Reseña comentada de la novela -La enfermedad- de Alberto Barrera Tyszka
"¿Por qué nos cuesta
tanto aceptar que la vida es una casualidad?".
"La enfermedad es una
equivocación, un horror burocrático de la
naturaleza, una falta absoluta de eficiencia".
"La enfermedad es un peaje amargo, una alcabala, tan
caprichosa, capaz de convertir a la muerte en el objeto de todos
los últimos deseos".
"Los dioses mueren. No se enferman. Ésa es su
ventaja".
Noviembre de 2006 trajo para las letras de nuestro
país una importante noticia: por primera vez un escritor
venezolano, Alberto Barrera Tyszka, ganaba uno de los premios
literarios más importantes del mundo iberoamericano: el
Herralde. El 6 de noviembre del año 2006, para ser
más exactos, el jurado de dicho premio conformado por
Salvador Clotas, Juan Cueto, Esther Tusquets, Enrique Vila-Matas
y el editor Jorge Herralde, otorgó de forma unánime
el XXIV Premio Herralde de Novela al texto La
enfermedad, de Alberto Barrera Tyszka.
Los miembros del jurado ya citados valoraron "una trama
de aparente linealidad que alberga dentro de sí una
complejidad temática interna, además de una
escritura veloz, desolada y elegante que revela un profundo
conocimiento del oficio de escribir por parte de Alberto Barrera
Tyszka", entre otros elementos (Sainz Borgo, 2006). Fue finalista
de esta edición, a la cual concurrieron un total de 172
trabajos de distintos países iberoamericanos, el libro
Muerte de un murciano en La Habana, de la escritora
cubana Teresa Dovalpage. Esta escritora reside desde hace una
década en Alburquerque, Estados Unidos, y ha publicado
otras dos novelas: A girl like Che Guevara y Posesas
de La Habana
(http://blogs.periodistadigital.com).
Barrera Tyszka se une así a otros iberoamericanos
que a lo largo de las 24 convocatorias del premio han resultado
ganadores. Allí están nombres de la talla del
español Álvaro Pombo (1983), el azteca Sergio Pitol
(1984), el peruano Jaime Baily (1997), el chileno Roberto
Bolaño, el mismo de Los detectives salvajes
(1998), el argentino Alan Pauls (2003), otro mexicano, Juan
Villoro, (2004), otro peruano, Alonso Cueto (2005). Por cierto
que en la XXIII edición del Premio Herralde de Novela, el
trabajo La hora azul, del escritor venezolano
Óscar Marcano, estuvo entre las obras finalistas. Preludio
de lo que vendría en la siguiente convocatoria. Otra
acotación: con Los detectives salvajes Roberto
Bolaño ganó el Premio Herralde de Novela en 1998 y
también el Premio Internacional de Novela Rómulo
Gallegos en 1999. Ambos galardones concedidos de forma
unánime.
Pero ¿quién es Alberto Barrera Tyszka?,
esa voz que se asoma con fuerza en el presente y futuro de la
literatura venezolana que, rememorando a Roberto Echeto (2005),
parece que no va, como piensan algunos (o muchos,
lamentablemente), detrás del camión de la basura.
Trataremos de ofrecer algunas informaciones de este autor en los
próximos apartados de esta reseña.
De Alberto Barrera Tyszka se pueden decir muchas cosas.
Entre ellas que nació en Caracas en el año 1960 y
que es egresado de la Escuela de Letras de la Universidad Central
de Venezuela, en la que ahora se desempeña como profesor.
También se puede decir que es poeta (según Miranda
[1998], López Ortega [2005] y Rivas y García [2006]
perteneció a Guaire y a Tráfico, los grupos
más representativos y relevantes de la poesía
venezolana de los años ochenta), narrador, publicista,
guionista de cine y de telenovelas en Argentina, Colombia,
México y Venezuela (oficio con el cual se gana la vida,
muy a pesar de las limitaciones del género, denigrado por
muchos intelectuales) y columnista o articulista de prensa. De
hecho mantiene desde hace muchos años, desde 1996 para ser
más precisos, una columna de opinión que sale cada
domingo en el diario El Nacional.
Más que columnista o articulista, se puede decir
que Alberto Barrera Tyszka es un cronista. No en vano, autores de
la talla de Pacheco, Barrera y González (2006) sostienen
que este autor se mueve con acierto por los predios de la llamada
crónica política, pues cada domingo analiza con
humor e ironía la plena actualidad nacional, ofreciendo
como resultado final textos que se convierten en una
reflexión útil para leer e intentar comprender el a
veces, se trata de un optimista decir, convulsionado país
en el que vivimos.
