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Bailando con el diablo – Cazadores Oscuros 6 (página 5)




Enviado por Maira Bordon



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9

Astrid tembló al sentir la mejilla barbuda de
Zarek contra la de ella. Su respiración cayendo
amablemente contra su piel.

Su ternura inesperada la atravesó.

Ella había visto suficiente de su vida para saber
que la gentileza no era algo con lo que él tenía
experiencia y aún así la sostenía tan
cuidadosamente.

-Eres tan calida -susurró él en su
oído. Su respiración caliente le hizo cosquillas en
la nuca, y envió escalofríos por todo
ella.

Se hizo para atrás y le clavó los ojos
como si ella fuera inexplicablemente preciosa para él. Le
pasó sus nudillos sobre la mandíbula. Sus ojos eran
tan oscuros y atormentados mientras la miraba, como si fuera
incapaz de creer que ella estuviera con él.

Con mirada insegura tocó sus labios con la punta
de su índice. -Nunca he besado a nadie.

Su confesión la dejó estupefacta.
¿Cómo un hombre tan atractivo nuca había
besado a nadie?

El fuego chispeó en sus ojos. -Quiero saborearte,
Astrid. Quiero sentirte, ardiente y mojada debajo de mí.
Mirarme en tus ojos mientras te follo.

Ella tembló ante su crudeza. Era lo que esperaba
del Zarek consciente, pero se rehusaba a aceptarlo de
éste.

Ella lo conocía mejor que eso.

Lo que sugería él estaba prohibido. Ella
no tenía permitido cruzar la línea física
con los acusados.

El único que alguna vez la había tentado a
romper esa regla había sido Miles. Pero se había
responsabilizado ante esa tentación y sabiamente se
había mantenido a distancia.

Con Zarek no era tan fácil. Algo sobre este
hombre la tocaba de un modo como nunca antes.

Levantando la mirada a sus atormentados ojos negros, vio
su corazón herido…

Él nunca había conocido la
bondad.

Nunca había conocido el calor de una
caricia.

No lo podía explicar, pero ella quería ser
su primera y quería que él fuera su primero.
Quería abrazarlo y mostrarle lo que era ser bienvenido por
alguien.

Si haces esto puedes perder tu trabajo como
juez.

Era todo lo que ella alguna vez había querido
ser.

Si no hacía esto, entonces Zarek podría
perder la vida. Si extendía la mano hacia él ahora,
entonces tal vez le podría enseñar que estaba bien
el confiar en alguien.

Tal vez podría tocar el poeta dentro de él
y mostrarle un mundo donde estaría en libertad para
mostrar a otras personas su lado más gentil. Mostrarle que
estaba bien hacerse de amigos.

Finalmente entendió qué había
querido decir Acheron.

¿Pero cómo podía salvar a Zarek? Se
había vuelto contra la gente que le habían enviado
a proteger y los había matado.

Necesitaba probar que nunca haría eso otra
vez.

¿Podría probarlo?

Tenía que hacerlo. No había alternativa.
Lo último que quería era verlo sufrir
más.

Defendería a este hombre costase lo que
costase.

-No follaré contigo, Zarek -murmuró ella.
-Nunca. Pero haré el amor contigo.

Él se veía perplejo e inseguro. -Nunca le
he hecho el amor a alguien.

Ella levantó su mano fría a sus labios y
besó sus dedos. -Si quieres aprender, ven
conmigo.

Zarek no podía respirar mientras se alejaba de
él. Su cabeza daba vueltas con sentimientos
extraños, ajenos y emociones. Tenía miedo de lo que
ella le ofrecía.

¿Si ella lo tocaba, lo
cambiaría?

Él no esperaba bondad de ella o de cualquiera.
Como esclavo lastimoso y horripilante, había muerto virgen
y como Cazador Oscuro sólo había jodido con mujeres
pocas veces. Ni una vez en dos mil años había
mirado los ojos de una amante mientras la tomaba. Nunca
había permitido que lo sostuvieran o lo
tocaran.

Debería seguir a Astrid, todo eso
cambiaría.

En su sueño, ella veía y podía
verlo…

Él sería doblegado. Por primera vez en su
vida, tendría un laso con alguien. Físico.
Emocional.

Si bien esto era un sueño, lo cambiaría
hacia ella para siempre porque esto era lo que quería en
lo más profundo dentro de él, enterrado en un lugar
donde no se atrevía a mirar. Sepultado en un
corazón que había sido aplastado con
crueldad.

-¿Zarek?

Elevó la mirada para verla parada en la puerta de
su dormitorio. Su rubio cabello largo desplegado alrededor de sus
hombros y ella solo vestía una delgada camisa con botones.
Sus piernas largas estaban desnudas,
tentándolo.

La luz atrás de ella traslucía la tela
delgada, perfilando cada preciosa curva de su
cuerpo…

Zarek tragó. Si hacía esto, entonces
Astrid sola sería única para él en todo el
mundo. Ella sería suya.

Él sería de ella.

Él sería doblegado.

Es sólo un sueño…

Pero ni aun en sus sueños nadie alguna vez lo
había doblegado.

Hasta ahora.

Su corazón martillaba, fue hacia ella y la
levantó entre sus brazos. No, él no sería
doblegado. No por esto y no por ella. Pero ella sería suya
en este sueño.

Toda suya.

Astrid tembló ante la apariencia feroz,
determinada en la cara de Zarek mientras la llevaba a la cama. El
hambre llameaba en sus ojos de obsidiana. Tenía la
extraña sensación que Zarek estaría bien
después de todo.

Un hombre tan salvaje que nunca había hecho el
amor con una mujer.

La parte más cuerda suya le decía que se
apartara de él. Que detuviera esto antes de que fuera
demasiado tarde.

Pero otra parte suya se rehusaba. Esto le diría a
ella del verdadero temple del hombre.

La acostó en la cama y rozó sus labios con
las puntas de los dedos como si los estuviera memorizando.
Saboreándolos. Luego suavemente separó los labios y
los cubrió con los suyos.

Astrid estaba completamente desprevenida para la
pasión de su beso. La ferocidad de este. Eran ambos, rudo
y tierno. Demandante. Caliente. Dulce. Él
gruñó ferozmente mientras su lengua rozaba contra
la suya, saboreándola antes de explorar cada
centímetro de su boca.

Para un hombre que nunca antes había besado,
él era increíble. Tembló mientras él
saboreaba su paladar, mientras su lengua lanzaba a través
de ella dardos de placer.

Ella enterró sus manos en su pelo suave y
gimió mientras la lamía y mordisqueaba hasta que
estuvo casi inconsciente de éxtasis. Nunca había
conocido algo como esto.

Alguien como Zarek.

Había pasado mucho tiempo desde que ella
había besado a un hombre, y nunca ningún hombre
había sabido mejor que él. Ella se asustó
ahora. No sólo de él, sino de sí
misma.

Ningún hombre nunca la tocó. Nunca
había violado su juramento para no tocar su
cargo.

El toque de Zarek le podía costar todo y aun
así no podía encontrar dentro de sí misma la
fuerza para apartarlo.

Por una vez en su vida, quería algo para
sí misma. Quería tocar lo inalcanzable. Darle a
Zarek algo especial. Un raro momento de calma con alguien que
quería estar con él.

Nadie más apreciaría esto tanto como
él lo haría.

Sólo él entendería…

Zarek se hizo para atrás para desabotonarle la
camisa. Pero lo que quería hacer era desgarrarla.
Quería perderse dentro de ella, aplastarla contra
él mientras la poseía con toda la pasión
furiosa que sentía.

Pero aun en su sueño, no la trataría de
ese modo.

Por alguna extraña razón quería ser
tierno con ella. Quería tener sexo con ella como un
hombre, no como un animal salvaje.

No quería penetrarla furiosamente, buscando un
momento pasajero de placer. Quería que esta noche durara.
Quería pasar toda la noche
sosteniéndola.

Por una vez en su vida, quería que alguien lo
tratara como si él le importase. Como si ella lo
cuidase.

Ni siquiera una vez había permitido a sus
fantasías o sueños llevarlo hasta
aquí.

Esta noche lo hizo.

Ella ahuecó su cara entre sus manos e
inclinó su cabeza hasta que pudo ver en sus ojos
pálidos, que lo miraban como si él fuera humano.
Ojos que veían algo bueno en él.

-Eres tan guapo, Zarek.

Sus palabras calmas, dulces lo desgarraron. No
había nada atractivo en él. Nunca lo había
habido.

Él no era nada.

Pero mientras miraba su preciosa cara, allí por
un instante sintió como si él fuera algo
más.

Seguramente una mujer como esta no lo tocaría si
él fuera verdaderamente nada.

Ni aun en sus sueños…

Abrió la camisa a fin de poder mirar su cuerpo.
Sus pechos eran de tamaño mediano, los pezones rosados y
duros y dilatados, simplemente rogándole que los
saboreara. Su estómago estaba redondeado muy ligeramente,
su piel pálida y tentadora. Pero lo que atrapó su
respiración fue la vista de sus piernas ligeramente
separadas. La vista de los rizos trigueños, húmedos
entre sus piernas que tenían la promesa del paraíso
verdadero. O al menos tan cerca a eso como un hombre como
él alguna vez podía esperar llegar.

Astrid contuvo su aliento mientras observaba a Zarek
contemplando su cuerpo. Su mirada salvaje era tan ardiente que la
sentía como un toque real.

Él se movió de la cama para quitarse los
pantalones.

Tragó mientras lo veía erecto y duro por
ella. Su piel tostada espolvoreada con vello negro y era la vista
más increíblemente masculina que ella alguna vez
había contemplado. Él era hermoso. Su guerrero
oscuro. A diferencia de él, sabía que esta noche
era real. Sabía que no debería estar haciendo esto
cuando ambos lo recordarían al despertar.

