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Reflexiones sobre el ser de la sociedad argentina




Enviado por W. Daros



Partes: 1, 2

  1. Resumen
  2. La perspectiva del
    pasado
  3. Algunos indicadores
    del ser de la sociedad argentina
  4. ¿Futuro
    incierto?

Resumen

Se busca realizar una reflexión sobre le ser
acontecido de lo que es la Argentina. Necesita, a un tiempo,
reflexionar sobre la mutación y la permanencia; ser lo
mismo en lo distinto; no tan distinto como para no ser lo mismo.
La terra argentea o Argentina se formó a partir
de los soldados españoles que traían "la pobreza de
unos, la codicia de los otros y la locura de los más".
Culturalmente se hace manifiesto que el accionar -en algunas
ocasiones- de la Corona y de los conquistadores creó un
clima favorable a ver casi como natural la usurpación, el
arrebato y la impunidad. En este contexto, la sociedad se rige
entonces por la astucia de los más o por la fuerza de los
menos pero poderosos. Todo lo cual ha envilecido las relaciones
humanas, ha coartado la educación y el desarrollo, la
dignidad y la solidaridad, y ha convertido a los argentinos en
seres que siempre tienen motivo de queja y para agudizar la
viveza criolla. Por herencia y por logro propio, la vida
argentina parece girar en torno a lo económico, la fe en
la grandeza futura del país, el culto nacional del coraje,
la corrupción y el desprecio de la ley.

Palabras calves: Argentina – identidad – astucia
economía – corrupción

La perspectiva del
pasado

  • 1. Tomar una perspectiva desde el pasado no
    significa hacer historia, en el sentido riguroso del
    término. No interesa aquí hacer una historia de
    lo que ha sido la Argentina: la fecha rigurosa de sus
    sucesos, la cita precisa de los documentos, el cotejo de
    filológico de los textos, etc.

La intención ahora se halla en hacer una
filosofía sobre lo acontecido, teniendo presente que de
lo acontecido se encargan los historiadores. En sentido
estricto, se trata de re-flexiones (flectere: volver):
de volvernos, de doblarnos sobre el pasado, buscando un
sentido.

Lo importante aquí es la hermenéutica
acerca del ser
acontecido. Y esa perspectiva desde el pasado
se construye inevitablemente desde el presente. Desde hoy, con
nuestros intereses y problemas tratamos de ubicarnos en lo
sucedido en el pasado: en lo que fue (historia) en su ser
(filosofía) que, con cambios, perdura y pervive en el
presente (su mentalidad actual o modo de ser) y que,
quizás, podamos llamar su identidad. Y, recordando el
pasado, desde el presente podemos ponernos ideales para el
futuro. Como ha dicho Santayana, los que no recuerdan el pasado
están condenados a repetirlo. La "amnesia generacional",
como la han llamado Alvin y Heidi Toffler, es frecuente, casi un
hecho bioló-psicológico: recordar e interpretar
nuestro pasado es, entonces, ya, por sí solo, una gran
ayuda para comprender el presente[1]

2. Porque extraña cosa es la identidad,
lo mismo que el ser del movimiento. Necesita, a un tiempo,
mutación y permanencia; ser lo mismo en lo distinto; no
tan distinto como para no ser lo mismo; no tan lo mismo como para
no cambiar en el tiempo.

Somos seres en un tiempo, aunque trascendemos cada
tiempo: el pasado con renovadas interpretaciones desde el
presente, el presente -que no es más que un fugaz
instante- proyectándonos en un futuro que se
reproyecta[2]

¿Hay una identidad argentina? ¿Soy yo el
mismo que se mira en el espejo y que está fotografiado en
su infancia? ¿Hay un ser permanente individual y -lo que
es más complejo aun- social? ¿Qué es el ser
de la sociedad argentina, sino ese mirarnos renovadamente en el
presente y reconocernos como, a pesar de todo, iguales a lo que
fuimos aunque con cambios, que -aristotélicamente
podríamos decir- no alteran la sustancia?

En ese reflexionar y mirarnos para reconocernos, no
importan los detalles como tales que tanto preocupan a los
historiadores. Nos importa, más bien, conocer si se da una
discontinuidad con la manera de ser de la conquista
española o bien una continuidad o identidad, no obstante
los más diversos avatares sociales, políticos,
económicos. Es conocido que hay opiniones dispares sobre
la "obra educativa" de España en América. Para
algunos, la acción educativa española fue
magnífica: llena de audacia trajo las ideas cristianas,
las imprentas, los colegios imperiales para los hijos de los
caciques, las universidades, la organización social de las
misiones jesuíticas, etc. Para otros, su accionar fue, en
el mejor de los casos, bien intencionado, pero los que realizaron
la conquista no acataron las leyes y, con despotismo y avaricia,
saquearon a América; se preocuparon por mantener sus
posesiones, e impidieron en lo posible la propagación de
las ideas progresistas europeas que culminaron en la
Revolución Industrial Inglesa y en Revolución
Sociopolítica Francesa.

En realidad, lo que importa, en este trabajo, no se
halla en acusar o no a España, sino saber cómo
somos los argentinos y qué influencia española
padecimos.

