- Introducción
- Consideraciones Generales
- Invasión de España y Portugal por las tropas napoleónicas en 1808
- Conexiones con los políticos Porteños
- Expedición de Belgrano
- Factores que influyeron en la emancipación de las colonias hispanoamericanas
- Llegada en Asunción del Emisario Portugués José de Abreu; tratativas de Velazco
- Conclusión
- Gráficos
Introducción
Nada más apasionante que realizar un estudio académico, sobre un tema tan actual – en breve estaremos celebrando nuestro Bicentenario – y siempre controvertido, como ser la Revolución de Mayo de 1811 – muy pocas figuras en la Histórica Diplomática contemporáneas está a los ojos del mundo, como esta que no nos deja de sorprender, siempre discutido en la historia, y mucho más estudiado en las clases –
Pero para empezar a hablar de la Revolución de Mayo de 1811, es menester preguntarnos de dónde nace este acontecimiento, cómo se debe interpreta dentro de ese marco referencial. De ahí la magnánima importancia de hablar brevemente de de algunas consideraciones especiales – lo que realizamos ex profeso – y a pesar de no estar incluido en el programa de estudios.
No obstante estaremos tocando in extensos, los puntos que nos sugiere el programa de estudios, que de cierta manera habla de los acontecimientos previos que accidentaran los hechos.
Estaremos tratando de responder a preguntas tan importante como; ¿Por qué la invasión Napoleónica en Europa afectaría el desenvolvimientos de las colonias en América?, ¿Qué tan importante son las ideas liberales en el pensamiento independista?, ¿Por qué la corona Lusitana se consideraba con Derecho sobre las Colonias del Rio de la Plata?, ¿Qué incidente aceleró los hechos revolucionarios de los patriotas?, entre otras que no mencionamos aquí, pero, que de igual manera tienen sus debidas importancia.
Al elaborar este Trabajo Práctico no solo nos hemos propuesto, el logro de los contenidos, sino pretendemos que los compañeros "aprehendan" información. No sólo nos limitamos a transcribir libros y tratados sino también hemos aportado nuestras opiniones.
La investigación fue realizada con materiales que comúnmente puede ser hallado por profesores y alumnos, no obstante, creemos no ser mediocres con la utilización de los mismos.
Todo tiene su importancia y ningún aspecto debe tener primicia sobre otros aspectos, del equilibrio justo que sepamos darle al desarrollo y exposición de cada uno de los puntos de la lección, dependerán los resultados del aprendizaje que esperamos lograr con la cátedra.
Aprovechamos la ocasión para saludar a la República del Paraguay por el Bicentenario.
Abrazamos la ilusión de haber aportado nuestro grano de arena.
"José Gaspar Rodríguez de Francia,
los años no habían serenado sus pasiones ardientes, alentó
siempre el mismo espíritu de venganza y odio implacable a sus enemigos,
figura singular de personalidad oculta, solitaria por estas épocas, dado
a la lectura, dueño y señor de todo, aun así de nada se
apropió sin pagarlo."
La Revolución.
Consideraciones Generales
Nuestra independencia se produce principalmente por el colapso del Imperio Español.
La crisis de la realeza sorprende a una sociedad paraguaya bajo la hegemonía estatal, con una oligarquía criolla débilmente constituida y sectores populares dispersos en una amplia heterogeneidad no sólo en condiciones sociales, sino también étnicas. Esta situación determina la temprana proclamación de nuestra independencia, una de las primera en América; paradójicamente una de las provincias menos desarrolladas es de las primeras en lograr su independencia.
Aprovechando la invasión Napoleónica a España y sobre la base del enorme poder económico concentrado en el puerto de Buenos Aires, el desarrollo de una clase fundamental que conjuntamente con el dominio del Estado ejercía una dirección social, y una identidad nacional estimulada por los sucesivos rechazos a la invasión inglesa, el Cabildo de Buenos Aires rompe el monopolio comercial de España y asume el control de sus propios intereses. Cuando esto ocurre el Paraguay se hallaba bajo el firme control de los españoles, quienes controlaban los más altos cargos económicos, políticos y militares.
Frente a los objetivos del cabildo de mantener la estructura política del virreinato, los realistas no tienen inconvenientes en lograr el apoyo del Cabildo de Asunción para enfrentar a los porteños. Como creación a la declaración de neutralidad del 24 de julio de 1810 en relación a los objetivos porteñistas, se produjo los hechos militares que terminan con el retiro del ejército de liberación al mando del General Belgrano.
Lo importante de este hecho es que muchos militares criollos y discutieron los propósitos de la revolución porteña contra los españoles con las tropas de Belgrano; fue en ese momento cuando se materializó el complot de los oficiales criollos para tomar el poder de los españoles.
El contexto de la independencia estuvo marcado por un conjunto de hechos políticos y militares portugueses, la resolución de estos conflictos se dio en los cuarteles y se planteó más como la autonomía del Estado que como una "Revolución por la Independencia".
La ausencia completa de una dirección civil hizo que el proceso de la independencia fuera una serie de acomodamiento y reacomodamiento en el poder del estado, finalmente, su concreción en el dominio unipersonal absoluto.
