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Bailando con el diablo – Cazadores Oscuros 6 (página 3)




Enviado por Maira Bordon



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9

El pensamiento envió una sacudida inesperada de
cólera a través de él.

Astrid avanzó en línea recta hacia el
cuarto, y se dirigió derecho hacia la otomana que
él había movido fuera de su lugar más
temprano.

Su primer pensamiento fue dejarlo ahí y dejarla
caer, pero apenas logró correrlo a tiempo. Ella no
tropezó con la otomana, pero sin embargo, sí lo
hizo con él, causando que el cuchillo
resbalase.

Zarek siseó mientras la hoja sumamente afilada
cortaba profundamente su mano.

-¿Zarek?

La ignoró mientras entraba precipitadamente en la
cocina para atender la herida palpitante antes de que chorreara
sangre por todo el piso pulido de madera y las caras
alfombras.

Maldiciendo, dejó caer el cuchillo en el
fregadero y abrió la canilla para enjuagarlo.

Ella lo siguió a la cocina. -¿Zarek?
¿Hay algo mal?

-No -gruñó lavando la sangre de su mano.
Hizo una mueca al ver la profundidad de la herida. Si fuese
humano, necesitaría puntadas.

Astrid se paró a su lado. -Huelo sangre.
¿Estás herido?

Antes de darse cuenta de lo que ella intentaba, le
tomó su mano con las de ella. Su toque era como una pluma
ligera mientras amablemente tocaba su herida, pero aún
así la sensación de su mano en la de él lo
derribó. Sintió como si alguien le hubiera dado en
el estómago con un martillo pesado.

Estaba tan cerca de él que todo lo que
tenía que hacer era inclinarse hacia adelante y
podría besarla.

Saborear su cuello.

Su sangre…

Ninguna mujer, nunca, lo había tentado como
esta.

Por primera vez en su vida, quería saborear los
labios de alguien. Sostener su cara en sus manos y violar su boca
con su lengua.

¿Qué se sentiría ser abrazado.
?

¿Qué diablos está mal
conmigo?

No era el tipo de hombre al que nadie abrazara, ni
él lo quería.

No realmente.

Él sólo quería…

-Esto es profundo -dijo ella quedamente, su voz
encantándole aún más.

Miró hacia abajo, pero en lugar de su mano, todo
lo que podía ver era el valle profundo entre sus pechos
que estaban al descubierto por la V de su suéter.
Sólo tenía que mover su mano unos pocos
centímetros para hundirla suavemente entre los suaves
montículos. Para empujar su suéter a un lado hasta
que pudiera ahuecarlos con su mano.

-¿Que sucedió? -preguntó
ella.

Zarek parpadeó para disipar la imagen que
había causado que su erección doliera y latiera
demandando satisfacción.

-Nada.

-¿Esa es la única palabra que sabes? -.
Ella hizo una mueca mientras sostenía su mano con las de
ella y alcanzaba una botella de peróxido del gabinete
sobre el fregadero. Estaba asombrado que conociese cuál
envase era, pero bueno, todo en el gabinete parecía estar
deliberadamente y cuidadosamente colocado.

Siseó otra vez mientras ella vertía el
líquido sobre su corte. El frío del líquido
punzaba tanto como el desinfectante.

A pesar de eso, estaba aturdido por sus acciones
compasivas, por la gentileza de su mano en la de
él.

Ella dio palmaditas sobre la mesada buscando el
paño para secar los platos. Una vez que lo
encontró, lo envolvió alrededor de su mano.
-Mantenla en alto. Llamaré a un doctor…

-No -dijo él severamente,
interrumpiéndola. -Ningún doctor.

-Pero estás herido.

-Créeme, no es nada.

Astrid notó la presión en su voz mientras
decía eso. Más que nunca, deseaba poder verlo
mientras hablaba.

-¿Te cortaste porque me tropecé
contigo?

Él no contestó.

Astrid trató de alcanzarlo con sus sentidos y no
encontró nada. No podía decir si estaba con ella o
si estaba completamente sola.

Sus sentidos nunca le habían fallado
antes.

Daba miedo no tener ninguna habilidad para
"sentirle".

-¿Zarek?

-¿Qué?

Ella realmente saltó ante el sonido de su
profunda voz con acento, tan cerca de su oído. -No
contestaste mi pregunta.

-Sí, ¿y qué más da? No es
que a ti te importe cómo me lastimé, de cualquier
manera.

Su voz se desvaneció como si se estuviera
alejando.

-¿Sasha, dónde esta?

-Se esta dirigiendo hacia la sala.

Ella oyó a Sasha gruñendo en el
vestíbulo.

-Hacia atrás -dijo Zarek con un
gruñido.

-Sabes -dijo él más fuerte. -He escuchado
que los perros viven más tiempo cuando son castrados. Y
son más amigables, también.

-Oh, bravo, te castramos a ti y veremos si eso te
afecta, tú…

-¡Sasha!

-¿Qué? Él es aborrecible. Y no
soy un perro.

Ella fue andando por el vestíbulo para palmear la
cabeza de Sasha. -Lo sé.

Zarek ignoró al lobo y a la mujer
dirigiéndose a la ventana y jalando las cortinas para
atrás. Era poco después de la una a.m. y la
ventisca era tan feroz como había sido antes.

Demonios. Nunca iba a poder salir de aquí.
Sólo esperaba que el clima se apaciguara el tiempo
suficiente como para permitirle regresar a su bosque. Sin duda
los Escuderos, Jess, y Thanatos estaban esperándolo en su
cabaña, pero él tenía muchas más
áreas "seguras" que ninguno de ellos conocía.
Lugares en donde podía obtener armas y
suministros.

Pero tenía que estar en su tierra para
alcanzarlos.

-¿Zarek?

Él exhaló irritadamente.

-¿Qué? -dijo bruscamente.

-No uses ese tono conmigo -dijo ella con una nota filosa
en su voz que causó que él arqueara una ceja por su
audacia. -Me gusta saber dónde están las personas
en mi casa. Sé simpático, o te pondré un
cencerro.

Él sintió un deseo extraño de
reírse. Pero la risa y él eran
desconocidos.

-Me gustaría verte intentarlo.

-¿Eres siempre así de gruñón
o sólo te levantaste del lado incorrecto de la
cama?

-Así soy, cariño,
acostúmbrate.

Ella se paró a su lado y él tuvo el
presentimiento que lo hacía a propósito, justamente
para fastidiarlo. -¿Y si no quiero acostumbrarme a
eso?

Él se giró para confrontarla. -No me
empujes, princesa.

-Oooo -dijo ella con voz poco impresionada. -Lo
próximo será que estarás hablando como el
Increíble Hulk. 'No me hagas enojar, no te gustaré
cuando me enoje' -. Ella lanzó una mirada arrogante en su
dirección. -No me asustas, Señor Zarek. Así
que puedes dejar tu actitud en la puerta y ser agradable conmigo
mientras estés aquí.

La incredulidad lo atormentó. Nadie en sus dos
mil años lo había despachado tan fácilmente
y lo enojó que ella se atreviera ahora. Le trajo a la
memoria demasiados malos recuerdos de personas que veían a
través de él. Personas que no lo apreciaban en lo
absoluto.

El primer voto que se había hecho a sí
mismo como Cazador Oscuro era que nunca más se
preocuparía por tratar de ganar la bondad o el respeto de
los demás.

El miedo era una herramienta mucho más
poderosa.

La empujó hacia atrás, contra la
pared.

Astrid se aterrorizó mientras sentía a
Zarek presionándola en tanto la pared detrás
bloqueaba su escapada. Ella no tenía ninguna parte adonde
ir. No podía respirar. No podía moverse.

Él era tan grande, tan fuerte.

Todo lo que podía sentir era a él. La
rodeó con poder y peligro. Con la promesa de reflejos
letales. Trataba de hacerle sentir miedo por él, lo
sabía.

Estaba funcionando muy bien.

No la tocó, pero bueno, no tenía que
hacerlo. Su sola presencia era aterradora.

Oscura. Peligrosa.

Letal.

Le sintió inclinarse para hablarle
coléricamente en su oído. -Si quieres algo
agradable, cariño, juega con tu jodido perro. Cuando
estés lista para jugar con un hombre, entonces
llámame.

Antes de que pudiera responder, Sasha
atacó.

Zarek tropezó, alejándose de ella con una
maldición, mientras el aire alrededor de ella se agitaba
cruelmente con los movimientos frenéticos de
Sasha.

Encogiéndose instintivamente, Astrid contuvo su
aliento mientras oía el sonido de lobo y el hombre
peleando. Se esforzó por mirar, pero ella estaba rodeada
de oscuridad y de los abrumadores sonidos enojados.

-¡Sasha! -gritó, deseando poder ver
qué ocurría entre ellos.

Todo lo que escuchó fue la mezcla de siseos,
gruñidos, y maldiciones.

Luego algo sólido golpeó la pared a su
lado.

Sasha ladró.

Aterrada de lo que Zarek le había hecho a su
compañero, Astrid se arrodilló en el piso y anduvo
a tientas hacia donde Sasha yacía, delante de la
chimenea.

-¿Sasha? -pasó su mano temblorosa a
través de su pelaje, buscando heridas.

No se movía.

Su corazón dejó de latir mientras el
terror la invadía. ¡Si cualquier cosa le hubiese
ocurrido a Sasha, entonces ella mataría a Zarek por
sí misma!

Por favor, por favor que estés
bien…

-¿Sasha? -la mantuvo cerca y extendió sus
pensamientos a él.

-Lo mataré. Así es que ayúdame,
lo haré.

Ella se estremeció con alivio ante la
cólera de Sasha. ¡Gracias a Zeus que estaba
vivo!

