- Los Comienzos del Estado
Judío - Orígenes de las
Hostilidades - El Papel de Gran
Bretaña - Judíos Contra
Británicos - Intervención de la
ONU - Guerra de
1947-1949 - Guerra con Egipto en
1956 - Guerra de los Seis
Días (5-10 junio de 1967) - Cuarta Guerra
Árabe-Israelí (octubre de
1973) - Nota
Parecen estar destinados a no entenderse.
Judíos
y palestinos llevan años de lucha, de guerra
abierta,
ante la mirada cómplice de las potencias
poderosas.
Los Comienzos del
Estado
Judío
Theodor Herzl, fundador del sionismo político,
nació en 1860 en Budapest en el seno de una familia de la
burguesía vienesa con ascendencia hispano-portuguesa.
Estudió en una escuela
cristiana.
Cuando Herzl trabajaba como corresponsal de prensa en
París (1891-1895) el caso Dreyfus (1) y el auge del
antisemitismo
virulento le hicieron cambiar de opinión sobre la
cuestión judía: ante el fracaso de la
asimilación, la alternativa era la creación de un
Estado Judío que atrajera la diáspora. Esta idea dio vida a un plan de acción:
el éxodo organizado de judíos para levantar en
la Tierra
Prometida una sociedad
modelo de tipo
socialista.
Presidió el Primer Congreso Sionista y
consiguió movilizar a los judíos a través de
la
Organización Sionista Mundial, pero murió
prematuramente en 1904, en parte amargado por las divergencias
entre sus partidarios.
Bajo el lema "dar a un pueblo sin tierra una
tierra sin pueblo", Herzl y el Sionismo movilizaron a los
judíos de Europa y
ejercieron presiones sobre la clase política y los
grupos
financieros.
La Organización Sionista Mundial, dirigida por
Chaim Weizman con el respaldo de los judíos
norteamericanos y británicos, consiguió que el
gobierno de
Londres publicara la Declaración Balfour (1917), en virtud
de la cual Gran Bretaña se comprometía a favorecer
la creación de un Hogar Nacional judío en
Palestina.
Pese a las reticencias franco-italianas y a la
abrumadora mayoría árabe en Palestina (600.000
árabes frente a sólo 56.000 judíos) los
sionistas impusieron sus puntos de vista en la Conferencia de
Paz y arrancaron al emir Faisal el consentimiento para acelerar
la inmigración.
En la Conferencia de San Remo (1920) Gran Bretaña
recibió un mandato sobre Palestina cuyos objetivos
resultaban contradictorios: dirigir el país hacia la
independencia,
de acuerdo con los deseos de la mayoría árabe, y
propiciar la creación de un Hogar Nacional judío en
el mismo territorio.
El antagonismo entre árabes y judíos se
manifestó inmediatamente, lógica
consecuencia del choque de dos nacionalismos que estaban llegando
a su madurez y de dos sistemas sociales
instalados en un mismo territorio.
Conscientes de la importancia decisiva de la demografía, los sionistas fomentaron la
inmigración entre las personas desplazadas por los
avatares de la Primera Guerra
Mundial.
Las primeras revueltas antisionistas estallaron en 1921
con tal virulencia que el entonces Ministro de Colonias
británico Winston Churchill publicó una
declaración en la que aseguraba que su gobierno no ha
pensado en ningún momento en la desaparición o
subordinación de la población árabe, de su lengua y su
cultura en
Palestina.
Los sionistas acusaron a los caciques árabes de
instigar los disturbios, pero una investigación británica
concluyó que la hostilidad hacia los judíos es tan
real, tan extendida y tan violenta que no se debe considerar de
una manera tan superficial.
Ante la exasperación de los árabes y la
matanza de judíos que se produjo en 1929, tras un
incidente en el Muro de las Lamentaciones, Londres publicó
un Libro Blanco
(1930), en el que reafirmó los límites de
la inmigración según "la capacidad económica
de absorción". Pero los sionistas ejercieron tales
presiones que el primer ministro británico escribió
a Weizman exponiéndole una interpretación liberal de las restricciones
inmigratorias. Esta "Carta Negra",
como la llamaron los árabes, envenenó la
situación.
