Un ser niño evaluado por un adulto. Parece
sencillo, pero no lo es. Para evaluar a un niño, se
necesita ser niño. El grave error es querer que un
niño deje de serlo y se convierta en niño adulto.
Debe ser todo lo contrario. El adulto debe vivir como niño
entre los niños.
La instrucción del adulto se centra en no hacer;
en desaprobar las acciones realizadas por el niño que
busca conocer la realidad, palpando, acariciando, introduciendo
las manos en uno y otro lugar; llevándose objetos a la
boca, destruyendo su juguete para investigar su estructura
interna; en fin cuantos otros se pueden citar. Curiosamente el
adulto dice: eso no se hace, tampoco eso, ni lo otro, mucho menos
aquello. Llega un momento en que la mente infantil tropieza con
una paradoja, sobre todo cuando el adulto no predica con el
ejemplo. Si un niño hace algo considerado inconveniente
por el adulto, lo prudente es que se le oriente a hacer algo
diferente. El cambio de actividad, reduce de manera progresiva la
realización de la acción, que puede perjudicar la
salud o dañar objetos de valor que se encuentran en el
hogar; y que muchas veces los padres dejan a su alcance. Esto
último, es como decirle a un diabético que no
consuma alimentos ricos en azúcares, pero le regalamos un
pastel o chocolates.
Orientar para el no hacer, impide el desarrollo de las
facultades mentales, lo mismo que la adquisición de
habilidades y destrezas, tan necesarias en el cotidiano vivir. Se
genera inseguridad, falta de confianza y otros que inhiben la
conducta considerada aceptable por la sociedad.
Vemos adultos jóvenes que carecen de iniciativa,
de creatividad, incapaces de tomar decisiones. La génesis
de su comportamiento, se encuentra en la forma en que fue
orientado en las primeras etapas de su vida; tales como la
infancia, preadolescencia y adolescencia.
Cada etapa del crecimiento y desarrollo tiene sus
propias características. Los padres y maestros deben
conocerlas; así se evita humillar, lacerar, criticar y
castigar acciones que son tan normales para la etapa de que se
trate.
La capacidad de expresión del niño se ha
visto limitada constantemente, tanto en el hogar, como en la
escuela; luego se le pide que lea, escriba, piense, hable,
redacte y otros imperativos que se escuchan por doquier; pero los
resultados no se obtienen. Hoy, el niño es un inepto, un
torpe, un bueno para nada. Las exigencias del adulto superan
muchas veces su capacidad de hacer, abstraer, inferir,
sintetizar, construir, redactar, leer, escribir. Se le pide a un
niño que haga lo que un adulto promedio jamás
hará en su vida, no por impericia o negligencia, sino,
porque la instrucción recibida le ha moldeado para actuar
así; por tanto, el ciclo de desfachatez se repite, aunque
pase desapercibido. La contradicción formal del
pensamiento humano se hace evidente.
Uno de los filósofos más conocidos de la
antigüedad, dijo: "más importante que la ciencia de
gobernar al pueblo, es la ciencia de educar a la juventud"; sin
el ánimo de criticar a Platón, es necesario
reflexionar sobre las investigaciones realizadas posteriormente,
pues la información que se maneja en la actualidad es que
la personalidad de un individuo se forja en la infancia; es
decir, en sus primeros siete años de vida. Lo anterior
implica que el filósofo cuyo pensamiento se comenta, al
hablar de la juventud tenía presente que la
educación inicia a muy temprana edad; por tanto, para
evitar confusiones en el volátil pensamiento de la
humanidad, lo mejor era decir: "más importante que la
ciencia de gobernar al pueblo, es la ciencia de educar a la
niñez".[1]
Investigaciones realizadas, demuestran que las primeras
etapas de vida, influyen en la actitud hacia el proceso de
aprendizaje; en el concepto que el niño se forma de
sí mismo; y en la capacidad para formar y mantener
relaciones sociales y emocionales en el futuro.
Por otra parte, pasada la etapa de la infancia llega la
adolescencia[2]Ésta no produce cambios
radicales en la capacidad intelectual, sobre todo para resolver
problemas complejos, sino que se desarrolla de manera gradual.