Invasión de España y Portugal por las tropas napoleónicas en 1808
Fuga de Juan VI al Brasil. Tendencias y planes de la corte de Rio de Janeiro: La princesa Carlota Jaoquina de Borbón, Sousa Outinho y Lord Strangford
De nada servían todas las coaliciones que se formaban en Europa para resistir a sus planes. El poder del temido corso era irresistible. Y la suerte le sonreía siempre. Cuando sólo era el general Bonaparte – al servicio de los principios de la Revolución Francesa -, anduvo ya de victoria en victoria. Su actuación como cónsul de la República había sido eficaz y progresista. Pero, su ambición – tan grande como talento – le convirtió en el emperador Napoleón. Haciendo tabla rasa de los ideales de la revolución – libertad, igualdad, fraternidad -, implantó la dictadura, creó una nueva nobleza y llevó la guerra a toda Europa, cubriéndose de Gloria mientras los hombres morían por millares. Sin embargo, allí cerca, al otro lado del canal, se erguía orgulloso un acantilado inhóspito y abrupto que desafiaba su inmenso poder. Única nación que le hacía sombra, era necesario abatirla. Pero, para preparar la invasión, debía obtener antes el apoyo de Portugal. Esta nación se negó a complacerle. Resolvió entonces atacarla. Para esto era necesario atravesar en España. Por un tratado – el de 1807 -, ésta se obligaba a permitirlo. Y poco después se producía, en Bayona, la Tragicomedia por la cual los monarcas españoles entregaban su patria al invasor y, en Portugal, la huída del príncipe regente don Juan (el futuro Juan VI) a su colonia del Brasil.
El rey de España, Carlos IV, era hombre sin carácter que se limitaba a sancionar lo que su mujer, María luisa, decidía. Ésta, a su vez, no era sino un elemento de su favorito, el joven, ambicioso e infatuado primer ministro Godoy amante dominador de la reina madurona, Godoy era un Jefe desproporcionado a la magnitud de los problemas que se imponían a España en aquel periodo histórico. El príncipe heredero, Fernando, humillado y cubierto de apodos y de afrentas, rumiaba en secreto sus odios y su venganza. Falso y miedoso, desleal y embustero, su gobierno fue uno de los peores que sufrió España.
Con el pretexto de reconciliar a Carlos IV con su hijo Fernando VII – quien le había obligado a abdicar a raíz del motín de Aranjuez -, Napoleón los citó en 1808 a una conferencia en Bayona. Allí consiguió que Fernando abdicara a favor de su padres y éste a favor de Napoleón. Retuvo prisioneros a ambos, e hizo proclamar a su propio hermano José Bonaparte, quien fue apodado bien pronto con el monto de "Pepe Botellas". El pueblo español, indignado, se levanto en armas en defensa de su libertad. Napoleón, ante esa resistencia, se vio obligado a invadir España con doscientos mil hombres.
Esta masa considerable rodo de los montes Pirineos a los valles ibéricos con violencia y estrépitos. La Junta de Sevilla, construida en representación del monarca repuesto y como protesta contra el Rey intruso, tendrá que huir a Cádiz y, más tarde, a la isla de León. La avalancha tropezara, sin embargo, con obstáculo; el pueblo Español la hostizara en una terrible guerra de guerrilla que durara seis años que no dará tregua a la tropas francesas. Esta guerra será el comienzo del fin de la dominación bonapartista. En España empezara a eclipsarse la estrella de Napoleón.
El alud amenazaba cubrir toda la península. Ante la negativa lusitana, el ejército francés invadió Portugal por la frontera del este. " Hábil a pesar de su timidez, entre inerme y malicioso, el príncipe regente don Juan no quería en ningún caso la guerra, que por un lado amenazaba al trono-a punto de zozobrar en la vorágine de la invasión, como el de España- y, otro, amenazaba a los dominios, que representaban la riqueza de Portugal. Inglaterra confiaba en la antigua e invariable lealtad portuguesa, pero no por eso alejaba del Tajo a una de sus escuadras, en cualquier momento, podría bombardear Lisboa, si el gobierno del país asumiera una actitud anti británica". Lord Strangford, ministro de Inglaterra, se refugió en una nave. "De noche, secretamente, iba el príncipe regente a confiarle los secretos políticos. Fue Strangford quien le mostro el ejemplar del "Monitor" de Paris con el decreto de Napoleón que abolía la monarquía portuguesa y dividía el resto en tres provincias. Esto ocurrió el 11 de noviembre de 1807. No se le ocurrió otra cosa a la corte, instigada por los ingleses, que la fuga al Brasil, aconsejada por Inglaterra. América se dibujaba como refugio de la vieja Europa. Pero esta vez no se justificaba ya demora alguna. Se señalo la partida de la familia real para el 27 de noviembre, y ya el 25 el general Junot, al frente de un ejército que avanzaba velozmente, entraba en Abrantes, a veintidós lenguas de Lisboa. Tenía orden de apoderarse de la reinante. Debía prender en su palacio a los Braganza. El reino no se defendía. La vacilación del gobierno le había entregado, desarmado, a la invasión. Junot podría recorrer sin peligro, a pesar del lodo de los caminos y la inundación de los ríos, aquella tierra tan enemiga hasta entonces de los soldados extranjeros.
