"¿Por qué no habré nacido con dos
buenas manos? —pensó—. Quizá yo haya
tenido la culpa, por no entrenar ésta debidamente. Pero
bien sabe Dios que ha tenido bastantes ocasiones de aprender. No
lo ha hecho tan mal esta noche, después de todo, y
sólo ha sufrido calambre una vez. Si le vuelve a dar, deja
que el sedal le arranque la piel".
Cuando le pareció que se le estaba nublando un
poco la cabeza, pensó que debía comer un poco
más de dorado. "Pero no puedo —se dijo—. Es
mejor tener la mente un poco nublada que perder fuerzas por la
náusea. Y yo sé que no podré guardar la
carne si me la como después de haberme embarrado la cara
con ella. La dejaré para un caso de apuro hasta que se
ponga mala. Pero es demasiado tarde para tratar de ganar fuerzas
por medio de la alimentación. Eres estúpido
—se dijo—. Cómete el otro pez
volador".
Estaba allí, limpio y listo, y lo recogió
con la mano izquierda, y se lo comió todo, hasta la cola,
masticando cuidadosamente.
"Era más alimenticio que casi cualquier otro pez
—pensó—. Por lo menos me dará el tipo
de fuerza que necesito. Ahora he hecho lo que podía
—pensó—. Que empiece a trazar círculos,
y venga la pelea".
El sol estaba saliendo por tercera vez desde que se
había hecho a la mar, cuando el pez empezó a dar
vueltas.
El viejo no podía ver, por el sesgo del sedal,
que el pez estaba girando. Era demasiado pronto para eso.
Sentía simplemente un débil aflojamiento de la
presión del sedal y comenzó a tirar de él
suavemente con la mano derecha. Se tensó, como siempre,
pero justo cuando llegó al punto en que se hubiera roto,
el sedal empezó a ceder. El viejo sacó con cuidado
la cabeza y los hombros de debajo del sedal, y empezó a
recogerlo suave y seguidamente. Usó las dos manos
sucesivamente, balanceándose y tratando de efectuar la
tracción, lo más posible, con el cuerpo y con las
piernas. Sus viejas piernas y sus hombros giraban con ese
movimiento de montoneo a que lo obligaba la
tracción.
—Es un ancho círculo —dijo—.
Pero está girando.
Luego el sedal terminó de ceder, y el viejo lo
sujetó hasta que vio que empezaba a soltar las gotas al
sol. Luego empezó a correr, y el viejo se arrodilló
y lo dejó ir nuevamente, a regañadientes, al agua
oscura.
—Ahora está haciendo la parte más
lejana del círculo —dijo.
"Debo aguantar todo lo posible
—pensó—. La tirantez acortará su
círculo cada vez más. Es posible que lo vea dentro
de una hora. Ahora debo convencerlo y luego debo
matarlo".
Pero el pez seguía girando lentamente y el viejo
estaba empapado en sudor y fatigado hasta la médula dos
horas después, pero los círculos eran mucho
más cortos; y, por la forma en que el sedal se sesgaba,
podía apreciar que el pez había ido subiendo
mientras giraba.Durante una hora, el viejo había estado
viendo puntos negros ante los ojos, y el sudor salaba sus ojos y
salaba la herida que tenía en su ceja y en su frente. No
temía los puntos negros. Eran normales a la tensión
a que estaba tirando del sedal. Dos veces, sin embargo,
había sentido vahídos y mareos, y eso lo
preocupaba.
—No puedo fallarme a mí mismo y morir
frente a un pez como éste —dijo—. Ahora que lo
estoy acercando tan lindamente, Dios me ayude a resistir.
Rezaré cien padrenuestros y cien avemarías. Pero no
puedo rezarlos ahora.
"Considéralos rezados —pensó—.
Los rezaré más tarde".Justamente entonces,
sintió de súbito una serie de tirones y sacudidas
en el sedal, que sujetaba con ambas manos. Era una
sensación viva, dura y pesada.
"Está golpeando el alambre con su pico
—pensó—. Tenía que suceder.
Tenía que hacer eso. Sin embargo, puede que lo haga
brincar fuera del agua, y yo preferiría que ahora siguiera
dando vueltas. Los brincos fuera del agua le eran necesarios para
tomar aire. Pero después de eso, cada uno puede ensanchar
la herida del anzuelo, y pudiera llegar a soltar el
anzuelo".
—No brinques, pez —dijo—. No
brinques.
El pez golpeó el alambre varias veces más,
y cada vez que sacudía la cabeza, el viejo cedía un
poco más de sedal."Tengo que evitar que aumente su dolor
—pensó—. El mío no importa. Yo puedo
controlarlo. Pero su dolor pudiera exasperarlo".
Después de un rato, el pez dejó de golpear
el alambre y empezó a girar de nuevo lentamente. Ahora el
viejo estaba ganando sedal gradualmente. Pero de nuevo
sintió un vahído. Cogió un poco de agua del
mar con la mano izquierda y se mojó la cabeza. Luego
cogió más agua y se frotó la parte de
atrás del cuello.
—No tengo calambres —dijo—. El pez
estará pronto arriba y tengo que resistir. Tienes que
resistir. De eso, ni hablar.
Se arrodilló contra la proa y, por un momento,
deslizó de nuevo el sedal sobre su espalda. "Ahora
descansaré mientras él sale a trazar su
círculo, y luego, cuando venga, me pondré de pie y
lo trabajaré", decidió.
Era una gran tentación descansar en la proa y
dejar que el pez trazara un círculo por sí mismo
sin recoger sedal alguno. Pero cuando la tirantez indicó
que el pez había virado para venir hacia el bote, el viejo
se puso de pie y empezó a tirar en ese movimiento
giratorio y de contoneo.
NOVENA ENTREGA
El mar estaba bastante más agitado. Pero era una
brisa de buen tiempo y el viejo la necesitaba para volver a
tierra.
—Pondré, simplemente, proa al sur y al
oeste —dijo—. Un hombre no se pierde nunca en la mar.
Y la isla es larga.
Fue en la tercera vuelta cuando vio al pez. Lo vio
primero como una sombra oscura que tardó tanto tiempo en
pasar bajo el bote, que el viejo no podía creer su
longitud.
—No —dijo—. No puede ser tan
grande.
Pero era tan grande, y al cabo de su vuelta salió
a la superficie sólo a treinta yardas de distancia, y el
hombre vio su cola fuera del agua. Era más alta que una
gran hoja de guadaña, y de un color azuloso-rojizo muy
pálido sobre la oscura agua azul. Volvió a
hundirse, y mientras el pez nadaba justamente bajo la superficie,
el viejo pudo ver su enorme bulto y las franjas purpurinas que lo
ceñían. Su aleta dorsal estaba aplanada; y sus
enormes aletas pectorales desplegadas a todo lo que
daban.