Zarek se quitó la camisa rota y la usó
para contener la sangre en su brazo derecho, cuello, y en el
hombro donde el perro había hecho trizas su piel con sus
garras y dientes.

Apenas podía contener su furia. No había
sido herido tantas veces en una sola hora desde el día que
había muerto.

Gruñendo, clavó los ojos en la carne roja
hinchada. Odiaba estar herido.

Era todo lo que podía hacer para no regresar a la
sala y asegurarse que ese perro maldito nunca mas atacara a otra
cosa viva en su vida.

Quería sangre. Sangre de lobo.

Para el caso, quería sangre humana. Un pellizco
rápido para calmar su furia y recordarle lo que él
era.

Solo saborearla una vez…

Astrid entró al cuarto de baño y se
topó con él.

Él gruñó ante la sensación
de su cuerpo cálido estrellándose contra
él.

Sin comentarios, lo apartó del fregadero y se
arrodilló para sacar un botiquín de primeros
auxilios.

-Podrías haber dicho 'Permiso'.

-No te dirijo la palabra -gruñó
ella.

-También te quiero, cariño.

Ella se congeló ante su comentario
sarcástico y miró encolerizadamente en su
dirección. -¿Eres realmente un animal,
no?

Zarek apretó los dientes ante sus palabras. Era
así como todos lo habían visto en su vida. Estaba
demasiado viejo, ahora, como para empezar una nueva vida. -Woof,
woof.

Resoplando de furia, comenzó a salir, luego se
detuvo. Se volvió hacia él con un gruñido.
-Sabes, no tengo idea de dónde vienes y realmente no me
importa. Nada te da el derecho para lastimar a otras personas o a
Sasha. Sólo me protegía, mientras que tú…
no eres más que un matón.

Zarek se quedó inmóvil mientras
imágenes crueles, horrorosas atravesaban su memoria. La
vista de su pueblo en llamas.

De cuerpos dispersos por todas partes.

Los débiles sonidos de personas
gritando.

La furia dentro de su corazón que demandaba
sangre…

Se sobresaltó mientras el dolor lo laceraba.
Odiaba sus recuerdos tanto como se odiaba a sí
mismo.

-Un día alguien debe enseñarte a ser
civilizado -. Astrid giró y se volvió hacia la
sala.

-Si – dijo él, frunciendo los labios. -Ve a
atender a tu perro, princesa. Él te
necesita.

Zarek, por otra parte, no necesitaba a nadie.

Nunca lo necesitó.

Con ese pensamiento en mente, fue al cuarto donde se
había despertado.

Tormenta o no tormenta, era hora de irse.

Se puso encima su abrigo sobre el pecho desnudo y lo
abotonó. También estaba dañado por el
disparo y dejaría su herida en la espalda expuesta al
clima. Que así fuera.

No era como si él pudiera congelarse hasta morir
de cualquier manera. Había algo de ventaja en ser
inmortal.

El agujero sólo haría que una linda brisa
fresca recorriese su columna vertebral hasta que pudiera
encontrar más ropas.

Después de que se hubo vestido, se dirigió
hacia la puerta e hizo lo mejor que pudo para no advertir a
Astrid, quien estaba de rodillas delante del fuego caliente,
serenando y consolando a su mascota como lo había atendido
a él.

La vista lo hizo sentir dolor, en cierto modo, como no
habría creído posible.

Sí, era la maldita hora de que se fuera de
aquí.

-Él se esta yendo.

Astrid se sobresaltó ante el sonido de Sasha en
su cabeza. -¿Cómo que se está
yendo?

-Está detrás de ti ahora mismo,
vestido y dirigiéndose al exterior.

-¿Zarek?

Le contestó el golpe de la puerta
cerrándose.

Capítulo 5

Zarek se congeló fuera de la puerta. Literal y
figurativamente. El viento pegaba tan rudamente que le
quitó la respiración y le envió un agudo
temblor por todo su cuerpo.

Estaba tan frío afuera, que apenas podía
moverse. La nieve caía rápida y furiosamente, y era
tan densa que no podía ver a más de tres
centímetros desde su propia nariz. Inclusive sus gafas se
habían congelado.

Nadie cuerdo estaría fuera esta noche.

Así que era algo bueno que estuviera
demente.

Apretando los dientes, se dirigió hacia el norte.
Demonios, iba a ser una larga y miserable caminata a casa.
Sólo esperaba poder encontrar algún tipo de refugio
antes del amanecer.

En caso de que no, Artemisa y Dionisio iban a ser dos
dioses felices en unas cuantas horas y el viejo Acheron
tendría un dolor de cabeza menos en su vida.

-¿Zarek?

Él maldijo al escuchar la voz de Astrid sobre el
aullido del viento.

No contestes.

No mires.

Pero era compulsivo. Miró hacia atrás
antes de poder detenerse y allí la vio saliendo de la
cabaña sin ningún abrigo encima.

-¡Zarek! -ella tropezó en la nieve y
cayó.

Déjala. Ella debería haberse quedado
adentro donde estaba a salvo.

Él no podía.

Sola estaba indefensa y no la dejaría afuera para
morir.

Mascullando una apestosa maldición que
habría hecho a un marinero encogerse, fue a su lado. La
levantó rudamente y la empujó hacia la
casa.

-Entra antes de que mueras de frío.

-¿Qué hay de ti?

-¿Qué hay de mí?

-No puedes quedarte aquí afuera,
tampoco.

-Créeme, princesa, he dormido en peores
condiciones que esta.

-Morirás aquí afuera.

-No me importa.

-Bueno, a mi sí.

Zarek habría quedado mucho menos estupefacto si
ella lo hubiera abofeteado. Al menos eso se lo hubiera
esperado.

Por un minuto completo no pudo moverse mientras esas
palabras sonaban en sus oídos. La idea que a alguien le
importara si vivía o moría era tan extraña
para él que no estaba seguro de cómo
responder.

-Entra -gruñó, empujándola
amablemente hacia la puerta.

El lobo le gruñó.

-Cállate, Sasha -resopló ella antes de que
él tuviese la posibilidad. -Un sonido más tuyo y
tu te quedarás afuera.

El lobo inhaló por la nariz indignado, como si la
entendiera, luego se dirigió rápidamente hacia la
casa.

Zarek cerró la puerta mientras Astrid temblaba
del frío. La nieve que le había caído se
derritió, mojándola instantáneamente.
Él estaba mojado también, no es que le importara.
Estaba acostumbrado a la incomodidad física.

Ella no.

-¿Qué estabas pensando? -le gritó a
ella, sentándola en el sofá.

-No te atrevas a usar ese tono de voz
conmigo.

Así es que en lugar de eso le gruñó
y caminó hacia el cuarto de baño donde pudo agarrar
una toalla de la percha. Luego se encaminó a su dormitorio
y agarró una manta.

Regresó a ella. -Estás
empapada.

-Me he dado cuenta.

Astrid se sorprendió por el calor repentino e
inesperado de una manta cubriéndola, especialmente dadas
sus palabras furiosas, llenas de enojo que le decían que
era una idiota por ir tras él.

Zarek la envolvió apretadamente, luego se
arrodilló ante ella. Le sacó las zapatillas
revestidas de piel y frotó los congelados dedos del pie
hasta que otra vez pudo sentir algo aparte de la quemadura
dolorosa del frío.

Ella nunca había experimentado un frío
como éste antes y se preguntó cuántas veces
Zarek debía haberlo padecido sin nadie allí para
calentarle.

-Lo que hiciste, fue una cosa estúpida -dijo
severamente.

-¿Entonces por que lo hiciste
tu?

Él no contestó. En lugar de eso,
dejó caer su pie y se movió alrededor de
ella.

No sabía que iba a hacer hasta que sintió
una toalla cubriéndole la cabeza. Tensándose,
esperó que él fuese rudo.

No lo fue. De hecho, su toque era asombrosamente tierno
mientras le secaba el pelo con la toalla.

¿Cuán extraño era esto?
¿Quién hubiera pensado que la cuidaría tan
tiernamente?

Era completamente inesperado.

Quizá había más en él de lo
que demostraba…

Zarek rechinó los dientes ante la suavidad de
pelo húmedo mientras caía contra sus manos.
Trató de mantener la toalla entre ella y su piel, pero no
funcionó. Las hebras de su pelo continuamente rozaban su
piel, haciéndolo arder.

¿Cómo sería besar a una
mujer?

¡Cómo sería besarla a
ella!

Nunca antes tuvo la inclinación. Cada vez que una
mujer había hecho un intento, había movido los
labios lejos de ella. Era una intimidad que no tenía
deseos de experimentar con cualquiera.

Pero sentía el anhelo ahora. Sintió hambre
por probar los labios húmedos y rosados de
Astrid.

¿Qué eres? ¿Un
demente?

Sí, lo era.

No había lugar en su vida para una mujer,
ningún lugar para un amigo o un compañero. Lo
había aprendido desde la hora de su nacimiento,
sólo tenía un destino.

La soledad.

Aun cuando trató de tener un sitio, no
surtió efecto. Él era un extraño. Eso era
todo lo que sabía.

Alejó la toalla de su pelo y clavó los
ojos en ella, queriendo pasar su mano a través de esas
húmedas hebras y peinarlas. Su piel todavía estaba
cenicienta y gris del frío. Pero ella no estaba menos
preciosa. No menos atractiva.

Antes de poder detenerse, colocó su mano desnuda
contra su mejilla helada y dejó que la suavidad de ella lo
traspasara.

Dioses, se sentía tan bien tocarla.

Ella no se apartó de su toque o se encogió
de miedo. Se sentó allí y lo dejó tocarla
como un hombre.