Jean Piaget[3]por su parte, determinó que
la adolescencia es el inicio de la etapa del pensamiento de las
operaciones formales (pensamiento que implica una lógica
deductiva), asumiendo que ésta ocurriría sin
importar las experiencias educativas o ambientales del entorno de
cada individuo. Los datos de las investigaciones posteriores, no
apoyan esta hipótesis y muestran, que la capacidad de los
adolescentes para resolver problemas complejos, está en
función del aprendizaje acumulado y la educación
recibida en fases anteriores.
Lo expuesto en estos apartados, indica que la
niñez es la etapa que determina el comportamiento en
etapas futuras. Cuánta razón tenía
Pestalozzi, cuando defendía la individualidad del
niño y consideraba como una necesidad la
preparación del maestro para desarrollar integralmente a
sus alumnos. Lo que también debe hacerse extensivo
también a los padres, pues los primeros años de
vida de sus hijos están en sus manos, gracias a la bendita
voluntad de Dios, quién se los ha dado como una herencia,
como un premio o galardón.
Como padre y maestro, estoy consciente de los errores
cometidos. La ignorancia, la falta de control, los prototipos
existentes en la sociedad, y otros de igual o peor magnitud;
hacen caer a los adultos en acciones que devastan la naturaleza
del ser niño.
Las lágrimas, como perlas preciosas se deslizan
suavemente por las mejillas de los niños. Niños que
gimen, lloran o ahogan en su pecho y en silencio, el sufrimiento
que un padre o una madre le provocan. El daño moral y
psicológico al que son sometidos los niños del
mundo no tiene perdón. Sin embargo, a Dios le pido
sabiduría que ilumine el sendero por donde camino, para
que con sigilo y prudencia instruya a mis hijos; para que con
amor y ternura limpie las lágrimas de dolor y sufrimiento
de los niños a quienes tengo el privilegio de formar; para
que respete las leyes del proceso natural de su
desarrollo[4]
Si bien es cierto, los psicólogos han elaborado
toda una teoría sobre el desarrollo de la personalidad y
sin menospreciar sus estudios e investigaciones, es necesario
afirmar que la vida es simple, sencilla y sin mayores
complicaciones. La naturaleza no se equivoca, mucho menos
confunde. Las teorías otrora consideradas ciertas se
esfuman para dar paso a nuevos conocimientos, pero el ser
niño, es hoy, mañana y siempre sin importar la
teoría que se encuentre vigente. Ello no es óbice,
para que los adultos nos instruyamos. Lo importante es que se
entienda y se respete cada etapa del desarrollo evolutivo del
ser.
La naturaleza es un libro abierto. El agricultor lo
entiende. En un primer momento deshierba el terreno, luego lo
surca, siembra; espera el momento de la germinación;
posteriormente abona las plantitas, les limpia de las malezas una
o más veces; les deja crecer; hasta que por fin, los
frutos esperados se obtienen. El agricultor no siega, sin antes
sembrar.
Los índices criminológicos, existentes en
la sociedad, tienen su origen en la inescrutable ley de causa y
efecto. La forma en que se instruye a la niñez y
adolescencia, repercute de manera negativa en conductas que son
desaprobadas por la sociedad; pero se olvida que lo que el hombre
está sembrando, eso también
cosechará.
Las conductas indeseadas y delictivas son sancionadas
por la sociedad. Distintos grupos sociales abogan por el
endurecimiento de las penas; incluso, hay algunos que se
pronuncian a favor de la pena de muerte. La pena sigue
considerándose como un castigo en el tercer milenio. No se
abordará a profundidad la "teoría de la
pena"[5]; baste recordar lo que a la letra dice la
Constitución de la República de El Salvador,
año 1983, en su artículo 27 inciso 3°, el cual
transcribo a continuación:
"El Estado organizará los centros penitenciarios
con objeto de corregir a los delincuentes, educarlos y formarles
hábitos de trabajo, procurando su readaptación y la
prevención de los delitos".
Constitucionalmente se establecen los fines de la pena,
tales como educar, habituar al trabajo, readaptar y prevenir
delitos.
La sed de venganza por el oprobio causado por los que
infringen la ley, hasta cierto punto es tolerable. Todos nos
consternamos cuando vemos los atroces crímenes cometidos
con lujo de barbarie. Lo que es totalmente intolerable es la
exigencia de una conducta para la que no se preparó a la
juventud; conducta, de la que padres, maestros, Estado, medios de
comunicación, programas de televisión, juegos
electrónicos y la sociedad en general han propiciado.