En ese círculo pudo el viejo ver el ojo del pez y
las dos rémoras grises que nadaban en torno a él. A
veces se adherían a él. A veces saltaban
disparadas. A veces nadaban tranquilamente a su sombra. Cada una
tenía más de tres pies de largo, y cuando nadaban
rápidamente meneaban todo su cuerpo como
anguilas.
El viejo estaba ahora sudando, pero por algo más
que por el sol. En cada vuelta que daba plácida y
tranquilamente el pez, el viejo iba ganando sedal y estaba seguro
de que en dos vueltas más tendría ocasión de
clavarle el arpón.
"Pero tengo que acercarlo, acercarlo, acercarlo
—pensó—. No debo apuntar a la cabeza. Tengo
que metérselo en el corazón".
—Calma y fuerza, viejo —dijo.
En la vuelta siguiente, el lomo del pez salió del
agua; pero estaba demasiado lejos del bote. En la siguiente
vuelta, estaba todavía lejos, pero sobresalía
más del agua, y el viejo estaba seguro de que cobrando un
poco más de sedal habría podido arrimarlo al
bote.
Había preparado su arpón mucho antes y su
rollo de cabo ligero estaba en una cena redonda, y el extremo
estaba amarrado a la bita en la proa.
Ahora el pez se estaba acercando, bello y tranquilo, a
la mirada, y sin mover más que su gran cola. El viejo
tiró de él todo lo que pudo para acercarlo
más. Por un instante el pez se viró un poco sobre
un costado. Luego se enderezó y emprendió otra
vuelta. —Lo moví—dijo el viejo—. Esta
vez lo moví.
Sintió nuevamente un vahído, pero
siguió aplicando toda la presión de que era capaz
el gran pez. "Lo he movido —pensó—.
Quizá esta vez pueda virarlo. Tirad, manos
—pensó—. Aguantad firmes, piernas. No me
falles, cabeza. No me falles. Nunca te has dejado llevar. Esta
vez voy a virarlo".
Pero cuando puso en ello todo su esfuerzo empezando a
bastante distancia antes de que el pez se pusiera a lo largo del
bote, y tirando con todas sus fuerzas, el pez se viró en
parte, y luego se enderezó, y se alejó
nadando.
—Pez dijo el viejo—. Pez, vas a tener que
morir de todos modos. ¿Tienes que matarme también a
mí?
"De ese modo no se consigue nada", pensó. Su boca
estaba demasiado seca para hablar, pero ahora no podía
alcanzar el agua. "Esta vez tengo que arrimarlo
—pensó—. No estoy para muchas vueltas
más. ¡Sí, cómo no! —se dijo a
sí mismo—. Estás para eso y para mucho
más".
En la siguiente vuelta estuvo a punto de vencerlo. Pero
de nuevo el pez se enderezó y salió nadando
lentamente.
"Me estás matando, pez —pensó el
viejo—. Pero tienes derecho. Hermano, jamás en mi
vida he visto cosa más grande, ni más hermosa, ni
más tranquila, ni más noble que tú. Vamos,
ven a matarme. No me importa quién mate a
quién"."Ahora se está confundiendo mi mente
—pensó—. Tienes que mantener tu cabeza
despejada. Mantén tu cabeza despejada y aprende a sufrir
como un hombre. O como un pez", pensó.
—Despéjate, cabeza —dijo en voz que
apenas podía oír—.
¡Despéjate!
Dos veces más ocurrió lo mismo en las
vueltas.
"No sé —pensó el viejo. Cada vez se
había sentido a punto de desfallecer—. No sé.
Pero probaré otra vez".
Probó una vez más y se sintió
desfallecer cuando viró al pez. El pez se enderezó
y salió nadando de nuevo lentamente, meneando en el aire
su gran cola.
"Probaré de nuevo", prometió el viejo,
aunque sus manos estaban ahora pulposas, y sólo
podía ver bien a intervalos.
Probó de nuevo y fue lo mismo. "Vaya
—pensó, y se sintió desfallecer antes de
empezar—. Voy a probar otra vez".
Cogió todo su dolor y lo que quedaba de su fuerza
y del orgullo que había perdido hacia mucho tiempo y lo
enfrentó a la agonía del pez. Y éste se
viró sobre su costado y nadó suavemente así,
de costado, tocando, casi con el pico la tablazón del bote
y empezó a pasarlo: largo, espeso, ancho, plateado y
listado de púrpura e interminable en el agua.
El viejo soltó el sedal y puso su pie sobre
él, y levantó el arpón tan alto como pudo y
lo lanzó hacia abajo con toda su fuerza, y más
fuerza que acababa de crear, al costado del pez, justamente
detrás de la gran aleta pectoral que se elevaba en el
aire, a la altura del pecho de un hombre. Sintió que el
hierro penetraba en el pez y se inclinó sobre él y
lo forzó a penetrar más, y luego le echó
encima todo su peso.
Luego, el pez cobró vida, con la muerte en la
entraña, y se levantó del agua, mostrando toda su
gran longitud y anchura y todo su poder y su belleza.
Pareció flotar en el aire sobre el viejo que estaba en el
bote. Luego cayó en el agua con un estampido que
arrojó un reguero de agua sobre el viejo y sobre todo el
bote.
El viejo se sentía desfallecer y estaba mareado y
no veía bien. Pero soltó el sedal del arpón
y lo dejó correr lentamente entre sus manos en carne viva,
y cuando pudo ver, vio que el pez estaba de espalda, con su
plateado vientre hacia arriba. El mango del arpón se
proyectaba en ángulo desde el hombro del pez y el mar se
estaba tiñendo de la sangre roja de su corazón.
Primero era oscura como un bajío en el agua azul que
tenía más de una milla de profundidad. Luego se
distendió como una nube. El pez era plateado y estaba
quieto y flotaba movido por las olas.El viejo miró con
atención en el intervalo de vista que tenía. Luego
dio dos vueltas con el sedal del arpón a la bita de la
proa y se sujetó la cabeza con las manos.—Tengo que
mantener clara la mente —dijo contra la madera de la
proa—. Soy un hombre viejo y cansado. Pero he matado a este
pez, que es mi hermano, y ahora tengo que terminar la
faena.
