El comportamiento humano sigue siendo un misterio
insondable. Es muy posible que, de acuerdo con
Aristóteles, el hombre sea un ser sociable por naturaleza
("infinitamente más sociable que las abejas y todos los
demás animales que viven en grey"), pero también lo
es que, conforme a lo planteado por Hobbes, el hombre sea un ser
antisocial por naturaleza. ¿Cuál de los dos
está en lo cierto? ¿Cuál está
equivocado? ¿Los dos están errados? ¡He
ahí la cuestión! Hay razones para pensar que es
sociable por naturaleza y las hay para pensar que es antisocial
por naturaleza. Su insondable interior es muy complejo de
explorar. Su inescudriñable alma alberga grandezas y
miserias. Así como tiene actos grandiosos, también
tiene actos perversos. Su comportamiento, al igual que su
auténtica esencia y naturaleza siguen siendo un
inexpugnable misterio. Lo cierto es que todavía no ha
encontrado maneras armónicas de convivencia
pacífica. Frecuentemente sus intereses y su falta de
habilidades comunicativas lo confrontan y lo distancian. A pesar
de su aparente "sociabilidad" se le dificulta tratar con sus
semejantes. Desde del mismo seno familiar se ve enfrentado a
conflictos, muchas veces absurdos, producto del desconocimiento
de las diferencias, la intolerancia y el irrespeto consigo mismo
y con los demás; en la escuela, en la universidad, en el
trabajo, en su vida social y afectiva tiene conflictos, motivados
por estas y otras causas. Durante su efímera existencia
establece algún tipo de vínculos (familiares,
académicos, laborales, sociales, afectivos, etc.) con un
promedio muy escaso de personas, de seres semejantes, y sin
embargo termina odiando, despreciando, injuriando, calumniando o
agrediendo a un gran porcentaje de ese escaso promedio; no son
pocos casos en los que termina profundamente distanciado
afectivamente de sus hermanos y, lo más grave, hasta de
sus propios padres, y qué decir cuando termina
asesinándolos… Algo extraño debe "habitar"
la psiquis humana… ¡Quién pudiera
desentrañar las miserias y grandezas del alma humana!
Porque tal como nos dice José Saramago en El viaje del
elefante "la dura experiencia de la vida nos ha demostrado
que no es aconsejable confiar demasiado en la naturaleza humana,
en general". ¿Será cierto el aforismo nietzscheano
de que "verdaderamente, el hombre es una corriente impura y
cenagosa"? Según José Ortega y Gasset, el hombre es
una fiera con veleidades de arcángel. Sigmund Freud
plantea que las personas, como seres paradójicos y
complejos, detrás de la apariencia, detrás de la
fachada de la conducta visible, escondemos todo un intrincado
juego de móviles, deseos y pensamientos inconscientes que
revelan el dinamismo último y real de nuestros actos.
Gustave Le Bon en su Psicología de las multitudes
nos advierte que detrás de las causas confesadas de
nuestros actos, existen causas secretas, ignoradas por todos, y
que la mayor parte de nuestros actos cotidianos son efecto de
móviles ocultos que escapan a nuestro conocimiento. No nos
queda más que seguir preguntando con Erich From si el
hombre es lobo o cordero.
La
comunicación y la competencia emocional
La Constitución Política de 1991
señala que "Colombia es un Estado social de derecho,
organizado en forma de República…
democrática… y pluralista, fundada en el respeto de
la dignidad humana…" (Artículo 1). Si es
"democrática", entonces, entre otras
garantías, somos libres de "expresar y difundir el
pensamiento y opiniones" (Artículo 20); y el acto
natural para expresar lo que pensamos es la
comunicación.
En un sistema democrático, en la práctica
comunicativa, es necesario implementar las competencias
ciudadanas, que el Ministerio de Educación Nacional (MEN)
define como "el conjunto de conocimientos y de habilidades
cognitivas, emocionales y comunicativas que, articuladas entre
sí, hacen posible que el ciudadano actúe de manera
constructiva en la sociedad democrática". En nuestra
convivencia ciudadana, que involucra la comunicación, se
requiere de "un ciudadano como sujeto con sentido de colectividad
que procura con sus acciones favorecer la inclusión
social; que transita por la vía de los conflictos
acompañado de habilidades y actitudes que favorezcan la
convivencia pacífica; que se sabe partícipe activo
y protagonista de las decisiones de su comunidad; que reconoce
las diferencias en los diferentes ámbitos del acontecer
humano, como un espacio propicio para la construcción
colectiva de comunidad más que como un obstáculo
que es necesario anular y combatir" (Competencias ciudadanas
y educación emocional, de Agustín David Arias
Rey). Dentro del conjunto de competencias comunicativas,
emocionales y cognitivas, para efectos de la praxis comunicativa,
es importante tener en cuenta las competencias emocionales que el
MEN designa como "las habilidades necesarias para la
identificación y respuesta constructiva ante las emociones
propias y las de los demás". Gracias a la convivencia
ciudadana la persona llega a ser ella misma, desarrolla las
condiciones innatas de alguien que siente, ama, razona y
planifica.
Las competencias emocionales favorecen la convivencia
pacífica, el manejo no violento de los conflictos e
incluso la indignación frente a situaciones injustas que
puedan afectar a los demás. El precitado Arias Rey,
psicólogo de la Universidad Javeriana, recomienda la
educación emocional para mejorar la convivencia gracias a
ciertas competencias como la autorregulación emocional y
la empatía, entre otras. La educación emocional
consiste en aprender a reconocer nuestras emociones, aprender a
regularlas y expresarlas para no hacernos daño, aprender a
utilizarlas para cuidarnos mutuamente, como una forma de
favorecer el ejercicio de la ciudadanía ya que nuestras
relaciones sociales están mediadas en gran parte por
nuestras emociones.
En nuestra sociedad violenta y conflictiva es necesaria
la práctica de la resiliencia, definida por Barudy y
Marquebreucq como la capacidad de mantener un proceso de
crecimiento y desarrollo suficientemente sano y normal a pesar de
las condiciones de vida adversa. La resiliencia, que implica un
proceso activo de resistencia (preservación de las
capacidades personales en medio de las adversidades) y
construcción (capacidad de fortalecimiento y
recuperación tras vivir experiencias dolorosas), Arias Rey
la entiende como la capacidad con la que cuentan las personas
para no quedar atrapadas en emociones destructivas aún
cuando se hayan desarrollado y vivan en escenarios adversos para
la convivencia. La resiliencia también es una competencia
emocional imprescindible para el desarrollo de las competencias
ciudadanas en tanto favorece una eficaz educación
emocional en medio de contextos adversos.
El psicólogo Robert Plutchik identificó
las siguientes emociones: sufrimiento, repugnancia,
cólera, desprecio, éxtasis, adoración,
terror, asombro, ira, repulsión, tristeza, sorpresa,
miedo, fastidio, aburrimiento, melancolía,
distracción y aprensión. Según éste,
las emociones varían de intensidad: unas son más
intensas que otras. Cada una de ellas le ayuda al individuo a
adaptarse al ambiente en cierto modo. Para algunos
psicólogos, la emoción es el resultado de
reacciones viscerales o periféricas; para otros, las
emociones y las respuestas corporales ocurren
simultáneamente; y hay quines teorizan que la
emoción resulta de la interacción de los procesos
cognoscitivos y fisiológicos. "La mayor parte de los
estados emocionales son difusos, y muchas emociones se
acompañan de reacciones fisiológicas esencialmente
idénticas, que interponemos para crear la emoción"
(Psicología, un nuevo enfoque de Charles G.
Morris). Como las emociones suscitan y dirigen el comportamiento,
provocan y moldean la conducta, necesitamos aprender a
manejarlas, a ponerles inteligencia, para armonizarlas con la
razón, es decir, equilibrar "cabeza" y
"corazón".
La escritora Sandra Anne Taylor, en su libro El
éxito cuántico, precisa que las experiencias
emocionales nos afectan de una u otra manera, porque nuestra
resonancia influye en los demás y la resonancia de
éstos tiene un efecto en nosotros. Todo en la vida es un
intercambio de energía que se mueve siempre alrededor
nuestro. Es un proceso de acumulación que crea la
corriente vibratoria y emocional para todo en nuestras
vidas.
Por supuesto hay un fenómeno
físico-cuántico que demuestra como trabaja este
proceso. La primera influencia es llamada la fase de
fusión. En el mundo natural, las partículas se unen
y se separan, pero a menudo cuando dos de ellas vienen juntas,
toman una porción de la otra al momento de separarse. Esta
es la esencia de la ley de fusión: cuando dos entidades se
juntan, la energía de cada una se une a la de la otra, y
cada una dejan algo detrás al momento de
separarse.
Las experiencias emocionales de los humanos pueden
igualmente ser fase de fusión. De hecho, nos pasa a todos
cada día. Nos complementamos con otra persona, y tomamos
su vibración con nosotros, lo mismo que ellas toman la
nuestra. Por ejemplo, cuando discutimos con un adolescente que
está enfadado, podemos irritarnos nosotros mismos. Cuando
pasamos tiempo con una persona depresiva, podemos notar que
nosotros también nos sentimos mal, aun después de
algún tiempo de haber estado con esa persona. Y estar al
lado de una persona que esta llena de júbilo nos deja
también con esa alegría. Las emociones son
contagiosas, y la energía de cada persona es
influyente.
