Es evidente que el sentido de esa necesidad de
"protec-ción" se relacionaba con su temor a la
jerarquía católica fran-cesa y con los ataques que
su filosofía estaba recibiendo por parte de las
autoridades académicas holandesas. Además, sus
disputas con los protestantes podían reproducirse
igualmente con los católicos, pues la filosofía
cartesiana implicaba el re-chazo de las famosas "vías" de
Tomás de Aquino y, además, la postura del "doctor
angélico" estaba más en consonancia con las tesis
de Roma que las del jesuita Luís de Molina y las de J.
Arminio, a las que Descartes parecía estar más
próximo.
Tiene interés señalar cómo, en
estas cartas a Chanut, Descartes trata de suscitar la
compasión hacia él, cosa que su orgullo
nunca antes le había permitido hacer, refiriéndose
confidencialmente a "un sinfín de eruditos que interpretan
mal mis escritos y buscan maneras de perjudicarme a toda costa" y
a su deseo de "ser conocido también por gentes […]
capaces de protegerme". Pero su franqueza con el
embajador no parece ser consecuencia de la necesidad de
expansionarse con él contándole sus penas, sino con
la intención de suscitar en él una compasión
que le lleve a poner mayor empeño en ayudarle.
En París Chanut hace que Descartes conozca al
canciller Séguier a fin de que pueda "solicitar una
pensión para faci-litar sus
experimentos"[75]; y en Suecia habla a la reina
Cristina de la filosofía del pensador francés.
Descartes, al enterarse, intuye una posible solución en la
corte sueca para sus pro-blemas económicos y para superar
el malestar que está sin-tiendo en Holanda por los ataques
a su persona y a su filosofía, y posiblemente
también para aumentar su prestigio intelectual.
-En aquel año disputa con Trigland en la
universidad de Leiden. Trigland ataca el principio cartesiano de
que "la duda es el principio de la filosofía", pues
considera que dicho principio conduce a los alumnos al
escepticismo y al ateísmo.
-La universidad de Leiden, como ya lo había hecho
la de Utrecht en 1640, prohíbe la filosofía
cartesiana, imponiendo el aristotelismo, y Revius, rector de la
Escuela de Teología de la Universidad de Leiden, declara
que Descartes es un blasfemo por sugerir que Dios puede
engañar.
-En este año se produjo el último
encuentro personal de Descartes con la princesa Elisabeth, aunque
su correspon-dencia continuó.
1647: -Aunque Descartes pretendía
permanecer en Ho-landa para estar cerca de la princesa Elisabeth,
se mostraba muy preocupado por la actitud y "las injurias" de una
"tropa de teólogos" contraria a su filosofía y que
le atacaba con "calumnias". Por ello pensó en regresar
definitivamente a Francia en el caso de que la princesa no
permaneciera también en Holanda. El 10 de mayo le
escribe:
"Pero puedo afirmar que ésa [= el posible regreso
de la princesa a Holanda] es la principal razón por la que
prefiero residir en este país antes que en cualquier otro,
ya que soy de la opinión de que nunca podré ya
gozar tan por entero como desearía del reposo que vine a
buscar en él, pues sin haber obtenido aún toda la
satisfacción que sería menester de las injurias que
se me hicieron en Utrecht, veo que van dando lugar a otras y que
hay un hatajo de teólogos, gentes de la Escuela, que
parecen haberse coaligado en contra de mi persona para intentar
agobiarme a calumnias[76]
En esa misma carta, le dice más
adelante:
"y pienso también, si no consigo que se me haga
justicia (y preveo que será harto difícil
obtenerla), en alejarme por completo de estas
Provincias"[77].
-En julio Descartes escribe a la princesa Elisabeth
desde París, cuando ésta acababa de estar enferma y
la esperanza de verla curada le "provoca extremas pasiones por
volver a Holanda"[78].
-Al problema con los teólogos holandeses se
añade que el dinero de la herencia de su padre se le
estaba agotando y que se estaba cargando de deudas. Por estos
motivos buscaba otras fuentes de ingresos, como el de una
pensión, concedida ya, según Baillet, por el
cardenal Mazarino en este año de 1647 y ampliada, aunque
luego anulada, para 1648. Descartes intentó igualmente
conseguir un cargo en la corte francesa que le permitiese
disponer de suficiente tiempo libre o, alter-nativamente,
conseguir que la reina Cristina le invitase a su corte para
explicarle su propia filosofía. Esta última
solución a sus problemas fue la que finalmente pudo
adoptar, ayudado por su amigo Chanut.
Respecto a la pensión mencionada llama la
atención que Descartes comunicase a la princesa Elisabeth
que el rey de Francia se la había concedido sin
él haberlo solicitado[79]Sin embargo,
aunque Descartes hace referencia a la pensión de 1648, que
no llegó a cobrar, como consecuencia de la
suble-vación de La Fronda, no menciona la
pensión que, según Baillet, habría cobrado
ya en septiembre de 1647. Por otra parte, parece que Descartes no
dice la verdad cuando cuenta a la princesa que él no
había solicitado dicha pensión, pues las
circunstancias económicas en que se encontraba eran ya
bastante precarias y su amigo Jean Silhon era secretario del
cardenal Mazarino, que era el encargado de concederlas. En este
sentido Watson considera igualmente que Descartes "buscaba una
pensión de la corte de
París"[80].
En una carta a Chanut del 31 de marzo de 1649,
Des-cartes comentó que había estado en París
en 1648, pero que no había cobrado la pensión que
le habían ofrecido. Watson manifiesta sus dudas acerca de
esta cuestión y escribe que "Descartes se benefició
al menos de una pensión"[81].
-Escribe a Chanut una carta llamativamente extensa, de
carácter más religioso y teológico que
filosófico, con la inten-ción aparente de que la
hiciera llegar a la reina Cristina para que ésta se
interesase por su obra y así preparar el terreno por si se
le presentaba la ocasión de solicitar o aceptar de la
reina la invitación para ir a la corte. De hecho la reina
leyó la carta dirigida a Chanut, y, a continuación,
éste escribió a Descartes comunicándole que
la reina estaba interesada en conocer sus ideas acerca de la
naturaleza del bien. Descartes escribió una carta a la
reina, enviándole un tratado sobre ese tema e
inclu-yéndole además unas copias de las cartas que
había enviado a Elisabeth de Bohemia relacionadas con el
tema de las pasiones. A su vez, la reina Cristina de Suecia,
transcurrido casi un año desde que Descartes le
había enviado su anterior carta junto con otros escritos,
le escribe para decirle que ha leído sus Principios de
la Filosofía.
-Se produce un encuentro en París con Gassendi,
Hobbes y Pascal. Descartes se muestra disgustado por las
Objeciones de Gassendi y de Hobbes a sus
Meditaciones Metafísicas, objeciones a las que,
en sus Respuestas, él había replicado de
un modo bastante agresivo.
1648: –El príncipe de Orange manda que
cesen las discusiones en la universidad de Leiden. Se reiteran
las prohibiciones de realizar cualquier debate relacionado con la
filosofía cartesiana. Se decide suspender toda
enseñanza de Metafísica, sin que cesen las
discusiones[82]
-Descartes redacta, para la princesa Elisabeth, un breve
tratado sobre Las pasiones del alma.
-Igualmente y como ya se ha dicho, Descartes intenta
conseguir una nueva pensión del gobierno francés,
pero sus gestiones, al coincidir con momentos políticos de
revueltas populares en París ("La Fronda") quedan sin
efecto al suprimirse las pensiones, y regresa a
Holanda.
-Muere su fiel amigo el sacerdote M. Mersenne.
Des-cartes no le visitó en sus últimos días
ni asistió a su entierro.
1649: -Escribe el Tratado de las pasiones del
alma, ampliando la obra anterior que había escrito
para la princesa Elisabeth, y dedica esta versión ampliada
a la reina Cristina.
-Descartes responde a la reina Cristina
expresándole una admiración extrema y
ofreciéndole su presencia en la corte, diciéndole
de manera muy servil que no podría ordenarle nada a lo que
pudiera negarse si estuviera un su mano reali-zarlo, lo cual era
una manera de manifestarle su deseo –y casi su necesidad-
de que le invitase a ir a la corte. El servilismo de Descartes se
pone de manifiesto en esta carta tan llena de desorbitadas
alabanzas y de rastrera sumisión:
"Si sucediera que me enviaran una carta desde los
cielos, y si la viera bajar de las nubes, no podría sentir
sorpresa mayor ni recibirla con mayor respeto y veneración
que los que he sentido al recibir la que Vuestra Majestad se ha
dignado escribirme […] me atrevo a asegurar con vehemencia
a Vuestra Majestad que haré siempre cuanto esté en
mi mano por cumplir cualquier cosa que quiera mandarme y ninguna
me parecerá excesivamente
difi-cultosa."[83].
Finalmente, enviado este contrato de esclavitud
–sin que nadie se lo hubiera exigido-, la reina lo
aceptó y le invitó a acudir a la corte
sueca.
