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Logofosía:ciencia de la causalidad (página 4)




Enviado por Nestor Capisca



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DEFENSAS Y RESERVAS MENTALES

204. Las proyecciones del método logosófico podrán preverse, pero no medirse. Una de ellas, de significativa trascendencia, es la que permite la creación de defensas mentales.

205. El solo hecho de ignorar le existencia de un mundo de pensamientos como agentes de la vida y la influencia perturbadora que ejercen los dominantes u obsesivos, torna al hombre mentalmente indefenso y expuesto a las más adversas e inesperadas consecuencias. Y no se trata ya de aquellos que provocan ira o temor, fáciles de advertir por sus instantáneos reflejos somáticos, sino de muchos, muchísimos otros que con la apariencia o el disfraz mental del bien, la razón o la verdad conducen al extravío y a las más extrañas aberraciones.

206. Ni la inteligencia más sagaz se halla libre de la inducción perniciosa de los pensamientos negativos con apariencia de buenos, si se carece de cultura logosófica. Pensemos, por ejemplo, en el ahorro. Es ésta una institución surgida del cultivo de un pensamiento bueno y necesario cuyo objeto es propiciar reservas para sobrellevar con éxito situaciones adversas; y un ejemplo universal de ello lo ofrece la misma naturaleza. Así es como se le inculca al niño el hábito de ahorrar y ya, desde los primeros años, la escuela colabora en tal sentido. Se le entrega una libreta, se le enseña a efectuar depósitos y allí van a parar los sobrantes de sus diversiones y pequeños placeres. Todo esto está muy bien. Pero un día, sin que la criatura ni sus maestros ni sus mismos padres lo adviertan –¡cómo podrían advertirlo!– el niño empieza a depositar en su libreta el importe destinado a caramelos o diversiones, de los que prefiere prescindir. Otra vez, en lugar de ir al cine, algo dentro suyo influye para que no vaya y guarde.

207. Transcurre el tiempo y lo que para la observación común todavía sigue pareciendo ahorro, gana más y más espacio mental cada día, desalojando insensiblemente a otros pensamientos de menor fuerza inductora, hasta ocupar en la vida de su dueño un lugar de privilegio. Así es como empieza éste a privarse de muchas cosas que, dentro de sus posibilidades, contribuían al desenvolvimiento de su vida y al acrecentamiento de su experiencia. Es ahora un joven que pone especial cuidado en limitar su vinculación con otros jóvenes, porque éstos malgastan sus ingresos y atentan contra la salud, según sus propias argumentaciones. Ese cuidado no está mal, ciertamente, pero resulta que también se limita sin necesidad en el vestir, en el aliño personal, en distracciones y en tantas cosas que ya no conciernen a la salud, sino al decoro personal y a la buena presencia.

208. Adulto al fin, se apodera de él la fiebre de guardar, de mezquinar en todo, incluso a costa de su propia salud y la de su familia. No hay necesidad ya de seguir adelante para descubrir en él al típico avaro, al tacaño despreciable y despreciado por cuantos lo rodean ¿Qué pasó en su vida? Puede alguien que desconozca el mundo mental explicarse cuando un noble pensamiento inicial, con arraigo en la vida de un ser, es desplazado por otro de obscura índole para ocupar su lugar?

209. Otro tanto suele ocurrir en el desempeño de los gobernantes, grandes y pequeños, y en tantas personas que, animadas por buenos y saludables propósitos en sus comienzos, terminan defraudando la confianza y hasta la amistad de quienes le brindaron su aplauso, su apoyo y su colaboración.

210. Esto debe ser tenido muy en cuenta en la educación de los jóvenes. Se les podrán inculcar los mejores pensamientos, pero ¿de qué sirve si no se les enseña a manejarlos y a fiscalizar la ingerencia de otros pensamientos extraños al propósito de aquellos? Echese un vistazo sobre los resultados de la educación en nuestros días y se obtendrá una respuesta que no deja lugar a dudas. Tan solo la cultura logosófica, probada acabadamente ya en tantos años de experiencia fecunda, puede preservar al joven, al adulto, a todos, de las azarosas contingencias de los pensamientos negativos y abrir de una vez para siempre las puertas que obstinadamente cierran el paso hacia la vida superior. No se trata de buscar fuera los medios de contener o impedir el mal; hay que ir directamente en busca de las causas que lo generan y esas causas se hallan dentro mismo de la vida de cada cual. La educación consciente de sus facultades y atributos naturales es lo que hay que propiciar en el joven para ponerlo a cubierto del desvío, del desequilibrio y el malogro de las prerrogativas inherentes a su naturaleza hominal.

211. Así como la avaricia pudo desplazar al pensamiento de ahorro apoderándose de su investidura y posición mental, muchos otros suelen operar en forma similar, tales como la falsía trajeada de verdad, el egoísmo de desprendimiento, la dictadura de protección, la inmodestia de modestia etc. De ahí la virtud de la autognosis, que organiza y estimula el sistema mental, hace al hombre dueño de su mente, lo adiestra para defenderse contra la ingerencia de pensamientos y desarrolla en él la capacidad de seleccionarlos con lucidez e inteligencia.

