La propia definición facilita abordar las
funciones de este grupo social: económicas,
biológicas, educativas, formativas y culturales, entre
otras, transmitidas de una a otra generación. Por lo
tanto, se impone la necesidad de considerarla como un sistema
dinámico abierto que expresa la cultura que la
antecede y recibe las influencias de otros grupos sociales.
La función de formación debe conducir al
crecimiento y al desarrollo de cada uno de sus miembros. Ese
desarrollo se potencia en el núcleo de la familia y
donde sus principales mediadores son los adultos.
Un aspecto de crucial importancia es el rol de
comunicabilidad, asumido por los miembros de la familia entre
sí, con la familia extendida, e incluso con las
personas sin lazos consanguíneos, pero con relaciones
de índole social. La comunicación franca,
abierta, sin tabúes debe propender al logro y la
estabilidad de los lazos afectivos que propicien la vida en
familia, sobre la base del respeto, la consideración
y, sobre todo, el amor entre todos y por todo lo noble y
bueno realizado por cada uno de sus miembros.
En síntesis, la familia, al ser una
institución viva en constante desarrollo, atraviesa
una serie de etapas desde el noviazgo hasta la muerte, con la
inclusión del matrimonio, el embarazo, la
educación de los hijos, la independencia de los hijos,
el hogar sin hijos y la jubilación.
No pretendo en este momento el abordaje de los conceptos
que en relación al tema familia aparecen en la literatura
especializada, porque todos los términos utilizados, a mi
juicio, han tenido y aún tienen miradas interesantes y de
cardinal importancia; sin embargo por la temática que nos
ocupa considero oportuno enfatizar que la familia es aquella
estructura funcional básica donde se inicia el proceso de
socialización y a partir de la cual se comienza a
compartir y fomentar la unidad de sus miembros, con la
consiguiente aceptación, respeto y consideración.
Es, en última instancia, donde se debe favorecer la
diversidad, y propiciar un estilo de vida que potencie y
desarrolle a cada uno de sus miembros, sobre la base de la
armonía, la seguridad, y la estimulación, con el
propósito de satisfacer sus necesidades.
Esta concepción que bien puede aplicarse a la
heterogeneidad de las familias, cobra particular
significación en aquellas donde uno de sus integrantes
presenta una determinada discapacidad por las razones que se
describen a continuación:
Reconocer a la familia como el ámbito de
socialización de los hijos porque es base de numerosas
relaciones sociales, el espacio donde se garantiza la unidad
de sus miembros – cada uno con características,
aptitudes y necesidades diferentes – por considerarse
la estructura funcional básica con posibilidades para
el crecimiento y el desarrollo de la persona.
Privilegiar conceptos básicos en la
atención a estos niños y sus familias, entre
ellos: seguridad, confianza, una postura de acercamiento y
comprensión, armonía, estabilidad del hogar,
aceptación, respeto, consideración y
tolerancia.Acentuar el hecho de situar al niño con
discapacidad en el centro de la atención familiar (de
todos sus integrantes), no con fines de
sobreprotección, sino de la búsqueda de la
normalización y la integración social, sin
distinciones en relación con otros niños ni con
sus propios hermanos, si los hubiera, de modo que no se
limiten sus posibilidades en la adquisición de
capacidades y habilidades sociales y, por lo tanto, en su
autonomía.Fomentar los aspectos positivos y generadores de
máximo desarrollo mediante la atención a este
niño, con énfasis en la evolución normal
de acuerdo con su grupo etáreo y sin la tendencia a la
valoración exclusiva de la desviación, logros
que, finalmente, repercuten de manera satisfactoria en la
dinámica interna de la familia.
Un momento importante en la vida de todo niño es,
sin lugar a dudas, cuando asiste por vez primera a la
institución escolar. Todos ansían la llegada de
este primer día de clases, aunque luego en ocasiones
asuman la postura del rechazo inicial. A partir de ese momento
comienza un desenfreno de manifestaciones que son el producto de
la educación que ha recibido desde el ámbito
familiar. Motivos suficientes para comprender lo vital que
resulta que la familia se incorpore al proceso de
educación de sus hijos. Ahora bien, si resulta importante
que la familia se incorpore al proceso educativo de sus hijos,
más importante es aún que se prepare para una
función tan compleja porque de acuerdo a sus resultados
trascenderá de forma positiva o negativa en el desarrollo
ulterior de los hijos y, para el cumplimiento de tan importante
encomienda vale la pena que abordemos muy someramente las
funciones de la familia.
