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Bailando con el diablo – Cazadores Oscuros 6 (página 4)




Enviado por Maira Bordon



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9

Sus edades iban desde los cuatro a los ocho años,
y todos tenían varas en sus manos y estaban riendo y
gritando. -Saboréalo, saboréalo,
saboréalo.

Un cuarto niño de alrededor de doce años
pasó corriendo delante de ella. Sus ojos azules y cabellos
negros eran espectaculares, y tenía un parecido notable
con el hombre a quien ella había visto a través los
ojos de Sasha.

-¿Es ese Zarek?

M'Adoc negó con la cabeza. -Ese es su medio
hermano, Marius.

Marius corrió hacia los demás.

-Él no lo hará, Marius -dijo otro
niño antes de golpear con su vara lo que fuese que
estuviera en la tierra.

Marius tomó la vara de la mano de su hermano y
atizó el bulto sobre la tierra. -¿Qué
ocurre, esclavo? ¿Eres demasiado bueno para comer
desechos?

Astrid se quedó sin aliento al percatarse que
había otro niño sobre el terreno. Uno que estaba
vestido con ropa hecha jirones al cual estaban tratando de forzar
a comer alimento podrido. El niño estaba doblado en
posición fetal, cubriéndose su cabeza al punto que
apenas se veía humano.

Los que tenían las varas siguieron
atizándolo y golpeándolo. Pateándolo cuando
no respondía a sus golpes o a sus insultos.

-¿Quiénes son todos estos niños?
-preguntó ella.

-Los medio hermanos de Zarek -. M'Adoc los
señaló. -Marius, lo conoces. Marcus es el que esta
vestido de azul con ojos café. Él tiene nueve
años de edad, creo. Lucius es el bebé, quien
recién tiene cinco años y está vestido de
rojo. El de ocho años es Aesculus.

-¿Dónde esta Zarek?

-Es el que está sobre la tierra con la cabeza
cubierta.

Ella se sobresaltó, si bien había
sospechado algo así. Para ser honestos, no podía
quitar su mirada de él. Todavía no se había
movido. No importa cuán duro lo golpeaban, no importa lo
que le decían. Él yació allí como una
roca inamovible.

-¿Por qué lo torturan?

Los ojos de M'Adoc estaban tristes, dejándola
saber que él estaba extrayendo algunas de las emociones de
Zarek mientras observaba a los niños. -Porque pueden. Su
padre era Gaius Magnus. Él gobernaba a todo el mundo,
incluida su familia, con puño severo. Él era tan
malo que mató a la madre de ellos porque ella le
sonrió a otro hombre.

Astrid estaba horrorizada por las noticias.

-Magnus usaba a sus esclavos para ayudar a entrenar a
sus hijos para la crueldad. Zarek tuvo la desgracia de ser uno de
sus chivos expiatorios y, a diferencia de los demás, no
tuvo la suficiente suerte como para morir.

Ella apenas podía entender lo que M'Adoc le
decía. Había visto bastante crueldad en su tiempo,
pero nunca algo como esto.

Era inimaginable que tuvieran permiso de tratarlo
así, especialmente cuando era de la familia.

-Dijiste que eran los medio hermanos de Zarek.
¿Cómo es que él es un esclavo cuando ellos
no lo son? ¿Ellos eran familiares a través de su
madre muerta?

-No. Su padre engendró brutalmente a Zarek con
una de las esclavas griegas de su tío. Cuando Zarek
nació, su madre sobornó a uno de los sirvientes
para sacar a Zarek y exponerlo a fin de que muriera. El criado se
apiadó del niño, y en lugar de matarlo, se
aseguró que el bebé fuera con su padre.

Astrid miró hacia atrás al niño
sobre el terreno. -Su padre no lo quiso, tampoco -era una
afirmación de los hechos.

No había ninguna duda que nadie en este lugar
quería al niño.

-No. Para él Zarek era sucio. Débil. Zarek
podía tener su sangre en él, pero también
cargaba la sangre de una esclava sin valor. Así que Gadus
entregó a Zarek a sus esclavos, quienes volcaron el odio
por su padre sobre él.

Cada vez que uno de los esclavos o los sirvientes
estaban enojados con el padre de Zarek o sus hermanos, el
niño sufría por eso. Creció como el chivo
expiatorio de todo el mundo.

Ella observó como Marius agarraba a Zarek por el
pelo, y lo levantaba. Su respiración quedó atrapada
en la garganta al ver la condición de la bella cara. No
tenía más de diez años, estaba lleno de
cicatrices tan feas que apenas parecía humano.

-¿Qué ocurre, esclavo? ¿No tienes
hambre?

Zarek no contestó. Tiró de la mano de
Marius, tratando de escaparse. Pero no pronunció una sola
palabra de protesta. Era como si supiese que era lo mejor o
estuviese tan acostumbrado al abuso que no se tomó la
molestia.

-¡Déjalo ir!

Ella giró al ver a otro niño de la edad de
Zarek. Como Zarek, tenía ojos azules y cabellos negros, y
tenía un fuerte parecido con sus hermanos.

El recién llegado se precipitó sobre
Marius y lo forzó a soltar a Zarek. Retorció la
mano del niño mayor detrás de su
espalda.

-Ese es Valerius -le informó M'Adoc. -Otro de los
hermanos de Zarek.

-¿Cuál es tu problema, Marius?
-demandó Valerius. -No deberías atacar a los
débiles. Míralo. Apenas puede estar
parado.

Marius se contorsionó para liberarse de Valerius,
y lo golpeó tirándolo al piso. -No tienes valor,
Valerius. No puedo creer que lleves el nombre del abuelo. No
haces más que deshonrarlo.

Marius se rió sarcásticamente como si
rechazara la presencia del niño.

-Eres débil. Cobarde. El mundo pertenece
sólo a aquellos que son lo suficientemente fuertes para
tomarlo. No obstante te compadecerías también de
los que son débiles para pelear. No puedo creer que
vengamos del mismo vientre.

Los otros niños atacaron Valerius mientras Marius
regresaba a Zarek.

-Tienes razón, esclavo -dijo él, agarrando
a Zarek por el pelo. -No mereces un repollo. El estiércol
es todo lo que mereces de comida.

Marius lo tiró hacia…

Astrid se salió del sueño, incapaz de
soportar lo que sabía que iba a ocurrir.

Acostumbrada a no sentir nada por otras personas, ahora
estaba abrumada por sus emociones. Ella realmente se
estremeció de furia y dolor por él.

¿Cómo esto podía haber
sucedido?

¿Cómo pudo aguantar Zarek vivir la vida
que había recibido?

En este momento, ella odió a sus hermanas por su
parte durante la infancia de él.

Pero claro, ni aún los Destinos podían
controlar todo. Ella sabía eso. Aún así, no
alivió el dolor en su corazón por un niño
que debería haber sido mimado.

Un niño que se había convertido en un
hombre enojado, amargado.

¿Se podía esperar que él no fuera
tan rudo? ¿Cómo alguien podía esperar que
fuera de otra manera cuando todo lo que alguna vez le
habían mostrado era desprecio?

-Te lo advertí -dijo M'Adoc mientras se
unía con ella. -Por esto incluso los Skoti se niegan a
visitar sus sueños. Tomando en consideración, que
este es uno de sus recuerdos más apacibles.

-No entiendo cómo sobrevivió
-murmuró ella, tratando de hacer que tuviera sentido.
-¿Por qué no se suicidó?

M'Adoc la miró cuidadosamente. -Sólo Zarek
puede contestar a eso.

Él le dio un frasco pequeño.

Astrid clavó los ojos en el líquido rojo
oscuro que tenía un gran parecido con la sangre.
Idios. Es un suero inusual que era hecho por los Oneroi,
que posibilitaba a ellos o alguien más, por un corto
período de tiempo, convertirse en uno con el
soñador.

Podía ser usado en los sueños para guiar y
dirigir, para permitir que una persona que duerme pudiera
experimentar la vida de otra persona a fin de poderlo entender
mejor.

Sólo tres de los Oneroi lo poseían.
M'Adoc, M'Ordant, y D'Alerian. Más a menudo lo usaban con
los humanos para dispensar comprensión y
compasión.

Un sorbo y ella podría estar en los sueños
de Zarek. Tendría total comprensión de
él.

Ella sería de él.

Y sentiría todas sus emociones…

Era un enorme paso a dar. En lo más profundo
sabía que si lo tomaba, entonces nunca sería la
misma.

Y otra vez, podría encontrar que no había
ninguna cosa más en Zarek que la furia y el odio.
Él muy bien podría ser el animal que los otros lo
acusaban ser.

Un sorbo y ella sabría la verdad…

Astrid quitó el tapón y bebió del
frasco.

Ella no sabía qué estaba soñando
Zarek en este momento, sólo esperaba que él hubiera
seguido adelante del sueño del que había sido
testigo.

Él había seguido.

Zarek ahora tenía catorce años.

Al principio, Astrid pensó que su ceguera
había regresado hasta que se dio cuenta de que veía
a través de los ojos de Zarek. O el ojo, más bien.
El lado izquierdo de la cara dolía cada vez que trataba de
parpadear. Una cicatriz había fundido la costra con su
mejilla, haciendo que los músculos faciales
dolieran.

Su ojo derecho, todavía funcionando, tenía
una extraña neblina parecida a una catarata y le
tomó unos minutos antes de que sus recuerdos se
convirtieran en los de ella y así poder entender lo que le
había sucedido.

Había sido golpeado tan brutalmente dos
años antes por un soldado en el mercado, que el
revestimiento de la córnea de su ojo derecho había
sido gravemente dañado. Su ojo izquierdo había sido
cegado varios años antes, por otra paliza, obra de su
hermano Valerius.