212. La selección de pensamientos –como quedó indicado en su lugar– y su ordenamiento para cumplir con sus funciones específicas bajo la dirección del pensamiento autoridad, van formando un verdadero ejército mental que resguarda la vida de adversas contingencias y desvíos y la encauza en función de las leyes universales, impidiendo sus sanciones, tan dolorosas a veces. Los pensamientos seleccionados y adiestrados constituyen por un lado "defensas" y por otro "reservas" con las que se puede contar en cualquier momento. Esta parte del proceso autognósico es, pues, de incalculable trascendencia para el destino humano en cualquier edad. Y pensemos nuevamente en los niños y jóvenes a quienes la falta de cultura espiritual en los planes de estudio de todas las escuelas del mundo los expone a servir de instrumento a cualquier ideología. Y la experiencia muestra con meridiana claridad cuan sensible es la mente juvenil a la sugestión que ejercen sobre ella las ideologías extremistas.

213. En el orden mental no hay término medio: o su conocimiento convierte a los pensamientos en vehículos de la inteligencia o su desconocimiento hace de los seres humanos vasallos incondicionales de los pensamientos dominantes. Se ve entonces el valor de las defensas y reservas mentales como agentes de la superación humana.

214. Cuando la cultura logosófica llegue a los estrados de la educación oficial y privada de los países civilizados, los docentes observarán con asombro –como hoy lo vemos nosotros en el desenvolvimiento de las divisiones infantil y juvenil de las instituciones logosóficas– con qué facilidad absorbe el educando los conocimientos que disciplinan su mente y desarrollan su inteligencia propiciando en ella notables adelantos; cómo humanizan su vida y aprenden a defender su ente moral con singular destreza. Es que –advierte la Logosofía (1)– aparte de los conocimientos comunes, se hace necesario equipar la mente con ciertos recursos positivos e instantáneos y adiestrarse en el manejo de los mismos. Estas son, precisamente, las defensas mentales que la Logosofía enseña a crear. Veamos un ejemplo: un joven logósofo, estudiante del ciclo medio, movido por su sentimiento humanitario ayuda a su compañero a resolver cierto problema. Tiempo después éste, aprovechándose de las condiciones que revela ese joven, en lugar de esforzarse por cumplir sus obligaciones estudiantiles acude a él porque lo sabe bueno. Y aún hay más: pasa el dato a otros jovenzuelos, perezosos como él, que acuden solícitos y entusiasmados de haber hallado a alguien que trabaje por ellos y a favor de ellos. El joven logósofo advierte el problema que las circunstancias le han planteado. Con toda calma reflexiona a solas sobre la situación creada. Advierte así que hay ya abuso y que, frente al mismo, acaba la tolerancia. Piensa entonces como librarse de los parásitos que se le han echado encima amparándose en su bondad, hasta ir dibujando en su mente la imagen de un pensamiento defensa. Una vez concebido, lo adiestra conscientemente, tal como aprendiera a hacerlo en sus estudios logosóficos, hasta advertir que ya tiene vida propia y aguarda la oportunidad de emplearlo. (1) Llegado ese momento, hace saber a sus abusivos compañeros que él ha aprendido a ser bueno, pero no tonto. Como no es tonto, no se presta a servir de instrumento obligado de nadie ni a alimentar parásitos; además como es bueno en la verdad, no en el error, la conciencia de su bondad le ha hecho ver claramente que su proceder los está perjudicando, convirtiéndolos en inútiles y eso no puede consentirlo a sabiendas

215. Pues bien, cuando una defensa ya ha sido empleada queda en lo interno como "reserva" mental, puesto que se trata de algo elaborado y probado, que no sólo puede servir en adelante a su propio dueño, sino también a otros que la necesiten y merezcan su servicio.

216. Así es como, de tanto en tanto, el logósofo pasa revista a sus reservas para mantenerlas ágiles. Ese es el día del "reservista mental", o sea, el de la patrulla de pensamientos que revistan en la mente en calidad de tales. (1) CIL pág. 63.

LAS LEYES UNIVERSALES

217. La existencia de leyes universales no implica ninguna novedad para el entendimiento humano. El estudio de cómo obran esas leyes sobre todo lo creado tampoco lo es. Pero el conocimiento de la influencia que ejercen sobre la vida psicológica y espiritual del hombre sí lo es y más aún, cómo puede llegar a servirse de ellas conscientemente para conducir su vida conforme a los sabios dictados de que son portadoras eternas. Expondré aquí mi comprensión y mis modestas observaciones acerca de este delicado tema.

218. La verdad –expresa un axioma logosófico es, en su aspecto exterior, la realidad de toda la creación. En su aspecto interno es el pensamiento supremo y la suprema voluntad del Creador.

