Análsis de "Cien años de Soledad" de Gabriel García Márquez (página 2)
Tiempo después llegó Rebeca Ulloa Montiel
procedente de Manaure, trayendo un costal con los huesos de sus
padres. Los Buendía Iguarán la recibieron con
cariño y la llamaron Rebeca Buendía. Más
tarde se casaría con José Arcadio.
Visitación y Cataure, dos indígenas
guajiros, que estaban al servicio de los Buendía
Iguarán, llevaron la peste del insomnio que hacía
dormir a los habitantes de Macondo y les producía el
olvido. Por eso Cataure se fue huyendo de ésta. Para
tratar de solucionar la peste del olvido, José Arcadio
Buendía marcó las cosas y los animales con sus
nombres y le dijo a las demás personas del pueblo que
hicieran lo mismo. Luego creó la máquina de la
memoria.
Después de la peste del insomnio, regresó
Melquíades a Macondo llevando un daguerrotipo; y se
quedó a vivir en la casa de los Buendía
Iguarán. También regresó Francisco el
Hombre, un juglar de unos 200 años, que contaba las
noticias cantando al ritmo del acordeón; así se
enteró Úrsula que su madre había
muerto.
En la tienda de Catarino, una abuela desalmada
prostituía a su nieta (con 70 hombres por noche) para
cobrarse del incendio de su casa por causa de un descuido de la
menor. Aureliano Buendía copuló con ésta y
tenía intención de convertirla en su esposa para
liberarla del martirio, pero ella y su abuela se marcharon de un
momento a otro.
Transcurridos algunos años desde el nacimiento de
Amaranta Buendía, Úrsula reconstruyó la
casa, la cual se convirtió en la más grande del
pueblo y la más hospitalaria de la ciénaga; uno de
los propósitos de la matrona era que su hija y Rebeca
tuvieron un lugar digno para recibir las visitas. El corregidor
Apolinar Moscote, que había llegado a Macondo días
atrás, ordenó que las casas se pintaran de azul, y
esto molestó a José Arcadio Buendía, quien
le reclamó airadamente y lo echó del pueblo, porque
en Macondo no había nada que corregir. Luego
regresó con su esposa y sus siete hijas. Una de ellas,
Remedios Moscote, tiempo después, se casó con
Aureliano Buendía. José Arcadio Buendía lo
aceptó y le hizo prometer que no exigiera que pintaran las
casas de azul, pero siguió detestándolo como
autoridad porque no quería saber nada del Gobierno, que
los tenía olvidados y no les había ayudado para la
fundación y el progreso de Macondo.
Como la remodelación de la casa incluyó la
compra de una pianola italiana, la compañía
vendedora envió a Macondo a Pietro Crespi, un apuesto y
simpático joven, para que la instalara, afinara, diera las
instrucciones para su manejo y enseñara a bailar la
música de moda. Más tarde éste se
suicidó tras el fallido intento de casarse con Rebeca y
con Amaranta; con la primera porque se casó con
José Arcadio y la segunda porque no quiso casarse con
él.
Pasado algún tiempo falleció ahogado el
enigmático Melquíades, luego de haber permanecido
encerrado en el cuarto escribiendo los pergaminos en un idioma
extraño sobre el destino de Macondo. Fue el primer muerto
en Macondo, y lo enterraron con honores, y a su entierro
asistieron muchas personas; en cien años fue el sepelio
más concurrido. Días después de estos
funerales, por fin fueron sepultados los huesos de los padres de
Rebeca, los cuales habían estado en la casa de los
Buendía esperando que se sepultara la primera persona en
Macondo.
José Arcadio Buendía, con su vida de
haragán, se encerraba en el taller de alquimia haciendo
curiosos trabajos inútiles, creando superfluas
teorías y sumido en sus alucinaciones. Afectado por la
peste del olvido fue envejeciendo y enloqueciéndose hasta
el punto de que un día destruyó el laboratorio de
alquimia y destrozó algunos enseres de la casa, por lo que
fue amarrado a la cepa de un árbol de castaño, en
donde permaneció hasta sus últimos días,
bajo un improvisado cobertizo de palma para protegerlo del sol y
la lluvia.
Luego del matrimonio de Aureliano Buendía con la
impúber Remedios Moscote, el padre Nicanor Reyna (llevado
al pueblo por Apolinar Moscote), que los había casado,
empezó la construcción del templo de Macondo, con
el propósito de implementar el catolicismo en el pueblo.
Antes de su llegada, sus habitantes eran áridos y
"prosperaban en el escándalo, sujetos a la ley natural,
sin bautizar a los hijos y santificar las fiestas". El padre
trató de convencer a José Arcadio Buendía de
la existencia de Dios, pero éste le dijo que sólo
creería en él hasta que le mostraron el
daguerrotipo de Dios, es decir, algo así como una
fotografía de él. Mientras el padre trataba de
manera irracional de hacerlo creer en Dios, José Arcadio
Buendía acudía a artificios para menguar la fe del
clérigo, quien no volvió a visitarlo. Remedios
Moscote murió tiempo después con dos gemelos en su
vientre.
Cuando regresó José Arcadio Buendía
(hijo), luego de haber vagado por el mundo, se casó con
Rebeca Buendía, a pesar de que, equívocamente,
él creía que era hermano de ésta, y se
fueron a vivir en casa aparte, frente al cementerio, sin
más corotos que la hamaca de José Arcadio.
Aureliano les ayudó económicamente mientras
aquél empezó a trabajar y a apoderarse de tierras
baldías y las de los pobres. José Arcadio nunca
supo que era el padre de Arcadio.
Como Arcadio pretendía a Pilar Ternera, pues no
sabía que era su madre, ésta le pagó a los
padres de Santa Sofía de la Piedad (una niña
virgen) y a ésta para que se acostara con él; se
casaron y tuvieron tres hijos: Remedios, la bella, y los gemelos
José Arcadio Segundo y Aureliano Segundo.
Transcurrido algún tiempo de la muerte de
Remedios Moscote, Aureliano Buendía se reunía con
su suegro Apolinar Moscote a jugar cartas y damas, y éste
le proponía que se casara nuevamente con alguna de sus
seis hijas y le hablaba de política; Aureliano no
aceptó la propuesta de un nuevo matrimonio. En esa
época hubo elecciones para presidente de la
República. Con fraude ganaron los conservadores; por ello
hubo inconformismo general. El falso médico Alirio Noguera
trató de convencer a Aureliano que se levantara en contra
del Gobierno y que asesinaran a Apolinar Moscote; Aureliano se
opuso a esto último. Tras el estallido de la guerra,
Macondo fue militarizado por tropa arbitraria y asesina, la cual
fusiló a Alirio Noguera acusado de subversión y
cometió otros vejámenes en la región.
Aureliano Buendía, convertido en el coronel Aureliano
Buendía, reclutó hombres, entre ellos a sus amigos
de infancia Magnífico Visbal y Gerineldo Márquez,
y, armados de cuchillos asaltaron el cuartel militar, se
apoderaron de las armas, fusilaron a los militares y se fueron a
la guerra con las tropas revolucionarias del general Victorio
Medina. Arcadio fue nombrado jefe militar de Macondo.
Arcadio investido de autoridad implantó el
servicio militar obligatorio para mayores de 18 años y
cometió un sin número de disparates y
arbitrariedades. Recluyó al padre Nicanor Reyna en la casa
cural y prohibió el repique de campanas. Úrsula
Iguarán fue la única que le puso freno a sus
desafueros, y empezó a mandar en Macondo y retornó
la cotidianidad al pueblo. Arcadio había permanecido en el
poder once meses, tiempo que aprovechó para sus
tropelías y para apoderarse del dinero de los impuestos y
de los fondos públicos. Úrsula iba al
castaño a contarle a José Arcadio Buendía lo
que ocurría con su familia y en Macondo, pero éste
no le prestaba atención. Cuando el ejército
volvió a retomar el control de Macondo, el capitán
Roque Carnicero fusiló, luego de un juicio sumario, a
Arcadio, quien murió gritando vivas al partido
liberal.
Al término de la guerra, el coronel Aureliano
Buendía fue hecho prisionero, junto con el coronel
Gerineldo Márquez, luego de que catorce de sus
veintiún hombres murieran en combate y seis fueran
heridos. Lo llevaron a Macondo para fusilarlo. En instantes que
iban a fusilarlo en el paredón, apareció
José Arcadio Buendía (hijo) con una escopeta
gritando que no lo mataran; entonces el capitán Roque
Carnicero, quien era el encargado de dar la orden de
fusilamiento, resolvió llevárselo junto con la
tropa a liberar al general Victorio Medina, prisionero y
condenado a muerte en Riohacha. Nada pudieron hacer ya que
éste fue fusilado. El coronel Aureliano Buendía, al
mando de dos mil hombres, prosiguió la guerra contra el
régimen conservador. Luego regresó a Macondo, donde
fue recibido con júbilo.
Después de que Rebeca Buendía y
José Arcadio Buendía se instalaran en la casa que
había construido Arcadio, misteriosamente fue asesinado
aquél con un tiro de pistola. Nunca se esclareció
este crimen. Rebeca, al quedar viuda, se encerró en la
casa y no volvió a salir en mucho tiempo.
