Esta es una gran diferencia que la mujer marca con el
hombre: un hombre promedio, al ponerse el pantalón diario,
nunca hace preguntas. Nunca pregunta en qué
estación estamos ni qué día de la semana es
ni cuáles son las últimas imposiciones de la moda;
no señor. Se pone el traje que está listo en el
ropero y adelante. En realidad, la importancia del vestido
trasciende los límites individuales de la mujer para
convocar la atención de la sociedad misma.
Pongamos el caso de una pareja en el momento en que el
sacerdote los está declarando oficialmente marido y mujer
en la iglesia colmada. Desde que la novia ingresa a la nave
central de la iglesia, hasta que sale del brazo del marido, nadie
se fija en el marido: Todas las miradas están en la
novia
Las mujeres están analizando, con aire
crítico, el vestido.
Los hombres, imaginándola, con aire
crítico, sin el vestido.
El novio estará cubierto con un mantel o con un
traje de arlequín, nadie se dará cuenta, puesto que
no existe ni en el campo visual ni en el mental de los invitados.
Pero los científicos que se internan en las neuronas con
el objeto de explorar las causas del comportamiento humano han
hecho avances muy importantes al respecto. Han descubierto que
una mujer se "viste bien" más con el deseo de impresionar
a otras mujeres que de captar la atención de un hombre.
Han descubierto que las estructuras emocionales de hombres y
mujeres son tan diferentes en estos aspectos, que algunos
insisten en que podrían ser dos sub especies del mismo
árbol. El lente estético masculino carece de las
miles de pupilas que tiene el de la mujer para registrar los
infinitos detalles que prestan importancia al acto del buen
vestir. En verdad, los hombres somos tan primitivos con
relación a estos refinamientos, que bien podría
decirse que si las mujeres, se visten; nosotros, simplemente nos
tapamos.
Por otra parte, no nos olvidemos de las mujeres de
ingresos medios bajos, las que tienen que luchar todos los
días con el problema del vestido. Ellas no tienen el
ropero lleno y más bien deben hacer grandes obras de
transformación para que el vestido satisfaga los
requerimientos mínimos que exige la ocasión.
Así, las vemos ideando cómo sacar algo de un
vestido para ponerlo en el otro y lograr una obra de gran
creatividad o prestarse algo de la mejor amiga para que "combine"
con una "telita" que se ha comprado de una liquidación,
"telita" que sus manos maravillosas convierten en un
atuendo.
Pues bien, esta pequeña introducción es
necesaria para lograr el marco psicológico en el que se
desarrolla primer relato de los doce.
El marido era ingeniero de sistemas y aquella vez tuvo
que visitar diferentes países para instalar la nueva
tecnología en las filiales de la firma. En razón
del gran éxito de su nueva propuesta digital,
recibió un bono extra muy, pero muy generoso. Con el bono
en la mano, decidió dar a su esposa una agradable sorpresa
y, de paso, también a su hermana: el bono completo
sería invertido en comprar cuatro vestidos de
primerísima jerarquía en el mundo de la moda.
Sería una sorpresa que su esposa jamás
olvidaría (en ese momento no tenía idea de
cuánta razón tenía al conjurar ese
deseo).
Cuando la esposa abrió la maleta quedó en
levitación instantánea: en verdad, los cuatro
vestidos eran la concreción absoluta del buen gusto. El
marido le dijo que tres serían para ella y uno para la
hermana, cuñada de ella, pero que ella escogería
cuál de ellos debía cederse. La esposa
aceptó gustosa y cuando el marido se fue a la oficina, lo
primero que hizo, fue tender los cuatro vestidos encima de la
cama. Los miró, los colocó de diferentes maneras,
los cambió de posición en todas las combinaciones
posibles; luego los tendió en la alfombra del piso,
formando un cuadrado simétrico a su alrededor.
Se probó uno de ellos, se miró en el
espejo, lo hizo desde todos los ángulos disponibles para
decidir, finalmente que cedería una oreja antes que ceder
ese vestido. El segundo le pareció tan imprescindible para
su existencia como el primero y, por lo tanto, digno de desafiar
la otra oreja para no permitir su desarraigo del ropero
hogareño. El tercero simplemente ratificó lo que
había decidido con relación a los dos primeros: los
tres eran inembargables. No importaba que fuera para su
cuñada o para la reina de Java. Con el cuarto vestido ya
no hubo cabida para pensar, ni remotamente, en la posibilidad de
ceder alguno de ellos. Llegó el día siguiente y
luego los otros de la primera semana dedicada a lo que
identificó como la misión más importante de
su vida: escoger al vestido que sería la "víctima
del egoísmo mundial". Hasta la llegada de los cuatro
vestidos su vida había sido plena del goce diario y de la
alegría cotidiana de vivir. Cada día había
sido un nuevo motivo de satisfacción siempre renovada, sin
grandes turbulencias en el vuelo de crucero diario. Sin embargo
esa rutina había sufrido radicales cambios, cada
día parecía ser un terrible autócrata que le
ponía en el terrífico ritual de decidir cuál
de los órganos de su cuerpo habría de ser
desgajado. Es que la identificación de su cuerpo y su
mente con cada vestido y con cada milímetro cuadrado de
cada vestido y con cada frecuencia de cada color de cada vestido,
había sido absoluta. Quitarle un vestido, cualquiera de
los cuatro, era quitarle algún órgano vital de su
humanidad, enflaquecida ya por el tormento.
Aunque se cuidaba en su dieta, siempre había
tenido buen apetito y había disfrutado de conversar,
asistir a reuniones de amigas y a los acontecimientos sociales.
Pero ahora empezó a desmejorar a tasas crecientes,
perdió el apetitito, las ganas de conversar, las ganas de
saludar a cada nuevo día, las ganas de reunirse con las
demás. En momentos de honda depresión pensaba que
su marido no tenía ningún derecho de ponerla en una
encrucijada; que su actitud era una muestra del sadismo natural
de cada hombre. El marido empezó a notar un cambio radical
en la actitud de su esposa, pero cada vez que quería
llamar al médico ella le decía que no, que se
sentía mejor que nunca. Sus amigas empezaron a notar las
ojeras, el decaimiento, la falta de aliento y la pérdida
paulatina de cualquier hálito de vida. Su mejor amiga
notó, más que nadie, el cambio existencial que se
operaba y decidió llegar al fondo del asunto. Para empezar
era de su deber recordarle que:
-ningún hombre es merecedor de que una mujer
acuda a un autosacrificio de ese calibre; todas sabemos que los
hombres son unos sarnas, pero no es posible traspasar los
límites que marcan el instinto de conservación de
los seres; no importa lo que haya hecho el sarna, no vale la pena
que ella se sacrificara de esa manera.
Proyectados muchos y diversos esfuerzos de
táctica y de estrategia, la amiga logró saber lo
que en verdad sucedía; así es que tomaron una
determinación. Esa misma noche, apenas llegado el marido a
la casa, la esposa le dijo que si él la obligaba a
desprenderse de uno solo de los vestidos, ella tendría que
desprenderse de él para siempre. Él no
entendió la gravedad intrínseca del asunto, pero su
estructura intuitiva reaccionó de la única manera
que podía reaccionarse ante un caso de tanta importancia.
No quiso hacer ninguna reflexión y le respondió que
no se preocupara, que después de todo, la hermana no lo
sabía aún
–mi hermana no tiene idea de que es acreedora a
uno de los vestidos y no tiene por qué saberlo.
La calma volvió al corazón de la esposa,
volvió al hogar, volvió al municipio, al
país, al mundo entero. La esposa volvió a ser lo
que fue y la vida volvió a su cauce.
Después de algún tiempo, en una
reunión de las amigas, la que había hablado con
ella, al relatar el hecho, terminó diciendo:
-ninguna mujer renunciará jamás a un
vestido para cederlo a otra mujer que no sea su hija,
independientemente de lo que le den a cambio.
Todas estuvieron de acuerdo y ofrecieron su apoyo
moral.
El
Gurrumino
La novia, del brazo de su padre, está por dar el
primer paso sobre la nave principal de la catedral. Como de
costumbre, Mendelson revive en la marcha y todas las miradas
convergen hacia el vestido blanco que avanza lenta, muy
lentamente. La Catedral está adornada como debe adornarse
a un acontecimiento de alta alcurnia. Sus pilares, sus estatuas y
sus cuadros; sus bajo y altorrelieves son hermosos, pero no
producen la menor emoción en el alma de la novia, la que
ahora mira la distancia que debe recorrer para llegar al altar,
allí donde la espera su novio. Al iniciar la entrada
piensa:
Cuando era niña soñaba con que
algún día un príncipe, venido de un
país muy lejano, mataría al dragón y me
rescataría del castillo de piedra en el que estaba
encerrada por el malvado rey. Pero, ahora que estoy en el
castillo y el dragón está al apronte, me pregunto:
¿Qué puede hacer mi gurrumino, mi príncipe?