El análisis histórico concreto de la
familia como institución social indica que en cada
formación económico-social la misma cumple deberes
que emanan de la base de la sociedad. Existe diversidad de
criterios en relación con la tipología de las
funciones familiares; no obstante, se observan algunas
regularidades conceptuales en las cuales la familia
desempeña funciones de tipo económicas,
biosociales, espiritual-culturales y educativas, comunes para
todas las formaciones económico- sociales.
La función económica garantiza, en
sentido general, la satisfacción de las necesidades
materiales, individuales y colectivas, matizadas por el
sentido de pertenencia de cada uno de los integrantes de
la familia ante las tareas del hogar, con particular
énfasis en la distribución de las tareas a
desempeñar por el niño, con énfasis en el
que tiene una determinada discapacidad. Estas actividades, cuando
se realizan de manera consciente y voluntaria, propician
un clima de satisfacción personal y colectiva que redunda
en beneficio de la formación y la transformación
positiva de cada uno de sus miembros. El estímulo
sistemático para el desempeño de las tareas
favorece extraordinariamente el nivel de responsabilidad
compartida, con la consiguiente satisfacción de
sentirse útil y necesario.
La función biosocial (reproductora o
biológica), asegurada o bien dirigida, propicia la
estabilidad conyugal de la pareja y con ello el
establecimiento de patrones de conducta adecuados de
fácil trasmisión a los hijos, a fin de sentar las
bases para la seguridad emocional y la
identificación de éstos con la familia.
La satisfacción de las necesidades culturales, en
sentido general, se manifiestan en la función
espiritual-cultural, con la inclusión de todo lo
relacionado con la educación de los hijos(as); es por ello
que algunos autores la consideran como la función
educativa. En ella está presente el legado cultural
generacional que, sin lugar a dudas, establece las bases
educativas que comienzan desde el nacimiento y no finalizan hasta
la muerte.
Elsa Núñez Aragón (1999:91)
puntualiza atinadamente que la familia funciona como la primera
escuela del niño y que sus padres, quiéranlo o no,
asumen el rol de sus primeros maestros de mejor o peor forma, de
manera consciente o inconsciente, sistemática o
asistemática y de la forma en que se comporten y
relacionen todos estos factores, estará cumpliendo con
mayores o menores resultados su función
educativa.
Es innegable que para lograr el correcto cumplimiento de
la función educativa, los padres deben prepararse para
desempeñarla, porque es en la familia donde los hijos
aprenden a vivir, valorar, dialogar, trabajar, escuchar y sobre
todas las cosas a amar, aprenden, además, a comportarse
socialmente con hábitos y actitudes dignas en
correspondencia con los patrones de conducta de su propia familia
acordes con la sociedad contemporánea. La
preparación implica la actuación ejemplar de los
padres.
Esta función educativa, primordial para la
educación de los hijos, como se ha expresado con
anterioridad, actúa de manera interactiva con las otras
funciones. P.L Castro Alegret (2003:12) plantea acertadamente que
es ¨(…) una especie de doble
carácter¨ con respecto a las otras funciones,
porque facilita también la forma de enseñar ante
cada hecho de la cotidianidad familiar, donde la
comunicación adquiere particular importancia por la
influencia que ejerce en los motivos, los valores y las
decisiones de los miembros de la familia.
Mucho se dice sobre lo poco que conversa la familia
actual y cómo la creciente participación de padres
e hijos en la vida social obstaculiza este necesario proceso; sin
embargo, el problema no radica en la cantidad de tiempo
compartido por los padres y sus hijos, sino en la calidad de la
comunicación (Núñez Aragón, E.
2005:18).
Lorenzo M. Pérez Martín (2004:183) esboza
una serie de elementos de la comunicación
pedagógica, que bien podrían aplicarse al proceso
comunicativo desarrollado por la familia:
La comunicación es un sistema, por lo
que todos los factores que intervienen en ella se
interrelacionan e influyen recíprocamente.Es un proceso eminentemente activo, en el
cual los sujetos participan a partir de su propia
implicación subjetiva, por lo que en ningún
caso desempeñan un papel absolutamente
pasivo.Es un proceso interactivo en el que
participan dos personas al menos. Cada una influye en la otra
como sujeto y, al mismo tiempo, es influida por esa segunda
persona, lo que implica una interacción donde todos
los participantes adoptan una posición activa, y
ocurren conjugadas: la acción de uno depende de la del
otro; lo que uno expresa, depende de lo expresado por el
otro. Aunque es un proceso en el que participa más de
una persona, y se crea de forma conjunta, cada individuo lo
vive individualmente.
En sentido general, la comunicación humana cumple
determinadas funciones: informativa, reguladora y afectiva,
decisivas todas para garantizar la estabilidad emocional de la
familia.