Su trabajo era permanecer imparcial. Pero no era
imparcial con este hombre, o con su dolor.

Ella quería reconfortarlo de cualquier forma que
pudiera.

Nadie merecía la vida que él había
tenido que resistir. Las degradaciones y las
hostilidades.

Colocó su cuerpo a través del de ella y la
recogió entre sus brazos. Su peso era delicioso. Ella
cerró los ojos y solo dejó que el poder y la fuerza
la inundaran mientras sentía su cuerpo duro, masculino con
cada centímetro del suyo.

Zarek luchó por respirar. La sensación de
su cuerpo caliente contra el de él era la sensación
más increíble que alguna vez había
conocido.

Las manos de ella vagaron por su espalda desnuda
mientras él miraba esos ojos que lo calentaban.

No había desprecio. Ninguna
cólera.

Eran ojos bellos.

La besó suavemente, tomando su labio superior y
chupándolo tiernamente mientras saboreaba la miel de su
boca.

Durante su vida humana, las mujeres se habían
encogido de miedo cuando se les había acercado.
Habían gritado y hasta le habían lanzado
cosas.

Él había yacido despierto muchas noches
tratando de imaginar como sería tocar a una. Tratando de
imaginar la sensación de sus brazos alrededor de
él.

La realidad de eso era mucho mayor que cualquier cosa
que su mente alguna vez hubiera invocado.

Antes de que este sueño acabara, tenía la
intención de reclamarla una y otra vez hasta que ambos
suplicaran por misericordia.

Astrid gimió mientras Zarek rompía su beso
y seguía con sus labios y su lengua el camino desde su
garganta hasta su pecho. Ella sentía su dura
erección y suave escroto contra su muslo, ardiente e
íntimo, y la hizo temblar.

Él ahuecó su pecho suavemente en su mano
mientras envolvía su lengua alrededor de su pezón
endurecido, chupando y pellizcando delicadamente.

Ella acunó su cabeza en sus manos y lo
observó mientras gemía con dicha. La miraba como si
su cuerpo fuera ambrosia para él. Se tomó tiempo
para saborearla. Cada centímetro de su piel fue lamido y
tentada. Saboreada y saciada. Era como si no pudiera obtener lo
suficiente de ella.

A ningún hombre le había permitido hacerle
esto y ahora estaba aterrorizada de lo que vendría. Si
bien sabía lo que era el sexo, la sensación de este
era ajena a ella.

Pero claro, también así eran los
sentimientos que removía Zarek.

Se suponía que todas las ninfas de la justicia
eran virginales y castas.

Ningún hombre alguna vez podía ponerle la
mano encima.

A Astrid ya no le importaba. Seguramente su madre
entendería su pasión. Después de todo,
Themis había tenido muchos niños. El padre de
Astrid había sido un hombre mortal de quien su madre se
rehusaba a hablar, y nadie alguna vez supo el nombre o rango del
padre de los Destinos.

Seguramente su madre le perdonaría esta
única trasgresión.

¿Era una noche demasiado pedir?

Y aún mientras pensaba eso, se preguntaba si una
noche con él sería suficiente.

La cabeza de Zarek se sumergió en su dulce
esencia y sintió a Astrid en sus brazos.
Gruñó mientras lamía y mordía cada
centímetro de carne deliciosa y escuchaba sus murmullos de
placer. Ella era el sustento que necesitaba para
vivir.

Tenía que tener más de ella.

Astrid gritó mientras Zarek separaba sus muslos y
la tomaba en su boca.

Ella no podía hablar o respirar mientras el
placer supremo atormentaba todo su cuerpo. Cada lamida, cada
tierna chupada, enviaba una oleada de agudo éxtasis a
través de ella.

Tal cosa era inimaginable para ella.

Debería estar avergonzada de lo que estaban
haciendo.

Pero no lo estaba. De hecho, quería más de
esto.

Más de él.

Su corazón latía a gran velocidad,
bajó la mirada para verlo allí entre sus muslos.
Él mantenía los ojos cerrados y su cara mostraba
que él obtenía tanto placer en saborearla como ella
en ser saboreada.

Abrió más las piernas, otorgándole
más acceso mientras enterraba la mano en su pelo sedoso.
Zarek se rió misteriosamente contra ella, enviando otro
estremecimiento de placer a través de ella, luego
él frotó su barba incipiente contra su
vagina.

Ella gimió profundamente en su
garganta.

Él deslizó sus dedos dentro de ella,
rodeando el lugar donde ella palpitaba con dolorosa necesidad de
él.

Se tomó su tiempo con ella, y en todo momento su
cuerpo ardió con pequeños temblores de
placer.

¿Quién hubiera pensado que alguien
podía sentirse así?

El éxtasis aumentaba y aumentaba hasta que ella
no lo pudo aguantar más. Su nombre se derramó de
sus labios mientras ella se corría por primera
vez.

Todavía él no se aplacaba. Sólo
gruñó ante el sonido de su placer y continuó
atormentándola hasta que le rogó que se
detuviera.

-Por Favor, Zarek. Por favor ten piedad de
mí.

Se hizo para atrás para mirarla. Sus ojos
abrasaron los de ella en tanto elevaba una esquina de su boca.
-¿Piedad, princesa? Apenas he comenzado.

Reptó sobre su cuerpo como una bestia gigante y
feroz, lamiendo y mordiendo a su camino mientras su cuerpo se
sonrojaba con el de ella.

Ahuecó su cara entre sus manos y luego la
besó profundamente. Apasionadamente.

Astrid gimió mientras él colocaba la
rodilla entre sus muslos. Los crespos vellos acariciaban su piel,
haciéndola temblar con expectación.

La cabeza de Zarek zumbaba con el perfume y el sabor de
Astrid. La suavidad de sus extremidades sedosas acariciaba las de
él. Nada alguna vez podría sentirse mejor que sus
manos deslizándose por su espalda hasta ahuecarlas en su
trasero y presionándolo más cerca de
ella.

Nada sonaba mejor que su nombre en sus labios mientras
se corría por él otra vez.

Por primera vez en dos mil años, se sintió
humano.

Sobre todo, se sintió deseado.

Se echó para atrás ligeramente a fin de
poder mirarla mientras le separaba más las
piernas.

Esto era lo que él quería. A ella, salvaje
y mojada debajo de él. Sentir su cremosidad
cubriéndolo hasta quedar ciego de
éxtasis.

Quería verle la cara mientras la penetraba.
Quería ver si se lamentaba en permitirle hacer
eso.

Preparándose para lo peor, sostuvo su mirada y se
deslizó profundamente en el calor aterciopelado de su
cuerpo.

Su cabeza se tambaleó ante el placer que le
produjo. Por el placer de ella.

Ella siseó, arqueando la espalda mientras se
agarraba firmemente a sus hombros.

Pero no había desprecio, ni
arrepentimiento.

Sus ojos estaban encendidos con pasión y con
otras emociones tiernas que aún no podía comenzar a
comprender.

Sonrió a pesar de sí mismo,
deleitándose en el milagro de esta mujer y lo que le
había dado a él.

Astrid no podía respirar mientras lo
sentía duro y palpitante dentro de ella. Había
tratado de imaginar como sería tener a un hombre en su
interior incontables veces, pero nada la había preparado
para esta realidad. Para la sensación de la dureza de
Zarek.

La cabalgó despacio y suavemente como si quisiera
que este momento durara, como si estar dentro de ella fuese
suficiente para él. Ella envolvió sus piernas
alrededor de sus caderas y levantó la mirada para
contemplarlo mientras él bajaba la suya hacia
ella.

Era tan increíble, sentirlo dentro y encima de
ella. Adoraba el placer de su peso. La expresión de su
cara al mirarla.

-Hola -dijo ella, sintiéndose repentinamente
abochornada de verlo allí mientras estaban tan
íntimamente unidos.

Su cara era una mezcla de desconcierto y
diversión. -Hola, Princesa.

Ella se estiró y tomó sus mejillas entre
sus manos mientras la penetraba dura y profundamente, una y otra
vez. Oh, sentirlo a él allí. Él estaba tan
profundo en su interior que casi podía jurar sentir la
cabeza de su pene frotando el interior de su ombligo.

Zarek cerró sus ojos mientras saboreaba sentirla
debajo de él mientras sus manos tocaban su
cara.

No era de extrañar que los hombres mataran por
las mujeres. Entendía eso ahora. Supo por qué Talon
había estado dispuesto a morir por Sunshine.

Astrid tocó partes de él que nunca
había sabido que existían. Su corazón. Su
alma. Lo llevó a alturas inimaginables.

Aquí en sus brazos, por primera vez,
sintió paz.

Había una parte de él tan calma ahora, tan
tranquila, y otra parte que estaba en fuego, muriendo por
tocarla.

Zarek descendió sobre ella para poder mordisquear
la carne blanda de su cuello. Su oreja. Sintió los
escalofríos que bajaban recorriéndole el
cuerpo.

Raspó su piel con los colmillos, tentado a
hundirlos.

¿Cómo sabría ella?

¿Qué otras emociones le haría
sentir?

-¿Vas a morderme, Zarek? -preguntó,
haciendo vibrar la garganta bajo sus labios.

Él recorrió con la lengua la vena que
latía en su cuello. -¿Quieres que lo
haga?

-No. Eso me asusta. No quiero ser como las otras mujeres
para ti.

-Princesa, nunca podrías serlo. Tú eres
única para mí.

-¿Soy tu rosa?

Él se rió al pensar en la lección
del principito. -Sí, tú eres mi rosa. Hay
sólo una de ti en todos los millones de planetas y
estrellas.

Ella le contestó con un abrazo.

Ese abrazo lo traspasó de una forma como nunca
antes. Algo dentro de él pareció romperse y
explotó, abrumándolo con ternura y
calor.

