De hecho, mientras los georgianos se manifestaban contra los rusos, los abjazianos -un grupo minoritario dentro de Georgia- se concentraban en su capital de Sujumi para pedir su propia independencia de los georgianos. Eran tan serias estas peticiones y tan masivas las concentraciones celebradas en tres ciudades, que rodaron cabezas entre los funcionarios del partido comunista, y Moscú, para aplacar a los abjazianos, anunció la puesta en marcha de un plan especial de desarrollo con una inversión de 750 millones de dólares.
Es imposible calibrar toda la inmensidad del sentimiento separatista en las distintas partes de la URSS. Pero la pesadilla de una multiplicidad de movimiento separatista debe de obsesionar a las autoridades. Si llegase a estallar una guerra con China, o brotasen súbitamente en la Europa oriental una serie de levantamientos populares, Moscú podría muy bien enfrentarse a abiertas rebeliones secesionistas o autonomistas en muchas de sus Repúblicas.
La mayoría de los americanos apenas pueden concebir circunstancias que llegaran a dividir los Estados Unidos. (Tampoco la mayoría de los canadienses hace nada más que una década.) Pero están aumentando las presiones regionalistas. En California, una novela underground de gran venta imagina la secesión de Norteamérica por parte de toda su región noroccidental, obtenida mediante la amenaza de hacer estallar minas nucleares en Nueva York y Washington. Existen también otros proyectos de secesión. Así, un informe preparado para Kissinger cuando todavía era consejero de seguridad nacional, examinaba la posible separación de California y el Sudoeste para formar entidades geográficas de habla española o bilingües, "Quebecs chicanos". Cartas al director hablan de reincorporar Texas a México para formar una gran potencia petrolífera llamada Téxico.
En el puesto de periódicos de un hotel de Austin compré hace no mucho tiempo un ejemplar de Texas Monthly que criticaba duramente la política "gringa" de Washington hacia México y añadía: "En los últimos años parece que hemos tenido más en común con nuestros viejos enemigos de Ciudad de México que con nuestros dirigentes de Washington… Los yanquis nos han estado robando nuestro petróleo desde Spindletop… así que los texanos no deben sorprenderse por que México intente evitar la misma clase de imperialismo económico."
En el mismo puesto de periódicos compré también un adhesivo para automóviles que se exhibía en lugar destacado. Consistía en la estrella texana y una sola palabra: Secesión.
Todo esto tal vez sea disparatado, pero el hecho es que a todo lo largo de los Estados Unidos, como en otros países de alta tecnología, la autoridad nacional está siendo cuestionada y aumentan las presiones regionales. Dejando a un lado el creciente potencial de separatismo que existe en Puerto Rico y Alaska, o las demandas de los nativos americanos de ser reconocidos como nación soberana, podemos detectar resquebrajamientos cada vez más grandes entre los propios Estados continentales. Según la Conferencia Nacional de Legislaturas Estatales, "se está produciendo en América una segunda guerra civil. El conflicto empuja los industrializados Nordeste y Medio Oeste contra los Estados del Sur y el Sudoeste".
Una destacada publicación comercial habla de la "segunda guerra entre los Estados Unidos" y declara que "el desigual crecimiento económico está lanzando a las regiones hacia un violento conflicto". El mismo belicoso lenguaje es utilizado por irritados gobernadores y funcionarios del Sur y el Oeste, que se refieren a lo que está sucediendo como el "equivalente económico de la guerra civil". Enfurecidos por las propuestas formuladas por la Casa Blanca en el campo de la energía, estos funcionarios, según el New York Times, "se han comprometido nada menos que a la secesión, para reservar las provisiones de petróleo y gas natural con destino a la creciente base industrial de la región".
Brechas cada vez más anchas dividen también a los propios Estados del Oeste. Dice Jeffrey Knight, director legislativo de "Amigos de la Tierra": "Los mismos Estados occidentales se van viendo progresivamente a sí mismos como colonias energéticas de Estados como California."
Estaban luego los adhesivos para automóviles que surgieron profusamente en Texas, Oklahoma y Luisiana durante la escasez de petróleo para calefacción que se produjo a mediados de la década de los setenta y que declaraban: "Que los bastardos se hielen en la oscuridad." La tenuemente velada implicación de sección podía percibirse también en la redacción de un anuncio insertado en el New York Times por el Estado de Luisiana. Urgía al lector: "Piense en una América sin Luisiana."
A los habitantes del Medio Oeste se les está aconsejando ahora que dejen de "perseguir chimeneas", se orienten a una industria más avanzada y empiecen " pensar como regionalistas, mientras que los gobernadores del Noroeste se tan organizando para defender los intereses de esa región. En un anuncio a toda plana publicado por una "coalición para salvar a Nueva York" se insinuaba el estado de ánimo general. El anuncio proclamaba que "Nueva York está siendo violada" por la política federal y que "los neoyorquinos pueden defenderse".
¿Cuál es el resultado de todas estas beligerantes posturas por todo el mundo, por no mencionar las protestas y la violencia? La respuesta es inequívoca: tensiones internas potencialmente explosivas en las naciones engendradas por la revolución industrial.
Algunas de esas tensiones provienen, evidentemente, de la crisis energética y de la necesidad existente de pasar de una base energética de la segunda ola a otra de la tercera. El origen de otras tensiones puede estar en los conflictos surgidos en torno a la transición de una base industrial de la segunda ola a una base industrial de la tercera ola. En muchos lugares estamos presenciando también, como se sugirió en el capítulo XIX, el desarrollo de economías subnacionales o regionales, que son tan grandes, complejas e internamente diferenciadas como lo eran las economías nacionales hace una generación. Forman el impulso desencadenante de movimientos separatistas o de afanes de autonomía.
Pero ya adopten la forma de abierto secesionismo, de regionalismo, bilingüismo, autonomismo o descentralismo, estas fuerzas centrífugas obtienen también respaldo porque los Gobiernos nacionales son incapaces de reaccionar con flexibilidad a la rápida desmasificación de la sociedad.
A medida que la sociedad de masas de la Era industrial se desintegra bajo el impacto de la tercera ola, se van haciendo menos uniformes los grupos regionales, locales, étnicos, sociales y religiosos. Las condiciones y las necesidades divergen. Los individuos también descubren o reafirman sus diferencias.
Característicamente, las corporaciones hacen frente a este problema introduciendo más variedad en sus productos y siguiendo una política de agresiva "segmentación del mercado".
Por el contrario, a los Gobiernos nacionales, les resulta difícil individualizar sus políticas. Encerrados en las estructuras políticas y burocráticas de la segunda ola, encuentran imposible tratar de forma diferente a cada región o ciudad, a cada uno de los grupos raciales, religiosos, sociales, sexuales o étnicos, cuanto más a tratar como individuo a cada ciudadano. Mientras las condiciones se diversifican, los que toman las decisiones a nivel nacional permanecen ignorantes de las cambiantes exigencias locales. Si intentan identificar estas necesidades altamente localizadas o especializadas, acaban sepultados bajo un diluvio de datos excesivamente detallados e indigeribles.
Pierre Trudeau, atrapado en la lucha contra el secesionismo canadiense, lo expresó claramente ya en 1967 cuando dijo: "No se puede tener un sistema operativo y operante de Gobierno federal si una parte de él, provincia o Estado, ostenta un status muy especial, si sostiene con el Gobierno central un conjunto de relaciones diferente al de otras provincias."
En consecuencia, los Gobiernos nacionales de Washington, Londres, París O Moscú continúan, en general, imponiendo políticas uniformes destinadas " una sociedad de masas sobre públicos cada vez más divergentes y segmentados. Se olvidan o ignoran las necesidades locales e individuales, haciendo que las llamas del resentimiento alcancen la temperatura del rojo blanco. A medida que progresa la desmasificación, podemos esperar que las fuerzas separatistas o centrífugas se intensifiquen dramáticamente y amenacen la unidad de muchas naciones-Estado.
La tercera ola ejerce enormes presiones desde abajo sobre la nación-Estado.
De arriba abajo
Al mismo tiempo, vemos dedos igualmente poderosos clavándose desde arriba en la nación-Estado. La tercera ola aporta nuevos problemas, una nueva estructura de comunicaciones y nuevos actores sobre el escenario del mundo, todo lo cual reduce drásticamente el poder de la nación-Estado individual.
Así como muchos problemas son demasiado pequeños o localizados para que los Gobiernos nacionales puedan encararlos eficazmente, están surgiendo rápidamente otros nuevos, que son demasiado grandes para que ninguna nación se enfrente por sí sola a ellos. "La nación-Estado, que se considera a sí misma Absolutamente soberana, es, evidentemente, demasiado pequeña para desempeñar un verdadero papel a nivel mundial -escribe el pensador político francés Denis de Rougement-. Ni uno solo de nuestros 28 Estados europeos puede ya asegurar por sí mismo su defensa militar y, su prosperidad, sus recursos tecnológicos… la prevención de guerras nucleares y de catástrofes ecológicas." Ni pueden hacerlo tampoco los Estados Unidos, la Unión Soviética o Japón.