Entre sus obras se encuentran la novela
También el corazón es un descuido (Plaza y
Janés, 2001), el libro de mini cuentos–poemas en prosa
Edición de lujo (Fundarte, 1990) y los poemarios
Amor que por demás (1985), Coyote de
ventanas (Monte Ávila Editores, 1993) y Tal vez
el frío (Pequeña Venecia, 2000).
Edición de lujo es un libro constituido por 61
textos en 62 páginas. En él se homenajea a
distintos escritores. Tal es el caso del guatemalteco Augusto
Monterroso, por razones más que obvias. Con su segundo
poemario, Coyote de ventanas (1993), se hizo acreedor de
una mención de honor del Premio Municipal de Poesía
de Consucre en 1987.
Sin embargo, hay un título que no se puede dejar
de mencionar en este apartado. Se trata de Hugo Chávez
sin uniforme: una historia personal (2005), la primera
biografía documentada del presidente venezolano de la cual
Alberto Barrera Tyszka es coautor junto a la periodista Cristina
Marcano. Hay que señalar que este libro ha alcanzado una
importante repercusión internacional, afirmación
que se sustenta en las diferentes reimpresiones y ediciones
realizadas por la Colección Debate de la editorial Random
House Mondadori.
De igual modo, cabe destacar que algunos trabajos de
Alberto Barrera Tyszka han aparecido en medios venezolanos y
extranjeros, tales como el prestigioso diario El
País de España, Letras Libres, Etiqueta
Negra y Gatopardo. A estas publicaciones hay que
agregar la novela La enfermedad, que será
traducida dentro de poco a la lengua francesa bajo el literal
título de Le malatie y distribuida por el sello
editorial Gallimard. Por cierto, La enfermedad ha sido
muy bien recibida en España, donde diarios como El
Cultural, ABC, La Vanguardia y El Punt, entre
otros, la han reseñado muy favorablemente
(http://www.globovision.com).
Historia(s) de La
enfermedad
La novela La enfermedad surgió a finales
del año 2003, cuando Alberto Barrera Tyszka trabajaba en
un volumen de cuentos o relatos cortos, uno de los cuales
creció y se le fue de las manos a su autor, según
él mismo señala (Sainz Borgo, 2006).
En esta novela, a juzgar por los señalamientos de
Mayobre (2006), se pueden identificar claramente dos historias
que tienen sus vasos comunicantes y que giran alrededor de un
médico internista llamado Andrés Miranda: la de la
enfermedad real, cuyo sujeto es Javier Miranda, quien siempre ha
sido un hombre sano, y la de la enfermedad ficticia o imaginaria,
cuyo sujeto es Ernesto Durán, quien se siente enfermo a
pesar de que los exámenes de laboratorio sostienen lo
contrario. Ahondemos al respecto.
En la primera de las historias, Andrés Miranda
descubre que su padre, Javier Miranda, un roble ya jubilado y
viudo desde hace muchos años, padece de un cáncer
terminal. Un desvanecimiento en su apartamento fue el detonante
para la realización de tomografías y otras pruebas,
exámenes que corroboraron lo que el hijo ya se
temía: múltiples lesiones sugestivas de una
enfermedad de carácter metastásico. La mueca del
radiólogo que le entregó las placas así se
lo indicó.
El viejo Miranda se entera algún tiempo
después de lo que le sucede, motivo por el cual cree que
su hijo, a quién él se dedicó en pleno desde
la muerte de su esposa, lo engañó al ocultarle lo
que pasaba. Después de esto, Javier Miranda cae en una
profunda depresión, lo que lo lleva a leer libros como
Morir con dignidad. La eutanasia discutida: la muerte
misericordiosa, de Hans Küng y Walter Jens, y a buscar
ayuda en un taller denominado "Aprender a morir".
También la rebeldía se pasea por el
apartamento de Javier Miranda. Consciente de que se está
muriendo, le pide a Merny, la muchacha de servicio: "…no
más dietas, por ejemplo. No quiero volver a comer
más nunca esa mierda de pollo sin sal y a la plancha.