Rodis-Lewis considera que "las decepciones sufridas en
los Países Bajos y en Francia le ayudaron a intentar esta
nue-va experiencia"[84], reconociendo de este modo
que evidente-mente era Descartes quien estaba más
interesado en ir a la corte sueca que la reina Cristina en que
Descartes acudiera. El francés hizo lo posible para que la
reina le invitase, aunque luego presentó su viaje como si
se tratase de una especie de favor que él hacía a
la reina, accediendo a una invitación suya que
habría surgido de su admiración espontánea
por su gran genio filosófico y científico, pero la
verdad era que Descartes lo estaba pasando mal en Holanda por las
tensiones generadas por su filosofía –y por su
propio carácter-, y empezaba a pasar por graves
dificultades económicas[85]Además,
en Fran-cia no había conseguido que le hicieran el caso
que había pretendido y, por eso, hizo lo posible, aunque
disimulada-mente, para que Chanut intentase que la reina le
invitase a acudir a su corte[86]Y así,
cuando en esa carta de febrero de 1649 asegura a la reina
Cristina que "no podría ordenarle nada tan difícil"
que no estuviera "siempre dispuesto a hacer lo posible por
ejecutarlo", le está rogando que le invite a la corte. Se
trataba de un viaje deseado por los motivos seña-lados, y
también porque aparecer en la corte sueca resultaba muy
tentador para su prestigio como filósofo y
científico, en cuanto le servía de escaparate para
aparecer ante los demás como un gran sabio, invitado por
la reina de Suecia por el gran valor de su filosofía. Este
viaje, pues, podía significar no sólo la
solución para sus tensiones con los teólogos
holan-deses sino también una pequeña venganza, pues
mientras ellos le habían rechazado, calumniado y
humillado, una gran reina había valorado adecuadamente sus
méritos como científico y como filósofo.
Después de recibir por fin la invitación, Descartes
dirige a Chanut dos cartas, la primera para entre-gársela
a la reina, y la segunda, personal. La reina le proponía
una estancia de sólo unos meses, desde abril hasta el fin
del verano, sugiriéndole un regreso a Francia antes del
invierno para evitarle tener que soportar el clima tan
frío del país en invierno –o simplemente para
cumplir con el deseo del pensador francés, pero sin
desearle una estancia prolongada por no ser la Filosofía
un asunto que le interesara de manera especial-. Descartes le
respondió que la voluntad de la reina era para él
una orden, pero también que regresar ese mismo verano le
dejaría poco tiempo para explicarle los aspectos
más esenciales de su pensamiento, y, por ello, fue el
propio pensador francés quien pensó en partir en
verano a Suecia para pasar allí el invierno, encargando a
Chanut de que trasmitiese a la reina su punto de vista acerca del
momento y duración del viaje[87]Sin
embargo, en la carta personal a Chanut y posiblemente con la
intención de que el embajador pudiera garantizarle de
algún modo que estaría bien atendido durante su
estancia en la corte sueca, le confiesa su dificultad para
resolverse a ese viaje. Le dijo que temía que la
reina estuviera demasiado ocupada para dedicarse a la
Filosofía. Recordando las decepciones del viaje a Francia
en el año anterior, llegó incluso a manifestar que
temía que los ladro-nes lo desvalijasen por el camino, "o
un naufragio que me quite la vida"; le comentó igualmente
que desearía que la reina "sólo hubiera tenido
alguna curiosidad que ya se le hubiera pasado" para "sin
disgustarla" poder "ser dispensado de este
viaje"[88]. Tales palabras, aunque puedan ser una
mues-tra auténtica de la desazón que Descartes
sentía ante la inmi-nencia de su aventura en Suecia,
parecen representar igual-mente una muestra de su carácter
calculador, pues, si en realidad no deseaba ir a Suecia,
¿por qué no aceptó la pro-puesta de la reina
de ir a la corte sólo durante el verano?, ¿por
qué le propuso la idea de ir ya algo más tarde para
que su estancia en la corte durase al menos un año?
Seguramente porque así su viaje no se vería como la
satisfacción de un simple capricho de la reina sino como
el favor que Descartes le hacía de asistir a su corte para
explicarle "su filosofía" respecto a la cual la reina
parecía tan interesada. Por otra parte, a Chanut le
comunicó que temía hacer ese viaje a fin de que le
consiguiera garantías de que recibiría un trato
especial por ese gran sacrificio suyo.
Esta diferencia entre los planteamientos de ambas
cartas, la escrita a la reina y la escrita a Chanut, implica una
actitud calculadora y manipuladora por parte de Descartes
respecto a Chanut, en cuanto de algún modo
pretendía chantajearle psi-cológicamente,
haciéndole responsable de su decisión de ir, en
lugar de escribirle con claridad a la reina Cristina,
mani-festándole sus preocupaciones al respecto.
Además, no habla con sinceridad ni con la reina ni con su
"amigo" Chanut: A la reina le habla del viaje "como un paseo",
mientras que a Chanut le manifiesta su dificultad para decidirse
a realizarlo. Al parecer, su amigo cayó en la trampa de
animarle a deci-dirse, comprometiéndose de ese modo a
tratar de conseguir que Descartes se sintiera cómodo a lo
largo de su estancia en la corte. Poco después el
francés le escribió a la princesa Elisabeth
diciéndole que persistía en el designio de
ir por lo bien que le había hablado Chanut "de esta
maravillosa reina"[89]. Y, calculando, tal vez,
que la princesa Elisabeth pu-diera ponerse en contacto epistolar
con la reina, escribe a la princesa Elisabeth hablándole
de la reina en términos espe-cialmente elogiosos, hasta el
punto de que llega a expresarle a la princesa que confía
que tales alabanzas no provocarán en ella ninguna clase de
celos. Sin embargo, no parece que en aquellos momentos a
Descartes le importase mucho que la princesa sintiera celos o no
por sus alabanzas a la reina, utilizando expresiones que antes le
había dirigido a ella como si fuera un ser absolutamente
excepcional, pues en estos momentos se sentía decepcionado
respecto a la princesa, que no se había dado por enterada
de la última declaración de amor del pensador
francés. Por ello, el interés de éste,
después de su fracaso sentimental, estaba puesto entonces
en la corte sueca.
Respecto al momento del inicio del viaje llama
especial-mente la atención la ridícula
idolatría de Rodis-Lewis por Descartes al escribir:
"¿Cómo no admirar, con un matiz de sorpresa, la
firmeza de resolución del filósofo, a pesar de
sus funestos presentimientos?"[90], como
si el pensador francés hubiera decidido ir a Suecia
teniendo el "presentimiento" (?) de que allí
moriría a los pocos meses. Por otra parte, con estas
palabras Rodis-Lewis lo único que hace es dejarse llevar
por las ideas que expresó Baillet de modo patético
en relación con la supuesta actitud de sus amigos al
despedirse: "Varios de sus amigos de Holanda no pudieron
despedirse sin demostrar la aflicción que les
producía el presentimiento de su
destino"[91]. Escribe a continuación
Rodis-Lewis que Descartes "se embarcó a principios de
septiembre […] "con peinado de bucles, zapatos acabados en
cuarto creciente, y guantes adornados de
nieve"[92], es decir, con un atuendo
ridículo, propio de "la nobleza", pensado para impresionar
a la reina y muy posiblemente para conseguir de ella, al verle
con ese atuendo, que le admitiese en la corte, lo cual no estaba
en los planes de la reina.
Descartes llegó a la corte sueca en octubre de
1649. Una vez en ella, además de las pocas clases de
Filosofía que pudo impartir a la reina Cristina en un
horario bastante sádico y despótico, a las cinco de
la mañana, según los biógrafos, a Descartes
se le encargó algún otro asunto que nada
tenía que ver con la Filosofía, como la
redacción de unos estatutos para una academia sueca.
Durante ese tiempo escribió ademáqs para la reina
Cristina una versión ampliada de Las pasiones del
alma, solicitando el permiso de la princesa Elisabeth, a
quien había dedicado la primera, más
breve.
Indica Rodis-Lewis que la reina le concedió
dispensa "de toda ceremonia de la corte", y "no ir nunca al
palacio sino a "las horas" en que ella quería "conversar
con él"[93]. Sin embargo, R.
Watson explica este asunto de un modo total-mente contrario,
pero, sin duda, más verosímil: La reina lo mantuvo
a distancia; no podía ir a la corte libremente sino
sólo en las ocasiones en que ella le citase. De ahí
la rápida decepción de Descartes por el poco
interés de la reina por "su filosofía" y su
correspondiente enfado por su interés por las clases de
griego, que anteponía a los estudios de su
filosofía[94]
Algún biógrafo de Descartes como Baillet
–y Rodis-Lewis[95]que le sigue en esta
opinión-, afirma que, por encargo de la reina Cristina,
Descartes escribió el libreto El nacimiento de la
Paz para un ballet, pero R. Watson no comparte esa
teoría y afirma que visitó personalmente la
biblioteca universitaria Carolina Rediviva de Uppsala,
en la que encontró un ejemplar de El nacimiento de la
paz, catalogado como perteneciente a Hélie Poirier,
el cual se encontraba en Suecia cuando se escribió esa
opera[96]Este hecho hace sumamente improbable que
dicha obra la hubiera escrito Descartes, a pesar de la
opinión de Baillet, tan dado a exagerar los valores de
Descartes.
Poco después Chanut, nombrado embajador oficial
ese mismo año, le encargó que escribiera los
estatutos para una Academia Sueca. Pero, desde ese momento,
desengañado al considerar que en la corte se le
menospreciaba y que la reina no tenía interés por
su filosofía, comenzó a sentirse a disgusto y
manifestó su deseo de abandonar Suecia.
1650: -En una de sus últimas cartas,
escrita en la corte sueca en el mes de enero, dice:
"Aquí no estoy en mi elemento, y no deseo
más que la tranquilidad y el reposo, que son unos bienes
que los reyes más poderosos de la tierra no pueden dar a
los que no saben tomarlos ellos
mismos"[97].
-El día 3 de febrero se le manifestó una
pulmonía que había contraído como
consecuencia del clima tan frío de Suecia y de sus paseos
matinales a la corte para cumplir su compromiso con la reina.
Pocos días después, el 11 de febrero, murió
en Estocolmo.