Como un amante…

-¿Zarek? -su voz estaba llena de
incertidumbre.

-Estas helada -gruñó y la dejó.
Tenía que escaparse de ella y de los extraños
sentimientos que removía dentro de él. No
quería estar a su alrededor.

No quería ser doblegado.

Cada vez que se había permitido estar atado a
otro humano, había sido traicionado.

Por todo el mundo.

Aún Jess, quien había parecido seguro
porque vivía muy alejado.

Un eco del dolor apuñaló su
espalda.

Aparentemente Jess no había vivido lo
suficientemente lejos.

Zarek miró fuera de la ventana de la cocina donde
la nieve continuaba cayendo. Tarde o temprano, Astrid se
dormiría y entonces se iría.

Entonces ella no podría detenerlo.

Astrid comenzó a ir tras de Zarek, pero se
detuvo. Quería ver lo que haría. Lo que
pretendía.

-¿Sasha, qué esta
haciendo?

Se quedó quieta y usó la vista de Sasha.
Zarek desabotonaba su abrigo. Su respiración quedó
atrapada ante la vista de su pecho desnudo. Cada músculo
en su cuerpo ondeaba mientras se quitaba el abrigo y lo colgaba
detrás de la silla escalera.

El hombre era simplemente bellísimo. Sus hombros
anchos, tostados y desnudos eran tentadores.
Deliciosos.

Pero lo que la dejó estupefacta, fue su brazo
derecho y su hombro, los cuales eran un desastre total por el
ataque de Sasha.

Astrid se quedó sin aliento ante la vista de lo
que había hecho su compañero. Zarek por otro lado
no parecía tener un mínimo de molestia por las
mordidas. Se había ocupado de sus asuntos con la mayor
naturalidad.

-¿Tengo que mirar esto? –Sasha
lloriqueó en su cabeza. –Me voy a quedar ciego mirando
a un hombre desnudo.

-No te vas a quedar ciego y él no está
desnudo -Desafortunadamente.

Astrid se quedó desconcertada por ese pensamiento
inusual. Ella nunca había mirado fijamente a un hombre
antes, pero se encontró embelesada por Zarek.

Sí lo soy, y sí lo esta. Lo
suficientemente desnudo como para hacerme perder mi almuerzo de
cualquier manera.
-Sasha comenzó a salir de la
cocina.

-Sasha, quédate.

-No soy un perro, Astrid, y no me preocupo por ese
tono imperativo. Me quedo contigo por mi elección, no por
la tuya.

Lo sé, Sasha. Lo siento. Por Favor,
quédate por mí -.
Gruñendo en un modo
muy parecido al de Zarek, Sasha regresó a la cocina y se
sentó para vigilarlo.

Zarek prestó poca atención a Sasha
mientras se movía por la cocina buscando algo.

Ella frunció el cejo al verlo sacar una cacerola
pequeña. Mientras se movía hacia la heladera, su
respiración quedó cortada ante la vista de un
estilizado dragón tatuado en la parte baja de su espalda.
Y bien por encima de este, estaba la horrible herida en
dónde alguien le había disparado.

Ella se encogió con una simpatía
inesperada. Por primera vez en mucho tiempo realmente
sintió lástima por alguien. Se veía cruel y
dolorosa.

Zarek se movió como si apenas lo
advirtiera.

Fue a la heladera y sacó la leche y una barra
grande de Hershey[12]que ella había
comprado por un impulso. Vertió la leche en la cacerola y
luego le añadió pedazos de chocolate.

Qué raro. Casi le había arrancado la
cabeza e intimidado, luego la había atendido, y ahora le
hacía chocolate caliente.

– No es para ti -le dijo Sasha.

-Silencio, Sasha.

-No lo es. ¿Quieres apostar a que trata de
envenenarme con el chocolate?

-Entonces, no lo tomes.

Zarek se dio la vuelta y le dirigió una burla
siniestra a Sasha. -Aquí, Lassie, ¿quieres salir a
buscar a Timmy en el pozo? Vamos, chica, incluso te abriré
la puerta y te lanzaré una galleta.

-Vamos psicópata-Hunter,
¿quieres descubrir mis dientes en tus…
?

-¡Sasha!

No lo puedo evitar. Él me molesta.
Bastante.

Zarek miró el agua y los platos con comida que
Astrid había colocado en una bandeja pequeña, que
estaba aproximadamente a diez centímetros del piso, para
Sasha.

Sasha descubrió sus dientes. –No mi comida,
hombre. La contaminas y te morderé hasta sacar toda la
mierda de ti.

-Sasha, por favor.

Zarek se acercó a los recipientes de acero
inoxidable.

Te lo dije, Astrid, el bastardo va a envenenarme.
Va a escupir en mi agua o va a hacer algo peor.

Zarek hizo la cosa más inesperada de todas. Se
inclinó, recogió el recipiente casi vació de
agua, lo lavó en el fregadero y lo rellenó con
agua, luego cuidadosamente lo devolvió a la
bandeja.

Astrid no estaba segura cuál de los dos estaba
más impresionado por sus acciones. Ella o
Sasha.

Sasha se dirigió a su recipiente y lo
olfateó suspicazmente.

Zarek regresó al fregadero para lavarse las
manos. Una vez que la leche con chocolate estuvo caliente, la
vertió en un jarro y se lo llevó a ella.

-Aquí -le dijo él, su voz sonando con su
usual nota ruda, hostil. Tomó su mano y la llevó
hacia la taza.

-¿Qué es? -le preguntó.

-Arsénico y vómito.

Ella retorció su cara con repugnancia ante el
pensamiento. -¿En serio? Y lograste hacerlo muy
silenciosamente. ¿Quién lo diría? Gracias.
Nunca he tomado vómito antes. Estoy seguro que es
extra especial.

Bien, eso pasaba por pensar que Zarek tenía un
lado más amable, más suave.

-Bébelo o no -gruñó. -No me
importa.

Lo escuchó dejar el cuarto otra vez.

Astrid sostuvo la taza. Si bien ella lo había
visto hacerlo a través de los ojos de Sasha y sabía
que no había hecho nada para contaminarlo, estaba
todavía renuente a saborearlo después de su
comentario antipático.

-Te está mirando -le dijo
Sasha.

Levantó la cabeza muy lentamente. -¿De
que forma?

-Como si te estuviera desafiando a
saborearlo.

Astrid contuvo su respiración, debatiendo
qué hacer. ¿Era una prueba de él? ¿Se
estaba preguntando si ella confiaba en él?

Aspirando profundamente, bebió el chocolate, el
cual estaba a temperatura perfecta y muy sabroso.

Zarek estaba asombrado de su valentía. Entonces,
ella no había creído en su fanfarronada y
había confiado en él. Él nunca hubiera
bebido algo que le diera un desconocido y lo sorprendía
que ella lo hubiera hecho.

Sintió un gran respeto por ella. La mujer
tenía un montón de agallas, le concedería
eso.

Pero al final del día, las agallas no contaban
para mucho, y todo lo que lograrían hacer sería que
fuera asesinada por Thanatos si los encontraba antes de que
él tuviese la posibilidad de salir.

Su mirada se puso ruda al recordar al demonio o Daimon o
lo que fuere que había sido enviado para
matarlo.

Todo este tiempo, los Cazadores Oscuros habían
asumido que Acheron era el perro de caza que Artemisa
solía usar para rastrear y matar Cazadores Oscuros
deshonestos.

Todos los hombres que sabían la verdad ahora
estaban vagando por la tierra como
Shades[13]Entidades sin espíritu,
incorpóreas que podían sentir hambre y sed y nunca
tendrían permiso para saciarlo.

Podían sentir y percibir el mundo, pero nadie
podría sentirlos o percibirlos.

Él entendía esa existencia. Por que los
veintiséis años que había vivido como un
humano mortal, había sido uno de ellos.

Sólo entonces, un mundo que no sabía que
él existía había sido preferible. Porque
cuando las personas se habían percatado que estaba por
ahí, habían hecho un esfuerzo extraordinario para
aumentar su dolor.

Habían hecho un esfuerzo extraordinario para
lastimarlo y humillarlo.

La furia lo inundó mientras su mirada se
agudizaba otra vez. Miró alrededor de la cabaña
inmaculada donde cada detalle mostraba la riqueza de Astrid. En
su existencia humana una mujer como ella habría escupido
en su cara por ningún otra razón más que el
hecho de que se hubiese atrevido a cruzarse en su camino.
Habría estado tan por debajo de ella que habría
sido golpeado aún por atreverse a levantar su mirada a su
cara.

Mirarla a los ojos habría sido su
muerte.

-¿Está este esclavo
molestándola, señora?

Se sobresaltó ante el recuerdo que corría
por su mente.

A la edad de doce había sido lo suficientemente
tonto como para escuchar a sus hermanos al señalarle a una
mujer que estaba en el mercado.

-Ella es tu madre, esclavo. ¿No lo
sabías? El tío la liberó al año
pasado. ¿Por qué no vas con ella, Zarek? Tal vez se
apiade de ti y te libere, también.

Demasiado joven y demasiado estúpido,
había clavado los ojos en la mujer que le habían
señalado. Ella tenía pelo negro como el suyo y
perfectos ojos azules. Nunca antes había visto a su madre.
Nunca había sabido que ella era tan bella.

Pero en su corazón, siempre había sido
más bella que Venus. La había visualizado como una
esclava como él que no tenía más alternativa
que hacer lo que su amo dijera. Había creado un
sueño de cómo había sido apartado de sus
brazos después del nacimiento. Cómo había
llorado para que se lo devolvieran.