Es tan débil, tan frágil, tan tierno… nunca
dañó a nadie ni haría daño a
nadie….. pero, siendo íntegro es valiente; sabe
vencer el miedo y no le teme al dolor… recuerdo, por
ejemplo, aquel día en la universidad. El matón de
turno se había referido a mí en términos de
insulto provocativo; mi gurrumino lo escuchó y le dijo que
debía retirar sus palabras o tendría que
vérselas con él (¡el matón más
temido, tenía que vérselas con él!) el
matón le dio un puñetazo feroz y lo lanzó al
suelo, mi gurruminito se levantó con el rostro
ensangrentado para ponerse al frente del matón y para
intentar un golpe que jamás llegaría; muchos
estudiantes formaban ronda alrededor del matón y de mi
gurrumino…. a cada nuevo golpe le sucedía una nueva
caída y un nuevo apronte… alguien me avisó
por teléfono y yo acudí de inmediato, cuando
llegué vi lo que sucedía y lo que en ese momento mi
gurrumino le decía:
–tendrás que matarme a golpes si es que no
retiras tus palabras
Al escuchar la determinación hecha verbo, los
estudiantes empezaron a murmurar sobre la actitud abusiva del
matón; en ese momento, el matón descubrió mi
presencia…. no sé qué es lo que pasó
en ese instante por su mente, pero el hecho es que puso su brazo
sobre los hombros de mi gurrumino y lo trajo hasta donde yo me
encontraba. Una vez frente a mí, nos pidió
disculpas a ambos y me dijo que yo había tenido la suerte
de encontrar un hombre que daría todo por mí y
él, mi gurrumino, una mujer que podía inspirar ese
sentimiento… mi gurrumino estaba próximo al
desmayo; con unos amigos lo llevamos a mi habitación y
empecé a curarlo…. su rostro estaba completamente
deforme y la sangre no paraba de fluir… al limpiarle las
heridas le reproché que se hubiera expuesto a una
situación tan temible, que inclusive podía haberle
causado la muerte… cuando terminé de decirle eso,
alzó la vista, me miró con esos ojos que eran mi
locura y me dijo:
Margot; si un hombre no tiene algo porque morir tampoco
tendrá algo por qué vivir… tú eres mi
algo, mi único algo, nunca lo olvides
¿Qué mujer podía encontrar un
príncipe encantado más varonil que mi gurrumino?
…. pero ¿Qué podría hacer ahora?
¿Cómo podría rescatarme de este castillo? y
del dragón? ¡Pobre mi gurrumino! ¡Tan
frágil, tan solo y quedará tan si
mí!
El padre le retira el brazo y ella tiene que tomar el de
su novio
Lo extraño es que este hombre, el que va a
ser mi marido, tiene todo lo que un príncipe encantado
puede tener. Es muy guapo, con una personalidad arrolladora, gran
conversador, supermillonario, amable, gran figura social
¡qué diferente de mi gurrumino! ….. entonces
¿Por qué no siento nada por él? …
todos dicen que las mujeres a veces somos incomprensibles; el
mismo Freud, después de 30 años de estudiar la
psique humana, parece que perdió la paciencia y al final
exclamó: "¿Qué diablos quieren las mujeres?
ahora me doy cuenta que tienen razón
Novio y novia ya están frente al cura, el que se
apresta a iniciar la ceremonia…. en ese instante, cuatro
encapuchados armados con ametralladoras irrumpen en la catedral:
uno se queda apuntando a los invitados del lado derecho de la
nave, en el que se confunden fru-frus de seda y smokings negros y
severos; otro apunta al lado izquierdo, en el que se duplica la
escena primera; los dos restantes se dirigen hacia la pareja,
empujan al novio, toman a la novia, se dirigen a la puerta y
desaparecen en un vehículo que estaba presto al arranque.
Toda la escena no duró más de medio minuto. Los
invitados tienen los ojos y el asombro clavados en la puerta por
donde salieron los secuestradores; luego se vuelven para ver al
novio, el que tiene la mirada perdida en algún pensamiento
lejano o en una imagen audaz; de pronto, lanza una carcajada que
hace vibrar la catedral misma; los invitados creen que se ha
vuelto loco, pero no, el novio imagina lo que pasó:
percibe al gurrumino, desesperado, amigo de un amigo que tiene un
amigo mafioso… lo ve llegando a la guarida de los mafiosos
ante el asombro de los hombres que sólo hablan con
extraños a través de la ametralladora…lo
escucha en extraño coloquio con el jefe de los hombres
atroces:
–…. yo soy muy débil y no sé
qué hacer; si ella se casa yo moriré, pero ella va
a ser infeliz, eso es lo que me preocupa…. por favor,
ustedes que son tan fuertes, ayúdenme
El novio imagina cómo los temidos hombres
escuchan y luego hacen un ademán común; cómo
le dicen al gurrumino que vaya a su casa, que Margot, si es que
no se ha casado aún, estará allí para que
sean felices; también mira en una imagen
hologramática cómo el gurrumino dice que no; que
él irá con ellos y como se cubre la cara, al igual
que los demás y exige una ametralladora. El novio sabe
quién es el enmascarado que lo empuja para tomar del brazo
a la novia. Oye el susurro que le desliza en la oreja a una
Margot que sonríe al escucharlo. Pero un infinito sentido
de paz y armonía lo inunda, cuando Margot, al salir
apresurada, se da la vuelta para mirarlo, como pidiéndole
perdón por lo que debe hacer. Es entonces cuando
ríe; al terminar la carcajada se dirige a los invitados
para decirles:
–damas y caballeros, los regalos serán
devueltos, pero lo que no puede devolverse es el dinero que los
encargados de hacer la recepción han recibido por
adelantado
–pero ¿cómo puede pensar en la
recepción si acaban de secuestrar a su novia del altar
mismo?
–¿secuestrar, caballeros? ¿No vieron
que la novia iba delante de los "secuestradores" haciendo
ademanes para que se apuraran, aún tropezándose con
el vestido blanco? Así, les pido que todos nos dirijamos
al lugar de la fiesta y brindemos por un nuevo triunfo
–¿nuevo triunfo de quién?
–un nuevo triunfo del amor, el que ha hecho que un
hombre, al que todos creíamos débil, un ser que
hace lo que debe hacer para recobrar a la mujer amada, no importa
lo que tenga que hacer. Vamos.
Cuando la señora que relató
lo que todos acababan de escuchar, una de las circunstantes, se
dirige a ella y con un tono cordial le dice:
-hay millones de mujeres en el mundo,
buscando un hombre de verdad; la mayoría no lo encuentra;
sin embargo, tuviste dos del más alto calibre al mismo
tiempo Por si fuera poco, los tuviste no sólo en tu vida,
también en la nave central de la iglesia. Debes ser muy
feliz.
–lo soy, pero sólo por uno: mi
gurrumino.
La última
lealtad
(Este relato estuvo a cargo de la hermana de la que
fuera la protagonista, quien había dejó por escrito
lo que había pasado. Intervengo un poco en el lenguaje y
la descripción, pero el contenido es
verdadero)
Tomó el vaso en forma de cáliz, grande
como un trofeo, con adornos grabados en su tapa. Era
amarillo-naranja y en el crepúsculo parecía
alumbrar las aguas ansiosas del río que se apretujaba,
feroz, bajo el puente. Miró a los horizontes, como
pidiendo el permiso del infinito. Con ademán calmado,
destapó el cáliz reluciente y lo volcó sobre
las pequeñas olas que se congelaban en pequeños
garfios rutilantes. Las cenizas liberadas del sepulcro del vaso
reluciente bailaron con el viento, en una ronda caprichosa de
remolinos que se entrechocaban entre sí, deseosas del
privilegio de besar una sola partícula de ceniza. El
viento no quiso compartir la danza con los ojos ajenos y se
llevó a las cenizas negro-grises por debajo del puente.
Allí las sedujo sobre las aguas amotinadas en medio de los
muros de piedra que trazaban su lecho y el crepúsculo
acudió a la sombra para que no lo vieran llorar. Pero
había hilos rosa que se deslizaban desde las nubes, como
si cada una hubiera declarado que, mujeres, mujeres de verdad, no
tenían por qué esconder la
emoción.
Miró de nuevo la urna para recordar lo que
habían prometido tantas veces; la miró con
devoción y con el recuerdo a flor de
corazón
-de la muerte, que nada quede; pues siempre
estará ahí
-de la vida, todo; porque entonces, siempre
estará ausente
Lanzó la urna al río, que siguió la
senda dejada por las cenizas; metió las manos en los
bolsillos del abrigo beige, el que habían comprado en el
invierno primero que los había encontrado juntos.