En la búsqueda de la "terra argentea"

3. La conquista de América se realizó bajo
el ideal de encontrar nuevos caminos para el comercio con Oriente
o las Indias. No fueron los mejores españoles los que
llegaron a estas tierras; y lo que le interesó de ellas
fue su posesión.

El descubrimiento de América esta inmediatamente
signado, desde Cristobal Colón, con una actitud feudal de
conquista, y por un ansia desmedida de riquezas, obtenidas a
cualquier precio, como un valor y primacía que está
sobre todo otro valor y cosa.

"Cuando yo descubrí Indias -escribió
Colón, desde Jamaica, en su carta de 1503, a los Reyes
Católicos- dije que eran el mayor señorío
rico que hay en el mundo. Yo dije del oro, perlas, piedras
preciosas, especiería… El oro es excelentísimo;
del oro se hace tesoro y con él quien lo tiene hace cuanto
quiere en el mundo, y llega hasta que echa las ánimas al
paraíso"[3].

El mismo Colón, en sus últimos viajes,
trajo en sus naves todo el armamento necesario para someter y
mantener en esclavitud a los indios en una isla del Caribe, para
que le extrajeran oro. La pronta extinción forzada de los
indígenas (de cien mil indios en la isla Española
en 1492, quedaban 500 en 1750) exigió luego esclavos
negros[4]Hacia 1570, Iberoamérica
habría perdido más de dos millones y medio de
personas, por "el contacto con una raza superior, la falta de
preparación de los españoles para una
colonización tropical, los contagios por carencia de
higiene, la falta de alimentos…, el trabajo obligado y la nueva
forma de vida, las venganzas, el alcoholismo, el
mestizaje"[5].

4. Veinticuatro años después, los
españoles, guiados por Juan Díaz de Solís,
llegaron a lo que primeramente denominaron Mar Dulce. Gaboto se
adentra en el Mar Dulce buscando la "ciudad de los
Césares" (quizás ricos caciques incas); y
Álvar Núñez Cabeza de Vaca (1541) llega a
Paraguay, por el Brasil, oyendo una fascinante narración
acerca del "dorado".

Los soldados españoles traían "la pobreza
de unos, la codicia de los otros y la locura de los más",
según el cronista Gonzalo de Oviedo. Y al decir de
Cervantes, estas tierras fueron "el refugio y amparo de los
desesperados de España".

Los españoles que llegaron a estas tierras
traían la valentía y la audacia de un soldado y de
un codicioso; pero albergaban también el desprecio al
trabajo.

Mas no solo el desprecio al trabajo, sino a todo lo
diferente
: al judío, al moro, a los conversos, al
indio, al negro. El cinismo, la hipocresía se
encubrió con el manto de lo religioso, que mientras de
palabra defendía al débil con algunas migajas, poco
y nada hizo por él.

Eran los conquistadores gentes con una gran imagen de
sí mismos: creían defender de algún modo al
Rey, a infantes e infantas, a los nobles, a los hidalgos, cuya
nobleza, en realidad, no era más, por lo general, que el
fruto de violencias y rapiñas añejas.

A pesar de la organización piramidal y
autoritaria del gobierno -y, quizás, precisamente por
ello- se genera, en América Latina, una cultura de la
evasión
, del acatamiento (o sea, manifestar que se
respeta la ley) y de su no cumplimiento o de su cumplimiento solo
formal.

"El cumplimiento formal o exterior de la regla, pero
violándola en realidad con subterfugios o dobleces… fue
una constante especialidad de los funcionarios, como en el caso
del Gobernador de Nicaragua, Rodrigo de Contreras, quien
esquivaba la prohibición de no tener más de 300
indios encomendados anotándolos a nombre de parientes o
amigos. Ya hemos dicho que llegó así a tener 30.000
aborígenes"[6].

El español conquistador, y luego los americanos y
argentinos, vivieron dependientes de una autoridad. No pudieron
vivir según sus propias leyes; pero, por esto mismo,
trataron siempre de evitar el cumplimiento de las mismas: hecha
la ley hecho el engaño.

Los que establecen sus propias leyes, después de
discusión y consenso, la introyectan y no tienen sino que
cumplirlas: no pueden traicionarse a sí mismos; deben ser
íntegros o coherentes. Mas quien tiene siempre a
un superior que le establece las leyes y que no representa a los
deseos de los ciudadanos, éstos utilizan cualquier
descuido para violarlas, incluso aparentando cumplirlas
formalmente: se convierten en cínicos.