Quiero aceite, quiero mantequilla, quiero dulces"…
No obstante, al final, en el momento definitivo de la
separación física, en la sala de un hospital, padre
e hijo se perdonan, se reconcilian y se acompañan. En ese
momento, a lo único que le teme Javier Miranda, para quien
ya abrir y cerrar los ojos es un dolor, un esfuerzo por encima de
la misma humanidad, es a morir en silencio y solo, ese silencio y
esa soledad que fueron parte de su reacción al conocer la
noticia de ese horror burocrático que es la enfermedad, de
ese peaje amargo por el que los dioses no se ven obligados a
transitar. Por eso, las manos de uno en las manos del otro, le
dice a su hijo que se quiere ir así, oyéndolo
hablar. A fin de cuentas, la vida no es más que una
casualidad, tal y como se empeñan en señalar
algunos personajes de la novela.
La segunda historia, por su parte, tiene como
protagonista a Ernesto Durán, paciente de Andrés
Miranda, pero que ya antes ha pasado por las manos de otros
médicos y que incluso ha experimentado con las
últimas tendencias de la denominada medicina alternativa:
la homeopatía amazónica, la sistémica.
También fue operado sin instrumentos por un chino que se
expresaba en portugués en Maracay, muy cerca de un
río. Y por si esto fuera poco, una hermana tarbesiana le
impuso las manos a la altura del abdomen mientras los dos estaban
inspiradísimos rezando el rosario, todo lo cual revela que
en La enfermedad, a pesar de los temas que se tratan, la
muerte para ilustrar uno, el humor también se encuentra en
muchas de sus líneas.
Ernesto Durán, quien se ha separado de su mujer y
vive solo, es un hombre que se siente profundamente enfermo, muy
a pesar de que el famoso perfil 20 afirme lo contrario. Todo
comenzó con una supuesta laberintitis, la cual fue curada
por el especialista respectivo. No obstante, Ernesto Durán
sigue sintiéndose enfermo. A fin de cuentas,
¿quién es el sujeto de la enfermedad?, se pregunta
no sin un asomo de razón. ¿El doctor? ¿O el
paciente?, allí sentado en el frío consultorio,
conversando de sus males con alguien que a veces ni siquiera
parece prestar atención.
Una sensación de fragilidad acompaña a
Ernesto Durán. Una sensación de debilidad general
lo agobia. Un escozor en la garganta es otro de sus
síntomas. Náuseas constantes, vómitos.
Pérdida del equilibrio, mareos. Palidez, súbitas
bajas de tensión. Sudoración fría, descenso
en la temperatura del cuerpo. Su enfermedad lo lleva a ser
despedido hasta de su trabajo. Desesperado intenta comunicarse
con su médico, Andrés Miranda. Va al consultorio y
nada, le dicen que no está, que lamentablemente tiene una
emergencia o que está en un congreso y no va a atender a
nadie durante los próximos siete días. Lo llama por
teléfono y se lo niegan. Vive en la urbe, mas su necesidad
de comunicación es tal que lo impulsa a buscar
obsesivamente la dirección electrónica de
Andrés Miranda y empieza a escribir distintos e-mails, los
cuales son respondidos por la secretaria del consultorio, de
nombre Karina Sánchez. Es a través de la escritura
como medio catártico y liberador que el personaje de
Ernesto Durán logra combatir su enfermedad imaginaria, la
cual va más allá de la mera hipocondría. Su
paranoia, pues. Así lo demuestran las siguientes citas:
"…Hasta que esta mañana, al despertarme, de pronto lo vi
todo clarito. Me hace falta escribirle, doctor. Aunque
esté decepcionado, aunque usted no me lea, a pesar de todo
me hace falta escribirle. Si me contesta, está bien. Si no
lo hace, tampoco importa. Que yo escriba es lo único que
me hace sentir mejor, lo único que en verdad necesito.
Antes, yo creía que uno escribía para los otros,
para que otra persona leyera. Ya no estoy tan
seguro"…
Al inicio de este apartado, señalamos que las dos
historias —la de la enfermedad real y la de la enfermedad
imaginaria— tienen vasos comunicantes, uno de los cuales es
el médico internista Andrés Miranda. Otro es la
urbe, la ciudad, ese espacio que es al mismo tiempo
alegría y penuria y que de acuerdo con López Ortega
(2005) está presente en buena parte de la
producción literaria de Alberto Barrera Tyszka; no
olvidemos que se trata de un autor que perteneció, como ya
se adelantó, a Guaire y a Tráfico. Como
también lo citadino, lo urbano se halla presente en otro
poeta generacionalmente contemporáneo con Alberto Barrera
Tyszka: Leonardo Padrón.
