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Juárez y la Identidad en la Paz (página 2)



Partes: 1, 2

Si las reglas no se aplican para todos preservando el
derecho común, resulta entonces sencillo entender por
qué las personas encargadas de impartir la justicia
podrían comercializar sus servicios en la medida de la
intención o necesidad de las familias por "proteger" a los
hijos que han infringido las reglas: mientras más grave el
delito, más pago por evitar la aplicación de la
ley; bueno…, dirían los cínicos, por
"proteger a la familia".

El desusado refrán "el buen juez por su casa
empieza" ha sido reemplazado drásticamente por la
expresión egoísta: "defiende tus derechos y los de
tu familia", sin saber que es –precisamente, al defender al
egoísta- cuando empezamos a dejar indefensa a la
comunidad.

Cuando resulta más importante mi tiempo, mi
espacio, mi mundo, mi modo, mi estilo, mi forma, mi
interés, mi ego, cuando el "yo" es más importante
que el "todos", la anarquía deja de ser una palabra
utilizada para referirse a un extremo sistema social y se torna
tan actual que las consecuencias se pueden leer en cualquier
periódico o escuchar en cualquier noticiero hasta el punto
donde ya no sorprende la expresión del Gobernador Reyes
Baeza al referirse a los "apenas 175 muertos" víctimas de
la violencia en una sola Ciudad en lo que va del
año.

En donde vivo, mi lugar de estacionamiento junto con el
de otras seis personas está techado, pero todos los
demás cajones están al aire libre; entonces, mi
zona de estacionamiento es, alternada o simultáneamente:
sala, antro, punto de contacto, cantina, sanitario
público, reducto de hotel de paso y espacio cultural para
grafitis. En los primeros meses de mi estadía, mi auto
amanecía abollado, rayado, con huellas de vasos o botellas
en el cofre y cajuela y con señas evidentes que
había sido utilizado como banco colectivo.
Identifiqué a los causantes y tuve "la osadía" de
confrontarlos en presencia de sus padres. El resultado fue una
larga lista de expresiones insultantes y una arenga para que
entendiera a "los niños" y que si no estaba a gusto pues
que presentara una denuncia o me cambiara a una casa propia. Casi
para concluir la breve entrevista, me "recomendaron" aprender a
convivir, porque a otros –por menos- les habían
enseñado a "respetar" los usos y costumbres de la
comunidad y se habían adaptado o se habían mudado a
tiempo. Debieron pasar algunos encuentros sorpresivos y algunas
eventualidades oportunas para que poco a poco cada uno
fuésemos tomando el lugar que nos correspondía:
aún ocupan mi lugar esporádicamente pero se han
determinado para limpiar antes que amanezca y para no ocupar la
cajuela o el cofre como asiento.

Durante nuestras charlas, muchos de mis amigos confiesan
que les toma algo de tiempo acostumbrarse a conducir en algunas
ciudades del país, donde todavía se cede el paso a
un auto en cada crucero importante y que siempre que aparece un
peatón se concede el paso sabiendo que, cotidianamente,
ellos cruzarán por las esquinas o por los espacios
señalados. A muchos les desespera que algunos conductores
observen el límite establecido de velocidad cuando la
vía esté despejada en las vialidades importantes de
muchas ciudades y ni se diga en el Circuito Interior
Bicentenario, en el Periférico o en el Viaducto:
cuestión de interpretación de las reglas o de mi
abstracta definición de "respeto".

El apotegma, la expresión trascendente de Benito
Pablo Juárez García se refiere al respeto de lo que
no es de uno, no al respeto a uno mismo. Cuando pregunté
sobre el tema para la redacción de este relato, las
personas respondieron: "El Respeto al Derecho ajeno es la Paz";
pero al requerir más explicación, las risas y las
expresiones sarcásticas inundaron mi ventana del MSN y el
auricular en el teléfono:

-Que me respeten o les va como en Feria, decían
unos. -Que no te metas con mi familia porque te irá mal,
decían otros.

Sólo unos cuantos estuvieron dispuestos a
expresar:

-No aprovecharme de los demás para mi propio
beneficio.

-No tomar lo que no es mío.

-No generar acciones que puedan poner en riesgo a los
demás.

-No provocar condiciones que impliquen daño
deliberado a los demás.

-No hacer a otros lo que no quisiera que me hicieran a
mí.

-Conservar el respeto a los demás aunque ellos
falten al respeto de sí mismos.

Al observar las respuestas, no es difícil
reconocer al egoísmo como la esencia para faltar al
respeto, derivado de los limitados conocimientos y la
formación cultural al interior de las familias y
alimentado consistente y sistemáticamente por los medios
de comunicación, que parecieran tener interés
genuino en restringirnos el aprendizaje como el mejor medio de
dominación política y social.

