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Sentimientos




    Sentimientos – Monografias.com

    Sentimientos

    El día martes 25 de febrero de 1981 a las 15
    horas en la ciudad de Guatemala, más o menos a la altura
    de la diagonal 14 y colonia Vivibien de la zona 5, fue vilmente
    asesinado el Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales:
    Mario Arnoldo Castro Pérez; fue interceptado por
    motoristas quienes bañaron su vehículo con balas de
    grueso calibre, luego huyeron.

    Era mi esposo, laboraba como Asesor Jurídico de
    la Universidad de San Carlos de Guatemala e impartía
    docencia en la facultad de Derecho de la misma. En ese entonces
    era de los organizadores de la campaña para Rector
    Magnífico del posteriormente malogrado Dr. Mario Dary. Mi
    esposo contaba apenas con 33 años de edad, se sumaba al
    mar de sangre que inundó nuestra patria en aquellos
    aciagos días, ya era parte de la ofrenda de los 42275
    víctimas entre hombres, mujeres y niños que se
    menciona en estudios sobre el costo de la violencia durante el
    conflicto armado en Guatemala que teñiría de rojo
    nuestro suelo.

    Con frecuencia se hace memoria de los mártires de
    nuestra Guatemala y busco en los periódicos en el mes de
    febrero de cada año alguna referencia a su nombre, pero
    siempre es igual, no hay notas que recuerden su preclara y corta
    vida, como tantos guatemaltecos incógnitos que fueron solo
    una nota amarilla en los noticieros. Quizá por justicia
    anónima, el día 25 de febrero fue declarado en
    nuestro país conmemorativo de las victimas del conflicto
    armado. Por mi parte, también enterré con su
    cuerpo, mis ansias de venganza, un impulso primario; mi conciente
    daba paso solo al dolor con la profunda herida del alma cuya
    sangre no se ve, no se toca, lastima y deja tan solo la cicatriz
    que como tal no habrá de borrarse aunque el tiempo lo
    intente; cicatrizó con tejido humano social, con queloide
    de agresividad, entendida ésta como la fuerza que me
    impulsa en estos momentos a expresar el testimonio de vida que
    escribo. ( vale la pena señalar que aún hay
    periodistas que intentan tener vigente el tema, tal es la nota de
    la periodista Marielos Monzón, titulado "Contra el Olvido"
    de fecha 12 de enero del 2010 publicado en Prensa Libre y entre
    lo que comenta afirma que "de más está repetir las
    cifras escalofriantes de los asesinados, masacrados, torturados y
    desaparecidos durante el terrorismo de Estado de
    Guatemala…el estado de Derecho solo puede construirse a
    partir de la justicia, que requiere indefectiblemente de la
    verdad…oculta en los archivos que han sido mantenidos en
    secreto, como parte de la estrategia de impunidad
    histórica en nuestro país. Detrás del
    secreto de Estado se cobijan quienes aplicaron el terror y la
    muerte como arma para combatir las ideas…los planes fueron
    diseñados y escritos por quienes tenían la absoluta
    convicción de ser intocables e impunes". Su comentario es
    a raíz del plazo que tenía la Comisión de
    Desclasificación de los archivos militares del
    período comprendido entre 1954 y 1996 creada por el
    presidente de la república Álvaro Colon en marzo
    del 2009. Pareciera una luz pequeñita en el camino de la
    justicia tan perdida en nuestra tierra)

    Ante el escenario de dolor que me tocó vivir,
    decidí colocar a mis recuerdos, un candado, de esos que
    tienen clave con la esperanza de olvidar la combinación.
    Colocarlos muy al fondo en los anaqueles de la memoria y quise,
    sin lograrlo del todo, cerrar un círculo, enterrar las
    heridas que habrían de marcar quisiera o no, la existencia
    mía y la de tres ángeles de inocente resplandor que
    a modo de custodios quedaran a mi lado. El, estará sin
    duda alguna, en un lugar especial, talvez reunido con el Dr.
    Mario Dary, Lic. Carrillo Reeves, Lic. Monzón Paz, Lic.
    Palacios Motta, Lic. Tuch Orellana, Emilio Escobar líder
    sindical y tantos otros que fueron vilmente asesinados por
    sicarios pagados por un sistema de gobierno secuestrado por
    militares y cúpulas económicas de poder cuya alma
    envenenada por la avaricia revoloteaban como aves de
    rapiña en aquellos días el cielo azul inmenso de
    nuestra tierra, especialmente, ámbitos de la Universidad
    de San Carlos. Dejaban el alma Mater huérfana de
    líderes; algunos se expatriaron voluntariamente ante la
    amenaza inminente de correr la misma suerte.

    Recientemente leía en la revista "D"
    número 273 de Prensa Libre del 27 de septiembre del
    año 2009 la entrevista que le hiciera Juan Carlos Lemus al
    narrador, poeta y ensayista Mario René Matute
    García-Salas. Me sobrecoge leer sus declaraciones
    ¡las siento tan actuales! Trascribo unos párrafos de
    la misma por lo emblemático que llega a ser su experiencia
    y que forma parte de un pasado fresco y lastimero de una
    Guatemala cautiva. A la pregunta del entrevistador:
    ¿cómo fue su salida al exilio? Responde: -me fui en
    1980 porque las amenazas llegaron a ser muy fuertes. Mi esposa
    recibió tres cartas del grupo paramilitar: LA
    MANO…aparecía en una lista de amenazados y varios
    de esos amenazados empezaron a ser
    asesinados…contesté el teléfono. Me pusieron
    un sonido de agua y en el fondo se oían risas
    sarcásticas, quejidos, lamentos humanos que daban
    miedo…ese mismo día nos persiguió un
    picop…era 1980. El 17 de julio de ese año mi mujer
    recibió una llamada. Era para decirnos que habían
    asesinado a mi hijo mayor, al hermano de Ilonka, a Mario
    René; lo asesinaron en la casa de su abuela. Y yo sin
    poder volver. En 1984 nos fuimos a México." Fin de la
    entrevista.