La función informativa facilita la
transmisión de informaciones de importancia vital que
interesan a toda la familia, y retroalimenta el caudal de
experiencias culturales, históricas, sociales, etc., sin
otra intención que no sea informar, aunque, sin lugar a
dudas, deja huellas en todos los miembros de la familia si la
información transmite un mensaje positivo. No es la
transmisión fría de las ideas, sino la actividad
conjunta de los que participan en el proceso comunicativo a la
que se suman las actitudes que aparezcan durante dicha
actividad.
La función reguladora facilita el control y la
regulación de lo que pretendemos comunicar; es un
intercambio de acciones con la consiguiente influencia ejercida
mutuamente por los comunicadores sobre la base de los patrones
familiares ya establecidos.
La función afectiva, de cardinal importancia,
hace posible la transmisión de sentimientos y emociones
que garantizan la estabilidad emocional de la familia porque se
vincula estrechamente a la esfera afectiva y vivencial de los
miembros participantes en el proceso comunicativo. A decir de E.
Núñez Aragón (2005:18) se ha dejado poco o
ningún espacio a la función afectiva y existe la
tendencia entre padres e hijos de que prevalezca la
función regulativa de la comunicación.
En este sentido, M. Torres González (2006:2)
apunta que para lograr una comunicación afectiva, efectiva
y desarrolladora se debe:
Tener conciencia de la necesidad de la
comunicación.Comprender que comunicarse es salud, es calidad de
vida.Saber que hablarse, mirarse, acariciarse,
escucharse, abrazarse, olerse, guardar el silencio necesario,
es comunicación.Fomentar la riqueza y la calidad de la
comunicación en beneficio de la funcionabilidad
familiar.Negociar los estilos de la
comunicación.
La mencionada autora señala que para
lograrlo es necesario:
Trasmitir mensajes claros, directos, en el contexto
adecuado.Privilegiar el contenido de las necesidades
afectivas y los intereses.Monitorear y retroalimentar permanentemente los
aciertos y los desaciertos.Respetar la identidad, el espacio, el tiempo, el
ritmo, la intimidad y la diversidad.Escuchar, intercambiar, estimular la crítica
adecuada como un no a la violencia.Buscar el equilibrio entre la comunicación
verbal y la gestual.
En el seno familiar, la comunicación se afecta en
ocasiones por situaciones extremas – tales como el silencio
absurdo o la comunicación excesiva con matices de ofensas
y discriminaciones injustas – provocadas, entre otras
causas, por la ausencia de preparación de la familia y el
impacto del nacimiento del niño con
discapacidad.
Autores como A. Espinosa Rabanal, A. Gimeno Manzanedo,
R. Martínez Estrada, E. Ordoño Sobrado, J. Ortega
Muñoz y P. Relaño Fernández (1996:96) son
del criterio de que cualquier discapacidad puede crear,
indudablemente, un problema de comunicación que trasciende
los lenguajes, los idiomas y las hablas particulares.
La comunicación, por tanto, es un problema de
ajuste personal que va más allá de los objetos
físicos para entrar en lo que los objetos significan para
el que habla y actúa. Para comunicarnos con otros, hay que
compartir previamente los valores de la realidad objetiva en
sí, y lo que esta realidad representa para la persona que
escucha o habla.
Al analizar la comunicación en cualquier familia
pero sobre todo en aquellas que tiene hijos con discapacidad,
valdría la pena tener en cuenta los dos tipos propuestos
por L. M. Pérez Martín (2004:187):
La comunicación que considera al otro como
sujeto, o sea, respeta su personalidad, su
individualidad y reconoce sus derechos, sobre todo, el de ser
distinto y opinar diferente.La comunicación que considera al otro como un
objeto, como un medio para alcanzar los objetivos
personales propios, sin respetar su individualidad y su
derecho a ser diferente, o, en todo caso, con un respeto
condicionado por los fines que persigue.
Entre ambos cabe distinguir el primero, porque
además de garantizar una verdadera relación humana,
es tener presente, que comprenderse, tolerarse y aceptarse es la
finalidad y el contenido de la comunicación en el marco de
la familia.
En ese intercambio comunicativo es necesario tener en
cuenta no sólo el lenguaje verbal, sino otras formas que
facilitan la comunicación entre ellos y sus familiares y
amigos; dígase, el lenguaje de los gestos; de las
expresiones de la boca y de los ojos (facial); los movimientos de
las manos; la postura; la mímica corporal, y el lenguaje
tonal, referente al tono de voz empleado. Todas estas formas del
lenguaje, capaces de sustituir el lenguaje oral, reflejan
reacciones emocionales y ofrecen una información adicional
de interés enorme y, por lo general, son indicadores de la
activación emocional del individuo. La comunicación
gestual, el contacto piel a piel son a veces más
necesarios que la propia palabra.