Los ingleses que llegaron a Norteamérica
vinieron, con ansias de libertad, a organizarse por sí
mismos, huyendo de la imposición de una u otra
religión. Los conquistadores ibéricos, por
el contrario, vinieron en son de conquista y con ansias de poder
retroalimentada con el dinero, con la compra de poder. Ellos lo
ejercieron luego, ante todo, según una razón de
poder y no de justicia, generándose una idea aceptada
de corrupción institucionalizada, de uso y abuso
del poder. Colón establece los términos de poder y
ganancia con los reyes católicos en términos de un
contrato de negocio (que luego no fue respetado por los mismos
reyes católicos). Cortés, Pizarro y tantos otros
adelantados, vinieron a conquistar, interesados en la fortuna.
Los cabildos, por dar otro ejemplo, fueron instituciones con
cierta democracia, en los reinos españoles, y por medio de
ellos los pueblos podían administrarse e impartirse
justicia, en el siglo X. Los vecinos reunidos, una vez al
año, elegían a los miembros de esos cabildos. Pero
ya en el siglo XIV, el poder se fue concentrando en los reyes
mediante los regidores vitalicios nombrados por la Corona, para
presidir los cabildos y para la "administración de la
gente". Con Felipe II, necesitado de dinero para llevar adelante
las guerras de religión, se comenzó a vender
los "oficios", o sea, los cargos
, en remate público y
al mejor postor. En Buenos Aires, en 1607, Bernardo de
León fue el primer comprador del cargo para incorporarse
al Cabildo, cargo que ejerció por 30
años[7]El poder y gobierno del cabildo,
así obtenido, dejó de ser un servicio de
administración para el bien común y cayó en
el desprecio.

5. Estos españoles traían cultivada un
ansia de poder, confiscación política y
posesión
. No dudaron, pues, en considerarse
dueños sobre todo del oro y de la plata de los
indios[8]

Si ser cristiano es seguir las enseñanzas de
Cristo y si su gran mandamiento ha sido "amarás al
prójimo como a ti mismo" (Jn. 13,35), según el
ejemplo que con su vida nos dejó, entonces la
extinción masiva de los indígenas no demuestra que
se los haya tratado como los cristianos deberían haberlos
tratado, ni que la conquista de América se haya actuado
buscando un fundamento precisamente en una sociología
cristiana.

"El tristemente famoso Requerimiento, redactado
por el jurista Juan López de Palacios Rubios en l514, por
el que a los aborígenes se les `presentaba´ a Cristo
y se les exigió la sumisión al Papa, a la Iglesia,
al Rey y a la Reina, leído en castellanolengua que no
entendían- fue el instrumento `legal´ para
justificar el accionar de los conquistadores. Tampoco puede
decirse que expresa el pensamiento de la Regla de Oro:
`Así que todas las cosas que queráis que los
hombres hagan con vosotros, así también haced
vosotros con ellos´ (Mt. 7,12). Como dice el Prof.
Rubén Dri: `Había una teología de la
Dominación… Una vez que la máxima autoridad
religiosa reconocida por el conquistador le confería los
títulos necesarios para realizar en favor del imperio de
Cristo, el conquistador se sentía misionero. Ahora
podía matar con la conciencia
tranquila´"[9].

El conquistador se apropió de la tierra (entonces
el bien más preciado) y de todo lo que ella
contenía y ofrecía, por un acto político
de dominación, no por haber trabajado y producido
algo
en esa tierra, como lo hacían los colonos. Se
originaba así, por un lado, la idea de tener sin
producir
como algo legítimo, de gastar en una vida
placentera al presente, sin invertir o ahorrar para generaciones
futuras; y, por otro, no se estaba generando una
sociedad
, pues "las personas en cuanto son socios son
libres" o no son propiamente socios, fines en sí mismo
sino medios para un señor: "la sociedad por su misma
naturaleza excluye la servidumbre"[10].

6. Y cuando se agotó el oro y la plata ya
extraída por los indios, como los indios también
eran propiedad del Rey, debieron bajar a las minas nuevamente. A
este trato, no se le llamó esclavitud (eso vendría
luego con las personas traídas de África), sino
encomienda (encomendado por el Rey para su
evangelización con la contraprestación del trabajo)
o mita (prestando -de hecho gratuitamente- un servicio
laboral a la corona y conquistadores, la mayor parte del
año). De hecho, la conquista produjo un efecto devastador
para con el indio en Argentina: de trescientos mil
indígenas estimados al llegar los conquistadores, quedaban
cuarenta y un mil en tiempos de la independencia
argentina[11]

El tratamiento que la Corona dio a Colón y sus
herederos a perpetuidad, respecto de los gobiernos de las tierras
conquistadas, marcó el inicio de las injusticias y
usurpaciones
. Cuando la injusticia -entendida
mínimamente como el no respeto ni reconocimiento de lo
pactado- comienza con el gobernante, los gobernados aprenden
rápidamente la lección. Son innumerables los
documentos históricos en los que se constata el
incumplimiento de las Reales Cédulas.

No hay duda que muchos de los grandes bienes o capitales
se realizaron mediante la conquista, la esclavitud, el robo, y
otras formas de apropiación violentas. No siempre, empero,
quedaban en manos de los que se apropiaron injustamente de
ellos.

El incumplimiento de la ley se hacía de tres
maneras: a) por un desconocimiento abierto de la misma (como
cuando Cortés rechaza la prohibición de encomendar
indios); b) por desconocer o archivar una cédula que no
favorece a la autoridad actual y resucitar otra que lo favorece,
esto es, por jugar con las leyes para no hacer justicia; c) por
un cumplimiento solo formal de las normas pero
infringiéndolas con subterfugios (hecha la ley, encontrada
la trampa). En la raíz se hallaba siempre lo mismo: la
corrupción, la voluntad política de no hacer
justicia, de no apreciarla
; y un desmedido deseo de poder y
de dinero que parecía justificar todos los actos desde la
máxima autoridad hasta la de inferior
categoría.