Se enterró profundamente en su interior mientras
se corría por ella.

Astrid se mordió los labios mientras
sentía su clímax. Él se estremeció
entre sus brazos. Ella sonrió mientras lo acercaba
más y besaba su hombro.

Él estaba tan quieto. Tan tranquilo.

¿Quién hubiera pensado que sería
capaz de tal cosa? Siempre era tan feroz y violento.

Su mera presencia hacía que el aire a su
alrededor restallara y crepitara.

Pero no ahora. Ahora sólo había
silencio.

Zarek yacía sobre ella, débil y agotado,
su cuerpo todavía unido al suyo. Él no
quería moverse.

No podía.

Su contacto era sublime. Pero más que eso, se
sintió conectado con ella. Y él nunca había
sentido eso antes.

¿Era esto realmente un sueño? Por favor
dioses, no. Por favor dejen que esto sea real.

Necesitaba que fuese real, desesperadamente.

Astrid cerró los ojos mientras Zarek acariciaba
con la nariz su cuello otra vez. Por alguna razón
sentía como si ella acabara de domesticar una bestia
salvaje, incontrolable.

Ella movió sus piernas arriba y abajo de las de
él, acunándolo con su cuerpo mientras peinaba con
su mano su pelo de ébano. Él se hizo para
atrás ligeramente para clavar los ojos en ella con
asombro.

Estaba tan contenta que hubiese hecho esto esta
noche.

Bajó la cabeza para besarla otra vez.

Ella inspiró su perfume, bebió de la
ternura de sus labios. -Oh, Zarek -suspiró
ella.

Zarek cerró los ojos con fuerza ante el sonido de
su nombre en sus labios. Era tan feroz, que el dolor agridulce lo
atravesaba.

Mordisqueó la piel delicada en su cuello, dejando
sus colmillos rozar su carne. En la vida real, ya la
habría mordido.

Nunca habría tomado su cuerpo con el de
él.

Habría compartido sus emociones mientras
bebía de ella y se preguntó como sabría en
su sueño…

Abriendo la boca, sintió la sangre latiendo en
las venas contra su lengua.

Ella sería dulce, eso lo sabía.

-¿Zarek?

Su garganta vibrada con sus palabras.
-¿Sí?

-Me gustas más cuando eres así de
tierno.

Se apartó de ella y frunció el ceño
mientras algo cosquilleaba en su estomago.

-¿Pasa algo malo?

Todo. Éste no era su sueño. Éste
era un momento surrealista. Sus sueños nunca eran
agradables. Ni siquiera una vez tuvo a una amante en
ellos.

Nunca nadie le había hablado en la forma que ella
lo hacía.

Nadie alguna vez había abierto la puerta y lo
había dejado entrar en la cabaña una vez que
Acheron lo había desterrado.

Salió de la cama y se puso los pantalones.
Tenía que apartarse. Algo estaba mal. Lo sabía
profundamente en su interior. Aquí no era donde él
debería estar.

No tenía ninguna relación con
ella.

Ni siquiera en sus sueños.

Astrid miró como el pánico atravesaba la
cara de Zarek mientras se vestía. Ella envolvió la
manta a su alrededor y fue hasta él. -No tienes que huir
de mí.

-No huyo de ti -gruñó él. -No huyo
de nadie.

Astrid estuvo de acuerdo. No, él no lo
hacía. Él era más fuerte de lo que cualquier
hombre tenía derecho a ser. Había recibido golpes y
golpes que nadie debería tener que soportar.

-Quédate conmigo, Zarek.

-¿Por qué? No soy nada para ti.

Ella tocó su brazo. -No tienes que apartar a todo
el mundo.

Gruñendo, se encogió de hombros para
separarse de su contacto. -No sabes de lo que hablas.

-Lo sé, Zarek, -dijo ella, deseando que hubiese
una forma para hacerle ver lo que ella quería mostrarle.
-Lo sé. Entiendo que quieras lastimar a otras personas
antes de que te lastimen.

Seguro que sí, princesa. ¿Cuándo
lastimaste a alguien? ¿Cuándo alguien te
lastimó a ti?

-Muéstrame la bondad dentro de ti, Zarek.
Sé que está allí. Sé que en alguna
parte debajo de ese dolor hay alguien que sabe cómo amar.
Alguien que sabe cómo cuidar y proteger.

La estremeció con una risa fría mientras
se abotonaba los pantalones. -Tú no sabes una mierda -hizo
un gruñido feroz y se dirigió a la
puerta.

Astrid comenzó a seguirlo, luego cambió de
opinión.

Ella no sabía qué hacer. Cómo
alcanzarlo.

Quería que sus palabras los confortaran, no que
lo encolerizaran. Pero Zarek nunca reaccionaba en la forma que
esperaba.

Frustrada, se vistió y fue tras
él.

Aparentemente, la delicadeza no funcionaba con
Zarek.

Así es que optó por una ruta
diferente.

Lo pasó rozando en el vestíbulo, y le
abrió la puerta principal.

Zarek se detuvo, había luz solar afuera de la
puerta y él no se había prendido en
llamas.

Tal vez este era un sueño.

Tenía que serlo y todavía…

-¿Qué haces? -preguntó.

-Abriendo la puerta así no te golpea el trasero
mientras pasas a través de ella.

-¿Por qué?

-Dijiste que te querías ir. Así es que
vete. Fuera. No quiero tenerte aquí cuando es obvio que te
soy repulsiva.

Su lógica lo desconcertó. -¿De
qué estás hablando?

-¿Qué quieres decir… sobre qué
estoy hablando? ¿No es obvio? Me acuesto contigo y no
puedes dejarme lo suficientemente rápido. Lo siento si no
fui lo suficientemente buena para ti. Al menos hice un
intento.

¿No bastante buena para él? ¿Estaba
bromeando?

Le clavó los ojos con incredulidad. Dividido
entre querer maldecirla por su estupidez y quererla
reconfortar.

Su cólera salió victoriosa. -¿Que
no vales la pena? ¿Entonces yo qué soy?
¿Sabias que antes de que muriera, estaba por debajo,
aún de tener sexo por compasión? Nadie me
habría tocado con cualquier parte de su cuerpo.
Tenía suerte si usaban una vara para sacarme del medio.
Así es que no te pares ahí y actúes como si
estuvieses toda dolida y me hables de no tener valor. Nadie nunca
ha tenido que pagar a alguien para sacarte de su
vista.

Zarek se congeló al darse cuenta de lo que
acababa de decirle. Esas eran cosas que él había
mantenido profundamente escondidas en su interior por siglos.
Cosas de las que nunca había hablado con nadie.

Verdades dolorosas que habían languidecido en su
corazón, comiéndolo siglo tras siglo.

Nadie nunca lo había querido cerca.

No hasta Astrid.

Era por lo que no podía quedarse. Ella lo
calentaba, y lo aterrorizaba porque sabía que no
podía ser real.

Éste era otro tormento cruel que el destino le
había infligido.

Cuando se despertara, estaría con ella y no
tendría necesidad de él. Él no tenía
un sitio con la Astrid real.

Nuca lo tendría.

-Entonces ellos eran ciegos si no podían ver lo
que eres, Zarek. Ellos son los perdedores, no tu.

Dioses, cómo quería creerle.

Cómo necesitaba creerle.

-¿Por qué eres tan agradable
conmigo?

-Te lo dije, Zarek. Me gustas.

-¿Por qué? Nunca le gusté a
nadie.

-Eso no es cierto. Has tenido amigos todo el tiempo,
pero nunca les has permitido que te ayudaran.

-Acheron -dijo él, murmurando la palabra. -Jess
-frunció sus labios al pensar en Sundown.

-Tienes que aprender a extenderte hacia las
personas.

-¿Por qué? ¿Así pueden
dispararme en la espalda?

-No, así ellos pueden amarte.

-¿Amor? -se rió ante el pensamiento.
-¿Quién diantre necesita eso? He vivido toda mi
vida sin eso. No necesito eso y estoy malditamente seguro que no
lo quiero de nadie.

Ella se paró firmemente ante él.
Inquebrantable. -Puedes mentirte todo lo que quieras, pero yo
sé la verdad -sostuvo su mano frente a él. -Tienes
que aprender a confiar en alguien, Zarek. Has sido valiente toda
tu vida. Ahora muéstrame ese coraje. Toma mi mano.
Confía en mí y juro que no te
traicionaré.

Se quedó parado allí indeciso, su
corazón martillando. Nunca había estado más
aterrorizado.

Ni siquiera el día que lo habían
matado.

-Confía en mí, Por Favor. Nunca te
lastimaré.

Él clavó los ojos en su mano. Era larga y
agraciada. Delicada. Una mano diminuta.

La mano de una amante.

Quería correr.

En lugar de eso, se encontró levantando su mano y
enlazando sus dedos con los de ella.

Capítulo 9

Las lágrimas caían por las mejillas de
Astrid, mientras sentía la fuerza caliente de su mano, al
ver sus largos dedos entrelazados con los de ella.

Su mano era grande, masculina y envolvía la suya
con poder.

Esas manos habían matado, pero también
habían protegido. La habían cuidado y le
habían dado placer.

Por ese simple acto, supo que finalmente había
hecho contacto con él.

Había alcanzado lo inalcanzable.

Luego el contacto se perdió.

La cara de Zarek se endureció al soltar con
fuerza su mano. -No quiero ser cambiado. Ni por ti. Ni por
nadie.

Gruñendo con ira, la rozó al pasar y
caminó hacia la puerta.

Astrid hizo algo que nunca antes había
hecho.

Maldijo.

Maldito él por no quedarse. Maldito por ser tan
estúpido.