219. Cada una de las cosas existentes constituye, por lo tanto, una parte grande o pequeña de la verdad total, como lo prueba su misma existencia. Pero ni la Creación ni lo creado existen porque sí. Se descuenta un porqué y un para qué, una causa y un fin. La realidad ha de ser entonces el colosal cuerpo físico de la verdad, y las leyes que determinan su origen y su finalidad el espíritu que alienta y asegura la perpetuidad de su existencia. Vemos en efecto, cómo se destruye o desintegra un árbol, pero no los árboles, cómo desaparece un hombre, pero los hombres siguen transitando por el mundo; podrá desintegrarse un astro, pero los astros continúan formándose y evolucionando en los espacios de la Creación.

220. El hombre es entonces una realidad cósmica con su porqué y su para qué. Las leyes que determinaron su origen lo van llevando, aun a pesar suyo, hacia la meta de su destino. En este aspecto no se diferencia un ápice de todas las demás formas de existencia. Pero hay algo que lo muestra distinto y único: su potestad de conocer. Si por su origen es, como todo lo demás, una expresión universal y suprema, su inteligencia lo hace apto para conocer la verdad y ser consciente de su existencia y de la existencia universal. La evolución del entendimiento humano tiene pues como meta el conocimiento sustanciado en lo supremo. Tan sublime conquista posee, a mi juicio, un precio, una condición sine qua non, suprema también: el conocimiento absoluto de su propia verdad, el total conocimiento de sí mismo. Allí reside el secreto de su proceso de evolución espiritual, puesto que el conocerse a sí mismo le obliga a superarse; y la superación a realizar su destino voluntaria y conscientemente.

221. Esa condición no ha sido llenada por detención de su desenvolvimiento interno. Todos sus avances corresponden al orden extraindividual, material, externo. Intraindividualmente se halla postrado. La Logosofía ha venido, pues, a sacarlo de ese estancamiento. De ahora en adelante cabe a esta ciencia la trascendental y sublime tarea de hacer conocer e iluminar la parte inhollada y oscura del ser humano –su espíritu y su mundo mental– e iniciar la era de la evolución consciente de su ente metafísico, vale decir, de su espíritu.

222. El proceso autognósico, como todo lo existente en el seno de la Creación está regido por leyes universales, custodias de su equilibrio y permanencia. ¿Qué prerrogativa concreta brinda al hombre el conocimiento pleno de esas leyes? Pues algo así como la que le conferiría a un ciego la devolución de su vista. ¿Podría concebirse algo más querido para él que deponer el blanco bastón con el que andaba a tientas por los caminos del mundo, sin ver nada de cuanto vive y vibra en torno suyo? Semejantemente, quien desconoce el mundo mental transita por él sin que su inteligencia tenga otra ayuda que el endeble bastoncillo de sus presunciones, creencias, supuestos y prejuicios: sus manos mentales tocan ciertas realidades, pero su entendimiento no las comprende ni su razón va más allá de la superficie que las cubre.

223. Las leyes universales son fuerzas que operan en el hombre de fuera a adentro. No por ignorarlas evitará que accionen ni el infringirlas involuntariamente disminuirá un ápice el rigor de sus sanciones. ¿Cómo advierte la inteligencia ese hecho? Muy fácilmente: toda sanción implica un retroceso. El conocimiento trascendente confiere a la inteligencia la visión causal, le alumbra el camino mostrándole las zonas libres y las zonas prohibidas del mundo mental, para no tropezar, chocar, caer, desviarse ni perderse en su andar por la vida.

224. El mundo mental interpenetra al mundo físico; una prueba palmaria de este hecho la tenemos en el canto de sirena de tantos pensamientos indeseables que se han hecho presentes en el escenario mental del mundo, cuyo enorme poder de sugestión conduce a tantos seres, lamentablemente los más jóvenes e inexpertos, a una verdadera ruina, no sólo moral sino también física.

225. Se desprende que el conocimiento de las leyes acelera enormemente la evolución consciente del hombre. ¿Qué hecho lo demuestra? La forma diferente de operar la ley. En efecto, cuando se ha comprendido su inmanencia, la fuerza de la ley no obra ya de fuera a adentro, aprobando o sancionando, sino de dentro a afuera convertida en un poder consciente. Veamos algunos ejemplos.

226. En virtud del conocimiento de sí mismo, la ley de evolución permite superar voluntaria y conscientemente todas las deficiencias psicológicas y cuanto traba el libre desenvolvimiento de la propia vida. Confiere, como poder, la facultad de dejar de ser lo que se es y llegar a ser lo que se quiere ser y no se es.