    El miedo era ya una pandemia, muy parecida al horror que
    ahora sentimos ante el ángel oscuro que ronda nuestras
    vidas vestido de jóvenes imberbes, que cual artistas
    gráficos elaboran graffiti en las paredes, disparan un
    arma de fuego o te tocan el vidrio del coche para asaltarte con
    patrones de moral propia donde no cabe el respeto de si mismos y
    menos aún de la vida de los demás, cara y cuerpo
    señalado de tatuajes o niñas adolescentes con
    lágrimas y puntos esculpidos cuyo significado es
    tenebroso.

    En aquellos años, 1978 al 84, a lo mejor un poco
    más, las graduaciones de profesionales en la Universidad
    del pueblo, se hacían a puerta cerrada, no cabían
    los actos públicos pues todos temíamos estar en las
    famosas listas del archivo militar o policial por el simple hecho
    de ser San Carlistas o expresar inconformidad ante un sistema de
    gobierno militarista donde la estafeta presidencial era alternada
    entre ellos mismos y legitimada con elecciones fraudulentas
    perpetuando los beneficios del autoritarismo (entendido este como
    el privilegio del mando sobre las instituciones y los consensos)
    hacia los mismos grupos de poder económico a costa del
    bienestar del mayor porcentaje de nuestra población. Muy
    atrás quedaban las conquistas logradas en el gobierno del
    Dr. Arévalo Bermejo. Pero quizá resonaba en el aire
    guatemalteco una voz suave, cálida, culta, eterna y serena
    que en abril de 1951 dijera "toda la riqueza de Guatemala no vale
    lo que valen la vida, la libertad, la dignidad, la salud y la
    felicidad del mas humilde de sus ciudadanos" que aún
    encendía la llama de la esperanza en aquellos hombres y
    mujeres que entregaban su vida con la ilusión de una
    Guatemala mejor. (Conflicto armado)

    En estos días, he sentido el impulso de revisar
    archivos viejos del alma, traer a mi conciente aquella ignominia
    que quise dejar atrás, abrir el candado del que aun
    recuerdo la combinación de números, 25281 y
    allí está. Me introduzco temblorosa, vacilante, con
    miedo; en otras oportunidades lo intenté y los fantasmas
    alborotados que se encuentran en esa dimensión se
    agolpaban queriendo ser primeros en salir, en hablarme de dolor y
    muerte. Escucho entonces de nuevo los lamentos, las condolencias
    y entre lágrimas a mi padre debutar con la asesina
    silenciosa, a quien por cierto, alguna vez le dedicara un poema
    (La Diabetes) caer al suelo; dos pequeños ángeles
    pegados a mi regazo, recordando acaso que su suerte
    dependía de mi fortaleza. Cuántas veces
    cerré el candado de golpe huyendo hacia el refugio del
    tiempo y de la realidad que me abrazaba con frialdad. Me
    introduzco más, un estribillo de música triste
    golpea entonces una realidad olvidada:

    "Se busca, se busca, se busca

    ¡Nazareno se le busca!

    Eso dice el murmullo de las
    hojas

    Eso dice el oleaje de las
    aguas.

    Se busca, se busca, se busca

    ¡Nazareno se le busca!

    Eso dice lo inerte

    Lo repite la naturaleza.

    Los hombres perdieron el
    camino

    Necesitan tu luz

    La luz que al mundo
    iluminó

    La luz que ya no ven brillar

    Los árboles bordean el
    camino

    Por donde te esperamos gran
    Señor

    La violencia acampa aquí y
    allá

    Y tú no estás
    aquí

    ¡Los hombres no te
    buscan!

    ¡Los niños no
    sonríen!

    ¡Las madres no son
    madres!

    ¡Los ríos cementerios
    son!

    ¡Desciende ya, tu tiempo ya
    llegó!

    Que no se oiga más

    Se busca, se busca, se busca

    ¡Pues tu tiempo llegado
    es!"

    Abril, 1981

    Sigo incursionando, ya no huyo, estoy serena y reviso
    más hojas amarillas por el tiempo. Me detengo en los
    recuerdos, todo esta allí, vivo, fresco, doloroso;
    encuentro otra vieja partitura ¡no puedo creer que
    aún esté completa! el papel de la memoria la ha
    vuelto borrosa, uso un lente especial de mi nervio óptico
    que conecta directo a la frágil escritura que amenaza con
    sombras de olvido hacer imposible su lectura. Es otro canto
    triste cuya música aún escucho, estribillo de
    lamento que dedicara en una noche agónica de marzo del
    año 1981 y cuya letra reza:

    "No es que te quiera menos,
    señor.

    Que hoy no pueda cantar.

    Son estas noches tan
    frías

    Que me doy cuenta, que él ya no
    esta.

    Me diste en esta tierra, un amor tan
    bonito,

    Pero tu cielo con sus brazos de
    tiempo,

    Un día vino y a ti te lo
    llevo.