Zarek no era capaz de ver mucho más que sombras y
borrones.

No es que a él le importase. Al menos así,
no tenía que ver su propio reflejo.

Ni se preocupaba más por el desprecio en las
miradas de las personas.

Zarek caminó arrastrando los pies a través
de una vieja calle, abarrotada en el mercado. Su pierna derecha
estaba tiesa, apenas capaz de doblarse de todas las veces que
había estado quebrada y no había sido
acomodada.

Por eso, era algo más corta que su pierna
izquierda. Tenía un modo de andar irritante que no le
permitía moverse tan velozmente como la mayoría de
la gente. Su brazo derecho estaba casi de la misma forma.
Tenía poco o ningún movimiento en él y su
brazo derecho estaba virtualmente inútil.

En su mano izquierda, agarraba firmemente tres quadrans.
Monedas que no tenían valor para la mayoría de los
romanos, pero que eran preciosas para él.

Valerius había estado enojado con Marius y
había lanzado el bolso de Marius por la ventana. Marius
había obligado a otro esclavo a recogerlas, pero tres
quadrans habían quedado sin recoger. La única
razón por lo que había sabido acerca de eso era
porque lo habían golpeado en la espalda.

Zarek debería haber entregado las monedas, pero
si hubiera hecho el intento, Marius lo hubiera golpeado por eso.
El mayor de sus hermanos no podía aguantar verlo y Zarek
había aprendido hacía mucho tiempo a quedarse tan
lejos de Marius como podía.

Por lo que respectaba a Valerius…

Zarek lo odiaba más que a todos. A diferencia de
los demás, Valerius trató de ayudarlo pero cada vez
que Valerius había tratado de hacer eso, habían
sido atrapados y el castigo de Zarek se había
incrementado.

Como el resto de su familia, odiaba el corazón
blando de Valerius. Era mejor que Valerius lo insultara como
hacían los demás. Por que al final, Valerius se
veía forzado a lastimarlo más aún para
probar a todos que no era débil.

Zarek, siguió el perfume de pan horneado,
cojeó hasta la panadería. El perfume era
maravilloso. Caliente. Dulce. El pensamiento de degustar un
pedazo hacía que sus latidos se aceleraran y su boca se
hiciera agua.

Él oyó a las personas maldecirlo mientras
se acercaba. Vio sus sombras alejarse a toda prisa de
él.

No le importaba. Zarek sabía qué tan
repulsivo era. Se lo habían dicho desde la hora de su
nacimiento.

Si tuviese alguna vez una opción, se
habría dejado a sí mismo también. Pero como
era, él estaba clavado en este cuerpo cojo y lleno de
cicatrices.

Sólo deseaba ser sordo además de ciego.
Entonces así no tendría que oír los
insultos.

Zarek se acercó a lo que pensó
podría ser un joven, parado con una canasta de
pan.

-¡Sal de aquí! -le gruñó el
joven.

-Por favor, señor, -dijo Zarek,
asegurándose de mantener su borrosa mirada sobre el suelo.
-He venido a comprar una rebanada de pan.

-No tenemos nada para ti, miserable.

Algo duro lo golpeó en la cabeza.

Zarek estaba tan acostumbrado al dolor que ni siquiera
se sobresaltó. Trató de dar sus monedas al hombre,
pero algo golpeó su brazo y soltó las preciosas
monedas de su agarre.

Desesperado por un trozo de pan que fuera fresco, Zarek
cayó de rodillas para juntar el dinero. Su corazón
martillaba. Miró de reojo como mejor pudo, tratando de
encontrarlas.

¡Por favor! ¡Tenía que tener sus
monedas! Nunca nadie le daría algo más y no
había forma de saber cuando Marius y Valerius
pelearían otra vez.

Buscó frenéticamente entre la
suciedad.

¿Dónde estaba su dinero?

¿Dónde?

Sólo había encontrado una de las monedas
cuando alguien lo golpeó en la espalda con lo que
parecía ser una escoba.

-¡Vete de aquí! -gritó una mujer.
-Ahuyentas a nuestros clientes.

Demasiado acostumbrado a las palizas para advertir los
golpes de la escoba, Zarek siguió buscando sus otras dos
monedas.

Antes de que las pudiera encontrar, fue pateado
duramente en las costillas.

-¿Eres sordo? -preguntó un hombre. -Vete
de aquí, pordiosero despreciable, o llamaré a los
soldados.

Esa era una amenaza que Zarek tomó en serio. Su
último encuentro con un soldado le había costado su
ojo derecho. No quería perder la poca vista que le
habían dejado.

Su corazón dio bandazos mientras recordaba a su
madre y su desprecio.

Pero más que eso, recordaba como había
reaccionado su padre una vez que lo habían devuelto a casa
después de que los soldados hubieron terminado de
golpearlo.

El castigo de su padre había hecho que el de
ellos pareciera compasivo.

Si era descubierto en la ciudad otra vez, no
había palabras para decir lo que su padre haría. No
estaba autorizado para estar fuera de los terrenos de la villa. Y
mucho menos el hecho que tenía tres monedas
robadas.

Bueno, sólo una ahora.

Agarrando su moneda apretadamente, deambuló lejos
del panadero tan rápido como su cuerpo destrozado se lo
permitía.

Mientras atravesaba el gentío, sintió algo
mojado en su mejilla. Lo apartó sólo para descubrir
sangre allí.

Zarek suspiró cansadamente mientras se tocaba la
cabeza hasta que encontró la herida por encima de la
frente. No era demasiado profunda. Sólo lo suficiente para
estar lastimado.

Resignado por su lugar en la vida, pasó la mano
sobre eso.

Todo lo que quería era pan tierno. Sólo un
pedazo. ¿Era pedir demasiado?

Él miró alrededor, tratando de usar su
nariz y vista poco definida para encontrar a otro
panadero.

-¿Zarek?

Él se aterrorizó ante el sonido de la voz
de Valerius.

Zarek trató de correr a través del
gentío, hacia la villa, pero no llegó muy lejos
antes de que su hermano lo atrapase.

El agarre fuerte de Valerius lo
inmovilizó.

-¿Qué haces aquí? -demandó,
sacudiendo el brazo dañado de Zarek rudamente.
-¿Tienes idea de qué te ocurriría si uno de
los otros te encontrase aquí?

Por supuesto que la tenía.

Pero Zarek estaba demasiado asustado para contestar. Su
cuerpo entero se estremecía por el peso de su terror. Todo
lo que podía hacer era escudar su cara de los golpes que
estaba seguro comenzarían de un momento a otro.

-Zarek, -dijo Valerius con la voz espesa de
aversión. -¿Por qué no puedes hacer alguna
vez lo que se te dice? Juro que debes disfrutar ser golpeado.
¿Por qué si no harías las cosas que
haces?

Valerius lo agarró apenas por su hombro
dañado y lo empujó hacia la villa.

Zarek tropezó y cayo.

Su última moneda saltó de su agarre y
rodó por calle.

-¡No! -dijo Zarek jadeando, gateando tras
ella.

Valerius lo atrapó y tiró de él
para pararlo sobre sus pies. -¿Qué está mal
contigo?

Zarek observó a un niño poco definido
recoger su moneda y escabullirse. Su estómago se
cerró con fuerza ante el dolor del hambre; estaba
completamente derrotado.

-Solo quería una rebanada de pan, -dijo
él, su corazón estaba quebrado, sus labios
estremeciéndose.

-Tienes pan en casa.

No. Valerius y sus hermanos tenían pan. Zarek era
alimentado con los residuos que ni aún los otros esclavos
o los perros comían.

Por una sola vez en su vida, quería comer algo
que fuera fresco y sin haber sido saboreado por alguien
más.

Algo que nadie hubiera escupido.

-¿Qué es esto?

Zarek se encogió de miedo ante la voz que
retumbaba y que siempre lo traspasaba como vidrios
haciéndose pedazos. Se echó atrás, tratando
de hacerse invisible al comandante que estaba sentado en el
caballo, sabiendo que era imposible.

El hombre veía todo.

Valerius se veía tan aterrorizado como Zarek.
Como siempre al dirigir la palabra a su padre, el joven
tartamudeó. -Yo-yo e-estaba…

-¿Qué hace el esclavo
aquí?

Zarek dio un paso hacia atrás mientras los ojos
de Valerius se agrandaban y tragaba saliva. Era obvio que
Valerius buscaba una mentira.

-No-nos-nosotros íbamos al mer-mercado -dijo
Valerius rápidamente.

-¿Tu y el esclavo? -el comandante preguntó
incrédulamente. -¿Para Qué?
¿Querías comprar un látigo nuevo con el que
golpearlo?

Zarek oró para que Valerius no mintiera. Siempre
era peor para él cuando Valerius mentía para
protegerlo.

Si sólo se atreviera a decir la verdad, pero
él había aprendido hacía mucho tiempo que
los esclavos nunca hablaban a sus superiores.

Y él, más que los demás, nunca tuvo
permiso para dirigir la palabra a su padre.

-B-B-bien…

Su padre gruñó una maldición y dio
una patada a la cara de Valerius. La fuerza del golpe
derribó a Valerius, al lado de Zarek, con la nariz
vertiendo sangre.

-Estoy harto de la forma que lo proteges -. Su padre
desmontó del caballo y saltó hacia Zarek, quien se
puso de rodillas y cubrió su cabeza, en espera de la
paliza que debía venir.

Su padre le dio una patada en las costillas lastimadas.
-Levántate, perro.

Zarek no podía respirar del dolor en su costado y
del terror que lo consumía.

Su padre lo pateó otra vez. -Arriba,
maldito.

Zarek se forzó a sí mismo a pararse aunque
todo lo que quería hacer era correr. Pero había
aprendido hacía mucho tiempo a no hacerlo. Correr
sólo empeoraba el castigo.

