Para 1821, el poder español en su arcaico
Virreinato de Nueva España, prácticamente
había sido licuado. Dos revueltas populares, encabezadas
por sacerdotes, Miguel Hidalgo con su "Grito de
Dolores" de Septiembre de 1810 y José
María Morelos, como su sucesor natural pero también
pasado por las armas, habían hecho temblar el sistema
colonial hasta sus raíces, pues ambas sublevaciones
tenían en común el hecho de ser "guerras sociales
de reivindicación". No nos detendremos en los antecedentes
más antiguos de esta clase de enfrentamiento, pero no
debemos soslayar ciertos odios intestinos alojados en el Imperio
español, que cada tanto asomaban a la luz de la Historia y
se traducían en un mar de sangre y muerte como la que los
blancos criollos o españoles observaron en la
rebelión tupamarista treinta años antes en
América del Sur).
Tras este primer período de insurrecciones
sociales, raciales y populares, distante en su método y
protagonistas de las revoluciones sudamericanas como la del
Río de la Plata, lideradas por las élites y no
persiguiendo en ningún momento un verdadero colapso
radicalizado ni su subsiguiente inversión de la
pirámide social, la independencia mexicana sobrevino de la
mano de los grupos dominantes, dejando a un lado ese impulso
ciertamente revolucionario de los comienzos, quedando anestesiado
ese sentimiento casi un siglo, hasta el surgimiento del
movimiento agrarista zapatista y la revuelta abierta y franca de
Pancho Villa, que describiremos más adelante.
En ese año, sólo alguien lo
suficientemente sagaz y maquiavélico podría alzarse
con el poder, eludiendo antagonismos y sorteando
obstáculos de toda laya. Ese alguien se llamaría
Agustín Itúrbide, primer emperador de los
mexicanos. Pero, ¿quién era este militar astuto
como serpiente? Dice el historiador chileno Diego Barros
Arana:
"Itúrbide era mejicano de nacimiento.
Contaba en aquella época treinta y siete años de
edad. En 1816, era ya coronel de ejército y gozaba de
cierto crédito por el valor que había desplegado en
la defensa de la causa real; pero en aquel año
quedó separado del servicio. Parece que desde tiempo
atrás pensaba en que convenía procurar la
unión de todos los mejicanos y hacerle servir a favor de
la independencia". (2)
A este fin, atrajo al último de los guerrilleros
patriotas que se mantenían en pie, Vicente Guerrero. Con
magistral muñeca política, de realista,
Itúrbide pasó a ser el adalid de la independencia.
Como resultado de esto, firmó el Plan de Iguala. Esto no
empece efectuar una breve consideración. Recordemos que en
Enero de 1820, el comandante Rafael de Riego se había
sublevado en España y el movimiento había llevado a
los liberales al poder y asimismo obligó a Fernando VII a
jurar la Constitución en marzo de ese año. Esto
impresionó sobremanera a los realistas mexicanos. Es
más que llamativo el pensamiento de Luis Alberto
Sánchez:
"El grito de Riego, en 1820, conmovió a
las colonias, como se ha dicho repetidas veces. En México
se dio por perdida la causa de Fernando, produciéndose
entonces un nuevo fidelismo, pero a la inversa: si el de 1810
fue, en las demás colonias, un modo de ganar libertades,
el de 1820 fue en México una manera de estrangularlas.
Pensando que Fernando podía caer en manos de los liberales
de Riego, los absolutistas de Nueva España se apresuraron
a forjar un plan, según el cual México se
separaría de España, haciéndose
independiente, para ofrecer asilo y corona al posiblemente
destronado Fernando VII, que no cayó, sino que
venció a los rebeldes. Entonces surgió
Itúrbide". (3)
¿El Plan de Iguala era una obra maestra de
"Realpolitik" maquiavélica? La respuesta es
afirmativa, simplemente porque dejaba conformes a todos los
protagonistas de este melodrama mexicano, pletórico de
amores, odios y recelos variopintos desde Hidalgo y Morelos e
ignoraba a las clases inferiores. ¿En qué
consistía básicamente? Las tres garantías a
las que aludía este instrumento jurídico eran:
a) independencia, b) unidad en la Fe
católica y c) igualdad para los peninsulares
respecto de los criollos. El gobierno sería entregado
a un infante español escogido por Fernando VII. El Plan
era una "regia" burla a los sueños y deseos de
los revolucionarios de 1810, pues con la implementación de
Iguala y el surgimiento de Itúrbide como una especie de
predestinado a salvar a la Patria en pañales, se alejaba
el fantasma de la revuelta "popular", de las plebes mestizas.
Dice Luis Villoro en referencia al Plan:
"(…) logró unificar a toda la
oligarquía criolla. El proyecto de independencia
aparecía, en efecto, claramente ligado a otras dos
garantías que tomaba muy a pechos: el mantenimiento de la
religión y del orden social, en la unión de todas
las clases (…) pero sus términos son muy diferentes
a los que la revolución popular había planteado. La
rebelión no propugna ninguna transformación social
importante del antiguo régimen". (4)
Agrega este autor, que el alto clero apoyó de
modo incondicional el arribo de Itúrbide, pues
defendía a la Iglesia Católica de los
"filosofemas liberales", lo presenta como un "nuevo
Moisés" enviado por Dios.
Reiterando a Sánchez: "Y entonces
surgió Itúrbide". Para el mejicano José
Vasconcelos (5) no era más que "un irresponsable
caudillo militar, el precursor del sistema de gobierno que
arruinó al país por más de un
siglo". Para concluir este cuadro del primer emperador
de México, diremos que…
"Desgraciadamente para México,
Agustín de Iturbide había contemplado demasiado
tiempo la imagen de Napoleón y había detectado
sutiles semejanzas entre sí mismo el formidable guerrero.
Este descubrimiento incitó al mexicano a buscar una
corona". (6)
Como podemos apreciar la tragedia de América
Latina también se percibe en sus clases dirigentes
contaminadas de fantoches y esperpentos como el más arriba
especificado y, cuyo cénit, lo hallaremos a
continuación con Santa Anna.
El proceso independentista había concluido. Luego
del sobresalto indomestizo de los tiempos primigenios y la poco
sutil lección de la "Alhóndiga", los grupos
dominantes de Méjico se alistaban para gobernar al
país, quizá con diferencias de matices, pero
quienes detentarían el poder, detrás del poder de
turno no se verían amenazados hasta estallido de la
Revolución Mexicana a comienzos del siglo XX.
Iturbide, "el Napoleón azteca",
duraría poco tiempo en su trono. Con corona o sin ella,
quien se dispusiera a manejar los destinos de este
espléndido pero enrevesado país, debía
forzosamente mantener saciados los bolsillos y las barrigas del
ejército, que ya se había exhibido como un grupo de
presión insoslayable y al cual "nadie"
podía tratar indolentemente. Don Agustín,
encandilado por tanto boato y tanta pedrería preciosa y
áureas medallas de órdenes de caballería por
él maquinadas, desatendió la cuestión
castrense pero prácticamente liquidó el erario en
asuntos irrelevantes. Corolario natural de esta mala
elección del efímero monarca "a la
mejicana" fue el levantamiento de las tropas a las
órdenes de un joven oficial veracruzano: Antonio
López de Santa Anna. Entre aquellos que se le
unieron al futuro generalísimo de (7) todos los
ejércitos, se hallaba un notable patriota: Guadalupe
Victoria (Félix Fernández). Ambos emitieron otro
"plan": el "Plan de Casa Mata" en Febrero de
1823. Por medio de este plan, se reclamaba el fin del
régimen imperial y el establecimiento de una
república como forma de gobierno. Don Agustín es
depuesto y es desterrado a Italia. Una postrera errónea
audacia sería la que le costaría su fusilamiento,
pues en 1824 decidió regresar a su país natal,
más, en lugar de ser vitoreado y aclamado como poco tiempo
ha, contrariamente fue y enviado ante un pelotón que
acabaría con su vida. Las veleidades imperiales
regresarían pero de manos extranjeras cuatro
décadas después.
La era de Santa
Anna
Era de héroes simulados,
piernas enterradas, pasteles mal pagados y
la mitad del territorio nacional
perdido
No obstante, antes de internarnos plenamente en el
derrotero de nuestro inefable hombre de la Veracruz, nos vemos
compelidos a exponer sucintamente quiénes merodeaban las
esferas del poder mexicano por aquél entonces. Y, como el
lector presumirá, eran éstos elementos de la
masonería anglosajona. Dos ritos principales hay en la
masonería universal: el escocés y el de York. Los
escoceses se aglutinaron en torno a los
conservadores y eran patrocinados por el ministro
británico. Los yorkinos por su parte,
liberales, alrededor del cónsul de EE.UU., Joel Poinsett.
El enfrentamiento entre estas facciones también se dio en
la convención constituyente que procrearía la
Constitución de 1824.
Esta constitución, que en mucho se asimilaba a su
par estadounidense, instauraba una república con forma de
Estado federal. Al parecer, todo indicaba que el Méjico se
encaminaba por la senda de la paz y la organización
definitivas. Guadalupe Victoria, liberal – federalista,
resultó electo y asumió la presidencia. Pese a no
ser un talentoso administrador, Victoria logró finalizar
su período (1824 – 1829), que para la época,
no era un detalle menor.
