Democracia y globalizaci�n en Am�rica Latina
1. Efectos de la globalizaci�n
2. La nueva econom�a como pensamiento hegem�nico cultural
3. El Estado globalizado. La ausencia del Estado�Naci�n
1. Efectos de la globalizaci�n.
Parece haberse impregnado sobre el mundo una realidad: el triunfo de la hegemon�a de un neoliberalismo duro. Que no es m�s que los avances de un sistema econ�mico, pol�tico y social que modific� los principios de la econom�a, de la pol�tica y las pr�cticas sociales de vastas poblaciones, haciendo valer el mercado como principio generador del todo. Sin embargo su forma de irradiarse no ha sido igual para todos los continentes. La Am�rica Latina escogi� en las d�cadas precedentes la forma de econom�a de mercado basado en la aplicaci�n del llamado "Consenso de Washington". Este modelo que se caracteriza por un manejo macroecon�mico, supone el dise�o de reformas financieras, pero por m�s esfuerzos que realicen los gobiernos el mercado queda incompleto, ya que la premisa pol�tica que subyace en el modelo, es que no funciona bien porque tiene segmentos e instituciones subdesarrolladas o inexistentes. En otro nivel, las transformaciones que ocurren en las relaciones humanas y los h�bitos mentales no condicen con las configuraciones externas objetivas y los comportamientos entre los seres humanos aparecen desconfigurados y descontextualizados.
Los procesos de ajuste neoliberal que se establecieron en Am�rica Latina hace dos d�cadas atr�s, �quiz�s mucho antes� crearon numerosas inestabilidades debido a un dise�o de pol�ticas macroecon�micas, con influencias en la microfinanza y en pol�ticas de corto plazo que relegan los conflictos institucionales, los de clase y la soberan�a de los estados. Lo que se denomina "mundializaci�n" no es m�s que la americanizaci�n o una dependencia en las relaciones con los Estados Unidos. De esta forma queda sumergida la "independencia de la pol�tica" y las democracias latinas se tornan dependientes y limitadas. Las f�rmulas econ�micas adoptadas se tornaron "la �nica alternativa posible", as� es que las crisis recurrentes finalizan con polarizaciones sociales, el quiebre de innumerable cantidad de empresas y una intervenci�n al orden pol�tico que toma distintas variantes seg�n pa�ses.
La carencia de la independencia del Estado funciona como un problema menor para el modelo neoliberal, hay que tener en cuenta que toma al individuo en forma aislada, que corresponde a una tipolog�a ideal que es la de un individuo informado y racional, �la autonom�a moral del ciudadano, que presupone la independencia econ�mica�, de manera que reestablece la idea de una democracia liberal que debiera imitar a la de los Estados Unidos. Es en el funcionamiento de esa democracia en la que se posan las miradas a imitar entre los gobiernos y la opini�n p�blica. Estados Unidos es un pa�s en que la opini�n p�blica funciona con un rol muy importante especialmente mediante la televisi�n; es una democracia anglosajona y protestante y en la que las influencias de los distintos grupos de presi�n se equilibran y neutralizan. Las dimensiones de la multiculturalidad y la multietnicidad de la sociedad hace que exista una relativa sensibilidad a las influencias de las naciones de origen, de donde proceden las diferentes etnias y culturas. Esta manera de operar con la sociedad se traslada en f�rmulas de imitaci�n en las democracias latinoamericanas tanto desde las perspectiva de los derechos civiles como de los pol�ticos, que en la pr�ctica act�an diferenciados. De esta forma la revisi�n y la b�squeda de los or�genes hist�ricos de los problemas son depreciados en los an�lisis y queda subsumida tanto la forma de ejercer la libertad pol�tica, los estilos de la libertad de expresi�n, como la libertad econ�mica a modelos que cambian seg�n los contextos hist�rico pol�ticos. En la sociedad del mercado se tiende a emular el �xito m�s que la libertad y la igualdad, y el �xito se convirti� en valor de salvaci�n y redenci�n. De igual forma se repiten por doquier f�rmulas de expresi�n que repercuten en las administraciones p�blicas, en la formulaci�n de las pol�ticas p�blicas y en un detrimento de la sociedad en la comprensi�n y ejercitaci�n de los resultados de esas pol�ticas p�blicas.