La comunicación es el eje de toda la
interacción en la cotidianidad familiar. Mediante la
comunicación y el rol que desempeñado por los
miembros de la familia se trasmiten valores, experiencias,
hábitos, normas, costumbres, modos y pautas de
comportamiento; se aportan reflexiones, valoraciones, vivencias y
motivaciones; se propicia, además, la incorporación
correcta de patrones y valores sociales con métodos de
gratificación y sanción; se plantean
estímulos para modificar ideas, costumbres y actitudes. La
comunicación es la expresión más completa de
las relaciones humanas.
La educación a la familia debe estar mucho
más en la línea de abrir posibilidades y
perspectivas que no en buscar recetas, o métodos
tradicionales de las generaciones que le antecedieron, debe
fomentar en todos sus miembros el respeto a la diferencia y el
rechazo a la desigualdad, donde prevalezca y se comprenda el
valor de los conocimientos, las ideas y los sentimientos, donde
exista la disciplina personal a la vez que todos sus miembros
puedan dialogar con absoluta confianza. La familia de hoy no
está sola para defender las afirmaciones anteriores, pero
las debe preservar con un esfuerzo sostenido y con una
imaginación renovada (Cañedo Iglesias, G
2006:3).
El hecho de reconocer la no existencia de universidades
para aprender el rol que nos corresponde como padres y de
considerar en cierto modo que el aprendizaje como padres es por
excelencia por ensayo y error, constituyen elementos que hablan a
favor que para el desempeño de una labor educativa dentro
del seno familiar se necesita de preparación; en modo
alguno puede dejarse a la espontaneidad de los padres. La familia
requiere de ser orientada adecuadamente para el desempeño
de su labor educativa, en un primer momento por constituir la
primera escuela del niño y donde recibe las influencias
educativas más elementales y luego como continuadora de lo
que el niño es capaz de aprender en el marco institucional
escolar, así como el reforzamiento de las normas y
patrones de conducta establecidos en el hogar desde las primeras
edades.
Tanto la familia como la escuela deben abrirse para
recibir las influencias positivas que repercutan en la
educación integral del niño. Es expresarse en
términos de considerar ambas instituciones como un sistema
dinámico abierto que revela la continua interacción
con el entorno, lo que es facilitado por la propia estructura y
organización a nivel macrosocial y el carácter
comunicativo de las personas, dispuestos a recibir y a ofrecer.
No se trata de la critica a ultranza de lo que le corresponde
hacer a la familia y a la escuela, ni a la valoración mal
sana de lo que ambas han tenido que hacer y no han hecho, es
dialogar diáfanamente y se alcance un nivel de
relación constructivo y colaborador, donde todos aporten
ideas para hallar las soluciones pertinentes, se cree una
relación de participación, compromiso y
responsabilidad compartida entre todos los implicados en el
proceso y se logre que las propuestas de cambios o modificaciones
surjan en el vínculo estrecho familia-escuela.
Al expresarnos en términos de diversidad en el
plano familiar y escolar retomo de Jiménez, P (1999:33)
cuando sentenció que desde la diversidad y en la
diversidad nos formamos y es la diversidad uno de los ejes de la
educación democrática. La diversidad no es
solamente una realidad fáctica sino deseable. El respeto a
la diferencia exige tolerancia. El sentido de justicia exige la
superación de las discriminaciones.
Es innegable que cuando la familia ejerce una influencia
positiva en la educación y la formación de su
descendencia, los progresos son más visibles y
alentadores, razones suficientes para valorar la importancia de
una adecuada preparación de los padres para satisfacer las
disímiles necesidades de los hijos.
El proceso educativo se complejiza aún más
cuando estamos frente a una familia donde alguno de sus hijos
presenta una determinada discapacidad. En estos casos la familia
se somete, desde el mismo instante en que recibe la noticia del
diagnóstico, a profundos cambios, para los cuales no
siempre tiene la orientación y la preparación
suficientes; es por ello la complejidad del trabajo de
orientación, precisamente por las múltiples
complicaciones y barreras que las mismas generan en su
dinámica funcional, las cuales entorpecen el desarrollo
favorable de todos sus miembros; en particular, el de los propios
hijos, de ahí la imperiosa necesidad de que los docentes
acometan las acciones de orientación con la debida
preparación.