José Arcadio Buendía fue llevado del
castaño a la cama, y al poco tiempo murió. En los
últimos tiempos había empeorado su lucidez por
cuanto decía más incoherencias, "veía" y
hablaba con Prudencio Aguilar, quien frecuentemente lo visitaba
bajo el castaño.
El general José Raquel Moncada, un hombre
antimilitarista, había sido nombrado como el primer
Alcalde de Macondo al término de la guerra, luego de que
Macondo fuera erigido como municipio. Éste había
sido jefe militar del coronel Aureliano Buendía, a quien
le enseñó a jugar ajedrez y con quien
mantenía una estrecha y entrañable amistad. Durante
su gobierno, el padre Coronel, apodado El Cachorro (que
participó en la primera guerra federalista),
reemplazó al padre Nicanor Reyna, afectado por las fiebres
hepáticas. Bruno Crespi, hermano de Pietro Crespi,
estableció una tienda de juguetes e instrumentos
musicales, construyó un teatro y una escuela en Macondo,
que dejó a cargo del maestro Melchor Escalona.
Luego de sufrir una de sus tantas derrotas militares, el
coronel Aureliano Buendía se fue del país, junto
con su hijo Aureliano José, y peleó en otras
Repúblicas del Caribe, como Cuba, y su idea era unificar
las fuerzas federalistas de Centro América para acabar con
los regímenes con servadores de América.
Transcurrido un tiempo, Aureliano José desertó las
tropas federalistas de Nicaragua y regresó a Macondo con
la intención de casarse con Amaranta Buendía, ya
que antes de irse de Macondo se acariciaba con ésta. Pero
Amaranta, sabedora de su parentesco, lo evitaba y siempre estaba
acompañada de Remedios, la bella. A pesar de que él
insistía, ella resistió a todos sus embates
amorosos y lujuriosos, y además le hizo saber de su
vínculo familiar. Poco tiempo después, cerca de la
entrada del teatro, fue asesinado por el capitán Aquiles
Ricardo, comandante de la guarnición militar de Macondo, y
éste a su vez fue asesinado de dos disparos por un
desconocido, mientras gritaban que viviera el partido liberar y
el coronel Aureliano Buendía. Según las barajas de
su madre, Pilar Ternera, Aureliano José estaba destinado a
casarse con Carmelita Montiel con quien tendría siete
hijos. El general José Raquel Moncada reasumió la
alcaldía y la comandancia militar.
El coronel Aureliano Buendía regresó al
país y se apoderó de dos estados de litoral. Luego
con mil hombres atacó a Macondo. El coronel Aureliano
Buendía capturó al general José Raquel
Moncada para someterlo a juicio. Restituyó los
títulos de propiedad a sus dueños de las tierras
que había usurpado su hermano José Arcadio
Buendía. Luego de hacer fusilar a todos los oficiales
capturados, ordenó el fusilamiento del general José
Raquel Moncada, pero Úrsula, respaldada con el testimonio
de las mujeres del pueblo, trató de impedirlo porque
había sido buen gobernante, pero no lo logró; fue
fusilado.
Así las cosas, el coronel Gerineldo
Márquez fue nombrado jefe civil y militar de Macondo.
Éste, inútilmente, pretendió a Amaranta
Buendía hasta los últimos días de vida de
ésta. Por una expresión de éste, que
molestó al coronel Aureliano Buendía fue
sentenciado a ser fusilado. Úrsula, acudiendo a su
sensatez y autoridad materna, le impidió a su hijo que
cometiera semejante tropelía, y, bajo amenazas de muerte,
no permitió Aureliano que asesinara a su amigo desde la
infancia. Luego de firmar el armisticio de Neerlandia, que puso
fin temporal a la guerra, el coronel Aureliano Buendía se
propinó un disparo en el corazón, pero no
murió. Cansado de la guerra se refugió nuevamente
en su taller a fabricar pescaditos de oro para venderlos y hacer
los mismos pescaditos de oro con las monedas de la venta, en un
círculo vicioso hasta su muerte. Úrsula dispuso una
nueva remodelación de su casa. El padre Antonio Isabel
reemplazó al padre Coronel.
Los gemelos José Arcadio Segundo y Aureliano
Segundo, junto con su hermana Remedios, la bella, fueron
creciendo. José Arcadio Segundo practicó la
zoofilia y se aficionó a los gallos de riña, a
pesar de la prohibición de éstos por parte de
Úrsula debido a las letales consecuencias en su
época de recién casada. Según ésta,
los gallos de pelea, la guerra, las mujeres de mala vida y las
empresas delirantes habían sido las cuatro plagas que
propiciaron la decadencia de su estirpe. Junto con el coronel
Aureliano Buendía, Aureliano Segundo también se
dedicó a la fabricación de pescaditos de oro, labor
que había desempeñado aquél antes de irse a
la guerra. Aureliano segundo intentó descifrar los
pergaminos de Melquíades y se aficionó por el
acordeón. Los dos compartían carnalmente a Petra
Cotes, pues ella no podía saber quién era
quién, dado su extraordinario parecido; con el tiempo
ésta se convirtió en amante de Aureliano Segundo
hasta el momento de la muerte de éste, y con la influencia
misteriosa de ésta, él fue una persona muy
acaudalada, gracias a la peste de la reproducción. Su
inmensa fortuna empezó con rifas de Petra Cotes de conejos
que se reproducían exageradamente, la cual después
rifó vacas que parían trillizos. Era tanta su
riqueza que empapeló con billetes toda la casa de
Úrsula; pero ésta, en desacuerdo por el
despilfarro, quitó los billetes de la fachada y la hizo
pintar nuevamente de blanco. Al pintarla, los obreros encontraron
un San José de yeso con monedas de oro que, según
Amaranta, habían dejado tres hombres a guardar.
Úrsula enterró las monedas en un lugar secreto
hasta que los tres volvieran a reclamarlo. Macondo también
progresó y las antiguas casas fueron
remodeladas.
José Arcadio Segundo, con la venta de sus gallos
y con un considerable aporte económico de su hermano
Aureliano Segundo, rompió las piedras del río para
convertir a éste en vía de navegación.
Fracasó en su quijotesca empresa; pero gracias a
ésta llegaron a Macondo los carnavales, durante los que
fue reina Remedios, la bella. Con las gentes que visitaron a
Macondo llegó Fernanda del Carpio Argote, quien se
convertiría en la esposa de Aureliano Segundo. El carnaval
terminó en tragedia porque dentro de los visitantes
venían disfrazados algunos hombres que asesinaron a muchos
pobladores de Macondo. Luego de su fracasada empresa de
navegación, José Arcadio Segundo volvió a
comprar gallos de pelea. Los hijos de Fernanda del Carpio con
Aureliano Segundo fueron naciendo: primero fue José
Arcadio, luego Renata Remedios (a quien llamaron sólo
Meme, diminutivo de Remedios) y Amaranta
Úrsula.
Con motivo del jubileo que decretó el Gobierno
conservador, para celebrar un año de la firma del
armisticio de Neerlandia, éste quiso homenajear al coronel
Aureliano Buendía pero éste se negó. Por esa
época llegaron a la casa de los Buendía
Iguarán los 17 Aurelianos, hijos del coronel Aureliano
Buendía, quien le regaló un pescadito de oro a cada
uno. El miércoles de ceniza el padre Antonio Isabel les
puso la cruz de ceniza en la frente que no se les borró
jamás. Aureliano Triste fue el único que se
quedó en Macondo donde instaló una fábrica
de hielo. Cuando regresaron éstos le pintaron la
destartalada casa de Rebeca Buendía, pero ella sumida en
su soledad no se dio cuenta. Aureliano Centeno, otro de los 17
Aurelianos, se quedó trabajando en la fábrica de
hielo de su hermano Aureliano Triste. Éste se
empeñó en la locura de traer el tren a Macondo con
la financiación económica de Aureliano Segundo. Y
lo consiguió porque meses después lo
llevó… con futuras desgracias para Macondo. En el
segundo viaje del tren, Aureliano Triste llevó la
energía eléctrica a Macondo, maravillando al
pueblo. Años después, durante una misma noche,
fueron asesinados 16 Aurelianos, y sólo quedó vivo
Aureliano Amador… por poco tiempo.
En uno de los viajes del tren llegó a Macondo la
peste del banano. Los gringos, liderados por mister Herbert y
mister Jack Brown (quien llegó en el primer
automóvil que se vio en Macondo), construyeron una
compañía bananera. Para trabajar en ella llegaron
muchos forasteros. Por esa época, luego de que cuatro
hombres murieran por el amor de Remedios, la bella, ésta
se fue levitando al cielo envuelta en sábanas de Fernanda
del Carpio, quien se molestó porque aquélla se
había llevado sus sábanas.
Los gringos reemplazaron las autoridades conservadoras
de Macondo por autoritarios forasteros armados con machetes. Uno
de éstos, por intolerancia, asesinó a un nieto del
coronel Magnífico Visbal. Esto indignó al coronel
Aureliano Buendía, quien dejó el taller dispuesto a
reactivar un levantamiento para destruir el régimen
corrupto sostenido por el invasor extranjero. Entonces
acudió a Úrsula para que le revelara el lugar donde
había enterrado las monedas de oro, pero ésta se
negó. Dispuesto a cumplir su cometido recogió
más dinero que el de ese entierro y le pidió al
paralítico coronel Gerineldo Márquez que lo
secundara en su descabellada empresa; pero todo fue en
vano.