Cómo había sufrido cada día por su
hijo perdido.

Entretanto, él había sido dado a su padre
despiadado, que vengativamente lo había mantenido lejos de
sus brazos compasivos.

Zarek estaba seguro que lo amaría. Todas las
madres amaban a sus niños. Era por eso por lo que las
otras esclavas no se ocupaban de él. Estaban guardando
todas sus raciones y afectos para ellos.

Pero esta mujer… era la suya.

Y ella lo amaría.

Zarek había corrido hacia ella y la había
abrazado, diciéndole quién era y cuánto la
amaba.

Pero no había habido ninguna bienvenida
cálida. Ningún afecto maternal.

Lo había mirado con un abierto disgusto y horror.
Sus labios se habían torcido cruelmente mientras le
siseaba a él. -Le pagué a esa puta bastante
dinero para verte muerto.

Sus hermanos se habían reído de
él.

Zarek había estado demasiado apabullado por su
rechazo para moverse o respirar. Había estado desolado al
enterarse que su madre había sobornado a otro esclavo para
matarlo.

Cuando un soldado se acercó a ellos para
preguntarle si estaba siendo molestada, entonces ella
había dijo fríamente. –Este esclavo sin valor
me tocó. Quiero que lo golpeen por eso.

Incluso después de dos mil años esas
palabras resonaban a través de él. Al igual que la
apariencia despiadada de su cara mientras cambiaba de
dirección y lo dejaba con los soldados, que alegremente
habían llevado a cabo su orden.

-No vales nada, esclavo. No eres bueno para nada. Ni
siquiera vales las migajas que te mantienen vivo. Si tenemos
suerte tal vez mueras, y nos ahorres las raciones del invierno
para un esclavo que tenga más valor.

Zarek gruñó como si sus recuerdos lo
sujetasen. Incapaz de enfrentar el dolor que causaban, sus
poderes explotaron. Cada bombilla en la sala se hizo
añicos, el fuego crepitó en la chimenea, esquivando
por poco a Sasha, que había estado echado allí. Los
cuadros se cayeron de las paredes.

Todo lo que quería era que el dolor se
detuviera…

Astrid gritó ante los sonidos extraños que
asaltaban a sus oídos. -¿Sasha, qué
está ocurriendo?

-El bastardo trató de
matarme.

-¿Cómo?

-Disparó una bola de fuego de la chimenea a
mis cuartos traseros. Hombre, mi pelaje esta chamuscado.
Está teniendo un ataque de algún tipo y usando sus
poderes.

-¿Zarek?

La cabaña entera tembló con tal ferocidad
que ella medio esperaba que esta estallara.

-¡Zarek!

El silencio era total.

Todo lo que Astrid podía oír era el latido
de su corazón.

-¿Qué está ocurriendo?
-preguntó a Sasha.

-No sé. El fuego se apagó y no puedo
ver nada. Esta completamente oscuro. Él hizo añicos
las luces.

-¿Zarek? -intentó otra vez.

Otra vez nadie contestó. Su pánico se
triplicó. Podía matarla y ni ella ni Sasha lo
verían venir.

Podía hacerle cualquier cosa.

-¿Por qué me salvaste?

Saltó ante el sonido de su voz justo al lado de
su oreja mientras se sentaba en el sofá. Estaba tan cerca
de ella que podía sentir su respiración caliente en
su piel.

-Estabas herido.

-¿Cómo supiste que estaba
herido?

-No lo supe hasta después de que te traje
adentro. Yo… pensé que estabas borracho.

-Sólo un tonto redomado metería a un
hombre extraño en su casa cuando es ciego y vive solo. No
me trates como a un idiota.

Ella tragó. Era bastante más listo de lo
que ella había creído.

Y bastante más espeluznante.

-¿Por qué estoy aquí?
-demandó.

-Te lo dije.

Él apartó de un empujón el
sofá con tanta fuerza que patinó hacia adelante
varios centímetros. Luego estaba delante de ella,
inmovilizándola contra los cojines. Haciéndola
temblar por su presencia feroz. -¿Cómo me
metiste?

-Te arrastré.

-¿Sola?

-Por supuesto.

-No pareces lo suficientemente fuerte.

Ella boqueó con miedo. ¿Qué iba a
hacerle? ¿Qué intentaba hacerle?

-Soy más fuerte de lo que parezco.

-Pruébalo -agarró sus
muñecas.

Ella forcejeó con él para varios segundos.
-Déjame ir.

-¿Por qué? ¿Te soy
repulsivo?

Sasha gruñó. Ruidosamente.

Ella se congeló y miró encolerizadamente
hacia donde esperaba que su cara estuviese.

-Zarek -dijo ella dijo. -Me estas lastimando.
Déjame ir.

Para su sorpresa, lo hizo. Se movió hacia
atrás muy ligeramente pero su presencia enojada era
todavía tangible. Opresiva. Aterradora.

-Has algo inteligente, princesa -gruñó
él en su oreja. -Quédate lejos de
mí.

Lo oyó alejarse.

-Él es culpable –lanzó Sasha.
Astrid. Júzgale.

No podía. Todavía no. Aún cuando
Zarek la había asustado. Aún cuando en este momento
se veía desequilibrado y aterrador.

Él realmente no la había lastimado.
Sólo la había asustado, y eso no era algo por lo
que alguien debía morir.

Después de esto, ella podía entender
perfectamente cómo pudo haber explotado y matado a todas
las personas en el pueblo que le había sido confiado para
defender.

¿Explotaría así con
ella?

Ya que ella era inmortal, no la podía matar, pero
sí la podía lastimar.

Un juez menor podría haber seguido adelante y dar
el veredicto basado solamente en las acciones de esta noche. Ella
estaba tentada, pero no lo haría. Todavía
no.

-¿Estás bien? –preguntó
Sasha después de que ella se rehusase a responder su
demanda de un veredicto.

-Sí.

Pero ella mentía y tenía el presentimiento
que Sasha lo sabía. Zarek la había aterrorizado de
una forma que nadie antes había hecho.

Por demasiados siglos, había juzgado a
incontables mujeres y hombres. Asesinos, traidores,
blasfemadores. Tu nómbralos.

Pero ninguno de ellos la había asustado alguna
vez. Ninguno de ellos alguna vez la había hecho querer
salir corriendo hacia la protección de sus
hermanas.

Zarek lo hacía.

Había algo acerca de él que realmente no
estaba sano. Ella era capaz de tratar con personas que trataban
de esconder su locura. Hombres que podían jugar a ser
héroes galantes mientras por dentro eran fríos y
crueles.

Zarek había explotado y aun así no la
había lastimado.

Al menos todavía no.

Pero sus métodos intimidantes iban a tener que
irse.

Recordó las palabras de Acheron para ella: "Es
sólo con el corazón que uno puede ver
correctamente…"

¿Qué había dentro del
corazón de Zarek?

Exhalando largamente, Astrid extendió sus
sentidos y trató de localizar a Zarek.

Como antes, no lo pudo localizarlo para nada. Era como
si él estuviera tan acostumbrado a mantenerse oculto que
no se registraba en el radar de nadie. Ni aun en el suyo
intensificado.

-¿Dónde está?
-preguntó a Sasha.

-En su cuarto, pienso.

-¿Dónde estas?

Sasha vino y se sentó a sus pies. –Artemisa
tiene razón. Por el bien de la humanidad, él debe
ser eliminado. Hay algo seriamente mal con este
hombre.

Astrid frotó sus orejas mientras consideraba eso.
No sé. Acheron negoció con Artemisa a fin de
que yo pudiera juzgar a Zarek. Él no habría hecho
eso sin una razón. Sólo un tonto hace trueques con
Artemisa por nada. Y Acheron está muy lejos de ser un
tonto. Debe haber algo bueno en Zarek o si no…

Acheron siempre se sacrifica por sus hombres. Es lo
que él hace
-se mofó Sasha.

-Tal vez…

Pero ella lo conocía mejor. Acheron siempre
haría lo que fuese mejor para todos los involucrados.
Él nunca antes había interferido a la hora de
juzgar o ejecutar un Cazador Oscuro rebelde, y aún
así, le había pedido personalmente que juzgara a
éste

Él no había permitido que asesinaran a
Zarek novecientos años atrás por destruir su pueblo
y a los inocentes humanos.

Si Zarek verdaderamente planteaba un peligro, entonces
Acheron nunca hubiera negociado con ellos por una audiencia o
para permitirle al Cazador Oscuro vivir. Allí tenía
que haber algo más.

Ella tenía que creer en Acheron.

Tenía que hacerlo.

Zarek se sentó solo en su cuarto, observando a la
nieve caer afuera, a través de las cortinas abiertas.
Estaba sentado en la silla mecedora, pero la mantenía
inmóvil. Después de su "sobrecarga", había
ido a través de la casa reemplazando bombillas y
recogiendo los cuadros quebrados. Ahora todo estaba
misteriosamente quieto.

Tenía que salir de allí antes que
explotara otra vez. ¿Por qué la tormenta no se
detenía?

La luz del vestíbulo se prendió,
cegándolo por un momento.

Él miró ceñudamente. ¿Por
qué Astrid prendía luces cuando era
ciega?

La escuchó pisar suavemente por el
vestíbulo hacia la sala. Parte de él quería
unírsele, hablar con ella. Pero él nunca
había sido dado a la conversación
insustancial.

No sabía como conversar. Nunca nadie había
estado interesado en cualquier cosa que él tuviera para
decir.

Así es que lo mantenía para sí
mismo y eso estaba bien para él.

-¿Sasha?

El sonido de su melódica voz lo traspasó
como un vaso haciéndose añicos.

-Siéntate aquí mientras hago otro
fuego.