Caminó con los movimientos que habían aprendido en
las meditaciones compartidas: calmos, vívidos, llenos de
conciencia de vida. El río, de amarillo espeso, se
quedó aullando de dolor con el viento. Llegó al
departamento, se quitó el abrigo, abrió la botella
de whisky, sirvió dos vasos y los puso, uno frente al
otro, en la mesa; se sentó detrás de uno de ellos,
lo alzó para hacer un brindis con el que estaba en la
parte de la mesa que daba al asiento vacío:
-la vida es con nosotros juntos
-la muerte será cuando falte uno de los
dos
La botella ya llegaba a la mitad, entonces tomó
el frasco que estaba sobre la mesa y empezó a tragar,
lentamente, una a una, todas las pastillas que había en
él. A pastilla puesta en la boca, trago arrancado del
vaso, con ademán de pausa lánguida, relajada, como
si el brazo fuera autónomo…Las luces, infinitas, de
las lámparas empezaron a parpadear y Beethoven desgranaba
el último coro de La Oda Inmortal
–Qué extraño, dijo, el canto a la
vida viene a dar el último adiós a quien ha
escogido ya la hora de la muerte
Una suave somnolencia empezó a cubrirla toda, tal
la caricia protectora que nunca le había faltado desde que
se conocieron, hacía muchos años, cincuenta, para
ser exactos. Empezó a sentir en su cuerpo sus manos,
suaves y urgentes; tiernas y fuertes; revividas, como si las
aguas del río y la furia del viento las hubieran enviado
de vuelta, en señal de solidaridad. La silla se
volvía de aire para darle la sensación del regazo
tibio, compinche querido del ritual único, del que nunca
será repetido del que sólo quedará el
recuerdo disuelto en las noches plenilunadas. La somnolencia se
hizo más suave, pero más intensa al mismo tiempo;
más acogedora y más amenazante por ello; juraron
que nunca estarían solos; estar solos significaba estar
separados
-si la soledad quisiera entrar en esta casa, no
habría campo para ninguno de nosotros
-la dejaríamos sola
Las lunas han degollado miles de noches desde la noche
eterna en que se conocieron; la noche en que el destino
unió dos destinos. Ella tenía 18 años y
había tenido que aprender a aferrarse a la existencia con
la fuerza que lograba sacar de una pobreza espantosa. Noches
llenas de noches y días plenos de soledad, se
habían sucedido en una caravana silente y mortal; nada
había que esperar de nada ni de nadie; conoció el
dolor y, como toda mujer admirada por todos los cosmos, lo
usó para ser más digna, aunque siempre más
pobre y sola. La soledad la rondaba por todos los ángulos
dimensionales, en una tarea que el sino se propuso hacerla suya:
regocijarse ante la lucha perdida de antemano; entre esa mujer
que pugnaba por mantener el nombre, por una parte, y el destino
mismo que se empeñaba en hacer que la nieve acogiera al
carbón, luego de haber sido brasa. Finalmente, las arenas
de los desiertos dejaron de ser hologramas centuplicados del sol
y se convirtieron en multiplicados reflejos de una luna
fría, astuta y vengadora. Ninguna furia sobrepasa la furia
que engendra la luna, una vez enterada de que alguien es
luna-luna. Cuando los cometas le anunciaron que había una
luna-luna en una nueva constelación, la luna lanzó
su furia y reclamó la sangre que había dado para
que los volcanes hicieran hervir la noche del planeta.
Demandó al destino el reordenamiento radical de los
aconteceres para rectificar el atentado y lo amenazó con
ocultar el sol y evitar que el sino viera el desarrollo de sus
designios si es que no cumplía con lo
instruido…
Pero, cosa rara, fue entonces que se conocieron;
precisamente cuando el dolor de vivir se hacía casi un
imperativo para dejar de hacerlo. Fue como si el cosmos
desaprobara la dictadura de la luna y ordenara a las
constelaciones que diseñen el momento feliz. Fu entonces
que visitó el parque, el que tantas veces la había
visto dialogar con nadie, para cobijarse en su sombra. Fue
entonces que apareció él; venía de
contramano con la cabeza en alguna otra parte y el paso imperioso
y mandón. Tropezó con ella; la miró,
recibió la mirada de vuelta; la vio vulnerable,
débil, con la piel hecha esponja del dolor mismo del
mundo. La sintió temblar; la tomó de las manos en
ademán protector, al sentirlas le preguntó por
qué estaban tan frías y por qué
parecía tan sola. Ella no contestó; más bien
bajó la mirada tratando de ocultarla. Como si fuera un
adivino de alguna constelación de gris brillante,
entrelazó sus dedos con los suyos y con una voz reposada
le dijo:
–dicen que dos soledades juntas hacen la mejor
compañía
Se alejaron en medio de la noche; las sombras, formando
un séquito de siluetas vibrátiles, les abrieron
paso. Desde entonces fueron felices; desde entonces renunciaron a
ser si el otro no era; desde entonces sintieron que el
corazón les latía al mismo ritmo. El final de la
carta donde se rotulaba la constancia de lo que había sido
el destino común, decía, con acento de feliz
resignación:
…..tal vez les parezca extraño, pero
no muero por el dolor por su muerte, pues su recuerdo hace dulces
mis momentos. Muero por algo que podría llamarse la
última expresión de lealtad: si él ha muerto
es desleal que yo viva; pues él fue la fuente de mi vida y
yo de la suya. Así, su muerte es la causa de la
mía. No se aflijan por mí: fui feliz por cincuenta
años; soy feliz en este momento, cuando decido internarme
para siempre en la eternidad de lo que no
conocemos.
¡Sí,
él es!
Virginia supo que el momento más importante de su
vida había llegado; el hombre que había regido su
destino, que había planificado sus actividades y que,
incluso, le había ordenado con quién debía
acostarse cuando era necesario, se acercaba al banco del parque
con esos movimientos aparentemente desgarbados y esa apariencia
de ingenuidad lograda después de años de
entrenamiento. Como de costumbre, vestía un traje
intencionalmente confundible con el entorno, escondido
parcialmente por un abrigo de color indefinido y de corte
ordinario. Todo en él parecía vanal; sus mejillas
rechonchas, su pelo lacio, peinado con una raya a la izquierda
sin ninguna onda o desnivel que anunciara el más leve
atisbo de algún escondido coqueteo personal. Los lentes de
miope le daban una apariencia de insignificancia que él se
ufanaba en exponer con una naturalidad que habría dado
pistas falsas al más sutil de los diseñadores de
perfiles humanos. Cuando tomó asiento al lado de Virginia,
en el banco del parque, ella sintió una vez más la
asombrosa energía que ese mameluco entrenado
despedía de sí mismo. El apretón de manos,
ágil y poderoso, le recordó que estaba ante la
presencia de uno de los hombres más poderosos del
país; tal vez, del mundo. Al contestarle el saludo,
aún antes de verle los ojos, supo que éstos
parecían palpitar ante la fuerza que irradiaban en la
mirada. Mirar esos ojos, mirar esa mirada, era rendirse ante el
extraño influjo que este hombre emanaba con solo su
presencia. El diálogo se inició de inmediato; corto
y claro. Cuando estaban entre ellos, las palabras servían
para informar, sólo para informar; nunca para expresar
algo que no fuera que información. Los gestos estaban
demás. Los afectos también. No había
prolegómenos. Pero esta vez, ella decidió
intercalar algunas frases introductorias que intentarían
mostrar su estado de ánimo.
–hoy termina mi contrato; los diez años
comprometidos han pasado como diez antorchas en una noche de
oscuridad plena
–por diez años has vivido en una
dimensión que no encaja con la vida habitual; diez
años en un mundo que es la entraña misma del mundo;
allí donde se conoce la textura de lo real; allí
donde todas las sonrisas son muecas pintadas para toda
ocasión; donde el dolor ajeno no tiene asidero en nada ni
en nadie, donde más bien es un motivo de
satisfacción; me pregunto qué es lo que tienes
pensado hacer
–nada que pueda interesarte; nada que pueda
hacerte mover una sola pestaña; nada que convoque ni
siquiera un parpadeo
–Virginia; yo no escogí ser lo que soy; me
hicieron, me moldearon como se moldea una pequeña bola de
nieve en manos de poderosos; pero no creas que he perdido todo;
aún me queda algo, algo que exige ser alimentado por lo
menos de vez en cuando, como ahora, cuando siento que me preocupo
por ti, no por lo que te espera en la vida sino por lo que
esperas tú de ella; no estrujes este momento de humanidad
que siento en mí por ti y hazme confidente de por lo menos
un retazo de alguno de tus sueños.
Virginia quedó temblorosa, insegura, como el
reflejo de una sombra en el agua: pero sombra asombrada. Nunca
habría pensado que Beltrán tuviera asilo para un
solo sentimiento que no fuera el de lograr lo que tenía
que lograr. No dudó al verlo, acostumbrada a penetrar las
pupilas y las sienes más recónditas de un hombre,
vio que las de Beltrán vibraban, no con las palpitaciones
del engaño hecho sebo, si-no con el latir de un ser que
pide una palabra humana de un humano a otro, en instantes en que
se da cuenta que es humano.
–quiero ser una mujer normal; quiero un marido
normal; quiero hijos normales; quiero ser mujer, esposa, madre;
pero antes, quiero sentir que un hombre, ajeno a la
ambigüedad, realice en mí la transmutación de
robot en mujer. Quiero ser mujer, nada más que mujer y,
siendo mujer, quiero gozar conscientemente del privilegio de
serlo
–Virginia, te impones la tarea más
difícil de cuántas pueda haberte impuesto la
Agencia; espero que seas eficiente como siempre
Beltrán había adoptado otra vez la actitud
del profesional; por diez segundos había sido hombre, pero
supo que ya no lo sería más. Virginia fue a su
departamento y llamó a su amiga, la única que
tenía en el mundo, pero también, la única
que podía estar verdaderamente segura de que era amiga:
leal, franca, cálida ….. humana
–¿qué vas a hacer ahora
Virginia?
–lo que le dije a Beltrán: buscar un
hombre….. ¡Y no me digas que me ponga detrás
de Diógenes! En medio de tantos hombres, tiene que haber
un Hombre
–ha de ser una tarea ruda y sin pronóstico
conocido; el Zen dice que en el camino está la meta; si
hemos decidido hacerlo, ya hemos ganado la batalla,
independientemente de los resultados
Fueron a los bares de solteros, a los estadios
deportivos, a las bibliotecas y a las fiestas de smoking; los
resultados siempre eran los mismos: a los cinco minutos de una
conversación, Virginia, que había sido inigualada
en el arte de llegar a la conciencia de un hombre, no-taba
inmediatamente la ambigüedad en cada uno de ellos. Era
extraño, pero le bastaba un solo movimiento que no estaba
programado, un solo cambio descuidado en la mirada, un solo
ademán no planificado de una mano, cualquier cosa, por
insignificante que fuera, para que ella descubriera en él,
al macho cabrío lleno de lujuria pero sin un solo atisbo
de hombría. La tarea de encontrar un hombre se
hacía mucho más difícil que la de encontrar
un espía o un terrorista que intentara matar a todos los
niños de alguna escuela. Uno de esos días,
caminando por la calle, pasado el medio día, su amiga
sugirió que podrían ir a comer una hamburguesa en
la primera hamburguesería que encontraran.