227. Un hombre vehemente e impulsivo, por ejemplo, debe soportar durante gran parte de su vida, y desgraciadamente durante lo mejor de ella, las consecuencias que le acarrea esa falla temperamental. Pero, después de tanto golpearse, allá cuando comienza su declive, la deficiencia se "ablanda" y hasta podría incluso desaparecer. No obstante, han mermado también las oportunidades de beneficiarse con el cambio, pues ya desciende su vida hacia el ocaso. Confórmase entonces con aconsejar a sus descendientes, hijos o nietos, a quienes él mismo ha contagiado la deficiencia, previniéndolos ahora contra sus efectos perniciosos. Si sabe hacerlo, es probable que lo escuchen; y algo siempre se logra. Pero lo corriente es que no sepa cuándo, donde ni cómo se efectúa una corrección de esa índole. Pretende hacerlo con traje de moralista, no exento de rigidez y, claro está, provoca un efecto contrario al que persigue. Su palabra suele caer en el vacío y hasta se burlan de él, o compadecen su "debilidad senil", "chochera incipiente", etc. Vale decir, ha habido un cambio real, pero como no responde a un proceso inteligente y metódico, resulta estéril para los demás y hasta motivo de mofa. La ley ha obrado de fuera a adentro, pero no a la inversa.

228. Un logósofo ha descubierto en sí mismo idéntica falla. Pero como sabe operar sobre ella y dispone de cuanto necesita para neutralizar sus efectos, en poco tiempo se ve libre de su deficiencia, su lugar lo ocupan ahora la contención y la serenidad, que se evidencian a través del control mental que ejerce sobre sus pensamientos. Tiene por delante un camino a recorrer, libre de su falla, fecundo por su ejemplo vivo; su palabra es tenida en cuenta porque sabe emplearla, pues conoce su valor, y porque la respalda y garantiza su propio comportamiento. La conciencia, despertada por el conocimiento, se ha hecho pues vehículo de la ley, que ha operado de inmediato provocando el cambio. Al incoarse un cambio, se manifiesta como poder individual, obrando de dentro a afuera. Tal es la diferencia entre la evolución común, lenta, pesada y casi infecunda, y la evolución consciente, que es su promisoria antítesis.

229. La ley de herencia hace posible la selección consciente de los naturales anhelos de conquista, sin enajenar la vida, como Fausto, a la voluntad de nadie ni pretender alargar el paso más de lo que dan las piernas. Saber manejar esta ley significa haber logrado la prerrogativa de heredar bienes, no infortunios, en lo que de uno depende. Se deduce que las consecuencias de las malas actuaciones constituyen el resultado de la violación de esta ley. Eso es también herencia, que, como legado, no se diferencia un ápice del Caballo de Troya.

230. La ley de cambios otorga a quien sabe manejarla el derecho natural de despojarse voluntariamente, por mediación de un proceso regulado, de cuanto perturba el desarrollo consciente y ascendente de su propia vida. Si el andador ya no nos sirve porque hemos aprendido a caminar sin necesidad de que nos estén sosteniendo con aditamentos extraños a las prerrogativas naturales, nada mejor que cambiarlo por un buen par de zapatos, que nos confieren más libertad de acción. Sin embargo esto mismo, que en el orden físico nadie discute estando en sus cabales, no siempre se comprende en el orden espiritual. Así es como muchos consumen su vida dentro del andador…

231. He aprendido a manejar la ley de movimiento para conferir lozanía y vigor a los pensamientos que selecciono o creo, lo mismo que para realizar los propósitos que aliento en ellos. Su conocimiento representa para mí el secreto, la clave de las realizaciones fecundas.

232. La conciencia de la ley de afinidad permite la atracción y selección lúcida de los elementos necesarios para crear pensamientos con jerarquía y sentimientos con nobleza.

233. El manejo inicial de la ley de causas y efectos activa la atención y confiere a la conciencia la facultad de anticiparse al futuro "pre-viendo" lo que debe o puede acontecer en las lides del saber y la experiencia individuales, estimulando la elaboración de los recursos con que se ha de contar cuando el futuro se haga presente. Cuanto más se amplía el diámetro consciente de esta ley tanto más disminuye el del azar.

234. En fin, el estudio de la ley de tiempo enseña al hombre a regular sus pasos, acelerándolos cuando su comprensión se lo evidencia o disminuyendo la velocidad al ritmo que las circunstancias aconsejan. Hay gran diferencia entre acelerar y apurarse. La aceleración es una fuerza interior promovida por la conciencia del valor del tiempo, que se manifiesta en armonía con la realidad. El apuro no emana de la conciencia sino de la inducción de un pensamiento negativo, origen de algunas deficiencias psicológicas como la impaciencia, por ejemplo, y constituye, en suma, la negación del tiempo.

235. Una larga y fructífera experiencia me ha demostrado infinidad de veces que el tiempo se pierde cuando no se piensa; del mismo modo, que se gana y aún se recobra cuando el hombre aprende a pensar. Pensar ¿en qué? En los contratiempos, dificultades y problemas que la vida diaria plantea, encarándolos de inmediato y, si es posible, resolviéndolos también de inmediato. Nunca dejándolos para después, porque el después puede tener también sus bemoles y, si las dificultades se amontonan, la alforja mental que las contiene puede llegar a hacerse muy pesada. Así es como muchos se entregan a la desesperación, al vicio o a licencias de toda índole.