"Ahora tengo que preparar los lazos y la cuerda para
amarrarlo al costado —pensó—. Aun cuando
fuéramos dos y anegáramos el bote para cargar al
pez y achicáramos luego el bote, no podría
jamás con él. Tengo que prepararlo todo y luego
arrimarlo y amarrarlo bien y encajar el mástil y largar
vela de regreso".
Empezó a tirar del pez para ponerlo a lo largo
del costado, de modo que pudiera pasar un sedal por sus agallas,
sacarlo por la boca y amarrar su cabeza al costado de proa.
"Quiero verlo —pensó—, tocarlo, y palparlo.
Creo que sentí el contacto con su corazón
—pensó—, cuando empujé el mango del
arpón la segunda vez. Acercarlo ahora y amarrarlo, y
echarle el lazo a la cola y otro por el centro, y ligarlo al
bote".—Ponte a trabajar, viejo —dijo. Tomó un
trago muy pequeño de agua—. Hay mucha faena que
hacer ahora que la pelea ha terminado.
Alzó la vista al cielo y luego la tendió
hacia su pez. Miró al sol con detenimiento. "No debe ser
mucho más de mediodía —pensó—. Y
la brisa se está levantando. Los sedales no significan
nada ya. El muchacho y yo los empalmaremos cuando lleguemos a
casa".
—Vamos, pescado, ven acá —dijo. Pero
el pez no venía. Seguía allí, flotando en el
mar, y el viejo llevó el bote hasta él.
Cuando estuvo a su nivel y tuvo la cabeza del pez contra
la proa, no pudo creer que fuera tan grande. Pero soltó de
la bita la soga del arpón, la pasó por las agallas
del pez y la sacó por sus mandíbulas. Dio una
vuelta con ella a la espalda y luego la pasó a
través de la otra agalla. Dio otra vuelta al pico y
anudó la doble cuerda y la sujetó a la bita de
proa. Cortó entonces el cabo y se fue a popa a enlazar la
cola. El pez se había vuelto plateado (originalmente era
violáceo y plateado) y las franjas eran del mismo color
violáceo pálido de su cola. Eran más anchas
que la mano de un hombre con los dedos abiertos y los ojos del
pez parecían tan neutros como los espejos de un periscopio
o como un santo en una procesión.
—Era la única manera de matarlo —dijo
el viejo. Se estaba sintiendo mejor desde que había tomado
el buche de agua y sabía que no desfallecería y su
cabeza estaba despejada."Tal como está, pesa mil
quinientas libras —pensó—. Quizá
más. ¿Si quedaran en limpio dos tercios de eso, a
treinta centavos la libra?".—Para eso necesito un
lápiz —dijo—. Mi cabeza no está tan
clara como para eso. Pero creo que el gran DiMaggio se hubiera
sentido hoy orgulloso de mí. Yo no tenía espuelas
de hueso. Pero las manos y la espalda duelen de veras.
"Me pregunto qué será una espuela de hueso
—pensó—. Puede que las tengamos sin
saberlo".
Sujetó el pez a la proa y a la popa y al banco
del medio. Era tan grande, que era como amarrar un bote mucho
más grande al costado del suyo. Cortó un trozo de
sedal y amarró la mandíbula inferior del pez contra
su pico a fin de que no se abriera su boca.
DÉCIMA ENTREGA
No necesitaba brújula para saber dónde
estaba el suroeste. No tenía más que sentir la
brisa y el tiro de la vela. "Será mejor que eche un sedal
con una cuchara al agua y trate de coger algo para comer y
mojarlo con agua". Pero no encontró ninguna cuchara, y sus
sardinas estaban podridas. Así que enganchó un
parche de algas marinas con el bichero y lo sacudió, y los
pequeños camarones que había en él cayeron
en el fondo del bote. Había más de una docena de
ellos y brincaban y pataleaban como pulgas de playa. El viejo les
arrancó las cabezas con el índice y el pulgar y se
los comió, masticando las cortezas y las colas. Eran muy
pequeñitos, pero él sabía que eran
alimenticios y no tenían mal sabor.
El viejo tenía todavía dos tragos de agua
en la botella y se tomó la mitad de uno después de
haber comido los camarones. El bote navegaba bien, considerando
los inconvenientes, y el viejo gobernaba con la caña del
timón bajo el brazo. Podía ver al pez y no
tenía más que mirar a sus manos y sentir el
contacto de su espalda con la popa para saber que esto
había sucedido realmente y que no era un sueño. Una
vez, cuando se sentía mal, hacia el final de la pelea,
había pensado que quizá fuera un sueño.
Luego, cuando había visto saltar al pez del agua y
permanecer inmóvil contra el cielo antes de caer, tuvo la
seguridad de que era algo grandemente extraño y no
podía creerlo. Luego empezó a ver mal. Ahora, sin
embargo, había vuelto a ver como siempre.
Ahora sabía que el pez iba ahí y que sus
manos y su espalda no eran un sueño. "Las manos curan
rápidamente —pensó—. Las he desangrado,
pero el agua salada las curará. El agua oscura del Golfo
verdadero es la mejor cura que existe. Lo único que tengo
que hacer es conservar la claridad mental. Las manos han hecho su
faena y navegamos bien. Con su boca cerrada y su cola vertical
navegamos como hermanos".
Luego su cabeza empezó a nublarse un poco y
pensó: "¿Me llevará él a mí o
lo llevaré yo a él? Si yo lo llevara a él a
remolque no habría duda. Tampoco si el pez fuera en el
bote ya sin ninguna dignidad". Pero navegaban juntos, ligados
costado con costado, y el viejo pensó: "Deja que él
me lleve si quiere. Yo sólo soy mejor que él por
mis artes y él no ha querido hacerme
daño".
Navegaban bien y el viejo empapó las manos en el
agua salada y trató de mantener la mente clara.
Había altos cúmulos y suficientes cirros sobre
ellos: por eso sabía que la brisa duraría toda la
noche. El viejo miraba al pez constantemente para cerciorarse de
que era cierto.
Pasó una hora antes de que le acometiera el
primer tiburón.
El tiburón no era un accidente. Había
surgido de la profundidad cuando la nube oscura de la sangre se
había formado y dispersado en el mar a una milla de
profundidad. Había surgido tan rápidamente y tan
sin cuidado, que rompió la superficie del agua azul y
apareció al sol. Luego se hundió de nuevo en el mar
y captó el rastro y empezó a nadar siguiendo el
curso del bote y el pez.
A veces perdía el rastro. Pero lo captaba de
nuevo, aunque sólo fuera por asomo, y se precipitaba
rápida y fieramente en su persecución. Era un
tiburón mako muy grande, hecho para nadar tan
rápidamente como el más rápido pez en el
mar, y todo en él era hermoso, menos sus
mandíbulas.