También la conquista de las tierras "del
desierto" fue una usurpación, signada por la fuerza y las
matanzas, de las tierras de los indios que amenazaban con sus
malones la expansión de los estancieros. Ni los indios ni
sus conquistadores fueron hombres que evadieron la violencia.
Juan Manuel de Rosas, por ejemplo, conquistó 400 leguas de
tierra y mató a diez mil indios, degollando a toda india
mayor de 20 años, según el testimonio de Ch.
Darwin[12]Luego Julio A. Roca terminarán la
obra. La acumulación del capital y la pretendida nobleza
se apoyaron frecuentemente en la violencia y usurpación,
lo que hizo a sus poseedores -los ricos terratenientes-
radicalmente inmorales, queriéndose instaurar luego, en
vano, sobre ese hecho el derecho y la exigencia del respeto a las
leyes. Sólo con la reforma de la Constitución
Nacional (1994, Cap. IV, art. 17) se reconoció el derecho
"la preexistencia étnica y cultural de los pueblos
indígenas argentinos" y la posesión y propiedad
comunitarias de sus tierras.

Charles Darwin, (que cabalgó buena parte de la
provincia de Buenos Aires y Santa Fe, que cenó con Juan
Manuel de Rosas), nos dejó algunas de sus impresiones
sobre el modo de ser de los argentinos, distinguiendo netamente
la conducta del gaucho de la de los urbanos. Eran ya manifiestas
las conductas corruptas.

"Los gauchos u hombres de campo son muy superiores a los
que residen en las ciudades. El gaucho es invariablemente muy
servicial, cortés y hospitalario. No me he encontrado con
un solo ejemplo de falta de cortesía u hospitalidad. Es
modesto, se respeta y respeta al país, pero es
también un personaje con energía y
audacia.

La policía y la justicia son completamente
ineficientes. Si un hombre comete un asesinato y debe ser
aprehendido, quizá pueda ser encarcelado o incluso
fusilado; pero si es rico y tiene amigos en los cuales confiar,
nada pasará.

Es curioso constatar que las personas más
respetables invariablemente ayudan a escapar a un
asesino.

Parecen creer que el individuo cometió un delito
que afecta al gobierno y no a la sociedad. (Un viajero no tiene
otra protección que sus armas, y es el hábito
constante de llevarlas lo que principalmente impide que haya
más robos.)

Las clases más altas y educadas que viven en las
ciudades cometen muchos otros crímenes, pero carecen de
las virtudes del carácter del
gaucho[13]

  Se trata de personas sensuales y disolutas que se
mofan de toda religión y practican las corrupciones
más groseras; su falta de principios es
completa.

Teniendo la oportunidad, no defraudar a un amigo es
considerado un acto de debilidad; decir la verdad en
circunstancias en que convendría haber mentido
sería una infantil simpleza.

El concepto de honor no se comprende; ni éste, ni
sentimientos generosos, resabios de caballerosidad, lograron
sobrevivir el largo pasaje del Atlántico…

En la Sala de Buenos Aires no creo que haya seis hombres
cuya honestidad y principios pudiesen ser de confiar. Todo
funcionario público es sobornable. El jefe de Correos
vende moneda falsificada. El gobernador y el primer ministro
saquean abiertamente las arcas públicas… No se puede
esperar justicia si hay oro de por medio.

Conozco un hombre (tenía buenas razones para
hacerlo) que se presentó al juez y dijo: 'Le doy
doscientos pesos si arresta a tal persona ilegalmente; mi abogado
me aconsejó dar este paso'.

El juez sonrió en asentimiento y
agradeció; antes de la noche, el hombre estaba preso. Con
esta extrema carencia de principios entre los dirigentes, y con
el país plagado de funcionarios violentos y mal pagos,
tienen, sin embargo, la esperanza de que el gobierno
democrático perdure.

En mi opinión, antes de muchos años
temblarán bajo la mano férrea de algún
dictador"[14].

7. En la América hispana, ante tal actitud de
injusticia y de autoritarismo de los gobernantes españoles
que deseaban aumentar sus posesiones y riquezas, cabían
dos conductas: o bien la rebelión activa (tarde o
temprano sofocaba por el adiestrado ejército
español); o bien la resistencia pasiva mediante
el recurso de la pereza y luego a la viveza o picardía
criolla. Para el indio y para el criollo, la organización
social no era una obligación y un deber, con trabajos y
capitalización, ni estar sometido a órdenes de un
patrón (mentalidad ésta propio de un europeo), sino
una momento de convivencia placentera.

"Entre los mocovíes, hacer estrictamente lo que a
uno le venía en gana, era lo normal. El padre Canelas
recordaba: `Mandésele o convídesele para alguna
cosa; sin tiene ganas de ello no lo hará…
Sucedíanos mandarles alguna cosa a algunos, sentirse sin
ganas de hacerlo y negarse. Instarle a que lo haga y salir otros
en su defensa diciendo: Padre ¿cómo lo ha de hacer,
si no tiene ganas?´. La imprevisión era asimismo
patente: se vivía la día, sin norma alguna de
ahorro"[15].