236. También se gana el tiempo cuando se aprende a estudiar y analizar con lucidez y acierto las propias vivencias, vale decir, los hechos que se experimentan en determinadas circunstancias, en los cuales ciertos factores más importantes que las circunstancias mismas destacan la existencia mental de algo que está operando en la propia vida, que recién se advierte o se capta al producirse la vivencia.

237. Ordenar la vida permite manejar la ley de tiempo. Manejar el tiempo impide que éste nos corra pisándonos los talones o, peor aún, corriéndolo detrás sin alcanzarlo. Así es como el hombre vive apurado, como si estuviera huyendo. Siempre recuerdo –con satisfacción ahora– cuando yo me encontraba en ese estado, cuando el tiempo urge no se puede pensar. Y cuando no se piensa no se vive, razón por la cual no nos queda otra alternativa que la de enajenar nuestra vida al arbitrio de los pensamientos. Es entonces cuando el hombre no sólo pierde su individualidad, sino que queda a merced del azar que le deparen los pensamientos adueñados de su vida.

238. Se deduce, pues, la importancia que asume el saber logosófico en el conocimiento, regencia y aun manejo de las leyes universales, y en la conducción consciente de la propia vida, psíquica, mental y espiritual.

239. No es difícil explicarse entonces cómo el hombre, insensible por falta de cultivo interno a la acción de las leyes universales, se halla constantemente expuesto a cometer transgresiones y a experimentar sus inevitables consecuencias con retrasos o frustración de sus posibilidades naturales.

HACIA UN NUEVO HUMANISMO

240. Mucho se ha discutido, y se sigue discutiendo aún, qué se debe entender por "humanismo" y qué por "humanidades". Los actuales teorizadores de la pedagogía observan, en su mayor parte, que el clásico humanismo, estudiado y practicado durante siglos, ha dejado de constituir en la época presente el ideal de otrora. Háblase, pues, de eliminar su antiguo basamento –las lenguas y culturas clásicas– al menos en los planes de estudio correspondientes al ciclo medio, por estimarse que los resultados en modo alguno compensan el ingente esfuerzo que demanda a los jóvenes su estudio. En Francia ensayase actualmente, según tengo entendido, un "bachillerato sin latín".

241. Las discusiones giran en torno a cómo y con qué reemplazar las viejas disciplinas humanistas y, mientras el Viejo Mundo hierve en ansias de reformas disputándose partidarios y detractores de las lenguas clásicas la dirección pedagógica de la juventud, nuestra querida América asiste al nacimiento de un nuevo humanismo con bases inconmovibles, graníticas, eternas, destinado a la experimentación por parte de todos los países civilizados que se interesen en él.

242. Ese nuevo humanismo es el logosófico. No se trata ya de cultivar el intelecto juvenil reaccionando total o parcialmente contra las formas tradicionales, sino de poner en función y estimular el desarrollo consciente de una parte esencial del ser humano, que permanece estática para su voluntad y su inteligencia mientras no advenga éste a su mundo interno, y le impide alcanzar la plenitud del desarrollo psíquico, moral y espiritual. Esa parte, latente en el hombre –aunque la afirmación asombre a los pedagogos–, es el espíritu.

243. Hasta ahora, en todo lugar y en todo tiempo han sido considerados en la práctica efectiva de la educación tan sólo dos aspectos: el intelectual y el físico. Paso por alto la pésima forma de sustanciarse uno y otro, en virtud de hallarse el asunto fuera de este enfoque.

244. Quedan al margen de la educación plena los otros dos aspectos humanos, el moral y el espiritual. El primero creyóse ingenuamente que se desarrollaba solo, inculcando normas y preceptos. Centenares de elocuentes máximas pueblan las páginas de los libros; si tan sólo una, verbigracia "Quien mal anda mal acaba" despertase la conciencia del que las escucha o lee, la educación moral se habría sustanciado en algo. Pero la delincuencia juvenil y los desvíos de las comunidades en todas sus esferas han probado y siguen probando que el acto de inculcar es algo así como sembrar semillas sobre baldosa. Será necesario, pues reflexionar sobre la clara diferencia que existe entre inculcar y enseñar.

245. La misma ceguera mental se extiende respecto a la cultura del espíritu, lamentablemente ignorado por univocación y confusión de conceptos. Sobre un tremedal nada estable puede edificarse. De este modo, aunque muy mentado, el desarrollo de nuestro ente metafísico ha constituido hasta ahora, para los ideales de la educación, un amor sin esperanzas.

246. Tampoco es solución incrementar la cultura intelectual por considerársela pobre, arcaica o deficiente, ya que eso es más cuestión de método funcional y de conciencia clara entre lo que debe entenderse por instruir y educar, términos que, confundidos en la práctica, resultan para el proceso pedagógico lo que un tajo a lo largo de un tejido de punto. Se trata en cambio de cultivar la parte potencial, dejada inadvertidamente de lado y sin manifestación consciente en el educando: su propio espíritu. Por eso el saber logosófico define al humanista –o al nuevo humanista, digamos mejor– como al "ser racional y consciente realizando en sí mismo las excelencias de su condición de humano y de su contenido espiritual sobre la base de una incesante superación." (MVC p. 104).