Sin embargo, con el alzamiento de Vicente Guerrero
contra el conservador Gómez Pedraza se inicia el proceso
de las sublevaciones. La Constitución del 24, al igual que
en otras regiones latinoamericanas no era más que un bello
papel en el cual se depositaban demasiadas expectativas,
expectativas que luego colisionarían con los países
reales (rememoremos las constituciones unitarias de 1819 y 1826
de las Provincias Unidas). En este caso, Méjico aún
se encontraba distante de esa paz definitiva que se
requería para crear un verdadero Estado soberano (8).
Guerrero es declarado presidente, que a su vez, es fusilado por
su vicepresidente Anastasio Bustamante en 1830 (9).
El sempiterno Santa Anna reúne a sus mesnadas por
enésima vez y derrota al magnicida, colocando al otrora
vencido general Pedraza. Pero… ¿Quién era
Antonio López de Santa Anna? Dice Arjona
Colomo:
"Había nacido en 1794 de una acomodada
familia blanca. Aprendió a dominar, disparar y luchar
contra los indios en su juventud. Recibió una
educación rudimentaria, pero aprendió lo suficiente
para componer emocionantes proclamas. Era bien parecido,
romántico, dado a los amores y al juego".
(10)
Este camaleón de la política azteca,
"acróbata", como lo llama Marcel
Niedergang (11), sólo es concebible en nuestro bondadoso
extremo occidente. Liberal un día, conservador al
siguiente, Santa Anna supo flotar cual fragmento de alcornoque,
boyando en la escena política de su país e
influyendo directa o indirectamente en las administraciones en
las cuales él no fue ungido presidente, que ciertamente lo
fue en once ocasiones. El triste legado de Santa Anna a la
historia mejicana es inobjetablemente la pérdida de casi
la mitad del territorio de su país a manos de los
estadounidenses, por la cuestión de Texas como causa
primera. Empero, en vista de los estrambóticos e inusuales
caracteres del veracruzano, consideramos pertinente antes de
ilustrar la obscena agresión de los vecinos anglosajones,
una guerra de ribetes perfectos a la medida de nuestro presunto
héroe. Nos referimos específicamente a la
"Guerra de los pasteles", que Méjico
sostuvo contra Francia en 1838 y en la cual fue
derrotado.
Luego de la "revolución de Julio", en 1830, la
alta burguesía francesa proclamó rey al duque de
Orleans, Luis Felipe. Su política exterior no fue muy
acertada respecto al continente americano ni a otras regiones.
Por influencia de sus asesores, ministros y secretarios como el
mentor de la revolución, el historiador Adolphe Thiers o
Guizot, Luis Felipe en ese mismo año 1838, tanto a la
república azteca cuanto a la Confederación
Argentina de Rosas son agredidas por la flota francesa. Sin
soslayar la ocupación colonial del África, en la
cual se conquista definitivamente Argelia. Tanto desaguisado,
como el caso argelino, deberá ser reparado por los mismos
franceses en la figura de De Gaulle (de muy mala gana por cierto)
130 años después.
Pues bien, Luis Felipe, "el rey
burgués", envía una expedición a
Méjico por un trivial asunto de unos pasteles "bien
consumidos y mal pagados". Más,
¿cómo se llegó a este estado de cosas?
Francia alegaba que México debía abonar una
cuantiosa suma en concepto de indemnización por las
pérdidas sufridas por sus súbditos a causa de los
enfrentamientos internos mexicanos(12). Era muy evidente que
México no se hallaba en condiciones de enfrentar a la
segunda potencia mundial del momento. México
negoció y prometió indemnizar. Francia
aceptó, no sin antes bombardear Veracruz, como bravuconada
imperial que pretende lucir sus cañones frente a un
país vulnerable. Sin embargo, la baladronada le
redituó ganancias y una pérdida a Santa Anna. En su
retirada, una bomba francesa le voló la pierna, pierna que
fue solemnemente enterrada "con pompa y circunstancia".
Pero este episodio le valió ser considerado el adalid de
un México injustamente agredido.
De todos modos, no fue la incursión gala la
única que los mexicanos debieron arrostrar.
Sobrevendría la guerra con contra los Estados Unidos y la
cuestión de Tejas. Este país había
renunciado expresamente a toda pretensión sobre ese
territorio en 1817 con España (13). Stephen Austin fue
autorizado a radicar colonos anglosajones en tierras de Texas.
Con el tiempo, estos colonos fueron progresando, en número
y ganancias. Pero, resta preguntarnos, ¿por qué
Texas? Para Rafael San Martín:
"Los sabuesos de los productores de
algodón olisqueaban tierras y, ¿dónde
adquirirlas mejor que en la feraz provincia mexicana? Suelo
prolífico y extenso, era un hermoso corral para cebar
esclavos. Tarde o temprano el apetito negrero habría de
producir el choque con los propietarios genuinos".
(14)
Y esto sucedió. Los texanos, hábilmente
impulsados del otro lado de la frontera, se sublevan contra la
república mexicana, alegando engañosamente que el
centralismo impuesto por el gobierno era excesivo. Texas mostraba
"la política de país agredido" de
la que haría gala el país del norte en cuanta
guerra deseara entrar como el caso cubano en 1898 o Pearl
Harbour. Infelizmente el "general de todos los ejércitos
mexicanos" era una vez más Santa Anna, quien fue derrotado
en San Jacinto el 21 de abril de 1836 y obligado a ceder la
independencia a los anglosajones, idóneos agentes de los
Estados Unidos. Es statu quo se mantuvo por casi una
década pero Texas anhelaba fervientemente ser anexada a la
Unión… Y así ocurrió.
En 1844, fue elegido presidente de los Estados Unidos,
Jacobo K. Polk, apasionado simpatizante de la doctrina del
"destino manifiesto". Doctrina que ciertamente llevó a la
práctica a costa del débil Méjico…
tan lejos de Dios… y tan cerca… Objetivo
primordial: California. Significaría para los Estados
Unidos alcanzar sus fronteras "naturales" del Pacífico. En
1845, Texas fue definitivamente anexada. En 1846, Polk
envía al general Zachary Taylor para invadir
Méjico. Éstos se defienden, atacando a Taylor en
abril de 1846. Al mes siguiente, Polk comunica al Congreso que
había guerra "por acción de México". Pero
sería justo remarcar que no todos los estadounidenses
compartían la posición de los halcones de la
guerra. Tanto en el recinto legislativo como extramuros, el
país las barras y las estrellas se debatía en dos
bandos bien diferenciados: aquellos partidarios de la guerra,
esclavistas y sus oponentes del norte industrial y abolicionista.
Había quienes sobrenadaban este mar de sentimientos
encontrados, como Ulysses Simpson Grant, futuro héroe de
la guerra civil y presidente, quien sin dejar de criticar al
presidente, aceptaba la política del hecho consumado. Se
temía en grado sumo que las tierras que se obtuvieran como
botín, se incorporarían a la pléyade de
Estados esclavistas. Y no era una sospecha infundada.
Por otro lado, sin ir más lejos, el entonces
senador por el Estado de Illinois, Abraham Lincoln, desde la
tribuna increpó a Polk en estos términos en
Diciembre de 1847:
"Que el presidente conteste a las cuestiones que
le he planteado (…) que conteste con hechos y no con
argumentos. Que recuerde que ocupa el sitial de Washington y, en
consecuencia conteste como Washington lo habría hecho
[…] Y si con su contestación puede probar que nos
pertenecía realmente el suelo en que se vertió la
primera sangre de esta guerra; que no era una región
habitada o que por lo menos sus habitantes se habían
sometido de propia voluntad a las autoridades civiles de Texas o
de los Estados Unidos […], entonces estaré con
él para justificarlo […] Pero si no puede o no
quiere hacerlo; si utilizando o no un pretexto se esquiva,
entonces estaré plenamente convencido de lo que desde ya
es para mí más que una sospecha, del hecho de que
él mismo es profundamente conciente de que no tiene
razón; que siente que la sangre de esta guerra, como la
sangre de Abel, clama al cielo contra él…"
(15)
Creemos firmemente que las palabras del inmolado en el
Teatro Ford, son más que elocuentes y no requieren
agregado alguno.
La guerra se dio por concluida mediante el ignominioso
Tratado de Guadalupe – Hidalgo del 12 de Febrero de 1848.
Méjico había perdido casi la mitad de su territorio
(dos millones de km2) (16). La era de Santa Anna se
despedía con un país postrado y devastado. Era la
hora de los liberales…
La era de Benito
Juárez
Un emperador se busca – un
emperador se encuentra – un emperador se
fusila
El pez grande se come al más
pequeño
La era anterior había dejado un nivel de
pauperización y un retroceso económico
difícilmente imaginable, que había comenzado con
las guerras de independencia. Se creyó ver en el
liberalismo, una vía posible para la superación de
esta situación de estancamiento social y económico.
Las ideas liberales, tendían a pretender modificar
justamente a ambos factores esenciales de la realidad mejicana:
sociedad y economía. Pero, en este tanteo desesperado por
encontrar el camino correcto hacia la estabilización y el
despegue, los liberales colisionaron con una institución
milenaria que en este país tenía y tiene aún
en la actualidad, un poder nada despreciable: la Iglesia
Católica. Ya en 1833, Gómez Farías
había enfocado las reformas en el sentido de suprimir los
fueros eclesiásticos como primicias de lo que
acontecería con el correr de las décadas. Hasta que
se divisó el "Plan de Ayutla".
