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Hablar de cr�tica de artes siempre resulta ser un tema espinoso; hacerlo sobre la cr�tica de artes en Am�rica Latina puede serlo a�n m�s. Intentar� esbozar aqu� un tr�nsito, un itinerario y quiz�s una estrategia dibujada por nuestra cr�tica de artes siempre relacionada con el tema que nos ocupa.

Es habitual encontrar relaciones muy remotas con respecto a la cr�tica de artes: hay quienes la ubican ya figurando en la Antig�edad Cl�sica, los hay quienes la encuentran presente en la Edad Media, y quienes, por supuesto, la inauguran con las Academias y tratados del Renacimiento. Tambi�n es cierto que tales reconocimientos, fundados prioritariamente en enfoques historiogr�ficos o filol�gicos, distinguen al menos dos niveles de la cr�tica: una cr�tica que se establece en cuanto comentario que puede ir inserto, cual disgresi�n, al interior de una novela, un poema, una cr�nica, un libro de historia; y una cr�tica que se aparece como una teorizaci�n sobre el arte en tratados ya sea filos�ficos o propiamente art�sticos. En este sentido, en la d�cada del treinta del siglo XX, la historiograf�a comenz� a rescatar para la historia del arte sus contenidos conceptuales y formales de suerte de distinguirla del mero historicismo, en virtud de lo cual, los l�mites entre la historia y la cr�tica de artes comenzaron a desdibujarse, al menos moment�neamente. Por otro lado, resulta tambi�n habitual, en lo que se refiere a los posibles niveles de la cr�tica, establecer distinciones entre lo que ser�a un simple comentario o rese�a en prensa y lo que pudiera ser una cr�tica vertida en monograf�as o historias del arte y, asimismo, entre esta �ltima y aquella cr�tica que se difunde por la v�a de revistas especializadas o de aproximaciones filos�ficas a la problem�tica del arte. A estas distinciones, algunas m�s afortunadas que otras, hay que agregarle las relativas a la funci�n y perfil del cr�tico: en otras palabras, distinciones efectuadas sobre la naturaleza de sus producciones y el conglomerado humano al cual se destinan. En todas estas distinciones, pareciera figurar un doble entramado: aquel trazado por un texto y su medio material de difusi�n.

Transformaciones culturales en el fin del XIX: En el ya ineludible Rub�n Dar�o y el modernismo, Angel Rama ofreci� a principios de la d�cada del setenta un modelo de an�lisis que puede ser transportado a nuestro caso. All� Rama examina las transformaciones est�ticas que experimenta Am�rica Latina con el ingreso de la econom�a liberal, transformaciones que tienen su expresi�n po�tica en el modo como la prensa participa formalmente en la poes�a y en la prosa modernista. Pero la prensa no s�lo constituy� el medio material a trav�s del cual el poeta y el prosista finisecular lograron constituir un sistema art�stico, sino que ofreci� tambi�n el primer espacio de materializaci�n del cr�tico.

En efecto la cr�tica de artes encontr� siempre en la prensa un espacio de difusi�n: comentarios de exposiciones y salones, reflexiones suscitadas por la contemplaci�n de alguna obra o grupo de obras, semblanzas de artistas. Al rededor del �ltimo tercio del siglo XIX, y en la medida en que van dando �frutos� tanto el ejercicio acad�mico como los programas de becas al extranjero puestos a funcionar por las distintas naciones latinoamericanas, la cr�tica de artes comienza a aparecer con mayor regularidad y es, en algunos casos, remunerada; pero la cr�tica que comienza a escribirse en prensa en la segunda d�cada del siglo XX difiere de aquella por cuanto esta �ltima es no s�lo regularmente remunerada, sino que tambi�n peri�dica (con una recurrencia cercana a la semanal): la prensa cuenta con un cuerpo cr�tico estable y el cr�tico con un espacio semanal que habitualmente se presentaba en la secci�n de sociales y espect�culos. Estos �ltimos datos no son datos menores, puesto que denuncian una cierta necesariedad de la cr�tica: ella cuenta con un p�blico lector (que le asegura el peri�dico mismo) y, al mismo tiempo, tal requerimiento del p�blico lector es reconocido mediante la frecuencia de publicaci�n y su remuneraci�n. No nos interesa aqu� dilucidar si la existencia de aquella cr�tica de fines del XIX era o no era part�cipe de una suerte de �imitaci�n� de modelos europeos y estadounidenses, medio europeo que ya contaba con cr�tica regular a finales del siglo XVIII; no nos parece que tal enfoque sea productivo. Nos interesa en cambio, recordar por ejemplo el caso paradigm�tico de Mart� quien ejerci� como cr�tico de arte en M�xico entre 1875 y 1876, y en Nueva York, entre 1880 y 1895; Mart� era tambi�n corresponsal, de suerte que algunas de sus cr�ticas fueron publicadas por peri�dicos latinoamericanos, seg�n la costumbre de la �poca. De hecho, el rol del corresponsal fue lo suficientemente subrayado por Rama en el libro citado de manera de que comprendi�ramos la funci�n religadora de la prensa en el vasto continente americano, un continente intelectualmente inscrito en sus ciudades.

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