En relación con la descripción de la
muerte de Descartes ridículamente beata, tanto Rodis-Lewis
como Baillet dan muestras de una gazmoñería
extrema, Baillet por escribirla y Rodis-Lewis por
tomársela en serio: "[Descartes] esperaba al
capellán, que le pidió que hiciera una señal
solicitando la última bendición: inmediatamente
"alzó la vista al cielo", indicando "una perfecta
resignación a la voluntad divina"[98].
Según Chanut, en varias ocasiones "dio señales
[…] de que se retiraba contento de la vida y de los
hombres, y confiado en la bondad de
Dios"[99].
Respecto a esta descripción de una muerte tan
fervorosa, Watson escribe que Baillet presentó la muerte
de Descartes como "la muerte que convenía a un
católico piadoso"[100], añadiendo
poco después que "el problema es que su criado Henry
Schulter consignó que Descartes murió sin
pronunciar una sola palabra"[101].
1663: -La Jerarquía de la Iglesia
Católica incluyó las obras de Descartes en su
"Índice de libros prohibidos".
Aspectos
personales y sociales que condicionaron la obra de
Descartes
Para profundizar en la obra de Descartes tiene especial
interés investigar los diversos aspectos que condicionaron
el desarrollo de su personalidad en cuanto ésta tuvo
importantes repercusiones en su obra, teniendo en cuenta
además que la obra de cualquier pensador no deriva
exclusivamente de una razón pura sino siempre condicionada
por los diversos com-ponentes de su personalidad global. Si
resulta factible com-probar mediante el estudio de sus obras el
nivel de integridad y de rigor intelectual de un pensador
dedicado a la Lógica o a las Matemáticas, en las
que el principio de contradicción es un criterio
suficiente para verificar la verdad o la falsedad de los
resultados a los que haya podido llegar, es mucho más
difícil apreciarla en el terreno de la Filosofía,
en cuanto en ella no existe un procedimiento objetivo
suficientemente preciso para la verificación de las
teorías defendidas por los diversos pensadores, y en
cuanto la complejidad de los mati-ces conceptuales y
lingüísticos utilizados por cada pensador determina
que en muchas ocasiones resulte muy difícil alcan-zar
resultados verdaderos compartidos por todos. Una simple mirada a
la Historia de la Filosofía, con su diversidad de puntos
de vista tan variados e incluso contradictorios, parece
suficiente para constatar la verdad de esta
consideración.
Descartes tuvo cualidades intelectuales muy brillantes
que le hicieron destacar de manera especial en
Matemáticas. Sin embargo, cuando se dedicó a la
Filosofía y a las ciencias empíricas,
cometió errores tan graves que inducen a inves-tigar las
diversas causas que pudieron propiciar una diferen-cia tan
abismal entre los resultados que obtuvo como mate-mático y
los que obtuvo como filósofo y como investigador
empírico. Por ello, en este apartado no se va a hablar de
las virtudes que propiciaron los éxitos del pensador
francés en las diversas áreas del pensamiento,
incluida la filosófica, sino de los aspectos más
peculiares de su personalidad que pudie-ron propiciar una parte
considerable de sus errores y fracasos en estos
terrenos.
A continuación se hará referencia a estos
aspectos de su personalidad y se tratará de investigar si
existe algún nexo entre ellos. Por lo que se refiere a los
factores antecedentes que fueron moldeando su personalidad y
sólo mencionán-dolos a ellos para construir una
hipótesis problemática, quizá habría
que hacer referencia a su infancia enfermiza, pero, además
y de manera especial, a una considerable privación
afectiva como factor biográfico que pudo haber propiciado
la formación de tales aspectos de su personalidad. Su
carencia afectiva parece evidente si se tiene en cuenta que su
madre falleció cuando él tenía sólo
un año, que su padre estuvo a su lado en escasas ocasiones
a lo largo de su infancia, periodo fundamental de la vida para el
desarrollo de la personalidad, que además fue el tercero y
último de los hermanos que sobrevivieron del primer
matrimonio de su padre –pues tanto su primer hermano como
la hermana que nació un año después que
él murieron al nacer-, y que a los diez años se le
envió al internado del colegio de La Flèche, donde
pudo haber sentido su estancia como un abandono, tanto
físico como especialmente afectivo, que debió de
influir en la atrofia de su capacidad afectiva y en el
correspondiente desarrollo de un endurecimiento de su
carácter que le condujo a mantenerse distanciado
afectivamente de los demás, a pesar de sus muchas
amistades aparentes, e incluso a tratar de utilizarlos para sus
propios fines.
Muchas peculiaridades de su personalidad podrían
en-tenderse como una consecuencia de aquel vacío afectivo
y de su lucha inconsciente por demostrar a la sociedad su propia
valía a fin de recibir de ella, si no el afecto que
había nece-sitado durante la infancia, sí el
reconocimiento de su valor. Aquella necesidad afectiva no
satisfecha pudo haber sido un motor que le impulsara a luchar por
triunfar en todo lo que emprendía, sirviéndose para
ello tanto del uso adecuado de su capacidad intelectual para la
búsqueda del conocimiento, como sucedió en sus
progresos en el terreno de las Matemá-ticas, como del uso
inadecuado de dicha capacidad en cuanto otros fines y otros
medios menos ligados a la búsqueda de la verdad y
más ligados a la búsqueda del triunfo social
pudie-ron cegarle hasta el punto de conducirle a defender
doctrinas absurdas a las que no habría llegado si se
hubiese guiado exclusivamente por la búsqueda sincera del
conocimiento.
Parece que las únicas excepciones por lo que se
refiere a esta frialdad afectiva fueron básicamente la del
matemático Beeckman, a quien profesó en los
primeros tiempos una mezcla de admiración y de amor
–lo cual no le impidió poste-riormente insultarle y
tratarle con el mayor desprecio-, la de su hija Francine, durante
el escaso tiempo en que pudo dedi-carle su cariño, y la de
la princesa Elisabeth de Bohemia, de quien se enamoró
apasionadamente. El resto de sus amista-des, incluso la del padre
Mersenne, fueron en general básica-mente interesadas. El
padre Mersenne, que fue su confidente durante muchos años
y, en apariencia, su mejor amigo, ni siquiera obtuvo de él
que lo visitase cuando estuvo grave-mente enfermo ni que
asistiese a su entierro al morir.
Conviene hacer referencia igualmente a otras
peculia-ridades de su personalidad que en parte pudieron
desarro-llarse como consecuencia de esa inicial carencia afectiva
y en parte pudieron ser consecuencia de otra serie de causas,
tanto genéticas como ambientales, pero que, en cualquier
caso, fue-ron rasgos de su personalidad que en muchos casos
reper-cutieron de forma negativa en su producción
filosófica.
La investigación de estas causas podría
ser objeto de un estudio particular, y, por ello, aunque el
presente trabajo se centra de manera especial en el
análisis y en la exposición crítica de las
sorprendentes incoherencias y contradicciones en que
incurrió el pensador francés, a lo largo de esta
parte se hablará de algunos aspectos de su personalidad
que de alguna manera parecen haber sido mecanismos de
compensación que se manifestaron como una intensa
egolatría, que a su vez se expresó
especialmente como megalomanía.
A continuación se hablará de estos
aspectos de su perso-nalidad, pero es conveniente indicar, en
primer lugar, que este análisis tiene más el
carácter de una primera aproxima-ción
hipotética que el de una tesis perfectamente constatada,
y, en segundo lugar, que casi todos los aspectos de la
perso-nalidad que se van a analizar parecen tener en común
el estar originados en la egolatría mencionada,
como mecanismo de compensación frente a la
frustración provocada por la caren-cia afectiva que
rodeó su infancia y su juventud. El conoci-miento de tales
aspectos de su personalidad, al margen de su importancia
biográfica, tiene especial interés en cuanto puede
explicar una gran parte de los errores de su obra, derivados de
la dificultad del pensador francés para servirse
adecuadamente de su capacidad intelectual cuando la aplicaba a
cues-tiones de carácter filosófico,
teológico o incluso científico.
2.1. Megalomanía
Como ya se ha dicho, el egocentrismo de
Descartes puede haber sido la raíz de la que surgieron el
tronco de su megalomanía y las ramas de diversos
aspectos de su perso-nalidad de que se hablará
después. Su megalomanía, como una
importante manifestación de su egolatría, subyace
en diversos aspectos de su carácter y puede advertirse
haciendo referencia a hechos como los siguientes:
a) Según escribe R. Watson, ya a sus veinticuatro
años presumía de haber llegado en el terreno de la
Geometría "todo lo lejos que podía ir la mente
humana"[102]. Igualmente, mucho más
adelante en una carta a Mersenne se jactaba de manera innecesaria
y vanidosa respecto a la importancia de estos conocimientos
diciendo:
"Mi geometría es a la geometría
común lo que la Retórica de Cicerón
es al abecé del
niño"[103].
Afirmaciones como ésta se correspondían
ciertamente con un genio matemático muy brillante, pero
parece que también con un endiosamiento francamente
exagerado.
b) En las Meditaciones Metafísicas se
envanecía procla-mando haber demostrado la existencia de
Dios y la inmate-rialidad e inmortalidad del alma, y decía
que, con la ayuda de los doctores de la Sagrada Facultad de
Teología de París,
"después que las razones por las que pruebo que
hay un Dios y que el alma humana difiere del cuerpo hayan sido
llevadas hasta ese punto de claridad y de evidencia, a que estoy
seguro que se las puede conducir, de modo que deban ser tenidas
por muy exactas demostraciones, no dudo que queráis
declarar esto y testimoniarlo públi-camente; no me cabe
duda, digo, que, si se hace esto, todos los errores y falsas
opiniones que han existido siempre respecto de estas dos
cuestiones se borrarán pronto del espíritu de los
hombres"[104];
c) En relación con la medicina, a pesar del breve
tiempo en que se dedicó a ella, pretendió estar
ocupado en una investigación crucial para la
curación de todas las enfer-medades, para la
preservación de la vida y de la raza humana o
para lograr que la longevidad de la vida humana alcanzase hasta
los cien años.
