Breves notas sobre los orígenes de la novela en América y Venezuela (página 2)
Para escribir su novela por entregas, unirá la
propaganda de las ideas racionalistas del siglo XVIII y la
técnica de la novela picaresca castellana. La novela
picaresca, desde su origen, en el siglo XVI, en El Lazarillo de
Tormes, había tenido un carácter satírico y
reformista. En 1813, comienza a publicarse por entregas El
Periquillo Sarniento. Es en verdad un periódico
político disfrazado de novela. El propósito
determinante que ha movido a su autor no es el de escribir una
novela, sino que, por el contrario, se ha visto obligado a
escribir una novela para poder continuar en alguna forma la
divulgación de sus ideas reformistas.
El Periquillo es una descripción, de la sociedad
mexicana en el momento en que el imperio colonial agoniza. En
opinión de Antonieta Madrid (1990), en su obra "Novela
Nostra":
El periquillo Sarmiento es el relato de la azarosa vida
de un pillo, Pedro Sarmiento, cuya vida transcurre bajo el amparo
y comando de una madre recia y un padre débil y
pusilánime. Mientras examina su pasado desde su lecho de
muerte, Pedro Sarmiento narra a sus hijos las peripecias de su
equivocada vida, los daños de su indignidad para que se
prevengan del mal y la vergüenza que puede causarles una
mala vida como la suya. La ambientación de esta novela
refleja igualmente las costumbres de México de la
época y los bajos fondos en los que se movía el
protagonista. (p.20)
De tal manera que con la aparición de la primera
novela hispanoamericana se produce una vertiginosa
producción de éste género. Como un hito en
la evolución de la novela y como un primer ejemplo de este
género ambiguo, híbrido (novela-ensayo-epopeya), se
puede señalar la novela Facundo (1845), de Domingo
Faustino Sarmiento, un texto indagatorio y reflexivo sobre
América, en el que a través del personaje principal
(Facundo Quiroga), el autor se plantea la disyuntiva entre
civilización y barbarie, en una especie de ensayo
histórico-geográfico, novelado, publicado en los
albores del romanticismo.
Se reseñan además como ejemplos de esa
novela ambigua, la Amalia (1851) de Mármol y El Matadero
(1871) de Echeverría, textos a medio camino entre el
discurso de ficción y la reflexión
histórica.
La novela en
Venezuela. Sus inicios
Esos antecedentes de la novela en el Nuevo Mundo,
permiten establecer que el discurso de las mismas estuvo
reservado a la proliferación de las ideas, de los nuevos
cambios que se avecinaban en el Continente de las
maravillas.
La etapa de la Venezuela colonial, al igual de lo que
había pasado en América en el campo de la
Literatura se reflejó como lo sostiene J. M. Siso
Martínez (1978) en su obra "Contenidos de Historia de
Venezuela", en que durante la época de la colonia: "no
presenta literaria que valga la pena. Es solo a fines de ella
cuando se despierta un nuevo espíritu y una sensibilidad
literaria" (p.142). Los representantes de la época
colonial lo significan Andrés Bello, Juan Landaeta,
José Luis Ramos, Vicente Tejera que se reunían en
la casa de los Uztáriz a leer sus
composiciones.
La literatura venezolana del siglo XIX en opinión
de Emiliano Díaz-Echarri y José María Roca
Franquesa (1986) en su obra "Historia de la Literatura
Española e Hispanoamericana", fueron solamente:
"…pasatiempo literario, regodeo intelectual de
espíritus preparados para el arte de bien escribir, sin la
vocación novelística que presta inconfundible fondo
de originalidad" (p. 921)
Antes de 1811, año en que se declaró la
Independencia, Venezuela no contaba, como México y
Perú, con figuras destacadas en el ejercicio de las
letras. Nuestra literatura colonial resulta pobre. Nuestros
primeros escritores fueron los cronistas que se refirieron a la
provincia de Venezuela. Entre ellos Juan de Castellanos, fray
Pedro de Aguado y fray Pedro Simón. Isaac Pardo
publicó un trabajo exhaustivo sobre Juan de Castellanos,
versificador de la conquista que estuvo en Coro, Margarita y la
costa de Paria. Los 150.000 versos de que consta la obra de
Castellanos Elegías de varones ilustres de Indias, pese a
los hallazgos poéticos que pueden ser entresacados de
aquella relación, no bastan para considerar a su autor
como un gran poeta.
La prosa de fray Pedro Simón supera a la de fray
Pedro de Aguado, pero sus Noticias historiales de la conquista de
Tierra Firme en las Indias Occidentales se limitan, en lo que a
investigación histórica se refiere, a glosar la
Historia del descubrimiento y fundación de la
gobernación y provincia de Venezuela (1581), del segundo
nombrado. José de Oviedo y Baños, quien
residió en Caracas desde los 14 años, puede ser
mencionado como el primer escritor venezolano, no sólo por
haber pasado la mayor parte de su vida en nuestro territorio,
sino por las galas de su escritura, exenta de los excesos del
barroco y del culteranismo, tan en boga en su época, sin
despojarse por eso de elegancia y riqueza. Con estilo
clásico y realista, cuenta la conquista y población
de la provincia de Venezuela y un aire de canción de
gesta, de poema heroico, envuelve las acciones evocadas. Acaso
semejante característica se deba a que Oviedo y
Baños tuvo ante sus ojos el poema épico que,
según se supone, compuso para el Cabildo de Caracas un
soldado de fortuna llamado Fernán Ulloa, a quien en 1593
le fue contratada esa producción. Ese poema, de haber sido
escrito, se perdió y correspondería a Oviedo y
Baños haberlo vertido a su excelente prosa. La obra de
Oviedo y Baños fue impresa en Madrid en 1723. Aunque se
tengan numerosas referencias sobre la actividad teatral durante
la Colonia, ningún autor dejó el recuerdo de su
nombre, así como ningún poeta ilustre agitó
con sus composiciones el ambiente sosegado de aquella existencia
patriarcal y ceremoniosa.
Desde el siglo XVI se representaban autos, comedias y
loas con músicas y bailes, en ocasiones solemnes o durante
festividades religiosas como el Corpus. Hacia 1766, en Caracas,
el Auto a Nuestra Señora del Rosario, escrito por un
natural de esa ciudad, mereció el interés del
público capitalino. Aparecían en escena divinidades
mitológicas y santos católicos, además de la
Culpa, Caracas, la Justicia, la Música y hasta un
personaje popular llamado «el loco
ropasanta».
En vísperas de la Independencia, hacia 1804,
Andrés Bello, quien contaba 23 años, compuso una
pieza dramática de circunstancia para celebrar la
introducción de la vacuna en Venezuela. La obra se
titulaba Venezuela consolada. En 1808, las primeras derrotas
infligidas a los ejércitos napoleónicos invasores
de España, dieron lugar a la representación de
España restaurada, también obra teatral de Bello.
Con motivo de la victoria de Bailén, el propio Bello
compuso su celebrado soneto: «Rompe el león soberbio
la cadena/ con que atarle pensó la
felonía…» La acaudalada familia de los
Ustáriz mantenía sus salones abiertos a la tertulia
de la inteligencia venezolana de aquel entonces. Quizás
entre lecturas y discusiones, se solían representar piezas
escogidas. Quizás el poeta Vicente Salias, o Andrés
Bello o Domingo Navas Spínola, ferviente amigo del arte
teatral como lo demostraron sus traducciones de la Ifigenia en
Aulide de Jean Racine y su tragedia de 5 actos Virginia
(estrenada mucho después, en 1824), compusieron algunos
juguetes escénicos para esas reuniones de esparcimiento
elevado que revelaban la ilustración de la aristocracia
intelectual caraqueña y un estilo de vida feudal y
patriarcal, a punto de desaparecer, que en esos deleites del
espíritu daba sus mejores frutos.