Así es que se paró allí,
afirmándose para los golpes.

Su padre lo agarró por el cuello, luego
giró hacia Valerius, quien estaba ahora de pie.
Agarró a Valerius por sus ropas y le gruñó.
-Me disgustas. Tu madre era tan puta que me hace preguntarme
qué cobarde te engendró. Sé que no vienes de
mí.

Zarek vio un destello de dolor en los ojos de Valerius,
pero rápidamente lo camufló. Era una mentira
común que su padre pronunciaba siempre que estaba enojado
con Valerius. Uno sólo tenía que mirar a ambos para
saber que Valerius era tanto su hijo como lo era
Zarek.

Su padre lanzó a Valerius lejos de él y
arrastró a Zarek por el pelo hacia un puesto.

Zarek quería colocar sus manos encima de la de su
padre para que su agarre no lo lastimara tanto, pero no se
atrevió.

Su padre no podía soportar que lo
tocara.

-¿Eres un vendedor de esclavos? -preguntó
su padre.

Un hombre mayor se paró frente a ellos.
-Sí, Su Señoría. ¿Le puedo interesar
en un esclavo hoy?

-No. Quiero venderle uno.

Zarek abrió la boca al entender lo que
ocurría. El pensamiento de partir de su casa lo
aterrorizaba. Tan malas como eran las cosas, había
oído bastantes historias de otros esclavos para saber que
la vida podría empeorársele
significativamente.

El viejo vendedor de esclavos miró a Valerius
alegremente.

Valerius dio un paso atrás, su cara estaba
pálida.

-Es un niño bien parecido, Su
Señoría. Puedo obtener una buena tarifa por
él.

-No él -gruñó el comandante.
-Este.

Él dio un empujón a Zarek hacia el
tratante de esclavos que curvó su labio con repugnancia.
El hombre se cubrió la nariz. -¿Es esto una
broma?

-No.

-Padre…

-Mantén tu lengua, Valerius, o tomaré la
oferta que hace por ti.

Valerius dio una mirada compasiva a Zarek, pero
sabiamente se quedó en silencio.

El vendedor de esclavos negó con la cabeza. -Este
no tiene valor. ¿Para qué lo usa usted?

-Como Chivo Expiatorio.

-Él es demasiado viejo para eso, ahora. Mis
clientes quieren niños menores, atractivos. Este miserable
no es adecuado para ninguna cosa excepto para rogar.

-Lléveselo y le daré dos
denarios.

Zarek quedo boquiabierto ante las palabras de su padre.
¿Él pagaba a un tratante de esclavos por tomarlo?
Tal cosa no tenía precedente.

-Lo tomaré por cuatro.

-Tres.

El tratante de esclavos inclinó la cabeza.
-Entonces por tres.

Zarek no podía respirar mientras sus palabras
resonaban dentro de él. ¿Valía tan poco que
su padre se había visto forzado a pagar para liberarse de
él? Aún el más barato de los esclavos
valía dos mil denarios.

Pero no él.

Él era tan sin valor como todo el mundo
había dicho.

No era extraño que todos lo odiaran.

Observó como su padre pagaba al hombre. Sin otra
mirada hacia él, su padre agarró a Valerius por el
brazo y lo arrastró afuera.

Una versión menor del tratante de esclavos
entró en su vista poco definida y exhaló
repulsivamente. -¿Qué haremos con él,
Padre?

El vendedor de esclavos probó las monedas con sus
dientes. -Envíalo adentro a limpiar el pozo ciego para los
otros esclavos. Si él muere de alguna enfermedad,
¿a quien le importa? Mejor que él limpie, en vez de
algún otro que realmente podríamos vender y obtener
una ganancia.

El hombre joven sonrió ante eso.

Usando una vara, aguijoneó a Zarek hacia el
establo. -Vamos, rata. Déjame mostrarte tus nuevas
obligaciones.

Astrid se despertó del sueño con su
corazón martillando. Ella yacía en su cama, rodeada
por la oscuridad a la que estaba acostumbrada, mientras el dolor
de Zarek la inundaba.

Nunca había sentido tanta desesperación.
Tal necesidad.

Tal repugnancia.

Zarek odiaba a todo el mundo, pero sobre todo, se odiaba
a sí mismo.

No era extraño que el hombre estuviera demente.
¿Cómo podía haber vivido con tal
sufrimiento?

-¿M'Adoc? -murmuró.

-Aquí -se sentó a su lado.

-Déjame algo más del suero para mí
y suero de Loto, también.

-¿Estás segura?

-Sí.

Capítulo 7

Zarek se despertó poco después del
mediodía. Él muy raras veces dormía durante
el día. Era más como una siesta. En el verano
hacía demasiado calor en su cabaña para dormir
cómodamente y en el invierno hacía demasiado
frío.

Pero en su mayor parte era porque sus sueños
nunca lo dejaban dormir mucho tiempo. El pasado lo
perseguía en demasía como para tener paz, y
mientras estaba inconsciente, no podía mantener esos
recuerdos alejados.

Pero mientras abría los ojos y oía el
viento rugiendo afuera, recordó dónde
estaba.

La cabaña de Astrid.

Había corrido las cortinas la noche anterior
así que no podía saber si todavía estaba
nevando afuera o no. No es que tuviese importancia. Durante la
luz del día, estaba atrapado aquí.

Atrapado con Ella.

Salió de la cama y caminó por el
vestíbulo, hacia la cocina. Cómo deseaba estar en
su casa. Realmente necesitaba una bebida sustanciosa. No era que
el vodka realmente espantara los sueños que
consumían su mente. Pero la quemazón que
producía lo distraía un poco.

-¿Zarek?

Giró ante la voz suave, que descendió por
él como una caricia sedosa. Su cuerpo reaccionó
instantáneamente a eso.

Todo lo que tenía que hacer era pensar en su
nombre y eso lo hacía poner duro, como una piedra, de
necesidad.

-¿Qué? -no supo por qué le
contestó cuando normalmente no lo habría
hecho.

-¿Estás bien?

Él bufó ante eso. Nunca en su vida lo
había estado. -¿Tienes algo para beber en este
lugar?

-Tengo jugo y té.

-Licor, Princesa. ¿Tienes cualquier cosa en este
lugar que muerda un poco?

-Sólo Sasha y tú, por supuesto.

Zarek recorrió con la mirada los cortes crueles
en su brazo donde su mascota lo había atacado. Si
él fuera cualquier otro Cazador Oscuro esas heridas ya no
estarían. Pero con suerte sólo estarían
ahí por unos pocos días más.

Así como el agujero en su espalda.

Suspirando, alcanzó la heladera y sacó el
jugo de naranja. Abrió la parte superior y casi
tenía el envase en sus labios cuando recordó que no
era suyo y éste no era su lugar.

Su lado cruel le dijo que continuara y bebiera, ella
nunca lo sabría, pero no escuchó esa
voz.

Fue al aparador y sacó un vaso, luego lo
llenó.

Astrid sólo podía oír
débiles signos que le decían que Zarek
todavía estaba en la cocina. Estaba tan quieto que tuvo
que esforzarse para estar segura.

Caminando hacia delante, ella se dirigió hacia el
fregadero. -¿Tienes hambre?

Fuera de costumbre, extendió sus manos y
rozó una cadera caliente y desnuda.

Era suave, invitadora.

Llena de vida.

Atontada por la inesperada sensación de su mano
sobre su carne desnuda, bajó la mano por su pierna antes
de percatarse que Zarek no llevaba ropas puestas.

El hombre estaba completamente desnudo en su
cocina.

Su corazón martillaba.

Él se alejó de ella. -No me
toques.

Ella tembló ante la cólera en su voz.
-¿Dónde están tus ropas?

-No duermo con jeans.

Su mano ardió ante recuerdo de su piel bajo ella.
-Bien, deberías ponértelos antes de venir
aquí.

-¿Por qué? Estas ciega. No es como si me
pudieras ver.

Verdad, pero si Sasha estuviera despierto, habría
tenido un ataque por esto.

-No necesito que me recuerdes mis defectos,
Príncipe Encantado. Créeme, soy muy consciente del
hecho que no puedo verte.

-Bien, entonces, cuentas tus bendiciones.

-¿Por qué?

-Porque no vale la pena mirarme.

Su mandíbula se aflojó ante la sinceridad
que oyó en su voz. El hombre que ella había visto a
través de los ojos de Sasha bien valía la pena de
ser mirado. Él era bellísimo.

Tan bien parecido como ningún otro hombre que
alguna vez hubiera visto.

Luego recordó su sueño. En la forma que
las otras personas lo habían mirado.

En su mente, él todavía era el desgraciado
herido que otras personas habían golpeado y habían
maldecido.

Y eso la hacía querer llorar por
él.

-En cierta forma lo dudo -su murmullo logró pasar
el nudo que tenía en la garganta.

-No lo dudes.

Lo escuchó caminar coléricamente delante
de ella, por el vestíbulo. Cerró de un golpe la
puerta.

Astrid se quedó parada en la cocina, debatiendo
qué hacer.

Él estaba tan perdido.

Ella entendía eso ahora.

No, ella se corrigió a sí misma. Realmente
no lo entendía para nada. ¿Cómo
podría?

Nadie nunca se había atrevido a tratarla de la
forma en que lo habían tratado a él. Su madre y sus
hermanas habrían matado a cualquiera que se atreviera a
mirarla por debajo de la nariz. Siempre la habían
protegido del mundo, aún mientras ella luchaba para
escaparse de ellos.

Zarek nunca había conocido un contacto
cariñoso.

Nunca conocido el calor de una familia.

Siempre había estado solo en una forma que ella
ni siquiera podía comenzar a entender.