El conocimiento de uno mismo, la identificación y
el reconocimiento de los derechos de los demás, son los
factores clave para madurar emocional y psicológicamente
en y con el entorno. Si mis padres no hicieron la tarea cuando
eran escolares, será complicado que me inculquen elementos
de valor al estudio o que confirmen o aprecien las
enseñanzas que recibo en la escuela; primero, ellos mismos
debieran estar dispuestos a reconocer lo que falta, a desaprender
lo que daña y a reaprender lo que se requiere para
convertirse en una persona que respeta y que se respeta a
sí misma.

Entre la falta de respuestas a las preguntas
espontáneas de la infancia y adolescencia y ante la
incongruencia entre lo que dicen los libros y las realidades de
todos los días, un sentimiento creciente de
frustración germina orillándonos hacia la
visión fatídica que el mundo es demasiado grande
como para conquistarlo o por lo menos comprenderlo. Ante esta
distorsionada visión de la realidad, la cobarde
mayoría preferirá echarle la culpa a los
papás, a sus maestros, a los partidos políticos, a
la crisis económica, al Presidente, al sistema o a quien
más salga en las noticias del día (a otros, a los
demás en cualquiera de sus presentaciones)
perfilándose mañosamente entre la apatía, la
desidia, el desinterés, la crítica traidora y
buscando la forma de acercarse y abrir las manos para que alguien
le dé, sin esfuerzo, lo que –aparentemente- por
sí mismo no puede conseguir. Con los ojos y los sentidos
alertas y atrincherados en su propio egoísmo,
ocuparán su potencial para prejuzgar, condenar,
señalar, difamar, criticar sin proponer y estarán
siempre prestos para rechazar, denostar, rebatir, hacer menos y
hasta sabotear los esfuerzos de otros como estrategia para
conservar su mismo nivel de mediocridad: si los demás no
crecen, todos seguimos siendo iguales y así no se
evidencian mis limitaciones.

En contraste, unos cuantos irán tomando el
control y la responsabilidad de sus actos, irán aceptando,
enfrentando y asimilando las consecuencias de sus propias
decisiones y les dará por luchar contra su propio
egoísmo y la condición prevaleciente en casa, para
madurar y crecer; les dará por estudiar para escalar,
entrenarse para fortalecerse, dar pasos para avanzar y hacer del
esfuerzo disciplinado una costumbre que rescate lo mejor de
sí mismos, no sólo para buscar "los cinco minutos
de gloria". Ellos terminarán por comprender que el Respeto
hacia uno mismo y hacia los demás es cuestión de
uno mismo y es la esencia del avance sostenido, es la clave para
una interacción asertiva, es el factor para la
expresión ecuánime de las ideas, es el pilar para
identificarse e identificar a los demás como parte de un
mismo entorno y es la base de una personalidad que construye y
contribuye a poner orden y sentido social donde quiera que sea
que deba desempeñarse como hijo, como hermano, como primo,
tío, esposo, padre o abuelo; como trabajador, como
dirigente, asociado, directivo, funcionario o empresario; como
persona, como mexicano siempre, como humano a final de
cuentas.

Poco a poco (porque lo que vale mucho requiere algo de
tiempo), día tras día, paulatina pero
consistentemente, el reconocimiento a los derechos, a las
necesidades, a las prerrogativas y a las posibilidades
mías y de los demás irán modificando
comportamientos, reforzando actitudes, canalizando esfuerzos y
aclarando perspectivas comunes en el largo plazo y matizando
egoísmos; si todos queremos genéricamente
más o menos lo mismo, bien podríamos buscarlo
integrados y sumando voluntades: no quisiera esperar un temblor
mayor a 8 grados que dure más de 90 segundos para volver a
ver el espíritu solidario de mis vecinos y la ayuda
desinteresada de mis paisanos; la vez pasada perdí algunos
amigos valiosos.

Cuando Juárez, el Presidente, expresó
–el 15 de Julio de 1867- su memorial discurso que reportaba
el fin de la Intervención, se refería a los
interesados en agenciarse nuestro país porque veían
la cantidad y variedad de especies, climas, ecosistemas, playas,
costumbres, cactus, comidas, artesanías, ruinas
arqueológicas, reservas naturales, minas, petróleo
y potencial –sobre todo potencial- y se les ocurrió
que podrían convertirnos en una nueva colonia europea
sirviendo a sus intereses y ambiciones. Juárez
defendía a México de los extranjeros que
pretendían, o pretendiesen después, arrebatarnos lo
nuestro por el simple placer de la conquista y al amparo de un
puñado de traidores.