–hace mucho tiempo que no comemos una simple
hamburguesa con queso, utilizando las manos y no el juego de
cubiertos que nos ponen en las mesas de esos restaurantes de
moda.
Entraron a la primera que se les presentó;
tomaron asiento, pidieron y, por la costumbre adquirida, se
pusieron a dar revista a los clientes del lugar; todos
parecían empleados de oficina o trabajadores manuales.
Utilizando el código del reloj para indicar la
posición de un objetivo, cada una empezó su
reconocimiento del área. La amiga anunció:
–objetivo a las 10.55; Virginia tornó la cabeza y
vio al objetivo señalado. Era un hombre de unos 38
años, ni alto ni petiso; ni gordo ni flaco; ni buen mozo
ni esperpento; ni elegante ni desastroso ni… lo vieron cuando
la camarera le trajo su hamburguesa y cuando él le
sonrió con un ademán un tanto tímido pero
franco. Vieron también que la puerta había quedado
semiabierta y que por ella había ingresado un perrito.
Ellas intuyeron que el hambre había podido más que
el miedo en el perrito callejero. Dubitativo, decidió al
fin averiguar si había alguien que pudiera entender el por
qué de su presencia…luego de pasar un rápido
examen de los clientes, se acercó al hombre-objetivo de
las dos amigas… al hombre de la actitud tímida pero
confiada. El diálogo entre las miradas, que pareció
sellar el acuerdo definitivo, no duró cinco segundos. La
hamburguesa fue partida en dos para ser compartida por dos. El
perrito tragó la suya con una rapidez que anunciaba su
miedo a que alguien se la arrebatara antes de que se la
engullera. Pero la camarera había notado la presencia no
deseada y lo sacó sin miramientos. Se alejó por la
calle, pero antes de cruzar la acera, volvió la vista
hacia su compañero de almuerzo y lo miró con la
mirada suave y resignada de los perros que saben lo que es el
hambre y la dificultad de encontrar alguien que también lo
supiera. El hombre-objetivo le sonrío a través de
la ventana panorámica y se despidió de él
alzando y moviendo la mano, tal como se despide a un amigo muy
querido. La escena había impresionado a las dos
amigas
–hay una probabilidad de que él
sea
–una probabilidad ya es algo, en un mundo pleno de
incertidumbres
Virginia llamó a la camarera y, con un
ademán de complicidad inmediata que sólo las
mujeres saben lograr, le pidió alguna referencia sobre el
hombre de la hamburguesa
–viene dos veces por semana; pasado mañana
estará aquí otra vez para pedir lo mismo, a la
misma hora y, si es posible, en el mismo asiento de la misma
mesa
-¿…?
–las propinas que deja no son gran cosa; pero se
nota que no es por amarrete, sino porque sus ingresos no parecen
ser muy robustos
Virginia y Edith decidieron que el próximo jueves
estarían a la misma hora, en el mismo lugar. Las dos
próximas noches especularon sobre la personalidad del
objetivo
–apuesto que es contador, dijo Virginia; tiene
todo el perfil de alguien que realiza una tarea rutinaria y
sistemática
–apuesto que es contador, dijo Edith, debido a que
tú lo has dicho y en esos asuntos nadie te gana
El jueves llegó y con él, la oportunidad
de llevar la intención a la acción. Sentadas a la
mesa, vieron como el objetivo se sentaba en la misma silla que
había usado el martes y pedía su hamburguesa. Nadie
había dejado entreabierta la puerta, por lo que
ningún perrito entró a probar suerte. El de la vez
pasada no vino. Cuando el hombre-objetivo andaba ya por la media
hamburguesa, vio que una figura femenina se erguía frente
a él. Empezó a mirarla desde abajo, como
corresponde, para subir los ojos hasta los ojos de la imprevista
presencia. Por acción refleja se puso de pie, algo que
Virginia apreció en todo su valor
–buenas tardes; disculpe mi atrevimiento, pero, al
verlo comer tuve grandes deseos de acercarme a usted para pedirle
un favor
–buenas tardes; por favor tome asiento y
permítame pedirle algo
–no se preocupe; acabo de terminar mi lunch;
más bien le ruego que continúe con el suyo mientras
le explico el por qué de mi presencia; pero antes me
gustaría conocer su nombre, el mío es
Virginia
–Asencio; Asencio
Virginia supo que había acertado: Asencio
tenía que ser contador
–no es un nombre muy común, por eso es que
se recuerda más fácilmente; por lo que veo usted es
un gran amigo de la buena mesa
–sí, sí; la tentación de una
buena comida es irresistible, dijo el que comía
hamburguesa
Virginia escondió una sonrisa de
satisfacción ante la ingenuidad tan transparente de
Asencio, pero continuo con su tono afable, dando la
pequeña impresión de que estaba en un problema y
necesitaba ayuda
–mi problema es que debo presentarme en un
concurso de cocina, preparando un plato cuya receta viene desde
mi tatarabuela, pero antes necesito cocinarlo para una persona
completamente neutral, como usted, y lograr de ella una
opinión franca
–¿usted cree que yo tendría la
autoridad suficiente para decidir si debería usted
presentarse a un concurso de esa importancia?
–sí; por esas intuiciones que tenemos las
mujeres, creo que usted es la persona más
indicada
–si usted así lo cree, estoy a su
disposición
–¿Le parece bien, mañana viernes, a
las siete de la noche en mi casa? en esta tarjeta tengo la
dirección y mi teléfono
–mañana estaré a la hora
señalada
–hasta mañana y buen provecho
Virginia se dirigió a su mesa para comentarle a
Edith que en los diez minutos que había conversado con
Asencio
–¿Asencio?
–sí: Asencio; el nombre parece rimar con
Contador, por lo aparentemente llano y sin aprestos de
altorrelieves postizos, en una personalidad en la que, no cabe
intención alguna de ocultar algo o aparentar ser lo que no
se es
El día siguiente Virginia se esmeró con
especial atención para preparar un plato con el que
había conquistado los estómagos y, con ellos, las
confidencias de varios sujetos, caídos en vorágine
por el vino y la presencia de la mujer hecha tentación
viviente. Asencio llegó a las siete en punto, tal como lo
había pronosticado Virginia. Pasó al living del
departamento, preciosamente decorado sobre la atmósfera de
alegre intimidad que la dueña había logrado,
después de que varios diseñadores se habían
rendido a sus esquemas y exigencias; le pidió disculpas
por algunos instantes y lo dejó para ver su
reacción inicial. Por lo general, los hombres que
había conocido eran indiferentes a los pequeños
detalles que hacen de una casa un hogar, lo que demostraba su
falta completa de sensibilidad para las cosas pequeñas de
la cotidianidad, fuente verdadera de satisfacción
reeditada, según la definía Virginia, con gran
devoción. Asencio empezó a inspeccionar el ambiente
con muestras de gran asombro y contento en su rostro y en la
manera cómo rozaba con los dedos los pequeños
adornos. Su mirada se detenía en cada cuadro de las
paredes para apreciarlos con atención reiterada;
había algunos ante los cuales entreabría la boca
como si buscara más espacio interior donde se extendiera a
sus anchas la admiración que sentía en cada caso;
se agachaba para observar con mayor detenimiento las figuritas
tridimensionales que parecían resbalar en los anaqueles de
vidrio, donde conformaban un conjunto que era más de
maravilla que de realidad; miraba todo, pero nada tocaba, aunque
debía sentir muchas ganas de hacerlo.
Seguramente tendrá la misma actitud conmigo, algo
que en su momento tendremos que remediar, dijo para sí
Virginia, al comprobar que había encontrado un hombre que,
por lo menos, se conmovía ante los pequeños objetos
hechos de cristal y de color. Finalmente, volvió al living
y le pidió que lo acompañara al comedor;
allí le sirvió un Martini a lo James Bond en una
copa triangular de simetría fina y hasta altanera. Al
probarlo, Asencio preguntó qué era, a lo que
Virginia respondió con una gran naturalidad, tratando de
que no se presentara entre ambos ninguna escena que pudiera
intimidar a su invitado; pero luego comprobó que Asencio
no tenía complejos de ninguna clase; preguntaba
simplemente porque no sabía y eso no le parecía
algo de qué intimidarse. En realidad empezó a
preguntar sobre todo lo que veía y probaba. Su mente,
acostumbrada al paso isócrono de los números
registrados en la maquinita de calcular, parecía asimilar
con gran contento todas las respuestas. Llegó el momento
en que Virginia sirvió el plato preparado desde las horas
de la mañana; al hacerlo, se alegró del cambio de
actitud de Asencio, pues de preguntón y comentarista de la
información que recibía, se volvió serio y
formal ante la responsabilidad de tener que dar una
opinión que podría ser definitiva. Ella
también adoptó la misma actitud y comieron en
silencio. Virginia vio a su anfitrión terminando el plato
sin dejar ni una huella de que algo había contenido encima
de él; lo vio pasarse la servilleta por los labios y
también lo escuchó hablar:
–Señora: permítame decirle que nunca
en mi vida había imaginado que en el mundo pudiera haber
comida tan rica. Tampoco habría podido concebir que una
señora tan linda pudiera cocinarla con esa calidad tan
llena de maravilla. En mi opinión, no habrá
concurso que se le resista.