Los estrechos lazos económicos entre las naciones hacen virtualmente imposible en la actualidad que ningún Gobierno nacional concreto dirija independientemente su propia economía o ponga en cuarentena la inflación. La cada vez más grande burbuja de la euromoneda, por ejemplo, como se ha indicado antes, escapa por completo a la capacidad reguladora de cualquier nación individual. Los políticos nacionales que afirman que sus políticas interiores pueden "detener la inflación" o "suprimir el paro", o son ingenuos o están mintiendo, ya que la mayor parte de las infecciones económicas son en la actualidad transmisibles a través de las fronteras nacionales. El caparazón económico de la nación-Estado se va tornando cada vez más permeable.
Además, las fronteras nacionales que no pueden ya contener las corrientes económicas resultan menos defendibles aún frente a fuerzas ambientales. Si las industrias químicas suizas realizan vertidos residuales al Rin, la contaminación fluye a través de Alemania y Holanda hasta acabar desembocando en el mar del Norte. Ni Holanda ni Alemania pueden garantizar por sí mismas la calidad de sus propias vías acuáticas. Los derrames de los petroleros, la contaminación del aire, modificaciones meteorológicas accidentales, la destrucción de bosques y otras actividades entrañan con frecuencia efectos secundarios que rebasan las fronteras nacionales. Las fronteras son ahora porosas.
El nuevo sistema mundial de comunicaciones aumenta, además, la susceptibilidad de cada nación a una penetración procedente del exterior. Los canadienses se muestran desde hace tiempo resentidos por el hecho de que unas setenta emisoras de televisión norteamericanas situadas a lo largo de la frontera transmiten programas para públicos canadienses. Pero esta forma de penetración cultural de la segunda ola es insignificante comparada con la que han hecho posible los sistemas de comunicaciones de la tercera ola, basados en satélites, computadores, teleimpresoras, sistemas por cable interactivos y emisoras terrestres.
"Una forma de "atacar" a una nación -escribe el senador de los Estados Unidos George S. McGovern- es restringir el flujo de información… cortando el contacto entre las oficinas centrales y las sucursales ultramarinas de una empresa multinacional… levantando muros informativos en torno a una nación. Una nueva expresión está haciendo su entrada en el léxico internacional, "soberanía informativa"."
Sin embargo, es discutible con qué eficacia se pueden clausurar las fronteras nacionales… y por cuánto tiempo. Pues el cambio a una base industrial de tercera ola requiere el desarrollo de una "red nerviosa", o sistema de información, altamente ramificada, sensitiva y completamente abierta, y los intentos de naciones individuales de obstruir los flujos de datos puede frenar, más que acelerar, su propio desarrollo económico. Además, cada avance tecnológico proporciona un nuevo camino para atravesar el caparazón exterior de la nación.
Todas estas evoluciones -los nuevos problemas económicos, los nuevos problemas ambientales y las nuevas tecnologías de comunicación– están convergiendo para socavar la posición de la nación-Estado en el esquema global de las cosas. Lo que es más, su convergencia se produce en el preciso momento en que nuevos y poderosos actores hacen su aparición en la escena mundial para desafiar el poderío nacional.
La corporación global
La más conocida y poderosa de estas nuevas fuerzas es la corporación transnacional, o, más comúnmente, la corporación multinacional.
Durante los últimos veinticinco años, hemos presenciado una extraordinaria globalización de la producción, basada no simplemente en la exportación de materias primas o bienes manufacturados en un país a otro, sino también en la organización de la producción a lo largo de líneas nacionales.
La corporación transnacional (o CTN) puede realizar tareas de investigación en un país, manufacturar componentes en otro, montarlos en un tercero, vender bienes manufacturados en un cuarto, depositar sus fondos excedentes en un quinto, etc. Puede tener filiales que operen en docenas de países. Las dimensiones, importancia y poder político de este nuevo participante en el juego global han aumentado extraordinariamente desde mediados de los años cincuenta. En la actualidad, por lo menos diez mil Compañías establecidas en las naciones de alta tecnología no comunistas tienen filiales fuera de sus propios países. Más de dos mil tienen filiales en seis o más países anfitriones.
De 382 grandes firmas industriales con ventas superiores a mil millones de dólares, 242 tienen un 25% o más de "contenido extranjero" medido en términos de ventas, fondos, exportaciones, ganancias o empleo. Y aunque los economistas discrepan ampliamente acerca de cómo definir y evaluar (y, por consiguiente, clasificar y contar) estas corporaciones, es evidente que representan un nuevo y crucial factor en el sistema mundial… y un desafío a la nación-Estado.
Para tener un atisbo de sus dimensiones resulta útil saber que en un día determinado de 1971 poseían fondos líquidos a corto plazo por valor de 268.000 millones de dólares. Esto -según el Subcomité de Comercio Internacional del Senado de los Estados Unidos- suponía "más del doble del total de todas las instituciones monetarias del mundo en la misma fecha". En comparación, el presupuesto total anual de las Naciones Unidas representaba menos de 1/268, 91,0,0037, de esa cifra.
A comienzos de los años setenta, la cuantía de los ingresos anuales de la General Motors por ventas era mayor que el Producto Nacional Bruto de Bélgica o Suiza. Estas comparaciones llevaron al economista Lester Brown, presidente del Worldwatch Institute, a observar que "se dijo en otro tiempo que el Sol nunca se ponía en el Imperio británico. Hoy, el Sol sí se pone en el Imperio británico, pero no en las decenas de imperios empresariales globales entre los que figuran los de IBM, Unilever, Volkswagen e Hitachi".
Solamente Exxon tiene ya una flota de petroleros mayor en un 50% que la de la Unión Soviética. El especialista en cuestiones Oriente-Occidente Josef Vüczynski, economista del Royal Military College de Australia, señaló una vez que en 1973 "los beneficios de las ventas" de sólo diez de estas corporaciones transnacionales habría sido "suficiente para dar a los 58 millones de miembros de los partidos comunistas de los 14 países socialistas unas vacaciones de seis meses conforme al nivel de vida americano". Aunque se las considera como típica invención capitalista, el hecho es que unas cincuenta "transnacionales socialista" operan en los países del COMECON, tendiendo oleoductos, fabricando productos químicos y cojinetes de bolas, extrayendo potasa y asbestos y dirigiendo Compañías navieras. Además, Bancos e instituciones financieras socialistas -que van desde el Moscow Narodny Bank hasta la Black Sea and Baltic General Insurance Company- realizan operaciones comerciales en Zurich, Viena, Londres, Francfort o París. Algunos teóricos marxistas consideran ahora la "internacionalización de la producción" como necesaria y "progresista". Además, de las quinientas CTN de propiedad privada y con sede en Occidente cuyas ventas en 1973 rebasaron los quinientos millones de dólares, 140 tuvieron "tratos comerciales importantes" con uno o más países del COMECON.
Y tampoco se hallan establecidas sólo en las naciones ricas las CTN. Los 25 países del Sistema Económico Latinoamericano decidieron recientemente crear sus propias transnacionales en los campos de explotaciones agrícolas, viviendas baratas y bienes de capital. Compañías con sede en las Islas Filipinas están construyendo puertos en el golfo Pérsico, y transnacionales indias están creando instalaciones electrónicas en Yugoslavia, acerías en Libia y una industria de máquinas–herramientas en Argelia. El auge de las CTN altera la posición de la nación-Estado en el planeta.
Los marxistas tienden a considerar a los Gobiernos nacionales como serviles criadas del poder de las corporaciones y, por consiguiente, ponen de relieve la comunidad de intereses existentes entre ellos. Sin embargo, las CTN tienen con frecuencia sus propios intereses, contrapuestos a los de sus "patrias", y viceversa.
CTN "británicas" han violado embargos británicos. CTN "americanas" han violado normas dictadas por los Estados Unidos con respecto al boicot árabe de empresas judías. Durante el embargo de la OPEP, las Compañías petrolíferas transnacionales racionaron las entregas entre países con arreglo a sus propias prioridades, no con arreglo a prioridades nacionales. Las lealtades nacionales se desvanecen rápidamente cuando se presentan oportunidades en otras partes, así que las CTN transfieren puestos de trabajo de un país a otro, escapan a las regulaciones ambientales y enfrentan entre sí a los países anfitriones.
"Durante los últimos siglos -ha escrito Lester Brown-, el mundo ha estado nítidamente dividido en un conjunto de naciones-Estado independientes y soberanas… Con la aparición de literalmente centenares de corporaciones multinacionales o globales, esta organización del mundo en entidades políticas mutuamente excluyentes está siendo ahora recubierta por una red de instituciones económicas."
En esta matriz, el poder que en otro tiempo perteneció exclusivamente a la nación-Estado cuando ésta era la única fuerza importante que actuaba en la escena mundial se halla, al menos en términos relativos, drásticamente reducido.
De hecho, las transnacionales se han hecho tan grandes, que han asumido algunas de las características de la propia nación-Estado, incluyendo su propio cuerpo de cuasidiplomáticos y sus propios y sumamente eficaces servicios de espionaje.
"Las necesidades de servicios de espionaje por parte de las multinacionales… no son muy diferentes de las de los Estados Unidos, Francia o cualquier otro país… De hecho, todo examen de las luchas sostenidas en este campo entre la CÍA, la KGB y sus agencias satélites será incompleto si no describe los papeles cada vez más importantes desempeñados por los aparatos de Exxon, Chase Manhattan, Mitsubishi, Lockheed, Philips y otras", escribe Jim Hougan en Spooks, un análisis de las agencias de espionaje privadas.