La literatura en
la época independentista
De 1810 a 1830: La narración de las guerras de
independencia constituirá el tema fundamental de la
naciente historia patria. Desde ese centro de conciencia
histórica y política se desprenderán, en
exploraciones cada vez más extendidas, el estudio del
pasado precolombino, del presente bullicioso y de los procesos
sociales, jurídicos y económicos.
Durante la revolución de la Independencia, se
destaca como escritor Simón Bolívar, quien emplea
su pluma para defender y divulgar los principios republicanos,
pero también para expresar sus emociones y vivencias
personales, dando siempre a sus escritos el molde
lingüístico más acorde a los objetivos
perseguidos. Como militar supo arengar enérgicamente a sus
tropas, infundiendo a sus palabras en sus partes de guerra y sus
proclamas un tono de heroísmo; como político se
esforzó en atraer a su causa a ciudadanos indecisos o
ajenos a ella, recurriendo a la argumentación y a la
persuasión, como, por ejemplo en el Manifiesto de
Cartagena (1812). El tono y el estilo se endurecen en documentos
como el Decreto de Guerra a Muerte (1813). Acudió a la
epístola pública o privada en varias ocasiones en
las que se revela sagaz y realista crítico, fuese la
materia de índole político-social como la Carta de
Jamaica (1815), fuese, desde la cumbre de su gloria, el examen
riguroso de un texto literario escrito en su honor (cartas a
José Joaquín de Olmedo sobre su «Canto a
Junín», junio y julio 1825).
El género epistolar lo usó también
Bolívar para verter sus sentimientos más
íntimos, tanto a los familiares y amigos (cartas a
Simón Rodríguez, a su tío Esteban Palacios,
a Antonio José de Sucre) como los propios de la
pasión amorosa (cartas a Manuela Sáenz).
Escribió también con diversos seudónimos
numerosos artículos periodísticos, en defensa de la
causa independentista, algunos de ellos tan polémicos como
la Carta a El Filo-Díaz (1820).
Como estadista y parlamentario dejó dos proyectos
de Constitución en los cuales queda resumido su ideal
político en dos momentos cumbres de su vida (Discurso al
Congreso de Angostura, 1819; Mensaje al Congreso Constituyente de
Bolivia, 1826). Redactó también, en 1825, una
síntesis biográfica del general Antonio José
de Sucre, vencedor en Ayacucho. En los diversos géneros de
prosa en los cuales Bolívar se manifiesta como escritor
(ensayo, biografía, epístola, discurso, arenga,
proclama, crítica literaria y socio-política), se
destacan su dominio del lenguaje y la fuerza y concisión
de su estilo. Es característica la recurrencia de la
máxima y el aforismo originales a través de los
cuales pareciera remachar la esencia de su pensamiento. En una
sola ocasión, hasta donde se sabe, Bolívar fue
tentado por la prosa literaria, de valor en sí misma, de
fines exclusivamente expresivos, de canto a la naturaleza
americana (Mi delirio sobre el Chimborazo, 1822); de resto, es su
condición de escritor y pensador político y social
la que se impone en sus textos.
Los primeros escritores republicanos fueron tratadistas,
jurisconsultos, compiladores, historiadores. Tres tipos de obras
se distinguen en ese campo: las compilaciones, las narraciones y
los tratados adoctrinadores o interpretativos. Las colecciones de
documentos para la vida pública de Bolívar fueron
reunidas respectivamente por Francisco Javier Yanes y
Cristóbal Mendoza (22 volúmenes) y por José
Félix Blanco y Ramón Azpurúa (14
volúmenes), así como las Memorias del general
Daniel Florencio O'Leary, edecán del Libertador. La
primera recopilación fue publicada entre 1826 y 1833, la
segunda entre 1875 y 1877, y las Memorias entre 1879 y
1888.
En relación con las narraciones sobresale la
conocida Autobiografía escrita por José Antonio
Páez hacia el final de su vida, para corregir la imagen de
su gloria empañada por los ataques de sus adversarios
políticos. También el Bosquejo histórico de
José de Austria, actor en muchas campañas
militares. Entre los tratados más importantes está
El triunfo de la libertad sobre el despotismo (Filadelfia, 1817)
por Juan Germán Roscio, en el cual el autor revisa las
Sagradas Escrituras para demostrar que en ninguna parte de ellas
se sustenta la doctrina del derecho divino de la
monarquía.
La obra de Roscio, cuya característica singular
es el hecho de haber sido escrita por un católico
convencido y a la vez republicano decidido, tuvo varias ediciones
y gran repercusión. Francisco Javier Yanes dejó
varias obras que le acreditan como una de las inteligencias
más equilibradas de su época: Compendio de historia
de Venezuela (1840), Historia de Margarita e Historia de la
provincia de Cumaná. Pedro Grases descubrió que las
Epístolas catilinarias (1835), atribuidas a Juan Vicente
González, son de Francisco Javier Yanes, hijo. Pero la
personalidad más original de ese período es, sin
lugar a dudas, Simón Rodríguez, cuyo estilo y cuyo
pensamiento rompen todos los moldes tradicionales.
En 1791, cuando apenas había cumplido los 22
años, el Cabildo de Caracas, su ciudad natal, le
nombró maestro e inspector de la escuela de primeras
letras. Así se inició una vocación de
pedagogo harto turbulenta. En 1794 presentó un informe
bastante revolucionario proponiendo reformas en la rama de la
enseñanza a su cuidado. Formuló desde entonces
algunos de sus postulados: la conveniencia de la enseñanza
artesanal y popular y la aspiración a la igualdad en el
campo de la instrucción. Aproximadamente en esa
época le fue confiada la instrucción del joven
Simón Bolívar. El preceptor reformista y
rousseauniano influyó sobre la sensibilidad del joven
criollo, aunque esa gestión educativa fuera muy corta.
Más tarde Bolívar lo reconocerá. En 1797,
Simón Rodríguez salió de Venezuela
clandestinamente, pues estuvo mezclado en la conspiración
de Manuel Gual y José María España.
Adoptó el nombre de Samuel Robinson. Se inició
entonces una vida errante. Viajó a Jamaica, Estados
Unidos, Inglaterra, Francia e Italia. En 1804-1805 vuelve a ver a
Bolívar en París y juntos recorren parte de Francia
e Italia. En 1823, Simón Rodríguez regresó a
América movido por el interés intelectual de
encontrar un medio propicio para la aplicación de sus
ideas pedagógicas y sociales. Bolívar lo
recibió cariñosamente en Lima en 1825 y le
brindó la posibilidad de experimentar sus
casas-escuelas-talleres, en Bolivia, pero la naturaleza de
Simón Rodríguez no se pudo adaptar a las
regulaciones y morosidades administrativas. Fracasó en su
tentativa y acentuó su movilidad. Recorrió la costa
del Pacífico, ejerció los más diversos
oficios, se confundió con la masa popular y mestiza, y se
perdió su huella, hasta que en 1854 se recibió la
noticia de su muerte, acaecida en el pueblo de San Nicolás
de Amotape (Perú). Arturo Uslar Pietri noveló en su
libro La isla de Robinson la biografía apasionante de
Simón Rodríguez. Éste nunca llegó a
escribir la obra Sociedades americanas que tenía en
proyecto. Publicó fragmentos de ella modificados en
sucesivas ediciones, bajo los títulos de Sociedades
americanas y Luces y virtudes sociales. También una
Defensa de Bolívar y textos relativos a la
enseñanza, como Extractos de la educación
republicana y Consejos de amigo dados al Colegio de Latacunga.
Enjuició la gestión administrativa en
Crítica de las providencias del gobierno y
determinó la naturaleza geológica de ciertos suelos
en diversos estudios. Partiendo de anotaciones de índole
reformista, en el campo de la escuela primaria, concluyó
propugnando una radical reforma educativa y, finalmente, la
transformación de la sociedad misma, mediante la
educación republicana, o sea la educación estatal.
Se pronunció en sus escritos contra la clase de los
privilegiados y contra la libre empresa, en favor de la reforma
agraria y de la división de la producción, la cual,
en su opinión, debería ser regulada.