Virginia lo vio ponerse de pie y dirigirse hacia ella;
lo sintió cuando tomó su mano y con una formalidad
que cualquier diplomático del Asia habría
envidiado, miró que él la miraba en los ojos, al
mismo tiempo que escuchó que decía:
–Señora, con toda mi gratitud, mi
admiración y mi respeto
lo vio doblando la cabeza para estampar en el dorso de
su mano el beso más genuino y más electrizante de
cuantos había recibido en su
vida……..
Al comentar todos los detales, ante una Edith extasiada,
la experiencia multiplicada por la evocación varias veces
repetida de la víspera, le preguntó:
–dime Edith: ¿alguna vez, en tu larga
experiencia con hombres de todo calibre, recibiste un homenaje
como ése?
–nunca
–yo tampoco; su actitud fue tan verdadera, tan
íntegra, tan noble que la tiara de una reina
parecería desteñida y hueca al lado de la majestad
con que me miró, tomó mi mano, pronunció las
palabras y la besó. Por primera vez en mi vida me
sentí mujer, con la piel convertida en un campo
electromagnético que habría electrocutado a
cualquiera que me hubiese tocado, aparte de él; por eso
quiero anunciarte, amiga querida, que la búsqueda ha
terminado. Él es
–pero ¿también "Él es" en el
asunto de ……?
–también; aunque un poco inexperto parece
que tiene una gran capacidad de aprender; al día
siguiente, cuando me desperté y lo vi a mi lado,
definitivamente supe que era él, nadie más que
él…..
–me pregunto, querida Virginia, como
resultará un matrimonio en el que tú eres de una
fortaleza imbatible, y él es un niño grande que
anda por el mundo sorprendiéndose de todo lo que
mira
–va a ser formidable; voy a poner en él
toda mi ternura, la que ha estado olvidada por mucho tiempo; lo
voy a proteger siempre, aunque él no tendrá que
darse cuenta; voy a despertar en él toda su potencialidad
de hombre, la que me ha encandilado desde el primer día,
esto es, su potencialidad de hombre bien parido…
acostumbrada a manipular hombres para lograr mis objetivos en la
Agencia, en cierto modo voy a manipular también a Asencio,
pero no para aprovecharme de él, sino para que él
aproveche de sus cualidades y tenga una vida más plena al
lado de la mía. Seré amiga, compinche,
compañera, amante y esposa, todo en uno. Seré madre
y así sabré inculcar a los "asencitos" o a las
"virginitas" la misma fuerza vital que ahora me hace vivir en un
mundo lleno de contento y de alegría de vivir
–sé que él nunca te
defraudará, pero también sé que, al fin y al
cabo es un hombre, por lo que me pregunto: ¿qué va
a suceder cuando te enteres de la primera infidelidad? Tal es el
fatalismo que tenemos las mujeres al respecto, que estoy segura
que ese día, necesariamente, tiene que llegar
–Edith, te voy a pedir que leamos juntas un pasaje
de una novela que leí hace tiempo "La Flor de los
Cardos"
Las crónicas avasallan; el polvo las ha
vuelto exigentes. Exigentes en el ser. Exigentes en cumplir la
Voluntad de Ser. Exigentes en que se las tome en cuenta. Tal vez
la sabiduría popular sea la única sabiduría.
No sabe con gran exactitud por qué sabe, que en
razón de cuentas, es el mejor modo de saber; o el
único verdadero. Los académicos parecen estar
siempre majaretas. El hecho es que en algún lugar dentro
de otro, un buen vecino de un pueblo glácil y
dulzón, se objetivizó completamente gracias a una
enajenación de su subjetividad. Esa objetivación
adquirió la imagen de un demente, el que se
entreveró a trompadas con el cielo, con tal fuerza que la
vehemencia de sonidos guturales empezó a zarandear las
nubes, mientras que sus uñas se dedicaban a jironear el
aire. A cada nuevo zapateo, un puñado de pelos era
descepado de su propio cráneo. Quería morderse las
orejas, después de haberse arrancado, de tres en cuatro,
las pestañas.El pueblo se reunió a su alrededor
para persuadirlo a la sensatez. El molinero dejó el
molino; el herrero olvidó la fragua; el borracho se
creyó en fiesta. Las señoras diagnosticaban falta
de mujer; las mozas miraban por todos los costados mientras que
el enajenado brincaba en el mismo lugar como si cada retorno al
suelo hubiera sido un con-tacto repetido sobre brasas
blanquiamarillas. ¿Qué pasaba? La pregunta se hizo
una cadena de preguntas a medida que cada uno era receptor y
transmisor intermitentemente: Qué pasaba? Pasaba que el
vecino era novio; que la novia no sólo era novia; que era
también veleta, vela, velamen completo; que el honor
había sido mancillado, afrentado, muerto y sepultado. Sin
esperanza de resurrección.
El pueblo se puso a analizar la novedad sin novedad
y filosofó sobre la perseverancia de la inconstancia. La
marejada de humanos iba y venía de acuerdo a la
atracción gravitatoria de los gritos reivindicadores,
hasta que una voz de mujer, conocedora de experiencias ajenas y
propias, sobrepasó la velocidad del rumor,
exclamando
¡Pero miren el lugar que había escogido
ese merluzo para depositar nada menos que su
honor!
Ante una observación tan aguda, los
munícipes, luego de reunión de honor, decidieron
aconsejar al convecino que en el futuro escogiera lugares menos
vulnerables para depositar su honor. Se cuenta que desde entonces
los hombres encontraron rincones menos asequibles para el celo
del pundonor; las mujeres dejaron de ser consideradas honoricidas
y la villa vivió en paz.
-me gustaría decirte que yo nunca voy a poner mi
honor ni mi felicidad en la entrepierna de nadie, mucho menos en
la de un hombre, por santo que parezca. Por otra parte, he usado
tantas veces mi cuerpo y otros lo han aprovechado otras tantas,
en beneficio de la Seguridad de Estado, que considero que yo ya
le he sido infiel por mucho tiempo. Juzgar una eventual
infidelidad suya, sería como si yo me pusiera de ejemplo
de castidad.
–Virginia lo que te dijo tu antiguo jefe es
cierto: te enfrentas a la tarea más difícil de
vida.
–la que exigirá todo de mí; a la que
daré todo; he decidido ser feliz y voy a serlo. Nada me lo
impedirá. Nada; sobre todo, vuelvo a decirlo, nunca voy a
cometer el error de depositar mi felicidad en la entrepierna de
un hombre.
En un
aeropuerto
La tecnología ha hecho maravillas en el
transporte aéreo: los aviones son más veloces,
más seguros y más cómodos. Sin embargo, la
calidad de los servicios ha decaído y los horarios de
vuelo se respetan con menos seriedad; las salas de espera no han
cambiado nada; cuando hay mucha gente las mesas de café o
de algún trago faltan, las sillas también. No
sé por qué me fijé en el buen mozo que
ingresó en la sala donde yo estaba; quería servirse
el trago obligatorio antes del vuelo. Miró a todos lados y
en todos los lados; las mesas estaban ocupadas excepto una
pequeñita, donde estaba yo; se acercó con su trago
en la bandeja y me preguntó muy cortésmente si
podía sentarse a la misma mesa y, de paso,
acompañarme; le dije que sí; ¡lo había
hecho tantas veces!; una vez instalado, el hombre se
presentó tendiéndole la mano
–gracias por dejarme sitio en su mesa, mi nombre
es Adolfo Flores, estoy de viaje, algo que no me gusta, no me
gustaba y no me gustará, le tengo miedo a los aviones y
soy economista
–bien venido; mi nombre es Isabel Cardona y soy
puta profesional (lo dije con rabia, con deseos de ofender,
pero el hombre pareció no darse por
enterado)
–he ahí una profesión verdaderamente
social y que requiere, me imagino, un gran sentido de relaciones
publicas
–nos defendemos
–me gustaría preguntarle cómo
marchan los negocios
–muy bien: las ganancias aumentan sensiblemente,
parece que ya ha pasado uno más de los tiempos malos que
siempre nos visitan (la conversación empezó a
tomar un cariz que yo no esperaba)
–dígame, ustedes cobran tarifas por hora
¿no es cierto?
–sí; es la mejor manera de conciliar los
intereses de la demanda con los del cliente
–¿acertaría si afirmara que las
tarifas se han incrementado últimamente?
–sí señor; se ha registrado un
significativo incremento en el pre-cio de los
servicios
–me imagino que, como en cualquier otro negocio,
ustedes deben tener un sistema de varias tarifas, tanto por
servicio específico como por paquetes
integrados
–por lo general, un paquete integrado cuesta menos
que la suma de los costos de los servicios que lo componen; usted
parece estar muy al tanto de estos asuntos; tal vez
debería considerarlo un consumidor habitual en este
mercado
–no; la verdad es que no recurro a los servicios
de una empresa especializada en ese aspecto
–sin embargo, nosotros podemos ofrecerle muchas
cosas que no son comunes en las relaciones románticas
normales y, por tratarse de usted, que me cayó muy
simpático, podríamos hablar de un tipo de descuento
especial
–volvamos al asunto de las tarifas; usted
ratificó mi percepción de que habían subido
últimamente, lo que me pareció lógico, dado
que las inversiones totales en el país se han incrementado
en el último año y, por lo tanto, también se
ha incrementado el ingreso disponible promedio
–me alegra que nuestras percepciones sean
similares, sobre todo, si se trata de comparar las mías
con todo un profesional de la Economía, una ciencia que
parece ser muy difícil
–no crea; no estamos tan lejos uno del otro; al
contrario, cuando los economistas hacemos un diagnóstico
de la situación económica-social del país,
usamos muchos indicadores, entre ellos, la tarifa que cobran
ustedes y las variaciones de la demanda y de la oferta en este
mercado
–no sabía que éramos tan
importantes
–lo son; también puedo decirle que la
demanda de los servicios que ustedes prestan es
elástica
–¿y eso que significa?