A veces cooperando con su nación "natal", a veces explotándola, a veces ejecutando su política, a veces utilizándola para ejecutar la suya propia, las CTN UO son ni completamente buenas ni completamente malas. Pero, con su capacidad para desplazar instantáneamente miles de millones de dólares a través de las fronteras nacionales, con su poder para desplegar tecnología y actuar con relativa rapidez, han desbordado y rebasado con frecuencia a los Gobiernos nacionales.
"No es sólo, ni aun principalmente, cuestión de si las Compañías internacionales pueden burlar leyes y normas regionales concretas -escribe Hugh Stephenson en un estudio sobre el impacto de la CTN en la nación-Estado-. Es que todo nuestro entramado de pensamiento y reacción se halla fundado en el… concepto de la nación-Estado soberana (mientras) las corporaciones internacionales están invalidando esta noción."
En términos del sistema de poder global, el auge de las grandes transnacionales ha reducido, más que fortalecido, el papel de la nación-Estado precisamente en el momento en que presiones centrífugas surgidas desde abajo amenazan con hacerla reventar.
La naciente "Red T"
Aunque son las más conocidas, las corporaciones transnacionales no son las únicas fuerzas nuevas de la escena mundial. Por ejemplo, estamos presenciando el nacimiento de agrupaciones sindicales transnacionales, la imagen reflejada, por así decirlo, de las corporaciones. Estamos viendo también el desarrollo de movimientos religiosos, culturales y étnicos que rebasan las líneas nacionales y enlazan unos con otros. Observamos un movimiento antinuclear cuyas manifestaciones en Europa atraen participantes de varios países a la vez. Estamos presenciando también la aparición de agrupaciones transnacionales de partidos políticos. Así, tanto cristianodemócratas como socialistas hablan de constituirse en "europartidos" que transciendan las fronteras nacionales, tendencia que ha sido acelerada por la creación del Parlamento Europeo.
Paralelamente a ello, existe, mientras tanto, una rápida proliferación de asociaciones transnacionales no gubernamentales. Estos grupos se dedican a todo: desde la educación, a la exploración oceánica; desde los deportes, a la ciencia; desde la horticultura, a la dispensa de ayudas en situaciones de calamidad. Van desde la Confederación de Fútbol de Oceanía o la Federación Odontológica Latinoamericana, hasta la Cruz Roja Internacional, la Federación Internacional de Pequeñas y Medianas Empresas y la Federación Internacional de Mujeres Abogados. En su conjunto, estas organizaciones o federaciones "sombrilla" representan millones de miembros y decenas de miles de ramas en muchos países. Reflejan todos los matices imaginables de interés, o falta de interés, político.
En 1963, unas 1.300 de estas organizaciones operaban por encima de las fronteras nacionales. Para mediados de los años setenta, el número se había duplicado hasta los 2.600. Se espera que el total ascienda hasta las 3.500 o 4.500 para 1985… con el nacimiento de una nueva cada tres días, aproximadamente.
Si las Naciones Unidas son la "organización mundial", estos grupos menos visibles constituyen, de hecho, una "segunda organización mundial". En 1975, el total de sus presupuestos era sólo de 1.500 millones de dólares… pero esto constituye nada más que una pequeña fracción de los recursos controlados por sus unidades subordinadas. Tienen su propia "asociación comercial", la Unión de Asociaciones Internacionales, radicada en Bruselas. Se relacionan unas con otras verticalmente, con las agrupaciones locales, regionales, nacionales y de otro tipo, reuniéndose bajo las organizaciones transnacionales. También se relacionan horizontalmente a través de una tupida malla de consorcios, grupos de trabajo, comités interorganizativos y secciones especializadas.
Son tan tupidos estos lazos transnacionales que, según un estudio realizado por la Unión de Asociaciones Internacionales, en 1977 había un total estimado de 52.075 relaciones entremezcladas y superpuestas entre 1.857 de estos grupos. Y este número está aumentando. Literalmente miles de reuniones, conferencias y simposios transnacionales ponen en contacto unos con otros a los miembros de estas diferentes agrupaciones.
Aunque todavía relativamente poco desarrollada, esta red transnacional (o Red T) añade otra dimensión más al emergente sistema mundial de la tercera ola. Pero ni siquiera esto completa el cuadro.
El papel de la nación-Estado resulta más disminuido aún a medida que las propias naciones se ven obligadas a crear agencias supranacionales. Las naciones-Estado se esfuerzan por conservar toda la soberanía y libertad de acción que les sea posible. Pero están siendo empujadas, paso a paso, a aceptar nuevas limitaciones a su independencia.
Los países europeos, por ejemplo, se han visto obligados, a regañadientes, pero ineluctablemente, a crear un Mercado Común, un Parlamento Europeo, un sistema monetario europeo y agencias especializadas como la Organización Europea de Investigación Nuclear. Richard Burke, delegado fiscal del Mercado Común, ejerce presiones tendentes a que las naciones miembros modifiquen sus políticas fiscales interiores. Las políticas culturales e industriales, antes determinadas en Londres o París, son ahora forjadas en Bruselas. Los miembros del Parlamento Europeo han impuesto, de hecho, un aumento de 840 millones de dólares en el presupuesto de la CEE, pese a las objeciones de sus Gobiernos nacionales.
El Mercado Común constituye quizás el ejemplo más importante de gravitación del poder hacia una agencia internacional. Pero no es el único ejemplo. De hecho, estamos presenciando una explosión demográfica de este tipo de organizaciones intergubernamentales (u OIG), agrupaciones o consorcios de tres o más naciones. Van desde la Organización Meteorológica Mundial y la Agencia Internacional de Energía Atómica, hasta la Organización Internacional del Café o la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio, por no hablar de la OPEP. En la actualidad, este tipo de agencias necesitan coordinar transporte, Comunicaciones, patentes y trabajo a nivel mundial en docenas de campos, desde el arroz al caucho. Y el número de tales OIG se ha duplicado también, pasando de 139 en 1960, a 262 en 1977.
A través de estas OIG, la nación-Estado trata de enfrentarse con problemas de dimensión supranacional, conservando al mismo tiempo la máxima capacidad decisoria a nivel nacional. Sin embargo, poco a poco, se produce un constante desplazamiento gravitacional a medida que se transfieren más decisiones o estas entidades de dimensiones supranacionales o vienen determinadas por ellas.
Desde el nacimiento de la corporación transnacional hasta la explosión demográfica de asociaciones transnacionales y la creación de todas estas OIG, Vemos una línea evolutiva que se mueve en la misma constante dirección. Las naciones son cada vez menos capaces de emprender una acción independiente, están perdiendo gran parte de su soberanía.
Lo que estamos creando es un juego global múltiple en el que participan no simplemente naciones, sino también corporaciones y sindicatos, agrupaciones políticas, étnicas y culturales, asociaciones transnacionales y agencias supranacionales. La nación-Estado, ya amenazada por presiones procedentes de abajo, ve limitada su libertad de acción y desplazado o disminuido su poder a medida que va tomando forma un sistema global radicalmente nuevo.
Conciencia planetaria
El empequeñecimiento de la nación-Estado refleja la aparición de una economía global de nuevo estilo que ha surgido desde que la tercera ola comenzó su avance. Las naciones-Estado eran los contenedores políticos necesarios para las economías de dimensión nacional. En la actualidad, esos contenedores no solamente se han agrietado, sino que se han tornado anticuados a causa de su propio éxito. Está, en primer lugar, el crecimiento, dentro de ellos, de economías regionales que han alcanzado una escala que en otro tiempo se asociaba con las economías nacionales. En segundo lugar, la economía mundial a que dieron origen ha desbordado sus dimensiones y está tomando nuevas y extrañas formas.
La nueva economía global se ve, así, dominada por las grandes corporaciones transnacionales. Está mantenida por una ramificada industria bancaria y financiera, que opera a velocidades electrónicas. Engendra dinero y crédito, que ninguna nación puede regular. Avanza hacia monedas transnacionales, no una sola "moneda mundial", sino una variedad de monedas o "metamonedas", cada una de ellas basada en una "cesta de la compra" de monedas o divisas nacionales. Está desgarrada por un conflicto a escala mundial entre suministradores de recursos y usuarios. Está agujereada de deudas a una escala hasta ahora inimaginable. Es una economía mixta, con empresas capitalistas y socialistas de Estado abordando operaciones conjuntas y trabajando codo a codo. Y su ideología no es laissez faire ni marxismo, sino globalismo… la idea de que el nacionalismo se ha quedado anticuado.
Así como la segunda ola creó una sección de la población cuyos intereses tenían una dimensión más que local y que se convirtió en la base de las ideologías nacionalistas, así también la tercera ola da origen a grupos con intereses cuya amplitud rebasa los límites nacionales. Forman la base de la emergente ideología globalista a veces denominada "conciencia planetaria".
Esta conciencia es compartida por ejecutivos multinacionales, melenudos organizadores de campañas ecologistas, financieros, revolucionarios, intelectuales, poetas y pintores, por no mencionar a los miembros de la Comisión Trilateral. Incluso un famoso general norteamericano de cuatro estrellas me ha asegurado que "la nación-Estado ha muerto". El globalismo se presenta como algo más que una ideología servidora de los intereses de un grupo limitado. Exactamente del mismo modo que el nacionalismo pretendía hablar en nombre de la nación entera, el globalismo pretende hablar en nombre del mundo entero. Y se considera su aparición como una necesidad evolutiva, un paso más hacia una "conciencia cósmica", que abarcaría también los cielos.