Su lomo era tan azul como el de un pez espada y su
vientre era plateado y su piel era suave y hermosa. Estaba hecho
como un pez espada, salvo por sus enormes mandíbulas, que
iban herméticamente cerradas mientras nadaba, justamente
bajo la superficie, con su alta aleta dorsal copando el agua sin
oscilar. Dentro del cerrado doble labio de sus mandíbulas,
sus ocho filas de dientes se inclinaban hacia dentro. No eran los
ordinarios dientes piramidales de la mayoría de los
tiburones. Tenían la forma de los dedos de un hombre
cuando se crispaban como garras. Eran casi tan largos como los
dedos del viejo y tenían filos como de navajas por ambos
lados. Este era un pez hecho para alimentarse de todos los peces
del mar que fueran tan rápidos y fuertes y bien armados
que no tuvieran otro enemigo. Ahora, al percibir el aroma
más fresco, su azul aleta dorsal cortaba el agua
más velozmente.
Cuando el viejo lo vio venir, se dio cuenta de que era
un tiburón que no tenía ningún miedo y que
haría exactamente lo que quisiera. Preparó el
arpón y sujetó el cabo mientras veía venir
al tiburón. El cabo era corto, pues le faltaba el trozo
que él había cortado para amarrar al
pez.
El viejo tenía ahora la cabeza despejada y en
buen estado y se hallaba lleno de decisión, pero no
abrigaba mucha esperanza. "Era demasiado bueno para que durara",
pensó. Echó una mirada al gran pez mientras
veía acercarse al tiburón. "Tal parece un
sueño —pensó—. No puedo impedir que me
ataque, pero acaso pueda arponearlo".
"Maldito, —pensó—. ¡Maldita sea
tu madre!".
El tiburón se acercó velozmente por la
popa, y cuando atacó al pez el viejo vio su boca abierta y
sus extraños ojos y el tajante chasquido de los dientes al
entrarle a la carne justamente sobre la cola. La cabeza del
tiburón estaba fuera del agua y su lomo venía
asomado y el viejo podía oír el ruido que
hacía al desgarrar la piel y la carne del gran pez cuando
clavó el arpón en la cabeza del tiburón en
el punto donde la línea del entrecejo se cruzaba con la
que corría rectamente hacia atrás partiendo del
hocico. No había tales líneas: solamente la pesada
y recortada cabeza azul y los grandes ojos y las
mandíbulas que chasqueaban, acometían y se lo
tragaban todo. Pero allí era donde estaba el cerebro y
allí fue donde le pegó el viejo. Le pegó con
sus manos pulposas y ensangrentadas, empujando el arpón
con toda su fuerza. Le pegó sin esperanza, pero con
resolución y furia.
El tiburón se volcó y el viejo vio que no
había vida en sus ojos; luego el tiburón
volvió a volcarse, se envolvió en dos lazos de
cuerda. El viejo se dio cuenta de que estaba muerto, pero el
tiburón no quería aceptarlo. Luego, de lomo,
batiendo el agua con la cola y chasqueando las mandíbulas,
el tiburón surcó el agua como una lancha de motor.
El agua era blanca en el punto donde batía su cola, y las
tres cuartas partes de su cuerpo sobresalían del agua
cuando el cabo se puso en tensión, retembló y luego
se rompió. El tiburón se quedó un rato
tranquilamente en la superficie y el viejo se paró a
mirarlo. Luego el tiburón empezó a hundirse
lentamente.
—Se llevó unas cuarenta libras —dijo
el viejo en voz alta.
"Se llevó también mi arpón y todo
el cabo —pensó—, y ahora mi pez sangra y
vendrán otros tiburones".
No le agradaba ya mirar al pez porque había sido
mutilado. Cuando el pez había sido atacado, fue como si lo
hubiera sido él mismo.
Pero he matado al tiburón que atacó a mi
pez —pensó—. Y era el dentuso más
grande que había visto jamás. Y bien sabe Dios que
yo he visto dentusos grandes.
"Era demasiado bueno para durar
—pensó—. Ahora pienso que ojalá hubiera
sido un sueño, y que jamás hubiera pescado al pez,
y que me hallara solo en la cama sobre los
periódicos".
—Pero el hombre no está hecho para la
derrota —dijo—. Un hombre puede ser destruido, pero
no derrotado.
"Pero siento haber matado al pez
—pensó—. Ahora llega el mal momento y ni
siquiera tengo el arpón. El tiburón es cruel y
capaz y fuerte e inteligente. Pero yo fui más inteligente
que él". "Quizá no —pensó—.
Acaso estuviera solamente mejor armado".
—No pienses, viejo —dijo en voz alta—.
Sigue tu rumbo y dale el pecho a la cosa cuando venga.
"Pero tengo que pensar —pensó—.
Porque es lo único que me queda. Eso y el béisbol.
Me pregunto qué le habría parecido al gran DiMaggio
la forma en que le di en el cerebro". "No fue gran cosa
—pensó—. Cualquier hombre habría podido
hacerlo. Pero, ¿cree usted que mis manos hayan sido un
inconveniente tan grande como las espuelas de hueso? No puedo
saberlo. Jamás he tenido nada malo en el talón,
salvo aquella vez en que la raya me lo pinchó cuando la
pisé nadando y me paralizó la parte inferior de la
pierna. Me causó un dolor insoportable".
—Piensa en algo alegre, viejo —dijo—.
Ahora cada minuto que pasa estás más cerca de la
orilla.
Tras haber perdido cuarenta libras, navegaba más
y más ligero.
Conocía perfectamente lo que pudiera suceder
cuando llegara a la parte interior de la corriente. Pero ahora no
había nada que hacer.
—Sí, cómo no, dijo en voz
alta—. Puedo amarrar el cuchillo al cabo de uno de los
remos.
Lo hizo así con la caña del timón
bajo el brazo y la escota de la vela bajo el pie.
—Vaya —dijo—. Soy un viejo. Pero no
estoy desarmado.
Ahora la brisa era fresca y navegaba bien. Vigilaba
sólo la parte delantera del pez y empezó a recobrar
parte de su esperanza.
"Es idiota no abrigar esperanzas
—pensó—. Además, creo que es un
pecado". No pienses en el pecado —se dijo—. Hay
bastantes problemas ahora sin el pecado. Además, yo no
entiendo de eso.
"No lo entiendo y no estoy seguro de creer en el pecado.