Como los fenómenos afectivos influyen en la
comunicación e interactúan con las competencias
emocionales, es preciso saber que la afectividad, como un sistema
de la vida psíquica, está conformada por "todo un
conjunto de fenómenos de la vida psíquica, que
tienen su origen o están estrechamente relacionados con la
sensibilidad y la emoción", aclara el psicólogo
Fernando Torres Noriega (La educación de la vida
afectiva), y agrega que la sensibilidad, la emoción,
los sentimientos, los estados afectivos y los comportamientos son
los fenómenos integrantes de la afectividad. La
sensibilidad es la capacidad de sentir agrado o desagrado. La
emoción es un estado anímico o afectivo bastante
intensivo, caracterizado por una conmoción orgánica
consiguiente a impresiones de los sentidos, las ideas o los
recuerdos, la cual produce fenómenos viscerales que
percibe el sujeto emocionado y con frecuencia se traducen en
gestos, actitudes u otras formas de expresión. Los
sentimientos, que son el origen y fuente de las emociones, son un
fenómeno afectivo compuesto por el amor, el odio, la
simpatía, la aversión, las pasiones y otras
actitudes afines. Los estados afectivos, resultado de nuestra
autoestima, son el tono dominante de la vida psíquica de
cada persona, que tienen bases fisiológicas, intelectuales
y afectivas. Los comportamientos afectivos son complejas
manifestaciones de nuestra conducta, de nuestros comportamientos,
como la toma de decisiones, la comunicación, las conductas
antisociales, entre otras.
El componente afectivo de la persona tiene demasiada
importancia en el fenómeno de la comunicación
interpersonal o en nuestra experiencia comunicativa. En los
diálogos, según un ejemplo del precitado Torres
Noriega, sobre negocios o reuniones científicas o
profesionales pareciere que la influencia es la única
rectora del comportamiento de los interlocutores. "Pero lo
más probable es que los sentimientos: la autoestima, la
necesidad de competir agresivamente, la aceptación y el
rechazo de características personales del interlocutor, se
hagan presentes notoria y eficazmente, en los resultados de esta
intelectual comunicación. En este grupo inteligente,
cuando pensamos enviar mensajes científicos, es posible
que la afectividad nos traicione, y enviemos mensajes agresivos o
que sean interpretados en esta forma por el competitivo
interlocutor receptor" (La educación de la vida
afectiva).
Según Torres Noriega, la educación
sistemática de la afectividad permitirá que los
interlocutores conozcan y acepten desde niños sus
características emocionales, es posible que fomente la
verdadera cooperación, en vez de una inútil y fiera
competencia, egoísta, por lo mismo que es
ignorada.
La capacidad de interpretar las emociones de nuestros
interlocutores se relaciona con la empatía, la cual
depende de la capacidad de identificar las emociones ajenas y la
capacidad de "ponerse" en el lugar de los demás y emitir
una respuesta emocional apropiada. Si no hay un adecuado manejo y
control de las emociones se afecta sustancialmente todo acto
comunicativo, toda acción comunicativa, y, por lo tanto,
se dificulta la convivencia pacífica. Tanto la
comunicación biunívoca como la convivencia
armónica se exponen a rupturas si no hay dominio de los
estados emocionales.
Si privilegiamos de la democracia, como ya se dijo, el
hecho de ser diferentes, el derecho a la diferencia, entonces
tendremos claridad conceptual al expresarnos, al comunicarnos.
Por ejemplo, cuando nos referimos a lo que somos, estamos
expresando el concepto de sexo, y este término quiere
decir simplemente diferencia, ya sea biológica,
anatómica o mental que caracterizan tanto al hombre como a
la mujer; es decir, la determinación de la identidad
sexual. Si sexo es lo que somos, sexualidad es la
expresión de lo que somos, la expresión de nuestras
diferencias. La sexualidad es la persona con sus pensamientos,
sentimientos y acciones como hombre o como mujer; es el ser
humano en la totalidad de su expresión vital. Según
la psicóloga Cecilia Cardinal de Martín, "es una
manera de relación de la persona consigo misma y con las
demás personas y, si bien tiene bases biológicas
comunes, es única, cambiante y relativa, como
única, cambiante y relativa es la existencia humana, hace
parte de su vida de sentimientos, de su vida afectiva y de su
vida de acción. En resumen, es un compromiso existencial".
Como se aprecia, sexo y sexualidad, aunque tienen estrecha
relación, son conceptos diferentes. Claridad conceptual y
precisión semántica es "tener claros los conceptos
y mantener una comunicación descifrable y completa con uno
mismo y con los demás", precisa Walter Riso. La claridad
conceptual, cuando hablamos de diferencias, de ser diferentes,
nos sirve para evitar confusiones, ambigüedades y
tergiversaciones en la experiencia comunicativa, en procura de
una comunicación más comprensiva.
Comunicación y
democracia
En una democracia se posibilita la dinámica de
una comunicación auténtica que, al igual que
aquélla, permita la participación activa de los
interlocutores en circunstancias de igualdad, sin que ninguno de
ellos se imponga, ya sea porque cuenta con un aceptable nivel de
información o porque ejerce algún tipo de
autoridad. En un escenario democrático la finalidad de la
comunicación es la acercar y no la de distanciar. La
democracia favorece la comunicación y ésta
contribuye al entendimiento dentro de una democracia.
Según el premio Nobel de literatura Octavio Paz, la
democracia no es un absoluto ni un proyecto sobre el futuro: es
un método de convivencia civilizada. No se propone
cambiarnos ni llevarnos a ninguna parte; pide que cada uno sea
capaz de convivir con su vecino, que la minoría acepte la
voluntad de la mayoría, que la mayoría respete a la
minoría y que todos preserven y defiendan los derechos de
los individuos. "La democracia, aclara el Mentor
interactivo de Océano editorial, no puede ser
jamás el abuso de la mayoría sobre la
minoría; sin el respeto hacia las minorías no
existe verdadera democracia ni libertad para nadie. Hoy no se
concibe una genuina civilización de progreso sin el valor
de la tolerancia frente a las opiniones ajenas que no coinciden
con las nuestras, o con el ideario de nuestra iglesia o de
nuestro partido político".
¿Pero qué es democracia? Veamos. La
democracia (demos = pueblo, y kratos =
autoridad o gobierno) es el gobierno del pueblo, el
régimen político pluripartidista que reconoce las
libertades públicas. Pero más que un régimen
político, la democracia es una filosofía
política, caracterizada por su elasticidad o su
flexibilidad.
El primer principio de la democracia es que la ley de la
mayoría es la ley fundamental de la sociedad formada por
individuos con iguales derechos. En consecuencia, la democracia
presupone la igualdad de las personas y su derecho igualitario a
ejercer soberanía popular y alcanzar los fines que
perseguimos todos. "Es un error hacer descansar exclusivamente la
democracia en la soberanía… hay democracia
allí donde la soberanía reside en todos los hombres
libres… No hay democracia allí donde cierto
número de hombres libres que están en
minoría mandan sobre una multitud que no goza de
libertad… No hay verdadera democracia sino allí
donde los hombres libres forman la mayoría y soberanos"
(La política, de Aristóteles).
Si hablamos de democracia, hablamos de igualdad y
libertad, como dos de sus elementos claves, de sus derechos
fundamentales. El ejercicio de éstos y otros derechos
está condicionado sólo a los intereses superiores
del orden social, es decir, a la seguridad del Estado y la
coexistencia pacífica de los derechos individuales. "Los
derechos de cada uno se extienden, sin trabas, hasta el punto en
que pudieran ser lesivos para los derechos de los demás y
allí se detienen. El concepto de que esos derechos existen
como atributo inherente a la condición humana, y que se
deben respetar, constituye la esencia
ético-política de la democracia"
(Introducción a las doctrinas
políticas-económicas, de Walter Monterroso).
El filósofo José Antonio Marina en su libro
Ética para náufragos nos advierte que
tenemos que contar con los demás para disfrutar de
nuestros derechos. "El derecho ajeno es la paz" (Benito
Juárez).
A pesar de que "la ley de la mayoría es la ley
fundamental de la sociedad" y el "primer principio de la
democracia", ésta, entendida como el gobierno de la
mayoría, presenta una debilidad. Así la
decisión mayoritaria sea la sustancia y la fuerza motriz
de la democracia, nos preguntamos si ¿es siempre la
decisión de la mayoría la más sabia?
¡Cuidado! A veces la mayoría es el
rebaño… ¡Democracia y mayoría son
cosas diferentes! "La verdad es que la democracia se basa en una
paradoja que resulta evidente a poco que se reflexione sobre un
asunto: todos conocemos más personas ignorantes que sabias
y más personas malas que buenas… luego es
lógico suponer que la decisión de la mayoría
tendrá más ignorancia y de maldad que de lo
contrario. Los enemigos insistieron desde el primer momento en
que fiarse de los muchos es fiarse de los perores… A la
mayoría se le engaña con facilidad, cualquier
sofista o demagogo que dice palabras bonitas es más
escuchado que la persona razonable que señala defectos o
problemas. Y al que no se le engaña, se le compra, porque
el vulgo no quiere más que dinero y diversiones."
(Política para Amador, de Fernando Savater).
René Guenon en su Crisis del mundo moderno nos
dice que "la opinión de la mayoría no puede ser
más que la expresión de la incompetencia, ya sea
que ésta resulte de la falta de inteligencia o de la
ignorancia pura y simple… Habría lugar
también a hacer destacar, por otra parte, cómo
algunos filósofos modernos han querido transportar al
orden intelectual la teoría
«democrática» que hace prevalecer la
opinión de la mayoría, haciendo de lo que ellos
llaman el «consentimiento universal» un pretendido
«criterio de la verdad»: suponiendo incluso que haya
efectivamente una cuestión sobre la que todos los hombres
estén de acuerdo, este acuerdo no probaría nada por
sí mismo; pero, además, si esta unanimidad
existiera realmente, lo que es tanto más dudoso cuanto que
siempre hay muchos hombres que no tienen ninguna opinión
sobre una cuestión cualquiera y que ni siquiera se la han
planteado jamás, sería en todo caso imposible
comprobarla de hecho, de suerte que lo que se invoca en favor de
una opinión y como signo de su verdad se reduce a no ser
más que el consentimiento del mayor número, y
todavía limitándose a un medio forzosamente muy
limitado en el espacio y en el tiempo".