Casi se levantó para ayudarla, pero se
forzó a permanecer en su silla. Sus días como
criado para los ricos habían terminado. Si ella
quería un fuego, entonces ella era tan capaz para hacer
uno como lo era él.

Por supuesto que él podía ver para atizar
el fuego y sus manos eran ásperas por el arduo
trabajo.

Las de ella eran suaves. Delicadas.

Manos frágiles que podían
apaciguar…

Antes de darse cuenta, se dirigía hacia la
sala.

Encontró a Astrid arrodillada frente al hogar,
tratando de empujar nuevos leños sobre la parrilla de
hierro. Estaba luchando contra eso y haciendo lo mejor para no
quemarse durante el proceso.

Sin decir una palabra, la hizo para
atrás.

Ella se quedó sin aliento, alarmada.

-Muévete de mi camino -gruñó
él.

-No estaba en tu camino. Tú te metiste en el
mío.

Cuando se rehusó a moverse, la alzó y la
dejó caer en el sillón verde oscuro.

-¿Qué estas haciendo? -preguntó con
expresión sobresaltada.

-Nada -. Regresó al hogar y prendió el
fuego. -No puedo creer que con todo el dinero que tienes, no
tengas a nadie aquí para ayudarte.

-No necesito a nadie que me ayude.

Él hizo una pausa ante sus palabras. -¿No?
¿Cómo haces para estar por tu cuenta?

-Simplemente lo hago. No puedo soportar a alguien
tratándome como si estuviera inválida. Resulta que
soy tan capaz como cualquier otro.

-Muy bien por ti, princesa -. Pero él
sintió otra oleada de respeto por ella. En el mundo en que
había crecido, las mujeres como ella nunca hacían
nada por ellas mismas. Habían comprado a personas como
él para servir a todos sus antojos.

-¿Por qué me llamas princesa todo
el tiempo?

-¿Es lo que eres, no? El querido brillante de tus
padres.

Ella frunció el ceño. -¿Cómo
sabes eso?

-Lo puedo oler en ti. Eres una de esas personas que
nunca han tenido un momento de preocupación en su vida.
Todo lo que alguna vez has querido, lo has tenido.

-No todo.

-¿No? ¿Qué es lo que te ha faltado
alguna vez?

-Mi vista.

Zarek se quedó callado mientras sus palabras
sonaban en sus oídos. -Sí, ser ciego
apesta.

-¿Cómo lo sabes?

-Estando ahí, habiéndolo sido.

Capítulo 6

-¿Eras ciego? -preguntó Astrid.

Zarek no contestó. No podía creer que se
le escapara. Era algo de lo que nunca había hablado, ni
siquiera con Jess.

Sólo Acheron lo sabía y Acheron,
agradecidamente, había guardado el secreto.

Reacio a visitar su pasado otra vez esta noche y el
dolor que lo esperaba allí, Zarek dejó la sala y
regresó a su cuarto donde cerró la puerta y
así, en paz, se puso a esperar a que pasara la
tormenta.

Al menos estando solo no tenía que preocuparse
por traicionarse a sí mismo o lastimar a
alguien.

Pero mientras se sentaba en la silla, no eran las
imágenes del pasado las que lo
perseguían.

Era el perfume de rosas y madera, los pálidos
ojos claros de una mujer.

El recuerdo de su mejilla suave y fría bajo sus
dedos. Su húmedo y desordenado pelo que enmarcaba unos
rasgos que eran femeninos y atractivos.

Una mujer que no se sobresaltaba con él o se
acobardaba.

Era asombrosa y sorprendente. Si él fuera otra
persona, entonces regresaría a la sala en donde estaba
sentada con su lobo y la haría reír. Pero no
sabía como hacer reír a las personas. Podía
reconocer el humor, más especialmente la ironía,
pero no era el tipo de hombre que hacía chistes o
producía sonrisas en otras personas. Especialmente no en
una mujer.

Eso no lo había molestado antes.

Esta noche sí.

-¿Es culpable?

Astrid escuchó la voz de Artemisa en su cabeza.
Todas las noches desde que Zarek había sido traído
a la casa, Artemisa la había fastidiado con aquélla
pregunta una y otra vez, hasta que se sintió como Juana De
Arco siendo atormentada por voces.

-Todavía No, Artemisa. Se acaba de
despertar.

-Bien, ¿qué es lo que te lleva tanto
tiempo? Mientras él vive, Acheron tiene los nervios de
punta y yo positivamente odio cuando él esta inquieto.
Júzgalo como mala persona ya.

-¿Por qué quieres tanto que Zarek
muera?

El silencio descendió. Al principio pensó
que Artemisa la había dejado, así que cuando la
respuesta vino, la sorprendió. –A Acheron no le gusta
ver sufrir a nadie. Especialmente no a uno de sus Cazadores
Oscuros. En tanto Zarek viva, Acheron sufre, y a pesar de lo que
Acheron piensa, no me gusta verlo sufrir.

Astrid nunca se había imaginado que Artemisa
pudiera decir tal cosa. La diosa no era exactamente conocida por
su bondad o compasión, o por pensar en alguien aparte de
sí misma.

-¿Amas a Acheron?

La voz de Artemisa era cortante cuando le
contestó, –Acheron no es de tu incumbencia, Astrid.
Sólo Zarek lo es, y juro que si pierdo más de la
lealtad de Acheron por esto, estarás muy apenada por
eso.

Astrid se puso rígida ante la amenaza y el tono
hostil. Haría falta más que Artemisa para
lastimarla, y si la diosa quería una pelea, entonces era
mejor que estuviera preparada.

A ella no le podría gustar más su trabajo,
pero Astrid lo tomaba en serio y nadie, especialmente Artemisa,
iba a intimidarla para dar un veredicto prematuro.

-¿Si juzgo a Zarek antes de tiempo, no
piensas que Acheron se enojará y demandará un
re-juzgamiento?

Artemisa hizo un ruido grosero.

-Además, le dijiste a Acheron que no
interferirías, Artemisa. Le hiciste jurar que él no
me contactaría para tratar de influenciar mi veredicto y
aún así estas aquí, tratando de hacer eso.
¿Cómo piensas que reaccionará si le cuento
de tus acciones?

-Bien -resopló ella. –No te
incomodaré otra vez. ¡Pero encárgate
ya!

Sola finalmente, Astrid se sentó en la sala,
considerando lo próximo que debía hacer,
cómo podía empujar a Zarek para ver si explotaba
otra vez y se volvía más violento.

Había atacado a su casa, pero no a ella. Sasha lo
había atacado, y aunque él había lastimado
al lobo, el lobo lo había lastimado mucho más.
Había sido una pelea justa entre ellos y Zarek no
había tratado de matar a Sasha por atacarlo. Se
había sacado al lobo de encima y luego lo había
dejado solo.

En lugar de buscar venganza en Sasha, Zarek le
había dado agua.

El peor delito de Zarek hasta ahora era su actitud
hostil y el hecho de que tenía una presencia
verdaderamente atemorizante. Pero hacía cosas amables que
eran contrarias a su mal carácter.

Su sentido común le decía que hiciera lo
que decía Artemisa, declararlo culpable y
marcharse.

Su instinto le decía que esperara.

Siempre que no se encolerizara con ella o Sasha,
seguiría adelante.

Pero si alguna vez los atacaba, entonces ella
estaría fuera de la puerta y él estaría
frito.

-Los hombres inocentes no existen.

Astrid dejó escapar un suspiro de cansancio. Le
había dicho eso a su hermana Atty la última vez que
había hablado con ella. Parte suya honestamente
creía en eso. Ninguna vez, en todos estos siglos,
había encontrado a alguien inocente. Cada hombre que
alguna vez había juzgado le había
mentido.

Todos ellos habían tratado de
engañarla.

Algunos habían tratado de sobornarla.

Algunos habían tratado de escaparse.

Algunos habían tratado de golpearla.

Y uno había tratado de matarla.

Ella se preguntaba en cuál categoría
caería Zarek.

Inspirando profundamente para fortificarse, Astrid se
levantó y fue a su habitación para buscar entre las
ropas que Sasha traía puestas cuando estaba en su forma
humana.

-¿Qué estas haciendo?
-preguntó Sasha mientras se unía a ella.

-Zarek necesita ropas -dijo ella en voz alta sin
pensar.

Sasha mordió sus manos, y con su nariz
metió sus ropas en la canasta al fondo del armario.
Él puede ponerse las suyas. Estas son
mías.

Astrid las sacó. –Vamos, Sasha, sé
amable. No tiene ropas aquí y las que lleva puestas
están harapientas.

-¿Y?

Ella buscó entre los pantalones y las camisas,
deseando poder verlas. –Eras tú el que se quejaba de
tener que mirar a un hombre desnudo. Pensé que
preferirías ver alguna ropa sobre
él.

-También me quejo acerca del hecho que tengo
que orinar afuera y comer en recipientes, pero no te veo
dejándome usar el cuarto de baño o la vajilla
estando él alrededor.

Ella negó con la cabeza.
-¿Podrías parar? Te quejas como una vieja
-.
Recogió un suéter pesado.

-No -protestó Sasha. –No el
suéter Borgoña. Ese es mi favorito.

-Sasha, te lo juro. ¡Eres tan
caprichoso!

-Y ese es mi suéter.
Devuélvelo.

Ella se levantó para llevárselo a
Zarek.

Sasha la siguió, quejándose todo el
camino.

-Te compraré uno nuevo, -prometió
ella.

No quiero a uno nuevo. Quiero
"ese".

-No lo estropeará.

-Sí lo hará. Mira sus ropas.
Están arruinadas. Y no quiero que su cuerpo toque algo que
yo uso. Lo contaminará.