Una característica propia de esta etapa liberal
es pues el nada disimulado, "anticlericalismo",
aunque dos más pueden ser enumeradas: el
"antilatifundismo" y el
"laicismo". Esto no obsta manifestar que fue la
guerra a Santa Anna lo que prevaleció y el pedido urgente
a un Congreso Federal. Tres figuras se alzan por sobre el
horizonte que avizoran el desplazamiento del eterno candidato a
"héroe" nacional: el brazo armado del bando liberal,
general Juan Álvarez, el abogado Ignacio Comonfort y el
también letrado pero aborigen, "Benito
Juárez". ¿Y Ayutla? Era uno de los tantos
planes revolucionarios pergeñados por Méjico. Era
una verdadera declaración de guerra liberal contra Santa
Anna. Dice Herring:
"Era un documento sobrio, destinado a satisfacer
a los moderados y reclamaba la destitución final de Santa
Anna y la convocatoria de un Congreso que redactase una nueva
Constitución" (17)
En Agosto de 1854, cae derrotado el veracruzano por
Álvarez sin un disparo y éste llama a una
Convención en la localidad de Cuernavaca, la que lo
ungió como presidente. Poco después, dimite y asume
Comonfort. Juárez se aleja del elenco gobernante, pero su
legado es la "ley de secularización de bienes
eclesiásticos" y la "Constitución
liberal" de 1857. En Septiembre de ese mismo año
Comonfort es elegido presidente aunque renuncia poco
después por controversias con los liberales.
Juárez, presidente de la Corte Suprema de Justicia,
debía asumir la primera magistratura, pero se interpuso
ilegalmente el general Félix Zuloaga. Más,
¿quién era este hombrecito, de apariencia humilde y
oscura tez? Dice Sánchez:
"(…) había nacido en Oaxaca, el
año de 1806, de un hogar modesto. Un franciscano
guió sus primeros pasos, pero a él le interesaba,
tanto como las letras, el lenguaje de su tierra, del indio, su
hermano. Adverso a los latifundistas, clérigos y
militares, hizo armas contra Santa Anna, por lo que éste
lo persiguió en 1853. Obligado a emigrar, el abogado
Juárez trabajó como obrero manual en una aldea de
Estados Unidos vecina a la frontera. (…) Juárez
representó la constitucionalidad frente al desmán
autoritario" (18)
La guerra civil entre liberales y conservadores se
reanudó con tal inquina, que todo el país se vio
envuelto en una ola de violencia indescriptible que sólo
dejaba tras de sí un enrarecido y pestífero hedor a
pólvora y carne humana chamuscada, sumado el rosario de
viudas y huérfanos sobrevivientes. Pese a que los
conservadores tenían un brillante militar, el general
Miguel Miramón, quien había suplantado a Zuloaga,
los liberales iban ganando terreno paulatina e inexorablemente.
Por fin, Juárez entra triunfal en la Ciudad de
México en 1861. Sincrónicamente, los Estados Unidos
América entraban en la guerra de Secesión que les
costaría medio millón de vidas.
Del otro lado del Atlántico, en Francia,
habían sobrevenido los hechos de Febrero de 1848 y la
abdicación de Luis Felipe, generando la Segunda
República. República que daría a luz un hijo
y que, cual crisálida, sería presidente
constitucional en principio y luego, gracias a una magistral
metamorfosis, en emperador "por la gracia de Dios y la
voluntad de la Nación". Hablamos evidentemente
del sobrino del vencedor de Austerlitz y Marengo, Luis
Napoleón III. Tenía éste una clara
conciencia del peligro que se escondía en la fatal
expansión de los industriosos y perseverantes
estadounidenses a través de compras, anexiones y guerras.
¿Cómo detener esta pujanza inagotable de estos
anglosajones que se verían llamados a desempeñar un
papel rector durante buena parte del siglo XX?
Lamentablemente Napoleón III ideó
concretar un imperio católico que sirviera como Estado
– barrera, frente a las pretensiones anteriormente
referidas. Todo se precipitó cuando en 1861, Juárez
dicta la suspensión del pago de la deuda exterior a tres
potencias europeas: España, Francia e Inglaterra. Mediante
el Pacto de Londres (Octubre de 1861), las mismas deciden enviar
una expedición punitiva que "convenza" a
Méjico de que las obligaciones contraídas con
naciones europeas deben ser canceladas y no ser subestimadas bajo
ningún concepto. Análoga decisión tomaron 41
años después, Italia, Alemania e Inglaterra con
respecto a la Venezuela de Cipriano Castro(19).
De las tres, sólo Francia escondía esa
intención ya mencionada. De esta forma, Inglaterra y
España se retiran y los franceses contrariamente
permanecerán para sostener el soñado imperio
mejicano de Napoleón.
¿Quién ocuparía el trono? El
elegido fue Fernando Maximiliano, archiduque de Austria.
Maximiliano era hermano del emperador Francisco José. No
fue elegido al azar. Era de buen carácter, afable y
especialmente dócil, un perfecto prototipo manejable cual
marioneta del teatro Kabuku japonés. ¿Estamos en
condiciones de afirmar que Maximiliano fue en todo momento
víctima de sus allegados, sus eventuales aliados, sus
abiertos enemigos y hasta de su hermano Francisco José?
Concluyentemente apoyamos este argumento. Cual formidable
telaraña, todos, en mayor o en menor grado, directa o
indirectamente, coadyuvaron para que nuestro apacible Habsburgo
terminara resignado y aguardando la descarga mortal en el
paredón de Querétaro. Su hermano lo conminó
a firmar el llamado "Pacto de Familia", por medio del cual
renunciaba a todo derecho a la sucesión austríaca.
Tal era el interés de su hermano, que fue personalmente al
castillo de la localidad de Miramar (cerca de Trieste) en donde
se hallaba Maximiliano:
"Francisco José fue a Miramar y
después de discutir con su hermano durante varias horas,
el archiduque cedió al fin y el pacto de familia fue
firmado. A las pocas horas Maximiliano avisó a los
miembros de la diputación mexicana, que se hallaban en
Trieste, que al día siguiente estaba dispuesto para la
aceptación de la corona que se le había ofrecido.
El 10 de abril de 1864 Maximiliano fue proclamado en el castillo
de Miramar emperador de México". (20)
Un emperador se buscaba y un emperador se
encontró. Un emperador que iba a su nueva Patria con las
más altruistas intenciones, pero que se estrelló
con la complejidad de la coyuntura mexicana. Somos desafectos a
la historia contra fáctica: qué hubiera sucedido
si… Qué hubiera sucedido si todas las facciones y
todas las variables externas hubieran estado a favor de
Maximiliano. Jamás lo sabremos. Sólo tenemos el
"res gestae" en palabras de Pérez
Amuchástegui. Y lo que podemos manifestar ciertamente es
que nadie acompañó ni cooperó sinceramente
con este monarca. Y no podía ser otra manera:
¿Acaso Gran Bretaña lo apoyaba? Nos aclara
Díaz:
"En Londres Maximiliano se dio cuenta de que la
política británica le era obstinadamente hostil. Lo
más que logró fue que Lord Palmerston le asegurara
sus simpatías por el imperio mexicano cuando éste
fuera ya un hecho". (21)
Ya en tierra azteca, el monarca tentó terciar
entre liberales y conservadores con miras a pacificar a su
país adoptivo. No tomó seriamente el encono de las
guerras fratricidas de Méjico y por extensión de
toda América Latina. Estas "guerras a
muerte", como la citada o la de unitarios y federales en
Argentina, sólo por nombrar un segundo ejemplo, se
resolvían cuando uno de los partidos o facciones era
vencido total y completamente por el adversario. No había
lugar para "mediadores"(22). Para colmo, Maximiliano comenzaba a
mostrar cierta afinidad liberal:
"Maximiliano, lleno de buenas intenciones,
trató de reconciliar a conservadores y liberales. Pero los
conservadores y la Iglesia, apegados antes que nada a la
salvaguarda de sus privilegios abandonan al monarca tentado por
el liberalismo. Y los liberales siguen fieles al obstinado
Juárez". (23)
Es innecesario describir la absoluta carencia de prurito
moral por parte de Napoleón III, cuya responsabilidad en
el trágico final del emperador es evidente. Presiones
internas en Francia y la situación europea desfavorable no
hicieron que este tramoyista de la política francesa, cuya
moral estaba muy distante de la de su benemérito
tío, titubeara a la hora de abandonar a su suerte al
ajusticiado de Querétaro. Alemania iba cobrando forma de
la mano de un verdadero creativo de la alta Política,
Bismarck y se iba convirtiendo en una creciente amenaza para
Francia de la mano de Prusia y que haría saltar en pedazos
a este advenedizo, cuyo único mérito fue la de ser
el sobrino de un magno corso y cuya mediocridad se
patentizó en la sombría guerra de 1870 –
71.
Las tropas francesas del general Bazaine son evacuadas y
el final de Maximiliano es "una muerte anunciada", pese
a que éste le ofrece evacuarlo, previa abdicación.
Sin apoyo de ningún sector, sólo permanecen hasta
el fin junto a él, los generales Miramón y
Mejía, que correrán idéntica suerte frente
al pelotón en el Cerro de las Campanas el 14 de mayo de
1867. Los pedidos desesperados de la emperatriz ante las cortes
europeas serán tan infructuosos como aquellos ante
Juárez, que se limitó a hacer cumplir la ley.