El porvenir no tenía esperanzas para Don Juan. Como la escuadra se ofreció para custodiarle, dio orden a todos los nobles, a los altos funcionarios de la corte, de acompañar a la dinastía al Brasil. Se embarcaron quince mil personas, entre dignatarios eclesiásticos, magistrados, criados y tropas, llevando cada cual día, la flota luso-inglesa desaparecía en el horizonte"
La escuadra anclo en Bahía el 28 de enero de 1808. Y la corte portuguesa quedo establecida en el Brasil por largos años.
Miedoso y tímido, disimulado y contemporizador, tales eran las características principales de la fisonomía moral del futuro Juan VI de Portugal. Su esposa, la princesa Carlota Joaquina de Bordón, era hija de Carlos IV y de María Luisa. Hermana, por tanto, de Fernando VII. "Fea, despótica, escandalosa, libidinosa, grosera, inteligente y entusiasta-dice Calogeras-, figura popular para dirigir las pasiones de la multitud, capaz de inspirar sacrificios, como banderas que se torno de una causa con innúmeros adeptos, el absolutismo intransigente, fue la gran victima de hecho, de que no tenia culpa, de encerrar una fuerte alma masculina en un cuerpo, poco favorecido sin embargo, de mujer. Hija primogénita de la pareja reinante en España, y casada por conveniencia política con el príncipe del Brasil, era superior bajo muchos aspectos. Tenía voluntad, y tenacidad de propósito. Era capaz de dedicarse. Tenía un ideal, por el cual sabría sufrir. No transigiría con sus propios, cuando de un acto de aparente sumisión proviniesen notorias ventajas personales. Era ella verdaderamente un cabo, un conductor de hombres"
La corte de Rio de Janeiro moviese en medio de una extraña sociedad de aventureros y explotadores, inteligentes, audaces y sin escrúpulos. El primer ministro, Rodrigo de Sousa Coutinho, conde de Linhares, era el vinculo de unión entre agentes ostensivos y agentes confidenciales, no siempre confesables. Carlota Joaquina, que odiaba a su marido, siempre tomaba posición adversa a la de este. Por lo demás, el príncipe regente se había lanzado en manos de los liberales. Ella, en cambio, era absolutista por temperamento. Cada tendencia tenia, pues, como jefe a uno de los conyugue. Carlota Joaquina se sentía heredera de los derechos de su cautivo hermano Fernando VII a las posesiones Españolas de América. Y su sueño era hacerse coronar emperatriz del Rio de la plata. Don Juan, cauteloso, auxiliaría desde lejos para esa pretensión, en cuanto su apoyo no perjudicase los intereses de la monarquía brigantina. Surgiendo un conflicto, prevalecería el punto de vista de Portugal. El plan secreto de Sousa Countinho era apoderarse del Uruguay (antigua esperanza de la corte de Lisboa) y, además, del Paraguay. Inglaterra también desarrollada su política, representada por su ministro lord Strangford. Política de equilibrio y de matices. Inglaterra necesitaba de mercados para vivir. No le convenía que se extendiese demasiado el poder lusitano. Tampoco podía perjudicar a España continental, con la que había ajustado un pacto de alianza contra Napoleón. De ahí que no podía favorecer ninguno de los puntos de vista extremados. Los factores conjugabanse, pues, para producir resultados contradictorios. Y en medio de tanto embrollo, tejía su urdiembre la intriga.
Desde los primeros días de la llegada de la corte a Rio, alentaba el gobierno una legión de agentes confidenciales en Buenos Aires, cuya instrucción era de trabajar con prudencia y tenacidad por la pretensión de la princesa Carlota Joaquina. Así, lentamente, iba esta granjeando prosélitos, prometiendo beneficios, exponiendo programas.
Los pronombres de Buenos Aires no pensaban en una solución republicana, excepto Moreno, Castelli y Rivadavia. Eran sinceramente monarquista Belgrano, Saavedra, Paso, Alberdi, Vieytes, Rodríguez Peña y Pueyrredon. Monárquico se manifestó también más tarde San Martin, que por entonces se encontraba en Europa. Ellos consideraban que la Junta de Sevilla era una agremiación que no representaba al Rey encarcelado, sino solo a una determinada provincia del reino. Y que, por tanto, igual derecho les asistía para crear ellos mismos una junta local.
De ahí que no reconocían autoridad al virrey Cisneros, nombrado por la Junta de Sevilla.
Sería mejor aun, decían, si al nuevo gobierno constituido presidiese una persona cuya autoridad se legitimase por sus derechos dinásticos, en tal forma que pudiese legalmente asumir la regencia. Podría formar así una monarquía constitucional. Tal solución era posible. Próxima a Buenos Aires, reinando sobre un vasto imperio que podía proteger al naciente Estado, se hallaba una infanta, hermana de Fernando VII. No había razón para no confiar en el patriotismo español de Carlota Joaquina.