El hombre masa, el vulgo, la multitud, la
mayoría, en su afán desaforado por saciar sus
apetitos, no se detiene; por eso, todo lo que se oponga al
disfrute de ésta, debe desaparecer. Odia muerte todo lo
que no sea ella. Para imponer su criterio y sus opiniones realiza
todo lo que esté a su alcance. No prevé
consecuencias, no explora posibilidades y no acepta reglas;
llevada por su soberbia, su vehemencia y su fuerza, impone su
agresividad y su pasión. Como no concibe nada distinto de
ella misma, repugna a quienes se le oponen y procuran su
desaparición. La mayoría, el rebaño, el
vulgo, la masa, es lo que no actúa por sí misma en
una buena organización de las cosas, tal como
señala José Ortega y Gasset. "Ha venido al mundo
para ser dirigida, influida, representada, organizada -hasta para
dejar de ser masa o, por lo menos, aspirar a ello-. Pero no ha
venido al mundo para hacer todo eso por sí. Necesita
referir su vida a la instancia superior, constituida por las
minorías excelentes" (La rebelión de las
masas). Sigmund Freud, en su Psicología de las
masas nos dice que la mayoría, multitud, la
muchedumbre, es impulsiva, versátil e irritable y se deja
guiar casi exclusivamente, por lo inconsciente. "Los impulsos a
los que obedece pueden ser, según las circunstancias,
nobles o crueles, heroicos o cobardes, pero son siempre tan
imperiosos que la personalidad e incluso el instinto de
conservación desaparecen ante ellos. Nada, en ella, es
premeditado. Aun cuando desea apasionadamente algo, nunca lo
desea mucho tiempo, pues es incapaz de una voluntad
perseverante".
Para muchos, la mayoría no es más que el
vulgo, y el vulgo, según Maquievelo, se deja
engañar por las apariencias y por el éxito; y en el
mundo sólo hay vulgo, ya que las minorías no
cuentan sino cuando las mayorías no tienen donde apoyarse.
Este pensador florentino piensa que el vulgo, el populacho, vive
de apariencias, y éstas son suficientes para el grueso de
la humanidad, que es absolutamente incapaz de separar el grano de
la paja. Según Aristóteles, "una virtud superior
puede ser patrimonio de un individuo o de una minoría;
pero a una mayoría no puede designársele por
ninguna virtud especial, si se exceptúa la virtud
guerrera, la cual se manifiesta principalmente en las
masas… (La política). Así las
decisiones democráticas se tomen por mayoría, la
democracia no es sólo la ley de las mayorías.
"Además de ser un método para tomar decisiones, la
democracia tiene también unos contenidos de principio
irrevocables: el respeto a las minorías, a la
autonomía personal, a la dignidad y la existencia de cada
individuo" (Política para Amador). La
mayoría sólo sirve para elegir porque la
minoría es la que gobierna. En otras palabras: la
"democracia" elige y la oligarquía manda. Es por eso que
la democracia también hay que entenderla como el derecho a
ser diferentes, y las diferencias en el ámbito de la
comunicación son importantes para comprendernos en nuestra
práctica comunicativa. Como tenemos el derecho a ser
diferentes, es decir, a pensar y expresarnos libremente, la
democracia implica dejar que los demás existan y
actúen por sí mismos.
Con respecto al derecho a la diferencia, considero que
una democracia no es sólo el gobierno de las
mayorías (las mayorías, "el pueblo", en muchos
casos, son personas manipuladas por los aparatos
ideológicos de Estado y otras "instituciones"). En el
Diccionario filosófico, Fernando Savater advierte
que el común denominador de las mayorías
está más cerca de la oligofrenia que de la
excelencia intelectual. Las decisiones democráticas son
mayoritarias, pero no toda decisión mayoritaria es
democrática. Álvaro Salom Becerra en su hilarante y
mordaz novela Al pueblo nunca le toca afirma que el
pueblo "es un rebaño de indios analfabetos y
henchidos, de obreros ignorantes y desnutridos, de empleados
impotentes…"). Estanislao Zuleta aclara que
democracia y mayorías son dos cosas bien diferentes. El
derecho a la diferencia también es el derecho del sujeto a
diferir contra la mayoría; a diferir, a pensar y a vivir
distinto, esto quiere decir al derecho a la diferencia.
"Democracia es el derecho a ser distinto, a desarrollar esa
diferencia, a pelear por esa diferencia, contra la idea de que la
mayoría, porque simplemente ganó, puede acallar a
la minoría o al diferente" (Educación y
democracia, un campo de combate, de Estanislao Zuleta).
Insisto: la democracia no es sólo el derecho tan
respetable de la mayoría, ¡es el derecho del otro a
diferir! Reconocer y respetar el derecho a la diferencia implica
entender al "otro", reconocerlo, tolerarlo y aceptarlo como es,
sin tratar de cambiarlo, sin pretender que sea como nosotros, que
piense y actúe como nosotros. Es aprender a valorar la
diferencia como una ventaja que nos permite ver y compartir otros
modos de pensar, de sentir y de actuar.
Esta forma de enfocar y concebir la democracia tiene
relación con la democracia representativa y pluralista,
entendida como "un sistema de toma de decisiones y un modelo de
comportamiento social y político que se fundamenta en el
pluralismo, el respeto de las diferencias y la protección
de los derechos y libertades, y que busca proteger la
responsabilidad de los ciudadanos en la toma de decisiones"
(Representar a Colombia: hacia un nuevo contrato social.
PNUD-ACCI).
Fernando Savater refiere que la democracia se debe
concebir también como derecho a participar en nombre
propio en la toma de decisiones colectivas. Lo verdaderamente
revolucionario de la democracia es subsumir todas las
desigualdades efectivas (de rango, posesiones, sexo, credo,
educación, aptitudes, raza, familia, etc.) bajo una
superior igualdad legal y política. La democracia no es
una mera forma de participación política, sino
crear uno sociedad tal que todos sus miembros tengan igual
posibilidad de realizar sus capacidades. "La democracia no puede
limitarse tan solo a defender la autonomía política
de cada cual y todos, sino que tiene también que
incrementar medidas oportunas que corrijan las desigualdades de
fortuna producto del nacimiento, la habilidad o la desdicha, de
modo que cualquiera pueda ver desarrollado y cumplido lo mejor de
sí mismo" (Diccionario filosófico, de
Fernando Savater).
En su Política para Amador Savater
plantea que para que se de una auténtica isonomia
democrática (igualdad ante las leyes e igualdad para
participar en la promulgación o renovación de
leyes) es precisa una cierta independencia personal frente a las
necesidades más imperiosas, que no posee el impecune ni el
ignorante, y que la puesta en común de intereses diversos
sea razonablemente accesible, lo que no ocurre si los intereses
de personas o grupos dentro de la comunidad son desaforadamente
desiguales sea cuantitativa o cualitativamente. Las decisiones
democráticas, tomadas desde la isonomia política,
han de ir necesariamente configurando una igualación
más completa y profunda de las condiciones sociales. En la
democracia, además, debe imperar la libertad como
autonomía política (libertad de participar en el
gobierno de una colectividad y no acatar leyes cuya
promulgación no haya sido sancionada por el propio
individuo o sus representantes legítimos), y la libertad
de la vida privada, entendida como capacidad reconocida de
autogestionar la existencia propia según gusto y criterio
de cada individuo particular.
Insiste Savater que la democracia tiene como objeto
generar al individuo, posibilitando institucionalmente el
cumplimiento autónomo y sociable de su individualidad
irrepetible. El hombre así generado puede ser bueno o malo
o regular; extirpar esta ambigüedad moral de su destino no
la mejora sino que la destruye. El día en que la sociedad
lograse que los hombres tuvieran que ser buenos, habrían
dejado de poder serlo. Serían buenos para ese tipo de
sociedad, pero no para sí mismos.
En una sociedad democrática, la
comunicación tiene que ser abierta y democrática;
debe dar participación a los demás, para escuchar
sus planteamientos, sus puntos de vista, sus críticas y
sus comentarios, aceptando sus diferentes formas de percibir las
cosas y la realidad. La comunicación debe ser un proceso
dinámico, en el que el "otro" pueda expresarse sin
reservas ni limitaciones; en el que le sean profundamente
respetadas y valoradas sus consideraciones, porque cada quien
opina desde su ignorancia o desde su sabiduría. El que
habla tiene algo importante que decir. Es muy bien sabido que el
que habla, algo dice. Cada uno tiene el derecho a sostener su
propia opinión, pero no tenemos el derecho a "pisotearla".
Savater nos advierte que vivir en una sociedad libre y
democrática es muy complicado. "El enemigo siempre es el
mismo: el individuo egoísta y desarraigado, caprichoso,
que se desgaja de la acogedora unidad social y se toma demasiadas
libertades por su cuenta" (Política para
Amador).
