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El Cid, entre el mito y la historia



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    El Cid: entre el mito y la historia
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    El Cid: entre el mito y la
    historia

    Conferencia pronunciada en el Ateneo
    de Madrid el día 10 de Noviembre de 2011

    Ante todo quisiera gradecer a la Sección de
    Mitos, Religiones y Humanidades del Ateneo de Madrid la
    oportunidad que me han brindado de glosar esta noche una figura
    tan fascinante como la del Cid.

    El principal objetivo de esta charla es que descubramos
    juntos, de forma sencilla y amena, la vida del auténtico
    Rodrigo Díaz, el que vivió a mitad del siglo XI, y
    cuyo recuerdo alimentó la imaginación de las
    generaciones posteriores, convirtiéndose en una leyenda,
    un personaje literario, un mito en el que se mezclan elementos
    reales y ficticios, que ocultan al Cid histórico de la
    misma forma que sucesivas capas de pintura nos impiden ver la
    decoración original de esta sala.

    Comencemos haciendo un breve recorrido por las obras
    literarias que dieron origen a su leyenda, y analicemos
    cómo, posteriormente, su imagen fue aprovechada para fines
    ideológicos, sufriendo los vaivenes políticos del
    siglo XX.

    Los tres primeros textos que tratan sobre El Cid datan
    del siglo XII y están escritos en latín: El primero
    es "Historia Roderici", crónica biográfica, precisa
    e imparcial, en la que se alaban sus hazañas, sin ocultar
    sus defectos, y que es considerada por los historiadores actuales
    como la mejor fuente de información sobre su vida. Le
    sigue "Carmen Campidoctoris", un himno panegírico,
    encontrado en el Monasterio de Santa María de Ripoll,
    Gerona, en el que se le compara con Pirro y Eneas. Este tono
    laudatorio lo conserva el "Poema de Almería", dedicado a
    varios héroes castellanos. Una de sus estrofas dice
    textualmente: "Rodrigo, que fue llamado a menudo Mio
    Cid
    , nunca fue vencido por sus enemigos, dominó a los
    moros y a nuestros condes, jamás se ensalzó a
    sí mismo, sino que elogió a Alvar
    Fáñez. Sin embargo os confieso una verdad que no
    cambiará con el tiempo: Mío Cid fue el primero y
    Alvaro el segundo".

    Tal vez estas frases inspiraron el título y el
    argumento de "El Cantar del Mío Cid", la primera
    canción de gesta escrita en castellano que, mediante una
    técnica épico-dramática, recrea libremente
    los últimos años de la vida de Rodrigo Díaz
    de Vivar, al que muestra como un infanzón sin linaje y de
    escasa fortuna; pero que, a pesar de las dificultades que
    representan un destierro injusto, la separación de su
    familia y la falta de recursos económicos, que le obligan
    a guerrear constantemente, o la traición de sus yernos, es
    un hombre valiente, de carácter optimista y generoso; leal
    a su rey; buen marido, buen padre; amado por sus vasallos y
    respetado por los musulmanes, entre los que cuenta con buenos
    amigos.

    A mediados del siglo XIII, en tiempos de Fernando III
    "El Santo", se redacta la "Leyenda de Cardeña", en la que
    al mismo tiempo que se introducen nuevos elementos legendarios
    (se le aparece San Lázaro en la figura de un leproso; gana
    una batalla después de muerto, etc.) su autor le describe
    como un héroe cristiano ejemplar e invencible. Sin
    embargo, en "Las Mocedades de Rodrigo", cantar de gesta de la
    segunda mitad del siglo XIV, es retratado como un joven
    arrogante, cínico e insolente, que para vengar una
    afrenta, mata al conde Gómez Lozano, padre de Jimena. Este
    episodio novelesco, junto con el de la Jura de Santa Gadea, se
    convierte en uno de los favoritos del romancero de los siglos XV
    y XVI.

    A principios del XVII, Guillén de Castro estrena
    el drama "Las Mocedades del Cid", en el que se refunden doce
    romances y parte de "La Leyenda de Cardeña". En su
    argumento, El Campeador es tratado con esa mezcla de picaresca y
    bravuconería que caracteriza a los personajes del Siglo de
    Oro. A mitad del cual, la decadencia de las armas
    españolas hace que la figura del hidalgo pierda su
    prestigio social. Recordemos el éxito que obtuvo Cervantes
    cuando publicó la historia de Don Quijote de la Mancha,
    desmitificando el ambiente cortés de las novelas de
    caballería, a través de la locura de un hidalgo de
    aldea, tan ridículo como tierno. La imagen del Cid no es
    inmune a este ambiente y comienza a protagonizar comedias y
    entremeses donde se le parodia o se le ridiculiza. Su imagen
    queda tan desprestigiada que, durante el siglo XVIII, los
    ilustrados dudan de su existencia. Sin embargo, en el año
    1.785 Manuel Risco encuentra el manuscrito de la "Historia
    Roderici" en la Colegiata de San Isidoro de León, lo
    traduce y en 1792, para demostrar su entidad histórcia,
    publica un ensayo, titulado "La Castilla y el más famoso
    castellano", en el que se incluyen la carta de arras de su boda
    con doña Jimena y el texto latino de la "Historia
    Roderici".