Transcurrido un breve tiempo Aureliano Segundo y
Fernanda del Carpio llevaron a Meme a un colegio fuera de
Macondo, y regresaron con un clavicordio. Antes se había
ido José Arcadio a estudiar a Roma para convertirse en
Papa. Amaranta empezó a tejer su mortaja. En tanto que
Aureliano seguía con sus parrandas y conviviendo
simultáneamente con Fernanda del Carpio y Petra Cotes,
José Arcadio Segundo vendió los gallos y se
empleó como capataz en la compañía bananera.
Tiempo después murió, junto al castaño, el
coronel Aureliano Buendía. El Gobierno exaltó la
memoria de su enemigo fallecido.
Cuando Meme regresó de estudiar demostró
que era una virtuosa del clavicordio, que había aprendido
a tocar por imposiciones de su madre Fernanda, un ser
huraño y dominante. Con la complicidad de su padre
Aureliano Segundo y con el dinero que él le daba, se
divertía con las muchachitas de su edad, iba a cine, a
fiestas y al sitio donde estaba la compañía
bananera, donde dio un concierto de clavicordio y se hizo amiga
de jovencitas gringas y de un pelirrojo. Además de la
buena relación con su padre, compartía secretos con
éste.
Después de la muerte de Amaranta, luego de
terminar su mortaja, Meme resultó embarazada de Mauricio
Babilonia, un aprendiz de mecánica en la
compañía bananera, a quién lo
perseguían mariposas amarillas. La casa de los
Buendía Iguarán se llenó de mariposas
amarillas. Mauricio Babilonia fue asesinado por desconocidos
cuando intentaba entrar furtivamente a la casa para verse con
Meme. Al enterarse Fernanda llevó a Meme al internado
donde había estudiado. Más tarde murió Meme
en un hospital de Cracovia con sus nombres cambiados. Un
año después del nacimiento de Aureliano, el hijo de
Meme y Mauricio Babilonia, fue llevado a Macondo; Fernanda
trató de ahogarlo y lo escondió en la casa diciendo
que había sido encontrado flotando en una canastilla, para
que no se enteraran de su verdadero origen.
En la compañía bananera estalló una
huelga encabezada por José Arcadio Segundo; Úrsula
se contrarió porque no quería un anarquista en su
familia. Como los levantamientos eran respaldados hasta por el
padre Antonio Isabel y le fueron dando fama a José Arcadio
Segundo como revolucionario, fue objeto de un atentado del cual
salió ileso; después fue capturado, junto otros
cabecillas, y luego dejados en libertad porque no hubo acuerdo de
quién debía alimentarlos: si la
compañía bananera o el Gobierno.
Como la compañía bananera se valió
de todo tipo de componendas, en complicidad con el Gobierno, para
desconocer los derechos de los trabajadores, se
desencadenó una huelga general con alteraciones del orden
público, el cual fue controlado por militares enviados por
el Gobierno. Los soldados reemplazaron a los trabajadores de las
bananeras, mientras que éstos se armaron de machetes y
sabotearon la dinámica de las faenas bananeras,
destruyeron e incendiaron la compañía. Mister Jack
Brown, con la ayuda del ejército, fue sacado de la
región junto con otros dirigentes, los que fueron
protegidos en un lugar seguro por los militares.
Mientras esperaban una comisión para negociar,
los trabajadores y sus familias se reunieron junto a la
compañía que estaba protegida por militares armados
con subametralladoras. Un teniente leyó un decreto del
general Carlos Cortés Vargas, comandante militar de la
región, en el que se señalaba de malhechores a los
huelguistas y se facultaba al ejército a disparar. Como la
situación se tornó demasiado tensa, el
ejército disparó contra la muchedumbre (unas tres
mil personas) y luego sus cadáveres fueron subidos a un
tren que los arrojó al mar. José Arcadio Segundo, a
pesar de estar herido, pudo escapar. Todos negaban que hubiera
ocurrido esa masacre, porque la noche anterior habían
escuchado un bando del Gobierno en que se decía que la
huelga había sido solucionada de manera pacífica.
El Gobierno seguía insistiendo que los trabajadores
satisfechos habían vuelto a sus casas y la
compañía bananera suspendía sus labores
mientras terminaba el invierno o el diluvio que duró casi
cinco años. José Arcadio Segundo se encerró
en el cuarto de Melquíades a tratar de descifrar los
pergaminos mientras durara el diluvio, y seguía convencido
que eran más de tres mil los muertos, todos los que
estaban en la estación cerca de la compañía
bananera.
Durante la época del diluvio, Aureliano Segundo,
para no aburrirse, efectuó arreglos locativos de la casa
de los Buendía Iguarán. Así mismo, se
enteró de que era abuelo de Aureliano, y se dedicó
a mostrarle a éste y a Amaranta Úrsula las
láminas de la enciclopedia británica que
contenía paisajes, lugares y nombres de personajes
famosos. Las propiedades de Aureliano Segundo se inundaron y
murieron todos sus animales. Murió paralítico el
coronel Gerineldo Márquez. Fernanda del Carpio Argote,
hastiada por la vida tan tormentosa que llevaba en esa casa al
lado de su infiel esposo, no aguantó más y se
dedicó a expresarle extensas y reiteradas peroratas a su
marido Aureliano segundo, quejándose que no había
qué comer, que era un holgazán y le sacó en
cara su glorioso pasado porque ella provenía de una
familia de abolengo y apellidos… En fin, se
despachó en contra de los Buendía Iguarán y
de todo cuanto se le vino a su mente en esos incontrolables
momentos de ofuscación. Aureliano Segundo, hastiado con
las múltiples cantaletas, destruyó los enseres
domésticos que encontró en la casa y se
marchó a conseguir comida para su familia. Aureliano y
Amaranta Úrsula se divertían durante el diluvio y
jugaban con la vieja Úrsula, tomándola como objeto
de burla, mientras ésta empezaba a desvariar y a llorar
por su bisabuela que había muerto muchos años
atrás y otros muertos recientes. Aureliano Segundo, en
vista de que no pudo sacarle a Úrsula el secreto de
dónde estaban enterradas las monedas de oro del San
José de yeso, contrató unos obreros para buscarla
con el pretexto de que iba a arreglar la casa. Por más que
lo intentó con ahínco no encontró las
monedas. Luego terminó el diluvio.
Como el diluvio no les dejó sino una mula, Petra
Cotes y Aureliano Segundo la rifaron y compraron otros animales,
y se dedicaron a las rifas de lotería, cuyos billetes
pintaba a mano Aureliano Segundo. Éste volvió a las
parrandas, a tocar el acordeón y a participar en los
torneos de comida, pero no en la misma cantidad como cuando
competía con la Elefanta y llegó a tener sobrepeso
producto de su insaciable voracidad. Su situación
económica no llegó a ser igual que en los tiempos
de la peste de la reproducción. Su empresa de rifas,
denominada La Divina Providencia, no le generaba muchas
ganancias; solamente para sobrevivir. Úrsula empezó
a ver a sus familiares muertos por todos los lugares de la casa,
y confundía el pasado con el presente. En los delirios de
su vejez rezó durante dos días oraciones
incoherentes, y murió un jueves santo con más de
120 años a cuestas, totalmente ciega y con su cuerpo tan
menudo y arrugado como una uva pasa. Rebeca Buendía
también murió a finales de ese año
convertida en una anciana solitaria y decrépita; nunca
tuvo hijos. Macondo cada vez más se iba empobreciendo y
acabando. Volvieron los gitanos y, como en la época
antigua, trajeron el imán y las nuevas generaciones se
maravillaban al ver cómo atraía objetos
metálicos. El padre Antonio Isabel fue recluido en un
asilo, luego que lo encontraran jugando con niños a la
gallina ciega. Lo reemplazó el padre Augusto
Ángel.
José Arcadio Segundo, dedicado todavía a
descifrar los pergaminos de Melquíades, seguía
insistiendo, en contra de la versión oficial, que eran
más de tres mil los muertos de la matanza de las
bananeras, y enseñaba a Aureliano a leer y a tratar de
descifrar los pergaminos. A pesar de que decían que
José Arcadio Segundo estaba loco, era la persona
más lúcida por esa época en
Macondo.
Las rifas La Divina Providencia cada vez
producían menos, y Aureliano Segundo debió vender
algunos de sus enseres domésticos para poder pagarle el
pasaje de ida a Amaranta Úrsula que fue enviada a estudiar
a un colegio de monjas en Bélgica.