En su ensayo Ariel, el filósofo uruguayo
José Enrique Rodó señala que la
concepción utilitarista, que se opone a la
concepción de la vida racional, fundada "en el libre y
armonioso desenvolvimiento de nuestra naturaleza", se orienta a
la inmediata finalidad del interés que genera bienestar
material, pero produce la florescencia de idealismos futuros,
absorbe la vida y sus energías, y ocasiona nostalgias
dolorosas, descontentos y agravios de la inteligencia. El
desborde del espíritu de utilidad menoscaba la
consideración estética y desinteresada de la vida.
Las revelaciones de la ciencia de la naturaleza son la universal
difusión y el triunfo de las ideas
democráticas.
Plantea Rodó que una alta preocupación por
los altos intereses de la especie se opone al espíritu de
la democracia, porque la concepción de la vida se ajusta a
la exclusiva búsqueda del bienestar material. La
democracia, según Bourget, es desenvolvimiento progresivo
de las tendencias individualistas y disminución de la
cultura. Quienes piensan así tienen un interés
vivísimo por la posibilidad de una noble y selecta vida
espiritual que no se sacrifique a los caprichos de la multitud.
"…cuando la democracia no enaltece su espíritu por
la influencia de una fuerte preocupación ideal que
comporta su imperio con la preocupación de los intereses
materiales… extinguirá gradualmente toda idea de
superioridad que no se traduzca en una mayor y más osada
aptitud para las luchas del interés que son entonces la
forma más noble de las brutalidades de la fuerza"
(Ariel). La igualdad social debe destruir las
jerarquías imperativas e infundadas y las superioridades
injustas por las verdaderas superioridades humanas, que son lo
afirmativo de la democracia y su glorias y tienen "en la
influencia moral su único modo de dominio y su principio
en una clasificación racional"
(Ariel).
Para que surjan las más elevadas actividades
humanas que determinan la alta cultura, se necesita que impere la
calidad sobre la cantidad de pobladores. "La multitud, la masa
anónima, no es nada por sí misma. La multitud
será un instrumento de barbarie o de civilización
según carezca o no del coeficiente de una alta
dirección moral… La civilización de un
pueblo adquiere su carácter, no de las manifestaciones de
su prosperidad o de grandeza material, sino de las superiores
maneras de pensar y de sentir que dentro de ellas son
posibles…" (Ariel).
El espíritu de la democracia es un principio de
vida en donde priman la igualdad de derechos. "Cuando se concibe
de este modo, la igualdad democrática, lejos de oponerse a
la selección de las costumbres y de las ideas, es el
más eficaz instrumento de selección espiritual, es
el ambiente providencial de la cultura. La favorecerá todo
lo que favorezca el predominio de la energía
inteligente… sabemos que no existe otro límite
legítimo para la igualdad humana que el que consiste en el
dominio de la inteligencia y la virtud, con sentido por la
libertad de todos". Desconocer la obra de la democracia, "es
desconocer la obra, paralela y concorde, de la ciencia". Nuestra
civilización descansa sobre los soportes de la democracia
y la ciencia. Según Bourget, en ellas somos, vivimos, nos
movemos. La educación popular debe tener interés
supremo en "la idea y la voluntad de justicia, el sentimiento de
las legítimas autoridades morales"
(Ariel).
La ciencia debe conciliarse con el espíritu de la
democracia, porque sus aportes muestran "como la inmensa sociedad
de las cosas y los seres es una necesaria condición de
todo progreso del orden jerárquico". Es por ello que se
insiste "en la concepción de una democracia noble, justa;
de una democracia dirigida por la noción y el sentimiento
de las verdaderas superioridades humanas; de una democracia en la
cual la supremacía de la inteligencia y la virtud
–únicos límites para la equivalencia
meritoria de los hombres- reciba su autoridad y su prestigio de
la libertad, y descienda sobre las multitudes en la
efusión bienhechora del amor" (Ariel).
Comunicación y Derechos
Humanos
Así como la comunicación auténtica
es necesaria para la convivencia armónica y
pacífica, también para que ésta pueda ser
viable se requiere del disfrute y el respeto de los Derechos
Humanos.
Según Fernando Savater, considerados por la
izquierda como una mojiganga idealista preconizada por el Estado
burgués para legitimar su dominio de clase, y cuestionada
por la derecha su pretenciosa universalidad porque suponen una
violación eurocéntrica del equilibrio cultural de
otros grupos distintos a la tradición europea, los
Derechos Humanos son la contribución axiológica
más efectiva a la autoinstitución de la sociedad
razonablemente emancipada. Estos postulados democráticos
se caracterizan porque son necesarios, universales, inalienables,
limitados, inviolables, y son anteriores al derecho y a la
ley.
Señala Savater que los Derechos Humanos
pertenecen al orden de lo moral, de lo jurídico y de lo
político. "Algunos de ellos parecen claramente una
explicitación normativa del reconocimiento ético de
las exigencias efectivas de lo humano; otros corresponden al
área del derecho, pues se ocupan de cuestiones de
justicia, tanto en lo tocante a distribución de bines como
en lo que respecta a prevención reparación de
males; otros son de índole netamente política, pues
pretenden regular los mecanismos de imposición del Estado
sobre los individuos y la participación de éstos en
la administración del poder… Transversales a la
ética, al derecho y a la política, intentan
proporcionar el código donde las exigencias de
éstas se reúnen sin confundirse… Los
derechos humanos son transversales a la política, al
derecho y a la moral, pues no pueden ser encajados estrictamente
en ninguno de estos campos ni tampoco borrados sin más de
ninguna de las tres nóminas. No constituyen por sí
mismos una política, pero sirven como baremos para
juzgarlas todas y cada una; no forman parte de un derecho
positivo ni siquiera cuando están recogidos en el
preámbulo de las constituciones particulares, pero guardan
el sentido no burocráticamente funcionalista o represivo
de cada derecho; exteriorizan demasiado normativamente el
proyecto moral, pero contribuyendo mucho más a darle carne
y sangre que a desfigurarlo. Si puede hablarse, como aquí
intentamos, de un porvenir para la ética, éste pasa
inexcusablemente por los derechos humanos… Admitir unos
derechos humanos significa estar activamente decidido a que el
reconocimiento de lo humano por lo humano equivalga al
reconocimiento de derechos por parte de otro sujeto de esos
mismos derechos. No es tanto que el hombre tenga tales o cuales
derechos, sino que el derecho de ser hombre (entendiendo por tal
el sujeto de derecho) es un estatuto consciente y voluntario que
los hombres deben moralmente concederse unos a otros. La
concreción histórica de este derecho se articula en
una lista directamente relacionada con las necesidades del hombre
tal como pueden ser universalmente estudiadas y con sus
libertades tal como pueden ser comprendidas desde la
autonomía y responsabilidad de los individuos
participantes en la comunidad" (Ética como amor
propio).
Savater aclara que en la relación entre lo
jurídico y lo político, todo derecho debe ir
respaldado por la fuerza de una autoridad que defienda su
aplicación. Donde no hay poder constituido ni normas
explícitas, no se puede hablar de derechos. Es por eso que
tener un derecho es tener la posibilidad reconocida
normativamente por la autoridad establecida de ejercer alguna
capacidad o disfrutar de algún beneficio. Pero es
necesario tener en cuenta que antes de que cualquier fuerza
estatal respalde los derechos humanos, cada persona tiene derecho
a ser respaldada por algo más que la simple fuerza: el
sentido legal de la fuerza (Naturaleza, Dios o Humanidad). Los
Derechos Humanos apuntan al universal derecho a la de ser sujeto
de derechos. Lo importante no son los derechos del hombre sino el
derecho a ser hombre. Cada uno merece del otro el reconocimiento
a su dignidad personal. El derecho a la vida digna implica la
afirmación universal de la persona poseedora de derechos.
Igualdad de derechos significa igualdad de condiciones y de
posibilidades de afirmación práctica y real de la
existencia. Los derechos humanos tienen un aspecto
crítico, de baremo o paradigma, según la cual "lo
importante no es pergeñar una lista más o menos
satisfactoria de derechos del hombre sino mantener sin
desfallecimiento el derecho a ser hombre. Pues la
condición humana no es un hecho, sino un derecho, porque
implica una demanda a los semejantes y la aceptación de un
compromiso esencial con ellos" (Ética como amor
propio). No puede haber Estado de derecho sin individuos
sujetos a derechos humanos y a través de ellos
protagonistas significativos de la acción social. El
dramaturgo Bertholt Brech nos dice que no hay nada en la
creación más importante que el hombre, que todo
hombre, que cualquier hombre.
De nuestra pertenencia a la especie humana proviene la
idea de derechos humanos, que no son más que "una serie de
reglas universales para tratarnos los hombres unos a otros,
cualquiera que sea nuestra posición histórica
accidental. Los derechos humanos son una apuesta por lo que los
hombres tenemos de fundamental en común, por mucho que sea
lo que casualmente nos separa. Defender los derechos humanos
universales supone admitir que los hombres nos reconocemos
derechos iguales entre nosotros, a pesar de las diferencias entre
los grupos a los que pertenecemos: supone admitir, por tanto, que
es más importante ser individuo humano que pertenecer a
tal o cual raza, nación o cultura" (Política
para Amador, de Fernando Savater). En el pensamiento
kantiano encontramos elementos para la fundamentación
filosófica de los derechos humanos como el derecho a la
vida, ya que nos presenta al hombre como fin último de la
creación, y por ende "destinado a los más elevados
fines de la racionalidad y la cultura" (Los derechos humanos:
un desafío a la violencia, de Ángelo
Papacchini).