-Oh, Dios mío, Sasha. No seas niño.
Tienes cuatrocientos años de edad y estás actuando
como un cachorro. No es como si tuviera piojos o
algo.

-¡Sí los tiene!

Ella miró encolerizadamente hacia su pierna donde
lo podía sentir. Él agarró el suéter
con sus dientes y se lo sacó de las manos.

-¡Sasha! -ella chasqueó en voz alta,
corriendo tras él. -Dame ese suéter o juro que te
veré castrado.

El lobo corrió a través de la
casa.

Astrid fue tras él tan rápido como
podía. Confiaba en su memoria respecto de donde estaban
las cosas.

Alguien había movido la mesa de café.
Siseó cuando su pierna se golpeó con la esquina de
esta y perdió el equilibrio. Extendió la mano para
refrenarse, pero solo sintió el mantel deslizarse. Se
inclinó bajo su peso.

La parte superior de vidrio cayó de costado,
echando a volar las cosas.

Algo golpeó su cabeza y se hizo
pedazos.

Astrid se congeló, asustada de
moverse.

No sabía qué había roto, pero el
sonido había sido inconfundible.

¿Dónde estaba el vidrio?

Su corazón martillaba, maldijo su ceguera. No se
atrevía a moverse por miedo de cortarse.

-¿Sasha? -preguntó.

Él no contestó.

-No te muevas -. La voz dominante, profunda de Zarek
tembló por su columna vertebral.

La siguiente cosa que supo fue que dos brazos fuertes la
levantaban del piso con una facilidad que era verdaderamente
aterradora. La acunó contra un cuerpo que era roca dura y
carne fibrosa. Uno que se ondeaba con cada movimiento que
él hacia mientras la guiaba fuera de la sala.

Ella le puso los brazos alrededor de sus anchos,
masculinos hombros, que se endurecieron en reacción a su
contacto. Su respiración cayó contra su cara,
haciendo que su cuerpo entero se derritiese.

-¿Zarek? -preguntó
tentativamente.

-¿Hay alguien más en esta casa que te
pueda cargar, del cual necesito saber su existencia?

Ignoró su comentario sarcástico mientras
la llevaba a la cocina y la colocaba sobre una silla.

Ella perdió su calor instantáneamente. Le
produjo un dolor extraño en el pecho que ni esperaba ni
entendía.

-Gracias -dijo ella quedamente.

Él no respondió. En lugar de eso, lo
oyó salir del cuarto.

Unos minutos más tarde, regresó y
echó algo en el basurero.

-No sé que le hiciste a Scooby – dijo con tono
casi normal, -pero ésta en una esquina echado sobre un
suéter y no deja de gruñirme.

Ella ahogó el deseo de reírse ante esa
imagen. -Está siendo malo.

-Sí, pues bien, de donde vengo, le pegamos a las
cosas que son malas.

Astrid frunció el ceño ante las palabras y
la emoción subyacente que dejaba traslucir. -Algunas veces
entender es más importante que castigar.

-Y algunas veces no lo es.

-Tal vez -murmuró ella.

Zarek dejó salir el agua en el fregadero.
Sonó como si se estuviera lavando las manos otra
vez.

Extraño, parecía hacer eso bastante
seguido.

-Recogí todo los vidrios que pude encontrar –
dijo por sobre el sonido del agua corriendo, -pero el florero de
cristal sobre tu mesa se hizo añicos. Deberías usar
zapatos allí por unos días.

Astrid estaba extrañamente tocada por sus
acciones y su advertencia. Se levantó de la silla y
cruzó el piso para parase al lado de él. Si bien no
lo podía ver, lo podía sentir. Sentir su calor, su
fuerza.

Sentir la cruda sensualidad del hombre.

Un temblor la atravesó y bajó por su
cuerpo, seduciéndola con deseo y necesidad.

Una parte extraña suya ardía por alcanzar
y tocar la piel suave y tostada que la llamaba con la promesa de
un calor primitivo. Aún ahora recordaba como se
veía su piel. La forma en que la luz jugaba en
ella.

Ella quería atraer sus labios hacia los de ella y
ver que sabor tenían. Ver si él podía ser
tierno.

¿O sería rudo y violento?

Astrid debería escandalizarse por sus
pensamientos. Como juez, se suponía que no podía
tener este tipo de curiosidad, pero como mujer, no podía
evitarlo.

Había pasado bastante tiempo desde que ella
hubiera sentido deseo por un hombre. En lo más profundo
había todavía una parte suya que quería
encontrar la bondad en la que Acheron creía.

Eso no era algo que ella tampoco había querido
hacer por siglos.

La bondad de Zarek no tenía sentido.
-¿Cómo supiste que te necesitaba?

-Oí el vidrio romperse y me imaginé que
estabas atrapada.

Ella sonrió. -Eso fue muy dulce de parte
tuya.

Presentía que él la estaba mirando. Su
carne se calentó considerablemente ante el pensamiento.
Sus pechos se endurecieron.

-No soy dulce, princesa. Confía en
mí.

No, él no era dulce. Era duro. Espinoso y
extrañamente fascinante. Como una bestia salvaje que
necesitaba ser domesticada.

Si alguien alguna vez pudiera domesticar algo como
él.

-Trataba de darte algunas ropas -dijo ella suavemente,
tratando de recobrar el control de su cuerpo, el cuál
parecía no querer responder al sentido común. -Hay
más suéteres en el fondo de mi armario si quisieras
tomarlos prestado.

Él se mofó mientras cerraba el agua y
arrancaba una toalla de papel para secarse las manos. -Tus ropas
no me quedarán, princesa.

Ella se rió. -No son mías. Pertenecen a un
amigo.

Zarek no podía respirar con ella tan cerca de
él. Todo lo que tenía que hacer era reclinarse
hacia abajo muy ligeramente y podría besar los labios
ligeramente separados.

Estirarse, y la tocaría.

Lo que verdaderamente lo asustó era cuánto
él quería tocarla. Cuánto quería
presionar su cuerpo contra el de ella y sentir sus curvas suaves
contra las duras líneas masculinas de
él.

No podía recordar en toda la vida haber deseado
algo así.

Cerrando los ojos, se torturó con una imagen de
lo dos desnudos. De él poniéndola sobre la encimera
delante de él a fin de poder follarla hasta hacerle
estallara de deseo. De deslizarse adentro y afuera de su calor
hasta estar demasiado cansado para mantenerse de pie.

Demasiado sensible como para moverse.

Quería sentir el calor de su piel
deslizándose contra la de él. Su respiración
en su carne.

Sobre todo, quería su perfume en su piel. Para
saber lo cómo se sentiría tener una mujer que no
mostrara miedo o desprecio por él.

En todos estos siglos, nunca había tenido sexo
con una mujer a la que no hubiera tenido que pagar. La
mayoría de las veces ni siquiera había tenido
eso.

Había estado solo por tanto tiempo…

-¿Dónde esta ese amigo tuyo?
-preguntó con voz extrañamente grave mientras
pensaba en ella con otro hombre. Le dolía de un modo que
no debería.

Sasha entró en el cuarto para clavar los ojos en
ellos y ladrar.

-Mi amigo está muerto -dijo Astrid sin
titubear.

Zarek arqueó una ceja. -¿Cómo
murió?

-Mmm, él tenía parvo.

-¿No es una enfermedad que le da a los
perros?

-Sí. Fue trágico.

-¡Oye! –le dijo Sasha a Astrid.
-Estoy resentido por eso.

-Compórtate o te daré
parvo.

Zarek se alejó de ella. -¿Lo
extrañas?

Ella miró en la dirección del ladrido de
Sasha. -No, no realmente. Era una molestia.

Te mostraré lo que es una molestia, ninfa.
Sólo espera.

Astrid refrenó una sonrisa. -Entonces,
¿estas interesado en las ropas? -le preguntó a
Zarek.

-Seguro.

Ella lo condujo a su cuarto.

-Eres tan malvada -Sasha gruñó.
Sólo espera. Haré que te arrepientas de esto.
¿Sabes de ese confort al que estas aficionada? Está
frito. Y yo no volvería a usar mis zapatillas si fuera
tú.

Ella lo ignoró.

Zarek no habló mientras lo llevaba a su
habitación, la cual estaba decorada con suaves tonos de
rosa. Era todo femenino y suave. Pero era el perfume en el aire
lo que lo hizo arder.

Rosas y madera ahumada.

Olía como ella.

Ese perfume lo puso tan duro y rígido, que lo
hizo doler. Su pene se estiró contra la áspera
cremallera, rogándole que hiciera algo aparte de
mirarla.

Contra su voluntad, su mirada permaneció fija en
la cama. Podía imaginarla yaciendo dormida allí.
Sus labios separados, su cuerpo relajado y desnudo…

El cobertor rosa pálido envuelto alrededor de sus
piernas desnudas.

-Aquí tienes.

Tuvo que arrastrar su mirada de la cama al
armario.

Ella se hizo para atrás para darle acceso a las
ropas de hombre, que estaban dobladas pulcramente, en una canasta
de lavandería. -Puedes tomar lo que quieras.

Ahora había un doble sentido en esa
declaración, si es que él alguna vez oyó
uno. El único problema era que lo que más
quería, definitivamente no estaba en el
canasto.

Zarek le agradeció, luego sacó un
suéter negro de cuello vuelto gris que no debería
ser muy pequeño para él. -Me cambiaré en mi
habitación -dijo, preguntándose para qué se
tomaba la molestia. A ella no le importaría si él
dejaba la habitación o no. No era como si ella pudiera
verlo o algo.

En casa él andaba medio desnudo la mayoría
de las veces.