Pero el cambio sustancial que se vive a nivel planetario es la revoluci�n tecnol�gica que introdujeron las TIC, o las tecnolog�as de informaci�n y comunicaci�n, especialmente la internet. Los multimedios y la internet adosadas a los mecanismos de especulaci�n del mercado se desenvuelven como un consumo m�s de mercader�as, aunque no todo su desarrollo sea con ese motivo ya que como toda tecnolog�a, son una herramienta de desarrollo. Esta revoluci�n tecnol�gica social trae aparejados cambios quiz�s m�s importantes que los derivados de la revoluci�n industrial, ya que se est�n modificando procesos econ�micos, pol�ticos y sociales. La revoluci�n de la tecnolog�a de la informaci�n transforma la forma de acceder a la informaci�n, de distribuirla y de trasmitirla. Introduce modificaciones muy importantes en el mercado de trabajo y en el sistema educativo, ya que supone un cambio relevante en el sistema de producci�n y de la comercializaci�n. Pero estos cambios no implican que de la noche a la ma�ana se transforman los principios elementales ni de la econom�a ni de la pol�tica.
Entre los retrocesos que se mencionan en los �ltimos veinte a�os de hegemon�a conservadora se encuentra el incremento de la pobreza y el crecimiento de las desigualdades en el mundo, que han sido tan espectaculares que deslegitimizan el proceso globalizador, y la denominada nueva econom�a. En el se�alamiento con respecto al desarrollo a que se refieren numerosos informes internacionales sobre la d�cada perdida de los 80, trasladados a los 90 se menciona el retroceso del �ndice del desarrollo humano, comparado con los comienzos de la d�cada de los 70. El aumento de la pobreza que afecta a unas 185 millones de personas se relaciona con las pol�ticas macroecn�micas que adopt� Am�rica Latina y que no significaron un crecimiento en la regi�n. La esperanza en la mejora de la productividad por la aplicaci�n de las nuevas tecnolog�as, se corresponde con las nuevas mentalidades de los seguidores de la nueva econom�a, haciendo diferencias entre la vieja econom�a, la de las empresas de ladrillo y cemento y las actuales, las del puntocom, que ser�an las que nos imponen un futuro m�s prometedor. Nada m�s alejado de la realidad, ya que las empresas virtuales crean "redes", que necesitan vender, comprar, transportar, entregar a clientes o a consumidores finales un determinado producto. Para que estos procesos ocurran hace falta la existencia de la vieja econom�a, que construya, que fabrique y que transporte mercader�as para que luego sean utilizadas en los nuevos soportes.
La globalizaci�n sin fronteras geogr�ficas implica la integraci�n de los mercados, especialmente del sector servicios, pero han sido los capitales riesgo que cotizan en las Bolsas los que promovieron el sistema de la nueva econom�a, poniendo en duda los sistemas de producci�n tradicionales. La esperanza en una mejora de la productividad mediante los mercados internacionales no especifica las condiciones del incremento del capital mediante nuevos trabajos. Por el contrario, lo que se denomina "nueva sociedad del conocimiento" implica la necesidad de inversiones, de investigaciones con nuevos contenidos intelectuales y profesionales, pero ocurre que en Am�rica Latina el trabajo aparece fragmentado, inexistente y oscuro. No hay indicios a�n de la aplicaci�n de una diferente mentalidad entre los empresarios que se preocupan por mayor productividad, m�s calidad, diversidad; menos a�n resulta la preocupaci�n por el sistema del trabajo que aparece condicionado por leyes en los que se aplica la flexibilidad y sueldos paup�rrimos para los que trabajan y s�lo tienen su cuerpo y/o conocimientos para ofrecer en el mercado de trabajo. De esta forma la productividad es imposible de alcanzar, am�n del desempleo que limita e impide el desarrollo y la reproducci�n de la solidaridad en la sociedad.