La idea del progreso es ajena al indio y al criollo. El
español ve al indio con una desidia increíble: no
la abandonaba ni presionado por el hambre o por la suma necesidad
de la mujer o los hijos. El vino los deleitaba: "Nada hay para
ellos más agradable. Por beber posponen todo… Mientras
tienen que beber, beben…"[16]

En algunos lugares de América se practicó
el canibalismo ritual (aunque algunos indígenas les
achacasen a los conquistadores matar a demasiados hombres, en sus
guerras, y ¡ni siquiera comerlos!). Esto originó la
duda sobre si los indios entraban en la categoría de
condición humana; pero de todos modos se los
consideró diferentes e
inferiores[17]

Ni los indígenas ni los españoles fueron
personas ideales. Tuvieron culturas diversas con valores diversos
que llevó a unos y a otros a un mutuo desprecio. Una
conquista es la imposición por la fuerza de una cultura
sobre otra; y dentro de cada cultura caben excepciones para
héroes y villanos de ambas partes. El indio se
sintió invadido y desposeído. Quien desprecia
recibe desprecio. Un despreciador no es sino un despreciado,
generando una círculo vicioso difícil de romper. Se
generó un continente de marginación, objeto
rapiña y sometimiento; y se lo hacía sin
resentimientos aparentes porque la religión le aseguraba
que lo que traían a cambio (la cultura, la
salvación, etc.) colmaba con creces los males necesarios
de una conquista que doblegaba las voluntades pero para su propio
bien, pues se trataba de un bien superior.

Ha durado quinientos años el intento por
justificar la conquista española y parece quedar mucho por
justificar, si bien no nos podemos hacer una imagen
idílica del indio americano. Como todos los humanos se
mataban entre ellos y el rey Inca tomaba chicha en el
cráneo de su hermano derrotado, degollado y
desecado.

El círculo del desprecio -que es consecuencia del
autoritarismo- continuó en la lucha por el poder entre
federales y unitarios, entre civilización y barbarie,
entre vendepatrias y gorilas, pero no nos adelantemos. La cultura
es el depósito del homo sapiens. La evolución
continúa y las naciones pueden construirse, destruirse y
reconstruirse.

Por cierto que no es fácil hacernos una idea de
la Argentina, sobre todo de la del siglo XIX. Sus próceres
son personalidades complejas, flexibles según las
circunstancias cambiantes. Facundo Quiroga, por ejemplo es,
inicialmente, en la descripción de Sarmiento, la imagen de
la barbarie; pero es la civilización cuanto intenta crear
una confederación contra Rosas. Nuestros próceres,
no sin una veta de romanticismo hicieron no sólo historia,
sino psicología social, incipiente antropología
social, y emitieron tenues insinuaciones
económicas[18]

8. La Argentina ha sido ante todo un poblado de
conquistadores en constante confrontación entre el
triunfador y el vencido, entre el ambicioso y el
resignado.

La ley de la conquista hay sido y es la ley de la
fuerza. Se conocían las leyes, cristianas o reales, pero
no se cumplían. Faltaba y falta control. Con demasiada
frecuencia, no gobernó la ley (que es expresión de
racionalidad y justicia -aunque con frecuencia se juega con las
leyes, en lugar de construirlas y respetarlas, como
símbolo de lo más racional que tenemos-), sino la
hipocresía, que es ocultación del criterio de
verdad y justicia.

Esa es la cultura profunda, vivida, que
heredamos.

9. Los españoles vieron esta tierra con codicia.
El Mar Dulce de Solís se convirtió en
Río de la Plata. De hecho, en el Capítulo
General de la orden Franciscana, realizado en Valladolid en 1565,
se hablaba de Buenos Aires (fundada en 1535 y refundada en 1580)
como de la Ciudad plateada (Civitas o Urbis
Argentea
).

Pero fue Martín del Barco Centenera (1535-1602),
poeta, sacerdote y soldado español, quien describe la
fundación de Buenos Aires en una tierra llamada
Argentina o la plateada; y en 1612 Díaz de
Guzmán escribe La
Argentina
[19]

No obstante y por fuerza, los residentes en estas
tierras perdieron la codicia de los primeros españoles por
los metales: la riqueza iba a ser ganadera. El habitante iba a
convertir esa riqueza agraria en plata; se iba a ser argentino y
así perduraría la Argentina.

En 1776, España creó el virreinato del
Río de la Plata, con sede en Buenos Aires. En la
revolución de 1810 no se habla de la Nación
Argentina. En la "Marcha Patriótica" (1813, luego Himno
Nacional Argentino en 1847) de Vicente López y Planes, se
menciona al "valiente pueblo argentino", a una "nueva y gloriosa
nación" y a "las provincias unidas del sud"; y en el
Congreso de las Provincias Unidas los Representes se preguntan,
en 1816, si quieren que "las Provincias de la Unión sean
una Nación libre e independiente" de España; se
enuncia el tema de la "Nación Argentina" en los intentos
de constitución nacional unitaria de la década del
1820; y con la firme oposición de los caudillos federales
(Artigas, Ramírez, López), pero sólo en 1853
se proclama definitiva y solemnemente la "Constitución
para la Nación Argentina". Mas, en la realidad, la
Nación es una construcción social que lleva
doscientos años en su intento de construirse.