Pero eso no era civilizado, ¿no?

¿Desde cuándo eres
civilizado?

Desde esta noche, parecía.

Sasha le ladró mientras salía del cuarto,
luego el lobo entró corriendo al cuarto para ladrar a
Astrid.

-Silencio, Sasha -dijo ella, -o te haré dormir en
el garaje.

Ignorándolos, Zarek se encaminó a su
cuarto para ponerse las nuevas ropas.

Cerró la puerta y dejó a un lado la ropa
mientras se quedaba parado sintiéndose muy raro. Era
simplemente ropa lo que ella le ofrecía. Y
refugio.

Una cama.

Comida.

Miró alrededor del elegante cuarto, costosamente
provisto. Se sentía perdido aquí. Inseguro de
sí mismo. Nunca en su vida había experimentado algo
como esto.

Se sentía humano en este lugar.

Sobre todo, se sentía bienvenido. Algo que
él nunca sintió con Sharon.

Como todos los demás que él había
conocido durante los siglos, Sharon hacía lo que él
le pagaba para hacer. Nada más, nada menos. Siempre
sintió como si se estuviera entrometiendo cada vez que se
acercaba a ella.

Sharon era formal y distante, especialmente
después de que había ignorado el avance que ella le
hizo. Siempre sintió que había una parte de ella
que estaba asustada de él. Uno parte suya que lo vigilaba,
especialmente cuando su hija estaba alrededor, como si ella
esperara que se saliera de control con ellas o algo por el
estilo.

Siempre se había sentido insultado por eso, pero
bueno, él estaba tan acostumbrado a los insultos que se
había desentendido del asunto.

Pero no se sentía así con
Astrid.

Ella lo trataba como si fuera normal. Haciéndole
olvidar fácilmente que no lo era.

Zarek se vistió rápidamente y
regresó a la sala donde Astrid estaba sentada,
lateralmente sobre el sofá, leyendo un libro en Braille.
Sasha estaba descansando en el sofá a sus pies. El lobo
levantó la cabeza y clavó los ojos en él con
lo que parecía ser odio en sus ojos gris
lobuno.

Zarek, había rescatado el cuchillo de la cocina,
y agarró otro pedazo de madera.

-¿Cómo terminaste con un lobo como
mascota? -preguntó, sentándose en la silla
próxima al fuego a fin de que pudiera lanzar las virutas
de madera en la chimenea.

No sabía por qué le habló.
Normalmente, no se habría tomado la molestia, pero se
sentía extrañamente curioso acerca de su
vida.

Astrid se estiró para acariciar al lobo a sus
pies. -No estoy realmente segura. Muy parecido a ti, lo
encontré herido, lo traje y lo cuidé hasta que
sanó. Ha estado conmigo desde entonces.

-Estoy sorprendido que te dejara
domesticarlo.

Ella sonrió ante eso. -Yo, también. No fue
fácil hacerlo que confiara en mí.

Zarek pensó en eso por un minuto. -"Debes tener
mucha paciencia. Te sentarás al principio un poco lejos de
mí, así, en el suelo".

La boca de Astrid se abrió sorprendida mientras
Zarek continuaba citando uno de sus pasajes favoritos. Ella no
podía haber estado más estupefacta si él le
hubiera lanzado algo. -¿Conoces a El
Principito?

-Lo he leído una o dos veces.

Más que eso para poder citarlo tan
infaliblemente. Astrid se reclinó otra vez para tocar a
Sasha a fin de poder mirar a Zarek.

Estaba sentado en diagonal a ella mientras tallaba. La
luz del fuego jugaba en sus ojos de medianoche. El suéter
negro abrazaba su cuerpo, y aunque una barba negra cubría
su cara, estaba otra vez atónita de lo bien parecido que
era.

Había algo casi relajante en él mientras
trabajaba. Una gracia poética que guerreaba con la
torsión cínica de su boca. Un aura mortífera
que lo envolvía más apretado que sus jeans
negros.

-Amo a ese libro -dijo ella quedamente. -Siempre ha sido
uno de mis favoritos.

Él no habló. Estaba sentado allí
con su pedazo de madera sostenido cuidadosamente en su mano en
tanto sus largos dedos se movían con gracia sobre
él. Ésta era la primera vez que el aire alrededor
de él no parecía tan oscuro. Tan
peligroso.

No lo llamaría tranquilo exactamente, pero no era
tan siniestro como había sido antes.

-¿Lo leíste cuando eras niño? -le
preguntó.

-No -dijo él quedamente.

Ella levantó la cabeza, observándolo
mientras trabajaba.

Hizo una pausa, luego se giró para mirarla con
ceño.

Astrid soltó a Sasha y se
recostó.

Zarek no se movió mientras los observaba a ella y
su perro. Había algo muy extraño aquí: Cada
instinto que tenía, se lo decía. Clavó los
ojos en Sasha.

Si él no lo conociera mejor…

¿Pero por qué un were-wolf estaría
en Alaska con una mujer ciega? Los campos magnéticos
serían muy duros tanto para un Arcadio como para un
Katagari, los cuales tendrían momentos difíciles
tratando de mantener una forma consistente mientras los
electrones en el aire destruían su magia.

No, no era probable.

Y aún así…

Corrió la mirada de ellos hacia el reloj
pequeño sobre la repisa de la chimenea. Era casi las
cuatro en la mañana. Para él todavía era
temprano, pero no muchos humanos tenían su horario.
-¿Siempre te quedas levantada hasta tan tarde,
princesa?

-Algunas veces.

-¿No tienes un trabajo para el que necesitas
levantarte?

-No. Tengo dinero de la familia. ¿Qué hay
acerca de ti, Príncipe Azul?

La mano de Zarek se aflojó ante sus palabras.
Dinero familiar. Ella estaba aún más forrada de lo
que había sospechado. -Debe ser agradable no tener que
trabajar para vivir.

Astrid oyó la amargura en su voz. -¿No te
gustan las personas que tienen dinero, no?

-No tengo prejuicios contra nadie, princesa. Odio a todo
el mundo por igual.

Ella había oído eso acerca de él.
Oído de Artemisa que él era grosero, rudo, no
refinado, y que era el idiota más insoportable que
Artemisa alguna vez hubiera conocido.

Viniendo de la Reina de los Insoportables, era bastante
que decir.

-No contestaste mi pregunta, Zarek. ¿Qué
haces para ganarte la vida?

-Esto y aquello.

-¿Esto y aquello, huh? ¿Eres un vagabundo
entonces?

-¿Si te dijera que sí, me harías
ir?

Aunque su tono era parejo y sin emoción, ella
sentía que él esperaba su respuesta. Que
había una parte de él que quería que ella lo
arrojara afuera.

Una parte de él que lo esperaba.

-No, Zarek. Te lo dije, eres bienvenido
aquí.

Zarek dejó de tallar y clavó los ojos en
el fuego, sus palabras lo hicieron temblar inesperadamente. Pero
no eran las llamas lo que él veía, era su cara. Su
voz dulce resonaba profundamente en su corazón, el cual
él pensaba que había muerto hacía mucho
tiempo.

Nadie alguna vez le había dado la bienvenida a
ningún lugar.

-Podría matarte y nadie lo
sabría.

-¿Me vas a matar, Zarek?

Zarek se sobresaltó mientras los recuerdos lo
desgarraban. Se vio a sí mismo caminando entre los cuerpos
en su pueblo devastado. La vista de ellos con sus gargantas
sangrando, sus casas ardiendo…

Se suponía que los tenía que
proteger.

En lugar de eso, los había matado a
todos.

Y aun no sabía por qué. No recordó
nada excepto la furia que lo había poseído. La
necesidad que había sentido por sangre y
expiación.

-Espero que no, princesa -él
murmuró.

Levantándose, regresó a su cuarto y
cerró la puerta.

Sólo esperaba que ella hiciera lo
mismo.

Horas más tarde, Astrid escuchó la
respiración pesada de Zarek cuando se quedó
dormido. La casa estaba quieta ahora, a salvo de su furia. El
aire había perdido su aura diabólica y todo estaba
calmo, tranquilo, excepto para el hombre, quien parecía
estar en la angustia de una pesadilla.

Ella estaba exhausta, pero no tenía ganas de
dormir. Tenía muchas preguntas en su cabeza.

Cómo deseaba poder hablar con Acheron acerca de
Zarek y preguntarle acerca del hombre que él creía
que valía la pena salvar. Pero Artemisa había
estado de acuerdo con esta prueba sólo si Acheron
permanecía completamente fuera de ella y no hacía
nada para influenciar el veredicto. Si Astrid trataba de hablar
con Acheron, entonces Artemisa terminaría la prueba y
mataría a Zarek inmediatamente.

Debía haber otra manera para enterarse de algo de
su invitado.

Ella miró a Sasha que estaba durmiendo como un
lobo sobre su cama. Los dos se conocían desde hacía
siglos. Era apenas un cachorro cuando su patria había
firmado pelear con la diosa egipcia Bast contra
Artemisa.

Una vez que la guerra entre las diosas terminó,
Artemisa había demandado que se juzgara a todos los que
habían peleado contra ella. Lera, la media hermana de
Astrid, había sido enviada y había declarado a
todos culpables, excepto a Sasha, quien había sido
demasiado joven para ser responsabilizado por seguir el liderazgo
de los otros.

Su propia manada se había vuelto contra él
instantáneamente, pensando que los había
traicionado por la absolución, si bien sólo
tenía catorce años. En el mundo Katagaria, los
instintos animales y las reglas eran supremas. La manada era un
todo unificado y cualquiera que amenazaba a la manada era
sacrificado, aún si era uno de ellos.