2. La nueva econom�a como pensamiento hegem�nico cultural.
En el terreno pol�tico el neoliberalismo se manifiesta bajo el nombre de "nueva econom�a" que significa que las medidas adoptadas en los pa�ses del Tercer Mundo como pol�tica econ�mica est�n por encima de las denominadas pol�ticas de equidad, de justicia y de redistribuci�n. Opera con ciertos esquemas que ocurren en la mayor parte de los pa�ses: reducci�n de impuestos, del tama�o de las empresas, privatizaciones, externalizaci�n de la mano de obra, aumento de la deuda externa y m�s. En la nueva mediaci�n, la acumulaci�n del mercado se impone a la mediaci�n entre la sociedad civil y el r�gimen pol�tico. El mercado se presenta con cara sonriente y socarrona �es la cara del �xito� para acentuar la ganancia del capital que act�a de manera diferente con respecto a los actores sociales del trabajo. La democracia se adecua a estos par�metros y el estado asume las leyes del mercado que usan las multinacionales, mientras que en el terreno de la formulaci�n de medidas se observa ausencia de pol�ticas p�blicas que recuerden y hagan cumplir postulados de equidad, distribuci�n, solidaridad, participaci�n. El pensamiento �nico queda consolidado como programa del �xito, de la eficiencia y eficacia, metas que aparecen vaciadas para el Estado y que no puede articular de manera razonable intervenciones entre la econom�a, la pol�tica y la cultura.
A mediados del siglo XIX se asisti� a variadas transformaciones del modo de vida en las poblaciones de la Am�rica Latina por la impulsi�n, la difusi�n e implantaci�n del modelo desarrollista. Al "desarrollo" se lo configur� desde diversos principios y valores como "un modelo de vida". El modelo de desarrollo ten�a como objetivo mejorar las condiciones de calidad de vida de los individuos, sin embargo tanto en aquellos a�os como en los actuales la calidad de vida estuvo y est� supeditada, sin por ello decir exclusivamente, al crecimiento econ�mico. Las contradicciones dentro de las sociedades fueron las principales variables para medir el mal desarrollo, o para reducir a consideraciones sem�nticas lo que fueron los obst�culos al modelo de desarrollo en los a�os 50 y comienzos de los 60, que era la necesaria transformaci�n en sociedades desarrolladas e industrializadas. La industrializaci�n termin� siendo atacada por deteriorar al medio ambiente, la reconfiguraci�n de las ciudades y la urbanizaci�n dej� de lado tradiciones culturales y memorias hist�ricas de las formas de vida de los individuos, y el bienestar y la igualdad no fueron visualizados con las mismas varas de medici�n que la tendencia al cambio unilineal. La inevitabilidad del desarrollo pon�a a nuestras sociedades en un estadio inferior �de subdesarrollo� comparado con otro superior �el modelo de los pa�ses capitalistas desarrollados �, legitimados por la ONU, organismo internacional de apenas unos pocos a�os de vida por aquellos momentos. En el mundo de las ideas y en el pensamiento pol�tico el mundo estaba dividido en bloques: el capitalista, industrializado, urbanizado y desarrollado y el comunista � que tambi�n se lo ubicaba en un estadio inferior� al que se lo denominaba como sociedades industriales comunistas. Los pa�ses del Tercer Mundo deb�an de tomar los paradigmas de las sociedades industrializadas, urbanizadas y desarrolladas.