Pero no se trata de cualquier ciudad. No se trata de un
espacio geográfico impreciso, difuso. Se trata de Caracas,
la ciudad capital de Venezuela, la antigua sultana del
Ávila, la ex ciudad de los techos rojos. Los personajes de
La enfermedad manejan por la congestionada autopista,
transitan por la avenida Francisco Solano y beben en sus
clásicas tascas, suben al Ávila en
teleférico por la estación de Maripérez o
caminando por La Julia, Quebrada Pajaritos, Cotiza. Suben para
meditar sus cuitas. De hecho, hay una parte en que el narrador
señala que ese cerro que distingue a Caracas y que es su
esencia es como una especie de centro comercial al aire libre. En
suma, la ciudad es testigo de esos seres que llegan, pero
también lo es de esos seres que se van.
Sin embargo, así como Caracas es real,
también lo es en cierta forma el mismo país.
Andrés Miranda y su padre, Javier Miranda, se van hasta
Puerto La Cruz y toman el ferry con destino a Margarita. Pensaba
Andrés que la isla le ofrecería el momento para
hablar, pero siempre se termina hablando cuando uno menos se lo
espera. A Ernesto Durán lo opera un chino que habla
portugués en un río del estado Aragua, en las
afueras de Maracay. De manera tal que puede afirmarse que los
personajes de la novela se mueven por ambientes que existen y que
son reales.
Ahora bien, otro elemento interesante del asunto y que
se convierte en un acierto, es que Barrera Tyszka logra
intercalar, superponer o alternar ambas historias de una forma
tan natural y sin ningún tipo de rebuscamiento o
tecnicismo, que para el lector no resulta nada difícil
ubicarse en los diferentes momentos de las historias que se
relatan y tampoco resulta nada complejo entender que las dos
tramas forman parte de una: la de La
enfermedad.
El dilema de Andrés Miranda
Tal como se ha señalado con antelación,
Andrés Miranda es uno de los personajes más
importantes de la novela La enfermedad, puesto que sirve
de nexo a las dos historias ya descritas. Es el hijo único
de Javier Miranda, un hombre de unos 69 años
aproximadamente. Su madre falleció en un accidente
aéreo cuando era aún un niño, lo que motiva
la fobia que los Miranda le tienen a los aviones. Se encuentra
casado desde hace casi quince años con Mariana, con quien
tiene dos hijos.
Además, es médico internista de
profesión, aun cuando en varios pasajes del texto
cuestiona su vocación de médico ("…Apenas
comenzó a estudiar medicina, Andrés Miranda
entendió que su vocación no era pura. De alguna
manera, siempre se sintió incompleto, no tenía
él la misma pasión quirúrgica que los otros
estudiantes, le interesaban más las láminas y los
microscopios que las sesiones prácticas, le gustaban
más los pizarrones que los bisturís. Mientras sus
compañeros de estudio se desesperaban, ansiosos, deseando
llegar al momento de la práctica, Andrés
sólo quería postergar ese instante…").
Podría decirse que su existencia es normal, común,
hasta que recibe la noticia: su padre tiene cáncer, lo
cual sucede al inicio de la novela.
Volviendo al título de este apartado, el dilema
de Andrés Miranda es muy claro y se orienta hacia dos
direcciones. En primer lugar, él —que siempre ha
sostenido la tesis de que al paciente hay que hablarle con la
verdad por delante, defensor a carta cabal de la relación
de transparencia que debe establecerse entre el médico y
el enfermo— ahora se siente incapaz de comunicarle —o
confesarle— a su propio padre lo que tiene. Se siente
humanamente impotente, ya que no encuentra ni el momento oportuno
—si es que éste existe—, ni las fuerzas, ni
las palabras para hablar.
Y en segundo lugar, él —que siendo
médico internista se ha dedicado a lo largo de su carrera
a salvarle la vida a otros, o al menos a intentarlo—, ahora
que sabe que su padre tiene cáncer, no puede hacer
absolutamente nada por él. Sabe que es una sentencia que
tarde o temprano se ejecutará sobre la humanidad de su
padre, incluso con consecuencias físicas visibles. En este
punto, vale la pena mencionar que Javier Miranda, al enterarse de
su enfermedad e iniciar el tratamiento respectivo, empieza a ser
consciente de que su cuerpo ya no es su cuerpo, que en todo caso
habita una estructura dañada. Por eso siente que las
enfermeras, los médicos y hasta su nuera "…no le hablan
a él, conversan con su cuerpo, con ese otro al que hay que
tratar como a un niño idiota, con ese herido que apenas
puede mantenerse en pie, que muy pronto se derrumbará
definitivamente…".