¿Y los Estados Unidos?:
"Aunque Estados Unidos nunca aceptó el
establecimiento y la consolidación del imperio de
Maximiliano, la guerra por la que estaba pasando le
impidió actuar directamente a favor del gobierno
republicano y le obligó a declararse neutral. Al terminar
la guerra de Secesión, ya en completa libertad de
acción y con un ejército fuerte, se dispuso a
cambiar de política. Al asumir la presidencia de Estados
Unidos, Andrew Johnson declaró su firme resolución
de no consentir nunca en que la voluntad del pueblo mexicano,
opuesta a la intervención francesa fuera sofocada por las
bayonetas francesas". (24)
Los estadounidenses fueron la otra causa básica
para la defunción del imperio. Perturba la descarada
hipocresía de Johnson. A los Estados Unidos jamás
le preocuparon realmente este tipo de planteo teórico
político, pero en cambio despuntaban las apetencias
"hemisféricas" que en el siglo siguiente se harían
planetarias, especialmente luego de la segunda guerra mundial.
Estas primeras advertencias al viejo Mundo se sucederían
en el futuro como en el caso venezolano o más palmario
todavía con el asunto del Canal de Panamá:
"América para los norteamericanos".
Una vez caído el segundo Imperio mexicano,
Juárez reasume plenamente sus poderes, erigiéndose
presidente hasta su fallecimiento en 1872. Si realizamos una
tentativa de balance de la era Juárez y sus reformas
liberales, deberemos tomar en cuenta algunos factores como,
verbigracia, las inversiones de capital: ¿Acaso
vendrían en tropel inversionistas a "arriesgar"
sus patrimonios a este país devastado por conflictos
internos y externos por años, con bandolerismo
incluido?:
"Los capitales extranjeros, como era de
esperarse, no se atrevieron a poner en marcha la economía
mexicana. Las inversiones extranjeras, destinadas a la
construcción de ferrocarriles y al comercio fueron un
chisguete. (…) El país progresó aunque a
paso de tortuga y no en todos los ramos de la actividad
económica. (…) No se pudo sacar el cuerpo de la
economía de autoconsumo, (…). Tampoco pudo salir
del pantano de la miseria la gran mayoría de la
población". (25)
¿Y cuál era la situación
indígena y cuál era su relación con el
latifundio? Juárez era abogado, como sabemos, pero
también era un descendiente de zapotecas.
¿Cómo evaluaríamos este período para
este grupo mayoritario de la población de Méjico?
Gustavo y Hélène Beyhaut nos cuentan
que:
"En México la independencia empeoró
la situación del indio por el incremento del latifundio,
de formas de trabajo forzoso y la servidumbre por deudas. La
progresiva división de las tierras de las comunidades
(leyes de desamortización de 1856 y de colonización
y de terrenos baldíos) fomentó la gran propiedad y
transformó a los indios en peones. (…) Bajo el
gobierno de Juárez, en 1869, el caudillo indio cora Manuel
Lozada proclamó la necesidad para los indios de defenderse
por las armas contra el despojo de sus tierras, y trató de
recuperar parte de éstas". (26)
Una de las consignas del liberalismo juarista era
precisamente el "antilatifundismo". Pero, éste
contrariamente se incrementó. Las tierras que antes
pertenecían a la Iglesia, serían ahora para nuevos
terratenientes. Deseamos tener fe en Juárez y sus
convicciones antilatifundistas, más, los propios
indígenas vislumbraban un futuro tenebroso. No deseaban
ser propietarios individuales ni que las tierras comunales fueran
repartidas. En el horizonte económico, se cumple un
principio inexorable:
"Cada indio, al hacerse dueño absoluto de
una parcela, quedó convertido en un pez pequeño, a
expensas de los peces grandes. Un día le arrebató
su minifundio el receptor del fisco por no haber pagado
impuestos; otro día, el señor hacendado le
prestó generosamente dinero y después, se
cobró con la parcela avaladora". (27)
De poco o nada servirían medidas humanitarias
como la supresión de los castigos corporales al peonaje
rural. El problema de fondo subsistía y se iría
profundizando con el correr de las décadas. El
ejército "libertador" fue otro de los problemas a
los que Juárez debió enfrentarse. Era excesivo como
su antecesor el "trigarante", aunque capeó dicha
circunstancia(28).
EN SÍNTESIS: Juárez, quizá haya
tenido un proyecto de país distinto al que se venía
perfilando desde el fantoche Santa Anna. La intervención
francesa lo elevó al pináculo de la fama y el
prestigio, luego de su resonante victoria. Pero, las mezquindades
internas y el expolio de los "grandes", ensombrecieron el
proyecto y provocaron finalmente el apogeo del
"gatopardismo". Méjico, el Méjico
profundo, anhelaba un giro radical, no reformas que sólo
llevaban consigo la infección de la injusticia y las
artimañas de hacendados y leguleyos. Por otro lado,
tampoco el liberalismo de esta etapa supo comprender a fondo al
pueblo que se supone debía regir. El liberalismo de esta
era quería circunscribir la Fe al ámbito privado o
peor, permitir el desarrollo de religiones no católicas.
Este liberalismo, perdió el norte al pretender esto, pues
olvidó que el pueblo mejicano era y es creyente,
más allá si profesa un catolicismo ortodoxo o una
especie de sincretismo. No obstante, los cambios y la
revolución serán aplazados más de 35
años…
La era de
Porfirio Díaz: Una siesta a la mejicana
Entre caciques rurales, militares,
burócratas e intelectuales
El 18 de Julio de 1872 murió Benito
Juárez. La Reforma se extinguía, divorciada casi
por completo de los gobernados y la escena política,
social y económica de Méjico la dirigía la
clase dominante encabezada por los grandes propietarios rurales y
los oportunistas circunstanciales enriquecidos. Asumió la
presidencia Sebastián Lerdo de Tejada, presidente de la
Corte Suprema de Justicia. Por todos los medios a su alcance,
Lerdo intentó pacificar al país, lo cual
logró en parte. Sin embargo, cometió el insensato
error de aspirar a la reelección lo que
contradecía la Constitución de 1857. Pero, el
intérprete principal de esta tragicomedia mexicana que
asomaba y que conduciría los destinos del país
hasta 1911, era el general Porfirio Díaz Mori.
Díaz había combatido junto a Juárez
por el ejército republicano y contra Maximiliano. Una vez
Juárez en el poder, ambos líderes se van
distanciando por sus diferencias irreconciliables: uno, jurista y
con la Constitución y la ley entre sus objetivos (aunque
se haya visto tentado por el autoritarismo que representaba la
reelección), el otro, experto en acuerdos, alianzas y
contra alianzas y más consustanciado con la realidad.
Coqueteando con la Iglesia, en oposición a Lerdo y
proclive a aceptar la intervención de capitales
extranjeros (norteamericanos), el pronunciamiento de Tuxtepec que
parió el Plan homónimo se basaba en
"sufragio libre y Constitución de 1857".
Lerdo se ve forzado a alejarse del Poder. Gradualmente
Díaz iba ocupando el sitial que la Historia le
tenía reservado.
Refiriéndonos rápidamente a su vida,
Díaz era de origen humilde. Nacido en Oaxaca, en 1830, de
sangre mestiza y española, había intentado seguir
la carrera eclesiástica primero y jurídica
después, pero en ambas observó que no
respondían a su vocación. Ésta se
traduciría en las armas y así se destacaría
en el conflicto con Maximiliano. El nuevo Mesías
prometía transformaciones estructurales en un
Méjico deshecho por los conflictos examinados hasta ahora.
Paradójicamente a lo que ocurriría en su prolongada
dictadura, nos cuenta Halperin:
"El triunfo de Díaz quería ser el
punto de partida para una continuación de la Reforma; el
jefe triunfante juraba por sus principios y acusaba al vencido de
haberlos traicionado: en particular condenaba la política
de amistad con Estados Unidos que Lerdo, luego de Juárez
practicaba". (29)
Significaba también el final de la etapa
jurídico liberal de la era anterior. Los partidarios de
Díaz se encargarían de pregonar que daba principio
la era de la "tiranía honrada". Bonaparte
había clausurado la Revolución de 1789; Díaz
es el broche de oro de la Reforma liberal que se alzó
contra Santa Anna y "el Antiguo Régimen" de los
conservadores, pero fagocitándola en el nombre de una
legalidad que él se ocuparía de infringir
impúdicamente hasta 1911, con el breve intervalo 1880
– 1884.
A Díaz le cupo una época que demandaba
"orden y progreso" o quizá "paz y
administración" como lo declarara el presidente
argentino Julio Roca. Orden y paz reclamados por el "gran
capital" que se iba imponiendo en todo el orbe y en
especial en países "emergentes" como los latinoamericanos.
Siempre y en cada proceso de continuas guerras civiles van
surgiendo líderes regionales, "caudillos"
o "leones" provinciales que se sostienen por
mérito y poder propios, constituyendo poderes
anómalos. En Argentina, Rosas los había ido
eliminando uno a uno o absorbiéndolos a su régimen,
ya pacificados y mansos hasta el levantamiento de Urquiza. Dice
Herring:
"La primera tarea de Díaz fue imponer el
orden. La anarquía de las décadas anteriores
había producido una plétora de pequeños y
grandes caudillos, que dominaban en diversas regiones. Los
presidentes, aún Santa Anna y Juárez se
habían visto obligados a pactar con esos gobernantes
irregulares" (30)
Díaz los irá asimilando a través de
dádivas, honores y condecoraciones. A los delincuentes de
medio pelo un simple tiro por la espalda en caminos solitarios. A
los opositores más conocidos, métodos de
convencimiento "por la razón o por la fuerza". La
fórmula del éxito era tan modesta como siniestra:
"pan o palo". Las voces deben ser acalladas:
llenadas con "pesos" o "plomo" según la
ocasión.