Sencillo, no puedo exigirle a mi hijo que repare un
electrodoméstico, si jamás ha recibido
instrucción electrónica. No puedo exigirle a un
estudiante que escriba un ensayo, una crónica o una
novela, si como docente jamás lo he hecho; eso es un
insulto a la inteligencia humana.
Los artículos 34 y 35 de la Constitución
citada anteriormente, siguen diciendo:
"Todo menor tiene derecho a vivir en condiciones
familiares y ambientales que le permitan su desarrollo integral,
para lo cual tendrá la protección del Estado, quien
garantizará la salud física, mental y moral de los
menores, lo mismo que el derecho de éstos a la
educación y a la asistencia".
En atención a las ideas expuestas, se hace del
conocimiento del lector que hasta principios del siglo XX,
son muy pocas las políticas gubernamentales que se
practican a fin de proteger la salud y bienestar de los
niños. Es a partir de 1919, después de la Segunda
Guerra Mundial, cuando comienzan a mencionarse los Derechos del
Niño, ello conduce a que surjan convenios
—acuerdos—internacionales con la finalidad de que los
países se comprometieran en beneficio de la
infancia[6]
El 20 de noviembre de 1959, fue firmada la
Declaración de los Derechos del Niño, por la
Organización de las Naciones Unidas, la cual
proclamó el derecho de la infancia de todo el mundo a
recibir un cuidado adecuado, éste debe ser brindado por
padres, comunidad y gobierno. En 1989, treinta años
más tarde, se firma "La Convención de las Naciones
Unidas sobre los Derechos del Niño", intentando con
ésta, robustecer la legislación internacional sobre
derechos básicos del niño; sin embargo, el gobierno
de El Salvador la firma el 26 de enero de 1990 y la Asamblea
Legislativa la ratifica el 27 de abril del mismo año. A
partir de entonces, empieza toda una serie de reformas en la
legislación secundaria, derogándose incluso el
Código de Menores, el cual surgió como una
legislación que venía a proteger los derechos de la
infancia (en ese momento histórico). Esto se logra gracias
a los esfuerzos de la Asociación Pro Infancia, que fue una
de las instituciones que comenzó a trabajar por los
derechos de los niños salvadoreños. Ahora bien,
este Código se volvió obsoleto debido a los cambios
que se gestaron con la firma y ratificación de la
Convención de los Derechos del Niño; por lo que
aparece en la escena, el Código de Familia y la Ley del
Menor Infractor. Esta última reformada en su contenido y
en su nombre; pues actualmente, se denomina "Ley Penal
Juvenil".
En ese sentido, podemos observar que existe todo un
marco jurídico que respalda el accionar de las
instituciones que trabajan en beneficio de la infancia, tales
como la Procuraduría para la Defensa de los Derechos
Humanos, dentro de la cual está la Procuraduría
Adjunta para los Derechos del Niño. Esta última
tiene la finalidad de vigilar que las instituciones del Estado
cumplan con las obligaciones contraídas en beneficio de la
niñez salvadoreña; como también difundir,
promover y educar a la población en lo que se refiere a
los derechos del niño.
Si bien es cierto, lo expuesto ha cobrado especial
relevancia en la vida de los salvadoreños, más
importante aún, es potenciar la erradicación de la
pobreza que viven muchos niños, no se debe olvidar el
terror inmisericorde que se comete contra ellos. Niños y
niñas que deambulan por la calle, pidiendo limosna para
poder comer, que duermen en las aceras, que desean poder consumir
un mendrugo de pan. Por otra parte, la Constitución de la
República de El Salvador del año 1983, proclama que
el Estado garantizará el desarrollo integral de los
menores; pero las familias salvadoreñas no tienen los
salarios dignos que les permitan criar, educar y asistir
integralmente a sus hijos, pues más de la mitad de
salvadoreños obtienen como ingreso diario la risible
cantidad de un dólar. Realmente resulta paradójico,
pedir a una familia que satisfaga todas las necesidades de sus
hijos viviendo en las condiciones económicas
indicadas.
Así las cosas, lo que vemos a diario, está
muy lejos de reflejar el espíritu constitucionalista. Ni
los padres, ni los maestros, mucho menos el Estado y la sociedad
comprenden las implicaciones de su negligencia e
impericia.