Abrumada por las nuevas emociones que sentía, no
estaba segura de lo que debía hacer. Pero quería
ayudarlo.

Ella caminó por el vestíbulo sólo
para descubrir que había cerrado la puerta.
-¿Zarek?

Él se rehusó a contestarle otra
vez.

Suspirando, presionó su cabeza contra la puerta y
se preguntó si habría alguna forma con la que ella
pudiera alcanzarlo alguna vez.

Alguna forma de salvar a un hombre que no quería
ser salvado.

Thanatos estaba furioso con la orden de
Artemisa.

-Retírate, mi trasero -no tenía
intención de retirarse. Por novecientos años
había esperado esta directiva.

Esperando la oportunidad para igualar los tantos con
Zarek de Moesia.

Nadie, y más especialmente no Artemisa, se
interpondría en su camino ahora.

Tendría a Zarek o moriría haciendo el
intento.

Thanatos sonrió por eso. Artemisa no tenía
tanto poder como ella pensaba. Al fin, sería su voluntad
la que ganaría el día.

No la de ella.

Ella no era nada para él. Nada menos que un medio
para conseguir un fin que él reclamaba.

La venganza finalmente sería suya.

Thanatos golpeó a la puerta de la remota
cabaña. Al otro lado de la puerta, pudo oír voces
bajas llenas de pánico. Apolitas, apresurándose a
esconder a sus mujeres y sus niños.

Apolitas que vivían con el miedo de cualquiera
que viniera buscándolos.

-Soy la luz de la lira -dijo Thanatos, diciendo palabras
que solo los Apolitas o Daimon conocerían. Palabras que
eran usadas cuando un Daimon o Apolita buscaba a otro de los
suyos para refugiarse. La frase era una referencia a su
parentesco con Apolo, el dios del sol, quien los había
maldecido y abandonado.

-¿Cómo es que puedes caminar bajo la luz
del día? -era la voz de una mujer. Una llena de
miedo.

-Soy el Dayslayer[15]Abre la
puerta.

-¿Cómo sabemos eso? -esta vez fue un
hombre el que habló.

Thanatos gruñó por lo bajo.

¿Por qué quería ayudar a estas
personas?

Eran despreciables.

Pero claro, él lo sabía. Una vez,
hacía mucho, había sido uno de ellos.
También había estado escondiéndose, asustado
de los Escuderos y los Cazadores Oscuros. Asustado de la
lastimosa humanidad que venía por ellos a la luz del
día…

Cómo los odiaba a todos ellos.

-Voy a abrir esta puerta -les advirtió Thanatos.
-La única razón por la que golpeé era a fin
de que ustedes la destrabaran y se salieran del camino de la luz
del día antes de que entrase. Ahora destrábenla o
la patearé hasta tirarla.

Oyó el chasquido del cerrojo.

Haciendo una respiración profunda,
tranquilizadora, empujó la puerta lentamente.

Tan pronto como entró y cerró la puerta,
una pala llegó a su cabeza.

Thanatos la agarró y la sacudió con
fuerza, arrancando a una mujer de las sombras.

-¡No dejaré que lastime a mis
niños!

Él tomó la pala y la miró con
resentimiento. -Confía en mí, si quisiera
lastimarlos, no me podrías detener. Nadie podría.
Pero no estoy aquí para eso. Estoy aquí para matar
al Cazador Oscuro que cazó a tus parientes.

El alivio inundó su bella cara mientras lo miraba
como si él fuese un ángel.

-Entonces realmente es el Dayslayer -la voz era
masculina.

Thanatos volteó su cabeza para ver un Daimon
masculino dejando las sombras. El Daimon no aparentaba ser mayor
de veinte años. Como todos los de su raza, el Daimon era
un modelo de excelencia en perfección física. Bello
en su juventud y su compostura física, su largo cabello
rubio estaba trenzado a su espalda. Su mejilla derecha estaba
marcada con tres lágrimas rojas como la sangre que
habían sido tatuadas allí.

Thanatos supo cual era su raza
instantáneamente.

El Daimon era uno de los raros guerreros Spathi que
Thanatos había venido buscando.

-¿Son lágrimas por sus
niños?

El Daimon hizo una brusca inclinación de cabeza.
-Cada uno fue muerto por un Dark Hunter. Y yo a mi vez
maté al Hunter.

Thanatos sintió dolor por el hombre. Los Apolitas
no tenían una oportunidad real y aun así eran
castigados porque ellos escogían la vida sobre la muerte.
Se preguntó lo que la humanidad y los Cazadores Oscuros
harían si les dijeran que tenían una de dos
elecciones: morir dolorosamente en medio de su joven vida, o
tomar almas humanas y vivir.

Como un mero Apolita, Thanatos había estado
preparado para morir.

Como su esposa…

Zarek le había quitado incluso esa opción
a su familia.

Demente, él había venido a su pueblo,
arrasando a todos los que estaban allí. El hombre apenas
había podido esconder a la mujer y a los niños
antes de que Zarek los hubiera destruido a todos
ellos.

Nadie que se hubiese cruzado en el camino de Zarek
había permanecido vivo.

Nadie.

Zarek había matado a Apolitas y Daimons
indiscriminadamente. Y por ese delito su único castigo
había sido el exilio.

¡Desterrado!

La furia se extendió en él. Cómo
demonios Zarek continuó viviendo con comodidad durante
todos estos siglos mientras el recuerdo de esa noche
supuraría eternamente en el corazón de
Thanatos.

Pero se forzó a dejar ese odio a un lado. No era
el momento de dejar que su cólera lo dirigiese. Era el
momento de ser tan frío y calculador como su
enemigo.

-¿Qué edad tienes, Daimon?
-preguntó Thanatos al Spathi.

-Noventa y cuatro.

Thanatos arqueó una ceja. -Lo has hecho
bien.

-Sí, lo he hecho. Me cansé de
ocultarme.

Él conocía el sentimiento. No había
nada peor que verse forzado a vivir en la oscuridad. Vivir la
vida confinado.

-No tengas miedo. Ningún Cazador Oscuro
irá tras de ti. Estoy aquí para asegurarme de
eso.

El hombre sonrió. -Pensamos que eras un
mito.

-Todos los buenos mitos tienen sus raíces en la
realidad y la verdad. ¿No te enseñó tu madre
eso?

Los ojos del Spathi se pusieron oscuros, embrujados.
-Tenía solo tres años cuando ella cumplió
veintisiete. No tuvo tiempo de enseñarme nada de
nada.

Thanatos colocó una mano reconfortante sobre el
hombro del hombre.

-Retomaremos este planeta, hermano. Pierde cuidado,
nuestro día ha llegado otra vez. Convocaré a los
demás de tu especie y uniremos a nuestros
ejércitos. La humanidad no tendrá a nadie que los
pueda proteger.

-¿Qué hay de los Cazadores Oscuros?
-preguntó la mujer.

Thanatos sonrió. -Están circunscriptos a
la noche. Yo no lo estoy. Los puedo asechar cuando quiera -se
rió. -Soy inmune a sus heridas. Soy La Muerte para todos
ellos y ahora estoy en casa otra vez, con mi gente. Juntos,
regiremos esta tierra y todo lo que habita en ella.

Zarek se despertó con el olor del paraíso.
Habría pensado que estaba soñando, pero sus
sueños nunca eran tan agradables.

Quedándose en la cama, tuvo miedo de moverse.
Asustado de que el aroma delicioso resultara ser una
invención de su imaginación.

Su estómago rugió.

Él oyó el ladrido del lobo.

-Silencio, Sasha. Despertarás a nuestro
invitado.

Zarek abrió sus ojos. Invitado. Nunca
nadie más que Astrid lo había llamado
así.

Sus pensamientos se dirigieron a la semana que
había pasado en Nueva Orleáns.

-¿Estoy quedándome contigo y Kyrian o
con Nick?

-Pensamos que era mejor que tuvieras tu propio
lugar.

Las palabras de Acheron habían pateado algo
dentro de él que no sabía que todavía
tenía.

Nunca nadie lo había querido cerca.

Él pensó que había aprendido a que
no le importara.

Y aún así las palabras simples de Astrid
tocaron la misma parte extraña que Acheron había
tocado.

Saliendo de la cama, se vistió y fue a
buscarla.

Zarek se paró en la entrada, observando como
hacía panqueques en el horno a microondas. Ella era
asombrosamente autosuficiente a pesar de su ceguera.

El lobo lo miró y gruñó.

Astrid levantó la cabeza como tratando de ver si
podía oírlo. -¿Zarek? ¿Estás
en la habitación?

-En la puerta -. No supo por qué le
respondió. No sabía por qué él estaba
todavía aquí.

Concedido, la tormenta era todavía feroz, pero
había viajado a través de muchas tormentas durante
los siglos cuando había vivido aquí sin las
comodidades modernas. Hubo una época, no hacía
mucho tiempo, que él había tenido que buscar comida
en lo más recio del invierno. Derretir nieve a fin de
tener algo que beber.

-He hecho panqueques. No sé si a ti te gustan,
pero tengo jarabe de arce y arándanos o fresas frescas si
lo prefieres.

Él fue a la mesada y alcanzó un
plato.

-Siéntate, te lo traeré.

-No, Princesa -dijo él agudamente. Habiendo sido
forzado a servir a otros, se rehusaba a tener a alguien
sirviéndolo a él. -Puedo arreglarme
solo.

Ella levantó las manos en señal de
rendición. -Muy Bien, Príncipe Encantado. Si hay
algo que respeto, son aquellos que pueden cuidarse
solos.

-¿Por qué sigues llamándome
así? ¿Estás burlándote de
mí?

Ella se encogió de hombros. -Tu me llamas
"Princesa", yo te llamo "Príncipe Encantado". Imagino que
es justo.