Por consiguiente, en resumen, a todos los niveles, desde la economía y la política hasta la organización y la ideología, estamos presenciando un devastador ataque, desde dentro y desde fuera, contra ese pilar de la civilización de la segunda ola que es la nación-Estado.
En el preciso momento histórico en que muchos países pobres luchan desesperadamente por establecer una identidad nacional porque la nacionalidad era necesaria en el pasado para lograr la industrialización, los países ricos, lanzados más allá del industrialismo, están disminuyendo, desplazando o anulando el papel de la nación.
Podemos esperar que en las próximas décadas se produzcan grandes esfuerzos para crear nuevas instituciones globales capaces de representar adecuadamente a los pueblos prenacionales, así como a los posnacionales, del mundo.
Mitos e invenciones
Hoy en día nadie, desde los expertos de la Casa Blanca o el Kremlin hasta el proverbial hombre de la calle, puede estar seguro de la forma que adoptará el nuevo sistema mundial, qué nuevas clases de instituciones surgirán para suministrar orden regional o global. Pero sí es posible disipar varios mitos populares.
El primero de ellos es el mito propagado por películas tales como Rollerball y Network en el que un villano de acerados ojos anuncia que el mundo está o estará repartido y gobernado por un grupo de corporaciones transnacionales. En su forma más común, este mito presenta una única Corporación de la Energía, una única Corporación de la Alimentación, una única Corporación de la Vivienda, una única Corporación del Ocio, etc., todas ellas a nivel mundial. En una variante, cada una de ellas constituye un mero departamento de una megacorporación aún mayor.
Esta simplista imagen se basa en extrapolaciones rectilíneas de las tendencias de la segunda ola: especialización, maximización y centralización.
Esta concepción no sólo pasa por alto la fantástica diversidad de las condiciones de la vida real, el choque de culturas, religiones y tradiciones existentes en el mundo, la rapidez del cambio y el impulso histórico que está llevando ahora a las naciones de alta tecnología hacia la desmasificación; no sólo presupone ingenuamente que se puedan compartimentar limpiamente necesidades tales como la energía, la vivienda o la alimentación; ignora los cambios fundamentales que actualmente están revolucionando la estructura y finalidad de la corporación misma. Se basa, en resumen, en una anticuada imagen, propia de la segunda ola, de qué es y cómo se estructura una corporación.
La otra fantasía, estrechamente relacionada con ésta, presenta un planeta dirigido por un único y centralizado Gobierno Mundial. Este es imaginado generalmente como la extensión de alguna institución o Gobierno ya existentes… un "Estados Unidos del Mundo", un "Estado Proletario Planetario" o, simplemente, la ampliación de las Naciones Unidas. También en este caso la idea se basa en extensiones simplistas de principios de la segunda ola.
Lo que parece estar emergiendo no es un futuro dominado por la corporación ni un Gobierno global, sino un sistema mucho más complejo, similar a la organización en matrices que hemos visto surgir en ciertas industrias avanzadas. Más que una o unas cuantas burocracias globales piramidales, estamos tejiendo redes o matrices que enlazan diferentes clases de organizaciones con intereses comunes.
Por ejemplo, es posible que durante la próxima década veamos nacer una Matriz de los Océanos, compuesta no sólo de naciones-Estado, sino también de regiones, ciudades, corporaciones, organizaciones ambientales, grupos científicos y otros con interés en el mar. Al sucederse los cambios, surgirían nuevas agrupaciones, que se integrarían en la matriz, mientras otras se saldrían de ella. Estructuras organizativas similares pueden muy bien emerger -en cierto sentido, están ya emergiendo- para ocuparse de otros temas: una Matriz del Espacio, una Matriz de la Alimentación, una Matriz del Transporte, una Matriz de la Energía, etc., todas entremezclándose unas con otras, entrecruzándose y formando un sistema reticular abierto, en lugar de un sistema cerrado.
En otras palabras: caminamos hacia un sistema mundial compuesto de unidades densamente interrelacionadas como las neuronas de un cerebro, en lugar de organizadas como los departamentos de una burocracia.
Mientras esto sucede, podemos esperar que se produzca una tremenda lucha en el seno de las Naciones Unidas en torno a si esa organización debe seguir siendo una "asociación comercial de naciones-Estado" o si deben estar representadas en ella otros tipos de unidades… regiones, quizá religiones, incluso corporaciones o grupos étnicos.
Mientras las naciones se desgajan y reestructuran, mientras CTN y nuevos actores invaden la escena mundial, mientras estallan inestabilidades y amenazas de guerra, habremos de inventar formas políticas totalmente nuevas que traigan una apariencia de orden al mundo, un mundo en el que la nación-Estado se ha convertido, a casi todos los efectos, en un peligroso anacronismo.
XXIII
Gandhi con satélites
"Convulsivas agitaciones…", "inesperados levantamientos…", "conmociones brutales…". Los redactores de titulares buscan frenéticamente expresiones adecuadas para describir lo que ellos perciben como creciente desorden mundial. El alzamiento islámico en Irán les deja estupefactos. La súbita inversión de la política maoísta en China, el derrumbamiento del dólar, la nueva militancia de los países pobres, estallidos de rebelión en El Salvador o Afganistán… todos estos acontecimientos son considerados sorprendentes e inconexos frutos del azar. El mundo, se nos dice, está escorando hacia el caos.
Pero mucho de lo que parece anárquico no lo es. El brote de una nueva civilización sobre la Tierra no podía por menos de romper viejas relaciones, derribar regímenes y conmover todo el sistema financiero. Lo que parece caos es, en realidad, un masivo realineamiento de poder para acomodarse a la nueva civilización.
Cuando volvamos la vista atrás hacia los momentos actuales y los veamos como el crepúsculo de la segunda ola, nos entristecerá lo que veamos. Pues, al llegar a su fin, la civilización industrial dejaba tras de sí un mundo en el que una cuarta parte de la especie vivía en relativa opulencia, tres cuartas partes en relativa pobreza… y 800 millones de personas en lo que el Banco Mundial denomina pobreza "absoluta". Setecientos millones de personas estaban subalimentadas, y 550 millones eran analfabetas. En las postrimerías de la Era industrial se calculaba que 1.200 millones de seres humanos seguían sin tener acceso a instalaciones sanitarias públicas ni, incluso, a la posibilidad de disponer de agua potable.
Dejaba tras de sí un mundo en el que entre veinte y treinta naciones industrializadas dependían de las subvenciones ocultas de energía barata y materias primas baratas para gran parte de su éxito económico. Dejaba una infraestructura mundial -el Fondo Monetario Internacional, el GATT, el Banco Mundial y el COMECON- que regulaba el comercio y las finanzas en beneficio de las potencias de la segunda ola. Dejaba a muchos países pobres con economías de monocultivo destinadas a servir a las necesidades de los ricos.
La rápida aparición de la tercera ola no sólo prefigura el fin del imperio de la segunda ola; hace estallar también todas nuestras ideas convencionales sobre la terminación de la pobreza en el Planeta.
La estrategia de la segunda ola
Desde finales de los años cuarenta, una única estrategia dominante ha gobernado la mayor parte de los esfuerzos encaminados a reducir el abismo existente entre los ricos y los pobres del mundo. Yo la llamo estrategia de la segunda ola.
Esta táctica parte de la premisa de que las sociedades de la segunda ola son la culminación del progreso evolutivo y que, para resolver sus problemas, todas las sociedades deben repetir la revolución industrial esencialmente tal como se desarrolló en Occidente, la Unión Soviética o Japón. El progreso consiste en desplazar a millones de personas de la agricultura a la producción en serie. Requiere urbanización, uniformización y todos los demás ingredientes de la segunda ola. En resumen, el desarrollo implica la fiel imitación de un modelo que se ha revelado ya eficaz.
Decenas de Gobiernos de un país tras otro han intentado llevar a cabo este plan. Unos pocos, como Corea del Sur o Taiwan, en los que prevalecen condiciones especiales, parecen estar consiguiendo crear una sociedad de la segunda ola. Pero la mayor parte de tales esfuerzos ha abocado al desastre.
Se ha achacado a una desconcertante multiplicidad de razones esta sucesión de fracasos en un país tras otro. Neocolonialismo. Mala planificación. Corrupción. Religiones retrógradas. Tribalismo. Corporaciones transnacionales. La CÍA. Ir demasiado despacio. Ir demasiado de prisa. Pero, cualesquiera que sean las razones, subsiste el hecho de que la industrialización conforme al modelo de la segunda ola ha fracasado muchas más veces que las que ha triunfado.
Irán constituye el caso más dramático en este sentido.
En 1975, un tiránico sha alardeaba de que iba a convertir a Irán en el Estado industrial más avanzado del Oriente Medio mediante la puesta en práctica de la estrategia de la segunda ola. "Los constructores del sha -informaba Newsweek- se afanaban en torno a un glorioso despliegue de fábricas, pantanos, ferrocarriles, carreteras y todos los demás aderezos de una perfecta revolución industrial." En junio de 1978, los banqueros internacionales se apresuraban todavía a prestar miles de millones de dólares a bajo interés a la Persian Gulf Shipbuilding Corporation, a la Mazadern Textile Company, a Tavanir, la central eléctrica propiedad del Estado, al complejo de acerías de Isfahán y a la Irán Aluminium Company, entre otras.