-Te lo dije, es un
culo-duro[18]

Se giró para ver a M'Adoc parado tras ella,
mirando fijamente hacia la puerta mientras Zarek se alejaba
caminando con paso pesado sobre la nieve.

-¿Cuánto tiempo has estado escuchando a
escondidas? -preguntó al Oneroi.

-No por mucho. Sé cuando no entrometerme en un
sueño.

Ella entrecerró sus ojos significativamente.
-Mejor que sea así.

Haciendo caso omiso de ella y de su amenaza
tácita, se movió para mirar a Zarek
abriéndose camino a través de la nieve.

-¿Qué vas a hacer ahora?
-preguntó.

-Golpearlo con una vara hasta que entre en
razones.

-No serías la primera en intentarlo -dijo M'Adoc
secamente. -El problema es que es inmune a eso.

Ella dejó un largo suspiro, rendida. Era
cierto.

-No sé qué hacer -confesó -me
siento tan indefensa, desvalida respecto a él.

Algo así sabio brilló detrás de los
brillantes ojos pálidos de M'Adoc. -No deberías
haberlo atrapado aquí o a ti misma, en todo caso. Es
peligroso permanecer en este reino demasiado tiempo.

-Lo sé, ¿pero que otra cosa podía
hacer? Él no permanece quieto y estaba decidido a dejar mi
cabaña. Sabes que no puedo permitir eso -. Hizo una pausa
y le dirigió al Dream Hunter una mirada suplicante.
-Necesito una guía, M'Adoc. Desearía poder hablar
con Acheron. Él es el único que sé que me
podría contar sobre Zarek.

-No. Zarek puede contarte.

-Pero no lo hará.

Él sostuvo su mirada. -¿Entonces te das
por vencida?

-Nunca.

Él le dirigió una rara sonrisa
dejándole saber que estaba leyendo sus emociones. -No me
imaginé tanto. Me alegra saber que ya no estás
desanimada.

-¿Pero cómo lo alcanzo? Estoy abierta a
todas las ideas y sugerencias en este punto.

M'Adoc extendió la mano y un pequeño
libro, azul oscuro, apareció en su palma. Se lo dio a
ella.

Astrid miró la copia de El Principito en
sus manos.

-También es el libro favorito de Zarek -dijo
M'Adoc.

No era extraño que Zarek hubiera podido
citárselo.

M'Adoc dio un paso atrás. -Es un libro de
desengaño y supervivencia. Un libro de magia, esperanza y
promesa. Insólito que le llegara al corazón,
no?

M'Adoc salió del sueño brillando
intermitentemente y la dejó hojeando el libro. Ella vio
que M'Adoc había marcado ciertos pasajes y
párrafos.

Astrid cerró la puerta y se lo llevó al
confortable sillón que repentinamente había
aparecido en la cabaña.

Ella sonrió. A todos los dioses del sueño
les gustaba hablar en acertijos y metáforas. Rara vez
decían algo categóricamente, sino que hacían
a las personas procesar sus respuestas.

M'Adoc, el jefe de los Oneroi, había dejado sus
pistas en este libro.

Si esto podía ayudarla a comprender a Zarek,
entonces leería lo que le había marcado.

Tal vez entonces pudiera tener la esperanza de
salvarlo.

Jess se zambulló en la pequeña tienda de
artículos varios y se sacudió como un perro mojado
saliendo de la lluvia. Estaba tan malditamente frío
aquí que no lo podía aguantar.

¿Cómo había sobrevivido Zarek en
Alaska antes de la calefacción central? Tenía que
darle crédito a su amigo. Un hombre tenía que ser
duro y peligroso para vivir aquí sin ayuda de amigos o
Escuderos.

Personalmente, prefería ser azotado por pistolas
y tirado desnudo en un nido de serpientes cascabel.

Había un señor mayor detrás del
mostrador que le dirigió una sonrisa conocedora, como si
entendiera por qué Jess había maldecido tan pronto
como entró. El hombre tenía la cabeza cubierta de
gruesas canas y una barba coloreada tipo sal y pimienta. Su viejo
suéter verde tenía remiendos, pero tenía
buen aspecto y se veía abrigado. -¿Lo puedo
ayudar?

Jess bajó la bufanda de su cara y asintió
brusca y amigablemente al hombre. Los modales dictaban que
tenía que quitarse su Stetson negro mientras estaba
adentro, pero maldición si lo hacía y dejaba
escapar una onza de calor de su cuerpo.

Necesitaba cada pizca de eso.

-Hola, señor -dijo arrastrando las palabras en
forma educada. -Estoy en busca de café negro o cualquier
otra cosa que tenga, que esté caliente. Realmente
caliente.

El hombre se rió y apuntó hacia una
cafetera en la parte trasera. -Usted no debe ser de por
aquí.

Jess se dirigió hacia el café. -No,
señor, y gracias a Dios por eso.

El viejo se rió otra vez. -Ah, quédese por
aquí un tiempo y su sangre se espesará lo
suficientemente hasta que ni siquiera lo advierta.

Lo dudaba. Su sangre tendría que estar
petrificada para no sentir este frío.

Quería regresar su trasero a Reno antes de
convertirse en el primer Cazador Oscuro en la historia que se
muriese de frío.

Jess vertió café hasta el tope en un vaso
térmico y se dirigió al mostrador. Lo apoyó
y buscó a través de los cinco millones de capas de
abrigo, de la camisa de franela, suéter, y calzoncillos
largos de lana, hasta sacar la billetera de su bolsillo trasero,
para pagar. Su mirada cayó a una caja de vidrio, en donde
alguien había colocado una figura de madera, tallada a
mano, de un cowboy sobre un potro salvaje.

Jess frunció el ceño al reconocer al
caballo y luego al hombre.

Era él.

Le había enviado a Zarek, por correo
electrónico, una foto del verano pasado, de él
montando su último semental. Maldición si esa no
era una copia exacta de la foto.

-Oiga -dijo el viejo caballero al advertirlo
también. -Usted se parece a mi estatua.

-Sí, señor, advertí eso.
¿Dónde la consiguió?

El hombre miraba de la figura a él para comparar
sus parecidos. -La subasta anual de Navidad que tuvimos en
noviembre pasado.

Jess frunció el ceño. -¿La subasta
de Navidad?

-Cada año el Club Oso Polar se reúne para
juntar dinero para los pobres y enfermos. Tenemos una subasta
anual, y por los últimos, no sé bien, veinte
años o así, Santa ha estado dejando un par de
bolsas inmensas con piezas como esta, talladas en madera, que
vendemos. Pensamos que es un artista local o algo por el estilo
quién no quiere hacer saber donde vive. Todos los meses un
giro postal de bastante dinero llega anónimamente a
nuestro apartado de correos, también. La mayor parte de
nosotros cree que es el mismo tipo.

-¿Santa, como Santa Claus?

El hombre asintió con la cabeza. -Sé que
es un nombre estúpido, pero no sabemos como llamarlo. Es
simplemente un tipo que viene en invierno y hace buenas acciones.
La policía lo ha visto una o dos veces llevando las bolsas
a nuestro centro, pero lo dejan solo. Él palea los caminos
de acceso de las personas de edad y talla un montón de
esas esculturas de hielo que usted probablemente ha visto
alrededor del pueblo.

Jess sintió que su mandíbula se aflojaba,
luego rápidamente mordió para cerrarla antes de
mostrar sus colmillos. Sí. Él había visto
esas esculturas.

¿Pero Zarek?

Difícilmente parecía algo que el
ex-esclavo haría. Su amigo era brusco en el mejor de los
casos y categóricamente irascible en el peor
ellos.

Pero claro, Zarek nunca le había dicho lo que
hacía aquí para pasar el rato. Nunca le
decía mucho de nada, realmente.

Jess pagó por el café, luego
regresó a la calle.

Caminó hasta el final de esta, donde una de las
esculturas de hielo descansaba en una intersección. Era un
alce, de casi dos metros y medio de altura. La luz de luna
brillaba sobre la superficie, que estaba tan intrincadamente
esculpida, que parecía que el alce estaba listo para
soltarse y correr hacia su casa.

¿El trabajo de Zarek?

Es que no parecía bien.

Jess fue a tomar otro sorbo de café sólo
para percatarse que ya se había enfriado.

-Odio Alaska -refunfuñó, lanzando el
café al suelo y tapando el vaso.

Antes de que pudiera encontrar un cubo de basura, su
teléfono celular sonó.

Comprobó la identificación del que llamaba
para ver que era Justin Carmichael, uno de los Escuderos de los
Ritos de Sangre que estaban aquí para cazar a Zarek.
Parece ser que una vez que los Oráculos se enteraron que
Artemisa y Dionisio querían muerto a Zarek, inmediatamente
habían notificado al Concejo, quien a su vez había
enviado a una banda de Escuderos para cazar y matar al Cazador
Oscuro sentenciado.

Jess era todo lo que había entre ellos y
Zarek.

Nacido y criado en la ciudad de Nueva York, Justin era
un joven, de aproximadamente veinticuatro años, con una
actitud repugnante que a Jess no le preocupaba mucho.

Respondió la llamada. -Si, Carmichael,
¿qué necesitas?

-Tenemos un problema.

-¿Y cuál es?

-¿Conoces a la mujer que ayudaba a Zarek?
¿Sharon?

-¿Que sucede con ella?

-La acabamos de encontrar. Recibió una paliza
bastante mala y su casa ha sido quemada hasta los cimientos. Te
apuesto que Zarek decidió vengarse.

La sangre de Jess se enfrió. -Mierda.
¿Hablaste con ella?

-Confía en mí, ella no estaba en
condiciones de conversar cuando la encontramos. Está con
los doctores ahora mismo y nosotros nos dirigimos a la
cabaña de Zarek para ver si podemos encontrar a ese
bastardo y hacerle pagar esto antes de que lastime a alguien
más.