Quizá haya sido un pecado matar al pez. Supongo que
sí aunque lo hice para vivir y dar de comer a mucha gente.
Pero entonces todo es pecado. No pienses en el pecado. Es
demasiado tarde para eso y hay gente a la que se paga por
hacerlo. Deja que ellos piensen en el pecado. Tú naciste
para ser pescador y el pez nació para ser pez. San Pablo
era pescador, lo mismo que el padre del gran
DiMaggio".
Pero le gustaba pensar en todas las cosas en que se
hallaba envuelto, y puesto que no había nada que leer y no
tenía un receptor de radio, pensaba mucho y seguía
pensando acerca del pecado. "No has matado al pez
únicamente para vivir y vender para comer
—pensó—.
UNDÉCIMA ENTREGA
Había navegado durante dos horas, descansando en
la popa y a veces masticando un pedazo de carne de la aguja,
tratando de reposar para estar fuerte, cuando vio el primero de
los dos tiburones.
—¡Ay!—dijo en voz alta. No hay
equivalente para esta exclamación. Quizá sea tan
sólo un ruido, como el que pueda emitir un hombre,
involuntariamente, sintiendo las clavos atravesar sus manos y
penetrar en la madera.
—Galanos —dijo en voz alta. Había
visto ahora la segunda aleta que venía detrás de la
primera y los había identificado como los tiburones de
hocico en forma de pala por la parda aleta triangular y los
amplios movimientos de cola. Habían captado el rastro y
estaban excitados y en la estupidez de su voracidad estaban
perdiendo y recobrando el aroma. Pero se acercaban sin
cesar.
El viejo amarró la escota y trancó la
caña. Luego cogió el remo al que había
ligado el cuchillo. Lo levantó lo más suavemente
posible porque sus manos se rebelaban contra el dolor. Luego las
abrió y cerró suavemente para despegarlas del remo.
Las cerró con firmeza para que ahora aguantaran el dolor y
no cedieran y clavó la vista en los tiburones que se
acercaban. Podía ver sus anchas y aplastadas cabezas de
punta de pala y sus anchas aletas pectorales de blanca punta.
Eran unos tiburones odiosos, malolientes, comedores de
carroñas, así como asesinos, y cuando tenían
hambre eran capaces de morder un remo o un timón de barco.
Eran estos tiburones los que cercenaban las patas de las tortugas
cuando éstas nadaban dormidas en la superficie, y atacaban
a un hombre en el agua si tenían hambre aun cuando el
hombre no llevara encima sangre ni mucosidad de pez.
—¡Ay!—dijo el viejo—. Galanos.
¡Vengan, galanos!
Vinieron. Pero no vinieron como había venido el
mako. Uno viró y se perdió de vista, abajo, y por
la sacudida del bote el viejo sintió que el tiburón
acometía al pez y le daba tirones. El otro miró al
viejo con sus hendidos ojos amarillos y luego vino
rápidamente con su medio círculo de
mandíbulas abierto para acometer al pez donde había
sido ya mordido. Luego apareció claramente la línea
en la cima de su cabeza parda y más atrás donde el
cerebro se unía a la espina dorsal y el viejo clavó
el cuchillo que había amarrado al remo en la
articulación. Lo retiró, lo clavó de nuevo
en los amarillos ojos felinos del tiburón. El
tiburón soltó al pez y se deslizó hacia
abajo tragando lo que había cogido, mientras
moría.
El bote retemblaba todavía por los estragos que
el otro tiburón estaba causando al pez y el viejo
arrió la escota para que el bote virara en redondo y
sacara de debajo al tiburón. Cuando vio al tiburón,
se inclinó sobre la borda y le dio de cuchilladas.
Sólo encontró carne y la piel estaba endurecida y
apenas pudo hacer penetrar el cuchillo. El golpe lastimó
no sólo sus manos, sino también su hombro. Pero el
tiburón subió rápido, y sacó la
cabeza, y el viejo le dio en el centro mismo de aquella cabeza
plana al tiempo que el hocico salía del agua y se pegaba
al pez. El viejo retiró la hoja y acuchilló de
nuevo al tiburón exactamente en el mismo lugar.
Todavía siguió pegado al pez que había
enganchado con sus mandíbulas, y el viejo lo
acuchilló en el ojo izquierdo. El tiburón
seguía prendido del pez.
—¿No? —dijo el viejo, y le
clavó la hoja entre las vértebras y el cerebro.
Ahora fue un golpe fácil y el viejo sintió romperse
el cartílago. El viejo invirtió el remo y
metió la pala entre las mandíbulas del
tiburón para forzarlo a soltar. Hizo girar la pala, y al
soltar el tiburón, dijo:
—Vamos, galano. Baja, déjate ir hasta una
milla de profundidad. Ve a ver a tu amigo. O quizá sea tu
madre.
El viejo limpió la hoja de su cuchillo y
soltó el remo. Luego cogió la escota y la vela se
llenó de aire y el viejo puso el bote en su
derrota.
—Deben de haberse llevado un cuarto del pez y de
la mejor carne —dijo en voz alta—. Ojalá fuera
un sueño, y que jamás lo hubiera pescado. Lo
siento, pez. Todo se ha echado a perder.
Se detuvo y ahora no quiso mirar al pez. Desangrado y a
flor de agua parecía del color de la parte de atrás
de los espejos, y todavía se veían sus
franjas.
—No debí haberme alejado tanto de la costa,
pez —dijo—. Ni por ti, ni por mí. Lo siento,
pez.
"Ahora —se dijo— mira la ligadura del
cuchillo, a ver si ha sido cortada. Luego pon tu mano en buen
estado, porque todavía no se ha acabado esto".
—Ojalá hubiera traído una piedra
para afilar el cuchillo —dijo el viejo después de
haber examinado la ligadura en el cabo del remo—.
Debí haber traído una piedra.
"Debiste haber traído muchas cosas"
—pensó—. "Pero no las has traído,
viejo. Ahora no es el momento de pensar en lo que no tienes.
Piensa en lo que puedes hacer con lo que hay".
—Me estás dando muchos buenos consejos
—dijo en voz alta—. Estoy cansado de eso.
Sujetó la caña bajo el brazo y
metió las dos manos en el agua mientras el bote
seguía avanzando.
—Dios sabe cuánto se habrá llevado
ese último —dijo—. Pero ahora pesa mucho
menos.
No quería pensar en la mutilada parte inferior
del pez. Sabía que cada uno de los tirones del
tiburón había significado carne arrancada y que el
pez dejaba ahora para todos los tiburones un rastro tan ancho
como una carretera a través del océano.