    Bajo el influjo del movimiento romántico, en el
    siglo XIX, regresa el Cid del romancero, protagonizando novelas
    históricas al estilo de Walter Scott, dramas y folletines.
    Y si autores como Hartzenbusch y Zorrilla vuelven a ponerlo de
    moda, también a partir de entonces los historiadores
    comienzan a plantearse en serio el separar la realidad de la
    ficción. A finales del XIX, el holandés Reinhart
    Dozy (en cuyo subconsciente tal vez influyó la imagen del
    Duque de Alba), forja la "leyenda negra del Cid", en la que
    partiendo de los textos de algunos cronistas árabes, le
    describe como un mercenario cruel, ambicioso y antipatriota.
    Ramón Menéndez Pidal reacciona publicando en 1.929
    "La España del Cid", un trabajo histórico, en el
    que restituye su buen nombre, convirtiéndole en un
    referente patriótico y haciendo resaltar sus cualidades
    sobre las de Alfonso VI. En sentido contrario, el historiador
    Gonzalo Martínez Díez defiende al monarca
    leonés, al que califica de hombre "cauto y prudente "y
    aunque reconoce que (leo textualmente) "Rodrigo Díaz de
    Vivar fue el héroe siempre victorioso y fiel vasallo a su
    señor Alfonso, también fue un hombre de
    carácter difícil e independiente que
    encontró, a pesar de su lealtad y fidelidad nunca
    desmentidas hacia su rey, dificultades para amoldarse a los
    planes más sutiles y políticos de quien
    tenía la responsabilidad de todo el reino". Fin de la
    cita. Por su parte, el medievalista británico Richard
    Fletcher, en el prólogo de su obra "The Quest for the
    Cid", contribuye a "leyenda negra", describiéndole como
    "un mercenario que combatió en su propio beneficio".
    Rizando el rizo de los estudios históricos, el profesor de
    la Sorbona Georges Martin se pregunta en un artículo
    "¿Fue el Cid castellano?".

    Pero, como ya dijimos más arriba, en el siglo XX
    los políticos aprovechan su imagen popular para
    convertirle en un referente o para postergarle en el olvido: El
    reformista agrario Joaquín Costa, después del
    desastre de Cuba, denigra al "Cid guerrero" y defiende al "Cid
    republicano". En los años veinte, los diputados
    centralistas le utilizan como símbolo de la
    supremacía de Castilla sobre las demás regiones de
    España. José Antonio Primo de Rivera comienza uno
    de los discursos fundacionales de la falange con el estribillo
    del "Cantar": "Dios, qué buen vasallo si tuviera buen
    señor". En la Segunda República Rodrigo Díaz
    cae en el olvido; para reaparecer, en la época de Franco,
    como el prototipo del caballero cristiano y de la
    tradición española; mientras que en el
    período democrático, este concepto es desechado
    como políticamente incorrecto.

    A pesar de todos estos vaivenes ideológicos, el
    mito del Cid siguió inspirando durante el siglo XX obras
    de ficción. ¿Quién no recuerda la
    película protagonizada por Charlton Heston y Sofía
    Loren, o a "Ruy, el pequeño Cid"? También el siglo
    XXI ha contribuido, en el año 2.003, con la
    película de dibujos animados "El Cid, la leyenda",
    adaptación libre del clásico francés "Le
    Cid" de Corneille, y la novela "Mío Sidi", (junio 2.010)
    del autor de juegos de roll Ricard Ibáñez, con una
    visión esotérica del Campeador, en un contexto
    similar a "Dragones y Mazmorras".

    ¿Pero cómo fue en realidad Rodrigo
    Díaz? ¿Qué hay de verdad y de mentira en la
    figuran que nos han transmitidos leyendas y romances? ¿Fue
    realmente el infanzón sin linaje ni fortuna del "Cantar
    del Mío Cid" o el santo de la Leyenda de Cardeña?
    ¿Fue el héroe cristiano de Menéndez Pidal y
    Franco o el mercenario sin escrúpulos que nos presentan
    Dozy y Fletcher? Para contestar a estas cuestiones, necesitamos
    reconstruir el personaje histórico. Y para ello debemos
    encontrar datos fiables. No podemos confiar en las
    Crónicas medievales. La historiografía medieval se
    nutre de los romances y cantares de gesta. Acertadamente
    Prudencio de Sandoval escribió en el siglo XVII: "Del Cid
    sólo se han escrito desatinos en los últimos
    trescientos años". En cambio, los libros actuales, aunque
    muy bien documentados, pecan de tendenciosos. Por lo tanto me
    pareció conveniente ir directamente a la fuente, a su
    primera biografía, "Historia Roderici", traducirla del
    latín y rellenar sus lagunas con otros pasajes dispersos
    en las obras de los autores árabes Ibn Al-Kardabus, Ibn
    Bassan, Ibn Alkama y el rey Abd Allah de Granada, y luego
    compararla con la versión castellana de Manuel Risco, y
    las opiniones vertidas sobre nuestro personaje en el
    capítulo dedicado a él en el libro "Alfonso VI:
    Señor del Cid y conquistador de Valencia", de
    Martínez Díez. Para la genealogía he
    utilizado "El Linaje del Cid" de Margarita Torres Sevilla, y en
    materia de leyes "El Fuero Juzgo" y la "Historia del Reino de
    León y sus instituciones políticas" de Julio Puyol.
    En cuanto a las expresiones árabes, su traducción
    es mérito de mi vecino, el Sr. Asdín
    Feruki.