El nueve de agosto, mientras José Arcadio
Segundo, en el cuarto de Melquíades, le decía a
Aureliano que se acordara de que eran más de tres mil los
muertos que fueron arrojados al mar, se fue de bruces y
murió; simultáneamente falleció su hermano
gemelo Aureliano Segundo en el lecho de su esposa Fernanda del
Carpio Argote. Petra Cotes le pidió permiso para ver su
cadáver, pero Fernanda no lo permitió. Santa
Sofía de la Piedad degolló con un cuchillo a su
hijo José Arcadio Segundo para cumplir la voluntad de
éste por temor a que lo enterraran vivo. Al ataúd
de Aureliano Segundo le colocaron un letrero que decía:
"¡Apártense vacas que la vida es corta!", frase que
acostumbraba a decir en vida éste. Los dos ataúdes
fueron enterrados en tumbas equivocadas: en la que tenía
el nombre de José Arcadio Segundo, quedó la de
Aureliano Segundo. Así volvieron a tener sus nombres
originales, que se habían cambiado ellos cuando eran
niños: José Arcadio Segundo se hizo llamar
Aureliano Segundo y éste José Arcadio Segundo, sin
que nadie nunca lo supiera. Con respecto a los gemelos es curioso
que "mientras los Aurelianos eran retraídos, pero de
mentalidad lúcida, los José Arcadio eran impulsivos
y emprendedores, pero estaban marcados por un signo
trágico". Era tal el galimatías, que "el
que en los juegos de confusión se quedó con el
nombre de Aureliano Segundo se volvió monumental como el
abuelo, y el que se quedó con el nombre de José
Arcadio Segundo se volvió óseo como el coronel, y
lo único que conservaron en común fue el aire
solitario de la familia. Tal vez fue ese entrecruzamiento de
estaturas, nombres y caracteres lo que le hizo sospechar a
Úrsula que estaban barajados desde la
infancia".
Aureliano se encerró durante mucho tiempo en el
cuarto de Melquíades a leer y a tratar de descifrar los
pergaminos. Melquíades hacía presencia en el cuarto
y le dio algunas pistas para descifrarlos, y le recomendó
que fuera a buscar libros a la librería de un
catalán, en los cuales podría encontrar claves para
lograr su cometido. Petra Cotes, cuyas rifas iban en decadencia,
le enviaba anónimamente comida a Fernanda para que
sobreviviera. Las hormigas rojas, la maleza y las
telarañas se iban apoderando de la casa. Santa
Sofía de la Piedad, cansada de trabajar en esa casa como
una sirvienta, se aburrió de esa miseria y decadencia y se
marchó para donde unas primas que supuestamente
tenía en Riohacha. Fernanda se molestó porque no
sabía cocinar y sufría mucho para tratar de
preparar los alimentos. Los fantasmas, los espectros y los
duendes empezaron a apoderarse de la destartalada casa.
Añorando su pasado, falleció Fernanda. Cuando
llegó su hijo José Arcadio la encontró
acostada en la cama; la enterró y siguió viviendo
en la casa teniendo poco diálogo y tratos con Aureliano,
el cual seguía dedicado a descifrar los pergaminos y a
vender los enseres de la casa para sobrevivir.
José Arcadio, quien se había retirado
pronto del seminario en Roma y se dedicó a otras
actividades, haciéndoles creer a sus padres que estaba
estudiando para Papa, luego del entierro de su madre se
dedicó a deambular por Macondo, a vender las cosas de la
casa y a jugar con los niños que llevaba a la casa; cuatro
de éstos trataron de destruirle los pergaminos a
Aureliano. Los niños jugando en la casa encontraron el
tesoro que había escondido Úrsula, y José
Arcadio remodeló con lujos la casa; empezó a hacer
derroches y expulsó a los niños de la casa.
Mientras tanto Aureliano seguía con su esmerada labor de
descifrar los pergaminos. Aureliano y José Arcadio se
colaboraban en los quehaceres de la casa. En esa época
llegó a la casa Aureliano Amador, y fue echado a la calle
por José Arcadio y Aureliano porque no sabían
quién era. Al salir de la casa fue asesinado. Pocos
días después regresaron los niños que
había expulsado José Arcadio y lo ahogaron;
Aureliano, encerrado en su cuarto, no se dio cuenta, y al
buscarlo lo encontró flotando en el estanque de agua. Los
niños se llevaron las monedas de oro que
quedaban.
Años después regresó Amaranta
Úrsula a Macondo junto con su esposo Gastón.
Aureliano y Amaranta Úrsula simpatizaron, y transcurrido
algún tiempo, mientras Gastón esperaba un aeroplano
de Bélgica, se hicieron amantes. Aureliano decidió
salir circunstancialmente del cuarto de Melquíades y se
hizo amigo de Álvaro, Germán, Alonso y Gabriel, con
quienes departía. La intención de Gastón era
establecer la aviación en Macondo y el correo
aéreo. Como no le llegó el aeroplano,
resolvió devolverse a Bélgica.
El sabio catalán vendió la librería
y regresó a la aldea de donde había venido. Tras
éste, tiempo después, se fueron de Macondo
Álvaro, Germán y Alonso. Luego se marchó
Gabriel a Paris. En esta época murió Pilar Ternera
con más de 145 años de edad. Aureliano y Amaranta
Úrsula se entregaron de tiempo completo a la lujuria y al
amor. De esta pasión nació un niño con cola
de cerdo. Amaranta Úrsula murió luego del parto. El
niño con cola de cerdo fue comido por las hormigas rojas.
En ese "instante prodigioso se le revelaron las claves
definitivas de Melquíades, y vio el epígrafe de los
pergaminos perfectamente ordenado en el tiempo y el espacio de
los hombres: El primero de lo estirpe está amarrado en un
árbol y al último se lo están comiendo las
hormigas". Aureliano volvió al cuarto y logró
descifrar los pergaminos del Melquíades. "Era la historia
de la familia escrita por Melquíades hasta en sus detalles
más triviales, con cien años de
anticipación. La había redactado en
sánscrito, que era su lengua materna, y había
cifrado los versos pares con la clave privada del emperador
Augusto, y los impares con claves militares lacedemonias. La
protección final, que Aureliano empezaba a vislumbrar
cuando se dejó confundir por el amor de Amaranta
Úrsula, radicaba en que Melquíades no había
ordenado los hechos en el tiempo convencional de los hombres,
sino que concentró un siglo de episodios cotidianos, de
modo que todos coexistieran en un instante". Entonces se
enteró que era sobrino de Amaranta Úrsula. Al
terminar de leer los pergaminos donde se relataba todo el destino
de los Buendía Iguarán y de sus descendientes,
comprendió "que no saldría jamás de ese
cuarto, pues estaba previsto que la ciudad de los espejos (o los
espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de
la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano
Babilonia acabara de descifrar los pergaminos, y que todo lo
escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre
porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no
tenían una segunda oportunidad sobre la
tierra".
Análisis
1. ESTRUCTURA SUPERFICIAL
El libro consta de 20 capítulos, sin
títulos. A manera didáctica les coloqué los
siguientes.
I Fundación de Macondo.
II Travesía de la sierra.
III Peste del insomnio.
IV Remodelación de la casa.
V Elecciones presidenciales.
VI Primera guerra civil.
VII Fin de la primera guerra civil.
VIII Segunda guerra civil.
IX Armisticio.
X Peste de la reproducción.
XI Jubileo.
XII Peste del banano.
XIII Muerte del coronel.
XIV Mariposas amarillas.
XV Matanza de las bananeras.
XVI Diluvio en Macondo.
XVII Muerte de Úrsula.
XVIII Sin vocación papal.
XIX Fracaso del proyecto de correo
aéreo.
XX Niño con cola de cerdo.
Descendencia de los Buendía
Iguarán
José Arcadio Buendía y Úrsula
Iguarán (los patriarcas de Macondo) procrearon a
José Arcadio, Aureliano y Amaranta. José Arcadio
tuvo un hijo con Pilar Ternera (Arcadio). Aureliano
engendró a Aureliano José con Pilar Ternera;
además, procreó 17 hijos más con diferentes
mujeres (todos llamados Aureliano), entre los que se mencionan
Aureliano Triste, Aureliano Centeno, Aureliano Serrador,
Aureliano Arcaya y Aureliano Amador; todos murieron asesinados.
Amaranta no tuvo hijos y murió virgen. Arcadio y Santa
Sofía de la Piedad fueron los padres de los gemelos
José Arcadio Segundo y Aureliano Segundo y de Remedios, la
bella. Aureliano Segundo, casado con Fernanda del Carpio Argote,
fue el padre de José Arcadio, Meme y Amaranta
Úrsula. Meme, luego de cohabitar con Mauricio Babilonia,
parió a Aureliano Babilonia, quien, al tener
vínculos carnales con su tía Amaranta
Úrsula, se convirtió en el padre de un niño
que nació con cola de cerdo y fue devorado por las
hormigas antes de la destrucción de Macondo, pues,
según los pergaminos, éste llegaría a su fin
cuando naciera el último de los descendientes de la
dinastía de los Buendía Iguarán: un
niño con cola de cerdo.
Orden en que aparecen los personajes
El coronel Aureliano Buendía.
Melquíades.
José Arcadio Buendía.
Úrsula Iguarán.
José Arcadio Buendía (hijo).
Prudencio Aguilar.
Pilar Ternera.
Amaranta Buendía.
José Arcadio (Arcadio).
Visitación y Cataure (indígenas
guajiros).
Rebeca Ulloa Montiel.
Francisco el Hombre.
Catarino.
Apolinar Moscote.
Amparo Moscote.
Remedios Moscote.
Pietro Crespi.
Magnífico Visbal.
Gerineldo Márquez.