Concedió a la Causa Social importancia determinante y
aconsejó un gobierno enérgico que
desempeñase las veces de educador. Sus reformas, en
más de un aspecto, coinciden con el socialismo
utópico. Estas quiso hacerlas mediante una escritura, un
discurso, renovadores desde el punto de vista del estilo y de la
tipografía. Para eso inventó una sintaxis, una
puntuación, una tipografía originales. Su
escritura, la distribución de las frases, los
períodos, el modo de componer, de asociar y relacionar las
ideas, estas mismas, los vuelos ortológicos y
lingüísticos, las definiciones fulgurantes, los
juicios lapidarios, los trozos en que imita la jerga popular,
precursores del costumbrismo, el discurso en primera persona o
formulado como desde el interior del lector, crean de manera
irrefutable un lenguaje personal, propio,
intransferible.
Sin embargo, la creación literaria que
marcará pautas no será la escritura genial de
ruptura y parodia de Simón Rodríguez, sino la
poesía de sabor neoclásico de Andrés Bello.
Fundiendo la influencia de poetas latinos con la casticidad
estilística, y un sentimiento de la naturaleza y del
paisaje tan virgiliano como pudiera ser romántico, Bello
compuso sus silvas, en Londres, entre las que se destaca la que
dedica A la Agricultura de la Zona Tórrida (1826). Este
poema de compostura edificante exalta la naturaleza tropical,
evoca la fecundidad de la tierra y las tibiezas del clima, invita
a los venezolanos y americanos a repudiar las luchas civiles, la
ciudad dispendiosa y bulliciosa, y a buscar la libertad en el
campo y en las labores agrarias. Poesía de
inspiración fisiocrática y moral. El
carácter ponderado de Bello estaba en oposición con
la naturaleza rebelde de Simón Rodríguez. Estos dos
hombres significan las vías de una incipiente
americanidad. Mientras Bello aspira a rescatar el pasado, la
heredad cultural española y latina, y defender el lenguaje
de las jergas mulatas y mestizas, Rodríguez afirma
abruptamente que más vale, para la creación de las
nuevas sociedades, conocer las lenguas indígenas que la
lectura de Ovidio. La obra de Bello, ramificada en las más
diversas formas de pensamiento escrito, tuvo para las
élites venezolanas y americanas, un valor de
fundación, de afirmación americana erudita y
también moral. El tema del regreso al campo y del repudio
a la guerra y a la ciudad disociadora inspirará poemas
posteriores, como la Silva criolla de Francisco Lazo Martí
y novelas como Peonía de Manuel Vicente Romero
García, Reinaldo Solar y Doña Bárbara de
Rómulo Gallegos, la Casa de los Ábila de
José Rafael Pocaterra. Inclusive en instancias
poéticas y literarias más recientes, el telurismo
nostalgioso de Bello tiene vigencia.
La novela como
elemento narrativo y los primeros cultores
En la transacción de lo neoclásico a lo
romántico figura Fermín Toro (1807-1865), autor de
Genio del Cristianismo, hombre público que se acerca a las
letras sin buen éxito, aunque haya sido el primero en
cultivar en Venezuela la novela (Los mártires, La viuda de
Corinto, La sibila de los Andes), postizas narraciones que
mezclan, sin verdadera inspiración, el folletín con
la ficción romántica; pero en otras áreas su
pensamiento rector alienta en discursos, ensayos,
artículos y epistolarios ratificando su actuación
ejemplar y la honestidad de sus procederes
republicanos;
Rafael María Baralt, el estilista, el literato
que desechando las efusiones del Romanticismo busca la tierra
firme de una escritura tan castiza como antiespañol pudo
ser su juicio histórico; Juan Vicente González, el
apasionado, el romántico, inteligencia impetuosa, pero
contradictoria, acabada expresión anímica de la
violencia y de la improvisación tropicales, del
autodidacta, de la política entendida como un fanatismo
religioso, del sueño de grandeza nunca cumplido y de la
generosidad siempre corta.
La crítica venezolana ha sido siempre favorable a
Juan Vicente González, acaso porque sus defectos y sus
características responden a la naturaleza profunda del
criollo. Hoy se sabe que su Manual de historia universal
parafrasea a Michelet, cuando no lo copia; que no son suyas las
Catilinarias de 1835 (aunque él no pretendió nunca
que lo eran), que su Historia del Poder Civil deja mucho que
desear, que la Revista Literaria publicada en 1865, poco antes de
morir, está fuera de las corrientes de su época y
de espaldas a los jóvenes autores venezolanos. Sin
embargo, su Biografía de José Félix Ribas,
además de inaugurar el género de historia novelada
y enfática, intuye en lo venezolano ingente y formula
apreciaciones sociológicas y políticas certeras.
Trazó con inspiración de pintura heroica, el
retrato de Boves y de sus llaneros. Volcó sus sentimientos
elegíacos, sus nostalgias por los amigos fallecidos, sus
angustias por la patria desangrada, en las Mesenianas, a las
cuales no se les puede negar ni sinceridad ni vigor en el
estilo.
El romanticismo español e hispanoamericano, a
pesar de Bécquer y Larra, constituyó casi siempre
una forma de elocuencia o de grandielocuencia que nada
común tuvo con la angustia metafísica y existencial
del romanticismo germano y anglosajón, o con la
rebelión del yo y la voluntad de exaltar la pasión
como acto supremo creador, propios del que se expandió por
Francia. Simulación de sentimientos verdaderos,
exaltación declamatoria, exotismo superficial,
retórica, énfasis, constituyen los rasgos
principales del romanticismo practicado por los escritores de
lengua española. El único poeta de autenticidad
romántica producido por Venezuela se llama Juan Antonio
Pérez Bonalde, aunque bien pudiera denominarse «el
desterrado», pues casi toda su existencia
transcurrió en el exilio político. Sus regresos
contados a su país fueron para llorar sobre la tumba de su
madre la pena sin consuelo, la soledad, o para morir, con la
salud definitivamente perdida. Apenas cumplidos 2 años de
su último regreso, Pérez Bonalde falleció
minado por las drogas con las que quiso mitigar sus duelos
íntimos. Contaba 46 años. Su obra poética
corre por 2 vertientes, la de su creación propia y la de
las traducciones. En ambos aspectos sobresale la calidad de su
escritura. Vuelta a la Patria y Poema al Niágara,
intimista aquél, arrebatador como un himno, el otro,
constituyen después de las Silvas de Bello, los poemas
más importantes de nuestra literatura fundadora. Su
música patética y elevada acalla inexorablemente
los cantos nocturnales de José Antonio Maitín y de
Abigaíl Lozano; las versificaciones de Antonio Ros de
Olano, nacido en Venezuela pero formado y activo en
España, y de José Heriberto García de
Quevedo, este último copioso autor de folletines, con
larga residencia en Europa también; la poesía
honorable de José Antonio Calcaño, de José
Ramón Yepes y de Jacinto Gutiérrez Coll; los
vítores y las palmas que acogieron las producciones de
Heraclio Martín de la Guardia (también longevo
autor de teatro que cultivó tanto el drama de capa y
espada como la llamada «comedia moderna») y de
Francisco Guaicaipuro Pardo, y en general, las imitaciones
más o menos felices que diversos autores hicieron de
Espronceda, Núñez de Arce, José María
de Heredia, Zorrilla, Bécquer y Víctor
Hugo.
Pérez Bonalde residió en Estados Unidos y
viajó por Europa, Asia y África. Hablaba varias
lenguas vivas. Adquirió ilustración y sensibilidad
cosmopolita, sin olvidar por eso a su tierra. Leyó a los
románticos ingleses y alemanes en la lengua original y
tradujo magistralmente a Heinrich Heine y a Edgar Allan Poe.
Nacido el mismo año que Lautréamont, murió
un año antes que Rimbaud, pero su acción
poética fue renovadora tan sólo en función
venezolana. Con sus traducciones y sus versos reveló
valores emocionales más auténticos que los del
seudo romanticismo declamatorio. Clásico por la forma, fue
romántico por la inspiración. Su búsqueda no
era estilística, sino ontológica. Con él
nace y se extingue el verdadero romanticismo en nuestra
poesía.