    Desgraciadamente esta conferencia está limitada a
    cuarenta y cinco minutos, por lo que sólo podré
    hacer un breve resumen. Pero antes, para situar al personaje
    histórico en su contexto, permítanme que explique
    un poco cómo era la España de la época del
    Cid. En primer lugar, "España" se decía "Hispania",
    en latín, y aunque sólo era un nombre
    geográfico, Alfonso VI firmaba todos sus documentos con el
    título "Imperator Totius Hispaniae". Y efectivamente, lo
    era. Había heredado el reino de León a la muerte de
    su padre, Fernando I y a la de su hermano Sancho, los de Castilla
    y Galicia. Tras el asesinato de su primo, el rey Sancho
    Garcés de Pamplona y Nájera, obtuvo La Rioja. Por
    aquel entonces, López Iñiguez, señor de
    Vizcaya y Álava decidió integrar sus territorios en
    Castilla a cambio de sustanciosas prebendas.// Alfonso VI
    también se beneficiaba del vasallaje de varios reyes
    musulmanes, que le pagaban un tributo anual a cambio de no ser
    atacados, y de recibir ayuda militar en caso de necesitarla.
    Así el rey de Zaragoza pagaba "parias" a Castilla; el de
    Sevilla a Galicia; el de Toledo a León. Más tarde
    se hicieron tributarios suyos los de Granada, Málaga y
    Albarrcín. Quedaban fuera de este sistema Badajoz, Murcia,
    Almería, Valencia, Denia y Tortosa. En cuanto a Navarra y
    Aragón, unificados en un solo reino, el rey Sancho
    Ramírez mantuvo siempre una postura ambigua: Tan pronto se
    declaraba vasallo del Papa, como se aliaba con su primo. El
    único territorio cristiano que quedaba al margen de esta
    organización eran los Condados Catalanes. Urgell, Andorra,
    Pallars, Gerona y Barcelona no pertenecía a Hispania, sino
    a Francia. Para Cataluña, "España", escrito Spanha
    o Spanya, era todo el territorio que se extendía
    más allá del suyo propio, tanto el ocupado por
    cristianos como por musulmanes. Portugal no existía. La
    mitad norte de su territorio estaba integrada en el reino de
    Galicia y el resto se lo repartían las taifas de Sevilla y
    Badajoz.

    Hablemos ahora de la organización interna de su
    Imperio. En la Edad Media no existían monarcas absolutos.
    Y Alfonso VI no fue una excepción: Gobernaba conjuntamente
    con la Curia Regia, formada por los miembros de la familia real
    (la reina, sus hermanas, sus hijas, sus yernos) y un grupo de
    magnates a los que se les había concedido la
    categoría de condes. Ateniéndose al derecho
    germánico, de carácter comunal, la Curia Regia
    tomaba las decisiones por consenso, y los acuerdos debían
    reflejarse en un acta que firmaban todos los participantes. A la
    muerte de un rey, al igual que hoy, su sucesor no era coronado,
    sino proclamado en cortes. Generalmente, la Curia elegía
    al pariente más cercano del rey: Su hijo o hija. Aunque si
    el rey moría sin sucesión o el candidato no
    tenía el apoyo de la nobleza, sus miembros podían
    entregar el trono a otro aspirante. Lo que significaba que, para
    mantener el equilibrio dentro de la corte y del reino, el monarca
    debía plegarse muchas veces a las exigencias de los
    nobles, estuviera o no de acuerdo con ellos.

    Los territorios de Asturias, Galicia y Léon se
    regían por un conjunto de leyes redactadas en época
    visigoda, recogidas en un códice, llamado "Liber
    Judiciorum"; mientras que en Castilla, Álava y Vizcaya lo
    hacían por sus usos y costumbres. El latín era la
    lengua oficial, en todas sus variantes: eclesiástica,
    astur-leonesa, gallega y castellana. Esta última, en la
    época del Cid, todavía no era una lengua romance:
    Estaba en una etapa previa y lo más llamativo de ella era
    la dificultad que tenían su hablantes para pronunciar la
    "f" al comienzo de palabra. Sin embargo, el latín escrito
    era gramaticalmente correcto y se conserva una gran cantidad de
    documentos de carácter notarial o jurídico:
    Donaciones, testamentos, sentencias, actas de
    conciliación, de reparto del botín, de arras,
    contratos de compra-venta, de arrendamiento, cartas pueblas y
    fueros, que eran "con-firmados", es decir firmados en conjunto,
    por los todos los intervinientes, con sus nombres, apellidos,
    cargos oficiales o relación personal con el cabeza de
    familia. Gracias a estos documentos, generalmente escritos por el
    propio interesado (todavía no existían ni la
    Cancillería Real ni los notarios públicos) podemos
    reconstruir los más variados aspectos de la vida de la
    época. Por ellos conocemos la importancia de los contratos
    de arras, que aseguraban el futuro de la mujer en caso de repudio
    o viudedad; y que los cargos administrativos de la corte eran de
    duración anual (aunque a veces algunos magnates
    repetían cargo). El principal de ellos era el del "armiger
    regis", equivalente al de capitán general y lugarteniente
    del rey al frente de la milicia. El rey tenía la potestad
    de declarar la guerra, convocando a la "hueste regia", y a este
    llamamiento estaban obligados a acudir todos los hombres
    comprendidos entre los catorce y los cincuenta y nueve
    años, bajo pena de destierro. Alfonso VI no era muy
    partidario de las batallas campales (las perdió todas) y
    prefería la acción diplomática o tomar
    castillos y ciudades mediante un prolongado asedio que
    generalmente terminaba en capitulación. Su estrategia con
    los moros se basaba en debilitarlos económicamente
    mediante fuertes subidas de impuestos. En sus primeros
    años de reinado, las cabalgadas, o correrías de
    castigo por tierras musulmanes, estaban limitadas al caso
    concreto de que un emir se negara a pagar las "parias". En este
    supuesto, la presión militar podía llegar a ser
    brutal, tal y como afirma el historiador árabe Ibn Bassan,
    que atribuye a estos dos factores la necesidad en que se vieron
    los reyes de taifas para llamar en su ayuda a las tropas de los
    almorávides, fundamentalista suníes, que desde
    África invadieron España en tres ocasiones: 1.086,
    1.089 y 1.091. Siendo esta última fecha en la que deciden
    establecerse definitivamente en la Península
    Ibérica, declaran herejes a todos los reyes de taifas, los
    destronan, los decapitan o los envían al exilio, para
    luego lanzar feroces ataques al territorio cristiano. Esta es la
    España que le tocó vivir a Rodrigo
    Díaz.