    Por la violencia de nuestra
    patria

    Subió a los cielos,

    Ni aun las hojas del árbol
    viejo,

    Caen al suelo si no es por ti.

    Y no es que te quiera menos,
    señor,

    Es que hoy no puedo cantar"

    Era una forma de enviar a mi interior, un mensaje de
    lógica barata para aceptar lo inaceptable. Mi
    espíritu, en solitario coloquio, amanecía con las
    tenues luces de las madrugadas; recorría la sala triste
    donde aun su alma vagaba entre libros viejos y nuevos,
    allí estaba el Libro de Oro del Declamador, la
    colección enciclopédica de Cabanellas, los
    clásicos griegos cuya lectura marcaron su vida.
    Tenía dichos que hacía suyos como por ejemplo "solo
    es útil el conocimiento que nos hace mejores"
    Sócrates. "Que importa saber lo que es la recta, si no se
    sabe lo que es la rectitud" Séneca. Cultivaba su cultura
    con ahínco. Su extracción humilde era compensada
    por la inmensa riqueza de su preclara sabiduría amasada
    cual fortuna en los anaqueles rústicos de bibliotecas
    públicas como la municipal de Puerto Barrios donde
    laboró como encargado a los 15 años en sus ratos
    libres; cursaba el segundo básico. Fue allí donde
    tuvo oportunidad de enriquecer su espíritu con buenos
    libros cultivando su oratoria y dotes de poeta. Me decía
    que la lectura de los autores como Platón, y otros
    pensadores que vivieron incluso antes de Cristo habían
    templado su espíritu. "El necio al punto descubre su
    cólera, el sabio sabe disimularla" Salomón. Hubo
    muchas citas que ya no se leen en esta caja de recuerdos,
    están borrosas por lo que no me esforzaré en
    escribir más refranes añejos.

    Los ángeles dormían, incapaces de saber
    cuánto afectaba la vida de cada uno, la ausencia abrupta
    de su padre. Mis ojos secos de llanto recorrían aquellas
    caritas de porcelana cuyas edad}es alcanzaban apenas los 4
    años, 2 años y el pequeño bebé de 5
    escasos meses que le sonreía cada mañana al
    despertar. No hubo palabras de consuelo que aplacaran la herida
    que su cruel partida nos inflingiera y no por falta de voluntad
    de las personas que nos acompañaron sino por que nosotros,
    solos, debíamos beber las sendas copas de amargura que esa
    parte de la sociedad dedicados al sicariato (tan de moda en este
    tiempo) nos hicieron apurar.

    El luto riguroso que cubrió mi cuerpo, no era
    simbolismo social, sino una imperiosa necesidad de entrar un poco
    en la oscura noche que nos envolvía.

    Una semana después de su muerte, con el
    pensamiento puesto en la respuesta que daría a mis hijas
    sobre el paradero de su padre, me hizo tomar una decisión
    cuya crudeza podría impactar a alguien de mis allegados
    por lo que a solas esperé que el día sábado
    llegara. Muy de mañana, acomodé a las
    pequeñas y al bebe en el pick-up Toyota 1000 modelo 1975
    que usaba en ese entonces, allí cabíamos
    perfectamente dada la pequeñez de sus ocupantes. Enfilamos
    sin prisa, ellas expectantes, confiadas, conduje los 2, a 3
    kilómetros que nos separaban del cementerio "Los
    Cipreses". En ese lugar, me sentí por breves momentos en
    paz, el clima tibio de la mañana y el silencio me
    hacía percibir el suave murmullo de las hojas de los
    árboles y el trinar de cientos de pajarillos que
    hacían su nido en las copas. El vehículo
    parecía deslizarse por sí mismo, bajando la
    intrincada y ganchuda pendiente. Las niñas emocionadas,
    con los ojos muy abiertos estaban atentas y quietas, el bebe
    dormía, les había dicho que nos dirigíamos
    al lugar donde su padre había de estar. Aparqué el
    vehículo y fui ayudándolas una a una a salir,
    caminamos por el corto sendero, ellas llenas de alborozo
    correteaban por delante, llegamos a la tumba aún llena de
    flores viejas y coronas secas; la fría y brillante
    lápida de mármol verde recién había
    sido colocada. Las pequeñas no sabían leer y menos
    informadas habían de estar sobre lo que era un cementerio,
    dada su cortedad; esa certeza, me llenó de valor para dar
    el siguiente paso que para mi alma lastimada sería
    decisivo en la vida de nuestra familia. Con el bebe en los brazos
    nos paramos frente a la tumba gris de tres nichos,
    señalándoles con mi mano la verde lápida,
    pidiéndoles a cada una que colocara su manita en ella y
    tocara pues por allí se había ido su padre. La
    mayor ya de 4 años a quien afectaba más la
    ausencia, clavó sus ojitos en los míos y con voz
    trémula dijo -¿cuándo vendrá?- yo
    respondí: -no, nosotros iremos con el-
    ¿Cuándo?-balbuceó -un día-
    respondí llenando mis pulmones de aire pues creía
    que desfallecía, ellas siguieron correteando entre las
    tumbas nuevas del cementerio de moda, el bebe dormía,
    húmedo el rostro de mis lágrimas que caían
    sin hacer ruido sobre su cuerpecito de seda. Fue así como
    íbamos cada 2-3 días, cada semana, cada mes, cada
    cumpleaños, hasta el día de hoy casi cada
    año y aún no vamos con el. Las niñas
    deseaban leer, sobre todo, la segunda, decía que
    quería aprender y hacerlo bien para saber lo que
    decía el libro abierto que estaba en la lápida de
    su padre. Un día de tantos, pudo hacerlo y repetía
    una y otra vez la leyenda que dice así:

    "De nuestro hogar, se apartó tu
    presencia, pero nuestro amor y recuerdo te seguirá para
    siempre y cuando llegue el ocaso de nuestras vidas también
    vendrá la dicha de unirnos en la eternidad." Con amor: tu
    esposa e hijos.