La importancia de la clasificación de las
personas que habitan en Colombia –afirma el jurisperito
Germán Navas Talero en su Guía práctica
del derecho– radica en que de ella depende el grado de
extensión de sus derechos y obligaciones. Nuestra
Constitución clasifica algunos derechos como
fundamentales, lo cual implica que se le confiere una
trascendental importancia y que tienen la virtud esencial de no
necesitar ningún desarrollo legal para su
aplicación. Los derechos políticos le permiten a
una persona participar en la conformación, ejercicio y
control del poder. El más destacado es el de elegir y ser
elegido. También pertenecen a esta clase los que permiten
participar en plebiscitos, referendos, consultas populares e
iniciativas legislativas. Entre los derechos fundamentales se
encuentran, entre otros, el derecho a la vida, a la igualdad, a
la libertad, al debido proceso, a la intimidad, a la libertad de
conciencia, a la libertad de cultos, al trabajo, a la
enseñanza, a la educación, al aprendizaje, a la
libertad de cátedra y a la prohibición de la
esclavitud. Además, consagra los derechos sociales,
económicos, culturales, colectivos y del ambiente. Estos
últimos derechos determinan el derrotero que el Estado
debe seguir para satisfacer necesidades básicas de las
personas y de la población en general. Su desarrollo exige
la expedición de una variada legislación en los
campos sociales, de salud, educación, vivienda, servicios
públicos, etc.
De acuerdo con el Área de Proyectos del
Departamento de Arte de la Universidad de los Andes, la
Constitución de 1991 contiene una extensa carta de
derechos. Con el fin de proteger a los ciudadanos de la indebida
intervención del Estado en su vida privada, salvaguardar
la posibilidad de que todos los ciudadanos participen en la
esfera pública de la comunidad, garantizar la
satisfacción de las necesidades materiales básicas
de los individuos y evitar la desaparición o daño
de bienes que pertenecen a todos los asociados, el constituyente
de 1991 incluyó en el ordenamiento jurídico
colombiano un número importante de derechos humanos de
primera, segunda y tercera generación. En la
Constitución, por tanto, se pueden encontrar derechos
individuales, como la libertad de expresión y la libertad
de conciencia, derechos económicos, sociales y culturales,
como la vivienda digna, la salud y el empleo, y derechos
colectivos, como el derecho al medio ambiente sano y el derecho
al espacio público. Los ciudadanos en Colombia, no hay
duda, tienen un importante conjunto de herramientas
jurídicas para proteger sus intereses individuales y
colectivos.
El jurista Luís Hernando Aristizábal
señala que los llamados derechos civiles y
garantías sociales son aquellos derechos mínimos
que no podrán ser desconocidos por ninguna ley;
éstos son, entre otros, los derechos al trabajo, a la
industria, a escoger profesión u oficio, a la huelga, a la
asistencia pública, a la libertad y seguridad personales,
a la propiedad, a la imprenta, a la inviolabilidad de
correspondencia, a presentar peticiones respetuosas a las
autoridades, a reunirse libremente, a asociarse libremente, a la
libertad de con ciencia –que debe entenderse como el
derecho a profesar con libertad cualquier idea- y a la libertad
de cultos o de profesar cualesquiera credos religiosos no
opuestos a la moral o a las buenas costumbres (Colombia.
Consultor temático. Tomo 2).
Como se aclaró al principio, los Derechos Humanos
han sido objeto de cuestionamientos por parte de la izquierda y
la derecha. Kart Marx denuncia que la supuesta democracia encubre
en realidad la explotación y el dominio capitalista. La
democracia –señala Maurice Joly en su libro
Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y
Mostesquieu– ha creado derechos que, para la masa popular,
incapacitada como está de utilizarlos, permanecen
eternamente en el estado de meras facultades. Tales derechos,
como goce ideal la ley los reconoce, y cuyo ejercicio real les
niega la necesidad, no son para ellos otra cosa que una amarga
ironía del destino.
El Diccionario Jurídico ESPASA, sobre el
tema de los Derechos Humanos, señala que los derechos y
libertades se incardinan en el más alto escalón de
la jerarquía normativa. "Observa Truyol que decir que hay
«derechos humanos» o «derechos del
hombre» en el contexto histórico-espiritual que es
el nuestro equivale a afirmar que existen derechos fundamentales
que el hombre posee por el hecho de ser hombre, por su propia
naturaleza y dignidad; derechos que le son inherentes y que,
lejos de hacer de una concesión de la sociedad
política, han e ser por ésta consagrados y
garantizados. Para Castán Tobeñas, estos derechos
integran un grupo diferenciado de los demás y que son
humanos por antonomasia. Los derechos fundamentales o derechos
esenciales del hombre se denominan así porque son
fundamentales por cuanto sirven de fundamento a otros más
particulares derivados de ellos, y esenciales en cuanto son
inherentes al hombre. Como expresa Bobbio, el auténtico
problema de nuestro tiempo respecto a los derechos humanos no es
ya fundamentario, sino el de protegerlos. Pues bien, con
Alcalá-Zamora Castillo, los modos de protección
pueden buscarse por dos derroteros: a) en el cuadro de las
instituciones nacionales protectoras de los derechos humanos, y
b) como jurisdicción internacional a la que puedan acudir
los individuos" (Diccionario jurídico
ESPASA).
El hecho evidente de que un apreciable porcentaje de la
población no conoce, no comprende o no sabe como ejercer
sus derechos constitucionales, es motivo para que los
demás se los conculquen, y de esta manera se generen
procesos inadecuados de convivencia.
SEGUNDA PARTE
El universo
práctico de la comunicación
"Bajo la clave adecuada, uno puede
decir cualquier cosa; bajo la clave equivocada, nada vale.
Acertar con la clave es lo esencial".
George Bernard Shaw
PAUTAS PARA UNA BUENA
COMUNICACIÓN
El sacerdote Jorge Eliécer García sostiene
que una verdadera comunicación implica un diálogo
bilateral: cuando un interlocutor habla el otro escucha, y
viceversa. La comunicación dialogada involucra los
siguientes aspectos: qué, cómo, cuándo,
dónde, por qué y para qué.
Qué. El mensaje debe captarse y
comprenderse, y los interlocutores tienen que estar en
sintonizados. Su contenido debe ser claro para evitar que
distorsione.
Cómo. El diálogo comporta
respeto, honestidad, empatía y responsabilidad.
Cuándo. Escoger el mejor momento y el
estado emocional adecuado para lograr mayor
receptividad.
Dónde. Buscar el lugar y la forma
adecuados, hablando de manera constructiva en el sitio
apropiado.
Por qué. Compromete a los interlocutores
a desarrollar habilidades comunicativas y ha construir una
relación positiva y sólida.
Para qué. Favorece los procesos de
convivencia, participación y desarrollo mediante el
contacto intenso y diario con los demás. Los
interlocutores deben estar animados por una actitud positiva,
propositiva y la adquisición de habilidades enfocadas al
logro de una mejor convivencia e interrelación.
LA ARGUMENTACIÓN EN LA
COMUNICACIÓN
La argumentación es el conjunto de razones y
explicaciones mediante el cual apoyamos o negamos una
afirmación. Argumentar consiste en presentar argumentos,
pruebas; sacar consecuencias, conclusiones. El argumento es la
prueba dada para apoyar o negar una afirmación. Dar un
argumento significa ofrecer un conjunto de razones o de pruebas
en apoyo de una conclusión. Los argumentos son intentos de
apoyar ciertas opiniones con razones. El argumento es esencial
porque es una manera de tratar de informarnos acerca de
qué opiniones son mejores que otras. Argumentar es
importante porque una vez que hemos llegado a una
conclusión bien sustentada en razones, la explicamos y la
defendemos mediante argumentos.
Para comunicarnos argumentadamente necesitamos
argumentos para indagar, explicar y defender los propios
argumentos. El diálogo argumentado nos permite aprender a
pensar por nosotros mismos y a formar nuestras opiniones de una
manera responsable.
Cuando emitamos o expongamos los llamados "argumentos de
autoridad", es necesario citar esa autoridad o fuente. Autoridad,
en este contexto, es el crédito y la fe que le damos a una
persona o institución experta en determinada materia o
tema; también es el autor o el texto que se alega o cita
en apoyo de lo que se dice.
Pero antes de citar la autoridad o fuente es importante
saber qué tan informada está ésta. Tiene que
ser cualificada para afirmar lo que afirma. Una fuente bien
informada no tiene que corresponderse necesariamente con nuestro
modelo general de lo que es una autoridad; incluso, una persona
que se adapta a ese modelo puede no se una fuente bien informada.
Las autoridades en un determinado tema no están bien
informadas, necesariamente, acerca de cualquier tema sobre el que
opinan. El genio de Einstein en física, por ejemplo, no le
convierte en autoridad en medicina.
A veces tenemos que confiar en autoridades cuyos
conocimientos son mejores que los nuestros, pero, aun así,
son imperfectos. Si tenemos que confiar en una autoridad que
posea informaciones incompletas, pero mejores que las nuestras,
reconozcamos el problema. A menudo la información
incompleta es mejor que ninguna.
Las fuentes deben ser imparciales. Asegurémonos
que la fuente sea genuinamente independiente y no un grupo de
interés disfrazado bajo un nombre que suena a
independiente. Tratemos de confirmar por nosotros mismos
cualquier información empírica citada por una
fuente totalmente sesgada. Las supuestas "autoridades" pueden ser
descalificadas si no están bien informadas, o en su mayor
parte no están de acuerdo, pero los ataques no son
ilegítimos cuando se descalifica a la fuente o autoridad
por su credo, raza o ideología, y no por sus informaciones
o planteamientos.