247. El docente deberá comprender, pues, que es él mismo y no la docencia quien debe renovarse primero, puesto que querer renovar sin haberse renovado es como querer dar lo que no se posee. Y la eficacia del método y la pericia técnica ¿cómo se obtienen sin autoexperimentación? ¿Se ha pensado en ello? Lo natural y lógico es que antes de cambiar planes y sistemas de enseñanza cambie el encargado de concebir esos planes y sistemas.

248. En lo relativo a educación, la época presente nos ofrece simultáneamente un mal y un bien. En efecto, junto al fracaso de lo que hasta ahora se admitiera como ideal educativo ha surgido una cultura nueva, portadora del mensaje humanístico que desde hace mucho tiempo ansiaba el hombre sin haber podido concretar, ni esbozar siquiera, la magnitud de ese anhelo. El educador, el auténtico director pedagógico de la juventud debe recogerlo, estudiar y asimilar su contenido. De no hacerlo ahora, las nuevas generaciones lo harán después, ya que nada puede oponerse al avance de la verdad, y entonces, ¿quién abogaría a favor de aquellos que evidenciaron semejante ceguera? Pues está fuera de toda duda que no hay peor ciego que el vidente que no quiere ver.

249. Piénsese en la significación del acto pedagógico en la teoría y en la realidad. Por ejemplo, se inculca al alumno el amor al estudio, pero lo cierto es que éste constituye una de las cosas que él más aborrece. ¿Por qué se produce ese hecho? Porque no se trata de inculcar sino de enseñarle a experimentar realmente las delicias de ese amor. Y como no se puede amar una labor que no gusta, y una labor no gusta cuando no se la sabe hacer, corresponde al educador alcanzar la conciencia de ese valor, si quiere enseñar a otros a realizarlo conscientemente.

250. Otro hecho propio de la vida estudiantil: el profesor apabulla al educando frente al pizarrón gritándole que piense. Me estremece pensar qué sucedería si al alumno se le ocurriera preguntarle, en ese momento, qué es pensar y cómo puede realizarse ese acto voluntaria y conscientemente. Lo cierto es que a nadie que sepa lo que es pensar se le ocurriría formular un pedido de esa índole a los gritos o infundiendo temor, como no se le ocurriría a nadie exigir a otro que respire con la cabeza dentro del agua.

251. Es muy fácil amenazar y castigar al alumno que ha observado mal comportamiento; lo difícil es enseñarle a portarse bien, y, más difícil aún, enseñarle a realizar el proceso consciente que culmina con la eliminación del agente mental que provoca su mal comportamiento. El saber logosófico hace de ello una tarea humana, agradable y sencilla.

252. Si a todo esto le sumamos ahora –y es honesto hacerlo– nuestras propias deficiencias psicológicas, que pese a nuestra condición de educadores poseemos, nuestra intolerancia y la gama de reacciones negativas que nuestra propia conducta promueve en el educando; los complejos que solemos originar en ellos; las injusticias que involuntaria y aun voluntariamente cometemos, y más todavía, si tenemos en cuenta lo inhumano, lo deshumanizado y antinatural de los métodos, planes, programas, horas de clase y obligaciones escolares; la falta de conocimiento de las necesidades reales e inmediatas de cada educando; su desamparo mental y moral (falta de defensas y orientación en la vida), no será difícil comprender entonces lo desvalida y huérfana que se hallan la niñez y adolescencia y lo que serán con esa base tan poco firme los seres que estamos forjando para el mañana, los futuros padres de familia, los profesionales, educadores, dirigentes y hombres de estado venideros.

253. Entiendo que corresponde a los docentes, en primer lugar, hacerse cargo de la situación, despertando la conciencia de su responsabilidad como educadores. Sería imperdonable que existiendo no una teoría nueva o una teoría más, sino la solución perfecta, acabada, del problema, la respuesta archiprobada del gran interrogante que plantea la educación de nuestros días, por insensibilidad o indiferencia, por prejuicio intelectual o por mal entendido amor propio no se le prestara la atención que debe merecer lo nuevo, máxime cuando supera manifiestamente lo ya conocido, cuyo alcance nadie ignora.

254. Como experimentado educador cumplo con el deber de señalar esos viejos males de la enseñanza común. Como logósofo experimentado, aprovecho la ocasión para señalar que la raíz de todos esos males proviene de la falta de desarrollo y educación del espíritu, olvidado y confundido hasta hoy en los planes de enseñanza por ausencia del conocimiento, de la técnica y del método capaces de darlo a conocer, valorarlo y modelarlo. Pero es el caso que ese conocimiento existe ahora, que ha surgido en nuestra América con el nacimiento de la Logosofía, ciencia de la causalidad destinada a enderezar el rumbo de la vida humana y a poner en posesión de la misma una parte del hombre aún sin manifestación consciente: su propio espíritu. Soy logósofo y educador; estoy cumpliendo conmigo mismo y con la docencia: mis alumnos de hoy no serán ciertamente mis jueces de mañana.