¿Por qué el éxito de Díaz?
¿Acaso era una especie de superhombre nietzscheano? No
exactamente. Como anotamos en su momento, era un diestro
manipulador de alianzas:
"El éxito fenomenal del régimen de
Díaz – y tuvo éxito, independientemente de lo
despótico que haya sido – se debió, sobre
todo, a las provechosas asociaciones que mantuvo durante su largo
reinado. Las principales fueron sus pactos con los
políticos, el ejército, la Iglesia, el capital
extranjero y los grandes terratenientes" (31)
Fue Díaz un verdadero prestidigitador de alto
fuste. Se sirvió como príncipe maquiavélico
de todos los resortes y mecanismos que tenía a su
disposición. No vaciló en utilizar y manosear a
personas e instituciones. Hizo suya una Constitución
liberal y la reconvirtió en un medio para llegar al
autoritarismo más descarnado, reivindicó la lucha
contra el invasor galo y entregó a México al
capitalismo extranjero. A tal punto llegó su farsa
antirreeleccionista, que permitió a un
"calientasillas" en palabras de Herring, "su
compadre, hombre banal e inepto" según Vasconcelos,
como Manuel González, ocupar el cargo presidencial desde
1880 hasta 1884. No sería desgraciada la asociación
con nuestro Juárez Celman, a quien Roca colocó en
el "trono" también creyendo que sería un
fácil monigote. Los hechos demostraron que ambos no eran
tan dóciles como sus respectivos mentores habían
pensado, pero a Celman lo depuso su natural ineficiencia,
imprevisión y una sobrecarga de autoestima al creer
administrar un país que se le iba de las manos, originando
la Revolución del Parque. Mientras que a González,
lo desplazó el monarca Díaz al notar claramente que
el mismo y sus amigotes, no sólo enriquecían sus
rebosantes bolsillos, sino que, además, comenzaba a
degustar peligrosamente el embriagante gusto del Poder. Y
así, "Porfirio I", decidía volver a
escena, pero ya con la reelección garantizada. ¿Y
la Constitución del 57? Cumplió su ciclo…
Un tiro por la espalda como a los criminales de
marras.
En este ciclo harían su aparición estelar
el denominado grupo de "los científicos".
Serían llamados a ser el "soporte ideológico" del
régimen porfirista. No superaban la veintena. Eran firmes
convencidos del positivismo de Augusto Comte, su creador.
Cándidamente creían que la sociedad podía
ser explicada a través de las ciencias sociales, exentas
de la lamentable influencia de teologías y
metafísicas varias. Económicamente liberales,
creían que el futuro de Méjico estaría en
manos del hombre blanco y no de la indiada, a la que veían
sólo como "bestias de carga". Era una especie de
"guardia intelectual palaciega" de Díaz.
¿Cuál era la relación que tenía
con ellos? – en realidad era de recelo –
Díaz, un "advenedizo semianalfabeto" contrastaba con estos
ilustrados admiradores de la cultura europea. No obstante ser
compañeros incómodos, le fueron sumamente
"útiles" al dictador. Dos fueron las cabezas visibles de
este movimiento intelectual: el ministro José Limantour y
el historiador, abogado y educador Justo Sierra.
¿Y el ejército? Recordemos
que quien deseara dirigir al país azteca debía en
principio tener al mismo de su lado. Y sino, volvamos la mirada
sobre el primer emperador, Agustín I. Esto lo sabía
perfectamente este emperador sin trono, "por la gracia del
ejército". A los generales los mantenía
gordos de barriga y de prebendas, desde excelentes comidas a
damas no muy matrimoniadas. Todo valía para satisfacer a
los oficiales. La soldadesca, en cambio, en condiciones que
rozaban la miseria. ¿Y que justificación
tenía el dictador para mantener este ejército que
no superaba los 50 mil hombres? "Protección contra
la invasión yanqui; pero su verdadero papel era asegurar a
Díaz contra posibles rivales"(32).
Con la Iglesia, Díaz tuvo una
relación más que aceptable, considerando su grado
33 en la masonería. Satisfizo a los anticlericales
apoyando algunas de las leyes de la Reforma, como verbigracia, la
prohibición a la Iglesia de poseer propiedades no
requeridas para el culto. Asimismo, el clero fue satisfecho
permitiendo el aumento del número de sacerdotes o
tolerando la extensión de los predios
eclesiásticos. La Iglesia respiraba nuevamente desde el
apogeo de la Reforma liberal. Los sacerdotes gozaban de una
libertad no vista anteriormente.
¿Y el capitalismo extranjero?
Resultó un aliado indispensable. Gracias a las iniciativas
norteamericana, británica y belga, se amplió la red
de ferrocarriles, pero, como era de esperarse, atendieron a las
zonas ya productivas, no arriesgando en zonas para la apertura de
radicación. La inversión en minería se vio
impulsada, luego que fueran sancionadas las leyes de 1884
(durante el régimen González) y de 1892, por medio
de las cuales, se otorgaban plenos derechos sobre el subsuelo al
propietario del suelo. Se dispararon las producciones de oro,
plata y cobre. En cuestión petrolera, Díaz
operó con una astucia digna de ser relatada. Dio
prerrogativas alternativamente a británicos y
estadounidenses, sin favorecer permanentemente a ninguno. Puede
decirse que el capital extranjero dominaba gran parte de las
actividades productivas mejicanas durante el
Porfiriato.
¿Y la tierra, a quién
pertenecía? Generalmente a extranjeros, entre
quienes podemos contar al famoso William Randolph Hearst, el
magnate en quien Orson Welles se inspiró para filmar
"Citizen Kane". Pero también debemos contar a
españoles, dueños de tabacales en los que se
explotaba cruelmente a los trabajadores. Estos forasteros
tenían un trato de privilegio por parte del régimen
y así Díaz, sólo consiguió parcelar
el país en portentosas haciendas, en manos de unos pocos
miles de "hacendados", principal bastión del porfirismo.
El resto de la población, "los sin
tierra", conformaban la mayoría y no eran
más que "bestias de carga mal
pagadas"(33). Nos recuerda González:
"Los esclavos del progreso capitalista no
llegaron a saborear los dones porfíricos: la paz, la
libertad y el bienestar. La mayoría campesina que
nacía, vivía y moría en haciendas y ranchos
de gente reacia al negocio y a la técnica, de ricos de
abolengo, siguió sumisa a las costumbres de arroparse con
los rayos del sol, vivir en jacales, comer gordas, frijoles y
chile, pero un poco más feliz que antes, sin la zozobra de
la guerra" (34)
Pero hasta en la novela corta de
Orwell,"Rebelión en la granja", las
bestias se sublevan contra los amos y así ocurriría
años después, con una violencia inusitada que no se
veía desde aquel "Grito de Dolores". El
sistema porfirista les aportó a estos "potentes" de un
arma eficaz para combatir el bandolerismo con los tristemente
conocidos "rurales" (policía federal). Como las tierras de
dominio "público" eran numerosas aún, estos
hacendados amigos del Poder obtenían con pasmosa sencillez
los títulos de propiedad de ellas. En otros casos, los
"ejidos", vale decir, las tierras ocupadas por
pequeños labradores y por aldeas indígenas,
también eran presa fácil de estos inescrupulosos:
una vez más "el pez grande se comía al
chico". Insolentes "compañías de
supervisión" tenían la facultad legal de apoderarse
de cuanto predio consideraran "no amparado" en títulos
válidos demostrables (como habitualmente sucedía).
Para 1910, casi un tercio del territorio mejicano (70 millones de
hectáreas) había sido "supervisado" por estas
compañías. Las tierras habían sido vendidas
a precio irrisorio a nuevos y viejos hacendados. La "hacienda"
era pues, la unidad económica y social del Méjico
prerrevolucionario, un fehaciente atraso pese a la propaganda
porfirista.
Balance de Díaz: ¿Éxito o
fracaso? Si bien los capitales extranjeros afluyeron,
los progresos económicos fueron muy lentos. Algunas
medidas exitosas se debieron al decano de los científicos,
el ministro de finanzas, José Limantour. Se abolió
la "alcabala", un impuesto a las ventas sobre
productos en circulación de un Estado a otro (había
sobrevivido a los tiempos coloniales). Las fábricas y
plantas textiles se multiplicaron. La minería y la
industria petrolera florecían. Las finanzas se mantuvieron
equilibradas y esto posibilitó la obra pública.
Pero… las ganancias, en su mayoría iban a parar a
propietarios extranjeros. En otras palabras… la
prosperidad no llegaba a las masas "descalzas". Si
imaginamos la torta económica podremos ver que sólo
el 5% de la población disfrutaba de vivienda, vestimenta y
alimentación dignas, mientras que la masa indígena
y mestiza apenas sobrevivía con centavos diarios para
maíz, chile y frijoles.
Desde la cultura, el Porfiriato también
quedó en deuda. La educación era mala, las escuelas
eran inauguradas en las ciudades pero casi nunca en las aldeas.
Solo a Justo Sierra, se le debe la reapertura de la Universidad
Nacional, inactiva por casi una centuria. Los intelectuales, no
buscaban paradigmas mexicanos, sino que su fuente de
inspiración era la cultura francesa.