-¿Qué hay acerca de la hija de
Sharon?

-Estaba en la casa de un vecino cuando ocurrió. A
Dios gracias. He puesto a Mike a cuidar de ella en caso de que
Zarek regrese otra vez.

Jess no podía respirar y no era por el aire
helado. ¿Cómo podía ocurrir esto? A
diferencia de los Escuderos, sabía que Zarek no
tenía nada que ver con esto.

Solo él sabía en dónde estaba Zarek
realmente.

Ash le había confiado la verdad de lo que estaba
pasando y le había encargado que se asegurara que nadie
interviniera hasta que la prueba de Zarek hubiese
terminado.

Bueno, las cosas iban más al sur que una bandada
de gansos en otoño.

-No te muevas hasta que llegue allí -dijo al
Escudero. -Quiero ir a su cabaña con ustedes.

-¿Por qué? ¿Planeas meterte otra
vez, en el medio de nuestro camino, cuando lo
eliminemos?

Esas palabras lo pincharon como un rebaño de
puercos espines. -Chico, mejor tomas ese tono y lo limpias. No
soy un Escudero al que le estas hablando; sucede que soy uno de
los hombres a los que tienes que responder. No es de tu maldita
incumbencia por qué voy. No te muevas hasta que te diga de
hacerlo o voy a mostrarte cómo hice una vez que Wyatt Earp
se meara en sus pantalones.

Carmichael vaciló antes de hablar otra vez.
Cuando lo hizo, su voz era agradable y calma. -Sí,
señor. Estamos en el hotel y lo estamos
esperando.

Jess colgó el teléfono y lo regresó
a su bolsillo.

Se sentía fatal acerca de Sharon. Ella no
debería haber estado en peligro para nada. Ninguno de los
Escuderos se habría atrevido a lastimarla.

Y a pesar de lo que los otros pensaban, él
sabía que Zarek no lo hubiera hecho aún si hubiera
podido.

Zarek justamente no era el tipo que golpeaba a aquellos
más débiles que él.

¿Pero, quién más se habría
atrevido?

Astrid encontró a Zarek en medio de un pueblo
medieval quemado hasta los cimientos.

Había cuerpos, quemados y no quemados,
desparramados por todas partes. Hombres y mujeres. De todas las
edades. La mayoría de ellos tenían desgarradas las
gargantas como si un Daimon o alguna criatura similar se hubiese
alimentado de ellos.

Zarek caminó entre ellos, su cara sombría.
Sus ojos atormentados.

Tenía sus brazos alrededor de él como para
protegerse del horror del cual era testigo.

-¿En dónde estamos? -preguntó
ella.

Para su asombro, él contestó
-Taberleigh.

-¿Taberleigh?

-Mi pueblo -murmuró él, su voz angustiada
y tensa. -Viví aquí por trescientos años.
Había una vieja arpía que me vio una vez cuando era
una muchachita. Solía dejarme cosas de vez en cuando. Una
pierna de carne de cordero, un odre de cerveza. Algunas veces
nada más que una nota para darme las gracias por cuidarlos
-miró a Astrid, su cara obsesionada. -Se suponía
que debía protegerlos.

Antes de que pudiera preguntarle que había
sucedido con el pueblo, oyó los gritos amortiguados de una
vieja.

Zarek corrió hacia ella.

La mujer yacía en la tierra envuelta en ropas
rotas, su cuerpo viejo quebrado. Estaba cubierta en sangre y
magulladuras.

Astrid podía decir por la expresión de
Zarek que ésta era la mujer sobre la que había
hablado.

Zarek cayó de rodillas al lado de ella y
limpió la sangre de sus labios mientras ella trataba de
respirar.

Los ancianos ojos grises estaban perforados con
acusación mientras los enfocaba en él.
-¿Cómo pudiste?

La vida se desvaneció de los ojos de la mujer,
volviéndolos apagados, cristalizados.

Ella se volvió floja en sus brazos.

Zarek gritó con ferocidad. Soltó a la
mujer y se obligó a sí mismo a pararse.
Caminó de arriba abajo en un ancho círculo, pasando
sus manos coléricamente a través de su
pelo.

Jadeando, se veía igual de demente como todo el
mundo afirmaba.

Astrid sufría por él. Ella no
entendía sobre que trataba esto. Lo que él
volvía a vivir.

Ella lo siguió. -¿Zarek, que
sucedió aquí?

Con cara angustiada, se dio la vuelta para enfrentarla.
Odio y culpabilidad ardían en las profundidades de
medianoche de sus ojos.

Él pasó su brazo sobre la escena
indicándole los cuerpos alrededor de ellos. -Los
maté. A todos ellos -las palabras salieron como si se
desgarraran de su garganta. -No sé por qué hice
esto. Solo recuerdo la furia, el anhelo de sangre. Ni siquiera
recuerdo haberlos matado. Sólo destellos de personas
muriéndose mientras se acercaban a mí.

Su cara estaba desolada. Sus ojos llenos con auto
aborrecimiento. -Soy un monstruo. ¿Ves ahora por que no
puedo tenerte? ¿Por qué no puedo quedarme contigo?
¿Qué pasa si un día te mato
también?

Su pecho se encogió ante sus palabras mientras el
pánico y el miedo la absorbían.

¿Lo había juzgado mal?

-Todos los hombres son culpables -era la frase
favorita de su hermana Atty. –Los únicos hombres
honestos son los niños que aún no han aprendido a
decir mentiras.

Astrid horrorizada, miró alrededor, los
cadáveres…

¿Realmente él podía ser capaz de
hacer algo así?

Ella no sabía qué pensar ahora.
Quienquiera que fuese responsable de esta matanza merecía
morir. Esto más que explicaba por qué Artemisa no
lo quería alrededor de las personas.

Astrid hizo una pausa en ese pensamiento.

Espera un momento…

Algo estaba mal.

Mortalmente equivocado.

Astrid miró los cuerpos alrededor de ellos.
Cuerpos humanos. Algunos de niños, la mayor
parte, de mujeres.

Si Zarek hubiese hecho esto, entonces Acheron lo
habría matado instantáneamente. Acheron se rehusaba
a tolerar a cualquiera que atacara a los débiles e
indefensos. Y especialmente cualquiera que dañara a un
niño.

No había manera de que Acheron soportara dejar
vivir a un Cazador Oscuro que pudiera destruir y matar a la gente
que había sido enviado a proteger. Ella supo eso con cada
molécula de su cuerpo.

-¿Estás seguro que
hiciste esto? -preguntó.

Él se vio consternado por su pregunta.
-¿Quién más lo habría hecho? No
había nadie más aquí. ¿Ves a alguien
aparte de mí con colmillos?

-Tal vez un animal.

-Yo fui el animal, Astrid. No había nadie
más capaz de hacer esto.

Ella aún no creía en eso. Debía
haber otra explicación. -Dijiste que no recordabas
haberlos matado. Tal vez no lo hiciste.

Furia y dolor destellaron en sus ojos. -Recuerdo lo
suficiente. Sé que hice esto. Todo el mundo lo sabe. Es
por eso que los otros Cazadores Oscuro me temen. Por lo que no me
hablan. Por lo que fui desterrado a un lugar donde no hay
personas para proteger. Por lo que me despierto todas las noches
temiendo que Artemisa me aleje de Fairbanks hacia un área
donde aún hay menos personas.

Parte de ella temía que él estuviera
diciendo la verdad, pero lo descartó.

En su corazón sabía que el hombre
atormentado que podía hablar poéticamente y hacer
hermosas figuras de arte con sus manos, a quien podía
importarle un animal que lo había herido, nunca,
jamás haría esto.

Pero necesitaba probarlo.

El instinto no sería prueba suficiente para
ofrecer a su madre o a Artemisa. Demandarían alguna prueba
de su inocencia.

Probar que él no era capaz de matar
humanos.

-Solo quisiera saber por qué hice esto
-gruñó Zarek. -Que fue lo que me volvió tan
loco para haberlos matado y ni siquiera poder
recordarlo.

La miró con ojos desolados. -Soy un monstruo.
Artemisa tiene razón. No tengo un sitio cerca de las
personas normales.

Las lágrimas fluyeron a sus ojos ante sus
palabras. -No eres un monstruo, Zarek.

Ella se rehusaba a creer eso.

Astrid lo empujó a sus brazos,
ofreciéndole consuelo, que no estaba segura que él
aceptara.

Al principio se quedó rígido como si
estuviese a punto de alejarla, luego se relajó. Ella
dejó escapar un suspiro lento, agradeciendo que aceptara
su abrazo.

Sus brazos tensos y fuertes la sostuvieron contra su
cuerpo delgado que se ondeaba con músculos. Ella nunca
había sentido nada como esto. Él era tan duro y
tierno al mismo tiempo. Su mejilla estaba presionada contra sus
firmes músculos pectorales, sus pechos contra sus
acanalados abdominales.

Bajó su mano, recorriéndole la espalda,
haciéndolo temblar en sus brazos.

Astrid sonrió ante este poder recién
encontrado que tenía sobre él. Debido a que era una
ninfa de la justicia, su feminidad había tenido que quedar
en segundo plano. No había tiempo para sentirse femenina o
sensual.

Pero lo sentía ahora.

Por él. Ella tenía conciencia de su cuerpo
por primera vez en su vida. Consciente de cómo su
corazón latía al mismo tiempo que el de él.
La forma en que su sangre hervía a fuego lento al sentir
sus brazos envueltos a su alrededor.

En ese instante, quiso hacer algo por
él.

Quería hacerlo sonreír.

A regañadientes, se hizo para atrás y le
extendió la mano. -Ven conmigo.

-¿Adónde?

-A algún lugar cálido.

Zarek vaciló. Él sólo confiaba en
que las personas lo lastimaran. Y nunca lo habían
decepcionado.