Saturnino Rodríguez Peña, residente en Rio, era el principal, elemento de enlace entre la princesa y los conspiradores porteños. Belgrano y Pueyrredon fueron enviados más tarde como emisarios. Los pronombres locales y los agentes confidenciales hacían propaganda en Buenos Aires a Favor de tal candidatura. Preparaban un recibimiento clamoroso a su llegada. Pero don Juan, después de haber consentido en el viaje, retiro el permiso. Debiese ello quizás al medio de ser derrocado de su propio trono, por el odio conyugal de la mujer, poderosa al final. O quizás por creer que podía surgir un obstáculo perjudicial a ala política tradicional de Portugal. Puede también que tal actitud se haya debido a la oposición inglesa, representada por lord Strangford. Sea cual fuere la causa, lo cierto es que –como dice Calogears-, el acuerdo entre los liberales porteños y la intransigente princesa no habría durado mucho tiempo, "por el anacronismo que la solución representaba: una mentalidad absolutista, a la moda del siglo XVIII en sus comienzos, presidiendo los destinos de un país con tendencia y aspiraciones francamente modernas, e inspiradas por las luces y necesidades de organismos a evolucionar ascensionalmente. Entre ambos grupos mediaba un siglo todo: el siglo del Enciclopedismo".
Los elementos porteños favorables a la regencia quedaban entregados a sus propias fuerzas e inspiraciones. Y así pasaron los años 1808 y 1809.
El 13 de mayo de 1810 llego a Gibraltar el bergantín "Filipino", con la noticia de la derrota de los Españoles. Las tropas francesas estaban en Andalucía y la junta gubernativa había huido a la isla de León. Solo el 18, el Virrey Cisneros se resolvió a publicar la noticia en un manifiesto en que aconsejaba calma a la población. La nueva produjo un grave revuelo. Los hombres que preparaban la revolución para derrocar al virrey, empezaron a trabajar activamente, celebrando reuniones en la quinta de Rodríguez Peña, en la jabonería de Vieytes y en partidas de caza organizadas para disimular el propósito de la reunión. El virrey se vio obligado, ante la agitación popular, a convocar un cabildo abierto o asamblea general, al que concurriría "la parte principal y más sana del vecindario".
Reunida la asamblea el 22, el obispo Lúe afirmo que aunque sucumbiera España en poder de los franceses nada pasaría en América mientras existiera en ellas un Español, a quien correspondería su gobierno.
Castelli rebatió esto con la teoría de la igualdad de España en Indias. El debate prosiguió tumultuoso. Finalmente procediose a votar, siendo este el resultado: declarar caduca la autoridad del virrey y facultar al cabildo a construir una junta gubernativa. El 23 transcurrió sin novedades. El cabildo, partido del virrey, divergía de la resolución tomada. Pretendiendo burlar la voluntad de la asamblea general, resuelve el24 investir a Cisneros de la presidencia de la junta que se creaba. En esta forma, aunque bajo diferente rótulo, el poder continuaba en la misma personal. Gran descontento produjo en el pueblo el bando en que ese hacía reconocer la composición de la junta.
A tal punto que ésta tuvo que devolver el poder al Cabildo. El núcleo dirigente de jóvenes revolucionarios redactó una representación para elevarla al Cabildo al día siguiente. En dicho documento se consignaban los nombres de las personas que debían constituir la nueva junta. Se la hizo circular por la ciudad durante toda la noche, habiéndose obtenido cuatrocientas nueve firmas. En misma noche los jóvenes oficiales Franch y Berutti se ocuparon de reclutar gente de los suburbios para apoyar el movimiento.
El 25, a pesar de la incesante llovizna, enorme gentío se iba aglomerando en la Plaza Mayor, frente al Cabildo. En una mercería de la Recova, Franch y Berutti compraron cintas de color blanco y celeste y las distribuyeron como distintivos entre los partidarios de la causa. Como la sesión del Cabildo se prolongaba mucho, la gente invadió los corredores, y mientras daban fuertes golpes en la puerta de la sala, se oyó una voz que decía: "El Pueblo quiere saber de qué se trata". Martín Rodríguez tuvo que salir a serenar los ánimos. Presentado el escrito, los regidores exigieron que se congregase el pueblo en la plaza para a ratificar su contenido. Transcurrido un largo rato, salieron al balcón y viendo en la plaza poca gente, el síndico Leiva preguntó "¿Dónde está el pueblo?". Los de abajo contestaron que la gente se había retirado pro ser hora inoportuna, pero si quería ver al pueblo, se agitase la campana del Cabildo, o ellos tocarían generala. El Cabildo, ante esta amenaza, hizo leer el pedimento y la plaza lo ratificó. La junta gubernativa fue designada, pues, en la forma que exigía el escrito del 24. Es decir, presidida por el coronel Saavedra e integrada por los abogados Moreno, Belgrano, Castelli y Paso, el comandante Ascuenaga, el Prebìstero Alberti y los comerciantes – españoles, pero revolucionarios – Mateu y Larrea.