Mexicanos: Encaminemos ahora todos nuestros
esfuerzos a obtener y a consolidar los beneficios de la paz. Bajo
sus auspicios, será eficaz la protección de las
leyes y de las autoridades para los derechos de todos los
habitantes de la República. "Que el pueblo y el
gobierno respeten los derechos de todos". "Entre los individuos,
como entre las naciones, el Respeto al Derecho ajeno es la
Paz".

Confiemos en que todos los mexicanos, aleccionados
por la prolongada y dolorosa experiencia de las comunidades de la
guerra, cooperaremos en el bienestar y la prosperidad de la
nación que sólo pueden conseguirse con un
inviolable respeto a las leyes y con la obediencia a las
autoridades elegidas por el pueblo.

En el año 2010, casi ciento cuarenta y tres
años después que Juárez, el institucional,
hablara fuerte y claro, me inquieta mucho que el enemigo ya no
sea austríaco o francés o estadounidense; me asusta
percibir que al enemigo hoy lo tengamos en casa.

El egoísmo rampante de los que hoy se ostentan
como protagonistas políticos, sociales o
periodísticos me molesta, me enoja, me incomoda: dan
realmente mal ejemplo. Los ignorantes no pueden distinguir ni las
consecuencias ni sus motivaciones y optan por copiar las malas
mañas: "si él lo hace, yo, ¿por qué
no?"

Mientras más egoístas haya en mi familia,
en mi manzana, en mi unidad, en mi barrio, en mi colonia, en mi
delegación, mi municipio o mi estado, más
vulnerables somos y más fácil es que quienes
ostenten el poder, quienes dicen "representar" mis intereses o
quienes pretenden imponer el temor a fuerza de amenazas y balas
puedan escabullirse de sus obligaciones y jugar conmigo como se
les pegue la gana. No sirve para mucho hacer distinción
entre unos y otros, entre ricos y pobres, entre políticos
y pueblo, entre azules, rojos, verdes, amarillos, naranjas o
blancos a ver quién tiene más la culpa de la
condición actual de nuestra Patria: el egoísmo de
uno, nos fastidia a todos.

No sirve para nada desear que algo cambie si yo sigo
echando la basura por la ventanilla del auto o me sigo
estacionando en el lugar reservado para los discapacitados. No
sirve para nada insultar a cuanto político se me ponga
enfrente si no pago mis impuestos en tiempo y forma o si hago un
puente entre la acometida y la pastilla para burlar el medidor de
luz porque no estuve de acuerdo con la extinción de la
Compañía de Luz y Fuerza; no sirve para nada pedir
que los demás dejen de ser egoístas si mi
letanía al despertar reza: primero yo, después yo y
al último yo. El valor moral se gana cuando todos observan
que yo cumplo con mi responsabilidad. Para exigir,
cumplir.

Juárez, el depositario del poder ejecutivo,
aplacó con la Ley las ansias de quienes
–egoístas- querían a nuestro país
dominado y tributario de un imperio.

No creo sea necesaria otra intervención
extranjera para recuperar nuestro sentido de identidad nacional.
Desde donde percibo, la suma acumulada de individuos que
respetemos el derecho ajeno hará que mi entorno se afiance
y la incipiente confianza rebrote lenta pero consistentemente
ganando certidumbre en los comportamientos sociales y mejores
mecanismos de control para las funciones representativas. Si cada
uno de nosotros elimina en algo el egoísmo de los
últimos años, probablemente podríamos
empezar a confiar más en mis vecinos, en mis
compañeros de escuela, en mis maestros y en quienes tienen
la función de protegernos y cuidar nuestros intereses
nacionales; cada quien pone exclusivamente su porción de
respeto. En la medida que yo mismo propicie el derecho ajeno, la
interacción social podría recuperar mucha de la
certeza perdida y podría germinar algo de tranquilidad que
buena falta nos hace hoy.

En el 21 de Marzo del Año 2010, escribo para mis
compañeros de trabajo, mis alumnos, mis ex alumnos, mis
familiares, mis amigos y quienes hoy han tenido la paciencia para
llegar hasta este párrafo, y reitero mi disposición
y mi constancia para reconocer y preservar sus derechos en la
mejor intención de robustecer la confianza y fortalecer
nuestra identidad mexicana, identidad de paz, identidad en
paz.

Desde este escritorio, como siempre, saludos para
Todos.

 

 

Autor:

Dante Múzquiz Beltrán

Consultor

Asesoría, Consultoría y
Capacitación Empresarial

Marzo 21 del Año 2010

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