Padre Nicanor Reyna.
Aureliano José.
Alirio Noguera (médico).
General Victorio Medina.
Santa Sofía de la Piedad.
Coronel Gregorio Stevenson.
Capitán Roque Carnicero.
Remedios, la bella.
José Arcadio Segundo.
Aureliano Segundo.
General José Raquel Moncada.
Padre Coronel.
Bruno Pietro.
Capitán Aquiles Ricardo.
General Teófilo Vargas.
José Arcadio.
Fernando del Carpio.
Padre Antonio Isabel.
Petronio (Sacristán).
Petra Cotes.
Meme (Renata).
Aureliano Triste.
Aureliano Centeno.
Mister Herbert.
Mister Jack Brown.
Aureliano Serrador.
Aureliano Arcaya.
Aureliano Amador.
La Elefanta.
Amaranta Úrsula.
Patricia Brown.
Mauricio Babilonia.
Aureliano.
Padre Augusto Ángel.
Gastón.
Nigromante.
Álvaro.
Germán.
Alonso.
Gabriel.
Orden en que mueren o desaparecen los
personajes:
Prudencio Aguilar (asesinado por José Arcadio
Buendía).
Cataure (se fue huyendo de la peste del
insomnio).
Melquíades (Óbito).
Remedios Moscote (Óbito).
Alirio Noguera (asesinado).
José Arcadio (Arcadio), fusilado.
Magnífico Visual (asesinado).
Apolinar Moscote (asesinado).
General Victorio Medina (fusilado).
José Arcadio Buendía (hijo),
asesinado.
José Arcadio Buendía
(Óbito).
Visitación (Óbito).
Capitán Aquiles Ricardo (asesinado).
Aureliano José (asesinado).
General José Raquel Moncada
(fusilado).
General Teófilo Vargas (asesinado a
machetazos).
Aureliano Triste (Asesinado)
Aureliano Centeno (Asesinado).
Aureliano Serrador (Asesinado).
Aureliano Arcaya (Asesinado).
El coronel Aureliano Buendía.
Amaranta (murió virgen).
Mauricio Babilonia (asesinado).
Meme (Renata Remedios)
El coronel Gerineldo Márquez (murió
inválido).
Úrsula Iguarán (Óbito).
Rebeca (Óbito).
José Arcadio Segundo (Óbito).
Aureliano Segundo (Óbito).
Fernanda del Carpio (Óbito)
Aureliano Amador (Asesinado).
José Arcadio ("Papa"), ahogado por unos
niños.
Pilar Ternera (Óbito).
Amaranta Úrsula.
Santa Sofía de la Piedad (se fue para
Ríohacha).
Padre Antonio Isabel (enloqueció).
Remedios, la bella (se fue al cielo).
Gastón (se fue para Bélgica).
Francisco el Hombre (se fue de Macondo y nunca se supo
más de él).
Catarino.
Amparo Moscote.
Padre Nicanor Reyna (se enfermó de fiebre
hepática y fue reemplazado).
Coronel Gregorio Stevenson (asesinado).
Capitán Roque Carnicero.
Padre Coronel.
Bruno Crespi.
Petronio.
Petra Cotes.
Mr. Herbert (se fue para USA).
Mr. Jack Brown (se fue para USA).
La Elefanta.
Padre Augusto Ángel
(enloqueció).
Aureliano.
Álvaro.
Germán.
Alonso.
Gabriel.
Orden en que llegaron los inventos y el progreso a
Macondo
A. Objetos llevados por los gitanos:
Las bolas de vidrio para el dolor de
cabeza.El imán ("la octava maravilla de los sabios
alquimistas de Macedonia").El catalejo y la lupa ("el último
descubrimiento de los sabios de Amsterdan").Instrumentos de navegación.
La dentadura postiza de Melquíades ("el
más famoso hallazgo de los nasciancenos").Loros pintados de todos los colores que recitaban
romanzas italianas, una gallina que ponía un centenar
de huevos de oro al son de la pandereta, el mono amaestrado
que adivinaba el pensamiento, la máquina
múltiple que servía al mismo tiempo para pegar
botones y bajar la fiebre, el aparato para olvidar los malos
recuerdos, el emplasto para perder el tiempo, y un millar de
invenciones más, tan ingeniosas e insólitas,
que José Arcadio Buendía hubiera querido
inventar la máquina de la Memoria para poder acordarse
de todas ("el último y asombroso descubrimiento de los
sabios de Memphis"). Así mismo, el hielo "como una
curiosidad de circo".La estera voladora como objeto de recreo.
Juegos de suerte y asar.
El daguerrotipo.
B. Objetos llevados por los
árabes:
Los collares de vidrio que cambiaban por
guacamayas.
C. Objetos traídos por una casa
importadora:
Una pianola, muebles vieneses, cristalería de
Bohemia, vajilla de la compañía de Indias,
manteles de Holanda, lámparas del alquitrán,
palmatorias, floreros, paramentos, tapices y "cuadros de
doncellas en barcas cargadas de rosas".
D. Institución llevada por Apolinar
Moscote:
La Iglesia Católica a través de padre
Nicanor Reyna, para la boda de su hija Remedios.La escuela (consiguió que el Gobierno la
construyera).
E. Objetos llevados por Pietro
Crespi:
Objetos de fantasía, reproducciones de
campanarios de Florencia, cajas musicales de Sorrento,
polveras chinas e instrumentos musicales.
F. El general José Raquel
Moncada:
Hizo erigir a Macondo en municipio y fue su primer
alcalde.Restauró el edificio de la escuela y la
dejó a cargo del maestro Melchor Escalona.
G. Bruno Crespi:
Construyó un teatro para cine.
H. Aureliano Triste:
Instaló una fábrica de
hielo.Construyó la carrilera y llevó el tren
a Macondo.La energía eléctrica (una planta
eléctrica)
I. Las matronas de Francia:
El gramófono
J. Los gringos:
"Modificaron el régimen de lluvias,
apresuraron el ciclo de las cosechas, y quitaron el
río de donde estuvo siempre y lo pusieron con sus
piedras blancas y sus corrientes hela das en el otro extremo
de la población, detrás del
cementerio".
Escenas
La partida de Santa Sofía de la
Piedad.
Aureliano le preguntó para dónde iba,
y ella hizo un gesto de vaguedad, como si no tuviera la menor
idea de su destino. Trató de precisar, sin embargo, que
iba a pasar sus últimos años con una prima hermana
que vivía en Riohacha. No era una explicación
verosímil. Desde la muerte de sus padres, no había
tenido contacto con nadie en el pueblo, ni recibió cartas
ni recados, ni se le oyó hablar de pariente alguno.
Aureliano le dio catorce pescaditos de oro, porque ella estaba
dispuesta a irse con lo único que tenía: un peso y
veinticinco centavos. Desde la ventana del cuarto, él la
vio atravesar el patio con su atadito de ropa, arrastrando los
pies y arqueada por los años, y la vio meter la mano por
un hueco del portón para poner la aldaba después de
haber salido. Jamás se volvió a saber de
ella".
Arcadio trata a su madre de prostituta.
Mientras el niño jugaba en el patio,
él esperó en la hamaca, temblando de ansiedad,
sabiendo que Pilar Ternera tenía que pasar por ahí.
Llegó. Arcadio la agarró por la muñeca y
trató de meterla en la hamaca. «No puedo, no puedo
-dijo Pilar Ternera horrorizada-. No te imaginas cómo
quisiera complacerte, pero Dios es testigo que no puedo.»
Arcadio la agarró por la cintura con su tremenda fuerza
hereditaria, y sintió que el mundo se borraba al contacto
de su piel. «No te hagas la santa -decía-. Al fin,
todo el mundo sabe que eres una puta.» Pilar se sobrepuso
al asco que le inspiraba su miserable destino.
Úrsula, juguete de Amaranta y Aureliano
Babilonia.
Amaranta Úrsula y el pequeño Aureliano
habían de recordar el diluvio como una época feliz.
A pesar del rigor de Fernanda, chapaleaban en los pantanos del
patio, cazaban lagartos para descuartizarlos y jugaban a
envenenar la sopa echándole polvo de alas de mariposas en
los descuidos de Santa Sofía de la Piedad. Úrsula
era su juguete más entretenido. La tuvieron por una gran
muñeca decrépita que llevaban y traían por
los rincones, disfrazada con trapos de colores y la cara pintada
con hollín y achiote, y una vez estuvieron a punto de
destriparle los ojos como le hacían a los sapos con las
tijeras de podar.
El padre Antonio Isabel jugando a la gallina
ciega.
Los delegados curiales que habían ido a
investigar el informe sobre la extraña mortandad de los
pájaros y el sacrificio del Judío Errante,
encontraron al padre Antonio Isabel jugando con los niños
a la gallina ciega, y creyendo que su informe era producto de una
alucinación senil, se lo llevaron a un
asilo.
Remedios Moscote llevándole torta a José
Arcadio Buendía.
Desde aquel día se reveló el sentido
de responsabilidad, la gracia natural, el reposado dominio que
siempre había de tener Remedios ante las circunstancias
adversas. Fue ella quien de su propia iniciativa puso aparte la
mejor porción que cortó del pastel de bodas y se la
llevó en un plato con un tenedor a José Arcadio
Buendía. Amarrado al tronco del castaño, encogido
en un banquito de madera bajo el cobertizo de palmas, el enorme
anciano descolorido por el sol y la lluvia hizo una vaga sonrisa
de gratitud y se comió el pastel con los dedos masticando
un salmo ininteligible.