Concediéndole una mayor cantidad de respeto,
alcanzó el tocino que había en un platito sobre la
cocina. -¿Cómo fríes esto cuando no puedes
ver?

-Horno de microondas. Sólo marco el tiempo para
fritos.

El lobo se acercó y comenzó a oler su
pierna. Lo contempló como si estuviera ofendido y
comenzó a ladrarle.

-Cállate, Benji – gruñó. -No quiero
escuchar sobre mi higiene de alguien que lame sus propias
pelotas.

-¡Zarek! -Astrid se quedó boquiabierta. -No
puedo creer hayas dicho eso.

Él apretó sus dientes. Bien, ya no
hablaría más. El silencio era lo más
conveniente de cualquier manera.

El lobo lloriqueó y ladró.

-Shh -lo serenó ella. -Si él no quiere
tomar un baño, entonces no es asunto nuestro.

Su apetito se había ido, Zarek colocó su
plato en la mesa y regresó a su cuarto donde no los
podría ofender más.

Astrid anduvo a tientas hacia la mesa, esperando
encontrar a Zarek allí. Todo lo que encontró fue su
plato con comida sin tocar.

-¿Que sucedió? –preguntó a
Sasha.

– Si él tuviese sentimientos, entonces
diría que lo heriste. Como no los tiene, él se
regresó al cuarto para encontrar un arma y así
poder matarnos.

-¡Sasha! Dime qué sucedió ahora
mismo.

-Ok, bajó el plato y
salió.

-¿Cómo parecía
estar?

-Nada. No exteriorizó ningún tipo de
emoción.

Eso no la ayudó para nada.

Ella fue tras de Zarek.

-Vete -gruñó él después que
ella golpeara la puerta y la empujara para abrirla.

Astrid se paró en la entrada, deseando poder
verlo. -¿Qué quieres, Zarek?

-Yo… -su voz se apagó.

-¿Tu qué?

Zarek no podía decir la verdad. Él
quería tener calor. Una sola vez en su vida, quería
calidez. No sólo física sino calidez
mental.

-Quiero irme.

Ella suspiró ante sus palabras. -Morirás
si sales allí.

-¿Y qué si lo hago?

-¿Tu vida verdaderamente no tiene valor o
importancia para ti?

-No, no la tiene.

-¿Entonces por que no te has
suicidado?

Él bufó. -¿Por qué
debería? El único disfrute que tengo en mi vida es
saber que disgusto mucho a todo el mundo a mí alrededor.
Si estuviera muerto, entonces los haría felices a todos
ellos. Dios prohíba que alguna vez haga eso.

Para su sorpresa, ella se rió. -Desearía
poder ver tu cara para saber si estás bromeando o
no.

-Confía en mí, no lo estoy.

-Entonces lo siento por ti. Desearía que tuvieras
algo que te hiciera feliz.

Zarek apartó la vista de ella. Feliz. Él
ni siquiera podía entender esa palabra. Era tan
extraña como bondad. Compasión.

Amor.

Esa era una palabra que nunca entró en su
vocabulario. Él no podía imaginar qué
debían sentir los otros.

Por amor, Talon casi había muerto a fin de que
Sunshine pudiera vivir. Por amor, Sunshine había canjeado
su alma para liberar a Talon.

Todo lo que él conocía era odio,
cólera. Era lo único que lo mantenía
caliente. Lo único que lo mantenía
viviendo.

Siempre que odiara, tendría una razón para
vivir.

-¿Por qué quieres vivir aquí sola
en esta cabaña?

Ella se encogió de hombros. -Me gusta tener mi
lugar. Mi familia me visita a menudo, por lo que raramente estoy
sola.

-¿Por qué?

-Porque odio ser mimada. Mi madre y mis hermanas
actúan como si estuviera desvalida. Quieren hacer todo por
mí.

Astrid esperó que le dijera algo
más.

No lo hizo.

-¿Te gustaría tomar un baño?
-preguntó después de una corta espera.

-¿Te molesto?

Ella negó con la cabeza. -Para nada. Depende
enteramente de ti.

Zarek nunca había tenido que preocuparse por
cosas como bañarse. Cuando era un esclavo, a nadie le
importaba si estaba limpio o no, y en verdad se había
quedado sucio a fin de que nadie quisiera acercarse más de
lo que era necesario.

Como Dark Hunter, había estado completamente solo
incluso antes de su exilio en Alaska. Y una vez aquí
había sido tan difícil hacer algo tan simple como
bañarse, que casi lo había abandonado.

Sólo había sido después de que
Fairbanks se hubiera establecido, que decidió comprar una
tina grande, que usaba sólo cuando iba al
pueblo.

Su corta estadía en Nueva Orleáns
había sido una atesorada delicia de hacer correr agua
caliente y fría y duchas que podían durar una hora
entera antes de que el agua se volviera fría.

Si Astrid le hubiera ordenado tomar un baño,
entonces no lo habría considerado. Como ella se lo
había ofrecido como una opción, se dirigió
hacia el cuarto de baño.

-Las toallas están en el armario del
vestíbulo.

Zarek se detuvo ante el armario fuera del cuarto de
baño y abrió la puerta. Como todo en la casa,
estaba adecuadamente ordenado. Todas las toallas estaban dobladas
pulcramente. Demonios, eran de colores que hacían juego
con el resto de la casa.

Agarró una grande de color verde y bien mullida y
fue a tomar un baño.

Astrid oyó correr el agua. Tomo una
respiración profunda y fortificante.

Extraño, hasta que Sasha lo había
mencionado, no se había percatado que Zarek no se
había bañado. Él no había olido ni
nada y se lavaba las manos tan seguido que asumió que el
resto de él también estaba limpio.

Regresó a la cocina para encontrar a Sasha
comiendo los panqueques de Zarek.

-¿Qué haces?

-Él no los quiso. Se
enfriaban.

-¡Sasha!

-¿Qué? No esta bien desaprovechar la
comida.

Sacudió la cabeza al lobo mientras se
disponía a hacer otra cantidad para Zarek. Tal vez
él estuviera más sociable cuando dejara la
ducha.

No lo estuvo. Si algo estuvo fue mucho más
malhumorado mientras engullía los panqueques.

-Él es asqueroso -le dijo Sasha.
Come como un animal. Agradece que estas
ciega.

-Sasha, déjalo tranquilo.

-Dejarlo, mi culo. Él usa el tenedor como una
pala y juro que se metió un panqueque entero en su boca de
una vez.

Astrid habría estado disgustada si no hubiese
estado en sus sueños. Nadie nunca le había
enseñado las formas o los modales más
básicos. Había sido relegado a una esquina en el
piso, como el animal que Sasha lo llamaba.

En su vida humana, la comida había sido escasa. Y
en los talones de ese pensamiento venía otro
descubrimiento sorprendente. La comida cuando era un Cazador
Oscuro había sido escasa, también.

A diferencia de los otros de su tipo, Zarek no
tenía a un Escudero para plantar y hacer crecer la comida
durante el día. Para atender a los animales y hacer sus
comidas. Por siglos, había vivido en el rudo ambiente de
Alaska donde, en invierno, las fuentes de comida estaban
seriamente limitadas.

Ella se sintió repentinamente descompuesta ante
el pensamiento. Sin duda se habría muerto de hambre si
hubiera sido un humano.

Los Cazadores Oscuros no podían morir de
desnutrición. Pero podían padecerlo igual que un
ser humano.

Hizo otro plato de panqueques para él.

-¿Qué es esto? -preguntó mientras
ella colocaba otra tanda cerca de él.

-En caso de que aún tengas hambre.

No dijo nada, pero lo escuchó deslizar el plato a
través de la mesa un instante antes de oírlo abrir
de golpe la tapa del jarabe.

-No soporto verlo hacer sopa de panqueque con el
jarabe, otra vez –
dijo Sasha. –Estaré en la sala
si me necesitas.

Astrid lo ignoró mientras escuchaba a Zarek
comer. Cómo deseaba poder verlo.

-No, no lo deseas –dijo Sasha.

Tenía el presentimiento que Sasha estaba
sobre-reaccionando. Conocía al lobo bastante bien como
para saber que Zarek podía tener modales impecables y
Sasha aun se quejaría.

Después de que Zarek terminó de comer, se
levantó de la mesa y enjuagó el plato.

No, él no era un cerdo. Era un hombre solitario,
herido, que no sabía cómo hacer frente a un mundo
que le había dado la espalda.

Vio en él lo que Acheron veía y su respeto
por el Atlante creció inmensamente al darse cuenta de que
podía ver lo que nadie más podía.

Ahora sólo tenía que encontrar la forma de
salvar a Zarek de una diosa que no quería saber nada
más de él.

Si no lo hacía, Artemisa ordenaría que lo
mataran.

Lo escuchó cortar una toalla de papel del
estante.

-Oí en las noticias que continuará la
tormenta. No tienen idea cuándo terminará. Dijeron
que era la peor tormenta de nieve en siglos.

Zarek dejó escapar una respiración
bastante cansada. -Tengo que irme esta noche.

-No puedes.

-No tengo alternativa.

-Todos tenemos otra alternativa.

-No, no todos la tenemos, princesa. Sólo las
personas con dinero e influencia tienen opciones. Para el resto
de nosotros, las necesidades básicas ordenan lo que
tenemos que hacer para sobrevivir -. Cruzó el piso. -Tengo
que irme.

Astrid se aterrorizó. Ya que era un Cazador
Oscuro realmente podía salir. A diferencia de los humanos
que había juzgado, la vida de Zarek no estaría en
peligro si dejaba la cabaña esta noche. Sería
frío y cruel, pero él estaba acostumbrado a
eso.

¿Qué iba a hacer?

Si lo seguía, entonces se daría cuenta
rápidamente que ella también era
inmortal.