    Lo repetía una y otra vez, no se cuánto
    comprendía, pero se que en los genes llevaba la casta de
    poeta de su padre. La leyenda no es original pero me
    parecía que expresaba y aún expresa un sentimiento
    vivo y permanente a través del tiempo.

    Mario Arnoldo Castro Pérez fue un mártir,
    su muerte prematura puso fin a los sueños de un
    guatemalteco, un padre, un profesional, un esposo, un amigo, un
    compañero. Su delito fue identificarse con un pensamiento
    social de izquierda lo cual se manifestaba en algunas piezas de
    oratoria donde exaltaba a un Salvador Allende en Chile o a un MAO
    TSE TUN en China. Su discurso se enfocaba hacia la justicia
    social como un camino hacia la verdadera libertad del hombre.
    Recuerdo que conocí al Presidente de Chile Salvador
    Allende por el discurso de exaltación que le dedicara,
    aquellas palabras que le oí decir una y otra vez: "Ya te
    vi Pinochet" y esto me trae a la memoria la actuación
    documentada de hombres ciudadanos del mundo como el otrora
    embajador de Suecia Harald Edelstam en nuestro país y
    luego trasladado a Chile donde se sabe, salvó a cientos de
    personas condenadas a morir en el famoso Estadio Nacional de
    Santiago de Chile en los años 70. La película
    documental "El Clavel negro" sitúa su valiente y decidida
    participación. Las masacres que se dieron en nuestro medio
    durante el conflicto armado necesitaban de hombres como este
    Embajador pero nuestros hermanos no tuvieron esa suerte que cual
    ruleta marcó el destino hacia Chile.

    La vida de Mario estaba marcada por la zozobra, la
    angustia, la injusticia, la maldad de hombres que se negaron a
    aceptar su derecho a disentir así como a aceptar que
    nuestro derecho termina donde comienza el del otro. Alguien
    decía muy acertadamente: "Puedo no estar de acuerdo con
    tus ideas, pero gustoso daría mi vida por que puedas
    expresarlas." La esperanza de que la sangre de los
    mártires no halla sido derramada en vano estará
    vigente a través del tiempo.

    Fueron sus padres don Paulino Castro (descendiente de
    los primeros Castro que poblaron el pueblo de Morales, Izabal) y
    doña Rosalía Pérez originaria de Chiquimula.
    Terminó los estudios básicos en el INVO de la
    ciudad de Chiquimula y el diversificado en el INVAL de la de
    Antigua Guatemala donde fue becado por el Estado de Guatemala
    graduándose de Maestro de Educación Primaria
    Urbana. Entre sus múltiples preseas, cuenta haber sido
    poeta laureado en la salutación a la reina del INVAL de
    Antigua, 2º. Lugar en el concurso de Oratoria organizado por
    la facultad de Derecho de la ciudad de Quetzaltenango a nivel
    centroamericano y otras que ya no recuerdo. Publicó un
    poemario auspiciado por la Asociación Mutualista de
    Empleados del IGSS. En la Universidad, fue Secretario de
    Organización de la Asociación de Estudiantes "El
    Derecho" de la facultad de Derecho. En lo laboral, fue Secretario
    de Conflictos en el Sindicato de trabajadores del IGSS. Estuvo
    becado por OIT en la Universidad de Georgetown, Estados Unidos en
    el año 1978, viajó a Panamá y Venezuela en
    viajes patrocinados por la Organización Internacional del
    Trabajo.

    Cuando cegaron su vida, laboraba como Asesor
    Jurídico de la Universidad de San Carlos y por las noches
    daba cátedras en la facultad de Derecho de la misma
    universidad. En 1978 obtuvo el grado académico de
    Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Abogado y
    Notario siendo su Tesis de graduación: "El derecho de
    inamovilidad de los trabajadores del Estado en cargos de
    elección sindical"

    Lo conocí en el año de 1975, contaba 28
    años. Eran días convulsos, por una parte la
    enfermedad de su madre, su fallecimiento y en él el deseo
    de formar una familia. Nos casamos el 2 de enero de 1976 con la
    ilusión de dos seres que para entonces se consideraban a
    sí mismos maduros y que podían comerse el mundo.
    ¡Qué equivocados estábamos! En una de
    nuestras largas conversaciones durante el tiempo que aún
    no teníamos hijos me enteraría de otros pasajes de
    su vida. Parecía que el destino le jugaba constantes
    malabares, la muerte rondaba su vida pero aún le faltaba
    vivir precipitadamente otras experiencias antes de partir
    definitivamente a ese viaje sin retorno.

    Antes de relatar uno de los más dramáticos
    episodios de su existencia comento que en el año de 1972,
    gobernaba Guatemala, el coronel Carlos Arana Osorio, ex
    comisionado militar de Zacapa responsable de la ofensiva de la
    Sierra de las Minas en 1966 cuyo efecto se tradujo en
    detenciones, torturas y asesinatos de campesinos en la zona a fin
    de que les ayudaran a localizar los focos de insurgencia. Se
    calcula que fueron más de 8 mil muertos entre la
    población civil en el oriente de la República y los
    cuadros urbanos insurgentes, esto es mencionado en el libro
    "Imaginando la Violencia" de la Procuraduría de los
    Derechos Humanos. Se vivía en Guatemala la guerra interna
    que duraría 36 años.