Esta Constitución, si se tiene en cuenta sus
Bases, según Alberdi, en 1852, debía
reflejar "los acontecimientos de su historia". Debía tener
como gobernantes a hombres con sentido del dinero; no a hombres
humanistas, educados en seminarios, sino a economistas
prácticos, comerciantes, "salidos de los negocios". No es
de extrañar que Alberdi ponga a "los grandes intereses
económicos" como al primero de los fines del "pacto
constitucional" argentino; y a la "libertad de comercio" como al
primer derecho de todo extranjero para con la Argentina. La
Constitución debía tener entonces "una
misión esencialmente económica", teniendo en cuenta
la idea francesa de libertad aplicada a la idea inglesa de
comercio y orden[20]

Los teóricos unitarios, principalmente de Buenos
Aires, desean ser federales (esto es, soberanos en su estado
provincial), y se enriquecieron con el puerto y la aduana. Los
federales del interior del país desean también ser
federales, pero no pudieron enriquecerse y tuvieron que negociar
su unión con Buenos Aires. Los federales ganaron con las
armas a los porteños; pero Mitre y Roca ganaron
económicamente la unidad del país. Argentina, en
fin, quedó constituida como una confederación de
estados provinciales, con fuerte dominio del poder unitario, que
se expresa en el modo de ejercerse de la presidencia de la
Nación[21]

Algunos indicadores
del ser de la sociedad argentina

a) Los resabios del deseo de plata

10. Sería muy idealista pensar que alguien no se
interesa, en este mundo, por el dinero.

El dinero es la mercancía universal, la forma
más facilitada de intercambiar bienes materiales,
satisfacer necesidades básicas y alcanzar poder e
influencias sociales. El dinero hoy se ha integrado a la forma
humana de vivir.

Lo delicado de la cuestión no se halla, entonces,
en el dinero en sí mismo; sino en el lugar que ocupa en la
vida humana, individual y social.

11. El dinero, unido a la injusticia y al poder
corrupto, todo lo corrompe y deshumaniza al hombre
convirtiéndolo en un medio canjeable para otros fines que
pasan a ser superiores a la vida humana, como, por ejemplo, el
mantenimiento del poder a cualquier precio.

Por un lado, la tradición conquistadora
hispana influyó no poco en la mentalidad argentina

instalando la idea de la fuerza conquistadora (o prepotencia)
como fuerza con derecho y con impunidad ante el juego
con las leyes; por otro, la idea de libertad de España
hizo a todos "liberales", amantes de la libertad para ejercer,
ahora desde América, el juego de privilegios e impunidad.
Conciliando ambas influencias cabía -y cabe- encontrar
liberales que no fuesen demócratas, sino simplemente
opuestos a los "conservadores"[22] (y éstos
puestos a los cambios presentados por la Modernidad). La idea de
"masas populares" recordaba los desarreglos de las "hordas
indisciplinadas" de la Revolución Francesa. El "partido de
la libertad" (tomando distancia contra las ideas rositas y el
gobierno de la confederación federal) se fue delineando
como un partido unitario, contra los federales; y las ideas
populares no tuvieron entrada en los mentores de la
educación argentina ni en la dirigencia oligárquica
y terrateniente argentina del siglo XIX.

Los inmigrantes del siglo XIX e inicios del XX, que
llegaron a ser casi la mitad de la población del
país (3.377.780 en 1890 y 7.885.237 en 1914), no
venían a hacer turismo. Eran gentes pobres, mal preparadas
para sobrevivir a las angustias de sus Lares. La mayoría
dijo ser campesina en sus registros de inmigración. Si
bien Alberdi, en 1873, estimaba que "gobernar era poblar" con
gentes civilizadas, no obstante, al final de su vida, al
constatar la pobreza de los inmigrantes que hacía
imposible el gobierno, le parecía que gobernar era
"despoblar, limpiar la tierra de apestados, barrer la basura de
la inmigración inmunda"[23].

Ellos vinieron a "hacer la América", lo que
significaba ganar dinero en forma rápida, y a cualquier
costo, desprovistos de reparos éticos, y retornar a su
país de origen; o bien, si no se llegaba a ser rico,
parecerlo: ser un "bacán", como lo registraron los tangos.
En algunos casos, sin embargo, los pioneros acumularon, los hijos
disfrutaron del enriquecimiento y los nietos
mendigaron[24]En todos los órdenes, se
dilapidó lo acumulado; no se lo capitalizó
inteligentemente.

Según el censo de 1895, se nota una
expansión de la clase media. En el ramo industrial, el
81,33% de los establecimientos era propiedad de extranjeros, que
el 1914 decae al 64,30%. El Estado era la empresa con mayor
número de empleados en relación de dependencia: el
82%; el resto dependía del comercio y de
profesionales.

12. Todos debieron estar a la defensiva, viendo
con precaución, pues la audacia era la forma de vida
cotidiana.

La desconfianza, ante la posibilidad del engaño,
y el deseo de hacer fortuna calzaba muy bien con la
tradición de los conquistadores.