Por un segundo consideró en llamar a sus
hermanas, pero se contuvo. Si hacía eso, nunca la
dejarían olvidarlo. Necesitaba manejar esto ella
sola.

¿Pero como mantenerlo aquí cuando estaba
tan determinado a irse?

Giró hacia la puerta y tumbó algo en la
mesada. Recogiéndolo, sintió una botella
pequeña de especias que le recordaron el suero que M'Adoc
le había dado.

Una dosis bastante grande de Loto mantendría a
Zarek inconsciente por unos pocos días…

Pero entonces él estaría atrapado en sus
pesadillas sin ninguna forma de poder despertarse.

Tal cosa podría volverlo demente.

O ella podía dirigir sus sueños como un
Skoti lo haría.

¿Se atrevería a intentarlo?

Antes de poder reconsiderarlo, fue a su
habitación para sacar la botella que había
escondido en la mesa de luz.

Ahora solo tenía que encontrar la manera de darle
el suero a Zarek.

Capítulo 8

Zarek necesitaba salir, a pesar de la tormenta.
Levantó la capucha del abrigo y comenzó a caminar
por el vestíbulo.

Astrid lo encontró a medio camino de la puerta.
Hizo una pausa al verla esperándolo allí. El deseo
lo recorrió, poniéndolo duro y dolorido. Su cara
rentara a Acheron y Artemisa, él sabía la verdad.
Dos mil años más tarde, todavía era un
esclavo. Uno poseído por una diosa griega que lo
quería muerto.

Podía negar su destino todo lo que quisiera, pero
al final, sabía cuál era su sitio en este
mundo.

Las mujeres como Astrid no eran para hombres como
él. Estaban destinadas a los hombres decentes y
civilizados. Hombres que conocían el significado de
palabras simples como "bondad", "calidez", "compasión",
"amistad".

Amor.

Él comenzó a pasarla.

-Toma -dijo ella, tendiéndole una taza de
té caliente.

El aroma era dulce, agradable, pero no lo calentaba ni
la mitad de la vista del sonrojo leve en sus mejillas.
-¿Qué es?

-Diría arsénico y vomito, pero
confías en mí tan poco, de cualquier manera, que no
me atrevo. Es té caliente de romero con un poco de miel.
Quiero que lo bebas antes de irte. Te ayudará a mantenerte
caliente en tu viaje.

De alguna forma divertido por que ella repitiera su
rudeza, Zarek al principio quiso tirarlo. Pero realmente no
podía hacerlo. Era un regalo muy considerado y los regalos
considerados era una experiencia extremadamente rara para
él.

Odiaba admitir qué tan profundamente ese simple
acto lo había afectado.

Se endureció aún más con el
pensamiento.

Agradeciéndoselo, lo tomó, clavando los
ojos en ella todo el tiempo sobre el borde de la taza. Dioses,
cómo la iba a extrañar, pero eso tenía
todavía menos sentido que cualquier otra cosa.

Mientras bebía el té, sus ojos
bebían la imagen de ella.

Sus jeans apretados, sus piernas torneadas, de las que
un hombre no podía evitar soñar tenerlas alrededor
de su cintura.

Sus hombros.

Pero era su trasero lo que quería más.
Imploraba ser ahuecado por sus manos mientras él apretaba
su suavidad con su ingle a fin de que pudiera sentir
cuánto ardía por ella.

En contra de su voluntad, la imaginó desnuda en
sus brazos. Sus labios en los de él, sus pechos en sus
manos, mientras se perdía dentro de su cuerpo caliente y
mojado.

Tengo que salir de aquí.

Zarek tragó lo que quedaba del té, luego
le devolvió la taza vacía.

Ella se alejó un paso, agarrando firmemente la
taza con sus manos, su cara aun más triste que antes.
-Desearía que te quedaras, Zarek.

Él saboreó el sonido de esas raras
palabras. Aún si ella no las dijera de verdad,
todavía lo hacían doler.

-Seguro que sí, princesa.

-Lo deseo -la sinceridad en su cara ardió a
través de él.

Pero era cólera lo que más sentía
por su comentario. -No me mientas. No puedo soportar las
mentiras.

Él la empujó para pasarla, resuelto a
llegar a la puerta, pero mientras la alcanzaba, su cabeza
comenzó a nublarse.

Su vista se oscureció.

Zarek hizo una pausa al tratar de enfocar su mirada. Sus
piernas se sentían pesadas de repente. De plomo. Era una
lucha poder respirar.

¿Qué era esto?

Trató de alcanzar la puerta sólo para
encontrar sus rodillas doblándose. Luego todo se
volvió negro.

Astrid se encogió ante el sonido de Zarek
golpeando el piso. Cómo deseó haber podido
sostenerlo antes de que cayera. Pero sin su vista, no
había nada que pudiera hacer.

Yendo a él, lo revisó para asegurarse que
estuviera bien.

Afortunadamente, no parecía estar mucho peor, por
su engaño.

-¿Sasha? – llamó, necesitando su ayuda
para levantar a Zarek del piso.

-¿Que sucedió? -Sasha
preguntó mientras se paraba a su lado.

-Lo drogué

Sintió que Sasha cambiaba a su forma
humana.

Ella sabía por experiencia, que su
compañero estaría desnudo ahora, siempre lo estaba
cuando cambiaba de forma.

Sólo lo había visto destellar pocas veces.
Como un Katagari Lykos, su condición natural y preferida
era la del lobo, pero sus habilidades mágicas inherentes
le permitían tomar forma humana de vez en cuando, si lo
necesitaba o quería. Sus poderes y fuerza eran más
débiles en su forma humana que en su forma de lobo, por lo
cual prefería su cuerpo animal.

No obstante, había ciertas cosas que
prefería hacer como humano.

Cosas como formar una pareja y comer.

Como un humano, Sasha tenía largo cabello rubio,
tan pálido que era prácticamente tan blanco como el
pelaje de su lobo. Sus ojos de un intenso azul brillante eran
penetrantes en ambas encarnaciones. Y su cara…

Cautivante y cincelada. Los planos de su cara eran
perfectos y duros. Masculinos.

Era una lástima que ella nunca se hubiera sentido
sexualmente atraída por él, porque tenía un
cuerpo tan en forma y musculoso como Zarek.

Pero Sasha con toda su belleza y su encanto era
sólo un amigo para ella. Uno que a menudo actuaba como un
hermano mayor sobre protector.

-¿Qué estabas pensando? -preguntó
en un grave tono de barítono que llevaba el peso hechicero
de su poder. Se decía que los Katagaria podían
seducir a cualquier mujer viva simplemente con pronunciar su
nombre.

Sus proezas sexuales y resistencia eran temas de
leyenda, incluso entre los dioses.

Y aún así todo lo que ella podía
hacer era apreciar el seductor atractivo de Sasha. Ni siquiera
una vez había sucumbido a eso.

-No puede dejar esta cabaña hasta que la prueba
haya terminado, sabes eso.

Sasha dejó escapar un siseo irritado.
-¿Que usaste para drogarlo?

-Suero de loto.

-¿Astrid, tienes idea de lo peligroso que es? Ha
matado incontables mortales. Un sorbo y pueden volverse locos. O
peor, volverse tan adictos a eso que se rehúsan a
despertarse de sus sueños.

-Zarek no es mortal.

Sasha suspiró. -No, no lo es.

Ella se sentó sobre sus talones. -Llévalo
a su cama, Sasha.

El aire alrededor de él crepitó con ira.-
¿En donde está mi por favor?

Ella giró a la derecha y esperó estar
mirándolo ferozmente. -¿Por qué estás
siendo tan imposible últimamente?

-¿Por qué estás siendo tan mandona?
Pienso que este hombre te esta afectando y no me agrada -hizo una
pausa antes de hablar otra vez. -Nunca olvides, Astrid, que estoy
aquí por mi propia elección. La única cosa
que me mantiene a tu lado es que no quiero verte
lastimada.

Ella extendió la mano y colocó su mano en
su brazo. -Lo sé, Sasha. Gracias.

Él cubrió su mano con la de él y
dio un apretón ligero. -No lo dejes dentro de ti, ninfa.
Hay tanto en él que es tan oscuro que podría
exterminar completamente toda la bondad que tienes.

Ella pensó en eso por un minuto. No se
había considerado buena desde hacía mucho tiempo.
El entumecimiento la había regido por demasiados siglos.
-Hay personas que dirían lo mismo de ti.

-No me conocen.

-Y no conocemos a Zarek.

-Conozco los de su tipo mejor que tu, ninfa. He pasado
mi vida peleando con hombres como él. Los mismos que ven
al mundo como un enemigo y que odian a todo el mundo alrededor de
ellos.

Sasha la soltó y resopló mientras
levantaba a Zarek del piso. -Protege a tu corazón, Astrid.
No quiero verte herida otra vez.

Astrid estaba sentada sobre el piso mientras él
llevaba a Zarek a su cama, y pensó en la advertencia de
Sasha. Tenía razón. Había sido tan seducida
por Miles que, aún ciega, había fallado en ver lo
que realmente él era.

Pero bueno, Miles había sido un hombre arrogante.
Vanidoso.

Zarek no era ninguna de las dos cosas.

Miles había fingido preocuparse por otros
mientras sólo se preocupaba por nadie más que
sí mismo.

Zarek no se preocupaba por nadie, mucho menos de
él.

Pero había una sola manera de saberlo con
seguridad.

Levantándose, llenó un vaso de jugo para
Sasha.

-¿Qué vas a hacer con él ahora?
-Sasha preguntó minutos más tarde cuando se
reunió con ella.

-Lo dejaré dormir un poco -ella dijo
evasivamente.

