaluación
previa a su comercialización y un análisis del
impacto social y de la seguridad de los alimentos
genéticamente modificados y de aquéllos producidos
por otras tecnologías alimentarias, para asegurar que sean
seguras, ambientalmente sustentables y aceptables para los
consumidores/as, e imponer una moratoria al cultivo y a la
comercialización de los alimentos genéticamente
modificados hasta que lo anterior se
verifique"(1).
Un último caso para ilustrar por qué la
precaución es tan necesaria en la legislación sobre
alimentos se refiere al creciente problema de la resistencia a
los antibióticos en humanos. Como lo ha establecido
la
Organización Mundial de la Salud "desde su
descubrimiento, los antibióticos han transformado
completamente la situación de la humanidad respecto a las
enfermedades
infecciosas"(2). El riesgo para la salud humana proveniente
de la resistencia a los antibióticos es una de las mayores
amenazas emergentes para la salud en el siglo XXI. Aunque la
resistencia antimicrobiana es un fenómeno biológico
natural, el uso de antimicrobianos para criar animales
comestibles (opuesto al uso terapéutico responsable en
animales) está exacerbando el problema de resistencia a
las
drogas.
De los antibióticos producidos hoy día,
sólo la mitad son para uso en humanos (2, p.10),
la otra mitad se usa en la industria ganadera, la mayor parte en
promover el crecimiento y usos profilácticos en animales
destinados al consumo
humano. Recientemente, hay preocupación por el surgimiento
de cepas no sólo resistentes, sino que, además,
"saltan" de una especie huésped a otra. Este es el caso
del enterococo resistente a la vancomicina (ERV) que
apareció en animales y parece haber "saltado" a segmentos
más vulnerables de la población humana. La ERV
presente en los alimentos parece tener su origen en el uso de
avoparcina en la ganadería; la avoparcina es el
equivalente animal del antibiótico vancomicina que se usa
en los humanos.
También existe gran preocupación a
escala mundial
acerca de la eficacia de los
fluoroquilonoles (miembros del grupo quinolones de los
antibióticos) y otros grupos de
antibióticos. Hay un incremento en la aparición de
agentes patógenos resistentes a los antibióticos,
tanto en hospitales como en la comunidad.
Básicamente, la medicina
está perdiendo la principal línea de
defensa.
La obvia actitud
precautoria de parte de los gobiernos al respecto es asegurarse
que los antibióticos que son usados para el tratamiento de
infecciones en humanos no sean utilizados como agentes
estimulantes del crecimiento en la ganadería. No es de
sorprender que ésta sea la recomendación de sentido
común que hace la Organización Mundial de la Salud,
así como la mayoría de los gremios médicos y
la mayor parte de los grupos organizados de consumidores. En
tanto este principio de precaución ha sido observado en
cierta medida en muchos países, su implementación
es inconsistente y la verdad es que algunos países
están haciendo muy poco. Aparentemente, la industria y sus
intereses económicos han predominado sobre el derecho a la
salud de los ciudadanos en muchos casos y en el excesivo tiempo
que se le ha dado a la industria ganadera para ir reduciendo las
dosis de antibióticos. Una vez que un "bicho" ha mutado en
un país, es muy posible que, rápidamente, se
extienda a otros.
Como en los casos citados anteriormente, la postura de
los gobiernos debe ser claramente la de mantener un alto nivel de
precaución mientras la investigación científica establece
la dimensión del problema y el permiso futuro del uso de
antibióticos en la ganadería. La precaución
debiera, probablemente, generar una rápida
suspensión del uso de antibióticos como
estimulantes de crecimiento del ganado junto con alguna
asistencia financiera hacia los productores durante la
transición con el fin de impedir un mayor deterioro en la
eficacia los de antibióticos. Aunque no se usen
antibióticos en animales, existe un gran problema con el
uso prudente de esas drogas en
humanos; este peligro no debe ser exacerbado. Para muchos
consumidores, la precaución tardará mucho en llegar
a ponerse en vigor y, para la medicina, la capacidad de manejar
ciertas enfermedades puede terminar sufriendo un gran
retroceso.
SEGURIDAD ALIMENTARIA:
SENTIDO COMUN DE LA BUENA POLITICA Y DE LA BUENA
ECONOMIA
En el ámbito de los principios, es
muy fácil argumentar lo que es una buena política
pública y asegurar una oferta alimentaria segura que no
plantee una amenaza para el medioambiente. Es, por supuesto,
más difícil aplicar estos principios a las
decisiones específicas que necesitan ser tomadas. Pero hay
buenas razones -no sólo de carácter ético- para asegurar el
resultado precautorio. Es un buen sentido económico tener
fuertes regulaciones que protejan a los consumidores.