–significa que cuando ustedes suben el precio en
un porcentaje dado, la demanda se reduce en más de ese
porcentaje, lo que hace que el ingreso total de ustedes disminuya
también
–¿cómo se explica entonces que ahora
hubieran subido los precios y la demanda hubiese aumentado, al
mismo tiempo?
–debido a que las elasticidad de la demanda de
esos servicios, con relación al ingreso es también
elástica
–¿lo que significa…..?
–que si el ingreso nacional sube en cierto
porcentaje, la demanda por sus servicios se incrementará
en más de ese porcentaje; habrá mayores ingresos
para ustedes
–esto sí es interesante; ¿de manera
que tenemos indicadores que cuantifican la respuesta de nuestro
mercado a las condiciones cambiantes en la economía del
país?
–conste que sólo hemos hablado de la
demanda; habría que completar el análisis con la
oferta de los servicios
–quiero saber que dicen ustedes los economistas,
los que parecen ser tipos muy interesantes, sobre el
particular
–es al revés de la demanda; cuando las
cosas andan mal en el país, la oferta de damas de
compañía aumenta, porque muchas mujeres, entre
ellas, madres solteras, se ven obligadas a ingresar al
mercado
–conozco a muchas colegas que están en ese
caso; las llamamos "las golondrinas del invierno"
–me parece un nombre muy apropiado para el caso;
al contrario, cuando la economía del país mejora,
entonces gran parte de las "golondrinas de invierno" vuelven a
sus ocupaciones anteriores, la oferta disminuye,
disminución que coincide con el incremento de la demanda y
todo se vuelve mejor en el mercado de los servicios que ustedes
prestan
–después de lo que he escuchado, prometo
que de hoy en adelante me sentiré más importante,
sabiendo que nuestros servicios conforman un mercado que sirve,
entre otras cosas, para cuantificar el nivel económico del
país…… pero hay algo que no entiendo; por lo
general, cuando alguien se entera de que soy una dama de
compañía, hombre o mujer, inmediatamente cambia de
actitud; pero usted no; al contrario, le pareció muy
natural hablar con alguien de mi profesión
–con relación a lo que usted dice, me
atrevería a adelantar la hipótesis de que en el
caso de las mujeres, habría uno que otro motivo para ello;
al fin y al cabo, ustedes representan….una
especie…. de…..competencia desleal
–concedido
–lo que no entiendo es la actitud de los hombres;
los que pagan para estar con ustedes y sin embargo las tratan de
una manera tan abominable que nos avergüenza a todos
nosotros
–no creí que en un aeropuerto internacional
encontraría alguien que sería la excepción;
una especie de hombre de otro planeta
–me alegra haberla ayudado en algo… bueno,
he escuchado la última llamada para mi vuelo y demo irme;
le reitero mi agradecimiento por haberme dejado compartir su
mesa
–al contrario, la agradecida soy yo… ah, y
al despedirme de usted, le pido que no se olvide: cuando quiera
"auscultar" la situación de la economía nacional,
no deje de llamarme, aquí tiene mi tarjeta
–quizá lo haga; adiós
Cuando lo perdí de vista, sentí que algo
cambiaba dentro de mí; como si una nueva vida empezara a
germinar de pronto y, con ella, una alegría de vivir
inmensa, un sentido de confianza y de plenitud que jamás
había tenido… acostumbrada a ser tratada por todos
como algo ínfimo… acostumbrada a que los hombres me
manosearan grosera y grotescamente, que descargaran en mí
toda su lujuria y luego me despidieran como se despide a una
bestia… después de años de aguantar lo
mismo, cada día, cada noche, he aquí que de pronto
un hombre normal, un profesional se acerca a mi mesa, me pide
permiso para hacerlo, se presenta a sí mismo y me trata
como a una mujer normal, con respeto, como se trata a una
amiga… yo era la misma pero, al mismo tiempo no lo era;
había una energía en mi cuerpo, en mi mente, en mi
espíritu, tan potente, tan linda… me di cuenta de
que yo era una persona, que tenía un hijo, que era una
madre y tenía los mismos sentimientos que cualquiera de
ellas… decidí que podía empezar de
nuevo… tenía ahorrado mucho dinero, los guardaba
para los años tardíos y la universidad de mi hijo,
pero me di cuenta de que con ese dinero podíamos
también hacer muchas cosas: para empezar, cambiar de
vida… nos mudamos y yo empecé a trabajar de mesera,
por el hecho de tener una ocupación… mi hijo no
sabe de mi pasado, algún día le contaré, de
cualquier manera, sé que lo va a saber ….. todo
marcha muy bien…. incluso he conocido a alguien que me
mira cuando cree que yo no lo miro… ha pasado un
año desde aquél encuentro en el aeropuerto…
nunca más he sabido de Adolfo, mi amigo el economista,
pero dondequiera que esté, que sepa que guardo para
él un cariño profundo; que sepa que yo tuve el
privilegio de conocer dos hombre: mi marido, el amor de mi vida y
él, Adolfo, mi amigo, que le deseo que sea tan feliz como
lo merece un hombre que me enseñó lo que yo
había olvidado con la muerte de mi esposo: que en este
mundo todavía hay hombres… al evocar todo esto,
recuerdo el regalo que le dieron a mi hijo cuando yo le hice la
promesa de que en adelante nada le faltaría; pues bien, el
día que Adolfo se acercó a mi mesa me dio el regalo
más grande que se puede dar a una mujer que ha vivido en
el ostracismo: la autoestima recobrada; nunca volveré a
perderla… pero hay más: hace unos días mi
hijo me hizo saber que disfrutaba de las clases en la universidad
y que ya había vencido, sin dificultades, el primer
año de la Facultad de Economía.
El
Regalo
Es una habitación con piso de ladrillo, techo de
vigas toscas y paredes revocadas con cal; un foco patalea, en su
permanente agonía, rayos anaranjados que forman las
sombras del cuarto, sombras sigilosas que se deslizan de la pared
al piso, doblándose de súbito de horizontal a
vertical sin arco protector que les preste la
flexión.
Un mantel que ya remienda su propio ser, cubre una mesa
en el centro. En la cama, un niño derribado por la fiebre
tirita sueños quemantes que parecen ectoplasmarse en el
aire. La madre, sentada sobre el borde, lo mira y sus manos
felpan las del niño, cuya quijada se contorsiona ante los
repetidos escalofríos.
El niño había recibido el regalo como un
ciego recibe la luz. Al principio no quería tocarlo,
asaltado por la seguridad de que escaparía de sus manos o
se desharía en un manojo de impresiones pálidas;
luego, ante la insistencia, lo tomó con las manos y
sintió que -no tiene palabras aún para expresarse-
alguna epifanía había sido hecha sólo para
él.
La madre vuelve a mirarlo y su pupila brilla ahora con
un reflejo que no es del foco ni de ninguna luz; es un pedazo de
alma que ha surgido al ver que el niño, en su
sueño, ha esbozado una pequeña sonrisa.
En esa especie de arrebato de alegría, la madre
se hinca al costado de la y dice:
Fuiste concebido con amor y con amor yo te cedí
al mundo desde muy dentro de mí. Naciste como nace el
canto del ruiseñor: bello en sí para dar
alegría a nuestro mundo. Tu llegada consolidó para
siempre el amor que nos unía a tu padre y a mí.
Pero el partió muy pronto y sólo fuimos tú y
yo. Creciste en mí, luego, en mi regazo. Yo
aprehendí tus primeras sonrisas y escuché mi primer
"mamá": ¡Cuántas veces estuve en el
paraíso!
Pero la felicidad de tenerte ha sido también la
pena de tener muy poco para tenerte como hubiera querido. Cuando
papá partió nos dejó su recuerdo que lo
llenaba todo, pero no teníamos nada más. Sin
embargo, juré que me dedicaría toda a ti y, en su
memoria juré, que jamás otro hombre ocuparía
su lugar. Fotografíe con los ojos tu primer paso y vi que
el mundo ya te reclamaba con él. Conociste el ansia de
querer algo y la profunda impresión de no poder tenerlo.
Vi tus ojitos imantados ante un peluche y un autito de cuerda. No
pudo ser; y te quedaste con una mirada donde la sorpresa ante la
vida poco a poco se fue acurrucando en tus pupilas; desde
entonces, crecieron como dos rejas de hierro detrás de las
que tu ilusión se hizo presa. Vi que te convertías
en una carita sombreada por la tristeza. De pronto, tu mirada, de
tanto ocultar sus ilusiones, pareció cicatrizar para ser
entonces una mirada reposada; como la de un anciano que ya ha
visto las desiguales igualdades.
Hoy alguien te trajo un pequeño regalo; pero tus
ilusiones, acostumbradas a quedarse detrás de tus pupilas,
se negaron a fluir en un haz de lágrimas alegres. Y se
quedaron en ti, hasta enloquecer en tu pecho y expresarse en el
delirio. Tus mejillas florecieron no en dos auroras,, sino en dos
atardeceres. Tu frente albergó las gotas que la fiebre
exprimía de tu alma y sólo entonces tomaste el
regalo y lo abrazaste y lo estrujaste y quisiste que fuese una
parte permanente de ti. Fue ahí que me di cuenta de
¡cuán mala madre había sido tu madre!