Anthony Weston, en su libro Claves de la
argumentación, propone las siguientes reglas
generales para exponer y sustentar argumentos:
1. Distinguir entre premisas y conclusiones.
Una premisa es cada una de las proposiciones de un silogismo. Es
un supuesto material, no necesariamente válido
lógicamente, a partir del cual se infiere una
conclusión. Es una afirmación mediante la cual se
ofrecen razones. Una conclusión es la consecuencia de un
razonamiento. Es la afirmación a favor de la cual estamos
dando razones.
2. Presentar las ideas en orden natural.
Primero debemos presentar o exponer las premisas y luego extraer
la conclusión final. Expresar las ideas en orden tal que
la línea de pensamiento sea natural.
3. Partir de premisas fiables. Si las premisas
son débiles, la conclusión será
débil. Debemos justificar las premisas. Si no estamos
seguros acerca de la fiabilidad de una premisa, debemos dar
argumentos a favor de ésta. Si no podemos argüir
adecuadamente a favor de la premisa o premisas, entonces debemos
replantear las premisas.
4. Usar lenguaje concreto, específico,
definitivo. Hablemos evitando expresiones o términos
generales, vagos o abstractos.
5. Evitar el lenguaje emotivo. No podemos hacer
que nuestro argumento parezca bueno caricaturizando a nuestro
interlocutor o a los demás. Tratemos de defender nuestras
opiniones, aun cuando pensemos que están equivocadas. Si
no podemos imaginar cómo podría alguien sostener el
punto de vista que ataca, es porque todavía no lo hemos
entendido bien. Evitemos el lenguaje cuya única
función sea la de influir en las emociones del
interlocutor, ya sea en favor o en contra de las opiniones que
está discutiendo.
6. Usar un único significado par cada
término. Eliminando las ambigüedades aparece con
claridad la conclusión de un argumento. Una buena manera
de evitar la ambigüedad es definir cuidadosamente cualquier
término clave que introduzcamos: luego, tengamos cuidado
de utilizarlo sólo como lo hemos definido.
Pautas para la
comunicación y la convivencia
¡Cuánto mejoraríamos nuestra
comunicación y convivencia si atendiéramos lo que
nos dice el jurista Luis Carlos Sáchica!:
"1º. Admite que no siempre tienes la
razón y reconoce al otro su razón o su parte de
razón.
2º. Respeta los derechos de los demás,
iguales a los tuyos, y jamás abuses de los que te
pertenecen.
3º. Tus intereses merecen ser defendidos, pero
tienes que aceptar que los de los otros son igualmente
valiosos.
4º. Muy pocas cosas, o ninguna, justifican el
empleo de la fuerza, a menos que se atente contra tu
vida.
5º. Busca las identidades, las afinidades y las
coincidencias constructivas, haciendo a un lado lo que genera
pugnas y encono.
6º. Témele al ventajoso, al aprovechado
y oportunista, y tiéndele la mano al que carece de
habilidades para la ganancia deshonesta.
7º. Dedica una parte de tu tiempo al servicio
de la comunidad, devolviendo así algo de lo que de ella
recibes.
8º. Corresponde a la frialdad con el
compañerismo que aproxima y solidariza las voluntades y
los corazones.
9º. Concierta, acuerda, dialoga, sin discutir
estérilmente; que tus palabras tiendan puentes al
entendimiento mutuo y la amistad.
10. Reconoce a tu hermano y reconcíliate con
tu enemigo; en ese sentido da siempre el primer
paso".
Para la convivencia es importante tener en cuenta los
siguientes aspectos:
1. Comunicación veraz, cierta, sin mentiras
ni manipulaciones.
2. Hacer sólo aquello que se quiera hacer. No
actuar solamente para responder a las expectativas, a los
intereses o a las necesidades del otro.
3. Tener un nivel muy alto de tolerancia y de
respeto por las expectativas, intereses y necesidades del otro.
Recordar siempre que la convivencia necesita de un equilibrio en
que ambas partes salgan ganando.
Principios del
diálogo
El vocablo diálogo proviene del griego
día (a través de) y logos
(palabra). El diálogo es una conversación
armónica y bilateral entre dos o más personas, que
alternativamente manifiestan o expresan sus ideas, argumentos,
opiniones, puntos de vista o afectos sobre un asunto determinado.
El diálogo, como instrumento de comunicación, es
indispensable para solucionar los conflictos y crear alternativas
de cambio. El diálogo debe estar alentado por la
sinceridad y el respeto. "En nuestra época el
diálogo es un medio eficaz no sólo para adquirir
conocimiento, sino para buscar las soluciones a los problemas que
se presentan en nuestra cotidianidad. Precisamente muchos de los
conflictos obedecen a la falta de diálogo, de intercambio
de una palabra sincera y honesta, sin hipocresía, que
conduzca a los hombres por los caminos de la solidaridad, la
ayuda mutua y la plena realización de sus esperanzas"
(Español sin fronteras 8). El diálogo es
fundamental para la realización personal y social. Todo
diálogo debe estar animado por un principio de
cooperación, economía y racional de la
palabra.
El principio de cooperación de la
palabra permite que el diálogo construya, acerque y
posibilite la generación de espacios de debate, disenso,
disertación, controversia, acuerdos o desacuerdos.
El principio de economía de la palabra
nos indica que la palabra debe ser limitada, pertinente; todo
diálogo provee una cierta información. No basta con
decir la palabra, hay que saber cómo la
decimos.
El principio racional de la palabra nos orienta
en su uso, porque todo empleo de la palabra debe ser relevante,
estar orientada hacia aquello que está
adelantándose a través del diálogo;
así mismo, en su contenido moral. Si la palabra expresa lo
provechoso, lo conocido, lo justo, lo injusto, que se relaciona
con la calidad de la palabra, entonces ¿por qué
donde se habla tanto, es imposible el acuerdo?TÉCNICAS
PARA EL DIÁLOGO ARMÓNICO
Como una comunicación inadecuada genera
conflictos, es procedente tener en cuenta algunas técnicas
para mantener un diálogo recíproco y
armónico y resolver conflictos.
En primer lugar, se debe entender el pensamiento y los
sentimientos de nuestro interlocutor. En todos los procesos de
comunicación hay que entender, evaluar y
comprometerse.
En segundo lugar, la comunicación debe ser
bidereccional, biunívoca, recíproca, es decir, en
dos sentidos: se habla y se escucha. La comunicación
verbal implica el lenguaje, el paralenguaje (intención al
hablar) y la quinesia (gestos). Dialogar implica
disposición a entender y apertura a ser
persuadido.
En tercer lugar, por ningún motivo se puede
generalizar. Para ello se debe tener en cuenta los actos del
individuo (éstos son ocasionales), su comportamiento
(éste es permanente) y sus características
permanentes de su ser (personalidad). Por ejemplo: Quien
reaccione con ira ante un estímulo determinado
(comportamiento) no es necesariamente malgeniado (personalidad).
Se debe criticar el comportamiento, no la personalidad; elogiar
la personalidad y no el comportamiento. Cuando se critique se
debe criticar al hacer no al ser, a la conducta no a la
personalidad. Asimismo, es importante responsabilizarnos de
nuestras emociones, usar la razón, no descalificar,
aprender a llegar a acuerdos de integración e informar
sobre comportamientos modificables. En la comunicación se
involucran procesos como la intención, la
manipulación y utilización de elementos ajenos a la
conversación. Debemos utilizar el lenguaje esencial, los
términos que posibiliten que nuestro interlocutor
comprenda el sentido del mensaje, y nada más. En el
diálogo genuino, en la comunicación
auténtica, es condición indispensable aplicar el
principio de "economía de la palabra". Cundo se habla
debemos entender la intención del interlocutor, porque
puede decir una cosa y sentir otra muy distinta. Cuando el
diálogo no es veraz y sincero, existe una evidente
manipulación del emisor o del receptor. Muchos utilizan
elementos fuera del contexto de la comunicación, los
cuales, al ser detectados, la rompen de manera abrupta.
Aquí en importante reflexionar sobre la inquietud
heideggeriana de que las palabras esenciales son acciones que
ocurren en aquellos instantes en que el relámpago de una
gran iluminación atraviesa el universoCONDICIONES PARA
UNA BUENA COMUNICACIÓN
John Powell en el libro ¿Por qué temo
decirte quién soy? señala las siguientes
condiciones para una buena comunicación:
1º. La comunicación no debe jamás
implicar un juicio sobre la otra persona. Sencillamente, no
estoy lo bastante maduro para entablar una verdadera amistad si
no caigo en la cuenta de que no puedo juzgar acerca de la
intención o motivación de otra persona. Debo ser lo
suficientemente humilde y sensato como para respetar la
complejidad y el misterio de todo ser humano. Si te juzgo, lo
único que hago es revelar mi propia inmadurez y mi
ineptitud para la amistad. Naturalmente, lo importante es
que de hecho no haya juicio. Si yo tengo la costumbre de juzgar
las intenciones o la motivación del otro, debería
esforzarme por superar tan adolescente costumbre, porque, de lo
contrario, sencillamente no podré camuflar mis juicios,
por más aclaraciones previas que haga. Si yo deseo
realmente saber la intención, o motivación, o
reacción de otra persona, no hay más que una forma
de averiguarlo: debo preguntárselo.
2º. Las emociones no entran en el terreno de la
moral (no son ni buenas ni malas). El sentirse frustrado, el
estar enfadado, el tener miedo o el encolerizarse no hacen que
una persona sea buena o mala. Mis envidias, mi ira, mis deseos
sexuales, mis temores, etc., no hacen de mí una buena o
mala persona. Por supuesto que esa reacciones emocionales deben
ser integradas mental y efectivamente; pero antes de que puedan
ser integradas, antes de que yo pueda decidir si deseo o no deseo
seguirlas, debo permitirles que se manifiesten y debo oír
con toda claridad lo que están diciéndome. Debo ser
capaz de decir, sin el más mínimo sentido de
represión moral, que estoy enfadado, o que estoy airado, o
que estoy sexualmente excitado.