Estas pretensiones eran producto a un tiempo de su
megalomanía y de su frivolidad, que le llevaron
ingenua-mente a creerse capaz de comprender la enorme complejidad
del cuerpo humano, las causas y remedios de las enferme-dades y
las causas y remedios del progresivo deterioro físico de
los seres vivos, incluido el ser humano.
d) Al dirigirse a la princesa Elisabeth, le
manifestó su admiración
diciéndole:
"nunca encontré a nadie que haya entendido tan
perfec-tamente los escritos que he
publicado"[105],
para añadir poco después:
"me resulta imposible no dejarme arrebatar por un
sentimiento de enorme admiración cuando considero que
un conocimiento tan variado y tan perfecto de todas las
cosas […] se halle en una
princesa"[106].
Evidentemente, con la referencia a ese "conocimiento tan
variado y tan perfecto de todas las cosas", Descartes se
refería al conocimiento de sus propias ideas,
adquirido por la princesa.
e) En los Principios de la Filosofía, a
pesar de que incomprensiblemente los críticos no suelen
hacer referencia a este hecho, Descartes se atrevió a
escribir, con la mayor osadía del mundo:
"no hay ningún fenómeno en la Naturaleza
cuya explicación haya sido omitida en este
Tratado"
y además:
"he probado que no hay nada en todo este mundo visible o
sensible sino lo que he
explicado"[107].
Afirmaciones como ésta resultan tan sorprendentes
que al leerlas uno puede llegar a pensar que ha leído mal
o que el autor ha querido decir algo distinto de lo que dice,
pero la verdad es que, por absurdo que pueda ser, eso es lo que
dice, como puede confirmarse teniendo en cuenta que estas
preten-siones, expresión inequívoca de su
megalomanía, aparecen de nuevo y con la misma naturalidad
en una carta a Mersenne, en la que en relación con su obra
Los meteoros, le dice que no estará terminado en
más de un año, porque, al hacer el plan,
"resolví explicar todos los fenómenos
de la naturaleza, es decir, toda la
física"[108].
En relación con la Astronomía,
según escribe Rodis-Levis, el 10 de mayo de 1632 "se
aventura ahora a buscar la causa de la situación de cada
estrella fija"[109], y, como si esta
pretensión fuera lo más natural del mundo, indica
más adelante que "siempre seguro de sus principios,
Descartes trabajó sin cesar, para intentar comprender
mejor toda la naturaleza"[110], de manera
que la pretensión cartesiana resulta casi tan absurda e
ilusa como la naturalidad con que su biógrafa, desde un
chovinismo especialmente devoto hacia la figura de su paisano,
habla de la empresa de abarcar el estudio de "toda la naturaleza"
como de un objetivo perfec-tamente asequible para su admirado
compatriota.
f) Con una enorme ingenuidad, derivada de esta
megalo-manía, que le conducía a confiar
excesivamente en sus posi-bilidades, Descartes creyó que
convencería a los jesuitas para que utilizasen su propia
filosofía, plasmada finalmente en los Principios de la
Filosofía, como libro de texto que sustitu-yese los
utilizados hasta ese momento, basados en la filosofía
escolástica. En este sentido, agradeció a Picot su
traducción de la tercera parte de los Principios,
y le habló de las cartas de Charlet, Dinet, Bourdin y
otros dos jesuitas, "que me dejan creer que la Sociedad [jesuita]
quiere estar de mi parte"[111]. El mismo
día, en una larga carta al padre Charlet le agradece todo
lo que ha recibido de él en su juventud en el colegio de
La Flèche, y le insiste en el interés que
tendría sustituir la filosofía de
Aristóteles por la suya. Descartes no duda que "con el
tiempo será generalmente aceptada y aprobada"
pudiéndose acortar mucho este tiempo con el apoyo de los
jesuitas[112]
g) Finalmente y por no alargar la serie de aspectos
biográficos que muestran este núcleo esencial de la
persona-lidad del pensador francés, hay que hacer
referencia a los Principios de la Filosofía, de
los que escribe que
"podrán pasar varios siglos antes de que se hayan
deducido de estos principios todas las verdades que de ellos se
pueden deducir"[113].
Resulta ridícula, por cierto, la forma mediante
la cual Rodis-Lewis se refiere a este texto cuando dice que
Descartes "reconoce" que "podrán pasar varios siglos",
dando como un hecho que la afirmación cartesiana
respondía a la realidad. Una vez más Rodis-Lewis se
muestra como digna sucesora de A. Baillet, primer
"hagiógrafo" devoto de Descartes.
2.2. Otros aspectos de su personalidad
A continuación se analizan con mayor detalle una
serie de características de su personalidad que aparecen
como ramas que brotan del tronco de su
megalomanía, surgida a su vez de la raíz
de su egolatría.
2.2.1. Arrogancia, dogmatismo y
osadía
La megalomanía del pensador francés se
manifestó, como se ha podido ver, en afirmaciones y en
planes absurdos para alcanzar objetivos científicos y
filosóficos realmente imposibles. Pero igualmente se
manifestó en otras caracte-rísticas de su
personalidad, como la de su arrogancia frente a los
filósofos y científicos que manifestaban su
desacuerdo con alguna de sus doctrinas, o como la de su
irascibilidad, que en muchas ocasiones le llevó a
enfrentarse con diversos matemáticos como Roberval y
Beaugrand, con científicos y filósofos como
Gassendi y Hobbes, y con teólogos protes-tantes como
Voetius y Trigland, de un modo muy alejado de la racionalidad y
ecuanimidad que hubiera debido presidir su actividad como
filósofo y como científico.
Este rasgo de su carácter se puso también
de manifiesto en la serie de ocasiones en que discutió con
sus oponentes sin concederles que pudieran tener razón en
alguna de sus críticas y considerando en último
término que no habían sido capaces de entenderle,
en lugar de asumir que pudiera haber sido él mismo quien
había errado en la defensa sus teorías. Así
sucede en muchas ocasiones, pero de manera especial en las
respuestas a las objeciones presentadas por Gassendi, a quien le
contesta de modo insultante en muy diversos momentos, como cuando
le dice:
-"Todas las cuestiones que luego me proponéis
[…] son tan vanas e inútiles que no merecen
respuesta"[114].
-"No será necesario que responda a todas y cada
una de vuestras preguntas, pues tendría que repetir cien
veces las mismas cosas que ya he escrito. Responderé,
pues, en pocas palabras, a las que me merezcan la atención
de los lectores no del todo
ineptos"[115].
-"No me asombra que juzguéis que mi
demostración de todo eso no es clara, pues no he visto
hasta ahora que entendáis una sola de mis
razones"[116].
-"Me ha complacido, sobre todo, que un hombre de su
mérito, y en una disertación tan larga y cuidadosa,
no haya dado ninguna razón que venza a las mías, y
que nada haya opuesto contra mis conclusiones que no tuviera
fácil respuesta"[117].
-"Esto es, señor, todo lo que he creído
tener que res-ponder al grueso volumen de réplicas. Pues
si bien acaso daría mayor satisfacción a los amigos
del autor si las refutara todas, una tras otra, creo que no se la
daría a mis amigos, los cuales tendrían motivos
para reprenderme por haber gastado tiempo en algo tan poco
necesario, ha-ciendo así dueños de mi tiempo a
todos los que quisieran perder el suyo proponiéndome
cuestiones inútiles"[118].
Su desprecio por Gassendi como consecuencia de sus
objeciones fue tal que, según indica Rodis-Lewis, en
cierto momento Descartes pensó que en caso de una
reedición latina de las Meditaciones
Metafísicas, suprimiría "todo lo que es de
Gassendi" con una nota que dijera: "Objeciones inútiles
rechazadas"[119]. Descartes demostraba de este
modo, como en tantas otras ocasiones, su incapacidad para aceptar
críticas.
Por lo que se refiere a las terceras objeciones,
presen-tadas por Hobbes, Descartes no se atrevió
a ser tan direc-tamente despectivo en sus respuestas, pero
sí a responder de manera muy desdeñosa, minimizando
la importancia de las objeciones del filósofo
inglés con la excusa de que "no es preciso explicarlo con
más amplitud"[120] o la de que "no
podría insistir aquí sin causar fastidio a los
lectores"[121] o que lo que dice Hobbes "ha sido
ya suficientemente refutado con
anterioridad"[122].
Como consecuencia de la radical diferencia entre sus
respectivos planteamientos filosóficos, no es de
extrañar que Descartes sintiera una antipatía
especial por este gran filósofo inglés, llegando a
juzgarle como despreciable, y conside-rando de manera
suspicaz que Hobbes había presentado sus
Objeciones con la finalidad de aumentar su propia fama.
Por su parte Hobbes era consciente de este desprecio y, por ello,
en relación con la publicación de su obra De
cive en el año 1642 llegó a escribir una carta
a Sorbière en la que le decía: "si el señor
Descartes llegara a notar o sospechar los prepa-rativos para la
publicación de mi obra (ésta u otra), estoy seguro
que maniobrará lo que pueda; créamelo usted, porque
lo sé"[123]. Y, efectivamente, según
escribe Rodis-Lewis, la opinión de Descartes acerca "del
inglés" no era precisamente amistosa, según le
comentó a su amigo el padre Mersenne, de manera que
prefería no tener
"más comercio con él […]. No
podríamos conversar juntos sin convertirnos en enemigos
[…] No creo tener que responder nunca más a lo que
pudiera enviarme este hombre, que creo tener que despreciar al
máximo"[124].