En franca coincidencia con lo planteado por
Cañedo Iglesias (2007:5), cabe señalar que para
llevar a cabo la preparación de la familia y en
partículas las que tiene hijos con discapacidad deben
tenerse en cuenta los siguientes aspectos:
La aceptación del menor y su familia tal y
como son.La comprensión de los términos
necesidad, posibilidad, potencialidad y diversidad,
demostrándolo con la actitud diaria en la
práctica.La disposición para aplicar los principios de
normalización, integración,
sectorización e individualización.
La propia autora hace referencia a un grupo de
indicadores que evidentemente son fundamentales para el
desarrollo de la labor de preparación de estas familias,
teniendo en cuenta que no se trata de una acción
improvisada, sino de una labor que requiere de preparación
para que las acciones a diseñar sean efectivas. Por tal
motivo, es importante:
La caracterización real, objetiva y
sistemática de la familia y la identificación
de las necesidades para la preparación, pues hoy la
caracterización familiar no se actualiza
sistemáticamente ni se tienen en cuenta elementos tan
importantes como las aspiraciones, los intereses y los
motivos.La preparación que incida en las necesidades
propias de cada familia, porque actualmente se hace una
capacitación familiar homogénea, igual para
todas, sin conocer a cabalidad cuáles son las
necesidades de cada una.
Es ineludible el estudio minucioso de la
problemática familiar para un mejor manejo y entendimiento
de la familia, con particular énfasis en la
búsqueda de soluciones a sus dificultades. Constituye un
gran desafío, la orientación oportuna y
sistemática que necesitan los padres para el ejercicio de
su función educativa.
La acción de orientar es un hecho natural que ha
estado siempre presente en todas las culturas y ha sido necesaria
a lo largo de la historia para informar a las personas o
ayudarlas a desarrollarse e integrarse social y
profesionalmente.
El análisis documental referente al tema brinda
la posibilidad de apreciar las distintas posiciones adoptadas
que, en tal sentido, ofrecen los autores; sin embargo, como bien
apunta Basilia Collazo (1992:5) existen aspectos comunes para
delimitar los objetivos y el contenido del trabajo de la
orientación, a saber:
La necesidad de ayudar al individuo a conocerse a
sí mismo y a su medio.La necesidad de desarrollar en el individuo la
capacidad de utilizar su inteligencia para tomar decisiones y
aprovechar al máximo sus potencialidades.El carácter sistemático, procesal,
regulador, que debe tener el trabajo de
orientación.La necesidad de orientación que tienen todos
los individuos.
En el caso del trabajo de orientación familiar,
lo anterior posee una aplicación consecuente. Es vital no
sólo que las familias se conozcan a sí mismas,
sepan utilizar su inteligencia y aprovechen sus potencialidades
para tomar decisiones sabias que repercutan favorablemente en su
dinámica funcional, sino también que ejerzan el
control sistemático, consecutivo y regulador, con la
consiguiente satisfacción de las necesidades de
orientación que siempre tienen las personas.
Si importante resulta desde el punto de vista
teórico definir conceptualmente la orientación, es
más conveniente aún puntualizar algunos aspectos
que no pueden obviarse (Collazo y Puentes, 1992:5), sobre todo si
se tienen cuenta el valor que poseen en el trabajo con las
familias:
La orientación debe considerarse como un
proceso continuo, vital para todos los seres humanos a fin de
prepararlos para la realización eficiente de las
"tareas de desarrollo" para que logren desenvolverse con
mayor independencia.La orientación significa ayuda y no
imposición del punto de vista de una persona sobre
otra. No es tomar decisiones por alguien, sino ayudarlo a
resolver sus problemas, a desarrollar sus criterios y a
responsabilizarse con sus decisiones.La orientación en sí misma contempla
objetivos individuales y sociales, ya que a la vez redunda en
beneficio del desarrollo pleno del hombre, lo hace capaz de
aportar más a la sociedad.
El devenir histórico concreto del proceso de
orientación ha hecho posible escalar distintos niveles de
satisfacción en la atención a las necesidades del
hombre, entre los que se encuentra la orientación a los
padres, sin lugar a dudas por la importancia que tradicionalmente
se le ha concedido a la familia como institución social
para la formación y el desarrollo de sus hijos; por
supuesto, siempre que esté debidamente
preparada.
La orientación familiar es una premisa para todo
el proceso de preparación que la familia requiere a fin de
enfrentar su labor educativa. La dota de variantes más
adecuadas para educar con éxito a los hijos,
después de reconocer los motivos y las causas que pudieran
generar cualquier tipo de dificultad y tomar, en consecuencia,
medidas más eficaces.
La orientación familiar es un proceso de ayuda de
carácter multidisciplinario, sistémico y
sistemático dirigido a la satisfacción de las
necesidades de cada uno de los miembros de la familia. Es un
sistema de influencias socioeducativas encaminado a elevar la
preparación de la familia y brindar estímulo
constante para la adecuada formación de su
descendencia.