"Era un pez capaz de mantener a un hombre todo el
invierno —pensó—. No pienses en eso. Descansa
simplemente y trata de poner tus manos en orden para defender lo
que queda. El olor a sangre de mis manos no significa nada, ahora
que existe todo ese rastro en el agua. Además, no sangran
mucho. No hay ninguna herida de cuidado. La sangría puede
impedir que le dé calambre a la izquierda".
"¿En qué puedo pensar ahora? —se
dijo—. En nada. No debo pensar en nada y esperar a los
siguientes. Ojalá hubiera sido realmente un sueño
—pensó—. Pero, ¿quién sabe?
Hubiera podido salir bien".
El siguiente tiburón que apareció
venía solo y era otro hocico de pala. Vino como un puerco
a la artesa: si hubiera un puerco con una boca tan grande que
cupiera en ella la cabeza de un hombre. El viejo dejó que
atacara al pez. Luego le clavó el cuchillo del remo en el
cerebro. Pero el tiburón brincó hacia atrás
mientras rolaba y la hoja del cuchillo se
rompió.
El viejo se puso al timón. Ni siquiera quiso ver
cómo el tiburón se hundía lentamente en el
agua, apareciendo primero en todo su tamaño; luego,
pequeño; luego, diminuto. Eso le había fascinado
siempre. Pero ahora ni siquiera miró.
—Ahora me queda el bichero —dijo—.
Pero no servirá de nada. Tengo los dos remos y la
caña del timón y la porra.
"Ahora me han aniquilado —pensó—. Soy
demasiado viejo para matar a los tiburones a garrotazos. Pero lo
intentaré mientras tenga los remos y la porra y la
caña".
Puso de nuevo sus manos en el agua para empaparlas. La
tarde estaba avanzando y todavía no veía más
que el mar y el cielo. Había más viento en el cielo
que antes, y esperaba ver pronto tierra.
—Estás cansado, viejo —dijo—.
Estás cansado por dentro.
Los tiburones no lo atacaron hasta justamente antes de
la puesta del sol. El viejo vio venir las pardas aletas a lo
largo de la ancha estela que el pez debía de trazar en el
agua. No venían siquiera siguiendo el rastro. Se
dirigían derecho al bote, nadando a la par.
Trancó la caña, amarró la escota y
cogió la porra que tenía bajo la popa. Era un mango
de remo roto, serruchado a una longitud de dos pies y medio.
Sólo podía usarlo eficazmente con una mano, debido
a la forma de la empuñadura, y lo cogió firmemente
con la derecha, flexionando la mano mientras veía venir
los tiburones. Ambos eran galanos.
"Debo dejar que el primero agarre bien para pegarle en
la punta del hocico o en medio de la cabeza",
pensó.
Los tiburones se acercaron juntos y cuando el viejo vio
al más cercano abrir las mandíbulas y clavarlas en
el plateado costado del pez, levantó el palo y lo
dejó caer con gran fuerza y violencia sobre la ancha
cabezota del tiburón. Sintió la elástica
solidez de la cabeza al caer el palo sobre ella. Pero
sintió también la rigidez del hueso y otra vez
pegó duramente al tiburón sobre la punta del hocico
al tiempo que se deslizaba hacia abajo separándose del
pez.
El otro tiburón había estado entrando y
saliendo y ahora volvía con las mandíbulas
abiertas. El viejo podía ver pedazos de carne del pez
cayendo, blancas, de los cantos de sus mandíbulas, cuando
acometió al pez y éste cerró las
mandíbulas. Le pegó con el palo y dio sólo
en la cabeza, y el tiburón lo miró y arrancó
la carne. El viejo le pegó de nuevo con el palo al tiempo
que se deslizaba alejándose para tragar y sólo dio
en la sólida y densa elasticidad.
—Vamos, galano —dijo el viejo—. Vuelve
otra vez.
El tiburón volvió con furia y el viejo le
pegó en el instante en que cerraba sus mandíbulas.
Le pegó sólidamente y desde tan alto como
había podido levantar el palo. Esta vez sintió el
hueso, en la base del cráneo, y le pegó de nuevo en
el mismo sitio mientras el tiburón arrancaba flojamente la
carne y se deslizaba hacia abajo, separándose del
pez.
DUODÉCIMA ENTREGA
Pero ahora en la oscuridad y sin que apareciera
ningún resplandor y sin luces y sólo el viento y
sólo el firme tiro de la vela, sintió que
quizás estaba ya muerto. Juntó las manos y
percibió la sensación de las palmas. No estaban
muertas y él podía causar el dolor de la vida sin
más que abrirlas y cerrarlas. Se echó hacia
atrás contra la popa y sabía que no estaba muerto.
Sus hombros se lo decían.
"Tengo que decir todas esas oraciones que prometí
si pescaba al pez —pensó—. Pero estoy
demasiado cansado para rezarlas ahora. Mejor que coja el saco y
me lo eche sobre los hombros".
Se echó sobre la popa y siguió gobernando
y mirando a ver si aparecía el resplandor en el cielo.
"Tengo la mitad del pez —pensó—. Quizá
tenga la suerte de llegar a tierra con la mitad delantera.
Debiera quedarme alguna suerte". No —se dijo—. Has
violado tu suerte cuando te alejaste demasiado de la
costa.
—No seas idiota —dijo en voz alta—. Y
no te duermas. Gobierna tu bote. Todavía puedes tener
mucha suerte. Me gustaría comprar alguna si la vendieran
en alguna parte.
"¿Con qué habría de comprarla?
—se preguntó—. ¿Podría comprarla
con un arpón perdido y un cuchillo roto y dos manos
estropeadas?".
—Pudiera ser —dijo—. Has tratado de
comprarla con ochenta y cuatro días en la mar. Y casi
estuvieron a punto de vendértela.
"No debo pensar en tonterías
—pensó—. La suerte es una cosa que viene en
muchas formas, y ¿quién puede reconocerla? Sin
embargo, yo tomaría alguna en cualquier forma y
pagaría lo que pidieran. Mucho me gustaría ver el
resplandor de las luces —pensó—. Me
gustarían muchas cosas. Pero eso es lo que ahora deseo".
Trató de ponerse más cómodo para gobernar al
bote y por su dolor se dio cuenta de que no estaba
muerto.
Vio el fulgor reflejado de las luces de la ciudad a eso
de las diez de la noche. Al principio eran perceptibles
únicamente como la luz en el cielo antes de salir la luna.
Luego se las veía firmes a través del mar, que
ahora estaba picado debido a la brisa creciente. Gobernó
hacia el centro del resplandor y pensó que, ahora, pronto
llegaría al borde de la corriente.