    La "Historia Roderici" no nos cuenta cuándo o
    dónde nació. Pero nos dice que descendía de
    Flaín Calvo, uno de los míticos Jueces de Castilla
    y que sus padres fueron Diego Flainez y Teresa Rodríguez.
    Margarita Torres Sevilla da como cierta la genealogía que
    aparece en esta obra, ya que la avalan numerosos diplomas de la
    época. Tanto su padre como su madre pertenecían a
    dos nobles familias de origen asturiano y estaban emparentados
    con los principales magnates del reino.

    Según su anónimo biógrafo, el Cid
    quedó huérfano de padre a temprana edad y, a
    petición del rey Fernando I, se trasladó a
    León para ser educado en la corte, donde pronto
    llegó a ser escudero del infante don Sancho.

    En el año 1.064 un contingente de tropas
    franco-aragonesas, bajo los auspicios del rey Sancho
    Ramírez de Aragón, conquista a los moros la ciudad
    de Barbastro, en el Pirineo aragonés. Esta fortaleza
    pertenecía a la taifa de Zaragoza; por lo que el rey
    Al-Muqtadir Billah, en virtud de su pacto con Castilla, pide
    ayuda militar al rey Fernando I para reconquistarla. Y
    éste envía al infante Sancho al frente de las
    tropas castellanas que le ayudan a reconquistarla. Sin embargo,
    cuando dos años después se rebele Medinaceli y se
    niegue a pagar las "parias", el rey de Castilla enviará a
    Rodrigo Díaz para que realice una expedición de
    castigo. Allí obtendrá su primera
    victoria.

    En 1.065, muere el rey Fernando I, y Sancho, su
    primogénito, hereda Castilla y constituye a su protegido
    "principem super onmen militiam suam": "primero sobre toda su
    milicia", cargo similar al "armiger regis" leonés, que
    llevaba consigo el mando supremo del ejército. Como tal
    participará en las batallas que libró el rey Sancho
    de Castilla contra sus hermanos los reyes García de
    Galicia y Alfonso de León, a los que derrotó varias
    veces, expulsándolos de sus reinos. Y contra sus primos,
    los reyes de Navarra y Aragón. Precisamente durante la
    "Guerra de los Tres Sanchos", Rodrigo obtuvo el sobrenombre de
    "El Campeador", tras haber vencido en duelo singular al
    campeón navarro Sancho Garcés. Título que
    utilizaría oficialmente durante toda su vida.

    Más tarde, la intervención del Cid fue
    decisiva en la batalla de Golpejera, (año 1.072) tras la
    cual Alfonso VI tuvo que huir de León y refugiarse en la
    corte de su vasallo, el rey Al-Mamún de Toledo. Ese mismo
    año muere Sancho de Castilla durante el cerco de Zamora.
    La "Historia Roderici" no revela cómo, sólo se
    limita a decir que después de su muerte, Alfonso VI (cito
    textualmente) "recibió por vasallo a Rodrigo y le
    colmó de honores". Esta frase demuestra que el episodio de
    la Jura de Santa Gadea pertenece a la leyenda. Si realmente el
    Cid se hubiera atrevido, en nombre de la nobleza castellana,
    pedirle al nuevo rey que jurara que no había tenido parte
    ni arte en la muerte de su hermano, evidentemente no "le hubiera
    recibido por vasallo y colmado de honores".

    Pero ¿qué tipo de honores? Por fuentes
    documentales sabemos que Alfonso VI practicó una
    política de acercamiento a los nobles castellanos y que
    ascendió a varios de ellos a la categoría de
    condes, con derecho a participar en los acuerdos de la Curia
    Regia. De Rodrigo Díaz dice su biógrafo que "le dio
    por esposa a Jimena, hija del conde de Oviedo, en la que
    engendró hijos e hijas".

    La carta de arras se conserva en el Archivo de la
    Catedral de Burgos, con fecha de 19 de julio del año
    1.074. En ella se lee que El Cid, acogiéndose al Fuero de
    León, dona a su esposa, la mitad de los bienes heredados
    de su padre: Treinta y nueve aldeas, con sus tierras, prados,
    viñas, fuentes, dehesas, molinos y rentas. Y pone por
    garantes de la autenticidad de su patrimonio a dos de los
    principales magantes de la Curia Regia: Los condes Pedro
    Ansúrez y García Ordóñez. En caso de
    fallecimiento, mientras Jimena permanezca viuda, le concede el
    usufructo de toda su hacienda. Por su parte Jimena entrega a
    Rodrigo todos sus bienes presentes y los que heredase en un
    futuro, para que a la muerte de ambos pasen a los hijos que
    tuvieren. Con-firman el documento Alfonso VI, las infantas Urraca
    y Elvira; los condes Ansúrez, Ordóñez,
    González y Salvadores; después, veinte personas con
    apellidos Álvarez, Rodríguez, González,
    Díaz, Bermúdez y Gutiérrez, posiblemente
    parientes de los novios, pues entre ellos está el nombre
    de Teresa Rodríguez, la madre del Cid. // La
    firma del rey, de las infantas y de los magnates de la Curia
    Regia demuestra que aquel matrimonio no fue sólo un asunto
    de familia, sino de Estado. Alfonso VI intentó ganarse la
    confianza del Cid casándole con una dama que en un diploma
    aparece como "neptem suam", "su sobrina", aunque en latín
    medieval esta palabra también podía significar
    "prima hermana, segunda o tercera". Se ha discutido mucho sobre
    la vinculación de Jimena con la casa real. Según
    Menéndez Pidal, su abuela materna era hija
    ilegítima de Alfonso V. En cambio otros autores la hacen
    descendiente de Ordoño II y de Ramiro III, a través
    del conde Fernando Gundemáriz. De lo que no cabe duda es
    que por las venas de doña Jimena corría sangre
    regia. De esta carta de arras se desprende que Rodrigo distaba
    mucho de ser el pobre infanzón sin fortuna ni linaje que
    nos pinta el "Cantar del Mío Cid", ya que si cedió
    a Jimena treinta y nueve, es porque poseía en propiedad
    unas ochenta: un patrimonio bastante considerable en una
    época, en la que regía el "prestimonio", pues la
    gente común y los infanzones vivían en tierras
    "prestadas" por el rey o la alta nobleza, ya que sólo los
    magnates poseían tierras en propiedad. Y también
    demuestra que su linaje era preclaro, ya que el "Liber
    Judiciorum" declaraba nulos los matrimonios concertados entre
    personas de distinta posición social.