En su trabajo
germinal La ventaja competitiva de las naciones (3)
Michael Porter demostró que una legislación
permisiva y una pobre política de protección
medioambiental no conducen al éxito
económico de un país, de hecho acontece todo lo
contrario. Algunas citas a continuación contienen lo
esencial de su posición: "El gobierno altera las
condiciones de la demanda a
través de regulaciones que afectan las normas de los
productos y de los procesos mediante los cuales dichos productos
son fabricados, con pautas de rendimiento de calidad, de
seguridad e impacto
ambiental… Estándares restrictivos para los
productos, con seguridad y control del
impacto ambiental, contribuyen a mejorar la ventaja competitiva.
Presionan a las empresas para mejorar la calidad, actualizar la
tecnología y las distinguen en áreas de
interés para los clientes y para
las preocupaciones sociales… Resultan particularmente
benéficos unos estándares restrictivos que
anticipan los estándares que serán aplicados en el
mundo entero. Esto les procura a las empresas nacionales una
ventaja en el desarrollo de productos y servicios que
serán valorizados en otra parte…Las empresas, como
los gobiernos, frecuentemente se inclinan a ver los costos en el
corto plazo en vez de confrontarse con normas estrictas, y no ven
los beneficios a largo plazo en función de
la innovación… Las empresas alegan que la competencia
extranjera, no sometida a los mismos estándares rigurosos,
tiene una ventaja de costo. Esa manera
de pensar se basa en una visión parcial de cómo se
crea y se sostiene la ventaja competitiva. Vender productos de
bajo rendimiento, de funcionamiento inseguro o que dañan
el medioambiente no es una buena ruta para obtener ventajas
competitivas… Las regulaciones minan la ventaja
competitiva, sin embargo, si la legislación de una
nación
se queda atrás respecto a las otras, son
anacrónicas, tales regulaciones van a retardar la
innovación o canalizar la innovación de las
empresas locales en la dirección equivocada".
La mayor parte de la obra de Michael Porter es una
empírica evidencia sobre sus teorías. Las citas anteriores, en la medida
que se refieren a varios aspectos, implican dimensiones muy
importantes para los países en vías de desarrollo,
sobre todo en lo que se refiere al debate sobre
su postura competitiva en el contexto global. Estos asuntos, a su
vez, hacen surgir la cuestión del debate ético
acerca de mejorar la transferencia tecnológica de las
naciones desarrolladas a las menos pudientes.
En términos generales, muchos de los compromisos
suscritos por los gobiernos, a todos los niveles, en sus
decisiones acerca de la seguridad alimentaria han sido motivados
por el interés de crear nuevos empleos o mantenerlos. Uno
de los atractivos de dichas decisiones ha sido el de tener "menos
restricciones". Esos compromisos que han sido adquiridos no son
inmateriales. Muchos de ellos han desembocado en una
disminución de la protección
al consumidor y en una mengua de su bienestar. En algunos
casos, como el de la ideología de auto-regulación de
algunos estados conservadores, el "gobierno ausente" ha llevado a
la muerte de
ciudadanos10.
El análisis de Michael Porter desafía esa actitud
de los gobiernos no al nivel ético, sino al nivel
económico fundamental; de hecho, argumenta, que una
postura de "ninguna o poca regulación" eventualmente le va
a costar a un país muy caro en términos de atraer
inversión y empleos porque las exportaciones del
país no van a satisfacer los estándares que los
consumidores desean.
En el ámbito internacional, los compromisos en
seguridad alimentaria en la legislación muchas veces
derivan de los poderosos intereses de los países que
representan a sus sectores comerciales en detrimento del
interés del ciudadano común. En esto, una vez
más, la conducta de los
gobiernos ha variado considerablemente. El hecho es que cuando un
país poderoso, en una negociación internacional sobre normas de
alimentos adopta una postura anti-consumidor, la agencia
internacional se encuentra con que es muy difícil manejar
el asunto ya que la mayor parte del proceso
implica consenso.
Un gobierno adopta una mala posición
política cuando opta por proteger a su industria, en lugar
de sus ciudadanos, cuando la seguridad está en riesgo. En
algún momento, los agentes de gobierno cuyas prioridades
están en conflicto o son poco claras, cometerán un
error fundamental de juicio. El más sorprendente de esos
errores fue el de la vaca loca (BSE) y ha habido muchos otros.