En los noventa en la Argentina, se habl� de la pertenencia a un Primer Mundo por ubicarse y acomodarse a la globalizaci�n y ahora seg�n un rengl�n de estad�sticas manejada por el Reino Unido, pertenecer�a al "Segundo Mundo". La estratificaci�n de las naciones cambi� a partir de las �ltimas d�cadas, despu�s de la ca�da del Muro del Berl�n y el cambio de status jur�dico de la URSS. La trasmutaci�n en las identidades ocurre como derivaci�n de otras pol�ticas: por el cambiante rol de los partidos pol�ticos; por los cambios en la nominaci�n de derechas e izquierdas que cada vez se acercan a una denominaci�n de "centro moderado"; las expresiones de los medios de comunicaci�n en los que las palabras se adecuan a una "opini�n p�blica"; el marketing de la pol�tica que fabrica candidatos/as a la medida de una "tipolog�a ciudadana" derivada de esa opini�n p�blica, que opina sobre todo y a la vez sobre nada.
En Am�rica Latina los pa�ses fueron adapt�ndose poco a poco a los c�nones de los gobiernos neoliberales, por ello el Estado y aquello considerado como "del bienestar" fue dejado de lado, paralelamente las injerencias de las esferas de poder tradicionales contin�an teniendo influencia en las orientaciones de las instituciones, hecho que se relaciona con la historia individual de cada uno de las naciones que adoptaron su independencia en el siglo XIX. Pero lo que ha caracterizado a los gobiernos de Am�rica Latina tanto en el siglo XIX como en el XX fue la presencia de los caudillismos y cacicazgos que si bien no introdujeron medidas de democratizaci�n a semejanza de los estados europeos, concitaron la adhesi�n de las multitudes. La construcci�n de los Estados�naci�n en Am�rica Latina fueron nada m�s y nada menos que la lucha contra los cacicazgos, la entrada en la modernizaci�n en el siglo XIX, a esa estructuraci�n de instituciones contribuyeron las elites liberales, que �con las falencias de miradas hacia atr�s� dieron lugar a la formaci�n de las identidades nacionales, un proceso que solo logr� consagrarse mediante la fundaci�n de estructuras modernas, la unificaci�n de un mercado interno y especialmente la concentraci�n del poder en manos del ente: Estado. La cr�tica que efect�a la concepci�n moderna a los estados �populistas, otra forma y estilo de gobierno que funcion� en la primera mitad del siglo XX, no se corresponde con el s�mil de nuevas formas de nacionalismos que ocurren en los estados �rabes, medio oriente, y este europeo como resurgimiento de conflictos que buscan sustentaci�n en elementos mono�tnicos, y/o monoreligiosos.
Se apela a la globalizaci�n para explicar el derrumbe de reg�menes totalitarios como la ca�da de la soberan�a de los Estados�Naci�n, para denunciar la inexistencia de democracia econ�mica y la injerencia de los mercados monop�licos en los servicios b�sicos de las naciones. En el enjambre de variables todo cambia, desde los h�bitos de comida, pasando por las nociones tradicionales de familia, los nuevos roles de las mujeres, hasta el papel preponderante de la internet. El reparto del ingreso, de la educaci�n, de los accesos a los derechos sociales siempre han sido desiguales y marcaron distancias sustanciales entre los sectores sociales en el Tercer Mundo, pero las metas sobre el crecimiento que son propuestas por la adopci�n de pol�ticas de los gobiernos, determinan en circunstancias hist�ricas, c�mo ser� el ritmo de crecimiento y los accesos a las oportunidades para los habitantes de un pa�s, marcando tambi�n las orientaciones culturales de esas poblaciones.
Los cambios del capitalismo, �en la totalidad del planeta� no se manifiestan exclusivamente en las cifras de progreso econ�mico, y/o en los espacios financieros y econ�micos, lo conceptualizado como "globalizaci�n" est� basado en una vertiginosa aceleraci�n de los procesos tecnol�gicos, especialmente de las comunicaciones, la microelectr�nica, la gen�tica y los nuevos materiales. Han venido a fomentar tambi�n un modo de vida global o como ha sido denominado "estandarizaci�n u homogeneizaci�n cultural". Un fen�meno no exento de fricciones y de contradicciones, quiz�s m�s complejos que aquellos que eran discernidos en los momentos del af�n por el desarrollo.