    Por otras fuentes sabemos que después de la boda,
    el Cid estuvo en Asturias entre 1.074 y 1.075. Que durante ese
    tiempo confirmó con el rey el inventario de las reliquias
    del Arca Santa de la Catedral de Oviedo y que fue uno de los
    jueces nombrados por Alfonso VI para resolver un pleito entre el
    Obispo y el conde Vela Ovéquiz. También su firma
    aparece en otras actas judiciales, lo que demuestra, en palabras
    de Martínez Díez, "que se le consideraba un hombre
    prudente, buen conocedor de la Ley y que gozaba de la confianza
    del monarca".

    Sin embargo, en el año 1.076 va a suceder algo
    que marcará el destino de Rodrigo Díaz. Es el
    año en que muere asesinado el rey de Navarra y, como ya
    hemos dicho antes, el rey de León y Castilla y el de
    Aragón se reparten la herencia, a petición de los
    nobles navarros. Alfonso VI se queda con el antiguo reino de
    Nájera. Para afianzar la presencia de Castilla en la zona,
    casa a una hermana del difunto rey de Navarra, la infanta Urraca
    Garcés, con su amigo el conde García
    Ordóñez, al que nombra gobernador de La Rioja.
    Recordemos que Sancho I de Castilla se había anexionado
    gran parte de esta región gracias a la victoria, en duelo
    a muerte, del Cid sobre Jimeno Garcés. En justicia hubiera
    tenido que corresponder su gobierno al Campeador. Este hecho fue
    posiblemente el comienzo de una rivalidad, que a través
    del tiempo se fue acrecentado cada vez más y
    más.

    Según la "Historia Roderici", en el año
    1.079, Alfonso VI les envía simultáneamente a
    cobrar las parias de Sevilla y Granada. El rey Abd Allah de
    Granada, ayudado por el conde de Nájera, ataca el reino de
    Sevilla, estando Rodrigo Díaz allí. Se enfrentan
    los dos ejércitos, los granadinos son vencidos por el
    Campeador cerca de Cabra (Córdoba) y García
    Ordóñez, Lope Sánchez, Sancho López y
    otros miembros de su séquito son capturados y tienen que
    pagar un enorme rescate. Esta afrenta no la olvidarán
    nunca. El Cid regresa a la corte con los regalos con un gran
    botín y los regalos con que el rey de Sevilla le ha
    demostrado su gratitud. El conde hace circular el rumor de que
    Campeador se ha quedado con parte del dinero de las parias. La
    acusación no fue probada. Y no hubo ninguna sanción
    ni represalia hasta el año 1.081, en el que se supone que
    el rey le destierra por primera vez.

    Sin embargo, tal y como lo cuenta la "Historia
    Roderici", la causa y los efectos de este destierro no resultan
    convincentes. Veamos: El rey de Badajoz ataca Toledo, expulsando
    de la ciudad al rey Al-Qádir. Alfonso VI acude en su
    ayuda, en virtud del pacto de vasallaje que les une. El de
    Badajoz, al enterarse de que se acercan los cristianos, huye sin
    presentar batalla. Mientras tanto un grupo de musulmanes ataca un
    castillo de Gormaz, y se retira hacia Guadalajara, llevando
    consigo un gran botín. Rodrigo Díaz reúne su
    mesnada y sale en su persecución, entrando en territorio
    de la Marca Media, donde no solo recupera el botín sino
    que algarea y captura siete mil musulmanes. A consecuencia de
    ello, Al-Qádir protesta. Los nobles protestan. Y El Cid es
    desterrado. Va directamente a Barcelona. Allí permanece
    unos días, y luego se dirige a la taifa de Zaragoza, donde
    residirá durante cinco años. A su regreso a
    Castilla, Alfonso VI le entrega el gobierno de siete fortalezas,
    con sus habitantes y sus tierras en la zona de Gormaz. Le
    destierran y… luego le premian con siete castillos. No
    tiene lógica.

    El autor de la "Historia Roderici" lo achaca a la "ira
    regia" provocada por la envidia de los nobles que le malmeten
    contra el rey. ¿Había motivo para estas insidias?
    Bueno, estamos en el siglo XI: A las mesnadas se las paga con lo
    que se saca del botín y de los rescates de los cautivos.
    Los nobles que acompañaron a Alfonso VI, no obtuvieron
    ningún beneficio, ya que como Al-Mutawakil de Badajoz
    huyó sin presentar batalla, ni se ni se capturó su
    ejército ni se pudo saquear el campamento; en cambio el
    botín de Rodrigo Díaz fue muy sustancioso.
    Sí. Esto podría haber sido la causa de la
    maledicencia. No el hecho de haber defendido las tierras sorianas
    como era su deber. Prueba de ello es que años
    después esta explicación resulta tan
    extraña, que los juglares tienen que inventarse el
    episodio de la Jura de Santa Gadea.