Eduardo Blanco escribió con Venezuela heroica el
Evangelio de esa historia entendida y sentida como «segunda
religión» (según la calificara el historiador
contemporáneo Germán Carrera Damas); allí
las acciones de la guerra de independencia se transfiguran en
epopeyas inagotables. Además, es autor de un drama de capa
y espada y de relatos un tanto folletinescos y truculentos como
Una noche en Ferrara. Pese a su grandielocuencia, Blanco se
muestra poseedor de un estilo vigoroso, rico en colores y ritmos.
Algunos críticos creen que su novela Santos Zárate
(1882), inspirada en la guerra de emancipación y en la
vida social venezolana, inaugura la narrativa nacional, ya que
los llamados costumbristas se limitaban al apunte y al boceto
literarios.
Entre los costumbristas venezolanos se destacan Daniel
Mendoza, Francisco de Sales Pérez, Nicanor Bolet Peraza,
Francisco Tosta García, Rafael Bolívar
Álvarez, Rafael Bolívar Coronado, autor de El
llanero y a Miguel Mármol.
Dos escritores de carácter más bien
didáctico y científico señalan la
transición hacia nuevas posiciones intelectuales y
creadoras, nacidas del naturalismo, del positivismo y del
evolucionismo: Cecilio Acosta y Arístides Rojas. Acosta
dispersó su lucidez crítica y sus conocimientos en
textos sueltos, epistolarios reales o imaginarios, poemas,
discursos y ensayos. Sus comentarios, tan enjundiosos como
serenos, se refieren a jurisprudencia, política,
filosofía, educación y bellas letras.
Condenó las formas de la violencia social, el regusto por
las revueltas armadas y exaltó el orden nacido del derecho
y del respeto por las instituciones representativas.
Arístides Rojas fue un apasionado recopilador de
tradiciones y un cultivador de las ciencias objetivas. Enrique
Bernardo Núñez le calificó de
«Anticuario del Nuevo Mundo». Reacio a intervenir en
las disputas políticas de su país, tan vehementes y
destructoras como inútiles, Rojas se dedicó a
interpretarlo y a conocerlo en la realidad multiforme de sus
tradiciones, de sus orígenes históricos, de su
fauna y de su flora, de sus fenómenos naturales, de su
geografía y astronomía, de su cultura popular.
Pionero de los estudios naturalistas, Rojas augura la
renovación en los métodos de investigación
que pronto se impondrán en su patria.
Una vez que la Revolución de Abril (1870)
llevó al poder a Antonio Guzmán Blanco, éste
inició importantes reformas educativas inspiradas en la
instrucción laica, gratuita y obligatoria a cargo del
Estado, y en las corrientes librepensadoras. La Universidad
Central, hasta entonces conservadora y católica,
abrió sus puertas a catedráticos partidarios del
positivismo y del evolucionismo biológico. Rafael
Villavicencio divulgó las doctrinas de Augusto Comte, y el
sabio alemán Adolfo Ernst, con residencia en Venezuela
desde 1861, propagó el pensamiento de la evolución
biológica, en su cátedra de ciencias naturales y
desde agrupaciones científicas que dirigió,
así como mediante una bibliografía que se cuenta
entre las más vastas y variadas: meteorología,
botánica, zoología, lingüística,
folklore, geología, etc. Una generación se
impregnó de esas doctrinas renovadoras, las cuales, en el
campo de las bellas letras, se confundieron con el naturalismo y
con el modernismo.
José Gil Fortoul, una de las inteligencias
más armoniosas y cultivadas con la que pueden honrarse las
letras venezolanas, tras de escribir algunas novelas
naturalistas, y ensayos de tinte modernista, se dio a la tarea de
fundar la ciencia histórica moderna del país,
mediante la revisión y crítica de la
historiografía romántica, siempre superficial y
parcializada, y la elaboración de una obra guiada por la
observación de los hechos y la comparación
objetiva. Gil Fortoul logró su propósito. El
estudio científico de la historia nace con sus libros,
entre los cuales cabe destacar El hombre y la historia (1896) e
Historia constitucional de Venezuela (1909). Ofrece sendos
estudios psicológicos en "Julián y Pasiones"
Distínguese además, Miguel Eduardo Pardo
(1868-1905) autor de Villa Brava, dos buenos muestras del
género costumbrista.
Su compañero de generación Lisandro
Alvarado, renovó el concepto de la investigación
lexicográfica, publicó glosarios de voces
indígenas o populares de singulares merecimientos,
abrió sendas para las indagaciones etnográficas,
antropológicas, geográficas e
históricas.
Fue tan sólo después de 1880 cuando se
perfiló en Venezuela un movimiento literario de
inspiración nacional, con propósito
específico de crear formas e ideas estéticas, con
voluntad de indagar la vida, el complejo social, los rasgos
psicológicos propios, no en las leyes, sino en los hechos
del acontecer vital.
Destaca la presencia de José Antonio
Echeverría (1815-1885), el cual se encaminó dentro
de la novela histórica, y cuya creación
"Antonelli", describe un tema tomado de la vida colonial en
tiempo de Felipe II, más concretamente sobre el ingeniero
de aquel nombre, constructor de la fortaleza de El
Moro.
El descubrimiento del naturalismo inspiró a
Tomás Michelena una novela mediocre, pero llena de
ambiciones renovadoras: Débora (1884).
La conjunción del naturalismo, del costumbrismo,
de la sátira política y del nativismo produjo
Peonía (1890) de Manuel Vicente Romerogarcía,
primera tentativa de novela criolla integral.
En la vertiente folletinesca del romanticismo,
allí donde la calidad literaria suele estar en
razón inversa del éxito y la popularidad, se
distingue Eduardo Blanco (1838-1910), autor de novelas como
"Historia de un cuadro", "Una noche en Ferrara", "Zárate"
y otras análogas, análogas en las que la historia y
fantasía se mezclan más o menos
arbitrariamente.
Entre los exponentes se encuentra además Julio
Calcaño (1840-1918), erudito y novelista. Sus producciones
novelísticas fueron diversas, entre ellas: "La Danza de
los muertos", "La leyenda del monje", "El escultor Marliani",
"Tristán Cataleto y Blanca de Torrestela".
Completa el cuadro de la prosa romántica
venezolana José María Manrique (1846-1904), con su
novela "Los dos avaros", que refleja la época de la
independencia y las guerras civiles venezolanas. Se destaca
además José Ramón Yépez (1822-1881),
a quien atrajo el tema indigenista, en novelas como "Anaida"
sobre la rivalidad amorosa de dos guerreros de tribus distintas e
"Iguaraya", de tema análogo y trágico
desenlace.
Hasta el último tercio del siglo XIX los
movimientos literarios se producen en Hispanoamérica con
evidente retraso con respecto a los europeos. Pero en las
últimas décadas del siglo XIX el panorama cambia:
las modas y modos europeos saltan a América y se aclimatan
allí con mayor rapidez. Se sigue casi al día al
teatro, la novela y la poesía. Se remedan y copian todos
esos géneros, si bien dándoles un sello
propio.
Las influencias
extranjeras
Díaz-Echeverri y Roca Franquesa (1966), sostienen
sobre ese interés que: "La técnica narrativa suele
ser la misma que la del viejo continente: observación
realista, minuciosidad descriptiva, cierto prurito seudo
filosófico y una motora predilección por los bajos
fondos sociales". (p. 1125).
Pero a esa técnica se incorpora, o pretende
incorporarse, una problemática americana. Los novelistas
americanos aun siguiendo los pasos de los europeos, aspiran a
crear obra propia. En ese periplo de tiempo los escritores
americanos y venezolanos se suman al movimiento del realismo y
naturalismo.