3º. Los sentimientos deben ser integrados con
el intelecto y la voluntad. La no represión de
nuestras emociones significa que debemos experimentar, reconocer
y aceptar plenamente nuestras emociones. Lo cual no implica en
modo alguno que debamos siempre obrar de acuerdo con ellas.
Sería trágico y demostraría la más
absoluta inmadurez el que una persona permitiera que sus
sentimientos o emociones gobernaran su vida. Una cosa es sentir y
reconocer ante uno mismo y ante los demás que uno tiene
miedo, y otra cosa es permitir que ese miedo le venza a uno. Una
cosa es que yo sienta y reconozca que estoy enfadado, y otra cosa
es que te aplaste la nariz de un puñetazo. El intelecto,
la voluntad y los sentimientos deben ser integrados, es decir, en
un conjunto armónico, si se desea avanzar en el proceso de
hacerse persona. Si el significado de esta integración
está claro, resulta obvio que la mente juzga si es
necesario o deseable seguir determinadas emociones que han sido
experimentadas plenamente, y la voluntad hace efectivo dicho
juicio.
4º. En la comunicación sincera o
transparente las emociones deben ser explicitadas. Si tengo
que decir quién soy yo realmente, debo hablar de mis
sentimientos, tanto si voy a obrar de acuerdo con ellos como si
no. Puedo decir que estoy enfadado y explicar el hecho de mi
enfado sin inferir juicio alguno sobre el otro y sin tratar de
obrar sobre dicho enfado. Puedo decir que tengo miedo y explicar
el hecho de mi miedo sin acusar a mi interlocutor como la causa
de él y, al mismo tiempo, sin sucumbir al mismo. Pero,
sí debo abrirme a él, tengo que permitirle tener la
experiencia (encuentro) de mi persona, para lo cual debo hablarle
de mi enfado y de mi miedo. El explicitar nuestros verdaderos
sentimientos no sólo favorece mucho más una
auténtica relación, sino que además es
esencial para nuestra integridad física y para nuestra
salud.
5º. Salvo raras excepciones, las emociones
deben ser manifestadas en el momento en que se experimentan.
A la mayoría de nosotros nos resulta mucho más
fácil manifestar una emoción que ya forma parte del
pasado. Pero es casi como hablar de otra persona el hablar de uno
mismo a un año o a dos de distancia y reconocer que en
aquella época uno estaba lleno de miedo o sumamente
airado. El momento de manifestar las emociones es precisamente el
momento que se experimentan. El diferirlo, aunque sea
temporalmente, no es ni prudente ni saludable.
La
comunicación y el manejo de las
emociones
El fin supremo de nuestra vida es la felicidad, pero
ésta no se conquista fácilmente porque hay
demasiados obstáculos que se nos oponen en su
búsqueda; uno de ellos son las pasiones o emociones
desenfrenadas. Su inadecuado manejo, la falta de dominio
pasional, la inmadurez emocional y la ausencia de inteligencia
emocional (equilibrio armonioso entre los sentimientos y la
razón) tratan de apartarnos del largo y complejo camino
que puede conducirnos a la ansiada felicidad. Y es, precisamente,
la dinámica comunicativa uno de esos escenarios en donde
experimentamos y vivenciamos nuestro intrincado universo
emocional.
La naturaleza que, según Aristóteles, no
hace nada en vano ("las cosas están allí donde
actúan", sentencia un principio de la física) nos
concedió la palabra para expresar la alegría y el
dolor, y comunicarlo entre nosotros. El hombre, en la
concepción aristotélica, es un ser social, y por
tanto un animal racional, es decir, un animal con logos, dotado
de palabra, de lenguaje. "El lugar propio de aprendizaje del
lenguaje, en la medida en que toda habla surge de una
convención entre los hombres, es la sociedad: animal que
habla, es decir, animal que debe vivir en sociedad…
Afirmar que el hombre es un animal que habla implica introducir
desde el inicio mismo de la constitución del sujeto humano
la alteridad" (El hombre es un ser que se realiza en el
diálogo, de Javier Aranguren). A través de la
palabra, de acuerdo a éste, se expresa "el bien y el mal,
y por consiguiente, lo justo y lo injusto". Si esta herramienta,
tan poderosa y útil, no se expresa hábilmente,
puede convertirse en fuente de conflictos que nos distancian e
incomunican; como toda herramienta, es necesario saber hacer uso
de ella para sacar provecho y evitar eventos de discordia,
injusticia y maledicencia. Así como una palabra,
apropiadamente expresada, puede generar en el interlocutor
instantes de concordia, también puede ocasionar episodios
de discordia si no se emite convenientemente. Toda palabra
expresada genera un estímulo que emite una respuesta. Si
se va a utilizar, hay que saberlo hacer.
El grandioso arte de saber comunicarnos despierta en
nosotros el reconocimiento y la aceptación de que en
nuestra existencia entramos en contacto con los demás, con
los cuales, en muchas ocasiones, establecemos diversos tipos de
vínculos que demandan habilidades y destrezas
comunicativas, es decir, "competencia comunicativa", como se dice
en la dinámica educativa actual, para evitar que los
conflictos y las diferencias, concomitantes con el derecho a ser
distintos, alteren dichos vínculos y éstos se
conviertan en motivo de discordia, ruptura, antagonismo y
animadversión. "En nuestro paso por el mundo tropezamos
(como es lógico) con situaciones que no son favorables ni
agradables, y eso debemos entender que es parte de la vida.
Dichas situaciones desencadenan una serie de reacciones que te
conducen a actuar de manera eficaz y acertada o de manera
impulsiva y errónea. Con la madurez emocional (no
cronológica) vamos depurándolas y siendo consientes
de nuestras fallas; una de ellas, tal vez la más
importante, está en la forma de comunicarnos, de
cómo expresamos la vorágine de emociones que
llevamos internamente en determinados momentos y de cómo
se manifiesta en el pensamiento lo que vamos a transmitir a los
demás. La autoimagen es lo que proyectamos; somos lo que
creemos ser, y así nos ve el resto. Desarrollar la
capacidad de hacerse entender efectivamente y manejar el proceso
emocional derivado de cualquier situación adversa, es el
paso más importante al logro del éxito pleno. No se
puede transitar por la vida destrozando todo a nuestro paso por
el simple hecho de pensar: "Yo soy así".
Ésta es una aseveración carente de validez y nos
refleja ante los demás como seres débiles,
irascibles, ilógicos e incoherentes. Debemos aprender a
ser fluidos, elegantes y precisos en lo que queremos transmitir;
entendernos primero de manera honesta y hacernos entender ante
los demás. Recuerda que la palabra tiene efecto
multiplicador muy poderoso. Existe una frase que dice: "Las
palabras se las lleva el viento". Pero hay que estar
consientes que el mismo viento las puede trasladar a otras
latitudes y cumplir un cometido dañino o positivo que
eleve o destruya la imagen que proyectas. Dale la mano al arte de
saber expresarte y tendrás ganado un amplio trayecto del
camino. La palabra y la honestidad son los trajes de gala para
vestirnos en la fiesta de la vida"
(www.urbaneando2008.blogspot.com).
En el acto comunicativo es importante saber controlar
nuestras emociones, y para poder dominarlas y manejarlas, sin que
nos afecten o puedan ofender a nuestros interlocutores u oyentes,
debemos conocernos a nosotros mismos, es decir, saber con toda
certeza quiénes somos en realidad. Una cosa es lo que
nosotros creemos ser y otra muy distinta lo que somos en
realidad. En el frágil y complejo campo de la
comunicación, si no nos conocemos funcionaremos como
máquinas: a tal pregunta, tal respuesta; a tal
contrariedad, tal reacción, con el concomitante deterioro
y alteración de la praxis comunicativa.
René Descartes (conocido como "el padre de la
modernidad") nos advirtió que todas las "vivencias de la
psicología que llamamos sentimientos, pasiones, emociones,
toda la vida sentimental", son pensamientos embrollados,
confusos, oscuros. "En su teoría de las pasiones propone
Descartes simplemente al hombre que estudie eso que llamamos
pasiones, eso que llamamos emociones, y verá que se
reducen a ideas confusas y oscuras; y una vez que haya visto que
se reducen a ideas confusas y oscuras, desaparecerá la
pasión, y podrá el hombre vivir sin pasiones que
estorban y molestan en la vida" (Lecciones preliminares de
filosofía, de Manuel García Morente). Las
ideas confusas y oscuras provienen de las sensaciones, de la
sensibilidad, del mundo sensible; es decir, de lo que se percibe
por los sentidos, y no proviene del pensamiento puro, de la
razón. "Amigo mío –decía el inmortal
Werther de Goethe-, el hombre es el hombre y la
inteligencia que puede llegar a tener no vale mucho cuando
golpean las pasiones y lo llevan hasta los límites de lo
humano…". Pero no se trata de vivir sin emociones, sino de
dominar las emociones y controlar las que nos "estorban y
molestan en la vida" como la ira, el odio, el resentimiento, la
animadversión, la envidia, etc. Dominar nuestras pasiones,
nuestras emociones, es vivir racionalmente, es decir, de acuerdo
con las directrices de la razón.