Había querido ofrecerte mi alma, mi ser, mi virtud, mi
amor sin darme cuenta que un juguete era para ti tan importante
como lo era para mí el que fueras feliz.
En este momento, cuando veo que los fieros espasmos
huyen ante el nacimiento de tu sonrisa y que tu quijada deja de
tiritar, porque tus manos han vuelto a sentir la textura del
regalo, te prometo: no importará lo que deba hacer, no
importará lo que haga, pero la fiebre nunca más te
apretará el alma ante la emoción de recibir un
regalo. Ya no importará lo que diga el mundo, ni siquiera
importará la memoria de papá. No te hemos
traído al mundo para ser felices, sino para que lo seas
tú. Falta el hombre en la casa, es cierto, pero tú
nunca más tendrás que sufrir por ello, pues
convocaré a muchos para que nada te falte, o seré
convocada. Quizá me lo eches en cara, cuando a tu vez,
seas un hombre; quizá me desprecies; tal vez no llegues a
comprender por qué tu madre hizo lo que habrá
hecho. No importa, yo sabré que de niño fuiste
feliz; con eso me bastará. Desde hoy, cuando sólo
tienes tres años, yo te lo prometo: por ti, excepto el
alma, toda yo estará en continua subasta.
El
Anillo
Stephany Colbert es una de las actrices más
famosas de todos los tiempos. Cada película protagonizada
por ella es un éxito de taquilla asegurado; y de
crítica también. Las colas en las salas
cinematográficas del mundo dan el testimonio repetido de
esa inmensa popularidad que goza y el afecto que la
opinión pública le otorga; su belleza fascina por
la perfecta proporción de su cuerpo; como fas-cina
también la extraña languidez y energía, al
mismo tiempo, de sus movimientos. Los actores, todos de primera
línea, que tuvieron la oportunidad de trabajar con ella,
coinciden en afirmar que, a la par que hermosa, tiene un talento
de privilegio, pero lo que más les atrae, han dicho, es su
femineidad: no importa que ya se encuentre en los años de
una madurez que parece prestarle mayor encanto.
–es la mujer más mujer con la que he
trabajado jamás, dijo uno de los más conocidos
actores, refiriéndose a ella
Su trato con sus colegas, directores, productores,
guionistas… es afable, cortés y revelador de un
gran sentido de empatía; sin embargo, algunas de sus
amigas más cercanas coinciden en afirmar el hecho de que
hay en ella una atmósfera de melancolía que la hace
triste y taciturna cuando cree que está sola.
–es como si tuviera una pena infinita dentro de
sí, una tristeza que parecería haberse convertido
en una parte de su ser, imposible de disimular
Los reporteros nunca pudieron lograr nada de su vida
privada, no importa cuántos esfuerzos hicieron para lograr
por lo menos un atisbo que revele el motivo de su pena. Su vida
privada era realmente privada y nadie le conocía alguna
aventura, las que con tanta naturalidad adornan la cotidianidad
de una superestrella de Hollywood. Así pasan los
días y semanas y meses y años….
Pero una vez, sorprendió a una joven reportera,
con la que había llegado a un nivel muy cordial de
relaciones, invitándola a ir al concierto del cantante de
rock más popular
-Raquel, me gustaría invitarte al
concierto de "Flash" que se llevará a cabo esta noche a
partir de las 21 en el Carnegie Hall: ¿te gustaría
ir?
-por supuesto, dijo la reportera, con la sorpresa que
casi le ahogaba al otro lado del teléfono
Esa noche Raquel decidió centrar más su
atención a los movimientos de la actriz que a lo que
sucedía en la escena. Flash era el roquero más
famoso del momento y su juventud consolidaba la fama que
tenía, especialmente entre las adolescentes. Era un
ídolo irremplazable para las chicas desde los siete a los
21 años, por lo que su público era en verdad de una
energía sin límites. Raquel observaba la mirada
amorosa y la actitud de epifanía con que la actriz
escuchaba y contemplaba al ídolo de las adolescentes. A
cada inflexión de voz o movimiento del cantante, Stephany
cambiaba de una sonrisa llena de alegría a otra, con
diferentes matices. Raquel se preguntaba si el secreto de
Stephany no estaba allí, en la persona del cantante,
aunque no podía imaginarse que la gran actriz pudiera
tener una aventura amorosa con él. Cuando el concierto
terminó, Raquel vio como Sephany aplaudía con un
entusiasmo que nunca había visto en ella; además
comprobó que tenía los ojos llenos de
lágrimas.
La cosa parece que es seria, cualquiera que sea la
razón que la sustenta, se dijo para sí, ante las
muestras de emoción tan grande por parte de Stephany. Por
otra parte, le pareció que estaba viendo una de las
facetas ocultas de la personalidad de la gran actriz, pues era de
dominio público su compromiso oficial para casarse con uno
de los productores más famosos de Hollywood.
-Todos tenemos nuestros secretos, pensó, no sin
un poco de asombro.
Una vez terminado el concierto, algunos reporteros la
identificaron y se acercaron con grandes muestras de lograr
algún dato revelador que explicara su presencia en ese
evento. Stephany pudo eludir con gran pericia a todos ellos,
mientras le preguntaba a Raquel si no deseaba acompañarla
a su residencia. Raquel intuyó que algo estaba por ser
develado y aceptó la invitación más
rápido que inmediatamente
Reportera joven, tenía, sin embargo esa
intuición y esa ubicuidad que caracteriza a las personas
que habían nacido para ser periodistas. Una vez en el
living de la actriz y después de algunas preguntas con
algunas respuestas Stephany dijo de improviso, como si al fin se
hubiese decido.
-Te voy a llevar a mi sala de recuerdos; sólo yo
la visito y, al hacerlo, paso los momentos más felices y
más tristes de mi vida
Raquel no cabía en sí de asombro y de
contento: ella y sólo ella sería la primera persona
en ingresar al rincón más recóndito de los
secretos de Stephany; ninguna reportera joven podría pedir
más. Pero, a medida que se dirigían al recinto, la
figura del jefe de redacción de su periódico
empezaba a desdibujarse, para ser reemplazada por una
emoción desconocida para ella. El recinto era hermoso y
parecía algo así como una cueva de Aladino en
versión moderna; pero Raquel pudo reconocer vestidos que
la estrella había llevado en sus películas.
Había vitrinas de trofeos, de alhajas, de objetos de
cristal, de recuerdos que sus admiradores le habían
enviado desde diferentes lugares del mundo. Raquel no pudo sino
imaginar que cada uno de los cientos de objetos que había
en ese lugar debía tener una historia hermosa. Esta vez
fue Stephany la que se dedicó a observar la curiosidad
nunca satisfecha de su amiga y de necesidad de saberlo
todo…
-Voy a mostrarte la razón por la que estamos
aquí, a condición de que me prometas que nunca
revelarás lo que te voy a mostrar
-prometido
Abrió una caja de ébano de buena altura,
preciosamente tallado con motivos geométricos y
abstractos; de allí sacó una especie de arbolito de
Navidad, el que se componía de varios círculos de
vidrio, desde el de mayor diámetro en la base, hasta el
más pequeño, en la cúspide. En cada
círculo de vidrio había cajitas de ámbar que
se abrían para mostrar, sobre terciopelo azul, una
joya.
-estas joyas son recuerdos de momentos inolvidables que
tuve a lo largo de mis diez años de carrera; cada una
tiene una historia que algún día voy a
contarte
Raquel se sintió un tanto defraudada, pues
esperaba un inventario de recuerdos que harían las
delicias de los lectores de su periódico, sección
"Farándula", la que estaba en su fase de despegue;
Stephany continuó
-aunque es difícil clasificar las emociones, sin
embargo, el nivel en el que se encuentra cada joya, en su
correspondiente círculo de vidrio, determina mi
preferencia: cuanto más se acerque a la cúspide, la
joya me revive un momento más intenso
Raquel se preguntaba qué joyas habría en
el círculo de vidrio del nivel más alto de aquel
arbolito de navidad, tan artístico y valioso. Vio que en
el de mayor jerarquía había dos pequeños
estuches, los que seguramente contenían sendos anillos;
instintivamente, tomó uno de ellos para
acariciarlo.
-seguramente querrás saber que hay en el
último círculo y lo que significa
-sí; sin duda, sin la menor duda
Raquel le entrega el estuche que había alzado;
Stephany lo abre y Raquel tiene oportunidad de ver un anillo de
diamantes, como los de compromiso.
-Es el primer y último anillo que mi hija
recibió en su corta vida antes de morir de
leucemia
El asombro de Raquel no pudo ser reprimido: nadie
sabía que Stephany tenía una hija ¡ni mucho
menos que había muerto!
-tenía trece años y vivía con una
amiga; nunca quise que se contaminara con el mundo del cine y de
todos sus entreveros tan… singulares que tiene
-no sabes cuánto lo siento; la verdad es que tu
secreto fue muy bien guardado, pues no conozco a nadie que
tuviera la mínima idea sobre el particular
-murió de leucemia, luego de un año, en el
que me dediqué sólo a cuidarla; fue por ello que
rompí el contrato para protagonizar mi última
película y también la razón de que durante
ese año, casi no se me veía en ningún lugar
de los que tenía la costumbre de ir
Raquel asintió con un ademán que revelaba
que había comprendido la razón por la que Stephany
había desaparecido para el público.