255. Es inútil y hasta un contrasentido pregonar los valores del espíritu, si no se sabe enseñar a cultivarlos despertando la conciencia de sí mismo. A los educadores nos corresponde brindar a la juventud esa imponderable fuente de bien. Estoy cierto que nos hallamos todos plenamente acordes si pensamos que la educación no podrá cumplir nunca su objetivo mientras no logre despertar en la razón del educando la conciencia cabal de que todos los valores espirituales, morales, intelectuales y materiales que la integren deben ir consubstanciándose con su propia vida hasta formar una aleación indisoluble entre su ser y su saber.

256. No hablo por esnobismo ni con el entusiasmo natural que suele despertar lo nuevo, recientemente aprendido. Llevo más de tres lustros de investigación y práctica del conocimiento logosófico, a través de los cuales he ido observando la imponderable serie de cambios positivos sustanciados en mí como hombre y como docente, y el valioso caudal de experiencias acumuladas con el ejercicio del nuevo humanismo. Lo cierto es que el conocimiento del mundo mental le abre al docente logósofo las puertas del mundo interno del alumno. Sabe que su misión no termina con las explicaciones precisas y claras de los temas de su especialidad, sino que es ahí justamente donde empieza. Porque la mente del joven no es un simple envase psicológico, antes bien, materia viva y activa poblada de pensamientos de todo orden, a los que es necesario observar y atender para sacarlo adelante.

257. El acto pedagógico no consiste en tomar lecciones, poner notas y cumplir con las exigencias de un programa, sino en desarrollar capacidades efectivas de aplicación concreta en la vida, cualquiera sea la asignatura que se dicte. Todo lo que se enseña sin saber de dónde proviene, para qué sirve y cómo se maneja constituye lastre mental, moviliza una sola facultad de la inteligencia, la memoria, impide el desenvolvimiento de las otras facultades, las más importantes, despoja de interés a la materia, no desarrolla aptitudes positivas, propicia la manifestación de pensamientos reaccionarios en las mentes juveniles y se convierte en motivo de indisciplina y distracción. Para humanizar y tornar fecunda e interesante la enseñanza debe humanizarse el propio docente y fecundar su inteligencia y su sentir con los conocimientos logosóficos, de índole causal, que constituyen una nueva, prominente y universal especialidad, medulares para la razón humana. Nadie podría prever la magnitud de su alcance ni los límites de su aplicación práctica.

258. El ejercicio de la observación consciente pone al descubierto el mundo mental inquieto y díscolo del alumno, y el profesor logósofo sabe cuándo, donde y cómo debe operar sobre él. Se produce así el acercamiento respetuoso y la confianza entre uno y otro, pues el educando percibe en aquél la fuerza capaz de orientarlo y de enseñarle muchas cosas buenas, útiles y limpias. Cuando advierte que su preceptor es bueno pero no tonto, que sus palabras son la expresión armónica y precisa de sus actos, de su conducta diaria, de su vida renovándose y superándose siempre, la gratitud, la ascendencia, el respeto y el afecto despiertan en su corazón sin restricciones.

259. Los resultados de su conducta y de su forma de enseñar permiten al catedrático logósofo entrever lo que será la educación cuando la Logosofía sea estudiada y practicada en las aulas; lo que será la vida, la sociedad y el mundo cuando la evolución consciente alumbre el seno familiar, el de las instituciones y los pueblos.

260. Es asombroso el bien que se puede alcanzar con el cultivo del conocimiento logosófico. Hace algunos años conocí a un grupo de jóvenes en un campo de deportes. Me llamó la atención uno de ellos por su preocupación por la cultura. Me acerqué a él, le dispensé mi trato y conocí su vida. Tenía ya dieciocho años y no había cursado un solo grado en la escuela primaria. Sus padres, maestros ambos, habían quedado cesantes con la dictadura en mi país. Por reacción no enviaron a sus hijos a la escuela y les dieron instrucción libre. Habían aprendido muchas cosas, algunas útiles y prácticas, pero, sin certificación oficial, la universidad les estaba vedada.

261. Le ofrecí a aquel joven la cultura logosófica. Cuando conoció el mundo de los pensamientos lo suficiente como para empezar la obra de su proceso interno, fui ubicando en su mente ciertos pensamientos, pocos pero de enorme fuerza estimulante y constructiva, y arbitré los medios para hacer culminar felizmente sus propósitos. Le enseñe a cuidar y atender esos pensamientos, a estudiar con gusto y con provecho, lo que llevó tiempo, ya que, si bien estaba habituado a leer, estudiaba sin disciplina, sin selección y sin continuidad. Todo esto lo trascendió al fin. Lo hice preparar y rendir directamente el sexto grado. El estímulo de ese triunfo, bien dirigido, dio también sus frutos. El dominio de la técnica y el método de estudio le permitió recibirse de bachiller en sólo dos años de esfuerzo. En tanto, el ejercicio de la función de pensar le allanó el camino para crear en sí las condiciones que definen una vocación. Ingresó en la universidad, becado sin discusión alguna, y es allí, en la actualidad, descollante figura.