Sin embargo, mientras esta febril actividad estaba supuestamente convirtiendo a Irán en una nación "moderna", la corrupción imperaba en Teherán. Un ostensible consumo agravaba el contraste entre ricos y pobres. Medraban los intereses extranjeros, principal, pero no exclusivamente, americanos. (Un gerente alemán en Teherán ganaba un tercio más de lo que habría ganado en su país, pero sus empleados trabajaban por la décima parte del salario de un obrero alemán.) La clase media urbana existía como una diminuta isla en un mar de miseria. Aparte el petróleo, las dos terceras partes de todos los bienes producidos para el mercado eran consumidas en Teherán por la décima parte de la población del país. En el campo, donde los ingresos apenas llegaban a la quinta parte que en la ciudad, las masas rurales continuaban viviendo en condiciones irritantes y represivas.
Mantenidos por el Occidente, intentando aplicar la estrategia de la segunda ola, los millonarios, generales y tecnócratas contratados que dirigían el Gobierno de Teherán concebían el desarrollo como un proceso básicamente económico. Religión, cultura, vida familiar, papeles sexuales… todo eso se resolvería por sí mismo con sólo que llegaran los dólares. La autenticidad cultural significaba poco porque, inmersos en la indusrealidad, veían el mundo como algo crecientemente uniformizado en vez de progresivamente diverso. La resistencia a las ideas occidentales era tildada de "retrógrada" por un Gabinete compuesto en un 90% por miembros educados en Harvard, Berkeley o Universidades europeas.
Pese a ciertas características circunstancias -como la combustible mezcla de petróleo e Islam -, gran parte de lo sucedido en Irán era común a otros países que seguían la estrategia de la segunda ola. Con algunas variaciones, podría decirse otro tanto de docenas de sociedades sumidas en la pobreza, desde Asia y África hasta Latinoamérica.
El derrumbamiento del régimen del sha en Teherán ha encendido un amplio debate en otras capitales, desde Manila hasta Ciudad de México. Una pregunta frecuentemente formulada se refiere al ritmo del cambio. ¿Era el ritmo demasiado acelerado? ¿Estaban los iraníes afectados por el shock del futuro? Aun con los ingresos derivados del petróleo, ¿pueden los Gobiernos crear una clase media lo suficientemente grande y con la suficiente rapidez como para evitar un levantamiento revolucionario? Pero la tragedia iraní y la sustitución del régimen del sha por una teocracia igualmente represiva nos obligan a poner en cuestión las premisas fundamentales mismas de la estrategia de la segunda ola.
¿Es la industrialización clásica el único camino posible hacia el progreso? ¿Tiene sentido imitar el modelo industrial en unos momentos en que la propia civilización industrial se debate en sus agonías postreras?
La quiebra del modelo del éxito
Mientras las naciones de la segunda ola se mantuvieron "triunfales" -estables, ricas y en progresivo enriquecimiento- fue fácil considerarlas como un modelo para el resto del mundo. Pero a finales de los años sesenta había estallado ya la crisis general del industrialismo.
Huelgas, derrumbamientos, crímenes y turbación psicológica se extendían por el mundo de la segunda ola. Las revistas lucubraban sobre "por qué nada funciona ya". Los sistemas energéticos y familiares se estremecían. Se desmoronaban sistemas de valores y estructuras urbanas. Contaminación, corrupción, inflación, alienación, soledad, racismo, burocratismo, divorcio, consumismo desbocado, todo ello se vio sujeto a despiadado ataque. Los economistas advertían sobre la posibilidad de un colapso total del sistema financiero.
Mientras tanto, un movimiento ecologista mundial advertía que la contaminación, la energía y el carácter limitado de los recursos podrían hacer que, a no tardar mucho, incluso las naciones existentes de la segunda ola se vieran en la imposibilidad de continuar las operaciones normales. Además, se señalaba, aun en el supuesto de que la estrategia de la segunda ola diera milagrosamente resultado en las naciones pobres, ello convertiría al Planeta en una gigantesca fábrica y ocasionaría una catástrofe ecológica.
Un negro pesimismo descendió sobre las naciones más ricas al intensificarse la crisis general del industrialismo. Y, de pronto, millones de personas en todo el mundo se preguntaron, no simplemente si la estrategia de la segunda ola podría ser eficaz, sino por qué iba nadie a querer emular a una civilización que se hallaba en el angustioso trance de una desintegración tan violenta.
Otro sorprendente giro de las cosas socavó también la creencia de que la estrategia de la segunda ola era el único camino que conducía desde los harapos hasta la riqueza. Siempre implícita en esta estrategia se hallaba la presunción de que "primero te "desarrollas" y luego te enriqueces", de que la opulencia era resultado de trabajo duro, sobriedad, la ética protestante y un largo proceso de transformación social y económica.
No obstante, el embargo de la OPEP y la súbita afluencia de petrodólares al Oriente Medio dejaron en evidencia esta idea calvinista. En cuestión de meses, miles de millones de dólares llegaron tumultuosamente a Irán, Arabia Saudí, Kuwait, Libia y otros países árabes, y el mundo vio cómo una riqueza aparentemente ilimitada precedía, en vez de seguir a la transformación. En el Oriente Medio era el dinero lo que producía el impulso para "desarrollarse", en lugar de ser el "desarrollo" lo que producía el dinero. Jamás había sucedido nada semejante, a tan gran escala.
Mientras tanto aumentaba la competencia entre las propias naciones ricas. "Con la utilización de acero surcoreano en las obras de construcción de California, con la comercialización en Europa de receptores de televisión fabricados en Taiwan, con la venta en el Oriente Medio de tractores procedentes de la India y… con China emergiendo espectacularmente como una importante fuerza industrial en potencia, crece la preocupación respecto hasta dónde las economías en desarrollo socavarán las industrias establecidas de las naciones avanzadas de Japón, los Estados Unidos y Europa", escribía un corresponsal en Tokio del New York Times.
Metalúrgicos franceses en huelga lo expresaron, como era de esperar, con más colorido. Pedían que se pusiera fin a "la matanza de la industria", y los manifestantes ocuparon la torre Eiffel. En una tras otra de las viejas naciones industriales, las industrias de la segunda ola y sus aliados políticos atacaban la "exportación de puestos de trabajo" y las políticas que extendían la industrialización a los países más pobres.
En resumen, por todas partes proliferaban dudas respecto a si la cacareada estrategia de la segunda ola podía -o incluso debía- dar resultado.
La estrategia de la primera ola
Enfrentadas con los fracasos de la estrategia de la segunda ola; zarandeadas por las enfurecidas demandas de los países pobres al exigir una revisión total de la economía mundial y profundamente preocupadas por su propio futuro, las naciones ricas empezaron a elaborar, a mediados de los años setenta, una nueva estrategia para las pobres.
Casi de la noche a la mañana, muchos Gobiernos y "agencias de desarrollo", incluidos el Banco Mundial, la Agencia de Desarrollo Internacional y el Consejo para el Desarrollo en Ultramar, cambiaron a lo que sólo puede llamarse estrategia de la primera ola.
Esta fórmula es casi una copia invertida de la estrategia de la segunda ola: En vez de estrujar a los campesinos y forzarlos a ir a las superpobladas ciudades, pone un nuevo acento en el desarrollo rural. En vez de concentrarse en la producción de cosechas para la exportación, insta a la consecución de una autosuficiencia alimenticia. En vez de esforzarse ciegamente por conseguir un PNB más alto, con la esperanza de que los beneficios acaben por llegar a los pobres, exige que los recursos sean canalizados directamente hacia "necesidades humanas básicas".
En vez de fomentar tecnologías ahorradoras de trabajo, el nuevo enfoque favorece la producción de trabajo intensivo, con bajas exigencias de capital, energía y especialización. En vez de construir acerías gigantescas o fábricas urbanas a gran escala, favorece instalaciones descentralizadas y a pequeña escala diseñadas para poblaciones también pequeñas.
Volviendo del revés los argumentos de la segunda ola, los defensores de la estrategia de la primera ola pudieron demostrar que muchas tecnologías industriales eran un desastre cuando se las transfería a un país pobre. Las máquinas se averiaban y permanecían sin ser reparadas. Necesitaban materias primas de elevado coste y, a menudo, importadas. Escaseaba la mano de obra especializada. Por ello – decía la nueva argumentación- lo que se necesitaba era "tecnologías apropiadas". Llamadas a veces "intermedias" o "alternativas", se situaban, por así decirlo, "entre la hoz y la máquina segadora-trilladora-aventadora".
No tardaron en surgir a todo lo largo de los Estados Unidos y Europa centros destinados al desarrollo de esas tecnologías, inspirados todos en el Grupo de Desarrollo de Tecnología Intermedia, fundado en Gran Bretaña en 1965. Pero también los países en vías de desarrollo crearon centros de éstos y empezaron a aportar innovaciones tecnológicas.