Una mezcla híbrida de diversas tendencias, en que
llenan partes alícuotas al romanticismo trasnochado, el
realismo a la española y el naturalismo francés,
sirve de base a la novela venezolana.
La compleja y variada obra de Gonzalo Picón
Febres (1860-1918) resulta de difícil
clasificación. Ensayista, erudito, poeta, novelista,
orador y filólogo. De su producción
novelística se destaca: "Ya es hora" (1895), "El Sargento
Felipe" (1899), "Flor" (1911), "Nieve y Lodo" (1914). La mejor la
verdadera obra de excepción en la novelística
americana es "El sargento Felipe"; estampa de las crueldades de
las guerras civiles, y en donde la nota mas destacada, el
elemento paisajista.
Miguel Eduardo Pardo escribió una sátira
feroz contra la sociedad y las costumbres caraqueñas: Todo
un pueblo.
Manuel Díaz Rodríguez, prosista y narrador
de refinado lenguaje, se destaca como la figura más
importante que el modernismo produjo en Venezuela. En sus cuentos
como en sus 3 novelas, Ídolos rotos (1901), Sangre
patricia (1902), Peregrina o el pozo encantado (1922), se revela
contra la mediocridad utilitarista de la vida venezolana y
describe la decadencia de vástagos de la aristocracia
colonial y las costumbres bárbaras del agro.
Destaca la producción de Manuel Vicente Romero
García (1865-1917), que en su novela "Peonía"
dejó un buen relato histórico-costumbrista de la
época del Presidente Guzmán Blanco.
Luis Manuel Urbaneja Achelpohl pregona el nativismo como
camino de superación literaria, se muestra modernista en
sus descripciones de paisajes y naturalista, mordaz,
satírico, en la crítica de la gente frívola,
urbana y rapaz. Sus obras más importantes son En este
país (1910) y El tuerto Miguel (1927).
La prosa americana en el siglo XX, se inserta en el
Postmodernismo y evolucionan hasta el realismo. Entre sus
exponentes se encuentra Rufino Blanco Bombona (1874-1944), entre
otros. Es el más conocido en razón de su
gestión como director de editorial y polemista
político, usó la novela como arma de combate,
alterando así sus fines propios y sus medios
intrínsecos. Se distingue por la producción de su
novelística "Hombre de Hierro" (1907), "El Hombre de Oro"
(1917), "La bella y la bestia", "La mitra en la mano" (1931) y
"El secreto de la felicidad".
Don Tulio Febres Cordero (1860-1938) es quizás
uno de los pocos escritores de alta talla dentro de las letras
venezolanas. De su producción novelística se
destaca "Don Quijote en América".
En ese mismo plano de erudición y creación
literaria se encuentra: José Rafael Pocaterra, entre su
novelística se encuentra "Vidas oscuras". Con José
Rafael Pocaterra, Teresa de la Parra y Rómulo Gallegos, la
narrativa venezolana alcanza su mayoría de
edad.
Pocaterra pintó vidas humildes de la provincia y
vicios de la alta sociedad, en cuentos, novelas y novelines
escritos con estilo vigoroso, punzante, mordaz, a veces
exageradamente sarcástico, otras tembloroso de solidaridad
humana. Arrastrado por las luchas políticas
vernáculas, padeció por ello el presidio. Una vez
libertado, se dedicó a combatir la dictadura de Juan
Vicente Gómez y a escribir un escalofriante documento,
requisitoria contra el régimen y testimonio de la crueldad
de las cárceles: Memorias de un venezolano de la
decadencia (1936).
Teresa de la Parra descubrió en sus 2 novelas,
Ifigenia (1924) y Memorias de Mamá Blanca (1927), la
intimidad de una «señorita bien», de esa
«flor del barroco», como la calificara Uslar Pietri.
Ifigenia es la niña de sociedad sacrificada en el altar de
las convenciones y conveniencias familiares.
Memorias de Mamá Blanca (1932) de Teresa de la
Parra, es una novela circunscrita dentro del espacio de lo oral
ya que su escritura recupera y recrea las voces lejanas de un
pasado colonial. De la intencionalidad de la obra Delsy Mora
(1999) en su artículo "El espacio de lo oral en Memorias
de Mamá Blanca", indica que la misma: "…es un
esfuerzo de la memoria que trata de reconstruir un mundo lejano,
un mundo perdido, ejemplo de una visión que identifica la
felicidad con modos de vivir tradicionales ligados al campo, es
decir, representación concreta de una utopía".
(p.198)
Gallegos
transforma la novela venezolana
Con Rómulo Gallegos culmina toda una etapa de
nuestra narrativa, aquella sometida a las influencias del
nativismo, del costumbrismo, del realismo, del lirismo
descriptivo que alcanza tonos épicos cuando contempla las
luchas del hombre con la naturaleza.
Doña Bárbara (1929) aventó la fama
de su nombre por el mundo. La obra de Rómulo Gallegos se
presenta como un ciclo, es decir, como un conjunto de escritos
comunicantes entre sí y centrados en torno a una misma
problemática, y no como una sucesión de libros
independientes unos de otros y signados por una búsqueda
formal y estructural. Por otra parte, ese ciclo se expande en
función de cierto número de constantes, es decir,
de temas que conservan un valor fijo en el desarrollo de la
creación literaria, aunque presenten distintas facetas. Se
descubre que los personajes pasan con otros nombres de un libro a
otro. Tienen los mismos rasgos y presentan las mismas cualidades
o vicios. Así se forma una humanidad galleguiana de peones
leales, de mujeres que apaciguan los ímpetus rapaces del
hombre de presa, que curan los sentimientos de los mulatos o
mestizos, de malvados, de jefes civiles pícaros, de
pequeños seres timoratos, de aventureros y de
jóvenes desorientados. Doña Bárbara es la
única mujer perversa de su obra, en la que, en cambio,
abundan las hembras con rasgos y comportamientos
viriloides.
Cabe destacar aquí un breve comentario sobre la
obra cumbre de Gallegos como lo significa su novela "Doña
Bárbara". De su importancia René Pérez
(1982) en su obra "Historia Crítica de la Novela
Hispanoamericana" sustenta que:
Doña Bárbara es la novela de los llanos
que aún no han recibido los bienes del progreso y la
cultura. Su escenario es el de la parte más desierta y
bravía del Arauca. Desde la primera página se nos
ofrece la impresión fuerte de la soledad y el que
caracteriza a esa región y que imponen un estilo de vida
rudimental a sus pobladores, los trabajadores de los hatos
sabaneros. (p. 237).
Los personajes que caracterizan la novela como
Doña Bárbara, Santos Luzardo, Mujiquita,
Ñó Pernalete, entre otros son elementos
caracterizantes del mismo paisaje de los llanos venezolanos y de
esa época Gomecista.
Las constantes de la obra de gallegos lo son: el
planteamiento repetido de la fuerza desorientada con su secuela
del fracaso y del pecado contra el ideal, frutos amargos de la
impaciencia y de la improvisación sin constancia; la idea
del alma dormida con su corolario de la función redentora
de despertarla (puede ser al alma del pueblo, como en Cantaclaro
o alma individual, como en Pobre negro); la lucha entre la
voluntad civilizadora y la resistencia regresiva, proyectada
sobre campos individuales o colectivos; los conflictos provocados
por los mestizajes, la descendencia ilegítima y los
casamientos entre personas pertenecientes a grupos sociales
diferentes o contrapuestos. Los 5 temas mencionados se entrelazan
desde los inicios mismos de su creación literaria, como
los gajos de la trepadora simbólica que cobijó los
encuentros entre los aristócratas del Casal y los plebeyos
Guanipa. El lenguaje de Gallegos, vacilante al principio, con
resabios posrománticos o naturalistas, un poco más
firme pero aún constreñido en La Trepadora (1925),
se suelta y se llena de sí mismo en Doña
Bárbara. El párrafo se torna más largo como
corresponde a un propósito descriptivo y discursivo. Se
agilizan las metáforas, aportes discretos de la
vanguardia, se profundizan los modismos populares, se concilian
los modos de expresión de las hablas culta y popular y,
finalmente, se manifiesta la creación lírica, lo
poético, el canto. Sin embargo, Gallegos nunca fue
propicio a los juegos formales, a los artificios y
tecniquerías. Escribió dentro de una
concepción lineal que concedía valor básico
estructural al personaje, a la trama y al ambiente. Uslar Pietri
apuntó una vez: «No hay novelista grande menos
renovador y audaz en lo formal y técnico». Su
estilo, con ser parco, no desecha ciertos recargos adjetivales
derivados del modernismo, y en sus descripciones suele usar la
enumeración como recurso corriente.