Tras la subida de Hitler al
poder y a
pesar de las promesas a los árabes, Gran Bretaña
abrió las puertas de Palestina a los que huían del
infierno nazi, de modo que unos 150.000 judíos llegaron a
Palestina en cuatro años (1932-1935). Ante esta riada
inmigratoria, estalló la insurrección árabe
de 1936. Por primera vez los árabes se agruparon en un
Alto Comité presidido por el gran Mufti de
Jerusalén Haj Amin Husseini, que decretó una
huelga general
indefinida hasta que Londres atendiera sus peticiones: gobierno
nacional palestino, suspensión de la inmigración y
prohibición de vender tierras de los árabes a los
judíos.
Ante la extensión de los disturbios, los
británicos impusieron la ley marcial y
utilizaron a voluntarios judíos en la represión, lo
que sólo sirvió para enconar los ánimos.
Cuando la insurrección terminó en octubre
más de mil árabes habían muerto a manos de
las tropas británicas.
Una comisión británica de
investigación llegó a la conclusión de que
los desórdenes se debían a que la
Declaración Balfour y el mandato eran incompatibles con la
independencia de Palestina, a menos que los judíos
llegaran a ser mayoría. En cualquier caso las aspiraciones
de los árabes no podían ser satisfechas. Si bien
rechazó la solución de un Estado Federal con dos
cantones, la Comisión presidida por Lord Peel
advirtió: La división ofrece la última
oportunidad de paz, no hay otra solución. La propuesta
incluía la creación de dos Estados (judíos y
árabe) más una zona integrada por Jerusalén
y Belén, con salida al mar, que quedaría bajo el
mandato de una gran potencia.
La política británica prosionista arrojaba
un balance sangriento y había abandonado el abismo que
separaba a las dos comunidades. Frente al inmovilismo tradicional
y las estructuras
semifeudales de la comunidad
árabe, el Yishuv, con medio millón de miembros en
1937, era una sociedad moderna, técnicamente avanzada, que
recibía importantes subsidios financieros de los
judíos de la diáspora.
Ante la inminencia de la guerra y puesto que la barbarie
nazi dejaba sin alternativa a los sionistas, los
británicos buscaron la amistad de los
árabes mediante el abandono del proyecto del
reparto y la publicación de un Libro Blanco que
propugnó la creación de un estado
judeo-árabe en un plazo de diez años, limitó
la inmigración a 75.000 judíos (en cinco
años) y dejó en manos del Alto Comisario la
reglamentación de la venta de tierras
con el objeto de que no apareciera una población
considerable de árabes sin tierras.
La nueva política británica suscitó
vehementes protestas sionistas y la denuncia del Libro Blanco. De
hecho, la inmigración quedó estrangulada a partir
de marzo de 1940, después de que un barco cargado de
inmigrantes, el Atruma, fuera rechazado por los británicos
y se hundiera en el Mar Negro, pereciendo 768 personas. Este
acontecimiento abonó el terreno para la lucha armada de
los sionistas contra los británicos. Ante la
persecución de que eran víctimas, los judíos
derrocharon tenacidad e imaginación para inmigrar
clandestinamente a Palestina, aunque el gobierno británico
luchó para detener la masiva riada de refugiados que
aumentaba incesantemente.
Mientras tanto, los árabes, al rechazar las
últimas propuestas británicas, cometieron un error
de cálculo
que confirma tanto su desconocimiento de la realidad
internacional cuanto su equivocada valoración de las
fuerzas del Yishuv y de la influencia de los judíos en
todo el mundo. Persuadidos de la justicia de su
causa, los palestinos se encerraron en una indiferencia suicida
sin organizarse política ni militarmente, y actuaron
siempre a remolque de los acontecimientos.
Las atrocidades nazis reforzaron la convicción
sionista de que sólo un Estado podría asegurar la
supervivencia del pueblo judío. Un congreso sionista
reunido en Nueva York (1942) aceptó la propuesta de Ben
Gurión, rechazó el Libro Blanco de 1939 y
aprobó el programa
Biltmore, cuya cláusula esencial era la creación en
Palestina de un Estado Judío, con el consiguiente abandono
del entendimiento con los árabes que preconizaban los
binacionalistas (partidarios de un Estado integrado por dos
nacionalidades).