Paralelamente a la globalizaci�n se vigorizaron los nacionalismos, los esfuerzos por revitalizar las identidades de grupos �tnicos o de su constituci�n por parte de otros sectores culturales del mundo, han regresado sentimientos religiosos, fundamentalismos de diversa �ndole y una renovada presencia del espiritualismo. Este supuesto estallido identitario no exento de profundos conflictos de concepciones religiosas, son reacciones negativas, favorecen la fragmentaci�n de identidades m�s que consolidarlas y demuestran tambi�n la ca�da del centro de poder, o dicho de otro modo el estado tambi�n en esos pa�ses se ha debilitado.
Pero la contradicci�n notoria es el mantenimiento del car�cter asim�trico del sistema mundial, la inexorable existencia de centros y periferias en la econom�a mundial; un centro que concentra la mayor parte de la riqueza �tanto productiva como financiera � y regiones semi perif�ricas atomizadas y fragmentas tanto en lo pol�tico como en lo social, en lo externo como en lo interno. El problema principal y esencial es la compatibilidad de la democracia con la globalizaci�n y sus consecuencias nacionales y regionales. En la �poca en que Am�rica Latina recuper� la posibilidad de reconstruir las instituciones democr�ticas, se marcaba el fin de la bipolaridad en el mundo y comenzaba la alternativa social, pol�tica y econ�mica m�s consistente y con mayor poder de las conocidas en todo el siglo XX, un liderazgo capitalista conducido por los EE. UU. Mientras esto ocurr�a la regi�n imitaba las f�rmulas de la denominada "transici�n espa�ola", a�os m�s tarde les toc� el turno a los pa�ses del Este. Sin embargo no hubo forma de parangonar la experiencia espa�ola en la transici�n democr�tica, porque Espa�a hab�a entrado en una democracia como consecuencia de las transformaciones socioecon�micas del per�odo 1960�1975, consistentes en un despegue del sector terciario pero sin por ello perder el aparato productivo como ocurri� con Hispanoam�rica y en los pa�ses del Este. El proceso latinoamericano de los a�os 80 y los 90 fue de reconstrucci�n de sus sociedades en todas las esferas: en lo pol�tico estatal, en el mercado y en la sociedad civil. En lo concerniente al proceso democratizador y a las pol�ticas p�blicas se trataba de dar con f�rmulas de articulaci�n de las demandas colectivas. Pero a fines de los a�os 80 la recomposici�n institucional fue desestructurada por la crisis econ�mica y posteriormente se entr� en una etapa de liderazgo del ejecutivo nacional, una centralizaci�n en las decisiones, de demandas �ticas por las constantes corrupciones y de una desvirtuaci�n del papel del Estado por un proceso privatizador, minando el otrora aparato productivo de ese mismo Estado.
Mirando hacia atr�s es posible decir que el proceso de re institucionalizaci�n producido en los a�os 80 no encar� la relaci�n entre la econom�a y la pol�tica de manera adecuada, como tampoco se dio la importancia necesaria a c�mo deb�an de re�organizarse las democracias latinoamericanas en adecuaci�n a las relaciones sociales particulares de cada pa�s. "La d�cada perdida" no es otra cosa que la manifestaci�n de la desorganizaci�n, de entrada en la crisis, o la traducci�n a las percepciones sociales de derrumbe, anomias y disoluci�n de identidades. En lo pol�tico es el traslado de la p�rdida de confianza en "la representaci�n", un acentuamiento en "la delegaci�n" y una b�squeda constante de salvadores de la crisis. Se acu�� el t�rmino de "democracias delegativas", instaurado por el politic�logo Guillermo O�Donnell, que remite a la degradaci�n de los pa�ses del hemisferio latinoamericano en comparaci�n con las democracias europeas, por el escaso margen contractual que dejan tanto a la representaci�n como a la autonom�a de los actores sociales. El presidencialismo que se confunde con el sistema de gobierno y con el papel del Estado, fue el que aceler� las reformas que se produjeron en los a�os 90, sobreestimando la capacidad de gesti�n en tecnocracias y descansando en una estabilidad macroecon�mica que se estableci� como generadora del orden social, reproduciendo un nuevo autoritarismo que remite a "quien se opone crea la desestabilizaci�n" y a la violencia cotidiana tanto en los �mbitos privados como en los p�blicos.