En el caso de las familias con hijos con discapacidad,
el proceso de orientación familiar reviste particular
importancia por el nivel de preparación y estímulo
necesarios para promover un modo de vida que se corresponda con
las características inherentes y específicas de las
mismas, y satisfacer las necesidades de estos niños de
acuerdo con las normas establecidas por la sociedad.
Estas familias requieren de orientaciones precisas que
incluyan una serie de conocimientos y ayudas concretas sobre
qué hacer con los hijos, cómo, cuándo y para
qué hacerlo. Es desarrollar actitudes y convicciones,
estimular intereses y consolidar motivos y, de esta forma lograr
la integración de los padres en una concepción
constructiva sobre las personas deficientes y sus posibilidades
en la sociedad.
La orientación familiar debe dirigirse a la
búsqueda de posibilidades y perspectivas y no
únicamente a la implantación mecánica de
métodos y estilos de funcionamiento de generaciones
anteriores. Es propiciar la creación de mecanismos de
funcionamiento propios que contribuyan al crecimiento de la
familia como institución social sin desestimar los
patrones de comportamiento establecidos por la familia de
origen.
Es evidente el papel insustituible de la familia en toda
la labor educativa y formativa de los hijos y, por consiguiente,
en la preparación de éstos para desarrollarse como
entes activos en la sociedad y en el establecimiento de patrones
de comportamiento adecuados que repercutirán durante toda
su vida.
Para llevar a cabo las acciones de orientación y
de preparación a la familia deben tenerse en cuenta los
siguientes aspectos:
La exploración de los problemas y la
determinación de las necesidades básicas de
aprendizaje (incluye la sensibilización de los
padres).La programación de la acción
educativa.La acción educativa y participativa
(intervención).La evaluación.
Los nuevos problemas y necesidades.
Analicemos entonces qué elementos debe tener en
cuenta el docente para el trabajo con familias. El punto de
partida para el trabajo es la etapa de
identificación que incluye el conocimiento de la
realidad objetiva en la que se organiza, vive y actúa. En
este primer paso se recopila toda la información
necesaria, lo que permite tener un conocimiento inicial de la
familia. Aquí se incluyen:
Los problemas familiares, cómo, dónde
y desde cuándo se manifiestan.La extensión e intensidad de los
mismos.La actitud y las opiniones de otras personas al
respecto. En fin, un diagnóstico presuntivo que supone
la formulación de una hipótesis que requiere
ser comprobada y objetivizada.
A continuación, se impone reflexionar para
comprender a cabalidad el problema e ir más allá de
la mera recopilación de la información, por lo
tanto es imprescindible discutir sobre el problema y tratar de
explicar su desarrollo, origen, relaciones y
consecuencias.
Una vez identificada la familia, se debe comenzar el
estudio multidisciplinario de la misma. Esta parte precisa
de tener muy en cuenta que desde el mismo inicio del estudio de
la familia, es importante que no se sienta agredida y para
lograrlo es necesario que participe activamente en el proceso de
diagnóstico. Cabría hablar entonces de un
diagnóstico participativo, o sea, un diagnóstico
que la incluya en el análisis de la situación, en
un ambiente que propicie poner la investigación en manos
de los protagonistas, para que sean ellos quienes adopten
posiciones y tomen decisiones sobre el qué, para
qué y cómo diagnosticar en correspondencia con sus
intereses y necesidades a partir de la definición de los
problemas hasta la formulación de acciones para
solucionarlos o atenuarlos.
El diagnóstico participativo es, sobre todo, un
proceso educativo por excelencia. En él, la familia
comparte experiencias, intercambia ideas y aprende colectivamente
al profundizar e investigar su propia realidad sobre la base de
causas objetivas, reales. Nadie mejor que la propia familia para
entender y proporcionar recursos de ayuda basados en sus
vivencias cotidianas.
La participación de la familia en todo el proceso
de estudio rompe barreras que en ocasiones limitan el objetivo
del diagnóstico; entre ellas la barrera de la
comunicación y el nivel de interacción. No es un
estudio de la familia, sino desde la familia y con la
familia.
Para estudiar a la familia, hay que penetrar en su
estructura, conocer el desarrollo de la misma. Es necesario
concebir la estructura de ese desarrollo con un enfoque integral.
El comportamiento hacia el niño debe analizarse no
sólo desde el punto de vista biológico, sino desde
la forma en que se afronta el "problema" de ese
niño.