Conexiones con los políticos Porteños
Sucesos de Mayo en Buenos Aires. Misión de Espínola al Paraguay; la existencia de un fuerte vínculo nacional; asamblea del 24 de julio de 1810; resoluciones adoptadas.
La junta gubernativa presidida por Saavedra dirigió una circular a las provincias integrantes del virreinato del rio de la Plata, exhortándolas a reconocer su autoridad.
El cabildo de Buenos Aires, por su parte, envió otra circular en el mismo sentido. "El pueblo de Buenos Aires – decía – no pretende usurpar los derechos de los demás del virreinato; pretende, si, sostenerles contra los usurpadores". En realidad, el programa de la revolución, al crear el nuevo gobierno, había decretado el sometimiento violento de todo el virreinato a la autoridad municipal de Buenos Aires.
Claro que todo se hacía en nombre de la libertad. "El pueblo pedía – dice el doctor Ricardo Levene – , que fuese una expedición militar, la expedición libertadora o de la libertad a extender en las provincias la revolución de Mayo". La llamarada de entusiasmo pretendía re editar las hazañas de los ejércitos republicanos de Francia: convertirse en auxiliar y protectora de todos los revolucionarios. Solo que aquí faltaba la "Marsellesa", ese canto que – como dice un escritor – "aun hoy enciende la sangre como el buen vino".
"Aquella junta – comenta Mariano A. Molas – que con calidad de provisional, era criatura de solo del pueblo de Buenos Aires, que bien conocía como capital o residencia de los virreyes y demás tribunales superiores del virreinato, no tenía el derecho exclusivo preeminente o privilegiado de arrogarse y resumir así sola el mando superior, sobre las demás provincias y pueblos que no le había trasmitido originales derechos sin aguardar que las demás provincias le reconociesen y se sometiesen a su superioridad, de que la revestía el ayuntamiento de Buenos Aires, empezó a ejercerla y extenderla sobre las demás provincias como derivada de la libre voluntad de ellas; y pretendían que también el Paraguay la reconociese".
El comandante José de Espínola, recientemente separado por el Intendente del Paraguay – Bernardo de Velasco – de la jefatura de Villa Real de la Concepción, se encontraba en Buenos Aires, gestionando ante el Virrey Cisneros su reposición en el cargo, cuando se produjo el movimiento del 25 de mayo. Tratando de sacar el mejor partido a favor de sus particulares intereses, se plegó de inmediato a la revolución triunfante, juró obediencia a la nueva autoridad y se ofreció a atraer a la Provincia del Paraguay, allanando personalmente con su influencia cualquier dificultad. La Junta, creyendo que se trataba de un valioso apoyo, le entregó unos pliegos para el gobierno del Paraguay, en que se pedía el reconcomiendo de la misma y la cooperación de la provincia.
El Paraguay se resistió espontánea y vigorosamente, como veremos luego. Las causas que inspiraron esa reacción no pueden limitarse a la escasa simpatía con que contaba Espínola en el seno de sus coterráneos, ni un espíritu de localismo.
Las causas eran mucho más profundas. "Existía – señala Moreno – un fuerte sentimiento de solidaridad: solidaridad en el sufrimiento, solidaridad en las protestas, solidaridad en la indignación sorda que produce el esplendor ajeno considerado como causa de la miseria propia. Sentimiento que se extiende, además a cuanto afecta al esfuerzo o al orgullo colectivo bajo la calificación de "paraguayos". En frecuente asimismo escuchar la palabra "patria" expresada en un sentido marcadamente regional y propio. Todo ello venía elaborando, en el transcurso del tiempo, el fuerte vínculo nacional, la raíz de este vínculo la encontramos desde el principio cimentada en el orden económico. Y así, cuando vemos al pueblo levantarse airado contra un obispo, contra los jesuitas o contra cualquier autoridad, bajo banderas que proclaman, a veces, avanzados principios, no nos engañemos creyendo encontrar en esos hechos móviles puramente políticos. El pueblo paraguayo tardó sin duda mucho tiempo en darse mediana cuenta de sus derechos; pero tuvo siempre una visión bastante clara de sus intereses.
Imaginémonos esta provincia tal como era entonces, abandonada en el corazón del continente, dentro de su circunscripción, con su pueblo homogéneo, su educación severa, su lengua expresiva y enérgica, sus intereses de un mismo orden, su vigorosa y persistente aspiración económica. Imaginémosla, recordando los factores que presidieron su desenvolvimiento; y habremos por fuerza de reconocer que esta provincia constituía una sociedad con carácter propio – sin semejanza con provincia alguna -, dentro de la vasta extensión del virreinato. Y recordemos asimismo, en la uniformidad, en la cohesión de sus elementos constitutivos, de sus caracteres psicológicos, en el especial proceso histórico de su propia vida, los sólidos fundamentos de la nacionalidad".
Tales condiciones sociales y tales sentimientos, e laborados en siglos de aislamiento, desamparo y opresión, no eran sospechados siquiera por los ardorosos paladines de la revolución porteña. De ahí que no percibiesen lo difícil que les resultaría realizar la amalgama que se proponían.