-a pesar de que la vieron los mejores médicos del
mundo, los que acudían llamados por mi amiga,
soportó la terrible enfermedad todo un año; yo
estaba en la misma casa durante cada visita y sin que me vieran,
escuchaba lo que comentaban con mi amiga acerca de su salud:
siempre la misma conclusión: no había
remedio
Raquel no se atrevió a interrumpir la
pequeña pausa, la que terminó casi de
inmediato
-el día que cumplió trece años
apenas podía hablar; yo estuve a su lado todo el
día; de improviso, su semblante se enturbió con una
gran tristeza, a la par que me decía:
–mamá; ¿cómo es ser besada
por un hombre?, no como te besan en las películas, sino
como te besaba papá antes de que muriera
Al ver mi asombro, continuó
?una de las cosas que más me duele es que nunca
voy a sentir el beso de un chico; que voy a morir sin haber
escuchado las palabras que pronuncia cuando le dice a una chica
que le gusta, aunque sea mentira
… en ese momento sentí que nunca
había imaginado que podía sentir tanto dolor en un
solo segundo y, sin embargo, a la par del dolor emergió en
mí una idea que no necesitó ser analizada, sino que
se expresó de inmediato apenas fue concebida y le
dije:
–esa es una gran casualidad; como si el destino
hubiera tomado a su cargo la tarea de bordar una trama de cine en
la vida real
–¿por qué mamá?
–porque Flash, que es uno de los protegidos de
Laura, me preguntó por ti en varias ocasiones, debido a
que es la única persona en el mundo que sabe de tu
existencia (Laura era la que criaba a la niña y, la que en
ese momento, se sentía increíblemente sorprendida
por la mentira)
–¿Flash?…., ¿el cantante
más famoso de todos los tiempos?
–ese Flash; el que vino una vez para conocerte y
luego repitió la visita muchas veces mientras
dormías: el mismo que se quedaba cuidándote hasta
que empezabas a despertarte
–¿por qué nunca me
avisaste?
–porque él me lo pidió; me dijo que
tenía miedo de hablarte, dado que él ya tiene 18
años y tú solamente trece; ya sabes lo cobardes
pueden ser a veces los hombres
… vi el rutilante cambio que hubo en el rostro de
mi hija y decidí que la mentira tendría que ser
verdad aunque fuera lo último que yo hiciera en esta
vida
–¿crees que se anime a venir otra
vez?
–creo que tendré que convencerlo de que
deje de ser cobarde y venga ahora mismo
… sin perder un segundo fui a mi oficina,
llamé a mi representante y le pedí que me pusiera
en contacto inmediato con Flash
–está al teléfono
–hola Flash; te habla Stepahay Colbert y me
gustaría preguntarte si tienes unos minutos para poder
encontrarnos y conversar sobre algo que yo considero muy
urgente
… seguramente creyó que se trataba de
alguna propuesta comercial y me dijo que sí, que
podríamos encontrarnos en el vestíbulo de su hotel,
en media hora. Estuve allí a la hora indicada y lo vi ya
esperándome. Después de los saludos, le pedí
que habláramos en un lugar completamente aislado, para lo
que llamó a un empleado del hotel y tuvimos nuestro lugar.
Yo temía que la prensa se hubiera enterado y que
apareciera en cualquier instante; menos mal que no hubo tal;
conociendo como son los de la prensa, sus colegas, Raquel
movió la cabeza en señal de conformidad.
… una vez segura de que nadie nos
interrumpiría, le dije:
-sé que eres un gran cantante, según mi
hija, "el mejor de todos los tiempos"; lo que no sé es el
grado de calidad humana que tienes, pues lo que voy a pedirte
requiere de un nivel máximo.
–Stephany, puedes contar conmigo
…le conté todo ante un silencio que
intuí respetuoso y comprensivo
–no te preocupes; dame una hora y espérame
en el domicilio que me diste
… le agradecí como nunca había
agradecido algo a alguien y me fui a casa de Laura donde estaba
mi hija; cuando me vio me preguntó cómo me
había ido
–tuve que convencerlo de que tú no te
mofarías de él ni que considerarías
ridícula su presencia; aceptó y que estaría
aquí en menos de una hora
… fueron los minutos más largos de mi
vida, pero los pasé peinando y acicalando a mi hija, cuya
alegría crecía a cada minuto; llegó un poco
antes de lo previsto. Vino con un ramo de flores que
entregó de inmediato a mi hija, se sentó al lado de
su cama y empezaron a hablar con esa familiaridad
espontánea que tiene la juventud
–siempre he creído que cinco años de
diferencia eran el cuarenta por ciento de tu vida
–y el treinta por ciento de la tuya, no te creas
tan viejo
–cuando te vi por primera vez sentí que
nunca más dejaría de verte en mis pensamientos y
que todas las canciones que compusieran tendrían algo de
ti
–pues… nunca pensé que
podrías fijarte en mí, habiendo tantas chicas que
están locas por ti; lo sé, porque yo siempre fui
una de ellas; nunca nos perdimos un concierto tuyo
–así que tú eras una de las locas
que gritaban como desaforadas
–así es; y creo que yo era la más
gritona; pero eso fue antes de que cayera
enferma…
–si eras la más gritona y yo te hubiera
conocido entonces, te habría pedido que fueras parte del
grupo, con toda seguridad que la potencia de las voces
habría aumentado considerablemente
… es increíble la facilidad con que los
jóvenes se ponen en contacto sin las formalidades que
nosotras necesitamos y con un anticonvencionalismo que nos
parecería ofensivo, decididamente. He ahí que una
estrella de rock hace bromas a una niña de trece
años, sentenciada a morir de leucemia dentro de muy poco,
y ambos festejan las ocurrencias con genuina alegría. Hubo
un silencio cómplice entre ambos, el que fue roto por la
voz de Flash
–quiero que sepas mi nombre: es Alexander Wilson
Parker
–mucho gusto señor Parker; yo soy Jennifer
Nathaly Colbert
–mucho gusto, señorita Colbert; ahora que
nos conocemos formalmente y que somos seres de última
generación, quiero pedirte algo
–concedido
–me gustaría que fueras mi prometida; te lo
pido con todo el amor que un hombre puede sentir por una
mujer
… al mismo tiempo que se le declaraba, Flash
sacó un anillo de este estuche que ves aquí y
esperó la respuesta
–no sé si tendremos la oportunidad de estar
juntos algún día
–eso depende del destino; lo que depende de ti es
hacerme saber si me aceptas como prometido
–sí; lo hago con toda la felicidad del
mundo
… el anilló le quedó perfecto; en
ese momento Laura y yo abandonamos el cuarto para dejarlos que
hablaran solos, aunque antes de salir vi como Flash le dio un
beso que selló con firmeza los labios de Jennifer. Creo
que nunca podré repetir la escena de ese beso, por
más que trate de hacerlo mil veces. Había en
él lo que toda mujer ansía: ternura, pasión,
sinceridad, hablaron por más de tres horas, después
de los cuales Flash salió me saludó y al irse me
dijo:
–señora, quiero que sepa que todo fue
genuino; el recuerdo de Jennifer estará siempre conmigo,
no importa dónde vaya, en cualquier camino que me lleve a
cualquier parte en todos los tiempos en que el tenga conciencia
del tiempo.
… le agradecí con un beso en la mejilla y
lo vi alejarse con su paso ágil y soberbio….cuando
entré al cuarto, Jennifer miraba el anillo; vi en su
rostro la alegría que desbordaba de su alma…. nos
miramos por un momento, luego me tomó de la mano, la
abrió, me miró intensamente en los ojos, se
sacó el anillo y lo dejó en mi palma abierta, me la
cerró con el anillo en ella y me dijo, sin dejar de
mirarme con esa misma intensidad:
–qué feliz fui; gracias
mamá
… lo dijo con una sonrisa de complicidad que
comprendí de inmediato; pero sentí que realmente me
agradecía aún sabiendo la verdad… y
murió… la percibí, desvaneciéndose
como una luz que quiso apagarse para estar segura que nada la
apagaría de otro modo.
Raquel entendió el porqué Stephany
había asistido con tanta emoción al concierto de
Flash; como si adivinara lo que pasaba en la mente y en los
sentimientos de Raquel, Stephany le dijo que se habían
hecho muy buenos amigos; siempre me llama de cualquier lugar en
que se encuentre, no importa la hora, y me dice que no ha
olvidado y que nunca olvidará a Jennifer. Luego
sacó de su estuche el anillo y le preguntó a
Raquel:
–¿no crees que merece estar en el primer
círculo de todos mis momentos más
intensos?
–sin duda; sin ninguna duda de duda
Ambas mujeres se quedaron mirando el anillo en una
atmósfera que el recuerdo había hecho
cósmica. Después de no se sabe si minutos u horas,
Raquel se atrevió a preguntar:
–¿Y la otra joya, la que me imagino que
debe estar en el estuche que acompaña al de este
anillo?
Sephany la miró con cierto misterio y, sin decir
nada, abrió el segundo estuche; Raquel vio algo que sus
ojos no podían creer, era un anillo, el que al parecer,
estaba hecho de un tallo de alguna enredadera, como las que
existen en cualquier lugar donde hay plantas silvestres; alguna
vez debió ser verde, pero el tiempo lo había hecho
amarillo opaco; ante la pregunta muda que hizo Raquel con la
mirada, Stephany respondió:
-En realidad, este anillo es la razón verdadera
por la que te pedí que vinieras.
Las
vitrinas
Estaba furiosa y no había eufemismos que
valieran.
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