    Nuestros caminos no convergían; por un lado, no
    fui proclive a tomar partido hacia posiciones en conflicto,
    debía resolver mi propia guerra. Yo provenía del
    interior de la república, sin más bienes que un
    título de educación media y uno de Enfermera
    profesional bajo el brazo era l970, debía abrirme paso,
    conquistar la ciudad sin que ella me conquistara antes; esto no
    es excusa para estar fuera de lo que ocurre a nuestro alrededor y
    sin embargo, muchos escenarios me eran desconocidos.

    Su relato lo ubico más o menos en el año
    1972, posiblemente en el mes de marzo. Abordó la camioneta
    número 7, a la altura de la l5 avenida y calzada
    Roosevelt, se dirigía a la universidad. El bus llevaba
    estudiantes que iban a las diferentes facultades, en ese tiempo
    era la única casa de estudios superiores que
    existía; llevaba consigo un ataché negro donde
    guardaba los apuntes, lapiceros y toda clase de enseres de un
    estudiante. Acostumbraba, dada su tendencia a moverse
    constantemente, hacer garabatos en las hojas cuando no estaba
    interesado en tomar notas durante las clases y esas hojas estaban
    también allí. A la altura de la pasarela Roosevelt
    el bus fue interceptado por dos radiopatrullas de la
    policía nacional, agentes de la mal recordada Judicial
    empezaron a disparar a diestra y siniestra dentro del
    autobús dejando muchos estudiantes muertos; Mario
    saltó de sillón en sillón evadiendo los
    certeros disparos. Llegó a la puerta trasera desde donde
    se lanzó a la calle, la gente empezó a congregarse,
    la policía no se atrevió a dispararle frente a la
    multitud, golpeándole sin misericordia. Fue introducido a
    la radiopatrulla aparcada a pocos metros y enfiló. Hubo
    personas que tomaron el número de la patrulla donde fue
    conducido poniéndose en contacto con su
    familia.