Confiar en alguien para que no lo lastimara era
completamente distinto.

Profundamente en su interior, quería confiar en
ella.

No, necesitaba confiar en ella.

Una sola vez.

Aspirando profundamente, colocó su mano renuente
dentro de la de ella.

Ella lo llevó del pueblo a una playa a la orilla
del mar brillante. Zarek parpadeó y entrecerró los
ojos contra el brillo poco familiar de la luz.

Levantó su mano para cortar el resplandor del sol
que casi había olvidado.

Nunca había ido a la playa. Sólo
había visto fotos en revistas y en TV.

Y habían pasado siglos desde que hubiese visto la
luz del día. Realmente luz de
día.

El sol brillaba sobre su piel, caliente.

Dejó que el calor inundara su cuerpo congelado.
Dejó que el sol le acariciara la piel y desvaneciera los
siglos de sufrimiento y soledad.

Vestido sólo con pantalones de cuero negro, Zarek
caminó encima de la playa arenosa, mirando todo y
enfocando la atención en nada en particular.

Esto era incluso mejor que su estadía en Nueva
Orleáns. El oleaje atronaba alrededor de ellos mientras
golpeaba contra la playa, el viento azotaba en su pelo. La arena
estaba caliente y se pegaba a sus pies.

Astrid pasó corriendo hacia el borde del
agua.

La observó mientras se sacaba las ropas de su
cuerpo hasta quedarse son un bikini azul diminuto.

Ella lo miró traviesamente, lo recorrió
con una mirada caliente que lo hizo temblar a pesar del calor.
-¿Te gustaría acompañarme?

-Creo que me vería extraño en un
bikini.

Ella se rió de él. -¿Eso fue un
chiste? ¿Puede ser que hicieras un verdadero
chiste?

-Sí, debo estar poseído o algo.

Seducido realmente. Por una ninfa del mar.

Ella se acercó con un paso
determinado.

Zarek esperó, incapaz de respirar. De moverse.
Era como si viviera o muriera por el balanceo descarado de sus
caderas.

Se detuvo ante él y desabotonó sus
pantalones. La sensación de sus dedos rozando contra el
parche delgado de pelo que corría de su ombligo a su ingle
lo estremeció. Se endureció
instantáneamente, queriéndola saborear otra
vez.

Ella lentamente abrió la cremallera de sus
pantalones mientras levantaba su mirada a través de sus
pestañas.

Un pequeño milímetro antes de que liberara
su erección, pareció que perdía su audacia.
Mordiéndose los labios, arrastró sus manos en
dirección contraria, arriba, hacia su pecho.

Zarek aún no podía respirar mientras ella
extendía sus manos en su pecho desnudo.

-¿Por qué me tocas cuando nadie lo hace?
-preguntó.

-Porque me dejas. Me gusta tocarte.

Él cerró los ojos mientras su caricia
tierna lo chamuscaba. ¿Cómo algo así de
simple se podía sentir tan increíble?

Ella dio un paso hacia sus brazos y él
instintivamente la abrazó. Sus pechos rozaron sus
abdominales, poniéndolo aun más duro,
haciéndolo doler.

-¿Alguna vez hiciste el amor en la
playa?

Su respiración quedó atrapada ante sus
palabras. -Sólo he hecho el amor contigo,
princesa.

Ella se paró en puntas de pie a fin de poder
capturarle los labios en un dulce y atormentado beso.

Haciéndose hacia atrás, le sonrió
mientras abría la última parte de su cremallera y
lo tomaba en su mano. -Entonces, Hombre de
Nieve-Zarek[19]está a punto de
hacerlo.

Ash estaba sentado solo en el templo de Artemisa, justo
afuera de la sala del trono, en la terraza donde podía
mirar la bella cascada multicolor. Su pelo rubio dorado estaba
recogido en una cola de caballo, estaba sentado sobre el pasamano
de mármol con su espalda desnuda contra una columna
acanalada.

La fauna silvestre, a salvo de cazadores y de cualquier
otro peligro, por la protección de Artemisa, apacentaba en
un patio donde la tierra estaba hecha de nubes. El único
sonido venía de la caída del agua y el grito
ocasional de un pájaro silvestre.

Debería estar tranquilo aquí y a pesar de
su compostura serena Ash estaba agitado.

Artemisa y sus asistentes lo habían dejado para
ir a Theocropolis donde Zeus sesionaba sobre todos los dioses del
Olimpo. Ella se iría por horas.

Ni aun eso lo podía complacer.

Quería saber qué estaba sucediendo con la
prueba de Zarek. Algo estaba mal, lo sabía. Lo
podía sentir, pero no se atrevía a usar sus poderes
para investigar.

Podía soportar la furia de Artemisa, pero nunca
la desataría encima de Astrid o Zarek.

Así que acá estaba sentado, sus poderes
restringidos, su cólera y su frustración
atadas.

-¿Akri, puedo desprenderme de tu brazo por un
rato?

La voz de Simi quitó una parte del filo de sus
emociones. Cuando ella era parte de él, no podía
ver u oír algo a menos que él dijese su nombre y le
diera una orden. Ella era incluso inmune a sus
pensamientos.

Sólo podía sentir sus emociones. Algo que
le permitía saber cuando él estaba en peligro, la
única vez que ella podía dejarlo sin su
permiso.

-Sí, Simi. Puedes tomar forma humana.

Ella se deslizó y se manifestó a su lado.
Su largo cabello rubio estaba trenzado. Sus ojos eran de un gris
tempestuoso y sus alas de un azul pálido.

-¿Por qué estás tan triste,
akri?

-No estoy triste, Simi.

-Sí lo estas. Te conozco, akri, tienes
ese dolor en el corazón como el que siente Simi cuando
llora.

-Nunca lloro, Sim.

-Lo sé -se acercó más a él
para apoyar su cabeza en su hombro. Uno de sus cuernos negro
raspaba contra su mejilla, pero Ash no prestó
atención. Ella envolvió sus brazos alrededor de
él y lo sostuvo cerca.

Cerrando los ojos, la abrazó fuertemente,
ahuecando su pequeña cabeza en una de sus manos. Su abrazo
recorrió un largo camino para aliviar su espíritu
preocupado. Sólo Simi podía hacer eso. Solo ella lo
tocaba sin hacerle demandas físicas.

Ella nunca quería algo más que ser su
"bebé".

Aniñada e inocente, era el bálsamo que
necesitaba.

-¿Entonces, puedo comerme a la diosa pelirroja
ahora?

Él sonrió ante la pregunta que más
seguido le hacía. -No, Simi.

Ella levantó su cabeza y le sacó la
lengua, luego se sentó sobre el pasamano cerca de sus pies
descalzos. -Quiero comerla, akri. Ella es una persona
perversa.

-La mayoría de los dioses lo son.

-No, no lo son. Algunos, si, pero yo prefiero a los
Atlantes. Ellos eran muy simpáticos. La mayor parte de
ellos. ¿Nunca conociste a Archon?

-No.

-Bueno, él podía ser perverso. Era rubio,
como tú, alto como tú, bueno, más alto que
tú, y atractivo como tú, pero no tan guapo como
tú. No creo que alguien sea tan guapo como tú. Ni
siquiera los dioses. Definitivamente eres único cuando
hablamos de apariencia… Oh -dijo ella al recordar a su gemelo.
-¿Realmente no eres único, verdad? Pero eres
más lindo que el otro. Él es una mala copia tuya.
Él sólo desearía ser tan guapo como
tú.

La sonrisa de Ash se amplió.

Ella colocó su dedo contra su barbilla y se
detuvo por un minuto como si tratara de deducir sus pensamientos.
-¿Ahora donde iba yo con eso? Oh, lo recuerdo ahora.
Archon no le gustaba mucho la gente, a diferencia de ti.
¿Sabes, esa cosa que haces cuando realmente te enojas?
¿Esa en donde puedes hacer explotar las cosas y hacer todo
fogoso y confuso y desordenado y demás? Él
podía hacer eso también, sólo que no con
tanta astucia como tu. Tu tienes mucha astucia, akri.
Más que la mayoría.

-Pero me salgo del tema. Le gustaba a Archon. Él
dijo, 'Simi, eres un demonio de calidad'. ¿Sin
embargo, has visto alguna vez un demonio de poca calidad? Eso es
lo que yo quisiera saber.

Ash divertido, oía como ella hablaba
incansablemente acerca de cómo dioses y diosas le
habían rendido culto en su vida. Dioses y diosas que
habían muerto hacia muchísimo tiempo. A él
le gustaba escuchar su lógica y sus cuentos no
lineales.

Era como observar a un niño pequeño
tratando de clasificar el mundo y recordar algo. No se
podía decir que podría salir de su boca de un
minuto a otro. Ella veía las cosas claramente, como un
niño.

Si tienes un problema, entonces lo eliminas.

Fin del problema.

Las sutilezas y la política estaban más
allá de ella.

Sólo era Simi. Ella no era amoral o cruel, era
simplemente un demonio sumamente joven, con poderes que
parecían de dioses, que no podía comprender el
engaño o la traición.

Cómo le envidiaba a ella eso. Era el por
qué la protegía tan cuidadosamente. No
quería que aprendiera las duras lecciones que le
habían sido impartidas a él.

Merecía tener la infancia que él nunca
había tenido. Una que fuese resguardada y protegida. Una
en la cual nadie pudiera lastimarla.

Él no sabía que haría sin
ella.

Ella no había sido nada más que un infante
cuando se la habían dado. Él tenía apenas
veintiuno, lo dos habían crecido juntos. Ambos eran los
últimos de su especie en la tierra.

Por más de once mil años sólo
habían sido ellos dos.

Ella era tan parte de él como cualquier
órgano vital.

Sin ella, él moriría.