Para llevar a cabo un estudio multidisciplinario de este
grupo social primario, es menester considerarlo como la
integración de la diversidad y valorar el resultado de la
herencia histórica de la misma.
Por lo tanto, son elementos claves para este estudio: el
sistema de relaciones que se establecen en la estructura del
desarrollo de la familia, sus componentes y los roles que
desempeñan cada uno de ellos, los límites y la
autonomía de éstos y, como elemento esencial, el
rol comunicativo entre ellos.
Es muy importante prepararse para indagar sobre la
comunicación interfamiliar; es decir, qué,
cómo y para qué comunica la familia, y hasta
dónde se comunica. Es imprescindible al profundizar en la
comunicación, hurgar no sólo en la que se realiza
mediante la palabra, sino también mediante gestos y el
contacto de piel a piel, que a veces son más necesarias
que la propia palabra.
Para estudiar seria y detenidamente a la familia es
necesario conocer:
Sus metas.
La evaluación de la propia familia sobre su
"problema".La conducta de enfrentamiento del
problema.La situación que conspira contra la
estabilidad familiar.Las debilidades de la familia.
Las fortalezas y las potencialidades de la
familia.Los mecanismos de adaptación y
crecimientoLos estilos de comunicación.
Un aspecto de vital importancia es cómo se
evalúa la familia. Ella tiene que sentirse respetada; por
lo tanto, no se debe invadir su espacio. La familia debe evaluar
su propia dificultad, lo cual obliga a reflexionar sobre sus
propias reflexiones, valga la redundancia. Hay que respetar sus
criterios y demostrarle que puede analizar los problemas por
sí misma.
Así, es importante la indagación sobre las
vivencias personales de sus miembros y el impacto causado en
ellos por determinada situación comunicativa. Singular
importancia tiene también el estado actual de la estrecha
vinculación entre lo cognitivo y lo afectivo.
Sólo mediante la profundización en el
estudio de la familia se tienen elementos para arribar a un
diagnóstico y evaluación de ésta sobre la
base de sus necesidades.
El diagnóstico es un primer paso para conocer la
realidad en que vive la familia. Permite detectar los problemas,
los diferentes elementos que condicionan esa realidad y
posibilita una aproximación al entendimiento de las causas
que generan el "problema".
Este proceso permite, además de manera clara,
ordenada y objetiva, investigar y analizar lo que se pretende
transformar. Y para lograr esa transformación es preciso
transitar del diagnóstico descriptivo a uno argumentativo,
de modo tal que se pormenorice la situación.
El eslabón esencial en el diagnóstico de
la familia es la cotidianidad, es decir, la práctica
diaria que posibilita la reflexión teórica a partir
de lo objetivo, lo real, lo concreto. Sólo entonces, con
conocimiento profundo de la familia y su diagnóstico, se
puede considerar qué necesita para resolver su "problema",
o sea, evaluarla.
Es necesario tener en cuenta que el proceso de
diagnóstico requiere del estudio de cada uno de los
miembros de la familia y de su dinámica funcional, ya que,
por lo general, la afectación no está
únicamente en el niño, sino en toda la estructura
del funcionamiento familiar. Es importante conocer cuán
preparada está la familia para resolver su
problemática, pues en esa preparación todos los
miembros crecen y se desarrollan.
Es necesario en extremo tener en cuenta la estrecha
relación existente entre lo que piensan y expresan estas
familias, las circunstancias en que viven y lo que realmente
hacen, o dicho de otro modo, lo que piensan y lo que expresan
deben ser el reflejo de la situación en que viven. No
siempre esta relación se manifiesta de forma coherente, a
veces piensan en algo que no se corresponde con la
actuación, o simplemente la forma de actuar no se
corresponde con las necesidades de la situación en que
viven.
Sin lugar a dudas, esta relación es vital, porque
la transformación de la realidad de estas familias
sólo se logra con una actuación mancomunada, en la
que ellas asumen el papel protagónico a partir del
conocimiento de esa realidad. No existen necesidades y acciones
divorciadas de la realidad, que es una sola, aunque cambiante y
contradictoria, por la incoherencia entre lo que piensan,
actúan y las situaciones en estas familias.
El conocimiento pleno de las necesidades reales,
contribuye a la aplicación de acciones de acuerdo con las
necesidades. Este paso supone varios requisitos:
Precisar las acciones a desarrollar con la familia
en sí.Precisar las acciones a desarrollar con la familia
para que trabaje o actúe con el
niño.Establecer un orden jerárquico en el sistema
de acciones.Garantizar el alcance múltiple de las
acciones que se planifiquen, es decir que tengan un alcance
multidimensional y multidireccional.Autorreflexión por parte de la familia y de
los que trabajan con ella que propicie la valoración
de la evolución o la involución ante el
"problema".