Esta situación de la que hemos venido hablando,
el dilema de Andrés Miranda, se refleja en las siguientes
citas, tomadas del final de la primera parte y de la segunda,
respectivamente: "…Quizás en el fondo le indigna verse
tan débil, tan incapaz de manejar la situación. Lo
ha hecho tantas veces, con tanta otra gente, de maneras crueles,
sin ninguna piedad, además. Sintiendo que hacía lo
correcto, que la franqueza debía ser éticamente una
de las armas de la medicina. En cambio, ahora se veía
enredado en un circo de infinitas postergaciones"… "…De
pronto siente que la mano le pesa, que le cuesta sostener ese
retrato [la tomografía] en el aire. ¿Cuántas
placas como ésta ha visto? Demasiadas.
¿Cuántas veces se ha enfrentado a imágenes
tan definitivas? Hace mucho que perdió la cuenta. Con el
tiempo, sólo se suman las personas salvadas, las
excepciones. Los muertos llevan su cuenta aparte, se suman
solos"…
El "circo de infinitas postergaciones" al que alude uno
de los párrafos anteriores se rompe cuando de regreso a La
Guaira procedentes de Margarita, en el ferry, con las luces del
puerto visibles a lo lejos, con el olor de ese mar que mientan
Caribe, Andrés Miranda le confiesa a su padre, Javier
Miranda, que tiene cáncer. Lo hace en voz baja, "…porque
hay cosas que sólo pueden decirse en voz
baja"…
En suma, Andrés Miranda ni sabe ni se siente
capaz de enfrentar la situación y tampoco como
médico puede hacer algo por la vida de su padre. Esto
demuestra que los médicos no son dioses, que a lo mejor lo
parecen, pero son tan humanos como sus propios
pacientes.
De igual forma, el personaje de Andrés Miranda
siente miedo porque intuye que la enfermedad del padre le
quitará a los dos el privilegio de la palabra, de la
llamada por teléfono, de la conversación
dominguera, de la comida en el restaurante, de los mismos
recuerdos familiares. A este respecto, esta cita resulta
ilustrativa: "…Por primera vez piensa que la enfermedad puede
quitarle a él y a su padre algo que jamás
pensó: la conversación, la posibilidad de hablar.
La enfermedad también está destruyendo sus
palabras"…
En otro orden de ideas, también hay
crítica social y mucha poesía en esta novela. La
segunda, a lo largo y ancho de las 168 páginas que
conforman el texto. Apuntamos algunas muestras: "…El silencio
es un cuchillo que se hunde en el pellejo de la tarde. Ninguno de
los dos se atreve ya a abrir los ojos"… La frase ha sido tomada
de la segunda parte, cuando ya el viejo Javier Miranda conoce la
verdad sobre su estado y recibe en su apartamento la visita de su
hijo. Otro ejemplo: "…El viejo se quedó un instante en
silencio, como si le estuviera dando vueltas a la pregunta, como
si la pregunta fuera el hueso de un durazno bajo su
lengua"…
La primera, en el drama social de Merny, la muchacha de
servicio que trabaja dos días a la semana en el
apartamento de Javier Miranda. Merny, la que tiene dos hijos de
un hombre que los abandonó a todos y se regresó a
su tierra natal, Barranquilla, en la costa colombiana. Merny, la
que ahora vive con un hombre que no es el padre de sus hijos,
Jofre. Merny, la que para llegar hasta su rancho tiene que subir
cuatrocientos veintidós escalones. Merny, la que le
colocó a sus hijos nombres que suenan a futuro, a norte.
Nombres únicos: Willmer, Yurber. Merny, la del
resentimiento reflejado en las pupilas. De algún modo, su
drama social también es un tipo de enfermedad —de
cáncer— presente en el país y en buena parte
de la geografía latinoamericana.