Por otra parte, en el Discurso del
Método el propio Descartes reconoce tener una
personalidad orgullosa, que, de modo positivo, le
impulsa a trabajar por mantener la repu-tación que ha ido
adquiriendo:
"Pero como tengo un corazón bastante orgulloso
como para querer que me tomen por otro del que soy, pensé
que era preciso tratar por todo los medios de hacerme digno de la
reputación que me daban"[125].
Sin embargo, como se ha podido comprobar, fueron muchas
las ocasiones en que la búsqueda de acciones que pudieran
servirle para sentirse orgulloso de sí mismo no fue noble
sino que estuvo unida al desprecio y al insulto a quienes
discrepaban de sus ideas. En definitiva, una conse-cuencia de
esta arrogancia era que en sus relaciones espon-táneas con
sus iguales –pero no con aquellos que podían
representar una ayuda o una amenaza para sus propios objetivos-
era incapaz de aceptar la menor crítica a sus puntos de
vista y, por ello, como indica Watson, Descartes "se mostraba
dogmático en cuanto a sus propios puntos de vista y
acusaba a quienes disentían de interpretarlo mal o de ser
imbéciles. Era suspicaz, rápido para ofenderse y
encolerizarse, lento para aplacarse. Proclamaba que no le
afectaban los ataques personales, pero jamás olvidaba un
insulto, un desaire o una
injuria"[126].
Por este mismo motivo, indicó a Mersenne que no
le enviara cartas de otro de sus críticos, Jean de
Beaugrand, "porque aquí ya tenemos bastante papel
higiénico"[127], o, refiriéndose a
Roberval, un importante rival como matemá-tico, comentase
igualmente al mismo Mersenne: "Me asom-bra que este hombre [=
Roberval] pueda hacerse pasar por un animal
racional"[128].
Respecto a las Matemáticas llevó su
arrogancia al extre-mo de afirmar que nunca se descubriría
nada que no hubiera podido descubrir él, si se hubiera
tomado la molestia de
buscarlo[129]
Por otra parte, las discusiones y los
insultos que expre-saban la altivez
dogmática de Descartes, no se limitaron a las relacionadas
con los matemáticos mencionados y con los teólogos
Voetius y Trigland, sino que fueron mucho más numerosas,
extendiéndose a su amigo Beeckman, a quien, a pesar de que
diez años antes le había escrito diciéndole
"os honraré como el primer promotor de mis estudios y su
primer autor", posteriormente le trató con profundo
desprecio, llegando a calificarle como jactancioso,
estúpido, ignorante y loco. No
obstante y a pesar de este feroz altercado, más adelante,
aunque su amistad nunca volvió a ser igual, se produjo una
reconciliación entre ambos.
Finalmente, hay que señalar que su
megalomanía se manifestó en forma de una
osadía que le impulsaba a defender de forma
obcecada y como si se tratase de verdades absolutas diversas
teorías para las que no tenía más base que
su propia fantasía.
2.2.2. Admiración por la "nobleza de
sangre"
Por otra parte, la pertenencia de Descartes a la
nobleza, aunque baja nobleza, y su necesidad de encontrar en
dicha pertenencia un motivo más de satisfacción
para su megalo-manía propició que a lo largo de su
vida se mostrase llama-tivamente servil con quienes
consideraba superiores, como la princesa Elisabeth de Bohemia, la
reina Cristina de Suecia o las altas jerarquías de la
iglesia católica, cuyas buenas rela-ciones
pretendió mantener a toda costa, y a mostrarse
altivo con quienes consideraba inferiores, como fue el
caso de diversos matemáticos, teólogos y
filósofos cuyas críticas despreciaba, siendo
incapaz de aceptarlas para su análisis.
a) La megalomanía de Descartes tuvo una
proyección especial en su absurda admiración
por la nobleza, a la que se sentía orgulloso de
pertenecer, a pesar de que en su caso sólo llegó a
heredar de su madre el título de "Señor de Perron",
que vendió para conseguir el dinero que tan
fácilmente derrochaba. Como se ha indicado antes,
conviene matizar lo dicho teniendo en cuenta que, a pesar de la
venta de su título nobiliario, Descartes siguió
considerándose como "Señor de Perron", pensando al
parecer que la nobleza se llevaba en la sangre y que no
podía ser objeto de compra ni de venta, y, posiblemente
por ese motivo, con ese título siguió apareciendo
en uno de sus retratos, realizado en el año 1646.
b) El mismo interés de Descartes por asistir en
Frankfurt a la coronación del emperador Fernando II en el
año 1619, cuando todavía no había comenzado
su labor filosófica y parecía inclinarse hacia la
profesión militar, no parece sino otra muestra de su
orgullo de clase[130]y de su deseo de
triunfar en ella, de manera que ese orgullo debió de
influir de forma decisiva en su determinación inicial de
seguir la profesión tradicional de la nobleza,
alistándose en 1618 en el ejército de Mauricio de
Nassau y un año después en el de Maximiliano de
Baviera, en lugar de intentar ejercer algún cargo
relacionado con sus estudios jurídicos, como lo
había hecho su padre.
c) Su relación posterior con la princesa
Elisabeth de Bohemia vino impulsada por el deslumbrante
resplandor de la princesa desde el punto de vista de su juventud,
de su belleza y de su capacidad intelectual, pero también,
en una importante medida, por su "nobleza de sangre", hasta el
punto de que Descartes parece haber estado convencido de que el
hecho de pertenecer a dicha clase social implicaba la
posesión de una serie de valores que difícilmente
podían estar al alcance de un plebeyo. En este sentido y
de manera explícita en una carta a la princesa le
comenta:
"no sentía extrañeza por lo que [el
embajador Chanut] me contaba [acerca de las excelentes cualidades
de la reina Cristina] porque, al caberme el honor de conocer a
Vuestra Alteza, sabía hasta qué punto las
personas de alta alcurnia podían ser superiores a los
demás"[131].
Y en una carta al embajador Chanut, le dice en este
mismo sentido
"no es preciso que las personas de alta cuna,
sean del sexo que sean, tengan muchos años para poder
superar cumplidamente en erudición y en
méritos a los demás
hombres"[132].
Por otra parte, las palabras de Descartes son tan
absurdas que inducen a pensar que pudieron estar inspiradas no
sólo por su alta valoración de la nobleza sino
especialmente por su interés calculado en
mostrarse especialmente halagador con aquellas personas, que, por
su "nobleza de sangre", podía convenirle tenerlas de su
parte en cualquier circunstancia. En este caso concreto y dada su
infravaloración intelectual de la mujer, la
expresión introducida en este último
párrafo, "sean del sexo que sean", es una forma calculada
de excluir de ese grupo de mujeres infradotadas tanto a la
princesa Elisabeth como a la reina Cristina, a quien de manera
indirecta iba dirigida también esa carta al
embajador.
d) Asimismo, el hecho de que en el año 1649
decidiese aceptar la invitación de acudir a la corte de la
reina Cristina, previa y sutílmente solicitada por
él a través de los buenos oficios de su amigo el
embajador Chanut, hay que relacio-narlo no sólo con los
motivos económicos y con su necesidad de escapar a las
tensiones tan fuertes a que estaba sometido por las duras
discusiones con los teólogos protestantes
holan-deses[133]sino también con su
especial debilidad por relacio-narse con la nobleza. Por ello,
cuando se plantean las causas de su decisión de marchar a
la corte sueca, hay que tener en cuenta esta incierta pero
también atractiva aventura consistente en la
satisfacción de su vanidad y de su amor propio, ya que
representaba una forma arrogante de alejarse de aque-llos
teólogos holandeses para relacionarse con la
nobleza, más capaz, al parecer, de valorar su
filosofía.
e) Otra muestra de su arrogante sentimiento de clase
puede verse en su ataque a Voetius, cuando le descalificó
mediante una larga serie de insultos y mediante frases con las
que pretendía marcar las distancias entre ellos
diciéndole despectivamente:
"ningún plebeyo puede hablar acerca de
estas cosas con mayor inepcia que
usted"[134].
f) Finalmente, su misma utilización continuada de
aquel título que vendió, el de "Señor de
Perron", y el hecho de que desde que emigró a Holanda
siempre tuviera a su servicio un criado son una
manifestación más de ese ridículo orgullo de
clase, relacionado con su pertenencia a "la nobleza".
g) Esa misma megalomanía le condujo igualmente a
desarrollar un espíritu dogmático, que le
cegaba a la hora de ser capaz de replantearse sus puntos de
vista, en cuanto su seguridad de encontrarse en posesión
de la verdad le impedía revisar cualquier doctrina que
hubiera asumido previamente como válida, siendo muy raras
las ocasiones en que rectificó respecto a cualquier punto
de vista una vez que lo había asu-mido como verdadero, a
no ser que las críticas provinieran de la alta
jerarquía católica, como sucedió en el caso
de su de-fensa del heliocentrismo, que decidió rechazar en
1633 al enterarse de que la jerarquía católica de
Roma había conde-nado a Galileo por haberla defendido. En
su lugar defendió posteriormente la extraña
teoría de los torbellinos, calculando quizá que tal
doctrina podía ayudar a que la jerarquía
católica aceptase de algún modo el movimiento de la
Tierra sin que tal aprobación apareciese como una
concesión a la teoría copernicana, contraria a las
doctrinas católicas, y calculando tal vez que dicha
jerarquía le pagaría ese favor otorgándole
su ayuda y patrocinio para su obra filosófica.