Casi lo habían matado. Pero afortunadamente,
Astrid lo había encontrado y lo había cuidado hasta
sanarlo, y aunque él verdaderamente odiaba a los dioses
olímpicos, era usualmente tolerante, sino cariñoso
con ella.

Él podía irse en cualquier momento, pero
no tenía ningún lugar donde ir. Los Arcadios
Were-Hunters lo querían muerto porque él una vez
había estado con los Cazadores Katagaria que se
habían vuelto en contra de los dioses olímpicos, y
los Cazadores lo querían muerto porque pensaban que los
había traicionado.

Su vida era precaria en el mejor de los casos, incluso
ahora.

En aquel entonces, había sido una fiera y
había estado aterrorizado de ser hecho pedazos por su
gente.

Así siglos atrás, los dos habían
formado una alianza que los beneficiaba a ambos. Ella evitaba que
los demás lo mataran mientras era un cachorro y él
la ayudaba cada vez que ella estaba sin ver.

Con el paso del tiempo, se habían hecho amigos y
ahora Sasha permanecía con total lealtad hacia
ella.

Sus poderes mágicos Katagari eran por lejos
más fuertes que los de ella y él a menudo los usaba
a su pedido.

Consideró eso ahora. Los Katagaria podían
viajar a través del tiempo…

Pero sólo con limitaciones. No, ella necesitaba
algo que garantizara que ella estaría aquí antes de
que Zarek se despertase.

En momentos como este, deseaba ser una diosa plena y no
una ninfa. Los dioses tenían poderes que
podían…

Ella sonrió ante el golpe de una idea.

-M'Adoc -dijo ella suavemente, convocando a uno de los
Oneroi. Eran los dioses de los sueños que mantenían
dominio sobre Phantosis, el reino de sombra entre el consciente y
el subconsciente.

El aire alrededor de ella titiló con
energía invisible, poderosa, que ella podía sentir
mientras el Oneroi aparecía.

Midiendo cerca de 2 metros diez, M'Adoc la dejaba como
una enana, algo que sabía por experiencia. Si bien ella no
lo podía ver ahora mismo, sabía exactamente que
aspecto tenía. Su pelo negro sería tan oscuro que
apenas reflejaría la luz y sus ojos eran de un azul tan
pálido que se verían casi incoloros y
parecerían que resplandecían.

Como todos los de su tipo, él era tan bien
parecido que para aquellos que podían ver, era
difícil hasta poder mirarlo.

-Primita -dijo él con voz cargada de electricidad
y seducción y falta de emoción ya que las emociones
estaban prohibidas para los Oneroi. -Ha pasado tiempo. Al menos
trescientos o cuatrocientos años.

Ella inclinó la cabeza asintiendo. -He estado
ocupada.

Él se estiró para tocar su brazo a fin de
que ella supiera dónde estaba parado. -¿Qué
necesitas?

-¿Sabes algo acerca del Cazador Oscuro Zarek? -.
Los Oneroi eran a menudo los que curaban a los Cazadores Oscuros,
tanto físicamente como mentalmente. Ya que los Cazadores
Oscuros eran creados de personas que habían sido abusadas
o violadas, un Dream Hunter era a menudo asignado para los
recién creados Cazadores Oscuros para ayudarlos a
cicatrizar mentalmente a fin de que pudieran funcionar en el
mundo sin lastimar a otros.

Una vez que el Cazador Oscuro estaba sano mentalmente,
el Dream Hunter lo llevaba a través del tiempo y lo
ayudaba a cicatrizar físicamente dondequiera que
estuviesen heridos. Ese era el motivo por lo que los Cazadores
Oscuros sentían una necesidad sobrenatural de dormir
cuando estaban heridos.

Sólo en los sueños era donde los Oneroi
eran efectivos.

-Sé de él.

Ella esperó una explicación, pero
cuándo no se la dio, preguntó, -¿Qué
sabes?

-Que esta más allá de la ayuda que alguno
de los nuestros pueda darle.

Ella nunca había escuchado una cosa así
antes. -¿Nunca?

-Algunas veces un Skotos ha ido a él mientras
dormía, pero sólo van a fin de poder tomar una
parte de su furia para ellos. Es tan intensa que ninguno de ellos
la puede aguantar por mucho tiempo antes de tener que
partir.

Astrid quedó aturdida. Los Skoti eran apenas
más que demonios. Eran los hermanos y las hermanas de los
Oneroi, cazaban emociones humanas y las usaban a fin de poder
sentir emociones otra vez. Si se los dejaba sin control, el Skoti
era sumamente peligroso y podía matar a la persona que
"trataban".

En lugar de apaciguar a Zarek, una visita de uno de
ellos sólo incrementaría su locura.

-¿Por qué es él así?
¿Qué prendió su furia?

-¿Qué importancia tiene? -M'Adoc
preguntó. -Me informaron que ha sido marcado para
morir.

-Prometí a Acheron que lo juzgaría
primero. Sólo morirá si digo eso.

-Entonces deberías ahorrarte el trabajo y ordenar
su muerte.

¿Por qué todo el mundo quería que
Zarek muriera? Ella no podía entender tal animosidad hacia
él. No importa que el hombre actuara en la forma que lo
hacía.

¿A alguien alguna vez le había
caído bien?

Ni siquiera una vez en toda la eternidad M'Adoc
había hablado tan severamente acerca de alguien. -No es
como tú.

Ella le oyó inspirar profundamente mientras
tensaba la mano en su hombro. -Un perro rabioso no puede ser
salvado, Astrid. Es mejor para todos, incluido el perro, que sea
eliminado.

-¿Shadedom[14]sería
preferible para vivir? ¿Estas tu
demente?

-En el caso de Zarek, lo sería.

Ella estaba consternada. -Si eso fuese cierto, entonces
Acheron no sería compasivo con él y no me
habría pedido que lo juzgara.

-Acheron no lo mata porque sería muy parecido a
suicidarse.

Ella pensó en eso por un minuto. -¿Que
quieres decir? No veo nada parecido entre ellos.

Ella tenía la impresión que M'Adoc
indagaba su mente con la de él.

-Tienen mucho en común, Acheron y Zarek. Cosas
que la mayoría de la gente no puede ver o puede entender.
Pienso que Acheron siente que si Zarek no puede salvarse,
entonces tampoco puede él.

-¿Salvarse de qué?

-De él mismo. Ambos hombres tienen tendencia a
escoger su dolor. Ellos no lo escogen sabiamente.

Astrid sintió algo extraño al oír
esas palabras. Una puñalada diminuta en su
estómago. Algo que no había sentido en mucho
tiempo. Ella realmente sufría por ambos
hombres.

Sobre todo, sufría por Zarek.

-¿Cómo escogen su dolor?

M'Adoc se rehusó a explicarse. Pero bueno, lo
hacía a menudo. Tratar con los dioses del sueño era
sólo un nivel menos frustrante que tratar con un
Oráculo.

-M'Adoc, muéstrame por qué Zarek ha sido
abandonado por todo el mundo.

-No creo que quieras…

-Muéstrame -ella insistió. Ella
tenía que saber, y en lo más profundo sospechaba
que no tenía mucho que ver con su trabajo como
quería pensar. Su necesidad de saber se sentía
más personal que profesional.

Su voz era completamente sin emoción. -Va contra
las reglas.

-Cualquiera sea la repercusión, la
soportaré. Ahora muéstrame. Por favor.

M'Adoc la hizo sentarse sobre la cama.

Astrid se recostó y le dio permiso al Dream
Hunter que la sedujera para dormir. Había varios sueros
que ellos podían usar para adormecer a alguien o
podían usar la niebla de Wink, que era un dios menor del
sueño.

El Oneroi así como también los otros
dioses del sueño, por mucho tiempo habían usado a
Wink y su niebla para controlar a los humanos.

No importa qué método escogían, los
efectos de estos eran casi inmediatos para quienquiera que
servían.

Astrid no estaba segura de que método usó
M'Adoc con ella, pero antes de cerrar sus ojos se encontró
flotando hacia el reino de Morfeo.

Aquí ella tenía vista aún mientras
estuviera juzgando. Era el por qué siempre le había
gustado soñar durante sus asignaciones.

M'Adoc apareció a su lado. Su belleza masculina
era incluso más notable en este reino.
-¿Estás segura de esto?

Ella inclinó la cabeza, asintiendo.

M'Adoc la dirigió a través de una serie de
puertas en el hall de Phantosis. Aquí unos
kallitechnis, o maestros del sueño, podían
moverse a través de los sueños de cualquiera.
Podían entrar en el pasado, en el futuro, o peregrinar a
reinos más allá del entendimiento
humano.

M'Adoc alcanzó una puerta e hizo una pausa.
-Él sueña con su pasado.

-Quiero verlo.

Él vaciló como si debatiera consigo mismo.
Finalmente, abrió la puerta.

Astrid entró primero. Ella y M'Adoc dieron un
paso hacia atrás de la escena, lejos de cualquiera que
pudiera verlos o sentirlos.

No era que realmente lo necesitaran, pero ella
quería asegurarse de no interferir en el sueño de
Zarek.

Las personas que estaban soñando sólo
podían ver al Oneroi o al Skoti en sus sueños
cuando los dioses del sueño se los permitían. Ella
no estaba segura si ella, como una ninfa, era invisible para
Zarek o no.

Ella miró alrededor en el
sueño.

Lo que más la golpeó fue lo vívido
que todo era. La mayoría de la gente soñaba con
detalles imprecisos. Pero éste era claro como el cristal y
tan real como el mundo que había dejado
atrás.

Ella vio a tres niñitos congregados en un antiguo
atrio romano.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9
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