262. Era la suya una inteligencia normal. Pero el ejercicio de la obediencia consciente, el de la disciplina y orden mental, el de la continuidad inteligente del esfuerzo, el de la capacidad para crearse estímulos y saberlos aprovechar han ido modelando en él un verdadero logósofo, un estudiante eximio y una promesa para la sociedad. Lo esencial –afirma el creador de la Logosofía, refiriéndose a la juventud (Logosofía 3,14)– es guiarla hacia una mayor conciencia de su responsabilidad frente a los deberes que le impone la hora presente. Y eso –añade– sólo pueden hacerlo aquellos que con sus ejemplos son capaces de sostener sus palabras. Expresa ahí la necesidad de resguardarla de la contaminación mental con todas las ideas exóticas o extrañas a la nacionalidad; de ampararla contra el veneno de las intrigas, que tanto sugestionan la reflexión naciente, para que pueda responder con todas las fuerzas de su espíritu cuando sea llamada a colaborar en los altos designios de la patria.

263. Puedo asegurar, con la convicción que confiere la experiencia, que cuando el joven ha descubierto la fuerza poderosa que contienen los pensamientos logosóficos al transubstanciarse en su vida convertidos en aptitudes fecundas, en sentimientos elevados y en clara comprensión de las circunstancias, se va perfilando con caracteres distintivos el ser ideal por el que tanto se ha suspirado y elucubrado en toda la historia de la educación.

264. En este momento acude a mi memoria la actuación de un joven logósofo, universitario también, en oportunidad de un examen parcial. Había olvidado su goma de borrar y la solicitó a un compañero, que, embarullado, lo defraudó con su negativa. Días después durante un examen escrito de álgebra, el egoísta, apremiado por las circunstancias –se trataba de una prueba definitoria– pidió al joven logósofo, ducho en la materia, cierta explicación para resolver un ejercicio. Percibió éste de inmediato la acción inductora del pensamiento de venganza y hasta la ofensa verbal, a punto de salir del cerco de sus labios. En rápido movimiento mental frenó ese pensamiento y lo ayudó a pasar el trance. Una mañana de inclemente llovizna llamaron a la puerta del joven logósofo. Abrió éste y se encontró con que el ayudado venía a informarle que se había suspendido el examen práctico del día. Reflexionando luego sobre el hecho pudo comprobar la manifestación de la ley universal de correspondencia, de la que con su conducta anterior había sido él vehículo causal. La mente que sobrepasa la cultura media –nos dice González Pecotche ("Logosofía" 32,5)– y se vitaliza con los conocimientos superiores, mantiene ya un perfecto control sobre las actividades de sus pensamientos, sean éstos los que nacen engendrados por ella o los que hospeda dentro de sí. No pueden caber en su interior pensamientos malignos, que llevan como intención dañar al semejante; mentes cultivadas para el bien no pueden engendrar pensamientos de esa naturaleza. El recato natural del alma se lo impide.

265. El humanismo logosófico abre a la educación y a la cultura un vasto y maravilloso campo experimental, enteramente nuevo, variado y fecundo en altísimo grado. Cuando la conciencia docente haya absorbido su esencia medular despuntará la aurora de una nueva humanidad. Y no estarán los hijos dotados de una mente sana en un cuerpo sano, como soñara el poeta latino, sino de dos mentes sanas y un espíritu feliz, que asumirá la dirección plena de la vida que encarna.

266. El resurgimiento de los valores y de las calidades –afirma el protagonista de una reciente novela de González Pecotche (El Señor De Sándara, pags. 353-354)– solo cobra realidad en el individuo cuando éste comienza a trabajar por la resurrección de su alma en recónditas esferas de conciencia, y es en el desempeño de tal función que el hombre se convierte en su propio redentor.

267. Terminaré este trabajo de exégesis con un pasaje de "El lobo estepario", de Herman Hesse (premio Nobel de Literatura) p.56 (1).

"Si tuviéramos una ciencia con el valor y la fuerza de responsabilidad para "ocuparse del hombre y no solamente de los mecanismos de los fenómenos vitales; si "tuviéramos algo como lo que debiera ser una antropología, algo así como una "psicología, serían conocidas estas realidades por todo el mundo".

Esta ciencia, que el autor alemán solicita, ha nacido ya y está al servicio de toda la humanidad.

(1) Trad. M. Manzanares, Bs.As., 1957

 

 

 

Autor:

Nestor Capisca

Partes: 1, 2, 3, 4
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