Por todos estos motivos, Revius llegó a la
conclusión de que "quizá sea cierto que Descartes
intenta liberarse de todos los prejuicios, pero hay uno al que
Descartes permanece apegado en especial, la convicción de
que está absolutamente acertado en
todo"[135].
2.2.3. Servilismo
En aparente paradoja con su orgullo y arrogancia,
Descartes adoptó igualmente una actitud servil con las
perso-nas pertenecientes al alto clero y las de una nobleza de
sangre especialmente superior a la suya, como la princesa
Elisabeth y, sobre todo, la reina Cristina de Suecia. Este
servilismo estaba en conexión con su misma personalidad
calculadora, en cuanto iba dirigida a la obtención de
favores especiales de aquellas personas cuya posición
social y política podía servir-le de ayuda en
cualquier momento.
En efecto, por lo que se refiere a esta
característica de su personalidad tiene interés
mencionar sus cartas a la princesa Elisabeth, en las que le
tributa las más galantes y exageradas adulaciones que,
aunque hayan podido verse acertadamente como manifestaciones de
su enamoramiento y de una autén-tica admiración por
ella, parecen igualmente derivadas, al menos en sus inicios, de
intereses de otro orden, como el de contar con el favor de una
persona de su alcurnia, en cuanto podría influir en el
aumento de su prestigio filosófico y científico,
así como en la posibilidad, vislumbrada con mayor o menor
claridad, de conseguir una ayuda de los gobiernos de Francia,
Holanda, Suecia o de la propia familia de la prin-cesa, que le
sirvieran para mantener su despreocupado tren de vida o, al
menos, la continuidad de su comodidad
económica.
Como puede comprobarse mediante la lectura de su
correspondencia, las palabras dirigidas a la princesa Elisabeth
llaman la atención por su exagerada afectación, al
margen de que las cualidades de la princesa fueran realmente
notables y aceptando que las costumbres epistolares de aquellos
tiempos fueran ritualmente galantes. En este sentido, en una
carta dirigida a la princesa, cuando ésta tenía
sólo veinticinco años, le dice:
"El favor con que Vuestra Alteza me ha honrado,
haciéndome recibir sus órdenes por escrito es mayor
de lo que jamás me hubiera atrevido a esperar; compensa
mejor mis defectos que el favor que hubiera deseado con
pasión, esto es, el de recibirlas de vuestros propios
labios si hubiese tenido el honor de saludaros y ofreceros mis
muy humildes servicios cuando estuve últimamente en La
Haya. Pues hubiera tenido demasiadas maravillas que admirar al
mismo tiempo; y viendo salir discursos más que humanos
de un cuerpo tan semejante a los que los pintores dan a los
ángeles, hubiera sentido un arrebato como el que sin duda
deben de experimentar aquellos que acaban de llegar al cielo tras
la terrenal estancia"[136].
Posteriormente, su dedicatoria de los Principios de
la Filosofía a la princesa fue llamativamente
apasionada, pero en este caso Descartes no se estaba dejando
guiar por otro interés que el de manifestarle abiertamente
su admiración y su adoración, ligeramente
encubiertas por la referencia a sus extraordinarias cualidades
intelectuales:
"he podido apreciar tales cualidades en Vuestra Alteza
que creo de interés para el género humano
proponerlas como ejemplo a la posteridad […] Por lo
demás, la máxima agudeza de vuestro
espíritu incomparable se conoce en que habéis
indagado todas las profundidades de estas ciencias y las
habéis aprendido cuidadosamente en muy poco tiempo
[…] Nunca encontré a nadie que haya entendido
tan perfectamente los escritos que he pu-blicado. […]
Me resulta imposible no dejarme arrebatar por un sentimiento
de enorme admiración cuando considero que un
conocimiento tan vario y tan perfecto de todas las cosas no
se halle en un viejo sabio que ha empleado muchos años
para instruirse, sino en una prin-cesa, joven aún, cuya
belleza y edad se parece más a la que los poetas atribuyen
a las Gracias que a la de las Musas o de la sabia Minerva
[…] Y esta sabiduría tan perfecta que advierto
en Vuestra Majestad me ha subyu-gado tanto que no
sólo pienso que debo consagrarle este libro de
filosofía […] sino que no tengo más
deseo de filosofar que el de ser, Señora, de Vuestra
Alteza, el más humilde, el más obediente y el
más devoto servidor"[137].
Este "espíritu incomparable" de la princesa, que
podía determinar que sus cualidades excepcionales fueran
de inte-rés para el género humano, no fue
al parecer tan "excep-cional", pues en una carta posterior
dirigida a la reina Cris-tina, meses antes de su viaje a Suecia,
le había expresado otra serie de galanterías en un
estilo muy similar, expresándole su disposición
para cumplir cualquier cosa que le quisiera ordenar:
"Si sucediera que me enviaran una carta desde los
cielos, y si la viera bajar de las nubes, no podría sentir
sorpresa mayor ni recibirla con mayor respeto y veneración
que los que he sentido al recibir la que Vuestra Majestad se ha
dignado escribirme […] una princesa a la que tan alto ha
colocado Dios, a la que agobian tan importantes asuntos de
gobierno, de los que se ocupa en persona, y cuyas obras
más nimias pueden tanto por el bien general de toda la
tierra que cuantos amen la virtud tienen forzosamente que
considerarse dichosísimos si se les brinda alguna
ocasión de servirla […] Me atrevo a asegurar con
vehemencia a Vuestra Majestad que haré siempre cuanto
esté en mi mano por cumplir cualquier cosa que quiera
mandarme y ninguna me parecerá exce-sivamente
dificultosa"[138].
Igualmente y en relación con las altas
jerarquías de la iglesia católica, tan
poderosa y tan peligrosa en aquel tiempo, el pensador
francés tuvo la actitud de un lacayo sumiso, como puede
comprobarse en múltiples ocasiones, como en una carta al
padre Mersenne en la que se declara "servidor" del cardenal Bagni
y le comunica que siente un inmenso respeto por todos los
adalides de la iglesia católica:
"Si escribís al doctor del cardenal Bagni,
agradecería le dijerais que nada me impide publicar mi
filosofía excep-to la prohibición contra el
movimiento de la Tierra, que no sé cómo separar de
mi filosofía, pues toda mi física depende de ello
[…] Os pido que sopeséis la opinión del
cardenal, pues siendo su servidor, mucho me afligiría
disgustarle, y siendo muy celoso de la religión
católica, siento inmenso respeto por todos sus
adalides"[139].
Frases tan atentas y humildes y tan llenas de
admiración hacia quienes consideraba como personas de
especial rango aristocrático, muy superior al suyo, tanto
en el ámbito de la nobleza como en el del clero
católico, contrastan llamati-vamente con el tratamiento
que dio a Voetius, profesor de Teología protestante y
rector de la Universidad de Utrecht, con quien había
mantenido una fuerte discusión acerca del libre
albedrío y de la predestinación humana. Voetius,
por medio de un amigo, le había acusado de ateísmo,
y Descartes le respondió de manera especialmente
insultante y arrogante, de manera que, haciendo alusión al
supuesto origen plebeyo de su crítico, le
dijo:
"Después objeta [usted] cosas tan
estúpidas que no son dignas de mención,
pues sólo prueban que ningún plebeyo puede
hablar acerca de estas cosas con mayor ineptitud que
usted […] Las restantes observaciones que mezcla usted con
éstas se apartan tanto del tema que parecen reproducir
palabras incoherentes de loro más que
razonamientos de
filósofos"[140].
2.2.4. Derroche
Su megalomanía se manifestó igualmente
como actitud derrochadora con el dinero heredado de sus
padres, que le llevó a vivir despreocupado de su
economía hasta los últimos años de su
vida.
El derroche iba naturalmente unido a la nobleza, en
cuanto, junto con el alto clero, era esa clase social la que se
encontraba en posesión de las mayores riquezas. Por ello,
cualquier manifestación de derroche le servía a
Descartes para poner de manifiesto ante los demás su
propia "nobleza".
Dicha "nobleza de sangre" se la había
proporcionado su madre, al heredar de ella el título de
"Señor de Perron", que, a pesar de haberlo vendido junto
con otros bienes, lo siguió utilizando, hasta el punto de
que todavía un retrato suyo de 1646, realizado por Frans
Schooten II, aparece bordeado con las palabras "RENATUS
DESCARTES, DOMINUS DE PERRON […]". Al parecer, el uso
posterior de aquel título después de haberlo
vendido pudo deberse a la idea de que su venta no afectaba a su
propia "nobleza", en cuya posesión continuaba porque tal
cualidad se llevaba en la sangre.
Nobleza de sangre y vida humilde no encajaban dema-siado
y, por ello, aunque el derroche por sí mismo no fuera una
debilidad en él, era un medio para manifestar su
valía ante los demás. Y ése fue uno de los
motivos que le llevaron a gastar alegremente la herencia materna
recibida en 1621, viviendo de rentas y sin preocuparse por
encontrar trabajo alguno como medio de vida, y lo que le
llevó a derrochar posteriormente la herencia de su padre
hasta quedar casi arruinado en 1649, poco antes de acudir a la
corte sueca.