Buenos Aires, fundada por Asunción en 1580 y dependiente de ésta hasta 1617, había sido convertida en 1776 en capital del nuevo Virreinato. Asunción quedó, pues, desde entonces bajo la jurisdicción de aquélla. Pero, a poco de producirse la división de 1617, ya comenzó a delinearse el predominio económico de la futura capital del Virreinato, que lo ejerció desde un comienzo con carácter absorbente y opresivo. Santa Fe – hija también de Asunción – inició, a su vez, una política egoísta, según hemos visto ya al ocuparnos del Puerto Preciso y los impuestos de sisa, arbitrio y alcabala. Esas tendencias, que ahogaban al comercio paraguayo, llegaron a adquirir con el tiempo carácter sistemático.
Llegado a Asunción, el comandante José de Espínola entregó al Intendente Velasco los oficios en que la Junta de Buenos Aires solicitaba reconocimiento y cooperación. Pero enterado Velasco de que Espínola traía además una credencial secreta, en que se le autorizaba a removerle el mando y suplantarle, intimó al emisario que se retirarse a Villa Real de la Concepción, en donde se proponía tenerle recluido. Entonces Espínola, fingiendo acatar la orden, tomó aguas abajo y escapo a Buenos Aires.
A raíz de la circular de la Junta, Velasco reunió a Cabildo de Asunción para escuchar su parecer. Dicha corporación informó "que tratándose de un asunto extraordinario de la mayor gravedad, y en cuya resolución se interesaba toda la provincia, convenía proceder con toda madurez y circunspección, conociendo fielmente su voluntad, y que para ello se convocase una asamblea general del clero, oficiales militares magistrados, corporaciones, hombres literatos y vecinos propietarios de toda la jurisdicción, para que decidiesen lo que fuese justo y conveniente". El Intendente convocó, pues, a cabildo abierto o asamblea general, fijando su reunión para el 24 de julio.
En la fecha indicada, llevóse a cabo la asamblea en el local del Real Colegio Seminario de San Carlos. Asistieron a ella el gobernador, los regidores del Cabildo y los invitados. Refiriéndose al doctor José Gaspar de Francia, dice Somellera en sus "Notas" a Renger: "Pero yo, que en una reunión provocada por Velasco el año anterior, creo que fue el 24 de julio, le había oído opinar y sostener que había caducado el gobierno español ". Molas, sin embargo, asegura que la resolución de la asamblea fue adoptada con gran precipitación, "sin dar lugar a que nadie diese su voto libremente". Y Benítez, por su parte, agrega, al ocuparse del doctor Francia, que "su firma no aparece en el acta del Congreso del 24 de julio de 1810".
El hecho a que se refiere J.P. Robertson es posterior. "Con ocasión – dice – de la instalación de la junta que suplantó en el Paraguay a la autoridad de España (es decir, en 1811) Francia dirigiéndose a la mesa y tomando colocación ante varios funcionarios oficiales, colocó ante èl un par de pistolas cargadas y dijo: "Estos son los argumentos que traigo con la supremacía de Fernando VII"
La asamblea resolvió: 1º) "Proceder al reconocimiento y solemne jura del Supremo Consejo de Regencia, legitimo representante de Nuestro Soberano el señor Don Fernando VII". 2º) "Que guarde armoniosa correspondencia y fraternal amistad con la Junta Provisional de Buenos Aires, suspendiendo todo reconocimiento de superioridad en ella hasta tanto que S.M. resuelva lo quesea de su soberano agrado". 3º) "Que en atención a estarnos acechando la potencia vecina (Portugal), se forme a la mayor brevedad una Junta de Guerra para tratar y poner inmediatamente en ejecución los medios que se adopten para la defensa de esta provincia". 4º) "Qué se dé cuenta al Supremo Consejo de regencia y se conteste a la junta Provisional de Buenos Aires con arreglo a lo resuelto y acordado en esta nota".
La asamblea del 24 de julio de 1810 interpretaba, así, fielmente el sentimiento público. Su aparente españolismo no era en el fondo otra cosa que una defensa contra la pretensión porteña. Y ello tiene explicación en el hecho siguiente: de la doble cadena que sufría la paraguaya – España y el Virreinato – "la de la madre patria resultaba – como dice Moreno – muchísimo más lejana, más floja y llevadera". Y ya llegaría también – como dice, en efecto, pronto llegó – la oportunidad de sacudir esa influencia.
El principio de la libre determinación comenzaba a regir los destinos de América. Por eso, es desconocer la génesis de nuestras nacionalidades pretender radicarla sólo en las grandes organizaciones, virreinatos, audiencias, capitanías generales – y negarlas ese derecho soberano a los pueblos. La acción emancipadora de las colonias españolas fue esencialmente un movimiento de provincias que, al romper el nexo que las ligaba a la metrópoli, asumieron directamente la plenitud de la soberanía para crear nuevas entidades nacionales. Fueron los pueblos de las provincias, en realidad, los que estructuraron las nacionalidades americanas.