    Sigamos analizando el relato. El Cid va directamente a
    Barcelona. ¿A qué? Casi todos los historiadores
    modernos suponen que El Cid intentó que le contratara como
    mercenario en la ciudad condal y que, al no conseguirlo, se puso
    al servicio del rey de Zaragoza. Buena disquisición. Pero
    sigue fallando algo. Si quería ponerse al servicio de un
    príncipe cristiano, ¿por qué no
    acudió al monarca de Aragón? Si quería
    servir a un musulmán, por qué no se dirigió
    a Sevilla, donde le unían lazos de amistad con el rey
    Al-Mutamid? Y si realmente se había pasado al bando
    musulmán, ¿por qué no le excomulgaron ni el
    Legado Pontificio ni el obispo de Burgos?

    Permítanme que les de mi versión personal:
    Rodrigo Díaz fue a Barcelona a echarle la bronca a los
    condes Ramón Berenguer y Berenguer Ramón, que
    estaban cobrando ilegalmente al rey de Zaragoza las parias que le
    correspondían a Castilla. Y nunca estuvo "desterrado". Si
    lo hubiera estado, jamás hubiera recibido en recompensa
    siete fortalezas con sus correspondientes tierras, vasallos y
    rentas. En aquella época, este tipo de merced sólo
    eran concedido por los reyes a quien les hubiera prestado un
    servicio muy señalado.

    Por lo tanto Rodrigo Díaz estaba en Zaragoza
    defendiendo los intereses de Alfonso VI. Todos ellos muy variados
    e importantes: En primer lugar, Sancho Ramírez de
    Aragón tenía puestos sus ojos en la conquista del
    Valle del Ebro. Tres años antes ya había arrasado
    los campos cercanos a Zaragoza. Al mismo tiempo, los condados
    catalanes presionaban por el este. Tanto los unos como los otros
    habían pedido al viejo rey Al-Muqtadir Billah que les
    pagara tributo, disputándole a Castilla el cobro de las
    parias. Además también estaba en Zaragoza el
    infante de Navarra Ramón "El Fratricida", dispuesto a
    recuperar el trono por el que había matado a su hermano
    Sancho Garcés, lo cual ponía en peligro La Rioja,
    gobernada por su hermana Urraca y su cuñado García
    Ordóñez. En cuanto a éste, cuanto más
    alejado estuviera del Cid, mejor.

    La ocasión para resolver estos problemas,
    interviniendo la taifa de Zaragoza desde dentro, se
    presentó justo en el año 1.081, en el que
    Al-Muqtadir Billah enferma gravemente y reparte el reino entre
    sus dos hijos: El mayor, Yusuf Al-Mutamán, es un hombre de
    ciencia, un matemático; sus teoremas se estudian
    actualmente en la Universidad. El segundo, Al-Mundir, al que le
    ha correspondido el principado de Lérida, y es un joven
    ambicioso, que está dispuesto a arebatarle el reino a su
    hermano, se alía con los catalanes. Es el momento de
    enviar un hombre fuerte que controle la situación. Nadie
    mejor que Rodrigo Díaz, que ya luchó junto con
    Al-Muqtadir en la toma de Barbastro y que tenía buena fama
    entre los musulmanes de Zaragoza. Y de paso, me quito un problema
    de la corte, pensaría Alfonso VI. La "Historia Roderici"
    no utiliza exactamente el verbo "desterrar", que en latín
    es "exulo"; sino el "eicio", que bien puede traducirse con el
    mismo significado y es la raíz de nuestro verbo "echar";
    pero si traducimos "eicit eum regnum suum", en vez de "le
    echó de su reino", con un sinónimo como "apartar" o
    "alejar": "le alejó o le apartó de su reino", todo
    tiene más significado. El Cid se instala en Tudela y desde
    allí controla las fronteras con Navarra y Aragón;
    lo cual impide que Ramón El Fratricida haga alguna
    maniobra para recuperar el trono de su padre, y obliga a que el
    rey Sancho Ramírez no pueda proseguir su avance hacia el
    sur y deba desviar sus intentos de reconquista hacia el este, en
    dirección a Cataluña. En cuanto al emir de
    Lérida y sus aliados franco-catalanes, los vence en la
    batalla de Almenar. Según las "Memorias" de Abd Allah, el
    intrigante ex primer ministro de Sevilla, Ibn Ammar, se encuentra
    en Zaragoza por aquellas fechas, con la idea fija de destronar a
    su antiguo rey, lo que hubiera puesto en peligro la estabilidad
    de todo el Andalus. Pero no lo consigue. Sospecho que algo tuvo
    que ver en esto Rodrigo Díaz. Y me pregunto con qué
    medios contó para conseguir todo esto en tan breve espacio
    de tiempo. La "Historia Roderici" cuenta que El Cid disfrutaba
    del favor del rey Al-Mutamán de tal manera que (cito
    textualmente) "tenía la supremacía del
    ejército, por encima de los hijos del rey, y que nada se
    hacía sin su consentimiento". Evidentemente tenía
    dotes diplomáticas. Ibn Al-Kardabus le considera un hombre
    habitualmente afable. Posiblemente este fuera la clave de su
    influencia en la corte musulmana sin que su actuación
    provocara una revuelta.

    Y tal vez contara con un eficaz servicio de
    información, pues en muchos pasajes de la "Historia
    Roderici" se leen estas expresiones: "Sabiendo Rodrigo" o
    "enterado Rodrigo". Y en "El Cantar del Mío Cid", en los
    versos 2.666 al 2.670, se menciona cómo "un moro que sabe
    romance" le cuenta a otro lo que ha oído a los yernos del
    Cid, para que éste le ponga en guardia sobre sus planes.
    Es curioso pero en árabe, al mensajero, al correveidile,
    se le denomina "al-mujabir", palabra de la que por cierto deriva
    "almogáver", nombre con el que más tarde se
    designará a las tropas de choque aragonesas, compuestas
    por hombres que combatían a pie.