El desestabilizar no remite a lo econ�mico, lo rodea, pero s� a lo pol�tico, a la ausencia del des� acuerdo, a la intolerancia con respecto a la protesta social. La sociedad es visualizada y presentada como segmentada y en este sentido deber�n aparecer sin vigor las instituciones democr�ticas. Porque la consolidaci�n de una democracia�liberal �aunque se prejuzgue este �ltimo t�rmino� requiere de fuertes instituciones representativas y de actores representados. Una sociedad segmentada, despolitizada carece de alternativas para movilizarse, de opciones y de horizontes hacia el futuro. Hoy el t�rmino democracia vuelve a estar acosado, ya que lo que se discute es si la globalizaci�n econ�mica est� minando las bases del Estado�Naci�n. Las relaciones de poder globalizadas quitan relevancia a las instituciones nacionales de la democracia parlamentaria y de la representativa.
3. El Estado globalizado. La ausencia del Estado�Naci�n.
El "Estado de Bienestar" se caracterizaba por la obligatoriedad de la provisi�n colectiva de las necesidades b�sicas de la sociedad y la pol�tica social se ocupaba de la administraci�n de los servicios personales, salud, educaci�n, empleo, seguridad social, habitaci�n, a trav�s del establecimiento de mecanismos como el seguro social para prevenir la pobreza, promover la solidaridad social y "la ciudadan�a social". Los que denostan al Estado de Bienestar lo hacen en relaci�n a una pol�tica social que involucra la soluci�n de problemas sociales m�s que de los temas econ�micos, tales como los derechos de los ciudadanos, las cuestiones de la administraci�n social, las formas y la racionalidad de la redistribuci�n de la riqueza y el servicio social. Para ese tipo de pensamiento la sociedad se convierte en objeto de estudio y en c�lculo pol�tico, a la vez que de intervenci�n administrativa. Para la pol�tica que consolidaba la existencia del estado y del bienestar social, la "integraci�n" era la base de la concepci�n de la gobernabilidad, ser miembro de una sociedad con aceptaci�n de roles, reconocimiento social, responsabilidades y necesidades definidas socialmente. El objetivo de aqu�l Estado �cuyas pr�cticas fueron tenues en la Am�rica Hispana� fue el impulso de la igualdad de status entre los individuos, quiz�s con la utop�a de construir una comunidad de ciudadanos que reemplazara a la sociedad dividida en clases. Fue el que contribuy� a la emergencia de los derechos civiles, pol�ticos y sociales por lo que exist�a una consecuencia con la racionalidad de la sociedad de bienestar. En este tipo de estado la "ciudadan�a social" se refer�a al conjunto de derechos sociales para participar en el bienestar econ�mico y la seguridad, para compartir plenamente la herencia social y vivir �una vida civilizada� de acuerdo con los est�ndares prevalecientes en la sociedad. El Estado pose�a una funci�n central en la protecci�n de los derechos de los ciudadanos, �trabajadores� en una situaci�n de exclusividad�inclusividad de quienes eran considerados por la fuerza laboral. En Am�rica Latina la aplicaci�n de este tipo de f�rmulas sociales coincide con los estados populistas que de manera sint�tica significaron alta intervenci�n del estado en las pol�ticas sociales y econ�micas. En realidad los denominados estados populistas aplicaron la noci�n de Naci�n de una manera que sirvi� hist�ricamente, por la construcci�n de un imaginario social asociado a la noci�n de Naci�n y porque ofrecieron un anclaje de integraci�n, sin duda apoyado por pol�ticas de bienestar social. El Estado�Naci�n fue un proyecto de ciudadan�a que incorpor� la ideolog�a policlasista y que se bas� en la incorporaci�n de los trabajadores al estado. La identidad nacional dio lugar a formas de cohesi�n social que giraron alrededor del Estado, que a su vez era el factor din�mico de la econom�a.