    El vivía con su madre ya anciana y enferma
    más dos sobrinos menores de edad. Con total ventaja y
    alevosía fue llevado a los separos policíacos
    ubicados en la 6ª. Ave. Y 14 calle de la zona 1, lo
    despojaron de su ataché negro, fue desnudado y golpeado de
    nuevo e introducido en los sótanos del edificio donde
    funcionaba la central de la policía nacional, un
    lúgubre lugar llamado en el caló policial y
    lenguaje coloquial "la tigrera" Allí fue dejado a merced
    de unos hombres torvos, sanguinarios encargados del supuesto
    interrogatorio, le aplicaron torturas que por la crueldad de las
    mismas baste con la mención, él escuchaba en los
    alrededores de la celda en la que se encontraba, llanto, gritos,
    súplicas agudas y graves que denotaban hombres y mujeres.
    Fue dejado por breves instantes en compañía de un
    agente policial que intentaba conversar con el en forma
    conciliadora, le decía palabras suaves y se
    compadecía de lo que estaba viviendo. Le decía:- lo
    están tratando muy mal, usted debería colaborar y
    así ya no lo golpearán- Mario sangraba, el rostro
    desfigurado por los golpes y aún faltaba más. No
    podía responder. Llega de nuevo el equipo del
    interrogatorio, palabras soeces. –empecemos de nuevo,
    veamos qué significan las claves que tenés en las
    hojas ¡a quienes va dirigido, dame nombres, nombres, diez
    por lo menos!- golpe- la sangre cubría su pecho los
    dientes delanteros habían saltado como canicas, ya no
    podía ver, la hinchazón de los párpados
    habían cerrado sus ojos. Cuánto le sirvió su
    estoica formación, se concentró cual si fuera un
    faquir y me relataba que ya no sentía nada, no
    había dolor, tristeza, angustia, nada a pesar de que la
    agresión continuaba en forma intermitente. No
    podría precisar cuanto tiempo duró aquel tormento.
    Fueron tres días en aquella celda oscura donde los gritos
    de las otras personas parecían salir de las paredes como
    fantasmas de una película de terror. Mientras tanto, su
    madre contactó a Chepe, su hijo mayor, era 13 años
    mayor que Mario y como una paradoja de mal gusto, era Concejal de
    la Municipalidad de Puerto Barrios militante del mal recordado
    MLN. Sin embargo, esa fue la tabla salvadora. Inmediatamente
    inició la búsqueda de su hermano, interpuso
    recursos de exhibición personal que no daban fruto, era
    negada la captura, fue buscado en los cuerpos policíacos,
    no había información. Vienen a mi memoria, detalles
    que siento que me los dijo ayer. Al Congreso de la
    República, había llegado un Diputado temido en la
    propia Policía Nacional cuyo nombre, lamentablemente es un
    homónimo de un gran hombre. El Diputado en
    cuestión, era querido por muchos, despreciado por otros de
    él se decía que era sanguinario, que nadie
    podía oponérsele pues cobraba ojo por ojo,
    tenía su propia ley e imponía sus propias condenas,
    dueño de grandes extensiones de tierra en el oriente del
    país. Se decía que llamó personalmente al
    Director General de la Policía después de que fuera
    negada toda participación en la captura y bajo un
    apercibimiento poco ortodoxo exigió la aparición.
    Continuaron negando su captura y le ofrecieron que él
    pudiera llegar personalmente a revisar incluso el Palacio de la
    Policía Nacional. Mientras tanto, Mario llegaba a su
    tercer día de agonía, no sabía si era
    día o noche; oye pasos, son agentes que le traen su ropa,
    le piden que se vista que será llevado a una
    presentación. Caminó entre los agentes hasta llegar
    a una oficina. Tras el escritorio de madera estaba sentado un
    oficial que parecía de rango superior, quien lo observaba
    con una mueca de sonrisa, al acercarse lo vio conciliadoramente
    –le dieron duro, amigo- fueron sus palabras –solo un
    poco, pero me han tratado bien- balbuceó; seguidamente el
    tipo le entregó su ataché negro, sus papeles y la
    cantidad de Q30.00 luego le dijo –puede irse, está
    libre- aquí, pensó-llegó mi fin, ¡me
    van a disparar por la espalda!- eso era común, le dicen
    "ley fuga" se dirigió lentamente por el camino que le
    indicaban por aquellos sótanos oscuros del famoso recinto
    policial, que si hablar pudiera y no se corrompiera
    tendría muchas historias de terror que contar; las piernas
    llenas de moretes al igual que la espalda y el abdomen dejaron de
    dolerle, solo esperaba el tiro por la espalda, rezaba, el camino
    le pareció eterno, no volvió la mirada solo
    caminaba , un viejo reloj, marcaba las 9 de la mañana. Lo
    apuran, escucha el ruido de fusiles o carabinas cargando, el
    golpe de las botas en el piso de piedra que por la
    acústica de las paredes era más prolongado, sus
    pasos sin embargo, eran imperceptibles, un agente abrió la
    pesada reja, ya no hubo agresiones, allí se dio cuenta que
    estaba en la 14 calle y 6ª. Ave. "A" de la zona 1,
    avanzó hacia la 7a.Avenida con dirección sur,
    empezó a sentir una explosión de adrenalina que lo
    hizo caminar con prisa y decirse -¡no me mataron, no me
    dispararon, estoy libre!- En la esquina siguiente estaba ubicada
    la clínica dental de la Dra. Chacón tocó el
    timbre, ella no tenía secretaria, la vio palidecer, lo
    atendió con empatía, no le cobró la consulta
    y le colocó unos dientes de resina temporales, Mario se lo
    pidió pues no quería que su madre lo viera
    desdentado. Por ese mismo rumbo, había una
    peluquería de la cual no recuerdo el nombre, allí
    lo acicalaron un poco, lo maquillaron y así se condujo al
    encuentro de sus seres queridos. Mientras esto sucedía, el
    Diputado acompañado del Director de la Policía y
    Jefes Medios así como el Concejal del MLN de Puerto
    Barrios, Chepe, hacían un recorrido por el palacio de la
    Policía, constatando efectivamente que Mario no se
    encontraba detenido y que nunca fue apresado. Esta dura
    experiencia no restó en su espíritu los ideales de
    justicia, equidad, y empatía por los sin voz, como
    él les llamaba. Durante su relato hubo muchas pausas, la
    voz se le cortaba a ratos, nos acompañaba en la
    lejanía el sol de la tarde que parecía hundirse de
    pena entre las aguas del lago de Atitlán. Estábamos
    de Luna de Miel.