La puerta del templo se abrió. Simi siseó,
dejando al descubierto sus colmillos, haciéndole saber que
Artemisa había regresado temprano.

Ash volvió su cabeza para confirmar. Como lo
esperaba, la diosa caminaba a grandes pasos hacia
él.

Él dejó escapar una respiración
cansada.

Artemisa se paró abruptamente al ver a Simi
sentada a sus pies -¿Qué esta haciendo fuera de tu
brazo?

-Háblame a mí, Artie.

-Hazla que se vaya.

Simi lanzó resoplidos. -No tengo que hacer nada
de lo que me digas, vieja vaca. Y tú eres vieja. De
verdad, realmente vieja. Y una vaca, también.

-Simi -dijo Ash, acentuando su nombre. -Por favor
regresa a mí.

Simi le dirigió una mirada malvada a Artemisa,
luego se convirtió en una sombra oscura, amorfa. Ella se
movió sobre él y se extendió a sí
misma sobre su pecho para convertirse en un dragón enorme
en su torso con espirales fogosas que lo envolvían
alrededor y bajaban también por sus brazos.

Ash se rió misteriosamente ante la vista. Era la
forma de Simi de abrazarlo y pinchar a Artemisa al mismo tiempo.
Artemisa odiaba cuando Simi cubría mucho de su
cuerpo.

Artemisa dejó escapar un sonido altamente
indignado. -Hazla que se mueva.

Él cruzó los brazos sobre su pecho.
-¿Por qué regresaste tan temprano?

Ella instantáneamente se puso
nerviosa.

Su mal presentimiento se triplicó.
-¿Qué sucedió?

Artemisa caminó hacia la columna a sus pies,
envolvió el brazo en ella y se apoyó contra
mármol. Jugó con el borde dorado de su peplo
mientras mordisqueaba su labio.

Ash se sentó derecho, su estómago se
anudó. Si ella estaba tan evasiva algo había salido
contrario a sus pensamientos. -Dime, Artemisa.

Ella se veía exasperada y enojada. -¿Por
qué debería decirte? Solamente te enojaras conmigo
y prácticamente ya lo estás de cualquier modo. Te
digo, luego vas a querer irte y no puedes irte y luego me
gritarás.

El nudo en su estomago se tenso. -Tienes tres segundos
para hablar o yo me olvido de tu miedo a que alguno de los
miembros de tu familia descubra que estoy viviendo en tu templo.
Usaré mis poderes y averiguaré lo que ha pasado a
mi modo.

-¡No! -chilló ella, empezando a mirarle.
-No puedes hacer eso.

Un tic empezó a latir en su
mandíbula.

Ella se movió hacia atrás, poniendo la
columna entre ellos. Aspiró profundamente como si tomara
fuerza, luego habló con la voz de un niño
pequeño, asustado. -Thanatos está
suelto.

-¡Que! -rugió él, bajando sus
piernas al piso y quedándose parado.

-¡Viste! Estas gritando.

-Oh, créeme -dijo entre sus dientes apretados,
-esto no es gritar. Aún no me he acercado a eso aún
-. Ash se apartó del pasamano y se paseó
coléricamente alrededor del balcón largo. Le
tomó toda su fuerza no atacarla. -Me prometiste que le
ordenarías regresar.

-Lo intenté, pero se escapó.

-¿Cómo?

-No sé. No estaba allí y ahora él
se rehúsa a dejar de perseguirlo.

Ash la miró ferozmente.

Thanatos estaba suelto y el único que
podía detenerlo estaba bajo arresto domiciliario en el
templo de Artemisa.

Maldición con ella por sus trucos y sus promesas.
No había forma de que él pudiera salir de
allí. A diferencia de los del olimpo, una vez que
él daba su palabra, estaba atada a esta.

Romper su juramento lo mataría.
Literalmente.

La cólera rodaba por su cuerpo. Si lo hubiese
escuchado la primera vez, entonces no estarían reviviendo
esta pesadilla. -Me juraste hace novecientos años, cuando
maté al último que no re-crearías a
Thanatos. ¿Cuántas personas ha asesinado?
¿Cuántos Cazadores Oscuros? ¿Aún los
puedes recordar?

Ella se tensó y devolvió su mirada. -Te lo
dije, necesitamos a alguien que acorrale a tu gente. Tú no
lo harás. Ni siquiera controlas a tu demonio. Fue la
única razón por lo que hice otro. Necesito alguien
que los pueda ejecutar cuando se portan mal. Tú,
sólo das disculpas por ellos. 'No entiendes, Artemisa.
Waa, waa, waa".
Entiendo todo muy bien. Tienes preferencia
por cualquiera menos por mí así es que creé
a alguien que escucha cuando hablo -lo miró
encolerizadamente. -Alguien que realmente me obedece.

Ash contó hasta diez tres veces mientras apretaba
y aflojaba sus puños. Ella tenía una forma de
hacerlo querer azotarla y lastimarla que se acercaba
peligrosamente a contravenir todo su control.

-No me hagas que empiece con eso, Artie. Me parece que
'obedecer' no es una palabra que debe estar en la misma frase que
tu ejecutor.

Vuelto loco por su confinamiento y su sed de venganza,
el último Thanatos se había desatado a
través de Inglaterra con tal fuerza que Ash había
tenido que inventar historias de una "plaga", para evitar que la
humanidad y los Cazadores Oscuros, supieran la verdad de lo
qué realmente había destruido el cuarenta por
ciento de la población del país.

Ash pasó sus manos sobre su cara al pensar en lo
que había desatado Artemisa sobre del mundo otra vez.
Él debería haber sabido cuando le pidió que
lo llamara, que era demasiado tarde para hacer eso.

Pero como un tonto, había contado con ella para
hacer lo que había prometido.

Debería haber tenido mejor criterio.

-Maldita seas, Artemisa. Thanatos tiene los poderes para
congregar a Daimons y hacerlos obedecer sus órdenes. Los
puede llamar desde cientos de kilómetros de distancia. A
diferencia de mis Hunters, él camina a la luz del
día y es imposible de matar. La única
vulnerabilidad que tiene les es desconocida.

Ella se mofó de él. -Bien, eso es tu
culpa. Deberías haberles contado sobre
él.

-¿Decirles qué, Artemisa?
¿Compórtense o la diosa perra desatará a su
asesino demente sobre ustedes?

-¡No soy una perra!

Él se movió para pararse ante ella,
presionándola hacia atrás contra la columna.
-¿Tienes alguna idea de lo qué has
creado?

-No es nada más que un sirviente. Puedo
ordenarle que regrese.

Él le miró sus manos temblorosas y las
gotas de sudor en su frente.

-¿Entonces por que estás temblando?
-preguntó. -Dime cómo se soltó.

Ella tragó. Pero sabiamente le dio la
información que él buscaba. -Dion lo hizo. Se
jactaba en el vestíbulo acerca de eso justo antes de que
viniera a decirte.

-¿Dionisio?

Ella inclinó la cabeza asintiendo.

Ash se maldijo a sí mismo esta vez. No
debería haber removido la memoria del dios de su pelea en
Nueva Orleáns. Debería haber dejado al idiota saber
exactamente con lo que se estaba enfrentando. Dejar a Dionisio
tan asustado de él para que el dios olímpico nunca
más se atreviera a confrontarlo ni a él ni a
cualquiera de sus hombres.

Pero no, había tratado de proteger a Artemisa.
Ella no quería que su familia conociera quién y
qué era él.

Para ellos él sólo era su mascota. Una
curiosidad humana, fácil de descartar y dejar de
lado.

Si sólo supieran…

Había cambiado los recuerdos de todos sobre esa
noche así que sólo recordaban que había
ocurrido una pelea y quién la había
ganado.

Ni siquiera Artemisa recordaba todo.

Artemisa le había prometido que Dionisio no
iría tras de Zarek para desquitarse. Pero claro, Artemisa
había pensado en matar a Zarek ella misma.

¿Cuándo aprendería
él?

Nunca se podía confiar en ella.

Ash se apartó. -No tienes idea lo qué le
hace a alguien estar encerrado en prisión. Colocarlos en
un hueco donde pasan al olvido.

-¿Y tu sí?

Ash se cayó mientras suprimía los
recuerdos que lo inundaban. Recuerdos dolorosos, amargos que lo
obsesionaban cuando se atrevía a pensar en el
pasado.

-Mejor reza para que nunca tengas que aprender lo que se
siente. La locura, la sed. La cólera. Has creado a un
monstruo, Artemisa, y soy el único que lo puede
matar.

-¿Entonces estamos en un pequeño problema,
no? No puedes irte.

Él entrecerró sus ojos.

Ella dio un paso atrás otra vez. -Te lo dije,
contactaré a los Oráculos y haré que lo
traigan a casa otra vez.

-Mejor que sea así, Artemisa. Porque si no lo
pones bajo control, el mundo va a convertirse en la misma cosa
que te hace despertar gritando en la noche.

Zarek yacía en la playa, aún dentro de
Astrid, mientras las olas pasaban por encima de sus cuerpos. Este
sueño era tan real e intenso que nunca querría
despertarse.

¿Cómo sería tenerla
realmente?

Pero todavía pensando en eso, supo la verdad. Una
mujer como Astrid no tendría ningún deseo o
necesidad de un hombre como él.

Era sólo en sus sueños que él
podía ser deseado. Necesitado.

Humano.

Se movió a un lado a fin de poder mirar el agua
correr sobre su cuerpo desnudo. Su pelo estaba mojado, pegado a
la piel. Parecía una ninfa del mar que había nadado
hasta la tierra para deleitarse en los cálidos rayos de
sol y seducirlo con sus curvas y su piel sedosa.

Lo contemplaba con una sonrisa dulce, que hacía
que su corazón martillara mientras recorría con su
mano sus brazos y su pecho.