Con los años, y en sus libros posteriores a Pobre
negro (1936), redujo a pinceladas, a acuarelas, las descripciones
geográficas mientras concedía puesto predominante
al diálogo con lo cual sus novelas se desecaron, perdieron
esa virtud del canto propio de Doña Bárbara,
Cantaclaro (1934) y Canaima (1935). El prestigio y la fama
logrados por Gallegos constituyeron o bien una influencia de la
que era difícil librarse, o un rechazo que no podía
pasar sino inadvertido. En ese período que media entre el
triunfo de Doña Bárbara y la definida
reacción contra el modelo narrativo del autor de Canaima,
se publican, sin embargo, libros importantes.
Don Rómulo Gallegos, es en fin el máximo
exponente de esa época, y no es otro que un gran
paisajista, un gran literato y un gran observador. La obra de Don
Rómulo Gallegos se halla firmemente enraizada en la vida y
en el proceso tanto político como cultural y social de
Venezuela. Entre su novelística se encuentra: "El
último solar" (1920) que a partir de 1930 se llama
"Reinaldo Solar", "La trepadora" (1925) "Doña
Bárbara" (1929), "Canaima" (1932), "Cantaclaro" (1934),
"Pobre negro" (1935), "El Forastero" (1945), "Sobre la misma
Tierra" (1947), y "La brizna de paja en el viento"
(1952).
Uslar Pietri y
otros cultores
De la producción novelística de Arturo
Uslar Pietri se destacan sus novelas insertas en la
novelística histórica, tales como "Lanzas
Coloradas" (1931), que es una visión de hombres y sucesos
arrastrados en el torbellino de la guerra de la independencia y
el "Camino de el Dorado" (1947), que es un retrato del tremendo
conquistador Lope de Aguirre y de su temeraria aventura y La Isla
de Robinson (1981), donde cobran realidad de ficción y de
historia respectivamente el maestro don Simón
Rodríguez. Con Las lanzas coloradas (1931), Uslar Pietri
se afirmó como la mayor promesa narrativa novelesca. Uslar
derivó después hacia magníficas
biografías y crónicas noveladas.
Otras novelas no alcanzan la plenitud de estos libros.
Uslar Pietri, ensayista, economista, hombre público,
figura que encarna la cultura en el medio televisivo, gracias a
sus exposiciones constantes sobre letras, hombres y valores del
espíritu y de la historia, puede ser calificado de creador
del cuento moderno venezolano. En este género que
cultivó con maestría en más de 5 libros,
desde Barrabás y otros relatos (1928) hasta Los ganadores
(1980), Uslar no sólo experimentó diversas
posibilidades estilísticas, desde el barroco de Red
(1936), hasta la eficacia despojada de sus últimos libros,
sino demostró que el relato breve era, en verdad, la
estructura narrativa en que se movía con más
facilidad y que con ella podía abordar todos los temas
posibles.
Enrique Bernardo Núñez redujo su gran don
narrativo a 2 novelas cortas, La galera de Tiberio (1929), que
destruyó una vez publicada, y Cubagua (1931), y a unos
relatos, Don Pablos en América (1932), para dedicarse
finalmente a la historia y al periodismo de altura. No obstante
Cubagua señala un hito en la evolución de la
narrativa venezolana pues supera el modelo realista, lineal, para
desarrollar la acción en tiempos históricos
diversos, en un constante pasar del presente al pasado y regresar
luego, anticipando así procedimientos que Alejo Carpentier
llevará a expresiones notables.
Julio Garmendia, un solitario en nuestras letras hasta
que la generación de 1960 lo rescató del olvido y
de la modestia de una vida apartada y secreta, se limitó a
escribir unos 30 cuentos de diversa tónica pero
fundamentados en un sentido de la literatura más
estético que historicista, despreocupado de mensajes y
propósitos edificantes. La ironía, la
fantasía, la ilusión, privan en esos cuentos tan
breves como límpidos.
Antonio Arráiz, empezó escribiendo
poesía pero después cultivó la novela. Lo
mejor de Arráiz es Puros hombres, (1938), terrible
testimonio sobre la cárcel política en la
época de Gómez, formulado en diálogos
escuetos, sin descripción del ambiente ni efusión
imprecativa. En 1940, Arráiz publicó Tío
Tigre y Tío Conejo, un conjunto de cuentos que, por medio
de figuraciones folklóricas, describen tipologías y
comportamientos venezolanos, con un mensaje de paz al
final.
Otro narrador importante es Ramón Díaz
Sánchez, autor de una obra que penetra en los
términos contradictorios de nuestra realidad social,
política e histórica, por la vía de la
biografía y el ensayo, o de la novela y los cuentos.
Guzmán, elipse de una ambición de poder (1950) y
Bolívar, el caraqueño, dan muestra de su poder de
unir lo documental y la cuidadosa investigación
histórica con la virtud de contar. La biografía de
los Guzmán puede ser definida como un inmenso cuadro
novelesco de una época, la que va de la
desmembración de la Gran Colombia al triunfo de los
liberales amarillos y a la dictadura de Guzmán Blanco. Sus
novelas ahondan en realidades de mestizajes y cruces, la
descripción del medio petrolero, de penetración de
la psiquis nacional; se destacan entre éstas: Cumboto
(1950) y Casandra (1957).
Miguel Otero Silva, tras de escribir poemas de corte
social, político, revolucionario, desembocó en la
novela Fiebre (1939). Esa obra coincidía con su etapa de
poeta marxista. Luego escribió 3 otras novelas de forma
tradicional y siempre inspirada en una temática social
cuando no política. Entre éstas Oficina Nº 1,
que aborda la descripción del mundo del petróleo.
Otero Silva se detuvo en esta elaboración novelesca en
1963, con La muerte de Honorio. Había escrito entre tanto
poesía y siguió haciéndolo hasta que en 1970
sorprendió con una novela radicalmente diferente en
materia de estructura y escritura, aunque siempre se apoyaba en
un problema social, esta vez la vida entrecruzada de 3
jóvenes de muy distintas extracciones sociales, a quienes
unió un destino común de muerte, la violencia.
Cuando quiero llorar no lloro resultó un best-seller. Su
ulterior biografía de Lope de Aguirre confirmó su
notable capacidad de renovación literaria. Antes de morir
en 1985, dio a conocer su interpretación de la vida de
Jesús, con La piedra que era Cristo.
Esa renovación literaria novelesca estaba
planteada desde 1940, con Primavera nocturna del malogrado
Julián Padrón, antes fiel al tema agrarista; entre
su novelística se encuentra "La Guaricha" (1934),
"Madrugada" (1939), "Clamor campesino" (1944) y "Primavera
Nocturna".
Guillermo Meneses es otro novelista venezolano con
amplia producción, entre ellos se citan: "Canción
de Negro" (1934), "Campeones "(1939) y "El Mestizo José
Vargas" (1942). También deben nombrarse a Arturo
Briceño con su novela "Balumba" (1943) y Alejandro
García Maldonado por su novela "Uno de los Venancio"
(1942).
Antonia Palacios produce su novela Ana Isabel, una
niña decente (1949) retrata con gran acierto
psicológico y con verdadera emoción evocativa las
dramáticas contradicciones de la niña de clase alta
tradicional venida a menos, entre la gente popular del barrio
pobre. Después de esta novela, próxima a Memorias
de Mamá Blanca de Teresa de la Parra, Antonia Palacios se
lanzó a experimentar en una narrativa no tradicional,
fundada en rupturas, introspecciones vertiginosas, surrealidades,
buceos existenciales, rechazos argumentales y anecdóticos.