¿Pero por qué se lo apoyó con tanto
entusiasmo y durante tanto tiempo? Sospechamos que se
debió primordialmente al pavor que evocaba la
anarquía y la violencia endémica que aquejó
al país desde su nacimiento y, como describimos al
principio, a la obra maestra de alianzas efectivas y viables que
urdió en todos esos años:
"La época de la historia de México
que va del verano de 1867 a la primavera de 1911 admite los
apelativos de duradera, pacífica, autoritaria,
centralista, liberal, positivista, concupiscente, progresista,
torremarfileña, urbana, dependiente, extranjerizante y
nacionalista. (…) Lo de la paz augusta debe entenderse en
relación con el antes y el después de la historia
de México y no en términos absolutos. De 1867
á 1910 se derramó mucho menos sangre que de 1810 a
1866 y de 1911 á 1930" (35)
El ocaso y fin de Díaz comenzó con su
decisión de ser reelegido en 1910. La agitación
social se iba sintiendo en las fábricas y en el campo.
Activistas provenientes sobre todo de España, azuzaban los
ánimos intentando la "toma de conciencia" de este
proletariado. Los intelectuales ya insinuaban diatribas contra el
anciano dictador. El campesinado halló por fin a su vocero
en un arrendatario azucarero del Estado de Morelos: Emiliano
Zapata. Más, todas estas fuerzas inquietas se conjugaron
en la figura de Francisco Madero…
La
Revolución mexicana
"Las matanzas, los fusilamientos, las exacciones
y los saqueos cayeron sobre el país, entregado al caos.
Como en 1810, la Revolución tomó, sobre todo, el
aspecto de una furiosa rebeldía de la masa india y de los
mestizos, contra los propietarios agrícolas, el clero, los
agentes del Gobierno y los extranjeros"
Marcel Niedergang
Díaz había hecho circular la
versión de que se postularía para su octavo mandato
legal a través de un periodista norteamericano en 1908. En
1910, Francisco Madero entró en escena con un
opúsculo titulado "La sucesión presidencial
en 1910". En esta breve obra, Madero sólo
sugería modestamente, que si Díaz se postulaba para
la presidencia, que permitiera al pueblo elegir al
vicepresidente. Esto tenía su explicación, por
cuanto Díaz ya había elegido como candidato al
general Ramón Corral, personaje nefasto y aborrecido por
haber vendido indígenas yaquis en el Estado de
Sonora.
Cuando en 1909, Díaz anuncia por fin la
candidatura, Madero relanza el alicaído lema
"¡Sufragio efectivo; no
reelección!". Fuerzas de todo el espectro,
quizá hasta antagónicas, por buenas o por malas
razones, se pusieron de parte del honrado Madero. Díaz
sigue adelante e ignora a estas fuerzas. Fue su último
error. Pese a festejar alegremente el Centenario y la victoria
electoral, la tempestad ya se había desatado. Madero,
desde Texas, publicaba en octubre de 1910 su "Plan de San
Luis Potosí" (36), exigiendo la renuncia de
Díaz y la realización de elecciones limpias. Turbas
salieron a las calles de México capital y pedían a
viva voz el alejamiento del viejo caudillo de Oaxaca. El edificio
que simbolizaba el régimen estaba deteriorado y pasado de
moda: su caída era la crónica de una muerte
anunciada. Díaz renunció y se exilió en
París hasta su muerte acaecida en 1915.
Francisco Ignacio Madero, entró triunfante en
Méjico capital el 7 de Junio de 1911. Sin embargo, la
viabilidad del nuevo gobierno era limitada. Madero
prometió elecciones libres y democracia a un pueblo que
hambriento de comida y tierra. Era un perfecto teórico,
pero muy imperfecto economista. Apareció en el momento en
que Méjico requería una conducción fuerte y
Madero era débil. Todos los sectores en pugna se agolpaban
en su oficina. Los hacendados veían cómo sus campos
y haciendas eran incendiados. El país volvía a ser
un polvorín.
Bernardo Reyes, ex asistente de Porfirio Díaz y
Félix Díaz, sobrino del mismo, provocaron una
sublevación armada contra el presidente, la cual
también fue sofocada. En el norte, el general
"Venustiano Carranza" y "Pascual
Orozco" causaban problemas similares.
En febrero de 1913, se produjo la llamada "decena
trágica", en la cual durante diez interminables
jornadas, la Ciudad de México estuvo bajo el fuego de
artillería. Reyes y Díaz fueron responsables de ese
baño de sangre. Este diluvio de sangre fue capitalizado
muy hábilmente por el general "Victoriano
Huerta", competente militar, pero desleal a Madero. Se
enseñoreó de la crisis y se presentó como el
nuevo hombre fuerte que doblegaría tanta matanza. El
embajador de Estados Unidos, Henry Lane Wilson aplaudía
satisfecho, al igual que los ciudadanos "decentes".
"¿Regresaría la "Pax Porfiriana"?
Huerta, pérfido por naturaleza, luego de la renuncia de
Madero le había prometido un salvoconducto para evacuar el
país. No lo cumplió: el 22 de febrero, Madero y su
vicepresidente son asesinados por los guardias que los
trasladaban a la prisión. La violencia ya no
tendría frenos. Para Halperin:
"La reacción fue lenta en desencadenarse y
sólo gradualmente vino a hacer de la Revolución la
ola de fondo que terminó de sacudir a la sociedad mexicana
con intensidad sólo comparable a la desencadenada en
1810" (37)
Luis Manuel Rojas, diputado partidario de la
Revolución responsabilizó temerariamente al
embajador norteamericano por el asesinato, en un "Yo
acuso" que recuerda a Emilio Zola:
"Yo acuso a míster Henry Lane Wilson,
embajador de los Estados Unidos en México, ante el
honorable criterio del gran pueblo americano, como responsable
moral de la muerte de los señores Francisco I. Madero y
José María Pino Suárez, que fueron electos
por el pueblo, Presidente y Vicepresidente de la República
Mexicana, en 1911" (38)
¿Y Emiliano Zapata? Zapata,
había salido a la luz en su Estado de Morelos. En 1909 fue
elegido presidente de la junta de defensa de tierras de su
Anenecuilco natal. A partir de entonces, empezó a
analizar los documentos que acreditaban la titularidad de las
tierras del lugar. Mayo de 1910, constituye el punto de
inflexión en la vida de Zapata, pues cruzó la
línea de "no retorno" al tomar tierras por la
fuerza de la Villa de Ayala. Perseguido como
"bandolero", fue en Ayala, donde concibió su
conocido Plan. El mismo, promulgado el 25 de noviembre de 1911,
era una proclamación política que reclamaba
básicamente las tierras enajenadas por los hacendados y
terratenientes a los campesinos. Además, desconocía
a Madero como presidente. Su idea principal: "La
tierra era para quien la trabaja" y un lema que le
calzaba a la perfección: "Libertad, Justicia y
Ley". ¿Quién redactó este
Plan?:
"El Plan de que se trata fue redactado por Otilio
Montaño y Emiliano Zapata. El primero profesor pueblerino
de primeras letras, y, el segundo, un campesino que apenas
sabía leer y escribir, pero ambos conocían bien la
miseria que padecía el habitante del campo; la
habían sufrido en su propia carne y por eso tenían
idea de sus necesidades elementales insatisfechas y de sus
anhelos de mejoramiento individual y colectivo"
(39)
Zapata "el Atila del Sur", como
despectiva y temerosamente llamaban los periódicos del
D.F., creía firmemente que no debía desarmar a sus
tropas pese a los pedidos de Madero, con el cual rompe
relaciones. Más aún, prosiguió su guerra de
guerrillas, saqueando los campos de maíz, trigo y
azúcar que proveían los alimentos a la
nación y al mismo tiempo, seguía repartiendo
tierras a los más postergados.
Doroteo Arango, más conocido como Pancho
Villa, era el otro líder de la revolución
popular, pero proveniente del norte, de Chihuahua y Durango. Fue
también originalmente partidario de Madero, pero
posteriormente se acercó a Carranza. Ambos jefes
atenazaban a la capital mexicana y eran factores de
presión preponderantes en un determinado momento de la
Revolución.
No debemos olvidar a Venustiano
Carranza, otro de los caciques revolucionarios:
había hecho una carrera como senador durante la era
Díaz, aunque era en realidad un oportunista pendular, que
apoyó a Madero, pero cuyas meta era la de acomodarse
acorde a las circunstancias. Principiaba a sonar frecuentemente
otro nombre, de un militar de alto vuelo, por sus acertadas
estrategias y habilidades castrenses: Álvaro
Obregón, a quien Carranza lo haría su
asistente.
¿Y la Revolución? ¿Contra
quién era ahora? Era sin dudas contra el
usurpador, Victoriano Huerta. No obstante la aprobación
explícita del delegado norteamericano, Henry L. Wilson, el
nuevo presidente de los Estados Unidos, el demócrata
Woodrow Wilson desde un primer momento desconfió de
Huerta. Y tenía sus razones. Barcos mercantes, hacia abril
de 1914 llevaban armas para sostener al gobierno de facto.
Wilson, el intelectual de Princeton, finalmente fue colmado y
envió a la escuadra norteamericana a Veracruz. La
intervención de Estados Unidos fue mal recibida por todas
las partes en conflicto. Carranza y Obregón entraron
triunfantes en la capital, en buena medida por el apoyo
estadounidense. Huerta renunciaba el 14 de julio de 1914 y se
exiliaba en Europa.