Expedición de Belgrano
Precauciones tomadas por Velazco; jornadas de Paraguarí y Tacuarí; Capitulación de Belgrano.
Bien se veía – teniendo en cuenta las amenazas proferidas por Espínola en su huida – que la junta de guerra para la defensa de la provincia, creada por la asamblea del 24 de julio, no iba enderezada contra Portugal – a pesar de que ésta en realidad acechaba -, sino contra Buenos Aires, que constituía por entonces un peligro mayor por la inminencia de una invasión.
Velasco –en víspera de su partida de las Misiones transparanenses, donde pensaba apoderarse de las armas que hubiese disponibles -, mandó desocupar el Colegio de San Carlos convirtiéndolo en cuartel general, cerro el puerto e hizo parar el tráfico comercial, pertrechó algunos buques y los envió a guardar la boca del río Paraguay, y cubrió todos los pasos del Paraná con milicianos. Y, por último, dejó provisoriamente el gobierno en manos de un triunvirato de cabildantes. Haedo, Recalde y Carísimo.
No eran vanas las precauciones tomadas por el gobierno del Paraguay. En efecto, poco después, la junta porteña enviaba una expedición con el objeto de apoderarse de la provincia y anexarla a Buenos Aires. Y encargada la jefatura de la misma a uno de sus miembros más prominentes: Manuel Belgrano, abogado que, por patriotismo, acató su designación como general improvisado. A las fuerzas de su mando se plegaron unos pocos paraguayos "porteñistas", es decir, partidarios de la anexión: José Ildefonso Machaín, José Alberto Cálcena y Echeverria, y dos hijos del comandante Espinola: José y Ramón.
Llegado que hubo al Paraná, Belgrano lo cruzó sin inconvenientes, pues las patrullas paraguayas tenían orden de replegarse, a fin de atraerlo hacia el grueso de las fuerzas milicianas. Según los falsos informes que diera Espinola a la Junta, numerosos paraguayos se irían agregando a la expedición. Convencido Belgrano del error, escribió a la Junta: "Desde que atravesé el Tebicuary no se me ha presentado ni un paraguayo, ni menos los he hallado en sus casas; esto, unido al ningún movimiento hecho esto ahora a nuestro favor, y antes por el contrario, presentarse en tanto número para oponérsenos, le obliga a l ejercito de mi mando a decir que su titulo no debe ser auxiliador, si no de conquistador del Paraguay, en todas sus comunicaciones a la junta hablada de la conquista a realizar, y en todas ellas decía: "Quiera Dios que sea feliz, para que pueda venir con todos y entrar a la conquista de los salvajes paraguayos, que sólo se pueden convencer a fuerza de balas". Confiaba plenamente en la victoria; de los paraguayos decía que "no son en su mayor parte sino bultos: los más no han oído aún el silbido de una bala". Sin embargo, más tarde – después de las dos derrotas sufridas -, termina declarando haberse encontrado con un pueblo. "V.E., defienden la patria, la religión y lo que hay de más sagrado. Así es que han trabajado para venir a atacarme de un modo increíble, venciendo imposibles que solo viéndolos pueden creerse; pantanos formidables, el arroyo a nado, bosques inmensos e impenetrables, todo ha sido para nada para ellos, pues su entusiasmo todo lo ha allanado. ¡Qué mucho! Si las mujeres, niños, viejos y clérigos y cuantos se dicen hijos del Paraguay están entusiasmados pro su patria".
Velasco se puso al frente de las tropas paraguayas, las que esperaban al invasor en el lugar denominado Paraguarí, antiguo colegio de los jesuitas, situado a dieciocho leguas de Asunción. Las tres divisiones estaban a cargo del coronel Pedro Gracia, teniente coronel Manuel Atanasio Cabañas y teniente coronel Juan Manuel Gamarra. El ejército invasor acampó cerca de allí, en las faldas del Mbaé (desde entonces llamado Cerro Porteño). Entre ambos ejércitos corría el arroyo Yuquyry. El 19 de enero de 1811, alas tres y media de la madrugada, se produjo el choque.
La infantería española, con Gracia al frente, se desbandó a poco de emprezada la lucha. También se puso en fuga Velasco, quien, para no ser reconocido, arrojó al suelo su uniforme de brigadier, con su lente y boquilla de oro, y fue a ocultarse en la cordillera Naranja – y . Los porteños avanzaron hasta Paraguarí, donde se apoderaron de las provisones del cuartel. Los paraguayos quedaron librados a sí mismos. Fue entonces cuando Cabañas y Gamarra, al frente de sus divisiones, cayeron impetuosamente sobre los flancos del enemigo. Éste, con Belgrano a la cabeza, tuvo que retirarse precipitadamente en dirección al sur, terminando así la batalla de Paraguarí.