    El caso es que la acción del Cid fue sumamente
    eficaz dentro de la taifa de Zaragoza y, aunque no
    participó en la conquista de Toledo, desde aquella
    posición estratégica impidió que durante su
    asedio, la retaguardia cristiana sufriera una ofensiva similar a
    la de años anteriores, ya que según Ibn
    Al-Kartabus, en los que se atacó simultáneamente la
    Marca Media desde Badajoz y Zaragoza. // Toledo cayó en
    mayo de 1.085 y en el verano del año 1.086, Alfonso VI se
    presenta en Zaragoza con intención de conquistarla.
    Martínez Díez opina (cito textualmente) "que El Cid
    no estando dispuesto a defenderla en contra de su rey,
    volvió a Castilla". Donde como ya hemos dicho
    anteriormente, según la "Historia Roderici" sus servicios
    fueron recompensados con el gobierno de siete fortalezas. Esto y
    los otros razonamientos que acabo de exponer, refuerzan mi
    teoría de que la estancia del Cid en Zaragoza no fue un
    "destierro", sino un desplazamiento temporal con vistas a
    controlar la taifa desde dentro antes de su conquista
    definitiva.

    Sin embargo los planes del rey sobre Zaragoza se vieron
    interrumpidos por la llegada de los fundamentalistas
    suníes. Según la crónica de Ibn-Al Kardabus,
    Alfonso VI abandona el cerco de la ciudad y se dirige a Badajoz,
    donde es derrotado en la batalla de Zalaca y se inicia la
    conquista almorávide. Aunque en los primeros momentos
    nadie es consciente de ello.

    Ese mismo año muere el gobernador de Valencia y
    Alfonso VI aprovecha para entronizar en dicha ciudad al rey
    Al-Qádir, bajo la protección de Alvar
    Fáñez. Que como veremos es otro desplazado en
    "comisión de servicio". Y no era el único. Por
    aquellas fechas, el castellano Munio González, gobierna El
    Úlver, en León; el asturiano Rodrigo
    Ovéquiz, Lugo; el gallego Ero Eriz, El Bierzo; el conde de
    Coímbra, Toledo. Que los nobles administrasen territorios
    muy alejados de los suyos propios fue una política
    habitual de Alfonso VI y de su Curia Regia. ¿Entonces por
    qué Rodrigo Díaz es el único que pasó
    a la historia como "desterrado"? Por un acontecimiento que
    sucedió más tarde y que estaba tipificado con ese
    castigo en "El Liber Judiciorum".

    Pero antes, en el año 1.088, el rey llama al Cid
    a Toledo y pactan por escrito que le entregará el gobierno
    de todos los territorios musulmanes que sea capaz de conquistar
    en las taifas cercanas al Mediterráneo. Buena jugada por
    parte de Alfonso VI. Pues si cogiéramos un mapa de la
    época, y trazáramos una línea, que desde
    Coímbra pasara por Talavera, Toledo, Madrid, Alcalá
    de Henares, Guadalajara, Zorita, Huete, Uclés y
    Albarracín, hasta llegar a Valencia, veríamos un
    frente de ciudades, castillos, torres y fortalezas destinadas a
    detener la nueva invasión musulmana. Además,
    controlando Valencia, se podía frenar la expansión
    de Cataluña, defendiendo al mismo tiempo el reino de
    Zaragoza del emir de Lérida y de los almorávides.
    El Cid tiene éxito en su labor. En poco tiempo hace
    tributarios suyos los territorios que van de Albarracín a
    Tortosa. Esto hace que vuelva a enfrentarse nuevamente a
    Berenguer Ramón. En las cartas que se cruzan antes de la
    batalla, como era preceptivo en la época, se intercambian
    insultos, llamándose "traidores" y "cobardes". El combate
    tiene lugar y el conde de Barcelona y varios nobles franceses son
    vencidos y capturados. Cada uno de ellos debe pagar como rescate
    80.000 monedas de oro. Sin embargo, El Cid tiene un gesto de
    generosidad con la tropa, que aumentará tanto su
    popularidad entre los catalanes, que en Gerona se
    escribirá su primer himno panegírico, "Carmen
    Campidoctoris": Al comprobar que los hombres de a pie no tienen
    con qué pagar, excepto con sus personas, les dejará
    marchar de balde a su tierra.