Carranza se autotitula Primer Jefe del Ejército
Constitucionalista gracias a la labor incansable de
Obregón. Los otros jefes revolucionarios, Zapata y Villa
hostigaban continuamente a Carranza. Se reúnen todos en
Aguascalientes en noviembre de 1914, pero nada queda claro tras
el trascendente cónclave. Los enfrentamientos no cesan.
Zapata y Villa entran y salen de la capital a su antojo, mientras
Carranza se refugia en Veracruz.
Para 1915, la disputa se centraba entre Carranza y
Villa. Carranza, que tenía en su poder la aduana de
Veracruz, disponía de los recursos suficientes para
extender la guerra. Pero Villa, cuya sagacidad nadie duda y, con
el sólo objetivo de crearle problemas internacionales a
Carranza, penetra en territorio norteamericano en marzo de 1916,
tirotea Columbus en Nuevo México, mata a unos cuantos
norteamericanos y causa la reacción de Wilson. Éste
envía al general Pershing, quien jamás logró
dar con el paradero del caudillo de Chihuahua. Carranza, vio la
salida a través de un instrumento constitucional que
saldría en 1917.
La
Constitución de 1917
Este instrumento jurídico era resultado de tantos
años de revueltas, matanzas, marchas y contramarchas en el
proceso revolucionario iniciado por Francisco I. Madero. Sin
embargo es de destacar, que la Constitución, seguía
los lineamientos de los modelos de Estados Unidos y Francia.
Estaban presentes la tripartición del Poder del Estado,
las garantías y derechos individuales y también un
concepto sumamente provocador: el bienestar común
está por sobre los derechos mezquinos del individuo. A
continuación sus artículos más
controvertidos:
El articulo. 27 hablaba sobre la
propiedad de las tierras y de las aguas, que son de la
Nación y la Nación puede imponer las restricciones
necesarias a la propiedad concedida a personas en concordancia
del interés público. Por otro lado, de la
Nación es el subsuelo y con él todos los minerales.
También los hidrocarburos sean líquidos,
sólidos o gaseosos (contrariamente a la era
Díaz).
El artículo 123, era una especie
de estatuto laboral, en el que se fijaban la jornada de ocho
horas, abolición del trabajo infantil, responsabilidad del
empleador por accidentes y enfermedades del trabajo, libre
asociación gremial, derecho de huelga y la
negociación a través de convenios colectivos de
trabajo.
El artículo 130, excluía a
la Iglesia de toda participación en la educación
pública, hacía del matrimonio un contrato civil y
además declaraba que los templos dedicados al culto eran
de propiedad estatal.
Tal fue el impacto en la sociedad mexicana e
internacional, que el modelo mejicano fue imitado por otras
constituciones futuras tales como las de Chile, Colombia, Bolivia
y otras más. Era en realidad, una declaración de
guerra a los hacendados, al clero y a los "patrones". Pero
también encerraba una no muy solapada advertencia a los
extranjeros que explotaban la tierra, los pozos petroleros y las
minas de México.
Carranza permanecía asolado por Villa desde el
norte y por Zapata desde el sur. Docenas de caudillos menores
mantenían el estado de todos contra todos.
Carranza puso precio a la cabeza de Zapata y éste
cayó víctima de una emboscada perpetrada en abril
de 1919. A pesar de la desaparición física de su
jefe indiscutido, los agraristas continuaron la lucha armada.
Mientras, los obreros conducidos ahora por Luis Napoleón
Morones quien estaba al frente de la naciente C.R.O.M.,
Confederación Regional Obrera Mexicana, también se
alzaban contra Carranza(40).
Álvaro Obregón, quien se había
retirado momentáneamente a sus fincas de Sonora,
volvía ahora contra su antiguo jefe. Carranza tenía
los días contados. Intentó huir en un tren cargado
de oro de la tesorería pero fue traicionado a su vez por
uno de sus secuaces. Huyó a las montañas, pero una
vez capturado fue asesinado. Terminaba la Revolución en su
etapa más violenta y sangrienta en aquel mayo de 1920. La
reconstrucción de un país devastado, era menester
una vez más como en épocas pasadas.
Fin de la
Revolución y comienzo de la
reconstrucción
Las presidencias de Álvaro
Obregón y Plutarco Elías Calles
Presidencia de Álvaro
Obregón (1920 – 1924)
Eliminado Carranza, se hizo cargo de la presidencia
Adolfo de la Huerta (sin parentesco alguno con Victoriano) unos
meses hasta la asunción del presidente que daría el
puntapié inicial a la etapa en cuestión:
Álvaro Obregón Salido. Era
positivamente el más capaz de los hombres de la
Revolución. Cuando asume en diciembre de 1920, el
sonorense contaba la edad de 40 años. Debemos, empero,
aceptar con franqueza, que los métodos para establecer un
sistema político en paz como lo requería la hora,
no diferían demasiado de los de Porfirio
Díaz. El porfiriano "pan o palo",
regresaba de las penumbras del pasado pero con una vestimenta
más "light". ¿Dictadura? Mejor hablar de,
"dictablanda", sin pretender compararla
directamente a la real dictablanda que ejerció el general
Dámaso Berenguer en la también agitada
España prerrepublicana de 1930.
Esta dictablanda a la mejicana, se mantuvo vigorosa y
saludable gracias a la extraordinaria muñeca
política de Don Álvaro quien manejó
perfectamente a sus tres principales hipotéticos
oponentes: el ejército (natural grupo de presión),
el movimiento obrero organizado y los reformadores
agrarios.
Al ejército, al igual que Díaz, lo
tenía domeñado con generales mimados y
apañados, incluso con fondos del erario. Asimismo, redujo
"en voz baja" el número de enrolados. A los
sindicatos, encabezados por la C.R.O.M. de Morones se les
había dado luz verde para ejercer un control
omnímodo sobre toda fábrica, taller o negocio. El
mismo Morones, operaba casi como un "capo mafioso",
rodeado de un grupo de guardaespaldas que ejercían
presión "muy disuasiva" sobre la
patronal(41).
A los agraristas, aún bajo el hechizo del
fantasma de Emiliano, los conformó con
pequeños traspasos de tierras que por cierto fueron
insignificantes: de un total de 145 millones de hectáreas
que poseían los hacendados, sólo fueron
transferidas 1,4 millones. Nuevamente, "que todo cambie, para
que nadie cambie"…
Vislumbramos que fue en el ámbito educativo y
cultural, en el que Obregón dejó su huella al haber
colocado en ese sitio al brillante, aunque excéntrico,
José Vasconcelos. Supo Vasconcelos aunar y sintetizar lo
mejor de la herencia novohispana y la aborigen, creando una
amalgama admirable. Creó las escuelas indicadas como "Casa
del Pueblo", que ofrecían una multifuncionalidad dentro de
cada aldea más allá del mero acto. En las Bellas
Artes, descollaron Diego Rivera y José Clemente
Orozco.
Con la Iglesia sostuvo un serio altercado en 1923, por
la consagración de un monumento a "Cristo, Rey de
México" que terminó con la expulsión
del país del representante del Papa, arzobispo
Filippi.
Con su vecino del norte, Obregón siempre
tenía roces de diverso calibre. No deseaba Estados Unidos
reconocer a presidente mexicano alguno si no respetaban los
derechos adquiridos por los capitalistas norteamericanos. El
espinoso artículo 27 ya examinado, era la causal de
discordia por cuanto temían que se transformara en un
artilugio confiscatorio. Aunque Obregón en repetidas
oportunidades adujo que esto nunca sería así, el
gobierno de Washington dudaba. Finalmente, tras arduos acuerdos,
el gobierno mejicano no aplicaría la retroactividad en el
asunto a las compañías petroleras. Obregón
fue reconocido en 1923.
Presidencia de Plutarco Elías
Calles (1924 – 1928)
La elección como sucesor de Obregón
recayó en Plutarco Elías Calles. Su
candidatura no agradó a los grupos más
conservadores de Méjico. Se lo asociaba con la izquierda
vernácula, partidario de la C.R.O.M. y de los
imperecederos agraristas. Se buscó un personaje que diera
el "cuartelazo" a la antigua y hallaron al ex presidente interino
Adolfo de la Huerta. Varios generales influyentes se plegaron y
la administración Obregón buscó el apoyo del
presidente Calvin Coolidge quien proporcionó las armas
necesarias para conjurar la rebelión trasnochada.
Obregón concluyó su período en paz: el
1° de Diciembre de 1924, fungió como presidente el ex
compañero de armas del saliente, general Plutarco
Elías Calles.
Calles y los sindicatos: Al asumir
contaba 47 años, también sonorense. Bajo su
período, la C.R.O.M. de Morones expandió aún
más su poder amparada bajo el ala del gobierno. Morones,
desde el Ministerio de Trabajo e Industria conducía los
destinos económicos de la república. No
sería justo tal vez cotejarlo con el siniestro monje
Rasputín, cuyo poder sobre la familia Romanov fue
inconmensurable y negativa, sino más bien, con Manuel
Godoy y su relación con Carlos IV de Borbón. El
régimen Calles lo recompensaba muy bien, pues su
patrimonio se incrementó notablemente en mansiones, autos
y diamantes. Pero concedamos que el movimiento obrero
aprovechó esta situación preferencial de su
paladín, conquistando los derechos de organización
y de huelga y una cierta seguridad contra riesgos de trabajo,
que, aunque se hallaban en teoría vigentes, no
correspondían en la praxis.