La reflexión y todo lo escrito nos lleva a
concluir que Pitágoras, en su afán de defender a
los que cometían algún delito; consternado a lo
mejor por lo duro de las penas e ideologizado por la
concepción que se manejaba de éstas, pues eran
vista como castigo; dijo: "educad a los niños y no
será necesario castigar a los hombres".
Sin embargo, nos damos cuenta, que es todo lo contrario.
Y sin el ánimo de juzgar a Pitágoras, hoy debe
decirse:
"Educad a los hombres para que no castiguen a los
niños".
Ni la erudición, ni la filosofía, mucho
menos la teología son mi campo; pero deseo tener mi
conciencia tranquila, por lo que a Dios imploro:
"Perdóname, ¡Oh, Dios misericordioso,
porque no sé lo que hago, leo o escribo! ¡Oh, Dios
de la luz; líbrame de las tinieblas de la ignorancia! No
quiero riquezas, sino sabiduría para contribuir con la
iluminación del mundo".
[1] La infancia es considerada por algunos
estudiosos como el período comprendido entre el momento
del nacimiento y los 12 años, aproximadamente. Consideran
que este período de la vida es fundamental en el
desarrollo, pues de él va a depender la evolución
posterior. Las características relacionadas de manera
primordial con esta fase son: las físicas, motrices,
capacidades lingüísticas y socioafectivas.
[2] La adolescencia se define como la etapa de
maduración entre la niñez y la condición de
adulto. El término denota el periodo desde el inicio de la
pubertad hasta la madurez y suele empezar en torno a la edad de
catorce años en los varones y de doce años en las
mujeres. Las edades varían según las
características individuales y las diferentes culturas. Lo
que debe asumirse es que es un período de tiempo en que
los individuos necesitan considerarse autónomos e
independientes socialmente.
[3] En sus investigaciones diferenció
cuatro estadios del desarrollo cognitivo del niño, que
están relacionados con actividades del conocimiento como
pensar, reconocer, percibir, recordar y otras. En el estadio
sensoriomotor, desde el nacimiento hasta los 2 años, en el
niño se produce la adquisición del control motor y
el conocimiento de los objetos físicos que le rodean. En
el periodo preoperacional, de los 2 a los 7 años, adquiere
habilidades verbales y empieza a elaborar símbolos de los
objetos que ya puede nombrar, pero en sus razonamientos ignora el
rigor de las operaciones lógicas. Será
después, en el estadio operacional concreto, de los 7 a
los 12 años, cuando sea capaz de manejar conceptos
abstractos como los números y de establecer relaciones,
estadio que se caracteriza por un pensamiento lógico; el
niño trabajará con eficacia siguiendo las
operaciones lógicas, siempre utilizando símbolos
referidos a objetos concretos y no abstractos, con los que
aún tendrá dificultades. Por último, de los
12 a los 15 años (edades que se pueden adelantar por la
influencia de la escolarización), se desarrolla el periodo
operacional formal, en el que se opera lógica y
sistemáticamente con símbolos abstractos, sin una
correlación directa con los objetos del mundo
físico.
[4] Las leyes que regulan las transiciones en
las diferentes etapas del desarrollo también deben
identificarse. Las principales teorías evolutivas son la
teoría freudiana de la personalidad y la de la
percepción y cognición de Piaget. Ambas explican el
desarrollo humano en la interactividad de las variables
biológicas y ambientales.
[5] Puede leer artículo titulado
“LA PENA DE PRISIÓN”.
http://www.monografias.com/trabajos82/pena-prision/pena-prision.shtml
[6] Los cambios son recientes; es de acotar,
incluso, que lo que hoy conocemos como la CELEBRACIÓN DEL
DÍA DEL NIÑO; se propuso hasta 1952 por la
Unión Interamericana de Protección a la Infancia
(UIPI); pero, fue en octubre de 1953 cuando se celebró por
vez primera, con la participación de unos 40
países. La Organización de las Naciones Unidas
declararon en el año de 1954 que el 1 de octubre fuera el
“Día Universal del Niño”, dejando
abierta la posibilidad para que cada país
determinará la fecha en que deseaba celebrarlo. A partir
de ese año, El Salvador adquiere el compromiso de velar
por los niños, pero los cambios no se gestan de manera
inmediata, sino lenta y gradualmente.
Autor:
Lic. Jaime Noé Villalta
Umaña
Prof. y Abg.
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