Si en nuestra práctica comunicativa no
experimentamos un dominio racional de nuestras emociones, es muy
probable que no haya una comunicación empática,
armónica y asertiva, por cuanto las impertinencias y los
inadecuados hábitos comunicativos de nuestro interlocutor
nos pueden ofender, o viceversa.
La falta de un genuino control emocional hará que
las necedades, las impertinencias, los agravios y otros
"defectos" comunicativos nos molesten afectiva y
sentimentalmente, hasta el extremo de afligirnos u optar por la
improcedente dialéctica de devolverle agravios al
interlocutor o interlocutores, con la "lógica"
alteración del evento comunicativo, que a través
del intercambio de palabras procaces y ofensivas nos conducen a
la ruptura de la conversación, que en muchos casos termina
en la lamentable agresión de palabra o por las vías
de hecho (agresiones físicas). "No debemos conformarnos
con vencer el miedo, hay que ser valientes. No basta con
controlar la agresión, hay que ser pacífico…
Si tratas bien a las personas habrá menos motivos de
perturbación; no molestes y no te molestaré; no te
incito ni te provoco emociones negativas y tú haces lo
mismo conmigo… Si desarmamos el ánimo y lo hacemos
más amable, desarmaremos a muchos… Ajusta tu
libertad para no afectar la mía y yo hago lo mismo…
Muchas veces somos nosotros mismos quienes creamos las
condiciones para una vida infeliz y no nos damos cuenta" (El
camino de los sabios, de Walter Riso).
Saber dialogar, saber conversar, saber comunicarse, es
no dejarse afectar por las sandeces del interlocutor, ni entrar a
dar explicaciones que no se nos han pedido, ya que popularmente
se dice que "explicación no pedida, acusación
manifiesta". Si percibimos que nuestro interlocutor afirma o
refiere hechos que no coinciden con la realidad, debemos
escucharla sin interrumpir hasta que termine, para luego entrar a
refutar o aclarar, si las circunstancias o el contexto así
lo permiten o demandan, tratando de no alterarnos ni entrar en
discusiones agresivas. Esto no es fácil, pero es necesario
hacerlo. La comunicación es una herramienta para aclarar,
informar, dialogar, compartir, intercambiar, negociar, disentir,
llegar a acuerdos o a desacuerdos, mas no un instrumento de
discordia y agresión.
Para una comunicación que genere
espacios de convivencia armónica y pacífica no
sólo se requiere el dominio y control de las emociones,
también es condición indispensable el dominio y
control del lenguaje, ese maravilloso conjunto de sonidos
articulados que nos permite expresar pensamientos, ideas,
sensaciones, emociones, informaciones y percepciones. El
lenguaje, cual potro salvaje, hay que "amansarlo"; es necesario
dominarlo y saberlo "jinetear" para evitar la accidentalidad del
diálogo, de la comunicación. Los interlocutores
tenemos el deber de desarrollar habilidades para domeñar
ese "potro salvaje" y poder cabalgar en alas del lenguaje, que es
la herramienta más importante del proceso de
comunicación. Someterlo, dominarlo, controlarlo, no
implica quitarle sus bríos y sus galopes naturales, sino
dejarlo cabalgar libremente, fluidamente, espontáneamente,
para disfrutar de la magia, del hechizo y del deleite de las
palabras estrictamente indispensables y apropiadamente expresadas
en la práctica comunicativa. De esta manera la
comunicación será un acto constructivo,
dinámico, enriquecedor, comprensivo, asertivo,
biunívoco, empático, respetuoso, participativo y
vivenciado, ya que las palabras, si se utilizan en forma
adecuada, deben propiciar el acercamiento y la armonía que
todos necesitamos para la convivencia civilizada. La
comunicación es un arte, y como tal requiere habilidades y
práctica. "El arte se aprende, pero debemos estar
conscientes de aprender, debemos querer aprender y debemos
aprender a aprender y aprender a desaprender. Este complicado
juego de palabras se basa en lo que llama Covey: "Ser proactivo,
ser dueño de su vida y de sus actos y querer
verdaderamente influir en la vida y no pasar por ella sin
vivir´" (Jonny Martínez. La inteligencia
interpersonal, es la madre de la comunicación,
relacionarse con otras personas, no solo es hablar y hacer
gestos. www.gestiopolis.com). Todos podemos y tenemos que dominar
el apasionante arte de la comunicación.
La
comunicación y la inteligencia emocional
¿Qué es la inteligencia emocional? La
inteligencia emocional es la habilidad que ayuda a las personas a
vivir en armonía, es la habilidad de armonizar
"cabeza" y "corazón". Las habilidades
emocionales o inteligencia emocional incluyen autodominio, celo,
persistencia y capacidad de automotivación. La
inteligencia emocional se relaciona con el sentimiento, el
carácter y los instintos morales. "La inteligencia
emocional es una forma de interactuar con el mundo que tiene muy
en cuenta los sentimientos, y engloba habilidades tales como el
control de los impulsos, la autoconciencia, la motivación,
el entusiasmo, la perseverancia, la empatía, la agilidad
mental, etc. Ellas configuran rasgos de carácter como la
autodisciplina, la compasión o el altruismo, que resultan
indispensables para una buena y creativa adaptación
social" (Césarmedina98. La inteligencia
emocional. www.monografías.com).
¿Para qué nos sirve ser emocionalmente
inteligentes? Permite que nos "desprogramemos" y no actuemos como
"animales de costumbre", sensibilidad al cambio y a la
creatividad, logro ético de nuestros proyectos, y ser
optimistas, entusiastas, emprendedores, asertivos y
empáticos. Nos ayuda a ubicarnos en la vida de manera
adecuada. Mejora las relaciones de pareja y constituye una base
sólida para la educación de los hijos en la
confianza, el respeto mutuo y el amor. Cambia la
concepción del poder, utilizado como el dominio sobre los
demás, por la capacidad de realizar con ellos nuestros
más nobles propósitos en la vida. Proporciona
serenidad y una visión más lúcida de los
momentos difíciles que afrontamos.
Para ser emocionalmente inteligentes debemos permitirnos
y permitir a nuestros interlocutores ser capaces de expresar
honesta y sinceramente necesidades y deseos, con base en la
confianza de una comunicación sincera, honesta y real. Ser
capaces de compartir conocimiento acerca de nosotros mismos,
ofrecer y aceptar ayuda, mostrar verdadero interés por
escuchar y ayudar; y sobre todo saber expresar afecto y
aprobación, siempre dentro de un marco de muchísima
confianza, respeto y lealtad.
Según Abel Cortese, investigador de la
inteligencia emocional, la comunicación es el acto central
de la vida humana. La comunicación es posible, entre los
hombres, porque todas las cosas, externas o internas, son
representables.
Pero el hecho de representar, para otros, las cosas
externas o internas, no es un proceso simple. "Una de las
cosas más difíciles del mundo (escribió
Lewis Carroll en su libro Alicia en el país de las
maravillas) es transmitir las ideas con exactitud de una mente a
otra"."
Llamamos genéricamente proceso de
comunicación a los fenómenos de intercambio de
información. Estos fenómenos se dan en dos
pasos:
1) Hay que comprender y transmitir una situación
o hecho. 2) Hay que escoger y transmitir bien los diferentes
signos que pueden expresarla.
En la comunicación humana, el mensaje sólo
puede transmitirse a través de una codificación.
Una letra, una palabra van codificadas en un texto, con una
determinada entonación o escrito en determinada forma. Si
la palabra "alma", por ejemplo, va en la frase "te quiero con
toda el alma", tiene diverso sentido de si va en esta otra:
"el hombre consta de alma y cuerpo".
El mensaje humano tiene, pues, una codificación
por parte del emisor y una descodificación por parte del
receptor. Este sólo podrá descodificar la frase y
por tanto entenderla, si está al tanto del código
empleado. De ahí la importancia de que toda persona que
intenta influir en otra en cualquier campo (religioso,
político, comercial…) conozca el lenguaje que es
capaz de comprender su receptor y se acomode a él. El
código que domina el receptor es la regla a que debe
ajustarse el emisor y no viceversa.
Pero la comunicación no es solamente un
intercambio de información a través de
códigos, sino una comunión de significados. En el
contacto entre dos o más personas, también se
intercambian o crean impresiones y actitudes. La
comunicación es, además, una concordancia emotiva.
Es el hilo invisible que une o desune a los seres humanos.
Según Daniel Golemán, citador por
César Medina (La inteligencia emocional.
www.monografías.com), la inteligencia emocional se compone
de inteligencia personal e inteligencia interpersonal.
1. La Inteligencia Personal.
Está compuesta a su vez por una serie de
competencias que determinan el modo en que nos relacionamos con
nosotros mismos. Esta inteligencia comprende tres componentes
cuando se aplica en el trabajo:
a. Conciencia en uno mismo: es la capacidad de
reconocer y entender en uno mismo las propias fortalezas,
debilidades, estados de ánimo, emociones e impulsos,
así como el efecto que éstos tienen sobre los
demás y sobre el trabajo. Esta competencia se
manifiesta en personas con habilidades para juzgarse a
sí mismas de forma realista, que son conscientes de
sus propias limitaciones y admiten con sinceridad sus
errores, que son sensibles al aprendizaje y que poseen un
alto grado de auto-confianza.b. Autorregulación o control de
sí mismo: es la habilidad de controlar nuestras
propias emociones e impulsos para adecuarlos a un objetivo,
de responsabilizarse de los propios actos, de pensar antes de
actuar y de evitar los juicios prematuros. Las personas que
poseen esta competencia son sinceras e íntegras,
controlan el estrés y la ansiedad ante situaciones
comprometidas y son flexibles ante los cambios o las nuevas
ideas.
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