De hecho, el escritor y el acucioso cronista
político de cada domingo desde 1996, fundidos en un solo
cuerpo y en una sola voz, apuntan: "…Andrés recuerda
ahora claramente esa anécdota (la vez en la que fue a
llevar a Merny a su casa porque uno de sus hijos se encontraba
enfermo). Estaban en plena campaña electoral. De regreso a
casa, escuchó unas propagandas políticas en la
radio. Había llegado la hora de los pobres, gritaba el
candidato de turno, mientras arengaba en contra de los viejos
partidos políticos y prometía un nuevo
paraíso"… De manera tal que la crítica social
queda servida, pues.
Para concluir, me gustaría formular una
invitación a los lectores para que se adentren en el
universo de La enfermedad, novela de corte intimista
tanto en su historia como en su lenguaje, que de alguna forma
recuerda ese magnífico relato de Laura Antillano llamado
La luna no es de pan de horno, con el cual esta
caraqueña ganó el Premio del Concurso Anual de
Cuentos de El Nacional correspondiente al año de
1977 (Rivas y García, 2006).
Alberto Barrera Tyszka, así como otros autores de
la talla de Juan Carlos Chirinos (El niño malo cuenta
hasta cien y se retira), Juan Carlos Méndez
Guédez (Una tarde con campanas), Milton Quero (el
padre de Nectario Medrano Rodríguez, el viejo corrector de
estilo que se enamora de una mujer casada con un ganadero de la
Costa Oriental del Lago de Maracaibo, de nombre Misleidy Graterol
de Urdaneta) y Federico Vegas (con esa expedición a bordo
del Falke que tenía como propósito el derrocamiento
de Juan Vicente Gómez), constituye una muestra fehaciente
de que la literatura venezolana sí existe y de que la
llamada renovación de autores nacionales no es un asunto
de mera ficción. Tampoco lo es la presencia de diferentes
editoriales públicas y privadas interesadas en dar a
conocer lo que aquí se hace en materia de letras. Es una
muestra, además, de que algunos escritores del patio
empiezan a cosechar logros importantes dentro y fuera de nuestras
fronteras. Bien que vale la pena, entonces, leerlos. Es lo menos
que como venezolanos podemos hacer.
Referencias
Barrera Tyszka, A. (2006). La
enfermedad. Barcelona: Anagrama. Narrativas
hispánicas.
Echeto, R. (2005). "La literatura venezolana no
va detrás del camión de la basura". En: Papel
Literario de El Nacional. Caracas:
Venezuela.
Editorial Alfa. "Alberto Barrera Tyszka ganador
del Premio Herralde de Novela". Disponible en:
http://www.ficcionbreve.org (consulta en línea: 2006,
noviembre 24).
Periodista Digital. "El venezolano Alberto
Barrera Tyszka obtiene el Premio Herralde de Novela por La
enfermedad". Disponible en:
http://blogs.periodistadigital.com (consulta en línea:
2007, marzo 11).
Editorial Anagrama. "La enfermedad".
Disponible en: http://www.anagrama-ed.es/titulo/NH_402 (consulta
en línea: 2007, marzo 11).
Globovisión. "La enfermedad de
Alberto Barrera Tyszka será publicada en francés".
Disponible en: http://www.globovision.com/news.php?nid-49076
(consulta en línea: 2007, marzo 11).
López Ortega, A. (2005). "Novísima
cuentística venezolana: de la orfandad a la
revelación". En: Zona Tórrida, 38. Revista
de Cultura de la Universidad de Carabobo. Valencia: Universidad
de Carabobo.
Miranda, J. (1998). El gesto de narrar.
Antología del nuevo cuento venezolano. Caracas: Monte
Ávila Editores Latinoamericana.
Mayobre, E. (2006). "La enfermedad". En:
El Nacional, cuerpo A, pág. 8. Caracas:
Venezuela.
Pacheco, C., Barrera, L. y González, B.
(2006). Nación y literatura: itinerarios de la palabra
escrita en la cultura venezolana. Caracas: Editorial
Equinoccio, Universidad Simón Bolívar.
Rivas, R. y García, G. (2006).
Quiénes escriben en Venezuela. Diccionario de
escritores venezolanos (siglos XVIII a XXI). Caracas:
Venezuela.
Sainz Borgo, K. (2006). "La enfermedad
de Barrera Tyszka llegó a Madrid". En: El
Nacional, cuerpo B, pág. 10. Caracas:
Venezuela.
Autor:
Prof. José Rafael Simón
Pérez
(UPEL-IPC)