Úrsula hablándole a José Arcadio
Buendía debajo del castaño.
Se sintió tan sola, que buscó la
inútil compañía del marido olvidado bajo el
castaño. «Mira en lo que hemos quedado -le
decía, mientras las lluvias de junio amenazaban con
derribar el cobertizo de palma-. Mira la casa vacía,
nuestros hijos desperdigados por el mundo, y nosotros dos solos
otra vez como al principio.» José Arcadio
Buendía, hundido en un abismo de inconsciencia, era sordo
a sus lamentos.
Úrsula le preguntó a Aureliano José
que si quería a su tía Amaranta.
Estuvieron a punto de ser sorprendidos por
Úrsula, una tarde en que entró al granero cuando
ellos empezaban a besarse. -¿Quieres mucho a tu
tía?, le preguntó ella de un modo inocente a
Aureliano José. Él contestó que sí.
-Haces bien-, concluyó Úrsula, y acabó de
medir la harina para el pan y regresó a la
cocina.
Frases
La ansiedad del enamoramiento no
encontraba reposo sino en la cama.
Estaba en la índole de los
hombres repudiar el hambre una vez satisfecho el
apetito.
Las cosas tienen vida propia, todo es
cuestión de despertarles el ánima.
La ciencia ha eliminado las
distancias.
Está comprobado que el demonio
tiene propiedades sulfúricas.
En el mundo están ocurriendo
cosas increíbles.
Lo esencial es no perder la
orientación.
Los hijos herederan las locuras de sus
padres.
Al principio se crían muy bien, son
obedientes y formales y parecen incapaces de matar una mosca, y
apenas les sale barba se tiran a la
perdición.
¡Qué raros son los hombres! Se pasan
toda la vida peleando con los curas y regalan libros de
oraciones.
El mejor amigo es el que acaba de
morir.
Así son todos. Locos de
nacimiento.
Las mujeres de esta casa son peores que las
mulas.
Las hembras de la familia tenían
entrañas de pedernal.
La búsqueda de las cosas perdidas está
entorpecida por los hábitos rutinarios, y por eso que
cuesta tanto trabajo encontrarlas.
No lo dejes ir, que la vida es más corta de
lo que no cree.
Temas
EL INCESTO
(Los números entre paréntesis pertenecen a
las páginas de la novela Cien Años de
Soledad, Ovejea negra, Bogotá, 1982).
Los temores de Úrsula
Iguarán
Uno de los temas más recurrentes es el del
incesto. Empieza con los temores de Úrsula –que la
acompañarán toda su vida-, por un antecedente
desagradable en su familia. Úrsula Iguarán y
José Arcadio Buendía "en verdad estaban ligados
hasta la muerte por un vínculo más sólido
que el amor: un común remordimiento de conciencia. Eran
primos entre sí. Habían crecido juntos en la
antigua ranchería… Aunque su matrimonio era
previsible desde que vinieron al mundo, cuando ellos expresaron
la voluntad de casarse sus propios parientes trataron de
impedirlo. Tenían el temor de que aquellos saludables
cabos de dos razas secularmente entrecruzadas pasaran por la
vergüenza de engendrar iguanas. Ya existía un
precedente tremendo. Una tía de Úrsula, casada con
un tío de José Arcadio Buendía tuvo un hijo
que pasó toda la vida con unos pantalones englobados y
flojos, y que murió desangrado después de haber
vivido cuarenta y dos años en el más puro estado de
virginidad porque nació y creció con una cola
cartilaginosa en forma de tirabuzón y con una escobilla de
pelos en la punta. Una cola de cerdo que no se dejó ver
nunca de ninguna mujer, y que le costo la vida cuando un
carnicero amigo le hizo el favor de cortársela con una
hachuela de destazar. José Arcadio Buendía, con la
ligereza de sus diecinueve años, resolvió el
problema con una sola frase: -¡No me importa tener
cochinitos, siempre que puedan hablar! Así que se casaron
con una fiesta de banda y cohetes que duró tres
días. Hubieran sido felices desde entonces si la madre de
Úrsula no la hubiera aterrorizado con toda clase de
pronósticos siniestros sobre su descendencia, hasta el
extremo de conseguir que rehusara consumar el matrimonio.
Temiendo que el corpulento y voluntarioso marido la violara
dormida, Úrsula se ponía antes de acostarse un
pantalón rudimentario que su madre le fabricó con
lona de velero y reforzado con un sistema de correas
entrecruzadas, que se cerraba por delante con una gruesa hebilla
de hierro. Así estuvieron varios meses… Durante la
noche, forcejeaban varias horas con una ansiosa violencia que ya
parecía un sustituto del acto de amor, hasta que la
intuición popular olfateó que algo irregular estaba
ocurriendo, y soltó el rumor de que Úrsula
seguía virgen un año después de casada,
porque su marido era impotente. José Arcadio
Buendía fue el último que conoció el rumor.
-Ya ves, Úrsula, lo que anda diciendo la gente -le dijo a
su mujer con mucha calma. -¡Déjalos que hablen!
-dijo ella-. Nosotros sabemos que no es cierto. De modo que la
situación siguió igual por otros seis meses, hasta
el domingo trágico en que José Arcadio
Buendía le gano una pelea de gallos a Prudencio Aguilar.
Furioso, exaltado por la sangre de su animal, el perdedor se
apartó de José Arcadio Buendía para que toda
la gallera pudiera oír lo que iba a decirle. -Te felicito
-gritó-. A ver si por fin ese gallo le hace el favor a tu
mujer…" Por eso, José Arcadio Buendía, con
una lanza, asesinó a Prudencio Aguilar. "Esa noche,
mientras se velaba el cadáver en la gallera, José
Arcadio Buendía entró en el dormitorio cuando su
mujer se estaba poniendo el pantalón de castidad.
Blandiendo la lanza frente a ella, le ordenó:
-¡Quítate eso! Úrsula no puso en duda la
decisión de su marido. -¡Tú serás
responsable de lo que pase!, murmuró. José Arcadio
Buendía clavó la lanza en el piso de tierra. -Si
has de parir iguanas, criaremos iguanas -dijo-. Pero no
habrá más muertos en este pueblo por culpa
tuya" (24-26).
Cuando nació José Arcadio Buendía,
Úrsula disipó momentáneamente sus temores,
porque "dio a luz un hijo con todas sus partes
humanas…" (28). "Una noche Úrsula
entró en el cuarto cuando él se quitaba la ropa
para dormir, y experimentó un confuso sentimiento de
vergüenza y piedad: era el primer hombre que veía
desnudo, después de su esposo, y estaba tan bien equipado
para la vida, que le pareció anormal. Úrsula,
encinta por tercera vez, vivió de nuevo sus terrores de
recién casada" (29). "Úrsula le
habló de su hijo. Pensaba que su desproporción era
algo tan desnaturalizado como la cola de cerdo del primo"
(30).
Al nacer Aureliano Buendía, Úrsula "se
estremeció con la certidumbre de que aquel bramido
profundo era un primer indicio de la temible cola de cerdo, y
rogó a Dios que le dejara morir la criatura en el
vientre" (243).
"Un jueves de enero, a las dos de la madrugada,
nació Amaranta. Antes de que nadie entrara en el cuarto,
Úrsula la examinó minuciosamente. Era liviana y
acuosa como una lagartija, pero todas sus partes eran
humanas…" (34).
"Cuando los hijos del coronel Aureliano
Buendía estuvieron por primera vez en Macondo,
Úrsula recordó que llevaban en las venas la misma
sangre de la bisnieta, y se estremeció con un espanto
olvidado. -¡Abre bien los ojos! -la previno-. Con
cualquiera de ellos, los hijos te saldrán con cola de
puerco. Ella hizo tan poco caso de la advertencia, que se
vistió de hombre y se revolcó en arena para subirse
en la cucaña, y estuvo a punto de ocasionar una tragedia
entre los diecisiete primos trastornados por el insoportable
espectáculo. Era por eso que ninguno de ellos
dormía en la casa cuando visitaban el pueblo, y los cuatro
que se habían quedado vivían por disposición
de Úrsula en cuartos de alquiler. Sin embargo, Remedios,
la bella, se habría muerto de risa si hubiera conocido
aquella precaución" (226).
"Se murió como un grillito. Entonces
Úrsula se rindió a la evidencia. -¡Dios
mío! -exclamó en voz baja-. De modo que esto es la
muerte. Inició una oración interminable,
atropellada, profunda, que se prolongó por más de
dos días, y que el martes había degenerado en un
revoltijo de súplica a Dios y de consejos prácticos
para que las hormigas coloradas no tumbaran la casa, para que
nunca dejaran apagar la lámpara frente al daguerrotipo de
Remedios, y para que cuidaran de que ningún Buendía
fuera a casarse con alguien de su misma sangre, porque
nacían los hijos con cola de puerco"
(333).