Fallarles así, tan seriamente, a los consumidores,
significará en último caso que la industria misma
será penalizada. Uno sólo necesita mirar el
número de consumidores que no comen carne de res en el
Reino Unido, en Europa y otros
países, para ver cuánto daño puede sufrir un
sector industrial cuando los gobiernos dejan de actuar
apropiadamente.
Si los consumidores pierden confianza en la seguridad de
sus alimentos, no sólo la industria va a sufrir,
también los gobiernos pueden caer por estas
causas.
* Traducido del Inglés
por Steffan Larenas. Oficina Regional para América
Latina y el Caribe de Consumers International.
1 Mientras esto es
cierto en la mayoría de los casos, uno debe reconocer que
no toda la legislación sobre alimentos ha sido dirigida
hacia la protección de la población. Algunos
países han creado leyes
alimentarias con el fin de proteger a la industria y, en algunos
casos, como una protección no tarifaria contra las
importaciones.
2 Véase, por
ejemplo, la postura del consumidor y las bases para las
conclusiones políticas
en los papers que se encuentran disponibles en: http://www.tacd.org
3 Los "triunfos" del
comercio sobre las preocupaciones de la salud están siendo
sometidos a un creciente escrutinio no sólo en el debate
alimentario. El exitoso desafío moral de los países
en desarrollo respecto de las internacionales
farmacéuticas, cuestionando la posición de
éstas en lo que respecta a los derechos de propiedad
intelectual se inclina por el acceso. Esto apareció muy
claramente durante la reunión de la Organización Mundial de Comercio en Doha en
noviembre del 2001, acerca de que la propiedad intelectual no
tiene prioridad sobre el acceso a los medicamentos. Es el primer
capítulo de muchas batallas éticas.
4 Esas fueron un
conjunto de preguntas críticas que surgieron en la
Conferencia
Australiana de Consenso cuyo tema era la Tecnología
Genética, especialmente en lo alimentario. Consultar
en: http://www.amonline.net.au/consensus/09.htm
5 A
pesar de una supuesta orientación del mercado, las
corporaciones alegan contra los intereses de los consumidores, no
al nivel de la retórica general, sino al nivel de roles
específicos. Se recuerda que la industria hace menos de
veinte años afirmó que los consumidores no
querían que los ingredientes estuvieran declarados en las
etiquetas ¡que eso sería aparentemente confuso para
ellos!
6 La postura de
línea dura contra los consumidores por parte de los
Estados Unidos
se ha reiterado últimamente. La moción para aprobar
la vía rápida para un acuerdo FTA A utiliza un
lenguaje que tiende a establecer como objetivos de
las negociaciones que el etiquetado de los OGM representa una
barrera para el comercio.
7 British Medical
Association, publicación de prensa: "BMA
responde al jefe médico y a los representantes
científicos". Revista de Alimentos GM y Salud
21/5/99.
8 Autoridad
Alimentaria de Australia y Nueva Zelanda, publicación de
prensa: ANZFA anuncia protecciones de seguridad para alimentos GM
para conocimiento
público, 19/6/2000.
9 British Medical
Association, publicación de prensa: "BMA responde al jefe
médico y a los representantes científicos".
Revista de Alimentos GM y Salud 21/5/99.
10 Hay muchos
ejemplos que podría uno encontrar en casi todos los
países. Para dar un ejemplo australiano, un organismo de
gobierno desreguló substancialmente la inspección
de alimentos y traspasó la responsabilidad a la propia
industria. Se produjo un brote de intoxicación alimenticia
a través de una especie de salame que dejó unos 100
enfermos y, al menos, una víctima fatal infantil. Ese
organismo gubernamental todavía alega, ahora con menos
énfasis, que la autorregulación debiera
funcionar.
1. Consumers International. Consumidores, justicia
social y el mercado mundial: Declaración del 16th Congreso
Mundial de Consumers International. Noviembre 2000. (On
Line). Available from:URL: http://www.consumersinternational.org
2. World Health Organization. Informe mundial de
salud sobre enfermedades infecciosas 2000. Superando la
resistencia antimicrobiana. Ginebra: WHO; 2001. (On Line).
Available from: URL: http://www.who.int/infectious-disease-report/2000
3. Porter M. The competitive advantage. New
York: Macmillian Press; 1990.
Louise Sylvan
Presidenta Consumers International. Directora Ejecutiva,
Australian Consumers-Association. Australia
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