    Al año siguiente sucede el incidente el que
    dará lugar a lo que los historiadores modernos consideran
    su "segundo destierro". Es una historia un tanto rara, aunque hay
    que situarla en el contexto de la época. Alfonso VI
    convoca la hueste regia para acudir en auxilio de la fortaleza
    cristiana de Aledo (Murcia), sitiada por una coalición de
    formada por los reyes de Sevilla, Granada, Málaga y
    Almería, a la que se ha sumado el jefe de los
    almorávides, el emir Yusuf. Rodrigo Díaz recibe una
    carta del rey con la orden de unir su mesnada a la hueste regia
    en Villena. El Cid moviliza sus tropas hacia ese punto y espera
    en su campamento la llegada del rey. Sin embargo el
    ejército cristiano no llega. El Campeador se desplaza a
    Onteniente por si ha cambiado de ruta. Cuando sus ojeadores le
    informan de que acaba de pasar por Hellín, se pone en
    marcha siguiendo los pasos del ejército real. Pero es
    demasiado tarde. Cuando llega a Aledo, la campaña ha
    terminado: Los musulmanes, a la vista de las tropas cristianas,
    han levantado a toda prisa el cerco. Sin embargo, Rodrigo
    Díaz no ha comparecido a tiempo. Alfonso VI monta en
    cólera. El castigo, según "El Liber Judicorum" es
    la confiscación de los bienes y el destierro. El rey, a su
    regreso a Castilla, incauta los del Cid[1]y manda
    encarcelar a doña Jimena y a sus hijos. Rodrigo
    envía cuatro cartas de exculpación, en las que jura
    que jamás ha tenido la intención de desobedecer al
    rey y propone un duelo judicial para dilucidar la verdad. El
    duelo no llega a realizarse. Alfonso VI libera a los familiares
    del Cid y los envía a Valencia. Pues bien, este episodio,
    recogido en la "Historia Roderici" es el que da lugar al
    argumento de "El Cantar del Mío Cid". Por cierto que a
    través de él, no conocemos los motivos del
    destierro, pues falta la primera página del códice.
    El unir su salida de Castilla directamente con la conquista de
    Valencia, sin hacer mención a su estancia en la corte de
    Zaragoza, es un recurso literario. Como también lo es
    incorporar a su mesnada a Alvar Fáñez, que por
    aquellas fechas, según las "Memorias" del rey Abd Allah de
    Granada, tenía Andalucía a su cargo. Este incidente
    de Aledo pareció solucionarse con las cartas exculpatorias
    del Cid; sin embargo la herida se había cerrado en falso.
    Algún tiempo más tarde, la esposa del rey,
    doña Constanza de Borgoña, y otros amigos, le
    escriben invitándole a sumarse al ejército que se
    dirige a Granada. Esta vez sí que llega a tiempo. El rey
    le recibe al principio con los brazos abiertos; pero según
    pasan los días, la tensión aumenta. Una noche
    tienen una buena bronca, en la que Alfonso VI pierde los
    estribos, vertiendo sobre él todo lo que lleva acumulado
    en su interior. El Cid calla para no caer en delito de "lesa
    majestad". Regresa a su tienda y, según la "Historia
    Roderici", enterado de que el rey planea apresarlo, manda
    levantar el campamento y regresar al castillo de
    Peñacatel, donde por entonces tenía su cuartel
    general.

    A pesar de que El Cid había perdido sus
    posesiones en Castilla, todavía conservaba los territorios
    conquistados en Levante, merced al pacto suscrito con Alfonso VI
    en Toledo. Poco a poco lo aumentó con sus conquistas. A
    finales de 1.090 son tributarios suyos Tortosa, Denia,
    Jérica, Sagunto, Almenara y Valencia, donde ejerce un
    auténtico protectorado sobre Al-Qádir. Quisiera
    hacer aquí un breve paréntesis para comentar que la
    clase de acuerdo que autorizaba al Cid conquistar y gobernar
    nuevos territorios es el mismo que Alfonso VI hizo con su yerno,
    Enrique de Borgoña, y con los infanzones de Toledo,
    Salamanca, Segovia y Ávila, y que, con distintas
    variantes, se mantendrá durante toda la Edad Media con las
    Órdenes Militares y la Alta Nobleza, y que luego los reyes
    de España firmarán durante la Conquista de
    América con Colón, Pizarro o Hernán
    Cortés. Con este breve apunte deseo desmontar la leyenda
    negra que Dozy y Fletcher nos han transmitido de un Cid
    ambicioso, combatiendo en su propio beneficio a espaldas de su
    rey.

    Pero volvamos a la "Historia Roderici". Según las
    leyes vigentes en el siglo XI, además de la quinta parte
    del botín que debían satisfacer al rey los jefes de
    mesnada, los gobernadores de los distintos territorios
    debían entregar al erario la mitad de los impuestos
    recaudados. Tal vez esto no se hizo puntualmente o tal vez
    Alfonso VI fue presionado nuevamente por los nobles de la Curia
    Regia, o quizás pensó que estaba perdiendo el
    control de la zona levantina, el caso es que el monarca
    castellano se alía con Sancho Ramírez de
    Aragón y con el conde Barcelona, el cual, a su vez, ha
    contratado a las flotas de Pisa y Génova, y todos juntos
    marchan contra el protectorado del Cid, reclamando cinco
    años de impuestos por adelantado. Pero la operación
    es un fracaso. Los pisanos y genoveses no se presentan a tiempo y
    los catalanes no pueden tomar Tortosa. Los moros del protectorado
    de Rodrigo se niegan a pagar. Y Alfonso VI vuelve a casa con las
    manos vacías. El Cid, que estaba en la taifa de Zaragoza,
    reúne un ejército de musulmanes y, al frente de
    ellos, entra en La Rioja, y de "forma impía", como lo
    califica su biógrafo en la "Historia Roderici", incendia,
    arrasa y toma Albite, Logroño y Alfaro: los territorios
    que gobierna su archienemigo García Ordóñez,
    que no reacciona sino para pedir un intervalo de siete
    días, con objeto de convocar a amigos y parientes, antes
    de presentar batalla. El Cid concede la tregua. Se reúne
    un vasto ejército venido de todos los territorios
    comprendidos entre Zamora y Pamplona. Entonces sucede algo raro,
    que no tiene explicación: Los dos ejércitos se
    dispersan sin combatir. Tal vez porque lo ordena Alfonso VI, que
    comprende que es mejor dejar las cosas como están y no
    fomentar una guerra civil. Algo así se insinúa en
    el prólogo del Fuero de Logroño, un
    auténtico "fuero de francos". Lo cual demuestra que
    Alfonso VI decidió situar entremedias de los territorios
    controlados por García Ordóñez y Rodrigo
    Díaz, a un contingente de extranjeros, lo suficientemente
    amplio, para que sirviera de barrera entre uno y otro.

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