La Brigada de Granjeros Mochudi, de Botswana, por ejemplo, ha desarrollado un ingenio tirado por bueyes o burros que se puede utilizar para arar, plantar y extender fertilizantes en fila sencilla o doble. El Ministerio de Agricultura de Cambia ha adoptado un apero senegalés que se puede utilizar con un arado de vertedera simple, una elevadora de cacahuetes, una sembradora y una roturadora. En Ghana se trabaja con una trilladora accionada a pedales, una prensa mecánica para el grano sobrante y un exprimidor de madera para extraer agua de la fibra de banana.
La estrategia de la primera ola ha sido aplicada también sobre una base mucho más amplia. Así, en 1978, el nuevo Gobierno de la India, no recuperado aún de los aumentos de precio experimentados por el petróleo y los fertilizantes y de la decepción experimentada con las estrategias de la segunda ola seguidas por Nehru e Indira Gandhi, prohibió una mayor expansión de su industria textil mecanizada y urgió a que se incrementara la producción de tejidos en telares accionados a mano, en lugar de los que utilizaban fuerza motriz. El propósito no era sólo aumentar el empleo, sino también retrasar la urbanización favoreciendo la industria rural.
Hay mucho que decir en favor de esta nueva fórmula. Afronta la necesidad de reducir la masiva emigración a las ciudades. Tiende también a hacer más habitables las aldeas, donde vive la mayor parte de los pobres del mundo. Es sensible a factores ecológicos. Carga el acento en el uso de recursos locales baratos, en lugar de acudir a costosas importaciones. Desafía las convencionales y estrechas definiciones de "eficiencia". Sugiere una aproximación menos tecnocrática al desarrollo, tomando en consideración la costumbre local y la cultura. Hace hincapié en mejorar las condiciones de los pobres, en vez de hacer pasar capital por las manos de los ricos con la esperanza de que se escurra algo.
Pero, una vez reconocido todo esto, la fórmula de la primera ola continúa siendo sólo eso… una estrategia para mejorar los peores aspectos de las condiciones de la primera ola, sin transformarlas. Es un remiendo, no un remedio, y muchos Gobiernos de todo el mundo la perciben exactamente en esos términos.
El presidente indonesio Sujarto expresó una muy generalizada opinión piando afirmó que semejante estrategia "puede ser la nueva forma del imperialismo. Si Occidente contribuye sólo a la realización de proyectos de poca monta, puede que se alivie nuestra situación, pero nunca nos desarrollaremos". La súbita preocupación por la relación mano de obra-intensividad se ve sometida también a la acusación de que está al servicio de los ricos. Cuanto más tiempo permanezcan los países pobres en condiciones de primera ola, menos Mercancías competitivas es probable que lancen a un sobrecargado mercado mundial. Cuanto más tiempo permanezcan en la granja, por así decirlo, menos petróleo, gas y otros recursos obtendrán, y menos molestos resultarán políticamente.
Existe también, profundamente incrustada en la estrategia de la primera ola, la paternalista suposición de que, mientras que es preciso economizar otros factores de la producción, no ocurre lo mismo con el tiempo y la energía del trabajador, de que está muy bien el duro y continuo esfuerzo en los campos o los arrozales, siempre que sea otro quien lo haga.
Samir Amin, director del Instituto de Desarrollo Económico Africano, asume muchas de estas opiniones diciendo que las técnicas de laboreo intensivo se han tornado súbitamente atractivas "gracias a una mezcla de ideología hippie, retorno al mito de la edad de oro y el noble salvaje y crítica de la realidad del mundo capitalista".
Peor aún: la fórmula de la segunda ola resta peligrosamente importancia al papel de la ciencia y la tecnología avanzadas. Muchas de las tecnologías que ahora están siendo promovidas como "apropiadas" son más primitivas aún que las accesibles al granjero americano de 1776… mucho más próximas a la hoz que a la segadora mecánica. Cuando los granjeros americanos y europeos empezaron a emplear "tecnología más apropiada" hace 150 años; cuando abandonaron los dientes de madera para la escarificadora por dientes de acero y comenzaron a utilizar arado de hierro, no volvieron la espalda a los conocimientos acumulados del mundo en materia de ingeniería y metalurgia en todo el mundo… se los incorporaron.
Según una crónica contemporánea, en la Exposición de París de 1885, se hizo una espectacular demostración de las recién inventadas máquinas trilladoras: Sus hombres comenzaron a trillar con mayales en el mismo momento en que las distintas máquinas empezaban a funcionar, y éstos fueron los resultados de una hora de trabajo:
Seis trilladores con mayales 36 litros de trigo
Máquina trilladora belga 150 " "
Máquina trilladora francesa 250 " "
Máquina trilladora inglesa 410 " "
Máquina trilladora americana 740 " "
Sólo quienes nunca se han pasado años de agotador laboreo manual pueden desechar a la ligera maquinaria que, ya en 1885, podía trillar grano a una velocidad 123 veces mayor que la de un hombre.
Gran parte de lo que ahora llamamos "ciencia avanzada" fue desarrollada por científicos de países ricos para resolver los problemas de los países ricos. Muy poca investigación se ha encaminado a tratar los problemas cotidianos de los pobres del mundo. No obstante, cualquier "política de desarrollo" que comience cegándose a las potencialidades del conocimiento científico y tecnológico avanzado, condena a cientos de millones de desesperados, hambrientos y esforzados campesinos a una perpetua degradación.
En algunos lugares, y en ciertas épocas, la estrategia de la primera ola puede mejorar la vida para gran número de personas. Pero existen lastimosamente pocas pruebas de que cualquier país, utilizando métodos premecanizados de la primera ola, pueda jamás producir lo suficiente para invertir a cambio. De hecho, gran número de pruebas sugieren exactamente lo contrario.
Por medio de un heroico esfuerzo, la China de Mao -que inventó y experimentó elementos básicos de la fórmula de la primera ola- casi consiguió eliminar el hambre. Fue un logro extraordinario. Pero a finales de los años sesenta, el énfasis maoísta sobre el desarrollo rural y la industria casera había llegado todo lo lejos que podía ir. China había entrado en un callejón sin salida.
Pues la fórmula de la primera ola, por sí sola, es, en definitiva, una receta para el estancamiento y no es aplicable a toda la gama de países pobres en mayor medida que la estrategia de la segunda ola.
En un mundo de creciente diversidad tendremos que inventar decenas de estrategias innovadoras y dejar de buscar modelos pertenecientes ya al presente industrial, ya al pasado preindustrial. Ha llegado el momento de que empecemos a mirar hacia el emergente futuro.
La cuestión de la tercera ola
¿Debemos permanecer para siempre atrapados entre dos visiones anticuadas? He caricaturizado deliberadamente estas estrategias alternativas para hacer resaltar las diferencias. En la vida real, pocos Gobiernos pueden permitirse seguir teorías abstractas, y encontramos muchos intentos de combinar elementos de ambas estrategias. Sin embargo, el alzamiento de la tercera ola nos hace pensar que ya no necesitamos ir rebotando como una pelota de ping-pong entre estas dos fórmulas.
Pues la llegada de la tercera ola altera drásticamente todo. Y, si bien ninguna teoría emanada del mundo de alta tecnología, sea de tendencia capitalista o marxista, va a resolver los problemas del "mundo en vías de desarrollo", y ninguno de los modelos existentes es totalmente transferible, está surgiendo una extraña y nueva relación entre las sociedades de la primera ola y la civilización, que va formándose rápidamente, de la tercera ola. Más de una vez hemos visto ingenuos intentos de desarrollar un país perteneciente básicamente a la primera ola imponiéndole formas en extremo Incongruentes de la segunda ola -producción en serie, medios de comunicación de masas, educación de estilo fabril, Gobierno parlamentario estilo Westminster y la nación-Estado, por citar sólo unas pocas-, sin comprender que para que todo ello diera felices resultados habría que destruir la familia tradicional y las costumbres matrimoniales, la religión y las estructuras funcionales, que habría que arrancar de raíz toda la cultura.
En asombroso contraste, la civilización de la tercera ola resulta presentar muchas características -producción descentralizada, escala apropiada, energía renovable, desurbanización, trabajo en el hogar, elevados niveles de presumo, por citar sólo unas pocas- que se asemejan a las que se daban en las sociedades de la primera ola. Estamos presenciando algo que se parece extraordinariamente a un retorno dialéctico.
Por eso es por lo que tantas de las más sorprendentes innovaciones actuales llegan como con una estela de recuerdos. Esta fantasmal sensación de algo ya visto es lo que explica la fascinación por el pasado rural que hallamos en las sociedades de la tercera ola que van surgiendo rápidamente. Lo que resulta tan sorprendente en la actualidad es que parezca probable que las civilizaciones de la primera y la tercera ola tengan más cosas en común entre ellas que con la civilización de la segunda ola. Son, en otras palabras, congruentes.
Hará posible esta extraña congruencia que muchos de los actuales países de la primera ola adopten algunas de las características de la civilización de la tercera ola sin tragarse toda la píldora, sin renunciar por completo a su cultura ni pasar primero por la "fase" del desarrollo de la segunda ola. ¿Será, de hecho, más fácil pura algunos países introducir estructuras de la tercera ola que industrializarse a la manera clásica?