A pesar de su declarado prosionismo, los laboristas
británicos mantuvieron las restricciones para la
inmigración, a fin de contrarrestar la influencia
soviética entre los árabes, y cuando la Agencia
Judía solicitó 100.000 permisos para entregar a los
judíos que estaban en campos de refugiados, Londres
mostró una actitud
inflexible: admitir en Palestina a los judíos desplazados
significaría encender una mecha en Próximo
Oriente.
El "asunto de los cien mil" sensibilizó a la
opinión
pública en Estados Unidos,
hasta el punto de que el presidente Truman censuró
agriamente a los británicos. El descubrimiento de los
campos de concentración y las cámaras de gas generó
una corriente universal de simpatía hacia los
supervivientes sin reparar en que los árabes palestinos
nada tenían que ver con la política criminal de los
nazis ni debían ser sacrificados a la buena conciencia de los
europeos.
La lucha armada de los judíos contra los
británicos se recrudeció en el verano de 1945. El
Haganah (ejército clandestino judío), que
disponía de 60.000 hombres, colaboró con los grupos
terroristas Irgún y Stern. Además de diversos
atentados contra las vías férreas y las carreteras,
atacaron directamente las instalaciones militares
británicas y llegaron a secuestrar a seis oficiales. Los
británicos replicaron con la detención de varios
dirigentes sionistas y con una orden de detención contra
Ben Gurión.
El 22 de julio de 1946, un comando del grupo
Irgún, dirigido por Ménahem Begin, voló con
dinamita parte del hotel Rey David
en Jerusalén, sede del Estado Mayor británico. En
este atentado, que conmocionó a la opinión
británica, se registraron 91 muertos y 110
heridos.
Poco después el plan anglo-norteamericano que
preconizó la partición y la prolongación del
mandato fue rechazado por ambas partes. La Agencia Judía
abandonó el programa Biltmore y aceptó la
creación de un Estado Judío en Palestina pero con
la anexión de Galilea y el Negev.
Ante el vertiginoso aumento de los atentados, los
británicos recurrieron a la ley marcial y colgaron a
varios terroristas a los que el Irgún consideraba como
héroes. El 4 de mayo de 1947 los terroristas asaltaron la
fortaleza de San Juan de Acre liberando a 200 prisioneros. Tres
miembros del comando asaltante apresados por los
británicos fueron ahorcados inmediatamente. El
Irgún, por su parte, se apoderó de dos
policías británicos y los ahorcó
después de un simulacro de juicio.
Mientras tanto, una comisión especial de las
Naciones Unidas
sobre Palestina llegó a la conclusión de que las
propuestas árabe y judía eran inconciliables y
presentó dos proyectos: la
partición en dos Estados y la creación de un Estado
Federal formado por dos provincias.
Finalmente, la Asamblea General de la ONU (29 de
noviembre de 1947) se pronunció por el reparto de
Palestina por 33 votos a favor (entre ellos los de EE.UU., la
U.R.S.S. y Francia), 13
en contra (los 11 estados musulmanes, Grecia y
Cuba) y 10
abstenciones (entre ellas Gran Bretaña y China).
La resolución del reparto encendió la
mecha del enfrentamiento criminal entre las dos comunidades. En
diciembre, cuando Londres anunció que el 15 de mayo de
1948 pondría fin al mandato, más de 500 personas
habían muerto en actos de violencia.
Ante la gravedad de la situación, Washington propuso, sin
éxito,
por la oposición de Moscú, que se revocara el plan
de partición y se colocara a Palestina bajo la autoridad del
consejo de tutela de la ONU,
en un intento desesperado por internacionalizar el conflicto e
impedir que las iras árabes tuvieran efectos desastrosos
sobre los intereses petroleros norteamericanos.
En los primeros meses de lucha, los judíos
sufrieron grandes pérdidas en los combates para mantener
abierta la carretera Jerusalén- Tel Aviv, pero los
árabes estaban demasiado divididos y poco preparados para
obtener una victoria decisiva. La comunidad palestina, atrasada y
desorganizada, fue presa fácil de la demagogia y el
desaliento. Las ruidosas declaraciones de los dirigentes
árabes que prometían "arrojar al mar a los
judíos" sólo sirvieron para que éstos
reforzaran su espíritu de lucha.