De hecho, se estableció una perversa
relación entre el argentino y la economía. Se
podría decir que la economía es la
preocupación fundamental del argentino (no del criollo y
del indígena), en relación con los demás y
con el poder gobernante. Si el poder y el prestigio de los nobles
se sostiene con el dinero, éste pasó a ser la
herencia fundamental de los conquistadores y de los inmigrantes,
deseosos de hacer fortuna a cualquier precio.

Esto generó en el criollo una sensación de
indefensión, por un lado; y, por otro, un
desinterés por las cosas públicas y una
desconfianza por los poderosos e instruidos, refugiándose
en una actitud moral estoica.

"…Mas digo sin ser muy ducho,

que es mejor que aprender mucho

aprender cosas buenas"[25].

13. El argentino se ha visto en la necesidad de
desarrollar su preocupación por la economía, por
saber dónde pondrá sus ahorros. Y como el gobierno
no es confiable, la evasión, la picardía, el
ocultamiento, la transferencia de fondos a otros países,
parece ser lo más lógico.

Las constantes y marcadas devaluaciones de la segunda
parte del siglo XX, las alevosas e impulsivas confiscaciones o
congelaciones de depósitos que eran propiedad privada de
los ciudadanos, los llamativos e impunes casos de
corrupción
y una justicia dependiente, agravaron la
situación de inseguridad y
confianza
[26]

Por este resabio del deseo de la plata, obtenida
rápidamente y en grandes cantidades y de cualquier manera,
Argentina ha seguida atada a alto niveles de corrupción
estructurada y permitida en todos los niveles del gobierno y del
poder. Se entiende, en este contexto, por
corrupción el abuso de un cargo público
para el beneficio privado. Demos un ejemplo ofrecido por
organismos internacionales. El Informe de Transparencia
Internacional sobre ética institucional,
en el 2002,
ubicaba a las naciones con un puntaje de 1 a 10, donde 10
correspondía al ideal de transparencia. Argentina
descendió en ese año del puesto 55 al de 70. En el
Informe 2003, referido a los primeros meses de ese
año, en el que se evaluaron 133 naciones, siendo en
Argentina presidente Eduardo Duhalde, aumentó el nivel de
corrupción, pasando Argentina del lugar 70 al 92 (junto a
Albania, Etiopía, Gambia, Pakistán, Filipinas,
Tanzania), otorgándosele la nota del 2,5 de transparencia,
mientras Chile era calificado con un 7,4 ocupando el
vigésimo lugar mundial de transparencia).

Mas la suerte de la Argentina no cambia, con el mero
pasar del tiempo o con el cambio de los gobernantes. Esto indica
que su corrupción es mucho más profunda: es
estructural. Argentina ha sido calificada, en el 2004, como "el
segundo país más corrupto", según un informe
presentado por Transparency International (TI). Ecuador
encabeza la lista seguido por Perú, India, Bolivia,
Brasil, Costa Rica y México. Tras los partidos
políticos, -convertidos en partidocracias, forma espuria
de la democracia- las "instituciones más corruptas del
mundo son los parlamentos, la policía y el poder judicial"
según la opinión de cincuenta mil personas
encuestada por Gallup International. Sólo 12 países
han firmado el convenio de la ONU contra la corrupción,
por la cual se facilitará la devolución de los
activos robados por los políticos e impedir su asilo en
países extranjeros[27]En septiembre del
2007, la agencias DPA y DyN hicieron conocer el informe
presentado por Transparency International que presenta a
la Argentina en el lugar 105 sobre 180 países encuestados,
con un puntaje de 2,9, según 7 encuestas utilizadas, por
lo que sigue habiendo "una baja institucionalidad" en la
gestión pública y "las organizaciones de control
son muy débiles". Donde hay poca transparencia de la
gestión pública se genera "mucho riesgo de
corrupción" y alertó sobre la relación
directa entre corrupción y pobreza.

La impunidad, -el hecho de que las injusticias
y delitos no tengan un justo resarcimiento o pena-, genera
irresponsabilidad individual y social. La impunidad genera la
idea de que se puede hacer cualquier cosa, que la libertad no
tiene límites morales para autolimitarse. Creer que los
menores de ser impunes es un idealismo romántico.
Ni los menores son impunes, aunque la sociedad los declare
inimputables (no atribuibles, sin consideración penal). La
realidad social (familiar, luego escolar, después civil)
debe pedir, a las personas, en forma gradual, un resarcimiento
por el daño que causan aun sin ser conscientes de ello. Es
la impunidad la que genera o mantiene la idea de que todo se
puede hacer sin consecuencias. La conciencia y la
responsabilidad individual y social se genera con la
idea del castigo justo. Si se es inconsciente se puede no tener
remordimiento por un daño causado, sin desearlo; pero esto
no exime de la pena y de la reparación del daño
cometido. Según el informe (Berlín, 17/11/09) de la
"Organización Transparencia Internacional", que
sondea los grados de corrupción, Argentina ocupa
tristemente el puesto 106 (de entre 180 naciones analizadas).
Estos niveles de corrupción no están asociados
exclusivamente a la pobreza; sino a la falta de libertad de
comunicación y a la impunidad
, lo cual remite a la
organización política de los
países.