¿Es posible además ahora, como no lo fue nunca en el pasado, que una sociedad alcance un elevado nivel material de vida sin concentrar obsesivamente todas sus energías en la producción para el intercambio? Dada la más amplia gama de opciones aportada por la tercera ola, ¿no puede un pueblo reducir la mortalidad infantil y mejorar el lapso vital, la instrucción, la nutrición y la calidad general de la vida, sin renunciar a su religión o a sus valores ni abrazar necesariamente el materialismo occidental que acompaña a la extensión de la civilización de la segunda ola?
Las estrategias de "desarrollo" del mañana no vendrán de Washington, Moscú, París ni Ginebra, sino del África, Asia y Latinoamérica. Serán indígenas, adecuadas a las necesidades locales. No cargarán el acento en la economía, a costa de la ecología, la cultura, la religión o la estructura familiar y las dimensiones psicológicas de la existencia. No imitarán ningún modelo exterior, sea de la primera ola, de la segunda o incluso, de la tercera.
Pero la ascensión de la tercera ola sitúa todos nuestros esfuerzos en una nueva perspectiva. Pues depara a las naciones más pobres del mundo, así como a las más ricas, oportunidades completamente nuevas.
Sol, gambas y minicomputadores
La sorprendente congruencia entre muchas de las características estructurales de las civilizaciones de la primera y la tercera ola sugiere que tal vez sea posible en las próximas décadas combinar elementos del pasado y el futuro en un nuevo y mejor presente.
Tomemos, por ejemplo, la cuestión de la energía.
Con tanto hablar de una crisis energética en los países que están efectuando su transición a la civilización de la tercera ola, se olvida con frecuencia que las sociedades de la primera ola se hallan enfrentadas a su propia crisis de energía. Comenzando desde una base extremadamente baja, ¿qué clase de sistemas energéticos deben crear?
Ciertamente, necesitan grandes plantas eléctricas centralizadas y basadas en los combustibles fósiles, conforme al tipo de la segunda ola. Pero en muchas de esas sociedades, como ha demostrado el científico indio Arhulya Kumar N. Reddy, donde con más urgencia se necesita energía descentralizada es en el campo, y no en las ciudades.
La familia de un campesino indio no propietario de tierras invierte en la actualidad unas seis horas diarias en la simple tarea de buscar la leña que necesita para cocinar y calentarse. Entre cuatro y seis horas más se dedican a acarrear agua de un pozo, y una cantidad similar en apacentar ganado, cabras u ovejas. "Como una familia así no puede permitirse el lujo de contratar mano de obra y no puede comprar máquinas sustitutivas de la mano de obra, su única respuesta racional es tener por lo menos tres hijos para satisfacer sus necesidades de energía", dice Reddy, señalando que la energía rural "puede resultar un excelente anticonceptivo".
Reddy ha estudiado las necesidades de energía rural y llegado a la conclusión de que las necesidades de un poblado se pueden satisfacer fácilmente con una pequeña y barata instalación de biogás que utiliza desechos humanos y animales procedentes del propio poblado. Y ha demostrado que gran número de tales Unidades serían mucho más útiles, económicas y económicamente válidas que unas cuantas instalaciones generadoras centralizadas.
Este es, precisamente, el razonamiento que respalda los programas de investigación y creación de instalaciones de biogás en distintos países, desde Bangladesh hasta Fiji. India tiene ya 12.000 plantas de este tipo en funcionamiento, y su objetivo es alcanzar las 100.000 unidades. China proyecta instalar en Szechuán 200.000 de ellas, de tamaño familiar. Corea tiene 29.450 y espera alcanzar las 55.000 para 1985.
En las afueras mismas de Nueva Delhi, el destacado escritor futurista y hombre de negocios Jagdish Kapur ha convertido diez áridos y miserables improductivos acres en una "granja solar" mundialmente famosa mediante la utilización de una instalación de biogás. La granja produce ahora cereales, frutas y verduras suficientes para alimentar a su familia y sus empleados, así como toneladas de alimentos para venderlos con ganancia en el mercado. Mientras tanto, el Instituto Indio de Tecnología ha diseñado una planta solar de diez kilovatios para producir electricidad destinada a iluminar los hogares de la aldea, accionar bombas hidráulicas y permitir el funcionamiento de aparatos de radio o televisión. En Madras, en Tamil Nadu, las autoridades han instalado una planta desalinizadora accionada por energía solar. Y cerca de Nueva Delhi, Central Electronics ha creado una casa-piloto que utiliza células solares fotovoltaicas para producir electricidad.
En Israel, el biólogo molecular Haim Aviv ha propuesto un proyecto Conjunto agroindustrial egipcio-israelí en el Sinaí. Utilizando agua egipcia y la avanzada tecnología de irrigación israelí, sería posible cultivar mandioca bazucar de caña, que, a su vez, podría ser convertida en etanol para su utilización como combustible de automóviles. Su plan prevé que el ganado sea alimentado con subproductos del azúcar de caña y que los desechos de celulosa se destinen a fábricas de papel, creando un ciclo ecológico integrado. Proyectos similares -sugiere Aviv- podrían llevarse a la práctica en distintas partes de África, Sudeste asiático y Latinoamérica.
La crisis energética, que forma parte del derrumbamiento de la civilización de la segunda ola, está engendrando muchas nuevas ideas para la producción de energía centralizada y descentralizada, a gran escala y a pequeña escala, en las regiones más pobres del Planeta. Y existe un claro paralelismo entre algunos de los problemas con que se enfrentan las sociedades de la primera ola y de la emergente tercera ola. Ninguna de ellas puede depender de sistemas energéticos diseñados para la Era de la segunda ola.
¿Y la agricultura? También en este terreno la tercera ola nos lleva en direcciones nada convencionales. En el Laboratorio de Investigación del Medio Ambiente de Tucson (Arizona) existen criaderos de gambas junto a cultivos de pepinos y lechugas, aprovechándose los desechos de las gambas, en un proceso de reciclaje, para fertilizar las verduras. En Vermont, los experimentadores están produciendo siluros, truchas y verduras de manera similar. El agua del vivero piscícola acumula el calor solar y lo libera de noche para mantener elevada la temperatura. También se utilizan los desechos de los peces para fertilizar las verduras.
En Massachusetts, en el New Alchemy Institute, se están criando pollos encima del vivero de peces. Sus excrementos fertilizan algas, que luego se comen los peces. Estos son sólo tres de los innumerables ejemplos de innovación en la producción y procesado de alimentos, muchos de los cuales tienen una especial y excitante relevancia para las actuales sociedades de la primera ola.
Una predicción a veinte años plazo de las tendencias en la provisión mundial de alimentos preparada por el Center for Futures Reasearch (CFR) de la Universidad de California del Sur sugiere, por ejemplo, la probabilidad de que varios descubrimientos fundamentales reduzcan, en vez de aumentar, la necesidad de fertilizantes artificiales. Según el estudio del CFR, están en la relación de nueve a diez las probabilidades de que para 1996 tengamos baratos fertilizantes nitrogenados. Hay una firme probabilidad de que se pueda disponer para entonces de granos fijadores de nitrógeno, que reducirán más aún la demanda.
El informe considera como "virtualmente seguro" que nuevas variedades de grano producirán superiores rendimientos por acre de tierra no irrigada, con beneficios de hasta el 25 o el 50%. Sugiere que sistemas de irrigación de "goteo", con pozos descentralizados accionados por el viento y agua distribuida por animales de tiro, podrían aumentar sustancialmente los rendimientos, al tiempo que reducirían las fluctuaciones de la cosecha de un año para otro.
Además, dice que la hierba destinada a forraje, al necesitar sólo un mínimo de agua, podría duplicar la capacidad de las regiones áridas de sustentar ganado; que los rendimientos no cerealistas en terrenos tropicales podrían aumentar en un 30% como resultado de un mejor conocimiento de las combinaciones nutrientes; que los avances en el campo de control de las plagas reducirán drásticamente las pérdidas de cosechas; habla igualmente de nuevos y baratos métodos de bombeo de agua, del control de la mosca tsé-tsé, que abrirá vastas regiones a la cría de ganado, y de muchos otros progresos.
A una escala temporal mayor, cabe imaginar gran parre de la agricultura dedicada a "granjas de energía"… el cultivo de cosechas para la producción de energía. Finalmente, puede que veamos converger la modificación del clima, los computadores, la observación por satélite y la genética para revolucionar el abastecimiento alimenticio del mundo.
Aunque esas posibilidades no dan hoy de comer a un campesino hambriento, los Gobiernos de la primera ola deben considerar tales potencialidades en sus planificaciones agrícolas a largo plazo y deben buscar formas de combinar, como si dijéramos, la azada y el computador.
Nuevas tecnologías, asociadas con el cambio a la civilización de la tercera ola, abren también nuevas posibilidades. El difunto futurista John Metíale y su esposa y colega Magda Cordell McHale llegaron, en su excelente estudio Basic Human Needs, a la conclusión de que la aparición de superavanzadas biotecnologías contenía grandes promesas para la transformación de las sociedades de la primera ola. Tales tecnologías incluyen todo: desde el cultivo de los océanos, hasta el uso de insectos y otros organismos para el proceso productivo, la transformación de desechos de celulosa en carne por medio de microorganismos y la conversión de plantas como la euforbia en combustible carente de azufre. "La medicina verde" -la fabricación de fármacos a partir de vida vegetal antes desconocida o infrautilizada- contiene también grandes potencialidades para muchos países de la primera ola.