El éxodo de los palestinos que huían de
las zonas controladas por la Haganah se convirtió en
desbandada general a partir de la matanza de Deir Yassin, la
aldea árabe en que los terroristas judíos
asesinaron a más de 250 ancianos, mujeres y niños
(los hombres estaban ausentes), el 9 de abril en una
operación de inusitada ferocidad que minó la moral de
los árabes. Éstos se vengaron 3 días
más tarde, al aniquilar un convoy sanitario judío,
causando al menos 50 muertos.
El 14 de mayo de 1948, pocas horas antes de que los
británicos pusieran fin al mandato, los representantes del
sionismo mundial celebraron una reunión en el Museo de Tel
Aviv, en el curso de la cual David Ben Gurión
proclamó el nacimiento del Estado de Israel. Al
día siguiente, en medio de la indiferencia
británica, calificada de cínica por árabes y
judíos, comenzó la guerra. Los ejércitos de
cinco estados árabes irrumpieron en Palestina e iniciaron
las hostilidades.
La contienda se desarrolló prácticamente
sin la participación de los árabes palestinos. Los
ejércitos árabes, mal preparados, intervinieron
más para oponerse a los planes del rey Abdullah de
Transjordania que para ayudar a los palestinos, a cuya
huída y transformación en refugiados contribuyeron
con demagógicas promesas de retorno victoriosos. En contra
de todos los vaticinios, los israelíes consiguieron una
gran victoria.
Tras la humillante derrota del ejército egipcio,
los acuerdos de armisticio fijaron una situación
provisional que sólo satisfacía a los
británicos y a sus aliados hachemitas: la partición
de Palestina entre un Estado Judío, engrandecido y
fortalecido, y unos territorios árabes (Cisjordania y la
ciudad vieja de Jerusalén) que fueron anexionados por el
rey Abdullah para constituir el reino de Jordania. El
éxodo de los palestinos (casi medio millón de
refugiados en los Estados árabes limítrofes) fue
una consecuencia casi inevitable de la segregación que
había prevalecido durante el mandato británico,
agravada por la demagogia de los dirigentes
árabes.
Para los árabes en general, el establecimiento
del Estado de Israel fue el resultado de una amarga derrota
histórica, cuyas múltiples causas se encuentran muy
lejos de Palestina y configuran uno de los más enrevesados
problemas de
la historia contemporánea. La victoria de Israel
quedó seriamente comprometida por el rechazo de sus
vecinos y el lacerante problema de los refugiados
palestinos.
Guerra con Egipto en
1956
El problema de los refugiados y la persistente negativa
de los países árabes a reconocer el Estado de
Israel mantenían en Palestina una tensión que la
ONU procuraba impedir que degenerara en enfrentamiento armado. El
19 de octubre de 1954 los británicos llegaban a un acuerdo
con Egipto en virtud del cual se comprometían a evacuar
sus tropas del canal de Suez. Nasser decidió apoderarse
del canal, que quedó cerrado. Contando con el respaldo
soviético, Nasser intentó, mediante una serie de
acuerdos, arrastrar a Arabia, Jordania y Siria a una cruzada
contra Israel.
El gobierno de Tel Aviv, que veía amenazada su
propia existencia, decidió una operación militar
preventiva contra Egipto. El general Moshé Dayán,
comandante en jefe de las fuerzas israelíes, lanzó
tres columnas blindadas a través del Sinaí. Las
fuerzas egipcias sorprendidas se retiraron 120 kilómetros,
abandonando Gaza y el Sinaí y dejando en manos de los
atacantes un importante material de guerra, en su mayoría
de procedencia soviética.
Los cascos azules ocuparon el Sinaí y
restablecieron la línea de armisticio de 1949. Las
últimas fuerzas israelíes evacuaron los territorios
ocupados en marzo de 1957.