En las encuestas, la población estima que la
corrupción se halla en los tres poderes
máximos de la nación (ejecutivo, legislativo,
judicial) y en el poder sindical, donde sus dirigentes siempre
obviaron presentar sus declaraciones juradas de bienes.
Obviamente, una decidida política anticorrupción,
con controles eficaces, una justicia eficaz y pronta no
comprometida con políticos corruptos, elecciones
políticas transparentes con la justificación de sus
gastos de campaña, la apertura de los archivos secretos
sobre contrataciones públicas, jurados internacionales,
ayudarían enormemente a cambiar la situación. El
índice de corrupción indica también el
índice de defectuosidad que tiene aún el
funcionamiento de una democracia en una sociedad.

Ante la desconfianza por la moneda nacional en manos de
quienes deciden su valor arbitrariamente, robando los bienes
privados y públicos con eufemismos como
"devaluación", la cotización del dólar (o de
otras monedas extranjeras) se volvió un conocimiento
cotidiano imprescindible, para los argentinos. "El en 2001, el
51% de la banca era extranjera y el 6% de los ahorristas
tenía acaparado el 84% del
crédito"[28]. Ni la banca nacional ni la
extranjera hicieron algo por proteger la confianza y así,
ante un atisbo de desconfianza, desaparecieron el crédito
y los capitales en breve tiempo. Los argentinos más
informados llevaron sus capitales al exterior, evadiendo al fisco
y a la ética, lo cual es sabido y conocido por los
sistemas de control que no se decidieron a intervenir: hubo
afuera de país, en inversiones de argentinos, lo que se
debía por deuda pública. Esto significó
contribuir al desarrollo fuera de las fronteras, mientras en el
propio país faltaba el crédito y el trabajo. La
desconfianza minó -y minará por largo tiempo- en lo
más profundo a esta sociedad, porque no hay contrato
social posible donde no hay confianza mutua entre los
socios[29]

El efecto desintegrador de la desconfianza por la
corrupción
es formidable. No es posible pensar en una
sociedad donde los ciudadanos no se consideran socios de nada ni
con nadie; donde la desconfianza, la falta de respeto a las leyes
y la prepotencia es la forma normal del trato, entre las personas
y para con los gobernantes.

14. El siglo XIX fue utilizado en organizar el
país, tras luchas sangrientas por el poder fomentadas por
unitarios o federales. Como casi siempre, se llegó a un
resultado mixto: aparentemente federal y de hecho unitario.
Financieramente fue, en gran parte, un siglo endeudado. El
gobierno de Buenos Aires recurrió por primera vez al
crédito externo en 1824, siendo ministro de hacienda
Bernardino Rivadavia, con la casa financiera inglesa Baring
Brothers
, solicitando un millón de libras esterlinas
para la construcción del puerto; pero ya entonces, los
fondos fueron derivados arbitrariamente al Banco Nacional y luego
gastados en la guerra con Brasil. El déficit de la balanza
comercial aumentó y el empréstito creció.
"Recién en 1904 se acabó de pagar totalmente la
obligación de Rivadavia. Habían sido abonados
23.734.706 pesos oro por 3 millones realmente recibidos y en
papel"[30].

Otros países han repudiado la deuda externa de
sus países cuando, para pagarla, debían llevar a la
quiebra a sus países. Rusia repudió, en 1918, la
deuda (de 11.300 millones) contraída por los zares con
Estados Unidos e Inglaterra. Los Estados Unidos del norte
repudiaron la deuda de los Estados del sur, después de la
guerra de Secesión, contraída por éstos con
Francia y Gran Bretaña, dado que habían ayudado a
la rebelión de los Estados del sur. En 1920, Inglaterra
pidió una prórroga a EE. UU., pues la reina
consideraba que la deuda no se podía pagar a "costa del
hombre de su pueblo" y, con el correr de los años, la
deuda no se pagó más[31]

El siglo XX, tras un inicio equilibrado, en Argentina,
hizo aparecer la presencia de gobiernos precariamente
democráticos en alternancia con gobiernos militares,
unidos bajo un mismo resultado: la inestabilidad económica
que tanto enferma a los argentinos.

Así terminó el siglo XX, con un creciente
cúmulo no solo de una impagable deuda pública, que
nunca se quiso revisar, sino además con un país
lleno de frustraciones y exclusiones[32]Los
representantes de los ciudadanos (el poder legislativo) que por
la Constitución Nacional son los responsables "de contraer
empréstitos" y "de arreglar el pago de la deuda interior y
exterior de la Nación" (Art. 75, 4 y 7), cedieron sus
poderes y facultades, con una ley, al poder ejecutivo y no
controlaron su ejercicio ni deslegitimaron la deuda (habiendo
hecho entrar en ella capitales de la deuda privada, que debieron
pagar luego todos los argentinos). Ante tal irresponsabilidad,
difícilmente se puede hablar de democracia y de
república con división de
poderes[33]En períodos de corrupción
no se respetan las leyes, sino que se juega con ellas y
esto sucede desde los tiempos coloniales.

"La deuda se ha convertido en un instrumento eficaz para
imponer políticas que consoliden el poder de los
países ricos sobre los países pobres; es una forma
deletérea de control de las economías
perisféricas y de la subordinación al poder
globalizador. Es, en definitiva, el verdadero símbolo
moderno de la dominación y el
sometimiento"[34].

Partes: 1, 2

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