Ahora bien, con la aplicación de las acciones no
basta para la preparación que requiere la familia. Se
precisa de un seguimiento sistemático de las acciones
diseñadas, tanto de la evolución general de la
familia, como de la evolución del niño y la
niña por parte de la familia. Es conveniente que la
familia se autoevalúe de modo tal que arribe a sus propias
conclusiones, por lo que sus miembros deben mantener un registro
con las vivencias, las experiencias y los resultados concretos
del trabajo ejecutado.
Por último, se hace indispensable la
evaluación de las acciones diseñadas y la
actualización del diagnóstico inicial. Resultan
muy valiosos los criterios de los propios padres. En la medida en
que los padres se percaten de los resultados diarios lentos, a
veces de sus hijos, la situación inicial adquirirá
paulatinamente otros matices, porque se habrán preparado
para asumir una conducta tendente a la comprensión y la
búsqueda de soluciones en el marco de las relaciones
interpersonales de la familia.
Como es de suponer, el trabajo no culmina con la
fría evaluación de la eficacia de las acciones
diseñadas, porque la realidad cambia constantemente y
siempre habrá más necesidades por resolver. Es
fácil percatarse entonces del carácter
cíclico de las mismas. Al evaluarla, no pueden omitirse
ciertas reflexiones; por ejemplo, si la familia y el niño
han evolucionado, cabe afirmar que las acciones diseñadas
fueron adecuadas; si, por el contrario, involucionan, retroceden
o se estancan, no cabe duda de que las acciones diseñadas
no se corresponden con las necesidades concebidas y,
lógicamente, no hubo certeza en el diagnóstico
establecido.
En ambos casos, se retoma el diagnóstico como
nuevo punto de partida para establecer un nuevo ciclo. Primero,
para actualizar el estudio y las necesidades, y escalar
peldaños superiores en el desarrollo estructural y
armónico de la familia; segundo, para profundizar en el
estudio, rediseñar y redefinir las acciones en
correspondencia con las verdaderas necesidades que,
lógicamente, se basan en la certeza del
diagnóstico. El objetivo del nuevo diagnóstico es
ampliar o profundizar en los conocimientos sobre la realidad
actual de la familia con vista a lograr la solución del
"problema".
Vale la pena aclarar que el alcance cíclico de
las acciones no significa la repetición mecánica de
cada paso, sino el establecimiento de un orden lógico en
forma de espiral que permita alcanzar niveles de solución
y calidad más elevados en cada etapa.
El rol protagónico de los padres permite afrontar
las reacciones emocionales, cognitivas y sociales de los hijos;
apreciar de manera más objetiva los cambios de actitud de
estos; experimentar cambios positivos en los niveles de
estrés; valorar las capacidades del niño y el
sentido de competencia en la atención de estos, todo lo
cual repercutirá en más armonía, seguridad y
estabilidad del hogar.
Con la aspiración de lograr una
descripción lo más objetiva posible en el proceso
de evaluación y diagnóstico de las familias se
proponen algunos aspectos que bien pudieran considerarse como
dimensiones e indicadores en estudios sobre la temática
familia, resultado de múltiples investigaciones efectuadas
en Cuba. En modo alguno es una obra acabada, la realidad, las
vivencias cotidianas de los investigadores siempre es más
rica, de ahí la posibilidad de mejorar esta
propuesta.
Dimensiones | Indicadores |
Percepción del modo y las condiciones de |
|
Apreciación de las actividades de tipo |
|
Identificación de la estructura |
|
Funcionamiento familiar. |
|
Funcionamiento familiar (en caso de |
|
Comunicación. |
|
Preparación de la familia. |
|
Atención a la vida escolar de los |
|
Conclusiones
El trabajo con familias tengan o no hijos con
discapacidad, no es tarea fácil, de hecho parece una
utopía, pero una utopía realizable. Dar amor a los
niños y a sus familiares es comprenderlos y
respetarlos.
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Autor:
Dr. C. Ángel Luis Gómez
Cardoso
Profesor Titular. Universidad de Ciencias
Pedagógicas "José Martí". Camagüey,
Cuba.
MsC. Olga Lidia Núñez
Rodríguez
Directora del Centro de Diagnóstico y
Orientación. Camagüey, Cuba.
Lic. Elizabeth Gómez
Núñez
Psicopedagoga del Centro de Diagnóstico y
Orientación. Camagüey, Cuba.
MsC. Juan José Nuviola Acosta
Profesor Sede Pedagógica Camagüey,
Cuba.
Enviado por:
Cristian Omar Espinosa
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