Caminante por los caminos de España,
Machado extrajo de las gentes del pueblo la filosofía de vida que inspiró su
palabra íntima, melancólica, profunda, sutil.
En su caminar, la tristeza fue su fiel compañera; la
añoranza de una vida buena y verdadera. Antonio Machado,
buscador de "Dios entre la niebla", buscador, sí;
jamás poseedor, sino filósofo.
¿Tu verdad? No, la Verdad,
y ven conmigo a buscarla.
La tuya, guárdatela.
Nacido un 26 de julio de 1875, vivió la encrucijada de
un final de siglo XIX con el que no compartía ambiciones y
que alcanzó también a España; esa
España que se debatía entre "la España que
se muere y la España que bosteza", y en defensa de la cual
surgieron ese puñado de héroes cotidianos que
pretendieron recuperar las raíces del pueblo español y
de la España profunda: la Generación del 98:
Unamuno, Baroja, Azorín, Valle-Inclán, Manuel
Machado, y cómo no, Antonio Machado.
No podemos encasillar a Machado en una corriente de pensamiento;
los estudiosos discuten si era simbolista, modernista,
romántico o noventayochista; siendo tradicional en lo
espiritual (su filosofía era la de Unamuno), fue innovador
a la vez, bebió de todas esas corrientes, pero
siguió su camino personal. No era
un hombre de
escuela, sino que
eligió caminar por libre. Así nos lo dijo en ese
corto pero bellísimo poema:
Caminante, son tus huellas
el camino, y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante, no hay camino,
sino estelas en la mar.
Hijo de la ciudad de Sevilla, fue el segundo de cuatro
hermanos en el seno de la familia
Machado, modesta, de tradición liberal y librepensadora:
su bisabuelo había sido filósofo y pensador, y su
abuelo, Catedrático de Medicina y
Ciencias
Naturales en la Universidad de
Sevilla, fue de aquellos que debido a la Restauración
Borbónica, cuando en 1875 se prohibió la libertad de
cátedra, al no querer plegarse a la ortodoxia, fueron
expulsados o dimitieron. Siguió su mismo destino el amigo
de la familia, Giner de
los Ríos, creador de la Institución Libre de
Enseñanza, pieza fundamental en la educación infantil
de Antonio Machado.
De su infancia en
una de las viviendas alquiladas del Palacio de las Dueñas
de los Duques de Alba de
Sevilla, los recuerdos impregnaron su poesía
más intimista: esos patios sevillanos llenos de luz y aroma a
albahaca y hierbabuena, la fuente dormida, el huerto con su
limonero, su naranjo, ese sol de la infancia, esos caballitos de
madera de la
feria sevillana.
La familia se traslada a Madrid, donde
Manuel y Antonio, los dos hijos mayores, son matriculados en la
Institución Libre de Enseñanza, que impartía
una educación humanista.
SUS AÑOS DE JUVENTUD
Guardaba gran afecto Machado hacia su maestro Giner, tal era
el respeto que se
había ganado entre los chiquillos por su método de
enseñanza a través de la charla sencilla que les
estimulaba a pensar por sí mismos. Luego Machado
reivindicaría el diálogo a
la manera socrática como la manera de alcanzar de forma
compartida esas visiones de las grandes ideas e intuiciones.
De la Institución también recibió ese don
suyo tan característico de la tolerancia y el
respeto por el criterio ajeno, y la valoración del
trabajo
altruista, y cómo no, ese amor por la
Naturaleza y
el campo con los cuales mantuvo los más profundos
diálogos.
Su descubrimiento de los clásicos de la Literatura se los
debía a las tardes en que con su padre y con su abuela
leían en voz alta a Shakespeare, a
Dickens y a Bécquer. En ese cuarto sombrío
empezó a soñar.
Fueron los años de juventud de
Machado despreocupados y felices; junto a su hermano Manuel
vivió la bohemia española de finales de siglo; el
Madrid de los merenderos, del género
chico, de las tertulias, de largas horas en la Biblioteca
Nacional estudiando a los clásicos; sus primeras
colaboraciones en la revista "La
Caricatura",
con los seudónimos de Polilla y Cabellera, o Tablante de
Ricamonte; de esos años también su tentativa como
actor, por la que puso tanto empeño que hasta
estudió anatomía para mover
los músculos de la cara.
Ése no era su destino. Antonio tiene dieciocho
años cuando muere su padre, al que le sigue su abuelo dos
años más tarde. Su vida da un vuelco: la responsabilidad familiar cae inesperadamente sobre
sus espaldas. Los dos hermanos se van a París como
traductores de la editorial Garnier, en ediciones en
español para Hispanoamérica.
Página siguiente |