"Ahora ha terminado —pensó—.
Probablemente me vuelvan a atacar. Pero, ¿qué puede
hacer un hombre contra ellos en la oscuridad y sin un
arma?".
Estaba rígido y adolorido y sus heridas y todas
las partes castigadas de su cuerpo le dolían con el
frío de la noche. "Ojalá no tenga que volver a
pelear —pensó—. Ojalá, ojalá que
no tenga que volver a pelear".
Pero hacia medianoche tuvo que pelear y esta vez
sabía que la lucha era inútil. Los tiburones
vinieron en manadas y sólo podía ver las
líneas que trazaban sus aletas en el agua y su
fosforescencia al arrojarse contra el pez. Les dio con el palo en
las cabezas y sintió el chasquido de sus mandíbulas
y el temblor del bote cada vez que debajo agarraban su presa.
Golpeó desesperadamente contra lo que sólo
podía sentir y oír, y sintió que algo
agarraba la porra y se la arrebataba.
Arrancó la caña del timón y
siguió pegando con ella, cogiéndola con ambas manos
y dejándola caer con fuerza una y otra vez. Pero ahora
llegaban hasta la proa y acometían uno tras otro
y
Un gato pasó indiferentemente por el otro lado y
el viejo lo siguió con la mirada. Luego siguió
mirando simplemente el camino.
Finalmente soltó el mástil y se puso de
pie. Recogió el mástil y se lo echó al
hombro y partió camino arriba. Tuvo que sentarse cinco
veces antes de llegar a su cabaña.
Dentro de la choza inclinó el mástil
contra la pared. En la oscuridad halló una botella de agua
y tomó un trago. Luego se acostó en la cama. Se
echó la frazada sobre los hombros y sobre la espalda y las
piernas, y durmió boca abajo sobre los periódicos,
con los brazos por afuera, a lo largo del cuerpo, y las palmas
hacia arriba.
Estaba dormido cuando el muchacho asomó a la
puerta por la mañana. El viento soplaba tan fuerte, que
los botes del alto no se harían a la mar y el muchacho
había dormido hasta tarde. Luego vino a la choza del viejo
como había hecho todas las mañanas. El muchacho vio
que el viejo respiraba y luego vio sus manos y empezó a
llorar. Salió muy calladamente a buscar un poco de
café y no dejó de llorar en todo el
camino.
Muchos pescadores estaban en torno al bote mirando lo
que traía amarrado al costado, y uno estaba metido en el
agua, con el pantalón remangado, midiendo el esqueleto con
un tramo de sedal.
El muchacho no bajó a la orilla. Ya había
estado allí y uno de los pescadores cuidaba el bote en su
lugar.—¿Cómo está el viejo?
—gritó uno de los pescadores.
—Durmiendo —respondió gritando el
muchacho. No le importaba que lo vieran llorar—. Que nadie
lo moleste.
—Tenía dieciocho pies de la nariz a la cola
—gritó el pescador que lo estaba
midiendo.
—Lo creo —dijo el muchacho.
Entró en La Terraza y pidió una lata de
café.—Caliente y con bastante leche y azúcar.
—¿Algo más?—
No. Después veré qué puede
comer.
—¡Ése sí era un pez!
—dijo el propietario—. Jamás ha habido uno
igual. También los dos que ustedes cogieron ayer eran
buenos.
—¡Al diablo con ellos! —dijo el
muchacho y empezó a llorar nuevamente.
—¿Quieres un trago de algo?
—preguntó el dueño.
—No —dijo el muchacho—. Dígales
que no se preocupen por Santiago. Vuelvo enseguida. —Dile
que lo siento mucho.
—Gracias —dijo el muchacho.
El muchacho llevó la lata de café caliente
a la choza del viejo y se sentó junto a él hasta
que despertó. Una vez pareció que iba a
despertarse.
Pero había vuelto a caer en su sueño
profundo y el muchacho había ido al otro lado del camino a
buscar leña para calentar el café.
Finalmente el viejo despertó.
—No se levante —dijo el muchacho—.
Tómese esto —le echó un poco de café
en un vaso.
El viejo cogió el vaso y bebió el
café.
—Me derrotaron, Manolín
—dijo—
Me derrotaron de verdad.
—No. Él no. Él no lo
derrotó.
—No. Verdaderamente. Fue
después.
—Perico está cuidando del bote y del
aparejo.
—¿Qué va a hacer con la
cabeza?
—Que Perico la corte para usarla en las
nasas.
—¿Y la espada?
—Puedes guardártela si la
quieres.
—Sí, la quiero —dijo el
muchacho—. Ahora tenemos que hacer planes para lo
demás.
—¿Me han estado buscando?
—Desde luego. Con los guardacostas y con
aeroplanos.
—La mar es muy grande y un bote es pequeño
y difícil de ver —dijo el viejo. Notó lo
agradable que era tener a alguien con quien hablar en vez de
hablar sólo consigo mismo y con el mar. —Te he
echado de menos —dijo—. ¿Qué han
pescado?
—Uno el primer día. Uno el segundo y dos el
tercero.
—Muy bueno.
—Ahora pescaremos juntos otra vez.
—No. No tengo suerte. Yo ya no tengo
suerte.
—Al diablo con la suerte, dijo el muchacho. Yo
llevaré la suerte conmigo.
—¿Qué va a decir tu
familia?
—No me importa. Ayer pesqué dos. Pero ahora
pescaremos juntos porque todavía tengo mucho que
aprender.
—Tenemos que conseguir una buena lanza y llevarla
siempre a bordo. Puedes hacer la hoja con una hoja de muelle de
un viejo ford. Podemos afilarla en Guanabacoa. Debe ser afilada y
sin temple para que no se rompa. Mi cuchillo se
rompió.
—Conseguiré otro cuchillo y mandaré
a afilar la hoja de muelle. ¿Cuántos días de
brisa fuerte nos quedan?
—Tal vez tres. Tal vez más.
—Lo tendrá todo en orden —dijo el
muchacho—. Cúrese sus manos, viejo.
—Yo sé cuidármelas. De noche
escupí algo extraño y sentí que algo se
había roto en mi pecho.
—Cúrese también eso —dijo el
muchacho—. Acuéstese, viejo, y le traeré su
camisa limpia. Y algo de comer.
—Tráeme algún periódico de
cuando estuve ausente —dijo el viejo.
—Tiene que curarse pronto, pues tengo mucho que
aprender y usted puede enseñármelo todo. ¿Ha
sufrido mucho?