La desaparici�n del Estado�Naci�n coloca a las personas en un estado de indefensi�n, sin contenci�n frente al vaiv�n del mercado, el imaginario social de la identidad queda destruido por la ausencia del Estado frente al avasallamiento del mercado. Paralelamente las democracias re�fundadas en los a�os ochenta tendieron a recalcar el respeto por las diferencias en el interior de sus reg�menes pol�ticos, apelando al concepto de "ciudadan�a". En las democracias europeas este concepto est� fuertemente adscripto a la noci�n de praxis ciudadana, activa en el ejercicio de los derechos democr�ticos, pero en relaci�n a la participaci�n y a la comunicaci�n. Ciudadan�a significa la pertenencia a un estado pero sobretodo deberes y derechos ciudadanos.
La globalizaci�n imprimi� en las democracias latinoamericanas la concepci�n de los intereses privados como beneficiarios a la sociedad. Falacia que solo puede estar basada en la rentabilidad econ�mica. En las democracias el principio de ciudadan�a implica soberan�a popular y �sta supone participaci�n ampliada y variada. Fen�menos como la desesperanza pol�tica en los partidos pol�ticos, el absentismo electoral, la corrupci�n, el fraude fiscal, la falta de debate p�blico ciudadano son s�ntomas de la inexistencia de la praxis ciudadana, relacionadas a las carencias de identidades y de ausencia de estado. Las democracias actuales se corresponden al modelo de Schumpeter, son democracias del mercado. De esta forma y a diferencia de los EE. UU. suele confundirse la participaci�n de la "sociedad civil" en la opini�n p�blica, como defensora de los derechos de los consumidores, concepci�n que es eminentemente individualista y funcional al mercado.
En las democracias altamente desarrolladas el ejercicio de la ciudadan�a se da en relaci�n a los derechos sociales, civiles y pol�ticos, pero la inexistencia de este ejercicio en las democracias latinoamericanas se relaciona a una baja autonom�a pol�tica por la injerencia de pol�ticas dependientes y neoliberales y por la p�rdida del ejercicio de la praxis intersubjetiva, o comunitaria, alrededor de pensamientos pol�ticos claves. La apelaci�n y/o el pretexto de acercar y descentralizar la pol�tica a la ciudadan�a no opera en la Am�rica Latina como en los territorios europeos y estadounidenses, en �stas aspiran a la perfecci�n del "buen ciudadano", en aquellas se intenta negar el conflicto y se apela a la obediencia, se desarrollan los caudillismos conservadores, se practica el clientelismo, las relaciones sociales se tornaron verticalistas y el r�dito es la b�squeda de los "espacios de poder" individualistas. En los territorios hispanoamericanos las pol�ticas de la globalizaci�n han redundado en que la ciudadan�a no est� asegurada por las condiciones sociales de exclusi�n. De all� que sea com�n oir hablar de "ciudadanos/as de primera y ciudadanos/as de segunda", de "ciudadan�a asistida" y "ciudadan�a emancipada". El �nfasis que sigue poni�ndose en la acumulaci�n de capital sin distribuci�n social se corresponde a un r�gimen pol�tico que lejos de semejarse a las democracias europeas vuelve a sumergir a la Am�rica Latina en unos de los peores momentos de las crisis hist�ricas quiz�s ocurridas desde su independencia, que es la restricci�n de las autonom�as pol�ticas. Quiz�s por ello despierta esperanzas la alternativa de la "Tercera V�a" que no deja de considerar al Estado como ente aut�nomo frente al mercado.
Publicado originalmente en KAIROS- Revista de temas sociales- A�o 4 Nro 7, 2do. Semestre 2000- http://www2.fices.unsl.edu.ar/~kairos/k07-02.htm
Lic. Bibiana Apolonia del Brutto
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