    Nuestra primera hija nació el 22 de enero de
    1977. El día que supe que en mi cuerpo estaba creciendo un
    nuevo ser me es imposible describir con palabras la profunda
    emoción que me embargaba y a la vez el temor de no ser
    capaz de hacerme cargo de una responsabilidad tan grande, la vida
    de otro ser. Tuve mucho miedo, pero ser madre fue la experiencia
    de vida más grande y que me hace pensar que ninguna otra
    de mis actividades realizadas ha tenido mayor relevancia que el
    continuo estudio de la carrera de mamá que solo
    terminará con la muerte. El hecho de haber traído
    al mundo nuevos seres justificaría mi existencia si
    algún día cualquiera me hiciera la pregunta:
    ¿A qué vine o para qué estoy en este mundo?
    La niña llenó con su luz todos los rincones de
    nuestra vida. Mario se veía en ella, le brindó todo
    su amor y entrega durante los cuatro años que tuvo la
    dicha de estar junto a nosotras; dos años después,
    nacería la segunda hija, un 18 de enero del año
    1979 su nacimiento venía acompañado de angustia,
    pena y mucho dolor. Yo quería que naciera por vía
    natural y esperé pacientemente los dolores, esa noche, mi
    madre nos acompañaba en casa, los dolores se hacían
    más fuertes cada 4 a 5 minutos. El Obstetra me
    indicó ingresar de inmediato a lo que en ese entonces se
    llamaba casa de salud del Empleado Público y que
    funcionaba en el hospital Roosevelt, lamentablemente se nos
    informó que no había agua y no estaban recibiendo
    pacientes. El Dr. Reynoso recién había culminado su
    residencia de Obstetricia, fue mi maestro y le tenía mucha
    confianza pero era de sus primeras pacientes privadas y para
    colmo, no le iba a pagar, nos refirió a un sanatorio que
    estaba frente a la policía nacional en la 6ª. Y 14
    calle de la zona l llamado Sanatorio Español. Ahora me
    parece grotesco pensar que frente a ese edificio de la
    policía de ese entonces que tanto daño hacía
    a la ciudadanía en general pues aún se ha de
    recordar a la famosa JUDICIAL que hasta hoy me pregunto de donde
    tomarían el nombre, fuera el primer contacto de mi
    pequeña con el mundo exterior, ahora me parece una
    ironía. A las 21 horas había nacido mi
    pequeña después de una cesárea sin
    complicación. Algo llamó poderosamente mi
    atención y fue que Mario, un esposo cariñoso, que
    me hacía pensar que respiraba a través mío,
    habiendo pasado toda la noche a mi lado, apoyándome en mi
    titiritar nocturno desapareció todo el día
    siguiente, no hubo llamadas, no me visitó. Lloré
    mucho, pensé que en su afán de tener un
    varón no estaba conforme con tener una segunda hija.
    Qué lejos estaba de lo que estaba ocurriendo. Ese pobre
    hombre se enfrentaba al despiadado escenario de haber sido
    despedido en el trabajo, una segunda hija, gastos de sanatorio,
    etc. Había sido destituido por razones políticas a
    partir del 1 de enero del año 1979, nuestra hija
    nació el 18 de ese mes y ese año. Días
    después el Ministerio de Trabajo había ordenado su
    reinstalación, pero en el momento de estar redactando el
    acta de toma de posesión, se recibió una llamada
    del Estado Mayor Presidencial donde se daban instrucciones de
    dejar sin efecto lo ordenado por el Ministerio de Trabajo.
    Guatemala estaba militarizada. Cuando por fin llegó al
    Sanatorio en horas de la noche, tuvo que confesarme todo el drama
    que vivía a solas pues por mi estado de gestación
    no tuvo valor de comentar guardando para sí toda la
    angustia de saber que por el momento estaríamos sin
    ingresos económicos. Su familia y la mía no
    sabían de nuestra situación, no lo quisimos
    compartir tratando de salir adelante como una pareja, una nueva
    familia. Solicité mi egreso contraindicado en el Sanatorio
    para evitar hasta donde fuera posible los gastos así que
    al siguiente día de la cirugía de cesárea
    estaba en casa con mi pequeña de un día de nacida
    para colmo de mis males, no contaba con servicio
    doméstico. Mi madre aún estaba en casa,
    había pedido unos días de permiso para estar a mi
    lado así que tuve la dicha de tenerla tres días y
    luego partió a su querida Xela, su Colegio "La Patria"
    donde era Inspectora de Internas desde hacía más de
    20 años, era su vida y nada la detenía.

    Los días pasaban, mi nena empezó a
    presentar vómitos en proyectil más o menos a los 5
    días de vida, la situación no era simple,
    presentaba signos de Hipertrofia del Piloro que con los estudios
    disponibles se confirmó; siempre he pensado que tengo en
    el cielo un ángel de alas muy grandes y que ha sido puesto
    para protegerme pues en momentos de dura prueba el cielo se abre
    y derrama sobre mi vida tantas bendiciones que me ha hecho una
    mujer de fe. Era día lunes, llevé a la niña
    a que le realizaran los estudios pertinentes habiendo recibido
    exoneración de pagos sin siquiera solicitarlos,
    ¡gracias Dr. Paz Carranza, Dr. Silvio Pazzetti, Dr.
    Pérez Riera y al Centro Médico! mi hija
    recibió una atención profesional de calidad y calor
    humano que aún hoy recuerdo con profundo agradecimiento.
    Mario debía salir a efectuar diligencias para ver
    cómo conseguía trabajo, teníamos a cuestas
    una casa que pagar, (llevábamos un año de
    amortizaciones mensuales, nos faltaban 19 largos
    años)