Todo ese capital lo fue derrochando no precisamente por
"su desprecio al dinero", como escribió Rodis-Lewis, sino
porque, entre otros caprichos, pocos meses después de la
muerte de su padre se permitió el de alquilar el castillo
de Endegeest, con servicio de criados incluido, a lo largo de
más de dos años, desde marzo de 1641 hasta mayo de
1643[141]en lugar de conformarse con una casa
sencilla donde vivir de manera más austera, teniendo en
cuenta que sus ingresos eran exclusivamente los derivados de
aquellas herencias. Descar-tes alquiló ese castillo porque
quería que sus amigos se enterasen bien de que
pertenecía a la nobleza, de que era una persona ilustre,
de que tenía dinero y podía derrocharlo en lo que
quisiera, y de que su tarea era tan importante que para
realizarla necesitaba vivir al menos en un castillo.
Su despreocupación por el control de su
economía le condujo finalmente a agotar la herencia
paterna y a compren-der la necesidad de buscar otra fuente de
ingresos, la cual consiguió en principio solicitando una
pensión del estado francés –a pesar de haber
dicho a la princesa Elisabeth que él no la había
buscado-, cosa que al parecer consiguió durante el
año 1647 muy posiblemente por la mediación de "su
amigo" J. Silhon ante el cardenal Mazarino, de quien era
secretario. Más adelante se interesó por conseguir
un cargo en París sin llegar a obtenerlo, así que
finalmente tuvo que marchar a la corte de la reina de Suecia,
intentando lograr no sólo mayor prestigio sino
también algún cargo que le proporcionase nuevos
recursos económicos cuando ya estaba arruinado y lleno de
deudas, pues, como señala Watson, aunque el dinero no
fuera el único motivo, "Descartes tomó la
decisión de ir a Suecia porque su situación
económica era precaria"[142].
Por ello, aunque de modo exagerado, escribe Watson que
"[Descartes] vendía propiedades familiares, gastaba las
rentas para vivir, no compraba un puesto lucrativo en el
gobierno, no se casaba con una mujer rica: René Descartes
era un zángano, un parásito de la
familia"[143]. Quizá y por lo que se
refiere al trabajo, Descartes, de acuerdo con la tradición
de la nobleza, consideró que el trabajo físico no
era una actividad precisamente digna y propia de un noble sino
propia de la clase plebeya y que, en consecuencia, en cierto modo
era degradante para su dignidad y para su misión sobre la
Tierra. Por todo ello, resultan nuevamente sorprendentes,
ridículas y absurdas las palabras de Rodis-Lewis cuando
habla del "desprecio" de Descartes por el dinero diciendo: "Lo
acompañaba siempre un criado, seguramente venido de
Francia, con el que piensa quedarse cuando quiere ir a Alemania.
Descartes, que al alistarse no había recibido nada
más que una moneda simbólica, cosa que debía
de satisfacer su desprecio por la riqueza, proveía para
los dos"[144].
Realmente es incomprensible esa adoración de
Rodis-Lewis por Descartes –muy similar, por cierto, a la de
su compatriota Baillet-, que le lleva a ser incapaz de una
objeti-vidad mínima. Dice Rodis-Lewis con la mayor
ingenuidad del mundo que Descartes despreciaba la riqueza, como
si no se hubiera preocupado por recoger su herencia materna
cuando alcanzó la mayoría de edad ni la paterna
cuando murió su padre, ni se hubiera preocupado por buscar
una pen-sión o por acudir a la corte sueca para resolver
sus problemas económicos. Parece considerar que el hecho
de que Descartes fuera un derrochador equivalía a que no
le importaba el dinero. Lo que sí podría haber
dicho esta biógrafa es que Descartes no apreciaba el
dinero hasta el punto de ponerse a trabajar por conseguirlo,
porque, por suerte para él, siempre lo tuvo y lo
derrochó mientras pudo. Además, también
nece-sitaba el dinero para pagar los servicios de su criado y
tam-bién aquí Rodis-Lewis parece admirarse
igualmente de la actitud caritativa de Descartes al reflejar que
éste "proveía para los dos", como si el criado
tuviera que servirle por el simple placer de hacerlo y encima
pagar los gastos de su manutención.
Por otra parte, cuando Rodis-Lewis hace referencia a la
moneda que cobró Descartes por su alistamiento en el
ejér-cito, debería haber tenido en cuenta que eso
era lo que cobra-ba un soldado voluntario en aquellos momentos en
los que ese carácter de voluntario permitía al
soldado así alistado es-tar libre de la obligación
de participar en las batallas en que lo hiciera el
ejército al que pertenecía. También
debería haber reflexionado acerca de qué edad y
qué necesidades tenía Des-cartes cuando se
alistó y qué objetivos eran los que realmente le
interesaban en aquellos momentos. Pero parece que a Rodis-Lewis
le resulta más agradable la idea de que Descar-tes era una
persona altruista y desprendida que "despreciaba el
dinero".
2.2.5. Falta de rigor o frivolidad
intelectual
Igualmente, parece que la megalomanía derivada de
su egolatría fue la causa más importante de una
frivolidad muy llamativa a la hora de pronunciarse sobre
cualquier asunto medianamente complejo, considerando tener su
solución, sin que en muchas ocasiones tuviera realmente un
argumento serio en favor de sus tesis y confiado fundamentalmente
en su capacidad para resolverlo de manera infalible y sin
dificultad. Esa confianza estaba justificada en el caso de su
capacidad para las Matemáticas, en las que tuvo un talento
excepcional para resolver los problemas más complejos,
pero no en materias más colmadas de matices y
perspectivas, como lo era la Filosofía o como lo era
también el resto de las ciencias
experimentales.
Sin embargo, su seguridad en su capacidad para las
Matemáticas le condujo a confiar excesivamente en la
pose-sión de una capacidad similar para descifrar los
problemas de cualquier otro tipo de conocimientos, y tal actitud
le llevó a una exagerada frivolidad que tuvo consecuencias
muy nega-tivas para la coherencia de su obra filosófica y
científica en la serie de ocasiones en que, por no haber
reflexionado con un mínimo de seriedad, defendió
teorías absurdas o que poste-riormente abandonaba sin
explicación alguna para pasar a defender las contrarias,
como en el caso del problema de la libertad, que se
analizará más adelante, en cuyo tratamiento o bien
modificaba frecuentemente el propio concepto de libertad, o bien
llegaba a defender el determinismo propio del intelectualismo
socrático para atacarlo cuando se daba cuenta de que tal
planteamiento podía ser criticado por la jerarquía
católica[145]Igualmente su frivolidad se
manifestó en el trata-miento de la cuestión de si
Dios podía ser o no causa de los propios errores, que,
aunque en líneas generales fue resuelto rechazando que
Dios pudiera ser engañador, en algunas oca-siones la
resolvió aceptando la hipótesis contraria… y
negando después haberla aceptado.
En definitiva, este modo de ser le condicionó
hasta el punto de llegar a defender doctrinas contradictorias o a
incu-rrir en gravísimos errores en sus razonamientos,
siendo luego inconsecuente con ellos en diversas ocasiones, de
manera que estas peculiaridades de su personalidad tuvieron,
además de los errores mencionados, gravísimas
repercusiones en sus ar-gumentaciones filosóficas
relacionadas con su método y con su sistema, tal como se
mostrará en los siguientes capítulos.
De manera paradójica, un aspecto indirectamente
posi-tivo de esta frivolidad fue que, como consecuencia
de ella, en muchos momentos escribía de manera precipitada
y dogmá-tica lo que se le ocurría, y tal actitud le
impedía tomar la precaución de ser coherente luego
con lo que había dicho, de manera que más adelante
emitía nuevas afirmaciones, contra-dictorias con las
anteriores, sin preocuparse por explicar las causas de sus
cambios de punto de vista, de forma que lo "positivo" de tal
espontaneidad, derivada de su frivolidad, es que, a pesar de que
los críticos en general no parecen haberse fijado mucho,
esta frivolidad facilita mucho la labor crítica a la hora
de señalar la serie de contradicciones en que
incurrió el pensador francés.
2.2.6. Manipulación de personas
La acusada tendencia de Descartes a manipular a
sus teóricos amigos, como instrumentos al servicio de sus
fines personales pudo haber sido, por lo menos en parte,
conse-cuencia de su privación afectiva durante su
infancia. Tal privación le habría dificultado un
desarrollo normal de la afectividad hacia los demás, una
desconfianza hacia ellos y una tendencia a utilizarlos como meros
instrumentos, tal como se muestra a
continuación:
a) En efecto, tal actitud se manifestó en primer
lugar en sus relaciones con su propia familia,
especialmente con su padre y con su hermano mayor. La
Psicología habla del síndrome del segundón,
relacionado con la hipótesis de que el segundo hijo
despierta en los padres un interés y un afecto bastante
menos intenso que el primero, de forma que aquél puede
llegar a sentirse como un intruso, no desarrollando con
normalidad su afectividad hacia los demás. En
relación con esta cuestión, hay que hacer
referencia igualmente a unos estudios del año 2009, que
muestran cómo estadísticamente los
primeros hijos tienen un coeficiente intelectual un diez
por ciento más elevado que el de sus demás hermanos
y ese hecho podría tener su explicación en la
diferencia de dedicación que recibe el primero
respecto al segundo o a cualquiera de los
demás.
Descartes no fue un segundón, pero su primer
hermano murió al nacer, se segundo hermano era su hermana
Jeanne y su tercer hermano era Pierre, mientras que él era
el cuart6o, lo cual efectivamente debió de influir en que
su infancia estuviera bastante privada de afecto, teniendo en
cuenta además que su madre murió un año
después de nacer él. Además, Descartes
tampoco contó con un afecto paterno suficiente, pues su
padre pasaba largas temporadas fuera del hogar familiar, y desde
los diez hasta los dieciocho años estuvo internado en el
colegio de La Fléche.