El vigor de su escritura dramática y lírica a la
vez, la sitúa en la primera línea de los escritores
venezolanos. Lo más notable en la narrativa más
reciente, fruto en parte de talleres literarios, es la tendencia
al mini-cuento, la aceptación del juego puramente
imaginativo, de lo fantástico e irreverente; la
despreocupación por la eficacia y el realismo en el
contar, en aras de lo textual.
Guillermo Meneses, mejor cuentista que novelista, salvo
en El falso cuaderno de Narciso Espejo (1952), una
narración de diseño complejo y firme en que en
sucesivas confrontaciones ficticias, Meneses se encara consigo
mismo, hurga en su identidad y proyecta esa introspección
a un plano narrativo universal. Los narradores de las promociones
ulteriores, en búsqueda de nuevos modos de contar y de
nuevas formas literarias, reconocieron en Meneses a un precursor.
La obra de Meneses se puede dividir en 2 etapas. Se inicia bajo
el signo de un criollismo urbano que describe la condición
proletaria, la marginalidad, los bajos fondos, luego se bifurca
con la misma temática y el añadido del mestizaje
hacia un preciosismo verbal recargado del cual dan fe libros como
El mestizo José Vargas (1946) y los cuentos de La mujer,
el as de oro y la luna (1948). De pronto se produce un corte en
esa escritura un tanto valleinclanesca y con el celebrado cuento
La mano junto al muro (1951), de composición circular, la
acción se interioriza y el estilo se libera del oropel
adjetival. Desde ese momento su cuentística se torna
introspectiva, despojada, no lineal, envolvente, en cierta forma
intemporal, desligada del medio regional, de la estampa, del
criollismo. Con la novela El falso cuaderno de Narciso Espejo
(1952), suerte de autobiografía en tono de ficción,
alcanza la culminación creadora y ofrece una estructura
narrativa más compleja y rica. Lo más significativo
del aporte de Meneses a la literatura venezolana es su ruptura
con el tema rural tradicional, y su amoralismo. Meneses se
complace más bien en bucear en la sexualidad, en las
perversiones, en los comportamientos de las prostitutas y los
proxenetas, en la desintegración psicológica de los
fracasados, de los pequeños seres alienados por el trabajo
y la rutina, en la ciudad.
Desde 1960 hasta
nuestros tiempos
Salvador Garmendia es otro de los altos valores de la
novelística venezolana, a través de sus obras: Los
habitantes (1961) y La mala vida (1968), que dan muestra de una
búsqueda de la realidad humana mediocre, en la urbe
alienante. Pero un escritor de la talla de Garmendia no
podía limitarse a esa temática y su obra, entre las
más válidas de nuestras letras, aborda otros
espacios, entre ellos el fantástico.
Después de Meneses la narrativa se abrió a
las más diversas modalidades y experiencias, a menudo
opuestas entre sí. Del grupo «Contrapunto»,
cuya acción más intensa se sitúa entre 1946
y 1949, salen narradores destacados, dueños de una
información literaria más actual que los
anteriores, y cuyas creaciones pretenden liberar la narrativa de
los resabios del costumbrismo, del criollismo, de la
temática rural, del mensaje edificante, del modo de contar
lineal. A los escritores de ese grupo se sumarán los de
promociones ulteriores.
En 1961, Stempel París, publica su novela Los
habituados, en la que cuenta la historia de un hombre que sin
saberlo, crea su propia destrucción durante el gobierno de
Marcos Pérez Jiménez.
Adriano González León, la gran promesa del
grupo Sardio y de la generación de 1960, publica su
novela, País portátil, que obtuvo el premio
«Biblioteca Breve» de Seix Barral, en
1968.
La dictadura de Gómez y Pérez
Jiménez produjo una serie de novelas testimoniales como
las escritas por José Vicente Abreu: Se llamaba SN
(Seguridad Nacional), directamente comprometida en la lucha
contra los dictadores, que en opinión de Terao, Ryukichi
2004: "Es una novelística que enfrenta a grandes
acontecimientos nacionales". (p.43).
En 1998, se publica la novela "Mujeres de un solo
zarcillo" de la escritora Cristina Policastro, texto que
además de proporcionar el goce estético de su
lectura, forma parte del Corpus Literario elaborado por mujeres.
Que en opinión de Carrera Leduvina (2004), en su ensayo
"Mujeres de un solo zarcillo":
…describe sensaciones referidas a los espacios
hogareños y precisa con el detalle los elementos
pertenecientes a su feminidad. La escritora revela su "Yo Mujer",
en un discurso que insiste y repite, un testimonio particular con
la ayuda de figuras femeninas tan complejas y profundas como el
dilema de Catálogos, la validez de un texto literario por
el sexo de su autor. (p. 72-73).
La producción novelística de Victoria De
Stefano se condensa en cinco interesantes novelas: "La noche
llama a la noche", "Cabo de vida", "El lugar del escritor",
"Historias de la mancha a pie" y la más reciente "Lluvia"
(2004).
Alberto Jiménez Ure, es otro de los novelistas de
los tiempos modernos, con su obra "Desahuciados" que puede
incluirse dentro de la novelística social. Del contexto de
la obra Sioli Cristancho Albornoz (2001), en su ensayo "Cegados
por una Utopía, el eterno presente del Imaginario", indica
que: "es una obra donde se manejan muchos aspectos de corte
social. Los protagonistas manifiestan de principio a fin su gran
preocupación por las carencias sociales que los envuelve,
y que ellos como parte de un colectivo comparten". (p.
36).
En 1975 Francisco Herrera Duque, publica su novela "En
la casa del pez que escupe el agua", la cual expone los rasgos
mentales, los imaginarios colectivos y las representaciones de
una generación de venezolanos, los andinos tachirenses que
viniendo de la provincia logran conquistar el poder
público central. De su misma producción son las
novelas: "Los amores del Valle" (1979), "La historia fabulada"
(1981), "Bolívar de carne y hueso" (1983) y "La luna de
Fausto" (1991), y "Los cuatro reyes de la baraja".
Se distingue la escritora caraqueña y tachirense
Ana Rosa Angarita con su novela: "El llanto americano o
crónicas de los nosotros".
Es importante además la presencia de Eduardo
Liendo con sus novelas; "El mago de la cara de vidrio" (1973),
"Los Topos" (1975); "Los platos del Diablo" (1985); "Si yo fuera
Pedro Infante" (1989), "Diario del Enano" (1995) y "El round del
olvido" (2002).
Del contexto de su novela "Si yo fuera Pedro Infante".
Carlos Baptista Díaz (1994), refiere en su ensayo "El
Bolero Ranchero" en "Dos novelas latinoamericanas",
que:
Esta escritura toma a partir de la música popular
las vivencias de sus personajes inmersos en su cotidianidad, en
los espacios marginales incluyendo todos sus elementos: el amor,
el despecho, el bar, el licor, las prostitutas. Visión del
mundo que se hace presente en la novela "Si yo fuera Pedro
Infante. (p. 83).
Otro de los escritores contemporáneos lo
significa Adriano González León con su novela
"Viejo" (1994). De su contexto Luis Javier Hernández
Carmona (1999) en su ensayo "Las trampas de la ficción, en
"Viejo" de Adriano González León, indica que el
tema central es la vejez: "… el fin último de la
vida y el seguro umbral de la muerte producen el ejercicio de la
memoria y la fusión de la palabra a manera de instrumento
creador y único medio para escapar de la condena a la
soledad". (p. 183).