Astrid yacía en silencio, mirándolo,
también. Zarek se encontraba tan perdido, como si el hacer
el amor lo hubiera dejado confundido.

Ella se preguntaba que necesitaría para
domesticar a este hombre, sólo un poco. Lo suficiente para
que las otras personas pudieran ver lo que ella
veía.

Al menos ahora él la dejaba tocarlo sin maldecir
o sin apartarse de ella.

Era un principio.

Arrastró su mano más abajo, sobre los
duros planos de su pecho, sobre las perfectas definiciones de su
abdomen. El hambre ardió en sus ojos mientras movía
su mano más abajo.

Astrid se lamió los labios, preguntándose
si se permitiría ser incluso más atrevida.
Todavía no estaba segura cómo reaccionaría
él a cualquier cosa.

Jugó con el vello que descendía mas
allá de su ombligo, pasando sus dedos a través de
este. Él ya empezaba a endurecerse…

Zarek contuvo su aliento mientras la observaba. Su mano
se sentía maravillosa en su cuerpo mientras hacía
círculos alrededor de su ombligo y arrastraba una
uña hacia abajo del vello espolvoreado en su
estómago.

Ya la deseaba ardientemente otra vez.

Luego ella movió su mano más
abajo.

Gimió mientras ella ahuecaba sus
testículos en su palma. Su mano caliente lo
encerró, apretándolo exquisitamente.

Su ingle se sacudió con fuerza, y toda la sangre
se apresuró hacia la región, endureciéndolo
y ansiándola dolorosamente.

Ella recorrió con un dedo su longitud hasta la
punta, dónde jugueteó con él.

-Pienso que te agrada cuando hago esto.

Él le contestó con un beso.

Astrid gimió ante la pasión que él
exteriorizó. Palpitó en su mano mientras su lengua
bailaba con la de ella, excitándola al nivel más
alto de necesidad.

Se apartó a regañadientes, desesperada
para darle lo que era desconocido para él.

La bondad.

La aceptación.

El amor.

La palabra quedó atrapada en su mente.
Sabía que no lo amaba. Apenas lo conocía, y
aún así…

La hacía sentir otra vez. Tocaba emociones que
había temido que estuvieran perdidas por siempre. Le
debía mucho por eso.

Besando sus labios suavemente, se deslizó por su
cuerpo hacia abajo.

Zarek frunció el ceño ante sus acciones.
No sabía lo que ella planeaba hasta que se extendió
a sí misma sobre su estómago. Su espalda desnuda
estaba al descubierto para él mientras continuaba
acariciándolo con la mano.

Él pasó su mano a través de su
largo cabello rubio, mojado, arrastrándolo sobre su
espalda desnuda mientras su aliento cosquilleaba su cadera. Su
piel era tan suave, tan tierna. No había una mancha en
ningún lado.

Ella se movió más abajo.

Zarek se quedó sin aliento cuando tomó la
punta de su pene, lentamente en su caliente boca.

Estaba congelado por el placer. Sentir sus labios y su
lengua acariciándolo era diferente a cualquier cosa que
hubiera experimentado antes. Ninguna mujer salvo Astrid, alguna
vez lo había tocado allí. Nunca lo había
permitido.

Pero dudaba que pudiera negarle a ella cualquier cosa
después de esto. Ella lo había reclamado como nunca
nadie.

Astrid gimió ante el sabor salado de él.
Cuando sus hermanas le habían contado sobre esto, siempre
lo había considerado obsceno y sucio. En ese momento y en
los siglos siguientes, nunca pudo imaginarse haciendo algo como
esto con un hombre.

Pero lo hacía para Zarek; no había nada
obsceno en los sentimientos dentro de ella. Nada obsceno acerca
de la forma que él sabía.

Le estaba dando un raro momento de placer, y
extraño como parecía, ella lo disfrutaba
también.

Él agarró sus hombros y gimió en
respuesta a cada lametazo, mordisco, y mamada que ella le daba.
Su respuesta caliente la excitó. Ella realmente
quería complacerlo. Darle todas las cosas que se
merecía.

Zarek arqueó su espalda, dejándola salirse
con la suya con él. Lo asombró que le diera permiso
de hacer esto. Nunca antes había confiado en un amante con
su cuerpo. Él siempre había estado en completo
control.

Las mujeres no lo tocaban. En toda la vida.

Ellas no lo acariciaban o besaban.

Él las inclinaba, hacía lo suyo, y se
iba.

Pero con Astrid era diferente. Sentía como si se
compartiese a sí mismo con ella. Como si ella se
compartiera a sí misma con él.

Era mutuo y maravilloso.

Astrid abrió los ojos al sentir que los dedos de
Zarek se deslizan por su entrepierna. Abriendo sus piernas para a
él, le dio acceso mientras continuaba dándole
placer con su boca.

Zarek se giró a un lado entre tanto sus dedos
acariciaban y exploraban.

Ella tembló ante la calidez de su contacto
mientras el fresco oleaje se apresuraba alrededor de ellos. El
calor del sol en su piel era nada comparado con el calor que su
toque proveía.

La hizo arder.

Con los codos le separó más las
piernas.

Astrid gimió mientras su boca la
cubría.

Su cabeza se inundó de placer mientras él
movía su lengua sobre el centro de su cuerpo donde ella
más deseaba ardientemente su toque. Su lengua la rozaba,
traspasándola. Seduciéndola.

Sus manos agarraron sus caderas, presionándole su
pelvis más cerca de él a fin de poder torturarla
con más malvados placeres.

Zarek se estremeció ante la sensación de
saborearla mientras ella lo saboreaba. Lo que estaban
compartiendo era mucho más que sexo.

Ella tenía razón, estaban haciendo el amor
a cada uno.

Y eso lo sacudió enteramente, hasta su alma
perdida.

Se tomaron el tiempo con cada uno, acariciando,
asegurándose que ambos estaban saciados. Se corrieron
juntos en una explosión pura de emoción.

Astrid se echó atrás mientras Zarek
continuaba tomándola.

Estaba tan absorto en ella, que Zarek no estaba poniendo
atención al agua. No hasta que una ola pasó sobre
ellos.

Él farfulló mientras tragaba una gran
cantidad de agua.

La ola se retiró, dejándolos a ambos
sofocados y sin aliento.

Astrid se rió, un sonido dulce y vibrante. -Eso
fue interesante.

Él la besó mientras se subía a su
cuerpo, de tal manera que podía sonreírle desde
arriba.

-Más bien exasperante, en mi
opinión.

Ella levantó la mano para tocar sus mejillas. -Mi
Príncipe Encantado tiene hoyuelos.

Él dejó de sonreír
instantáneamente y apartó la mirada.

Le volteó la cabeza hacia ella. -No dejes de
sonreír, Zarek. Me gusta ese lado tuyo.

Sus ojos llamearon coléricamente. -¿Eso
significa que a ti no te gusta el otro lado de
mí?

Ella hizo un sonido altamente indignado. -Eres tan hosco
-recorrió con su mano su espalda hasta que pudo agarrar su
trasero desnudo en sus manos.

-¿Después de hoy, no te has percatado que
más bien estoy afectada por todos tus lados? A pesar de
que algunos son más espinosos que otros -recorrió
con su mano la mejilla cubierta de barba para enfatizar su punto
de vista.

Él se relajó un grado. -No debería
estar contigo.

-Y yo no debería estar contigo. Aún
así aquí estamos y estoy muy feliz por eso
-meneó su trasero contra él, haciéndolo
gemir en respuesta.

La miraba como si no pudiera creer que ella fuese real,
y en su mente ella no lo era. Era sólo un
sueño.

Astrid se preguntaba cómo reaccionaría
él cuando se despertara. ¿Algo de esto
ayudaría o él se distanciaría aún
más de ella?

Deseaba poder despojarlo de sus malos recuerdos. Darle
una infancia feliz llena de amor y ternura.

Una vida de alegría y amistad.

Él colocó su cabeza entre sus pechos y se
quedó allí tranquilo como si estuviera contento por
sentir nada más que a ella debajo de él, mientras
el sol los calentaba a ambos.

-Cuéntame un recuerdo feliz, Zarek. Una cosa en
tu vida que haya sido buena.

Él vaciló por tanto tiempo que
pensó que no contestaría. Cuando habló, su
voz era tan suave que la hizo doler. -Tú.

Las lágrimas se acumularon en sus ojos. Lo
abrazó con su cuerpo, acunándolo, esperando que de
algún modo ella pudiese serenar su espíritu
preocupado e inquieto.

Astrid supo ahí que ella lucharía por este
hombre, y desde el fondo de su mente surgió una idea
atemorizante.

Estaba enamoraba de él.

Por un momento, no pudo respirar mientras ese
conocimiento colgaba en sus pensamientos como un espectro
atemorizante.

Pero allí no se podía negar lo que
sentía por él, lo lejos que iría para verlo
seguro y feliz.

La respiración él jugaba con su
pezón mientras su corazón caía pesadamente
contra su estómago.

Nadie la había tocado de la forma que él
lo hacía y no era simplemente sexo. La hacía sentir
suave y femenina. Deseable.

No la mimaba y aún así él
hacía tantas cosas afectuosas para cuidarla.

Cerrando los ojos, dejó que su peso y el agua la
empaparan. Dejando que su piel resbalosa y fría la
apaciguaran.

¿Qué iba a hacer? Zarek no era el tipo de
hombre que dejara a cualquiera amarle.

Especialmente no a una mujer que había sido
enviada para sentenciarlo.

Si él alguna vez sabía lo que ella era, la
odiaría.

Ese conocimiento la atravesó, robándole la
felicidad del día.

Pero eventualmente, tendría que
decirle.

Jess dejó al Ford Bronco negro y sacó de
abajo del asiento su escopeta.

Por si acaso.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9
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