Una consecuencia de esta carencia afectiva debió
de ser que, desde que acabó sus estudios,
permaneció poco tiempo en el domicilio familiar, marchando
en 1618 a Holanda, donde se alistó en el ejército
de Mauricio de Nassau y, desde ese momento fueron escasas las
ocasiones en que regresó junto a la familia.
Respecto a esta cuestión, R. Watson señala
que sus relaciones afectivas de carácter familiar brillan
por su ausencia, hasta el punto de que "en cuanto a los asuntos
familiares, los únicos que preocupaban a Descartes se
relacio-naban con el dinero"[146]. Además,
las escasas ocasiones en que Descartes regresó junto a su
familia estuvieron esencial-mente relacionadas con el asunto del
cobro de su herencia materna y paterna, y con la posible compra
de un cargo que pudiera servirle como medio de vida.
b) Esta frialdad con la familia más cercana y
este espíritu calculador se manifestó igualmente
con sus teóricos amigos, como Mersenne, Silhon o
Chanut, pero también y de manera mucho más
desconsiderada en sus relaciones con determi-nadas personalidades
de cierta relevancia política o religiosa que, en cuanto
podían influir en su propia vida, procuró
ma-nipular, aparentando sentir hacia ellos una amistad
especial.
b1) Así, cuando a mediados de 1629 estuvo
interesado en la construcción de una lente
hiperbólica, escribió a J. Ferrier, un
famoso óptico de París, animándole a que
viniera a trabajar con él, diciéndole que él
correría con todos los gastos, que vivirían como
hermanos, que podrían ver "si hay animales en la Luna",
que tendría el tiempo libre para lo que quisiera, que
nadie le molestaría y que no le pondría
obstá-culo alguno para que regresara a París cuando
quisiera[147]Y así todo el panorama se lo
pintaba realmente atractivo, pero no porque realmente estuviera
encantado con la amistad de Ferrier sino sólo porque en
aquel momento se había intere-sado por esa cuestión
de óptica y quería que Ferrier dejase lo que
estuviera haciendo en París para embarcarle en la misma
tarea que a él le interesaba en aquel momento, tarea que,
por cierto, pronto dejó de atraerle, precisamente cuando,
después de una primera negativa, Ferrier tomó la
decisión de aceptar su llamada.
b2) La "amistad" entre Descartes y el padre
Mersenne representa otro ejemplo del egoísmo
calculador de Descartes, teniendo en cuenta que, a pesar de que
este clérigo siempre estuvo a la disposición de
Descartes, como si fuera su secre-tario sin sueldo, su confidente
y su aliado incondicional, hasta el punto de que la
correspondencia entre ambos es mucho mayor que la que tuvo con
cualquier otro de sus amigos, y a pesar de la fidelidad y
comprensión constantes de su amigo hacia él, el
pensador francés ni siquiera tuvo el detalle de estar a su
lado durante los últimos días de su vida, ni el de
asistir a su entierro: Descartes se fue de París el
día 27 de agosto de 1648 y Mersenne moría cinco
días después, el día 1 de
septiembre.
b3) A Jean de Silhon, secretario del cardenal
Mazarino, a quien había conocido entre 1626 y 1628, lo
utilizó para conseguir una pensión de Luís
XIV, cuando ya casi había agotado la herencia paterna, y
necesitaba un nuevo medio de subsistencia.
b4) Por lo que se refiere a su relación con
Hector P. Chanut, la lectura de su correspondencia
sugiere que a partir de 1646 Descartes intensificó su
"amistad" con él con la cal-culada finalidad de que
éste le pusiera en contacto con la reina Cristina. En este
sentido resulta bastante sintomática una carta de marzo de
1646, en la que manifiesta de manera sorprendentemente exagerada
su enorme "simpatía" por Cha-nut, diciéndole entre
otras cosas:
"Si me hubiera consentido a mí mismo el honor de
escri-bir a vuestra merced tantas veces cuantas he deseado
hacerlo desde que pasó por este país, mis cartas lo
hubie-ran importunado con harta frecuencia, pues no ha
trans-currido día en que no haya querido tomar la pluma
varias veces"[148].
Y hacia el final de esa misma carta, insistiendo en esas
muestras de afecto y consideración, escribe:
"como a veces me entran deseos de regresar a
París casi me atrevo a decir que tengo queja de los
señores ministros que le han dado el cargo que lo aleja de
esa ciudad, y le aseguro que, si residiera en ella, ése
sería uno de los principales motivos que podrían
obligarme a visitarla"[149].
Siguiendo esta misma línea de calculado
acercamiento en esa "amistad", pero de modo mucho más
exagerado resul-ta especialmente significativa a este respecto
una carta de noviembre de ese mismo año en la que dice al
embajador:
"Si no me inspirase su sabiduría tan
extraordinaria esti-ma y no me impulsara tan vehemente deseo de
aprender, no me habría mostrado tan importuno al rogarle
que examinara mis escritos […] Y creo […] que lo
mejor que puedo hacer de ahora en adelante es abstenerme de hacer
libros […] y no estudiar ya sino para instruirme y no
comunicar mis pensamientos sino a aquéllos con los que
pueda conversar en privado; y aseguro que nada podría
hacerme más dichoso que tener conversaciones con vuestra
merced […] Desde el primer momento en que tuve el honor de
conocer a vuestra merced, le entregué toda mi confianza, y
como he tenido después el atrevimiento de granjearme su
benevolencia, le ruego que crea que no podría serle
más devoto si toda mi vida hubiera transcurrido a su
lado"[150].
Posteriormente, en febrero de 1647, Descartes,
conoce-dor de la devota religiosidad de Chanut, le escribe una
carta muy extensa en la que trata de mostrarse tan religioso o
más que el embajador, de manera que esa carta casi parece
más el extracto de un tratado de Teología y de
Psicología medie-vales, en el que le explica sus puntos de
vista acerca de diver-sas pasiones, acerca de Dios y acerca de
algunos aspectos del cristianismo desde la perspectiva de un
cristiano ejemplar, diciéndole entre otras
cosas:
"no me asombra que algunos filósofos estén
convencidos de que sólo la religión cristiana nos
hace capaces de amar a Dios al enseñarnos el misterio de
la Encarnación con el que Dios se rebajó hasta
hacerse semejante a nosotros"[151].
Desde luego, sorprende bastante que el
matemático, el científico y el filósofo
Descartes, de pronto aparezca conver-tido en una especie de
predicador que habla de "la Encar-nación" de Dios como si
se tratase de un tema de profunda meditación o una
más de las deducciones de su sistema
racionalista.
Siguiendo esta misma línea religiosa, en las
antípodas de la Filosofía y de la Ciencia, le dice
más adelante:
"estimo que el camino que debemos seguir para llegar al
amor de Dios es pensar que es un espíritu o un ente que
piensa, con lo que, ya que la naturaleza de nuestra alma tiene
cierto parecido con la suya, nos convencemos de que ésta
es emanación de su suprema
inteligencia"[152],
atreviéndose a incurrir en la herejía
panteísta-emanantista, contraria al creacionismo
judeocristiano, aunque muy en la línea de lo que en el
pensamiento místico denominan "vía
unitiva".
La sensación que provoca la lectura de esta
extensísima carta es la de que en ella Descartes lo tiene
todo fríamente calculado: no sólo ni en
primer lugar pretende impresionar a Chanut, sino que parece que
le escribe con la intención especial de que muestre esa
carta a la reina Cristina, de forma que esta
"presentación" pueda significar, tal vez, el comienzo de
una relación epistolar con ella, relación que
efectivamente se produciría para, a continuación,
dar el salto a la corte sueca. Pues, efectivamente, la reina
leyó la carta dirigida a Chanut, de manera que al cabo de
unos meses Descartes, en respuesta a una carta del embajador,
volvió a escribirle diciéndole:
"Me invadió el temor al leer las primeras
páginas, en las que me dice que el señor De Ryer
había hablado a la Reina de una de mis cartas y que
ésta deseaba verla. Y luego me tranquilicé, al
llegar al punto en que vuestra merced me refiere que la
oyó leer con cierto agrado. Y no sé si ha sido
mayor mi admiración al ver que la Reina
comprendía con tan gran facili-dad cosas que parecen muy
oscuras a los más doctos, o mi gozo al ver que no le
desagradaban. Pero mi admiración dobló al comprobar
la fuerza y el peso de las objeciones que hizo Su Majestad
respecto al tamaño que atribuyo al
universo"[153].
b) Tiene interés observar que en esta
última carta apare-cen expresiones de especial
admiración hacia la reina Cristi-na, que parecen
escritas con la intención y la expectativa de que ella
llegase a leerlas. En otras cartas la trató de un modo
escandalosamente servil y ridículamente halagador, como si
fuera una especie de divinidad reencarnada, pero con la clara
finalidad de conseguir su simpatía y obtener de ella la
invi-tación de ir a su corte de Suecia. De este modo
pretendía obtener varios objetivos importantes: Librarse
de sus desagra-dables tensiones con los teólogos
holandeses, lograr mayor prestigio y conseguir además una
pensión o un sueldo que le permitiese recuperarse
económicamente, pues los recursos económicos de que
disponía, procedentes de la herencia de su padre, se le
estaban agotando.
La reina Cristina escribió una carta a Descartes
para decirle que había leído con interés sus
Principios de la Filosofía. Descartes le
respondió con otra en la que, de forma implícita,
le "ofrecía" su presencia en la corte con una especie de
contrato de esclavitud:
"me atrevo a asegurar con gran vehemencia a Vuestra
Majestad que haré siempre cuanto esté en mi mano
por cumplir con cualquier cosa que quiera mandarme y ninguna me
parecerá extremadamente
dificultosa"[154].
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