"En los insomnios agotadores del asma, medía
y volvía a medir la profundidad de su desventura, mientras
repasaba la casa tenebrosa donde los aspavientos seniles de
Úrsula le infundieron el miedo del mundo. Para estar
segura de no perderlo en las tinieblas, ella le había
asignado un rincón del dormitorio, el único donde
podría estar a salvo de los muertos que deambulaban por la
casa desde el atardecer. -Cualquier cosa mala que hagas -le
decía Úrsula- me la dirán los santos. Las
noches pávidas de su infancia se redujeron a ese
rincón, donde permanecía inmóvil hasta la
hora de acostarse, sudando de miedo en un taburete, bajo la
mirada vigilante y glacial de los santos acusetas. Era una
tortura inútil, porque ya para esa época él
tenía terror de todo lo que lo rodeaba, y estaba preparado
para asustarse de todo lo que encontrara en la vida: las mujeres
de la calle, que echaban a perder la sangre; las mujeres de la
casa, que parían hijos con cola de puerco; los gallos de
pelea, que provocaban muertes de hombres y remordimientos de
conciencia para el resto de la vida; las armas de fuego, que con
sólo tocarlas condenaban a veinte años de guerra;
las empresas desacertadas, que sólo conducían al
desencanto y la locura, y todo, en fin, todo cuanto Dios
había creado con su infinita bondad, y que el diablo
había pervertido" (358).
Rebeca Buendía y José Arcadio
Buendía (hijo).
Rebeca, "que era prima de Úrsula en segundo
grado y por consiguiente parienta también de José
Arcadio Buendía, aunque en grado más lejano, porque
era hija de ese inolvidable amigo que fue Nicanor Ulloa y su muy
digna esposa Rebeca Montiel… pero ni José Arcadio
Buendía ni Úrsula recordaban haber tenido parientes
con esos nombres… mucho menos en la remota
población de Manaure" (44). "…Era con
Úrsula más afectuosa que nunca lo fueron sus
propios hijos, y llamaba hermanitos a Amaranta y a Arcadio, y
tío a Aureliano y abuelito a José Arcadio
Buendía. De modo que terminó por merecer tanto como
los otros el nombre de Rebeca Buendía, el único que
tuvo siempre y que llevó con dignidad hasta la
muerte…" (46). "Pietro Crespi dijo: -Es su
hermana. -No me importa -replicó José Arcadio.
Pietro Crespi se enjugó la frente con el pañuelo
impregnado de espliego. -Es contra natura -explicó- y,
además, la ley lo prohíbe. José Arcadio se
impacientó no tanto con la argumentación como con
la palidez de Pietro Crespi. -Me cago dos veces en natura -dijo-.
Y se lo vengo a decir para que no se tome la molestia de ir a
preguntarle nada a Rebeca. Pero su comportamiento brutal se
quebrantó al ver que a Pietro Crespi se le
humedecían los ojos. -Ahora -le dijo en otro tono-, que si
lo que le gusta es la familia, ahí le queda Amaranta. El
padre Nicanor reveló en el sermón del domingo que
José Arcadio y Rebeca no eran hermanos. Úrsula no
perdonó nunca lo que consideró como una
inconcebible falta de respeto, y cuando regresaron de la iglesia
prohibió a los recién casados que volvieran a pisar
la casa" (96).
Arcadio pretendió a su madre Pilar
Ternera.
"-No puedo, no puedo -dijo Pilar Ternera
horrorizada-. No te imaginas cómo quisiera complacerte,
pero Dios es testigo que no puedo. Arcadio la agarró por
la cintura con su tremenda fuerza hereditaria, y sintió
que el mundo se borraba al contacto de su piel. -No te hagas la
santa -decía-. Al fin, todo el mundo sabe que eres una
puta. Pilar se sobrepuso al asco que le inspiraba su miserable
destino. -Los niños se van a dar cuenta -murmuró-.
Es mejor que esta noche dejes la puerta sin tranca…"
(113). Por eso Pilar Ternera hizo lo que estaba su alcance para
poner en su lugar a Santa Sofía de la Piedad, con quien se
casó Arcadio.
Aureliano José y Amaranta
"-Ya eres un hombre. Lo era desde hacía mucho
tiempo, desde el día ya lejano en que Amaranta
creyó que aún era un niño y siguió
desnudándose en el baño delante de él, como
lo había hecho siempre, como se acostumbró a
hacerlo desde que Pilar Ternera se lo entregó para que
acabara de criarlo. La primera vez que él la vio, lo
único que le llamó la atención fue la
profunda depresión entre los senos. Era entonces tan
inocente que preguntó qué le había pasado, y
Amaranta fingió excavarse el pecho con la punta de los
dedos y contestó: -Me sacaron tajadas y tajadas y tajadas.
Tiempo después, cuando ella se restableció del
suicidio de Pietro Crespi y volvió a bañarse con
Aureliano José, éste ya no se fijó en la
depresión, sino que experimentó un estremecimiento
desconocido ante la visión de los senos espléndidos
de pezones morados. Siguió examinándola,
descubriendo palmo a palmo el milagro de su intimidad, y
sintió que su piel se erizaba en la contemplación,
como se erizaba la piel de ella al contacto del agua. Desde muy
niño tenía la costumbre de abandonar la hamaca para
amanecer en la cama de Amaranta, cuyo contacto tenía la
virtud de disipar el miedo a la oscuridad. Pero desde el
día en que tuvo conciencia de su desnudez, no era el miedo
a la oscuridad lo que lo impulsaba a meterse en su mosquitero,
sino el anhelo de sentir la respiración tibia de Amaranta
al amanecer. Una madrugada, por la época en que ella
rechazó al coronel Gerineldo Márquez, Aureliano
José despertó con la sensación de que le
faltaba el aire. Sintió los dedos de Amaranta como unos
gusanitos calientes y ansiosos que buscaban su vientre. Fingiendo
dormir cambió de posición para eliminar toda
dificultad, y entonces sintió la mano sin la venda negra
buceando como un molusco ciego entre las algas de su ansiedad.
Aunque aparentaron ignorar lo que ambos sabían, y lo que
cada uno sabía que el otro sabía, desde aquella
noche quedaron mancornados por una complicidad inviolable.
Aureliano José no podía conciliar el sueño
mientras no escuchaba el valse de las doce en el reloj de la
sala, y la madura doncella cuya piel empezaba a entristecer no
tenía un instante de sosiego mientras no sentía
deslizarse en el mosquitero aquel sonámbulo que ella
había criado, sin pensar que sería un paliativo
para su soledad. Entonces no sólo durmieron juntos,
desnudos, intercambiando caricias agotadoras, sino que se
perseguían por los rincones de la casa y se encerraban en
los dormitorios a cualquier hora, en un permanente estado de
exaltación sin alivio. Estuvieron a punto de ser
sorprendidos por Úrsula, una tarde en que entró al
granero cuando ellos empezaban a besarse. -¿Quieres mucho
a tu tía?, le preguntó ella de un modo inocente a
Aureliano José. Él contestó que sí.
-Haces bien-, concluyó Úrsula, y acabó de
medir la harina para el pan y regresó a la cocina. Aquel
episodio sacó a Amaranta del delirio. Se dio cuenta de que
había llegado demasiado lejos, de que ya no estaba jugando
a los besitos con un niño, sino chapaleando en una
pasión otoñal, peligrosa y sin porvenir, y la
cortó de un tajo…. (141-142).
"Cuando Amaranta lo vio entrar, sin que él
hubiera dicho nada, supo de inmediato por qué había
vuelto. En la mesa no se atrevían a mirarse a la cara.
Pero dos semanas después del regreso estando Úrsula
presente, él fijó sus ojos en los de ella y le
dijo: -Siempre pensaba mucho en ti. Amaranta le huía. Se
prevenía contra los encuentros casuales. Procuraba no
separarse de Remedios, la bella. Le indignó el rubor que
doró sus mejillas el día en que el sobrino le
preguntó hasta cuándo pensaba llevar la venda negra
en la mano, porque interpretó la pregunta como una
alusión a su virginidad. Cuando él llegó,
ella pasó la aldaba en su dormitorio, pero durante tantas
noches percibió sus ronquidos pacíficos en el
cuarto contiguo, que descuidó esa precaución. Una
madrugada, casi dos meses después del regreso lo
sintió entrar en el dormitorio. Entonces, en vez de huir,
en vez de gritar como lo había previsto, se dejó
saturar por una suave sensación de descanso. Lo
sintió deslizarse en el mosquitero, como lo había
hecho cuando era niño, como lo había hecho desde
siempre, y no pudo reprimir el sudor helado y el crotaloteo de
los dientes cuando se dio cuenta de que él estaba
completamente desnudo. -¡Vete! –murmuró,
ahogándose de curiosidad. -¡Vete o me pongo a
gritar! Pero Aureliano José sabía entonces lo que
tenía que hacer, porque ya no era un niño asustado
por la oscuridad sino un animal de campamento. Desde aquella
noche se reiniciaron las sordas batallas sin consecuencias que se
prolongaban hasta el amanecer. -Soy tu tía -murmuraba
Amaranta, agotada-. Es casi como si fuera tu madre, no
sólo por la edad, sino porque lo único que me
faltó fue darte de mamar. Aureliano escapaba al alba y
regresaba a la madrugada siguiente, cada vez más excitado
por la comprobación de que ella no pasaba la aldaba. No
había dejado de desearla un solo instante. La encontraba
en los oscuros dormitorios de los pueblos vencidos, sobre todo en
los más abyectos, y la materializaba en el tufo de la
sangre seca en las vendas de los heridos, en el pavor
instantáneo del peligro de muerte, a toda hora y en todas
partes. Había huido de ella tratando de aniquilar su
recuerdo no sólo con la distancia, sino con un
encarnizamiento aturdido que sus compañeros de armas
calificaban de temeridad, pero mientras más revolcaba su
imagen en el muladar de la guerra, más la guerra se
parecía a Amaranta. Así padeció el exilio,
buscando la manera de matarla con su propia muerte, hasta que le
oyó contar a alguien el viejo cuento del hombre que se
casó con una tía que además era su prima y
cuyo hijo terminó siendo abuelo de sí mismo.