Guerra de los Seis
Días (5-10 junio de 1967)
Tras algunos años de relativa calma, volvieron a
surgir dificultades entre Israel y los Estados árabes
(concretamente en 1963, a propósito de la
explotación de las aguas del río Jordán). En
1964 la tensión aumentó con la creación de
un mando árabe unificado y del nacimiento de la
Organización para la Liberación de Palestina y de
su ejército. Las unidades de este ejército,
reclutados principalmente entre los refugiados, se instalaron en
los estados árabes limítrofes de Israel. Los
comandos del
ELP y de la organización Al-Fatah, así como los
fedayín egipcios del Sinaí, multiplicaron sus
incursiones en territorio israelí. Los judíos
replicaron con acciones de
represalia. Sólo la presencia de los cascos azules
impedía que los incidentes desembocaran en lucha
abierta.
Pero la situación sufrió un brusco
cambio cuando,
a petición de Nasser, los cascos azules se retiraron de la
línea de demarcación del Sinaí para ser
reemplazados, el 21 de mayo 1967, por tropas egipcias. El
día 26, Nasser pronunció un violento discurso en el
que se ponía en entredicho la existencia misma de
Israel.
En la mañana del 5 de junio de 1967, El Cairo y
Tel Aviv anunciaban el auge de las hostilidades,
acusándose mutuamente de haber tomado la iniciativa. La
aviación israelí atacó las bases
aéreas árabes, sobre todo de Egipto, y en pocas
horas se hizo dueña absoluta del cielo, tras haber
destruido la casi totalidad de los aparatos egipcios, sirios,
jordanos e iraquíes. El general Isaac Rabín, jefe
del Estado Mayor israelí, lanzó entonces sus
columnas blindadas sobre el Sinaí. Del 5 al 8 de junio, en
cuatro días de guerra relámpago, las operaciones
llevaron a la reducción de la bolsa de Gaza y luego a la
destrucción del cuerpo de batalla egipcio en el
Sinaí.
El 28 de junio, Israel decidió la anexión
de Jerusalén a su territorio, pero los estados
árabes reunidos en Jartum, proclamaron la voluntad de no
firmar la paz con Israel, al que seguían negándose
a reconocer como Estado. La ONU condenó casi por
unanimidad las iniciativas israelíes de anexionarse
Jerusalén y el sur del Sinaí.
Cuarta Guerra
Árabe-Israelí (octubre de 1973)
El 6 de octubre de 1973, mientras Israel celebraba la
fiesta de Yom Kippur, las fuerzas egipcias arrancaron por
sorpresa el frente israelí del canal de Suez. Al mismo
tiempo, los
ejércitos sirios, secundados por unidades iraquíes
y jordanas, se lanzaban sobre el Golán. Pero las fuerzas
israelíes contraatacaron con vigor, logrando crear una
cabeza de puente al noroeste de Suez.
El conflicto se complicó aún más en
virtud de la decisión adoptada en Kuwait por la
Organización de los Países Exportadores de Petróleo de reducir su producción petrolera y sus exportaciones
hacia Europa y Estados Unidos. Pero tras un viaje de Kissinger a
Moscú, el Consejo de Seguridad
adoptó una resolución
soviético-norteamericana para un alto el fuego inmediato,
aceptado al momento por Israel y Egipto y luego por
Siria.
El conflicto, como todos sabemos, no ha terminado.
Ojalá vivamos para ver una paz justa en los estados de
Israel y Palestina. Ojalá el deseo de Justicia y Paz de
los ciudadanos del mundo logre alzarse por encima de los odios y
terrorismo de
uno y otro lado del conflicto y del silencio cómplice de
las naciones poderosas.
Alfred Dreyfus (1859-1935), un capitán del
ejército francés de padres judíos, fue
condenado a cadena perpetua, degradado y deportado a la isla del
Diablo por un delito de
espionaje a favor de Alemania que
no había cometido. Dreyfus fue finalmente amnistiado,
rehabilitado, readmitido en el ejército y condecorado con
la Legión de Honor. El caso Dreyfus se presenta como un
ejemplo histórico de antisemitismo, de búsqueda de
un chivo expiatorio para los males de un país.
Estos artículos son Copyleft bajo
una . Pueden ser distribuidos o
reproducidos, mencionando su autor y la web fuente de la
información, siempre que no sea para un uso
económico o comercial. No se pueden alterar o transformar,
para generar unos nuevos.
Juan Prades
http://www.revistaesfinge.com/