Las fuerzas porteñas cruzaron el río Tacuarí, "profundo, rápido, montuoso y sin vados", y se colocaron en su margen izquierda. Apoyaban su derecha en un bosque impenetrable y extenso. Al frente, sobre el paso, colocaron cañones, los que barrerían la picada de la margen opuesta que conducía al paso. A la izquierda, para hacer frente a la escuadrilla paraguaya que podría llegar por ese lado, emboscaron cañones tras un bosquecillo. Cerca del paso se hallaba un montículo, desde entonces llamado Cerrito de los porteños; allí se situó Belgrano. A la espalda se extendían otras tantas defensas. Excelente era el punto en que se habían fortificado; inexpugnable por el frente y con barreras enormes por los flancos. El jefe paraguayo, Cabañas, considerando inútil emprender el ataque por el paso, planteó un movimiento envolvente. Había que trazar un puente en la margen superior del Tacuarí, a una legua aproximadamente del punto que ocupaban. El éxito estribaba en la celeridad y en que no son sospechase el enemigo. Para realizarlo, había que atravesar pantanos y bosques vírgenes. Se encomendó la difícil misión al comandante Luis Caballero Añazco (padre del futuro prócer de la Independencia Nacional). "Y el anciano jefe paraguayo – dice Moreno – respondió a esta elección con tan abnegado esfuerzo, que murió poco después de terminar el puente, a consecuencia de las fatigas sufridas, bajo un sol ardiente, en la fragosa margen del Tacuarí". Por esa ruta emprendió su marcha el grueso de las fuerzas, dejando unos pocos hombres en el paso para entretener al enemigo. Cruzando pantanos y malezales, llegaron al puente. Ya en la orilla opuesta, tuvieron que abrir un sendero a machete y sable, entre la enmarañada espesura del bosque. Luego de cruzar un inmenso pajonal, en la mañana 9 de marzo los paraguayos se presentaron ante las tropas porteñas. Cabañas distribuyó las fuerzas de acuerdo con los tenientes coroneles Gamarra, Pascual Urdapilleta y Fulgencio Yegros (futuro prócer, este último, de la Independencia Nacional y primer Presidente del Paraguay). En la oficialidad figuraban también otros futuros próceres de Mayo: capitanes Pedro Juan Caballero, Antonio Tomás Yegros, Juan Bautista Rivarola y Vicente Ignacio Iturbe, capellán José Agustín Molas y otros. El plan había sido ejecutado con precisión admirable; al llegar dichas fuerzas, iniciaba el tiroteo la guarnición del paso y subía por el Tacuarí la escuadrilla al mando del comandante Ignacio Aguirre. El combate fue intenso prolongado. La tropa paraguaya, desplegada en los flancos, se lanzó a toda carrera sobre las defensas. Un jinete enlazó un cañón y lo presentó a Gamarra. Los porteños no pudieron resistir el furioso empuje. Y Belgrano levantó bandera de parlamento sobre el montículo cercano del paso del Tacuarí. Entrevistado con Cabañas, solicitó una capitulación, bajo la promesa desocupar enseguida el territorio de la provincia y no volver a hacer armas contra ella. Generosamente, el jefe paraguayo accedió a lo solicitado, sin exigirle ninguna reparación por los inmensos daños que había causado al Paraguay con su pretendida expedición libertadora.
Lo que no había conseguido Espínola, tampoco lo pudo realizar Belgrano. Decididamente, tal amalgama era imposible. Aunque no existía aún el Estado paraguayo, la nación paraguaya era desde tiempo atrás una realidad viva y palpitante.
Factores que influyeron en la emancipación de las colonias hispanoamericanas
Sistema colonial restrictivo ideado por la Corte de Madrid. Propagación del Espíritu Revolucionario; las reuniones en la Casa Recalde.
Múltiples fueron las causas que contribuyeron a la formación del espíritu revolucionario en las colonias españolas de América.
"No estoy de acuerdo – dice Levene – con la imagen de la colonia que duerme una larga siesta de tres siglos".
Y esa disconformidad es razonable. En lo que respecta al Paraguay colonial, la vida se deslizaba, es cierto, apacible y tranquila; pero eso no constituía en modo alguno una modorra, un sueño pesado. Prueba de ellos está en que, cuantas veces pretendióse torcer el curso de su destino, o simplemente herirla en sus sentimientos, la provincia revelóse díscola, indócil.
Coincidiendo con esa observación, Luis Alberto Sánchez dice de la "modorra colonial" que ésta "existió hasta cierto punto, porque no observarla equivalía a incurrir en delito de rebelión. Pero, cada año, de los trescientos que duró el régimen español en América, está señalado, en que cada uno de en nuestros países, por un motín, un alboroto, un "ruido" o una franca sublevación. Los funcionarios lo acallaban, entre algodones de temor y complacencia. No había periódicos. Ni libertad para editar libros o folletos".
La inmensidad del imperio colonial español, su alejamiento de la metrópoli, el grado de prosperidad económica relativa de esas colonias, los efectos del sistema eco nómico y político de la metrópoli con las colonias, la intervención de Napoleón en España, los principios proclamados por la Revolución Francesa, el ejemplo de la emancipación de las colonias inglesas de América y el sentimiento de amor por el suelo natal fueron factores que, como señalan numerosos autores, influyeron decididamente en la emancipación de las colonias hispanoamericanas.
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