-¿Es que uno se puede casar con una tía?
-preguntó él, asombrado. -No sólo se puede
-le contestó un soldado- sino que estamos haciendo esta
guerra contra los curas para que uno se pueda casar con su propia
madre… -Eres un bruto -le decía Amaranta, acosada
por sus perros de presa-. No es cierto que se le pueda hacer esto
a una pobre tía, como no sea con dispensa especial del
Papa. Aureliano José prometía ir a Roma,
prometía recorrer a Europa de rodillas, y besar las
sandalias del Sumo Pontífice sólo para que ella
bajara sus puentes levadizos. -No es sólo eso
-rebatía Amaranta-. -Es que nacen los hijos con cola de
puerco. Aureliano José era sordo a todo argumento. -Aunque
nazcan armadillos -suplicaba. Una madrugada, vencido por el dolor
insoportable de la virilidad reprimida, fue a la tienda de
Catarino. Encontró una mujer de senos fláccidos,
cariñosa y barata, que le apaciguó el vientre por
algún tiempo. Trató de aplicarle a Amaranta el
tratamiento del desprecio. La veía en el corredor,
cosiendo en una máquina de manivela que había
aprendido a manejar con habilidad admirable, y ni siquiera le
dirigía la palabra. Amaranta se sintió liberada de
un lastre, y ella misma no comprendió por qué
volvió a pensar entonces en el coronel Gerineldo
Márquez, por qué evocaba con tanta nostalgia las
tardes de damas chinas, y por qué llegó inclusive a
desearlo como hombre de dormitorio. Aureliano José no se
imaginaba cuánto terreno había perdido, la noche en
que no pudo resistir más la farsa de la indiferencia, y
volvió al cuarto de Amaranta. Ella lo rechazó con
una determinación inflexible, inequívoca, y
echó para siempre la aldaba del dormitorio"
(147-149).
Amaranta "había tratado de hundirlos en la
pasión pantanosa que se permitió con su sobrino
Aureliano José, y había tratado de refugiarse en la
protección serena y viril del coronel Gerineldo
Márquez, pero no había conseguido derrotarlos ni
con el acto más desesperado de su vejez, cuando
bañaba al pequeño José Arcadio tres
años antes de que lo mandaran al seminario, y lo
acariciaba no como podía hacerlo una abuela con un nieto,
sino como lo hubiera hecho una mujer con un hombre, como se
contaba que lo hacían las matronas francesas, y como ella
quiso hacerlo con Pietro Crespi, a los doce, los catorce
años, cuando lo vio con sus pantalones de baile y la
varita mágica con que llevaba el compás del
metrónomo…" (269-270).
Aureliano Babilonia y Amaranta
Úrsula
"Aureliano Segundo, definitivamente distanciado de
la esposa por la forma irracional en que ésta
manejó la tragedia de Meme, no supo de la existencia del
nieto sino tres años después de que lo llevaron a
la casa, cuando el niño escapó al cautiverio por un
descuido de Fernanda, y se asomó al corredor por una
fracción de segundo, desnudo y con los pelos
enmarañados y con un impresionante sexo de moco de pavo,
como si no fuera una criatura humana sino la definición
enciclopédica de un antropófago"
(285).
"-No te preocupes -sonrió-, en cualquier
lugar en que esté ahora, ella te está esperando.
Eran las cuatro y media de la tarde, cuando Amaranta
Úrsula salió del baño. Aureliano la vio
pasar frente a su cuarto, con una bata de pliegues tenues y una
toalla enrollada en la cabeza como un turbante. La siguió
casi en puntillas, tambaleándose de la borrachera y
entró al dormitorio nupcial en el momento en que ella se
abrió la bata y se la volvió a cerrar espantada.
Hizo una señal silenciosa hacia el cuarto contiguo, cuya
puerta estaba entreabierta, y donde Aureliano sabía que
Gastón empezaba a escribir una carta. -¡Vete! -dijo
sin voz. Aureliano sonrió, la levantó por la
cintura con las dos manos, como una maceta de begonias, y la
tiró boca arriba en la cama. De un tirón brutal, la
despojó de la túnica de baño antes de que
ella tuviera tiempo de impedirlo, y se asomó al abismo de
una desnudez recién lavada que no tenía un matiz de
la piel, ni una veta de vellos, ni un lunar recóndito que
él no hubiera imaginado en las tinieblas de otros
cuartos…" (384).
"Desde la tarde del primer amor, Aureliano y
Amaranta Úrsula habían seguido aprovechando los
escasos descuidos del esposo, amándose con ardores
amordazados en encuentros azarosos y casi siempre interrumpidos
por regresos imprevistos. Pero cuando se vieron solos en la casa
sucumbieron en el delirio de los amores atrasados. Era una
pasión insensata, desquiciante, que hacía temblar
de pavor en su tumba a los huesos de Fernanda, y los
mantenía en un estado de exaltación perpetua. Los
chillidos de Amaranta Úrsula, sus canciones
agónicas, estallaban lo mismo a las dos de la tarde en la
mesa del comedor, que a las dos de la madrugada en el granero.
-Lo que más me duele -reía- es tanto tiempo que
perdimos. En el aturdimiento de la pasión, vio las
hormigas devastando el jardín, saciando su hambre
prehistórica en las maderas de la casa, y vio el torrente
de lava viva apoderándose otra vez del corredor, pero
solamente se preocupó de combatirlo cuando lo
encontró en su dormitorio. Aureliano abandonó los
pergaminos, no volvió a salir de la casa, y contestaba de
cualquier modo las cartas del sabio catalán. Perdieron el
sentido de la realidad, la noción del tiempo, el ritmo de
los hábitos cotidianos. Volvieron a cerrar puertas y
ventanas para no demorarse en trámites de desnudamientos,
y andaban por la casa como siempre quiso estar Remedios, la
bella, y se revolcaban en cueros en los barrizales del patio, y
una tarde estuvieron a punto de ahogarse cuando se amaban en la
alberca. En poco tiempo hicieron más estragos que las
hormigas coloradas: destrozaron los muebles de la sala, rasgaron
con sus locuras la hamaca que había resistido a los
tristes amores de campamento del coronel Aureliano
Buendía, y destriparon los colchones y los vaciaron en los
pisos para sofocarse en tempestades de algodón. Aunque
Aureliano era un amante tan feroz como su rival, era Amaranta
Úrsula quien comandaba con su ingenio disparatado y su
voracidad lírica aquel paraíso de desastres, como
si hubiera concentrado en el amor la indómita
energía que la tatarabuela consagró a la
fabricación de animalitos de caramelo. Además,
mientras ella cantaba de placer y se moría de risa de sus
propias invenciones, Aureliano se iba haciendo más absorto
y callado, porque su pasión era ensimismada y calcinante.
Sin embargo, ambos llegaron a tales extremos de virtuosismo, que
cuando se agotaban en la exaltación le sacaban mejor
partido al cansancio. Se entregaron a la idolatría de sus
cuerpos, al descubrir que los tedios del amor tenían
posibilidades inexploradas, mucho más ricas que las del
deseo. Mientras él amasaba con claras de huevo los senos
eréctiles de Amaranta Úrsula, o suavizaba con
manteca de coco sus muslos elásticos y su vientre
aduraznado, ella jugaba a las muñecas con la portentosa
criatura de Aureliano, y le pintaba ojos de payaso con
carmín de labios y bigotes de turco con carboncillo de las
cejas, y le ponía corbatines de organza y sombreritos de
papel plateado. Una noche se embadurnaron de pies a cabeza con
melocotones en almíbar, se lamieron como perros y se
amaron como locos en el piso del corredor, y fueron despertados
por un torrente de hormigas carniceras que se disponían a
devorarlos vivos…" (391-392).
"De pronto, como un estampido en aquel mundo de
inconsciencia feliz, llegó la noticia del regreso de
Gastón. Aureliano y Amaranta Úrsula abrieron lo
ojos, sondearon sus almas, se miraron a la cara con la mano en el
corazón, y comprendieron que estaban tan identificados que
preferían la muerte a la separación…"
(393).
Amaranta Úrsula, tía de Aureliano
Babilonia, tuvo un hijo con éste, el cual nación
con cola de cerdo. Como secuela de esto, se extinguió la
dinastía de los Buendía y Macondo
desapareció de la faz de la tierra.
Página anterior | Volver al principio del trabajo | Página siguiente |