Calles y la cuestión agraria: al
nuevo presidente le placía autodenominarse
"heredero de Zapata". Esto era y es casi
insultante: sólo aplicó una muy insignificante
reforma agraria que no se tradujo más allá de 3,6
millones de hectáreas, pese a lo cual algunos campesinos
volvieron a saborear el placer de ser dueños de sus
parcelas "¿la tierra para el que la
trabaja"?, es cuestionable. Los bancos de crédito
agrícola favorecieron financiar el levantamiento de las
cosechas, dato nada desdeñable.
Calles y las petroleras: en diciembre de
1925, el presidente, en su calidad de "cruzado" contra la
intromisión excesiva del capital foráneo en una
materia tan relevante como la energética, obligó a
norteamericanos y británicos a convertir sus propiedades
en "concesiones a cincuenta años", dando
una estocada de muerte al pacto de caballeros del anterior
mandatario con los Estados Unidos. Una jugada política muy
atrevida, a no dudarlo.
Calles y los "cristeros": la Iglesia
Católica no cejaba en su postura contestataria hacia la
Constitución del 17, herida por la supresión de
tantas y antiguas potestades. Calles reaccionó furibundo,
deportando a sacerdotes, cerrando escuelas y conventos y acusando
a los jerarcas del clero de "traición". Por inusitado o
ilógico que pareciera, los sacerdotes se lanzaron a la
huelga: el 31 de Julio de 1926, abandonaron sus altares y ya no
regresaron. El paro, se prolongó por tres años. Las
iglesias, desprotegidas, fueron saqueadas lenta y
progresivamente. Creyentes ultrajados que se llamaron
"cristeros", atacaron e incendiaron escuelas públicas e
incluso mataron a numerosos maestros civiles. La represión
fue brutal. Más de un general bribón, vio los
réditos de la lucha y así casas y fincas de buenas
familias católicas fueron injustamente confiscadas. Es
interesante la interpretación que nos ofrece
Pozas:
"Las relaciones de poder en el grupo gobernante,
estuvieron inmersas en la lucha social y política de la
Cristiada. Este movimiento, políticamente dirigido por el
clero, buscaba renegociar su "status" con el nuevo régimen
revolucionario. La curia católica no fue una
dirección unificada, sus diferencias internas fueron tan
significativas como los enfrentamientos externos
(…)
La Cristiada fue un proceso social que
constriñó los conflictos intergubernamentales de
poder durante la presidencia de Plutarco Elías Calles.
Asimismo, obligó al grupo gobernante a no frenar el
reparto de tierras en aras de una "eficiencia productiva", al ser
éste la fuente de consenso social entre los hombre del
campo, a quienes se recurrió frecuentemente para combatir
a los llamados "defensores de Cristo Rey" "
(42)
Calles se preparaba para la sucesión, vale decir,
para devolverle el poder a Obregón, cuando una bala del
joven fanático José de León Toral,
acabó con la vida del manco de Celaya. Esto sin dudas,
redundó en provecho directo del que en tiempos de Emilio
Portes Gil, nuevo presidente electo, se llamaría a
sí, "el jefe máximo de la
revolución". Principiaba una breve era con la
hegemonía de Calles indiscutida. Sólo se
iría licuando y desintegrando con el arribo de un nuevo
"cruzado", Lázaro Cárdenas…
A manera de
conclusión
México atravesó una curiosa historia,
desde sus inicios independientes, tras el período
novohispano hasta el advenimiento de las presidencias
constitucionales de la Revolución "estabilizada". Curiosa
y con ingredientes de la más diversa índole. Es
inobjetable que el proceso histórico mexicano es
análogo al del resto de los países
latinoamericanos, pero también debemos admitir que
contiene elementos propios que lo distinguen. Uno de ellos es el
establecimiento de dos períodos imperiales, Iturbide y
Maximiliano. Las guerras sociales encabezadas por sacerdotes en
los albores del XIX, se diferenciaron de las revoluciones
"políticamente correctas" sudamericanas, como las de
Buenos Aires o Chile. El embrión de este fenómeno
como se vio oportunamente no germinaría, sino que
estallaría una centuria después.
Personajes estrafalarios, como Santa Anna se han
repetido a lo largo de la historia latinoamericana. Un presidente
indígena, adelantado más de 150 año al
actual mandatario boliviano, con buenas intenciones pero que en
la realidad nada transformó, ya que los sólidos
cimientos latifundistas no fueron tocados. Recién con la
llegada del presidente Lázaro Cárdenas del
Río, estas bases serían modificadas y la famosa
Revolución Mexicana y sus consecuencias lograrían
parte de sus objetivos.
Otro presidente que se calificó de "liberal"
confinó al país en una larga siesta a la mexicana,
pululando los caciques y leones estatales. Nuestro país
conoció en la figura de Roca y su Unicato una
situación semejante, pero el "zorro" tucumano
respetaría los formalismos de la República
aristocrática y regresaría al poder tras su
alejamiento legal en 1886.
¿Una generación del 80 en México?
Es un poco atrevido el planteo pero el período porfirista
no es casualmente pariente ideológico de nuestra
dirigencia fundacional de mentas. Sin embargo, probablemente la
gran divergencia entre un caso y el otro es la elección de
la Metrópoli: México cercano geográfica y
económicamente al gigante del Norte; Argentina,
pretendiendo ser parte del Imperio británico (ya con
síntomas de agotamiento) y sin llegar a comprender a
tiempo que los resortes del poder mundial se estaban mudando a
Washington, como bien lo demostró el caso de los
bóxers y su presencia en China o los "barcos negros"
norteamericanos en tierras japonesas de la mano de Perry y mucho
más evidente en la Gran Guerra en la cual EE.UU.
intervendría con su "fuerza expedicionaria". Creemos
innecesario mencionar que la Segunda Guerra Mundial dio el toque
de gracia para elevar al grado de superpotencia a los americanos
del norte anglosajones y protestantes.
Con la Revolución, Estados Unidos, mantuvo un
sigiloso movimiento pendular, de apoyos y vetos hasta que
México "invade" Texas de la mano de don Pancho. No
obstante no serían los gobiernos estadounidenses
republicanos y demócratas de la época quienes con
paciencia aguardarían el desenlace de ese magno
movimiento, sino las empresas y trusts tanto del "Gran Vecino",
cuanto del Reino Unido. Y nos referiremos, casi con pudor, porque
es un caso emblemático, a las petroleras, que en su
momento se verían afectadas por un nacionalista (inclinado
levemente hacia izquierda) en 1938.
Mientras Estados Unidos se aislaba (isolation) para dar
el gran salto hacia el orbe, México se debatía en
interminables y sempiternas guerras civiles que veía
"subir y bajar" presidentes civiles, militares y hasta
emperadores. Perdiendo casi la mitad del territorio por causa de
uno de ellos, un incompetente y pomposo aprendiz de dictador que
llevó erróneamente los destinos del pueblo mexicano
hacia un callejón sin salida, del que Juárez no
alcanzó a salir completamente.
¿Y Argentina? Al igual que México,
pasó por las turbulencias sanguinolentas de las guerras
fratricidas pero Juan Manuel de Rosas significó la
estabilización del sistema político argentino, no
sin antes acallar las oposiciones "por la razón o por la
fuerza. Y también, fue agredida por la misma Francia
burguesa de Luis Felipe, "¿la Francia de los Derechos del
Hombre?". A principios de ese siglo, en ocasión de la
independencia de Haití, pudo verificarse que esos derechos
eran "inalienables" pero no para todos.
¿Y Europa? Excepto Gran Bretaña, se
hallaba en un delicado devenir de revoluciones liberales como las
del treinta, sociales, como las de 1848, con una "cuestión
social" cuyas demandas iban en aumento y que eclosionarían
en la Comuna de París y más dramáticamente
en 1905 y 1917 en la Rusia de los Zares. Sin embargo, estos
eventos, frutos de injusticias acumuladas por largo tiempo y por
masas insatisfechas que ya no temían a sus amos (como lo
afirmó temerariamente Proudhon "Los grandes sólo
son grandes porque nosotros estamos de rodillas") no revisten
homogeneidad. En nuestro país analizado, las masas no
estaban compuestas por proletarios ni obreros industriales
calificados como los retratados por Chaplin en "Modern Times",
sino famélicos campesinos que reclamaban "tierra", tierra
para aquél que desee trabajarla (es irónico que
Estados Unidos haya planteado una reforma agraria en estrecho
vínculo ideológico con lo anterior en el
Japón de posguerra, pero en fin).
Por último, no debemos caer en la
tentación de esquematizar a la historia de Méjico
entre la izquierda y la derecha. La Revolución que el
mundo vio nacer antes de la bolchevique, ¿hacia
dónde apuntaba?
"(…) sólo imperfectamente definen el
sutil espectro de las fuerzas y de las tendencias profundas del
país. "¡Tierra y libertad!" este fue el grito de
guerra de los zapatistas. La reforma agraria fue la
preocupación esencial del más popular y,
probablemente, del más desinteresado de los leaders de la
revolución de 1910. Casi no hay duda de que Zapata
tenía el corazón a la izquierda; pero ¿y
Carranza?; ¿y Calles?; ¿y Obregón? La
respuesta es: si y no…" (43)
México no es de las "izquierdas ni de las
derechas", es esencialmente un país pletórico de
contradicciones, rico en historia e "historias".
Quizá… como dijo Díaz… demasiado
cerca de Estados Unidos…
© Prof. Jorge A. Vai
2009
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