    Habíamos conseguido servicio doméstico de
    emergencia, una niña flacucha de ojitos vivaces, solo
    contaba con 13 años originaria de San Raymundo, usaba
    traje típico, la tomamos sin pensarlo dos veces cuando se
    ofreció para el servicio en nuestra puerta (Donde quiera
    que esté rezo porque le halla ido bien en la vida, fue un
    pequeño ángel que con todo y su inocencia
    cubrió mi hogar cuando más lo necesitamos. Aclaro
    que la despedí dos meses después pues no
    consideraba correcto poner sobre sus hombros responsabilidades
    que debía tener alguien mayor, pero su eficiencia era
    indiscutible), dejé a mi pequeña de 2 años
    de edad con nuestra flamante empleada, abordé mi
    pequeño vehículo que aún conservaba de
    cuando era soltera, acuné a mi bebe de 20 días de
    vida, enfilé por toda la 6ª. Av. De la zona 9 hasta
    llegar a INTELAB donde previa consulta habíamos hecho cita
    para una serie gastrointestinal que confirmó el Dx. de
    Píloro Hipertrófico, llevaba en mi bolso
    exactamente Q70.00 me habían dicho que por me
    harían precio especial y me cobrarían Q50.OO por el
    estudio; sentía que el corazón lo llevaba en las
    manos, no en el pecho, con gran angustia entregué a mi
    pequeña en brazos de la asistente que la llevaría
    al estudio radiológico, luego de unos minutos me la
    entregaron con el respectivo recibo de pago, sentí que el
    piso se abría a mis pies cuando me informaron que
    debía pagar Q70.00 y no Q50.00 como se me había
    ofrecido; la secretaria notó mi turbación e
    inmediatamente se apresuró a decir: ¡ah!,
    subió el precio pues le tomamos una de tórax que
    será necesaria para la operación de su niña.
    Quedé sin habla, no había duda pero lo asombroso
    fue que me cobraron exactamente lo que tenía en la bolsa,
    ni un centavo más. Con el sobre en mis manos llegamos a la
    clínica del Pediatra quien aún no daba
    crédito al diagnóstico, pensaba en voz alta –
    contra las estadísticas, no es varón que es lo
    más frecuente y no es primer hijo- salí con mi hija
    hacia el Centro Médico donde ya nos esperaba el Dr. Silvio
    Pazzetti (otro gran ángel) eminente Cirujano Pediatra, el
    Dr. Pérez Riera, Anestesiólogo y todo un equipo
    profesional que se hicieron cargo de mi niña bebé.
    A su ingreso debieron colocarle una sonda en su boquita que
    llegaba a su estómago para sacar todo el bario que
    había tragado. El médico residente pinchaba sus
    bracitos para tener una vena e hidratarla. Fue una noche larga y
    fría, Mario se durmió en casa con la nena mayor y
    yo con la recién nacida en el hospital; a la mañana
    siguiente, llegó para estar al lado de nuestra
    pequeña que sería llevada al quirófano. El
    Dr. Pérez Riera anestesiólogo, nos visitó en
    la habitación y con la dulzura de un padre se
    dirigió a nosotros confortándonos con sus
    palabras-….tengo mucha experiencia en estos pacientitos,
    así que todo va a estar bien…- me sentí
    segura. Dos horas después se nos avisó que todo
    había salido bien y que de un momento a otro la
    llevarían a su habitación, efectivamente fue
    así, llegó aún dormida, le iniciamos de
    nuevo la fórmula por gotas hasta llegar a la onza y
    así sucesivamente, esa noche debía dar cada 15
    minutos los goteros de agua y luego iniciar formula por poquitos.
    Tenía mucha angustia, pues ese día nos
    darían egreso y solo la fe nos hizo llevarla a ese centro
    privado. Mario tenía Q200 únicamente. Llegué
    a la caja con aplomo a recoger la cuenta- Su cuenta es de Q50.00-
    me informó la cajera- ¿y los honorarios del
    Cirujano?- pregunté, -Es cortesía- dijo la
    cajera,-pero, ¿el recibo del anestesista?-
    balbuceé- igual, es cortesía- sonrió la
    cajera. Uf!, esos ángeles nos habían cubierto con
    la bondad que solo profesionales como ellos serían capaces
    de brindar. Con el resto del dinero pudimos comprar la camita de
    media baranda para la mayor y dejar la cuna para la nueva
    inquilina para entonces ya tratada de su problema de
    salud.

    Las hojas del calendario volaban, la familia
    creció llegó el tercer hijo un dos de septiembre
    del año 1980 completó con su hombría el ego
    del padre que lo hizo hinchar el pecho con orgullo, para entonces
    sentíamos que había estabilidad económica,
    así que decidimos embarcarnos en la construcción de
    un segundo nivel a nuestra casa. Era enero de 1981, dos hileras
    de ladrillo. Hicimos un contrato de pagos mensuales por un
    año que fue el tiempo que nos dio el contratista para
    entregar la casa, sugerí hacer el esfuerzo por pagar un
    poco más y salir antes; Mario se opuso, me decía
    que debíamos establecer una cuota que pudiera pagar
    cualquiera de los dos por si uno llegara a faltar, un
    escalofrío recorrió mi cuerpo. Días
    después en una reunión en casa con amigos de
    diferente profesión, tomó la palabra y se puso
    serio, les pedía sus oraciones pues sentía que su
    vida peligraba pues había muchos atentados en la
    universidad. La velada concluyó.

    Frente a nuestra casa había un asentamiento de
    los que se formaron después del terremoto del 76, era
    gente sencilla, honrada, trabajadora, se podía transitar
    con confianza, no se hablaba de maras o adolescentes tatuados. En
    una de las champas habitaba una anciana desdentada, desnutrida de
    pelo crespo y ralo su caminar de base amplia con las piernas
    arqueadas, hablaban de momentos nutricionales paupérrimos
    que la estaban conduciendo a la osteoporosis, vestía
    sencillamente y mantenía el cigarrillo en los labios,
    siempre estaba tosiendo y parecía fatigarse
    frecuentemente, se dedicaba a atender partos en el asentamiento y
    decían que hacía abortos a patojas ignorantes bajo
    miserables condiciones de higiene. Tenía una hija de 30
    años que se dedicaba a elaborar tortillas y ayudar en las
    casas de la colonia, alguna vez, nos brindó su ayuda en
    las tareas domésticas. Días después del
    atentado en el cual Mario perdiera la vida, esta anciana enjuta
    de carnes y piel apergaminada me decía –allí,
    atrás del paredón donde empieza el asentamiento,
    estaban como 6 hombres que no eran de por acá, estuvieron
    viendo para su casa durante todo el día, yo creo que lo
    estaban esperando- La 20 calle y 40 av. De la zona 5 ha cambiado
    mucho, dando lugar a un área de desarrollo comercial
    impensable en ese entonces, nadie recordará los sucesos
    del 25 de febrero del año 1981.

    Sirvan estas reflexiones para rendir un homenaje
    póstumo a todos aquellos que ofrendaron su vida y a lo
    mejor, han desaparecido de la historia oficial. Nuestros muertos
    nunca morirán del todo en tanto los tengamos presentes en
    nuestra memoria individual y la podamos hacer
    colectiva.

    Guatemala, 2 de junio del 2010

    Sobreviviente.

     

     

    Autor:

    Dra. Sonia de Rosales

     

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