Avances realizados en otros campos proyectan también dudas sobre el tradicional pensamiento en relación con el desarrollo. Una cuestión explosiva a la que se enfrentan muchos países de la primera ola es el desempleo masivo y el subempleo. Esto ha originado un debate mundial entre defensores de la primera ola y el de la segunda. Un bando argumenta que las industrias de producción en serie no utilizan suficiente mano de obra y que en énfasis sobre el desarrollo debería hacerse recaer sobre factorías más primitivas tecnológicamente, pero que utilicen más personas y menos capital y energía. El otro bando insta precisamente a la introducción de industrias de la segunda ola que están saliendo en la actualidad de las naciones más avanzadas tecnológicamente… metalúrgica, automovilística, del calzado, textil y otras.
Pero apresurarse a construir una acería de la segunda ola puede ser el equivalente de construir una fábrica de fustas para calesas. Tal vez haya muchas razones estratégicas o de otro tipo para construir una acería, pero, con materiales compuestos totalmente nuevos y muchas veces más fuertes, rígidos y ligeros que el aluminio, con materiales transparentes que son tan fuertes como el acero, con mortero de plástico reforzado para sustituir a las tuberías galvanizadas, ¿cuánto tiempo pasará antes de que la demanda de acero alcance su nivel máximo y sea excesiva la capacidad de producción? Según el científico indio M. S. lyengar, tales adelantos pueden "hacer superflua la expansión lineal en la producción de acero y aluminio". ¿No deberían quizás, en vez de buscar préstamos o inversiones extranjeras para fabricar acero, prepararse los países pobres para la "Era de los materiales"?
La tercera ola aporta también posibilidades más inmediatas. Ward Morehouse, del Programa de Política de Investigación de la Universidad de Lund (Suecia), afirma que las naciones pobres deberían tender la vista más allá de la industria en pequeña escala de la primera ola o de la industria, centralizada y en gran escala, de la segunda ola, para centrarse en una de las industrias clave de la emergente tercera ola: la microelectrónica.
"Un excesivo énfasis en la tecnología de laboreo intensivo con baja productividad podría convertirse en una trampa para los países pobres", escribe Morehouse. Señalando que la productividad está aumentando espectacularmente en la industria de minicomputadores, afirma que "es ciertamente una ventaja para los países en vías de desarrollo y con escasez de capitales obtener mayor rendimiento por unidad de capital invertido".
Pero más importante es la compatibilidad entre la tecnología de la tercera ola y las condiciones sociales existentes. Así -dice Morehouse-, la gran diversidad de productos en el campo de la microelectrónica significa que "los países en vías de desarrollo pueden tomar una tecnología básica y adaptarla con más facilidad a sus propias circunstancias sociales o a sus materias primas. La tecnología de la microelectrónica se presta a la descentralización de la producción".
Esto significa también menores presiones de población sobre las grandes ciudades, y la rápida miniaturización en este terreno reduce también los costes de transporte. Lo mejor de todo es que esta forma de producción consume poca energía y que el crecimiento del mercado es tan rápido -y la competencia tan intensa- que, aunque las naciones ricas intentan monopolizar estas industrias, no es probable que lo consigan.
No es Morehouse el único en señalar cómo se ajustan a las necesidades de los países pobres la mayor parte de las industrias avanzadas de la tercera ola. Dice Roger Melen, director asociado del Laboratorio de Circuitos Integrados de la Universidad de Stanford: "El mundo industrial desplazó a las gentes a las ciudades para integrarlas en la producción, y ahora estamos trasladando nuevamente al campo las fábricas y las fuerzas de trabajo, pero muchas naciones, entre ellas China, nunca se han apartado de una economía agraria del siglo XVII. Parece ahora que pueden integrar nuevas técnicas de fabricación en su sociedad sin desplazar a toda la población."
Si esto es así, la tercera ola ofrece una nueva estrategia tecnológica para la guerra a la pobreza.
La tercera ola sitúa también en una nueva perspectiva la necesidad de transporte y comunicación. En la época de la revolución industrial, las carreteras constituían un requisito previo del desarrollo social, político y económico. Actualmente se necesita un sistema electrónico de comunicaciones. En otro tiempo se pensaba que las comunicaciones eran el resultado del desarrollo económico. Hoy -dice John Magee, presidente de la empresa de investigación "Arthur D. Little"-, ésta "es una tesis superada… las telecomunicaciones son más un prerrequisito que una consecuencia".
El enorme descenso en el coste de las comunicaciones sugiere la sustitución de muchas funciones de transporte por comunicaciones. A la larga, tal vez sea más barato, más conservador de energía y más apropiado crear una avanzada red de comunicaciones que una ramificada estructura de costosas calles y carreteras.
Evidentemente es necesario el transporte por carretera. Pero, en la medida en que la producción esté descentralizada, más que centralizada, se pueden reducir al mínimo los costos del transporte sin aislar unos de otros los pueblos, o de las zonas urbanas, o del mundo en general.
Que cada vez son más los dirigentes de países de la primera ola que advierten la importancia de las comunicaciones se ve con claridad al fijarse en la lucha que están librando por conseguir una redistribución del espectro electrónico del mundo. Al haber desarrollado tempranamente las telecomunicaciones, las potencias de la segunda ola se han hecho con el control de las frecuencias disponibles. Los Estados Unidos y la URSS utilizan por sí solos el 25% del espectro de ondas cortas disponibles y una parte mayor aún de los sectores más sofisticados del espectro.
Sin embargo, este espectro, como el lecho de los océanos y el aire respirable del Planeta, pertenece -o debería pertenecer- a todos, no sólo a unos pocos. Por ello, muchos de los países de la primera ola insisten en que el espectro es un recurso limitado y desean se les asigne una parte del mismo… aunque, por el momento, carecen del equipo necesario para usarlo. (Suponen que pueden "alquilar" su parte hasta que estén en disposición de utilizarla por sí mismos.) Enfrentándose a la resistencia que oponen tanto los Estados Unidos como la Unión Soviética, reclaman la instauración de un "Nuevo Orden Mundial de Información".
Pero el problema más importante al que se enfrentan es interno: cómo repartir sus limitados recursos entre las telecomunicaciones y el transporte. Es la misma cuestión a la que también deben hacer frente las naciones más sofisticadas técnicamente. Supuestas emisoras terrestres de bajo coste, sistemas de irrigación computadorizados y con dimensiones de kibbutz, quizás incluso sensores terrestres y terminales de computador superbaratas para uso de la industria casera, tal vez puedan las sociedades de la primera ola evitar algunos de los enormes gastos para el transporte pesado que tuvieron que soportar las naciones de la segunda ola. No hay duda de que estas ideas parecen utópicas hoy. Pero no tardará en llegar el momento en que sean totalmente naturales.
No hace mucho tiempo, el presidente indonesio Sujarto oprimió con la punta de una espada tradicional un botón electrónico de encendido e inauguró con ello un sistema de comunicaciones vía satélite destinado a enlazar las distintas partes del archipiélago indonesio… en forma semejante a como los ferrocarriles enlazaron con su clavo de oro las dos costas de América hace un siglo. Al hacerlo, simbolizaba las nuevas opciones que presenta la tercera ola a los países que buscan la transformación.
Avances como éstos en el terreno de la energía, la agricultura, la tecnología y las comunicaciones sugieren algo más profundo aún… nuevas sociedades enteras basadas en la fusión del pasado y el futuro, de la primera ola y la tercera.
Cabe empezar a imaginar una estrategia de transformación basada en el desarrollo de industrias rurales, centradas en la aldea y de pequeño capital, y ciertas tecnologías cuidadosamente seleccionadas, con una economía seccionada en zonas para proteger o promover a las dos.
Jagdish Kapur ha escrito: "Es preciso ahora alcanzar un nuevo equilibrio entre" la ciencia y la tecnología más avanzadas de que dispone la especie humana y "la visión gandhiana de los idílicos y verdes pastos, las Repúblicas de aldea". Esa combinación práctica -declara Kapur-, exige una "transformación total de la sociedad, de sus símbolos y valores, de su sistema de educación, sus incentivos, el flujo de sus recursos energéticos, su investigación científica e industrial y toda una serie de otras instituciones".
Sin embargo, un creciente número de pensadores a largo plazo, analistas sociales, estudiosos y científicos creen que está ya en marcha una tal transformación, que nos lleva hacia una nueva y radical síntesis: Gandhi, en suma, con satélites.
Los prosumidores originales
En este enfoque se halla implicada otra síntesis a un nivel más profundo aún. Afecta a toda la relación económica de las personas con el mercado, con independencia de que ese mercado tenga forma capitalista o socialista. Nos fuerza a preguntar qué parte del tiempo total y del trabajo de cualquier individuo debe ser consagrado a la producción y qué parte se debe destinar al prosumo… es decir, cuánto se ha de dedicar a trabajar por un salario, frente a trabajar para uno mismo.
La mayoría de las poblaciones de la primera ola han sido atraídas ya al sistema monetario. Han sido "mercatizadas". Pero si bien el escaso dinero ganado por las gentes más pobres del mundo puede ser vital para su supervivencia, la producción para el intercambio proporciona sólo una parte de sus ingresos; el prosumo proporciona el resto.
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