—Bastante —dijo el viejo.—Le
traeré la comida y los periódicos —dijo el
muchacho—. Descanse, viejo. Le traeré la medicina de
la farmacia para las manos.
—No te olvides de decirle a Perico que la cabeza
es suya.
—No. Se lo diré.
Al atravesar la puerta y descender por el camino tallado
por el uso en la roca de coral, el muchacho iba llorando
nuevamente.
Esa tarde había una partida de turistas en La
Terraza, y mirando hacia abajo, al agua, entre las latas de
cerveza vacías y las picúas muertas, una mujer vio
un gran espinazo blanco con una inmensa cola que se alzaba y
balanceaba con la marea mientras el viento del este levantaba un
fuerte y continuo oleaje a la entrada del
puerto.—¿Qué es eso? —preguntó
la mujer al camarero, y señaló al largo espinazo
del gran pez, que ahora no era más que basura esperando a
que se la llevara la marea.
—Tiburón —dijo el camarero—. Un
tiburón.
Quería explicarle lo que había
sucedido.—No sabía que los tiburones tuvieran colas
tan hermosas, tan bellamente formadas.
—Ni yo tampoco —dijo el hombre que la
acompañaba. Allá arriba, junto al camino, en su
cabaña, el viejo dormía nuevamente. Todavía
dormía de bruces y el muchacho estaba sentado a su lado
contemplándolo. El viejo soñaba con los leones
marinos
Fin
Conclusión
Se trata de una novela muy corta, intensa y no exenta de
calidad, aunque en alguna ocasión se hable de
sobrevaloración con respecto a este autor. Se lee de un
tirón porque es un lenguaje directo y claro. Al
terminarla, nos queda una sensación un poco
desconcertante, en el sentido de que deja una especie de
pesimismo optimista, casi como si nos dieran una bofetada y luego
nos tendieran la mano para levantarnos. Porque la vida sigue, y
siempre hay algo o alguien que nos ayuda a alegrarnos por las
victorias y a sobrellevar las derrotas.
En definitiva, una buena novela, quizá no
una obra maestra, pero recomendable a todo aquél que
quiera entender la obra de Hemingway.
Por cierto, hay más de una
adaptación al cine de esta obra. La más famosa es
la versión de 1958 en la que Spencer Tracy hace el papel
de Santiago.
Datos
Informativos
Obra: El Viejo y el Mar
Autor – Ernest Hemingway
Género:
Género Narrativo
Especie:
Novela Corta
Movimiento literario:
Generación Perdida
Época literaria:
Época de los tiranos en
América latina
Plano de expresión:
Lenguaje:
Lenguaje Coloquial, Regional
Estilo:
La narración está dotada de
una descripción muy minuciosa de las acciones, los
pensamientos, el entorno, etc
Tiempo
Cronológico:Lineal
Plano del contenido
Tema principal
Es la captura de un enorme pez y la lucha
que traba el viejo con el mismo, que lo lleva a la deriva por
unos cuantos días hasta que logra matarlo.
Personajes principales
-Santiago, el viejo
-Pez Espada
Personajes secundarios
Manolín, el muchacho- Tiburones-
Perico
Bibliografía
http://www.monografias.com/trabajos81/lucha-santiago-adversidad-hemingway/lucha-santiago-adversidad-hemingway.shtml
http://www.ciao.es/El_viejo_y_el_mar_Ernest_Hemigway__Opinion_782299
http://www.solodelibros.es/20/09/2006/el-viejo-y-el-mar-ernest-hemingway/
Biografía del
autor
Ernest Hemingway (1899 –
1961)
Novelista estadounidense cuyo estilo se caracteriza por
los diálogos nítidos y lacónicos y por la
descripción emocional sugerida. Su vida y su obra
ejercieron una gran influencia en los escritores estadounidenses
de la época. Muchas de sus obras están consideradas
como clásicos de la literatura en lengua inglesa.
Hemingway nació el 21 de julio de 1899 en Oak Park,
Illinois, en cuyo instituto estudió. Trabajó como
reportero del Kansas City Star, pero a los pocos meses se
alistó como voluntario para conducir ambulancias en Italia
durante la I Guerra Mundial. Más tarde fue transferido al
ejército italiano resultando herido de gravedad.
Después de la guerra fue corresponsal del Toronto Star
hasta que se marchó a vivir a París, donde los
escritores exiliados Ezra Pound y Gertrude Stein le animaron a
escribir obras literarias. A partir de 1927 pasó largas
temporadas en Key West, Florida, en España y en
África. Volvió a España, durante la Guerra
Civil, como corresponsal de guerra, cargo que también
desempeñó en la II Guerra Mundial. Más tarde
fue reportero del primer Ejército de Estados Unidos.
Aunque no era soldado, participó en varias batallas.
Después de la guerra, Hemingway se estableció en
Cuba, cerca de La Habana, y en 1958 en Ketchum, Idaho. Hemingway
utilizó sus experiencias de pescador, cazador y aficionado
a las corridas de toros en sus obras. Su vida aventurera le
llevó varias veces a las puertas de la muerte: en la
Guerra Civil española cuando estallaron bombas en la
habitación de su hotel, en la II Guerra Mundial al chocar
con un taxi durante los apagones de guerra, y en 1954 cuando su
avión se estrelló en África. En 1952
Hemingway publicó El viejo y el mar, una novela
corta, convincente y heroica sobre un viejo pescador cubano, por
la que ganó el Premio Pulitzer de Literatura en 1953. En
1954 le fue concedido el Premio Nobel de Literatura. Murió
en Ketchum el 2 de julio de 1961, disparándose un tiro con
una escopeta.
Dedicatoria:
A todos aquellos que de una u otra forma,
fueron participes de mi trabajo,A mi familia, mi apoyo a cada
instante.Y A todos aquellos a quienes mi trabajo pueda serles
útil.
Agradecimiento:
Agradezco a Dios por guiarme durante este camino de
enriquecimiento de conocimiento, por darnos la oportunidad de
conocer y saber más sobre temas de gran importancia para
mí.
También quiero agradecer a mis padres, por su
apoyo y confianza ante la vida, ya que si no fuera por ellos y su
apoyo incondicional, no sería lo que soy. Gracias queridos
papas, son una bendición en mi vida, sin ustedes, sin su
apoyo y amor, mi meta sería inalcanzable, gracias por
estar allí siempre que los necesito, por ser mis amigos y
mi respaldo de toda la vida.
Autor:
María Isabel Martínez
F.
Enviado por:
Alexis
Área: Comunicación
Profesora: Vanessa Nelly Meza O.
2010
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