Si Sasha sabía lo que tenía en mente,
entonces tendría un ataque y ella no estaba de humor para
tratar con un irritado hombre lobo.

Le tendió el vaso, el cuál él
tomó sin comentario. Lo escuchó abrir la heladera y
luego se movió para esperar al lado de la encimera
mientras buscaba algo de comida.

Mientras Sasha había estado atendiendo a Zarek,
ella había colocado un poco de suero de Loto dentro de la
bebida de Sasha.

Tomó un poco más de tiempo que el suero
operara en él. Por su metabolismo, los Were-Hunters eran
más difíciles de drogar que los humanos.

-Astrid, ¿dime que no lo hiciste? -dijo Sasha
poco tiempo después que la droga comenzara a hacer efecto.
Ella oyó el débil restallido eléctrico que
presagiaba un cambio en su forma.

Astrid anduvo a tientas hacia él. Era un lobo
otra vez y dormía como un tronco.

Sola ahora, atravesó su casa asegurándose
que las luces y la estufa estuvieran apagadas y que la
calefacción estuviera a un nivel confortable.

Fue a su habitación y sacó el suero
Idios. Sosteniéndolo en la mano, fue al cuarto de
Zarek.

Tomó un sorbo, luego se acurrucó para
dormir a su lado, y así aprender más acerca de este
hombre y sobre qué secretos escondía su
corazón…

Zarek estaba en Nueva Orleáns. La música
distante se filtraba a través del aire fresco de la noche
mientras él se detenía cerca del Viejo Convento de
las Ursulinas, en el French Quarter.

Un grupo de turistas estaban reunidos alrededor de un
guía de excursión que estaba vestido como Lestat de
Anne Rice, mientras un segundo "vampiro", vestido en una larga
capa negra y colmillos falsos daba un paso hacia atrás,
vigilándolo.

Los turistas oían atentamente como el guía
relataba un asesinato famoso en la ciudad. Dos cuerpos
habían sido encontrados en los escalones del convento,
completamente drenados de sangre. Las antiguas leyendas
decían que el convento, se creía, alojaba a los
vampiros que salían en la noche para cazar en la
ciudad.

Zarek bufó ante el absurdo.

El guía, quién alegaba ser un vampiro de
trescientos años de edad llamado Andre, miro hacia
él.

-Miren -dijo Andre dijo a su grupo y apuntó hacia
Zarek. -Hay un auténtico vampiro, allí
mismo.

El grupo se dio vuelta como si fuera uno para mirar a
Zarek que los miraba con maldad.

Antes de pensarlo mejor, Zarek dejó al
descubierto sus colmillos y siseó.

Los turistas gritaron y corrieron.

También los guías del tour.

Si Zarek riera, entonces se hubiese reído de la
visión de ellos desplazándose por la calle tan
pronto como podían correr. Pero como era, sólo
podía apreciar el caos total que había causado con
una contorsión cínica de sus labios.

-No puedo creer que hayas hecho eso.

Miró sobre su hombro para ver a Acheron parado en
las sombras como un espectro oscuro, vestido todo de negro y
luciendo su pelo largo de color púrpura.

Zarek se encogió de hombros. -Cuando dejen de
correr y reflexionen sobre eso, pensarán que era parte del
show.

-El guía del tour, no.

-Pensará que era una travesura. Los humanos
siempre se dan razones convincentes.

Acheron suspiró pesadamente. -Juro, Z que
esperaba que utilizaras este tiempo aquí para demostrar a
Artemisa que puedes entremezclarte con personas otra
vez.

Él miró a Acheron jocosamente. -Seguro que
sí. ¿Por qué no me cubres en mierda y me
dices que es barro mientras lo haces?

Él comenzó a caminar,
alejándose.

-No te alejes de mí, Z.

Él no se detuvo.

Acheron usó sus poderes para inmovilizarlo contra
la pared de piedra. Zarek tenía que dar crédito al
Dark Hunter. Al menos Acheron tenía mejor criterio que
tocarlo. Ni una vez en dos mil años Acheron le
había colocado una mano encima. Era como si el Atlante
entendiera cuánta angustia mental ese contacto le
causaba.

En una forma extraña, sentía como si
Acheron lo respetara.

Acheron encontró su mirada y la sostuvo. -El
pasado está muerto, Z. El mañana se
convertirá en cualquier decisión que tomes
aquí, esta semana. Me ha llevado quinientos años de
negociaciones con Artemisa darte esta oportunidad para probarle
que puedes comportarte. Por el bien de tu cordura y tu vida, no
falles.

Acheron lo soltó y se dirigió tras los
turistas.

Zarek no se movió hasta que estuvo solo otra vez.
Dejó que las palabras de Acheron lo inundaran mientras se
quedaba parado silenciosamente contemplando las cosas.

No quería dejar esta ciudad. Desde el momento en
que había visto el gentío reunido en Jackson
Square, había estado encantado con Nueva
Orleáns.

Sobre todo, él había estado
alegre.

No, él no arruinaría esto.
Cumpliría con el deber y protegería a los humanos
que vivían aquí.

No importa lo que fuera, haría lo que se
necesitara para que Artemisa lo dejara quedarse.

Nunca mataría a otro humano…

Zarek había comenzado a caminar por la calle
cuando un grupo de cuatro hombres atraparon su vista. Por su
altura extrema, el cabello rubio, y la buena apariencia, era
seguro que eran Daimons.

Murmuraban entre ellos, pero aún así los
podía oír claramente.

-Bossman dijo que ella vive arriba del Club Runningwolf
en un loft.

Uno de los Daimons se rió. -Un Cazador Oscuro con
una novia. No pensé que tal cosa existiera.

-Oh, sí. La escena será un infierno.
Imagina cómo se sentirá cuándo encuentre su
cuerpo desnudo, sin sangre, yaciendo en la cama
esperándolo a él.

Zarek comenzó a atacarlos en ese mismísimo
momento, pero se detuvo mientras un grupo de humanos tropezaban
saliendo del bar, a la calle. Atentos a su blanco, los Daimons ni
siquiera los miraron.

Los turistas se quedaron en la calle, riéndose y
bromeando, sin sospechar que de no ser por un compromiso previo,
los Daimons se estarían dirigiendo directamente a
ellos.

La vida era una cosa muy frágil.

Apretando los dientes, Zarek supo que tendría que
esperar hasta que pudiera esquinar a los Daimons en un
callejón donde no serían vistos.

Se hizo para atrás en las sombras donde
todavía los podía observar y oír, y seguir
hacia el loft de Sunshine.

La cabeza de Astrid dolía mientras seguía
a Zarek a través de sus sueños y dejaba que su
cólera y dolor se filtraran en ella. Estaba con él
en el callejón donde había peleado con los Daimons
y luego había sido atacado por los
policías.

Y ella estuvo con él en el tejado cuando
llamó a Talon para advertirle que cuidara a Sunshine.
Sintió la furia de Zarek. Su deseo por ayudar a la gente
que sólo podía despreciarlo y
recriminarlo.

Juzgándolo erróneamente.

No sabía cómo llegar a ellos.

Así es que los atacaba en lugar de eso. Los
atacaba con palabras antes que lo atacaran a
él.

Al final, fue demasiado para que ella lo manejara. Tuvo
que separarse de él o podría volverse demente por
la cruda intensidad de sus emociones.

Era un esfuerzo separarse de él. El suero los
ataba muy fuerte queriéndolos mantener unidos, pero como
una ninfa, ella era más fuerte.

Convocando a todos sus poderes, rasgó el hilo con
él hasta que no fue parte de Zarek y sus
recuerdos.

Ahora sólo era una observadora del sueño,
así es que podía observar, pero no sentir sus
emociones.

Pero podía sentir las de ella y ella
sufría por este hombre en un modo que nunca había
pensado posible. La crudeza de sus emociones recobradas, la
abrumaron. Su pasado y sus cicatrices la atravesaron, haciendo
explotar el capullo insensible que la había encajonado por
tanto tiempo.

Por primera vez en siglos, sintió la
agonía de otra persona. Más que eso, quería
serenarlo. Sostener a este hombre que no podía escaparse
de lo que era.

Mientras observaba, el sueño de Zarek se
oscureció. Lo vio luchar a través de una ventisca
feroz. Estaba vestido sólo con un par de pantalones de
cuero negros, sin camisa ni zapatos. Sus brazos envueltos a su
alrededor, se estremecía del frío y caminaba con
pesadez, maldiciendo al aullador viento mientras tropezaba y
caía en la profunda nieve helada.

Cada vez que caía, se obligaba a levantarse y
continuaba. Su fuerza la asombró.

Los vientos azotaban sus hombros anchos, morenos,
alejando su pelo negro de sus bien afeitadas mejillas.
Entrecerraba los ojos al tratar de ver a través de la
tormenta.

Pero no había nada alrededor. Nada más que
el paisaje blanco e inhóspito.

Entumecido por el frío que lo asediaba, Astrid lo
siguió.

-No moriré -gruñó Zarek, ganando
velocidad mientras caminaba. Contempló el oscuro cielo sin
estrellas. -¿Me escuchas, Artemisa? ¿Acheron? No
les daré a ninguno de los dos la
satisfacción.

Comenzó a correr, andando con paso pesado a
través de la nieve que trituraba, como un niño
corriendo tras un juguete. Sus pies estaban rojos del
frío, su piel desnuda moteada.

Astrid luchó por continuar.

Hasta que él cayó.

Zarek yació muy quieto en la nieve, boca abajo
con un brazo por encima de su cabeza y otro adelante de
él, jadeando por su carrera. Ella clavó los ojos en
el tatuaje en la base de su columna vertebral, que se
movía con sus respiraciones.