Ana Teresa Torres es otra de las novelistas de la
época actual venezolana de los años 90, con sus
novelas: "El exilio en el tiempo" y "Doña Inés
contra el olvido". De Doña Inés contra el olvido,
la escritora tachirense Carmen Teresa Alcalde (1999), en su
ensayo: "Ana Teresa Torres, novelista del 90", sostiene que la
obra:
… refleja un foco de denuncia y mucho realismo y
sátira, lo cual transfigura el enfoque del mundo real y se
aproxima a un estancamiento social respondiendo así al
espíritu de momentos históricos en los cuales la
lucha por el poder político y económico eran
protagonizados por grupos oligárquicos. (p.
246).
Reafirma la misma escritora que la novela:
…pudiera ser catalogada como una nueva novela
histórica dada sus referencias intertextuales, la
presencia de figuras históricas y esencialmente por la
imagen que presenta de un pasado y presente determinado en la
historia venezolana que se ofrece como literatura sin pretender
que sea una verdad estrictamente histórica (p.
249)
En 1968, Hernando Track publica su novela "Mis
parientes" (1968). A grandes rasgos, en opinión de
María Luisa Lázaro (1999), en su ensayo: "De la
inmovilidad del absurdo al movimiento salvador"; la obra "Mis
Parientes":
…trata de la reconstrucción de la historia
de la casa paterna, desde la visión existencial del
absurdo, como una manera de ser, de estar – en – el
mundo; y desde el "recuerdo" y "la mirada" – no la
única ni la detentadora de la verdad en la ficción
– de un narrador innominado quien, elabora al decir de
Freíd, al "novela" de su familia." (P.43).
En 1976 Renato Rodríguez, publica su novela "El
Bonche". De ella, Oscar Rodríguez Ortiz, en su ensayo:
Renato Rodríguez Ortiz. El Bonche, sostiene que: "es una
novela venenosa con la ponzoña en guardia, un arte de
encantamiento que inocula una sobredosis letal de
subversión que la convierte en literatura agresiva y
ofensiva (…)". (p. 211). En 1963 publica su novela: "Al
sur del Equanil".
En la década de los setenta se registran las
novelas "La traición de Rita Hayword (1968) y "Boquitas
Pintadas" (1969) de Manuel Puig. En esa misma época
aparece la novela "Estaba la pájara pinta sentada en el
verde limón" de Albalucía Ángel. De su
contexto Álvaro Edgar Contreras B. (1999) en su ensayo "El
discurso testimonial latinoamericano" sustenta que:
Las distintas formas de tramar presentes en el texto de
Angel – diario, cartas, información radial y
periodística- funcionan como formas narrativas que pueden
vehiculizar igual información, pero con diversos grados de
significación para la organización de la
fábula. La obra narrativiza una serie de acontecimientos,
ordenándolos y jerarquizándolos, dotándolos
de una nueva significación. Esta imposición de una
nueva forma discursiva a unos hechos, lograda a través de
estrategias narrativas, llamando a la vez la atención
sobre su proceso de creación, produce un significado
diferente a sucesos y acciones que en su original forma narrativa
eran vehículos de versiones estandarizadas" (p.
123)
González León publica en el año de
1969 su novela: País Portátil, la cual en
opinión de Armando Navarro (1990) en su ensayo Narrativa
Venezolana en tres tiempos (1985-1988), sostiene que: "…recrea
a Andrés Barajarte en tres tiempos, al igual que varios
rostros de la moderna política y lo urbano". (p.
8)
Los pequeños seres (1959), constituye la novela
inicial de Salvador Garmendia. De su producción lo
constituye: Los habitantes (1961), Dia de ceniza (1969), La Mala
vida (1969), Los pies de barro (1973), y memorias de Altagracia
(1974). Garmendia, con una exacerbada optimismo al principio
rescata personajes alineados mediocres, ante el despegue de una
urbe que crece vertiginosamente en contraste con el universo
perdido de la realidad.
Argenis Rodríguez publica en 1960 la novela "El
tumulto y con ella inicia su prosa testimonial, irónica y
autográfica, en 1978 publica su novela "Gritando en
Agonía". Gustavo Luis Carrera produce en 1977 su novela
"Viaje Inmerso" de tesitura experimentalista. Rafael Di Prisco
publico en 1962 "El camino de las escaleras", novela de critica
social.
Para la época de los sesenta, en opinión
de Armando Navarro (1990), en su ensayo: "Narrativa Venezolana en
tres tiempos (1958-1988), sustenta que:
Muchas influencias foráneas impactan a nuestros
escritores y, en consecuencia, se incorporan a lo que escriben
del existencialismo Francés especialmente el derivado de
las obras narrativas de J. Sartre. La Nausea y El Muro de alguna
manera incide no sólo en la proliferación de grupos
hippies, como formas de subcultura, sino que también
aparecen su inferencia en la literatura. (p. 10).
Ramón Bravo produce en 1964, la novela "Las 10
P.M menos nunca", en 1967. "Bajo su desahuciada nivel (1967) y en
1976 su novela "Sobre algún tejado comenzara la
guerra".
Otros autores como José Santos Urriola indagan en
la temática de la violencia en producciones narrativas en
los años sesenta. La hora más oscura (1969), de
Urriola, es un claro ejemplo del mismo. De su temática
Armando Navarro, sustenta que la misma:
… se apoya en la desintegración
psíquica del personaje quien se encuentra al borde la
muerte. Utilizando una diversidad de recursos, la coherencia
accional se mantiene a través de la atmósfera tensa
que cubre las actitudes de acecho, angustia y locura
prototípicas del protagonista". (pp. 10-12)
Esa misma temática de la violencia es abordada
por Efraín Labana Cordero, quien publica en 1968 su novela
"T03 campo antiguerrillero", quien expresa lo violento en forma
objetiva, descarnada y cruel.
La guerrilla urbana se retrata en otra novela "El
desolvido" (1971), de Victoria Duno. Su enfoque de naturaleza
histórico sociológica busca entender, dentro de su
discontinuidad textual, el fracaso de aquello que en un momento
determinado suponía una opción para el cambio. En
1985, la autora reaparece como Victoria Di Stefano y con otra
perspectiva literaria. En ese año publica "La noche llama
a la noche", obra donde el autor como personaje reconstruye la
vida de Matías mediante una escritura culta y
teórica, reflexiva e intratextual. En sí misma, la
novela constituye una teoría acerca de la
novela.
En 1972 se produce el éxito editorial de la
novela "Aquí no ha pasado nada", de Ángela Zago,
que denuncia el fracaso guerrillero. Antonieta Madrid se
inmiscuye en la narrativa de la violencia por medio de su novela
"No hay tiempo para rosas rojas".
En 1975 se publica "Los Topos"· de Eduardo
Liendo, que asume la temática del fracaso de la lucha
armada. De su contexto ARMANDO Navarro (1990) indica que: "Esta
novela testimonio, mezcla de de ficción y realidad combina
experiencia y recuerdo m en un estilo transparente y directo que
comunica una catarsis individual y colectiva". (p. 12)
Antes Liendo, como se reseñó
anteriormente, había publicado El mago de la cara de
vidrio (1973), obra alusiva, cargada de simbolismo donde la
televisión se incorpora como tema ficticio. Las restantes
novelas de Liendo son Mascarada (1978) y Los platos del Diablo,
ambas de indiscutible calidad literaria.
En 1970 se publica la novela Vela de Armas (1970) y en
1980 Abrapalabra, novelas de Luis Brito garcía, la primera
considerada como novela histórica y la segunda armada en
forma de collage.
En los años ochenta se distinguen la presencia de
otros novelistas como Denzil Romero con obras como "La tragedia
del Generalísimo" y "Gran Tour" ambas de corte
histórico distínguese además la obra de
Ednodio Quintero con sus novelas "La danza del Jaguar" (1991),
"El combate" (1997) y "La bailarina de Kachgar"
(1991).
Todo ese panorama novelístico desde los remotos
inicios en América con "El periquillo Sarmiento", y luego
tratado a nivel de Venezuela, representa la dilatada trayectoria
de la novelística que ha tratado de desdibujar la realidad
y la fantasía a lo largo del proceso histórico
venezolano.
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Autor:
Jesús Acevedo
Sánchez
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