La dramaturgia panameña – Monografias.com
De las artes panameñas, las que mejores frutos
han ofrecido son, sin duda alguna, las artes plásticas.
Una —sino rica, bien nutrida—, tradición
así lo manifiesta, hincando sus raíces en tiempos
coloniales, cuando el Hermano Hernando de la Cruz se
destacó desde la llamada Escuela Quiteña. La
pintura istmeña del siglo XX, luego de festejar la
estética anacrónica de Roberto Lewis dejó
testimonios incuestionables en la obra de Ivaldi y Jeanine,
primero, y luego en las visiones de Silvera, Trujillo, Sinclair,
Arboleda y Chong Neto, que desde la década de 1950
habrían sido las luces y colores que nos iluminaron hasta
entrado el siglo XXI, cuando ya languidecían las de otros
pintores menores que en el último tercio del XX
florecieron en la marquesina o en la taquilla.
La poesía fue don nuestro, desde Armas
antárticas de Juan de Miramontes Zuazola, poema
épico redactado entre 1608 y 1615 y el libro publicado en
1642 Llanto de Panamá a la muerte Enrique
Enríquez, compuesto por canciones, sonetos, liras,
octavas, décimas, endechas y otras versificaciones en
latín y castellano. Sus autores fueron criollos
panameños. Desde allí hasta nuestros días
hemos versificado a manos llenas.
Sin embargo, en 1933 Roque Javier Laurenza tuvo la
valentía de enfrentar la vanidad ya crónica de la
nueva república en un paradigmático ensayo en el
que salmodió: "los poetas producen y el público
aplaude" y arremetió sin piedad contra un signo que
sin lugar a dudas alcanza a todas las manifestaciones
artísticas nuestras:
"Durante los treinta años que llevamos de
república nos hemos venido alimentando de halagadoras
mentiras hasta construir con ellas una institución
nacional… La razón de esta magnanimidad en el
otorgamiento de la gloria responda a una profunda necesidad
sociológica. Los pueblos en gestación se apresuran
siempre a crear sus valores. No se exige mucho para tener relieve
en una nación recién nacida y se perdonan
demasiadas faltas en la urgencia de las primeras
edificaciones… Lo malo es que en Panamá se ha
prolongado demasiado esta falsa
situación".[1]
Laurenza murió en 1985 y a casi 40 años de
ello no podemos abordar la crítica o la historia de
nuestras manifestaciones artísticas sin tener, por
desgracia, presente aquellos juicios que parecieran escritos para
nuestro momento. De allí que al elaborar el panorama de
nuestra dramática es preciso que nos guié la
prudencia que nos enseña la aguda crítica de Roque
Javier.
El arte, no es producto de generación
espontánea, sino que necesita de una serie de
circunstancias sociales que actúen como resorte y le
impulsen. Estas circunstancias las preveía Laurenza, pero
ese impulso debe estar cargado de contenido que cuestione, o al
menos, evalúe a la sociedad donde se da y ser él
mismo una forma que aporte belleza.
"El arte —ha expresado Tennessee Williams—
sólo es anarquía en yuxtaposición con la
sociedad organizada, se opone al tipo de orden en que, al
parecer, debe basarse la sociedad organizada. Es una
anarquía beneficiosa: debe serlo, y si es verdadero arte,
lo es. Es beneficiosa en el sentido que construye algo que
faltaba, y lo que construye puede ser simplemente la
crítica de lo que existe".[2]
No creo que nuestro teatro haya podido acceder a este
estado de anarquía, aunque, observando estrictamente a
Williams, ni aún nuestras artes plásticas lo han
logrado. El teatro, no obstante, sin haber pasado desapercibido
tampoco, en contraste, se encuentra atrasado y no creo que haya
brindado trabajos producto de la genialidad. En este sentido, es
especialmente significativa la dramaturgia.
Patrice Pavis realiza un minucioso examen sobre el tema
y separa algunas consideraciones que presumo especialmente
importantes para darle coherencia a este estudio:
"La dramaturgia —explica—, en su sentido
más general es la técnica… del arte
dramático que busca establecer los principios de
construcción de la obra, ya sea inductivamente, a partir
de ejemplos concretos, o deductivamente, a partir de un sistema
de principios abstractos. Esta noción presupone la
existencia de un conjunto de reglas específicamente
teatrales cuyo conocimiento es indispensable para escribir una
obra y analizarla correctamente."[3]
En lo que a este trabajo concierne, de lo anterior es
importante establecer que nuestros autores, casi en su totalidad,
pertenecen al grupo de escritores inductivos que desconocen las
reglas abstractas para la construcción de textos
dramáticos. Por otra parte, es conveniente que se tenga en
cuenta otro de los asuntos que destaca Pavis:
"La dramaturgia examina exclusivamente el trabajo de
autor sin preocuparse directamente por la realización
escénica del espectáculo; esto explica cierta
desafección de la crítica actual por esta
disciplina, al menos en su sentido
tradicional."[4]
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