Dándose vuelta sobre su espalda, contempló
el cielo negro mientras los copos de nieve caían sobre su
cuerpo y los pantalones de cuero. Su pelo negro mojado estaba
pegado a su cabeza. Él continuó respirando
pesadamente mientras sus dientes castañeaban del
frío.

Aún así no se movió.

-Solo quiero estar caliente -murmuró. -Una sola
vez déjame sentir calor. ¿Hay alguna estrella capaz
de compartir su fuego conmigo?

Ella frunció el ceño ante la
extraña pregunta, pero claro, en los sueños, las
frases y acontecimientos extraños eran bastante
comunes.

Zarek se dio vuelta otra vez y se levantó, luego
continuó a través de la ventisca.

La condujo hacia una cabaña pequeña,
aislada en la mitad del bosque. Sólo tenía una
ventana, pero la luz del interior era un faro brillante en la
desolación fría de la tormenta
ártica.

Se veía tan acogedora.

Astrid oyó risa y conversaciones viniendo del
interior.

Zarek tropezó hacia la única ventana.
Respirando pesadamente, extendió su mano contra el vidrio
escarchado, mientras miraba adentro como un niño
pequeño y hambriento parado fuera de un restaurante de
lujo donde sabía que nunca sería
bienvenido.

Ella se ubicó detrás de él a fin de
poder ver adentro, también.

La cabaña estaba llena de Cazadores Oscuros.
Celebraban algo mientras un fuego resplandeciente atronaba en la
chimenea. Había abundante comida y bebida mientras
reían, bebían, y hablaban entre ellos como hermanos
y hermanas. Una familia.

Astrid no reconoció a ninguno de ellos, excepto a
Acheron. Pero era obvio que Zarek los conocía a
todos.

Apretando el puño, se apartó de la ventana
y se encaminó a la puerta principal de la
cabaña.

Zarek golpeó ferozmente. -Déjenme entrar
-demandó.

Un hombre rubio alto abrió la puerta.
Vestía una chaqueta negra de motociclista de cuero, con
símbolos célticos rojos en ella y un par de
pantalones de cuero negros. Sus ojos café oscuros eran
desdeñosos y sostenían una mirada sumamente
desagradable en su cara hermosa. -Nadie te quiere aquí,
Zarek.

El rubio trató de cerrar la puerta.

Zarek afirmó una mano contra el marco de la
puerta y la otra contra la puerta a fin de poder evitar que el
hombre lo dejara fuera. -Maldición Celta. Déjame
entrar.

El celta dio un paso atrás mientras Acheron se
ofrecía a bloquear a Zarek.

-¿Qué quieres, Z?

La cara de Zarek estaba angustiada mientras encontraba
la mirada de Acheron. -Quiero entrar -él vaciló y
cuando dijo las siguientes palabras, sus ojos estaban brillantes
de humillación y necesidad. -Por favor, Acheron. Por favor
déjame entrar.

No había emociones en la cara de Acheron.
Ninguna.

-No eres bienvenido aquí, Z. Nunca serás
bienvenido entre nosotros.

Cerró la puerta.

Zarek golpeó contra la madera y maldijo.
-¡Maldito seas, Acheron! ¡Malditos todos ustedes!
-luego pateó la puerta y probó la manija otra vez.
-¡Por qué no me mataste, bastardo! ¿Por
qué?

Esta vez cuando Zarek habló, la cólera se
había ido de su voz. Era vacía y necesitada,
dolorosa, y la afectó aún más que cuando
había pedido morir.

-Déjame entrar, Ash, juro que me
comportaré, lo juro. Por favor no me dejes aquí
solo. No quiero tener frío nunca más. ¡Por
favor!

Lagrimas caían por la cara de Astrid mientras
miraba a Zarek golpeando contra la puerta, demandando que le
abrieran.

Nadie vino.

La risa continuó adentro como si él no
existiera.

En ese momento, Astrid entendió completamente la
desconsolada soledad que sentía. La soledad y el
abandono.

-¡Váyanse a la mierda! -rugió Zarek.
-No necesito a ninguno de ustedes. No necesito nada.

Finalmente, Zarek lanzó su espalda contra la
puerta y luego se deslizó para arrodillarse en medio del
frío y de los remolinos del viento. Su pelo y
pestañas estaban blancos y congelados de la nieve, su piel
expuesta estaba roja.

Cerró los ojos como si el sonido de su
alegría fuera más que lo que podía soportar.
-No necesito nada o a nadie, – murmuró.

Y luego todo en el sueño cambió. La
cabaña cambió de forma hasta que se
convirtió en su casa temporal en Alaska.

No había más Cazadores Oscuros en su
sueño. Ninguna tormenta. Era una noche perfecta,
tranquila.

-Astrid -susurró su nombre como un suave ruego.
-Desearía poder estar contigo.

Ella no pudo moverse mientras le oía decir esas
delicadas palabras.

Nunca había dicho su nombre antes y el sonido de
él en sus labios era como una canción
melódica.

Contempló el cielo oscuro donde un millón
de estrellas brillaban intermitentemente a través de las
nubes. –Yo me pregunto -dijo quedamente, citando otra
vez El Principito,si las estrellas están
encendidas para que cada cual pueda un día encontrar la
suya.

Zarek tragó y enrolló sus musculosos
brazos alrededor de las piernas mientras continuaba observando el
cielo. -He encontrado mi Estrella. Ella es belleza y gracia.
Elegancia y bondad. Mi risa en invierno. Valiente y fuerte.
Atrevida y tentadora. A diferencia de cualquier otro en el
universo…, y no la puedo tocar. No me atrevo ni siquiera a
intentarlo.

Astrid no podía respirar mientras él
hablaba tan poéticamente. Ella nunca realmente
había pensado el hecho de que su nombre quería
decir "estrella" en griego.

Pero Zarek sí.

Seguramente ningún asesino podía tener tal
belleza dentro de él.

-Astrid o Afrodita -dijo él suavemente, -ella es
mi Circe[16]Sólo que en lugar de convertir
a un hombre en animal ella ha humanizado al animal.

Luego la cólera cayó sobre él y dio
una patada a la nieve frente a él. Se rió
amargamente. -Soy un estúpido idiota, queriendo una
estrella que no puedo tener.

Él miró hacia arriba tristemente. -Pero
claro, todas las estrellas están más allá
del alcance humano y yo no soy ni siquiera humano.

Zarek enterró la cabeza en sus brazos y
lloró.

Astrid no lo podía soportar más. Se
salió de este sueño, pero sin ayuda de M'Adoc, no
podía despertarse de un sueño.

Todo lo que podía hacer era observar a Zarek. Ver
su angustia y su pena que la atravesaban como la glicerina al
cristal.

Era tan fuerte en la vida. Una fragua de hierro que
podía resistir cualquier golpe. Uno que la
emprendía a golpes contra otras personas para mantenerlos
a distancia de él.

Solo en sus sueños vio qué había
dentro de él. La vulnerabilidad.

Sólo aquí verdaderamente entendió
al hombre que no se atrevía a mostrarse a
nadie.

El corazón tierno que estaba herido por el
desprecio.

Astrid quería aliviar su sufrimiento.
Quería tomarle la mano y mostrarle un mundo del que no
estaba excluido. Mostrarle lo que era alcanzar a alguien y no ser
golpeado a cambio.

Ni siquiera uno en todos los siglos que ella
había juzgado, había hecho sentir a Astrid de esta
manera. Zarek tocaba una parte de ella que ni siquiera
sabía que existía.

Sobre todo, tocaba su corazón. Un corazón
que había temido que ya no funcionara.

Pero latía por él.

Ella no podía quedarse parada aquí,
mirándolo mientras sufría en soledad.

Antes de pensarlo mejor, se envió a sí
misma adentro de su vacía cabaña y abrió la
puerta

El corazón de Zarek dejó de latir mientras
levantaba la cabeza y veía la cara del cielo. No, ella no
era el cielo.

Ella era mejor. Mucho mejor.

Nunca en este sueño nadie había abierto la
puerta una vez que él se había quedado
fuera.

Pero Astrid la abrió.

Ella se paró en la entrada, su cara tierna. Sus
ojos azul claro ya no estaban ciegos. Eran cálidos y
acogedores. -Ven adentro, Zarek. Déjame
calentarte.

Antes de poder detenerse a sí mismo, se
levantó y tomó su mano extendida. Era algo que
él nunca habría hecho en la vida real. Sólo
en un sueño se atrevería a tocarla.

Su piel era tan calida que lo quemó.

Ella lo empujó a sus brazos y lo mantuvo cerca.
Zarek se estremeció ante la novedad de un abrazo, a la
sensación de sus pechos contra su pecho. Su
respiración en su piel congelada.

Entonces así es como se sentía un abrazo.
Caliente. Reconfortante. Asombroso. Milagroso.

Su contacto humano había sido tan limitado en su
vida que todo lo que podía hacer era cerrar los ojos y
sentir la calidez de su cuerpo rodeándolo.

La suavidad de ella.

Inspiró su perfume calido, dulce y
disfrutó las nuevas emociones que se derramaban a
través de él.

¿Era esto aceptación?

¿Era esto el
nirvana[17]

Él no sabía con seguridad. Pero por una
vez, no quería despertarse de este
sueño.

Repentinamente una manta caliente estaba envuelta
alrededor de sus hombros. Sus brazos todavía lo
mantenían apretado.

Zarek ahuecó su cara en la mano y presionó
su mejilla contra la de ella. Oh, la sensación de su carne
tocando la de él…

Ella era tan suave.

Nunca había imaginado a alguien siendo así
de suave. Tan tierna y atractiva.

El calor de su mejilla contra la de él
quitó el picor quemante del frío. Avanzó a
rastras a través de su cuerpo hasta que se desheló
completamente. Incluso su corazón, que había estado
cubierto de hielo por siglos.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9
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