A finales de la década de los veinte, bajo una
apariencia darwinista, el mendelismo logró recuperar
terreno dentro de la genética
soviética. En 1927, durante el V Congreso Internacional de
Genética celebrado en Berlín, Muller anunció
su descubrimiento de las mutaciones inducidas por radiaciones. El
11 de setiembre de ese mismo año, Serebrovski publicaba en
Pravda un artículo titulado "Cuatro
páginas que estremecen al mundo científico". Supuso
un vuelco desfavorable al lamarckismo. Un ejemplo
característico de esa tendencia es el caso de V. L.
Komarov, vicepresidente de la Academia de Ciencias, un
biólogo que progresivamente fue pasando de sus iniciales
simpatías lamarckistas hacia el mendelismo. Las nuevas
corrientes sintéticas en la genética, con su
aparente integración del darwinismo, se introdujeron
con fuerza dentro
de la URSS, del Partido bolchevique, de las universidades y los
centros de investigación. Tras la muerte de
Michurin en 1935 Lysenko pasó a encabezar las posiciones
científicas antimendelistas, pero la correlación de
fuerzas no tardó en cambiar. Aunque fue elegido presidente
de la Academia Lenin de Ciencias Agrícolas en 1937,
Lysenko empezaba a estar en minoría y no pudo tener los
apoyos políticos y oficiales que la campaña quiere
hacer creer: "En la época en que Lysenko presentaba su
informe a la
Academia de Ciencias, el "mendelismo-morganismo" era ya una
teoría
ampliamente aceptada en la Unión Soviética, con
destacados partidarios como Poliakov, Zavadovski y Dubinin,
quienes difícilmente habrían reconocido el carácter "idealista" o "reaccionario" de la
teoría cromosómica de la herencia. Sus
protestas, desgraciadamente, sirvieron de muy poco" (347).
Es igualmente comprobable que ni todos los que
defendían ni todos los que criticaban a Lysenko
exponían los mismos argumentos. Por ejemplo, no es
fácil compartir los motivos del británico George
Bernard Shaw para defender a Lysenko, que se apoyaban en una vaga
comprensión de los términos del debate. Shaw
decía que frente al mecanicismo vulgar de la teoría
sintética, Lysenko defendía una concepción
integral de los organismos de la naturaleza
como seres dotados de vida. En una carta publicada
por el Saturday Review of Literature, el genetista Dunn,
que había viajado por la Unión Soviética
protestaba por la equiparación de todo el conjunto de la
biología
soviética con las tesis
lysenkistas, que no representaban la doctrina "oficial" del
país, poniendo un ejemplo odioso para comparar: no se
puede juzgar a la biología soviética desde la
óptica
de Lysenko del mismo modo que no se puede juzgar a la
biología estadounidense desde el punto de vista de los
creacionistas. Lo mismo expuso el británico Eric Ashby en
1945. También había viajado por la URSS, donde
estuvo una larga temporada, publicando a su regreso varios
libros sobre
la situación de las ciencias soviéticas, su
organización académica y
científica y sus métodos de
investigación. Ashby apreció que en la URSS
concurrían diversas corrientes científicas, desde
aquellas que manifestaban cierto rechazo hacia la
investigación occidental hasta otras que
seguían los mismos derroteros que ella. No obstante,
considera que, en general, la ciencia
soviética era equiparable a la occidental y no
parecía estar influida por la filosofía marxista "en absoluto" (348).
A mi juicio el núcleo de la postura de Lysenko no es
positiva sino negativa y está constituida por su rechazo a
las teorías
sintéticas que defendían un mecanismo unilateral
por el cual la herencia determina la constitución de los organismos vivos, y si
hay que indicar un rasgo positivo fundamental de su pensamiento no
es el de ambiente sino
el de desarrollo. En
muchos aspectos su concepción es similar a la de Conrad H.
Waddington (1905-1975) que, no por casualidad, fue entonces
equiparado a Lysenko e incluido en el índice de los
malditos de la biología (349). Frente a la escisión
entre genotipo y fenotipo, Waddington propuso el término
epigénesis, referido al proceso de
desarrollo de los organismos, ontogénesis, de los que se
había olvidado la genética formalista. Waddington
habló de una "asimilación genética",
considerando que los organismos eran capaces de reaccionar a las
presiones del entorno modificando su comportamiento, e incluso su estructura.
Para Waddington, la capacidad de reacción no era pasiva
sino activa y estaba dirigida por los genes. Por medio de la
asimilación genética, un tejido convierte un
estímulo externo (ambiental) en otro interno
(génico) de modo que se vuelve independiente del inductor
ambiental. Otro biólogo maldito de la misma época,
Richard Goldschmidt (1878-1958), sugirió que la información contenida en el fenotipo,
adquirida a lo largo de la vida, se integraba en el genotipo en
determinadas condiciones, fijándose en el genoma
(fenocopia) y transmitiéndose así a las
generaciones sucesivas.
Mantengo dudas, que no estoy en condiciones de resolver ahora,
acerca de si la crítica
de los lysenkistas fue, al mismo tiempo, capaz
de asimilar la médula racional de la genética
formalista o si, por el contrario, adoptaron la misma
posición errónea que éstos, un rechazo en
bloque de las concepciones opuestas. La propaganda
burguesa sostiene que existió un repudio total de las
concepciones genetistas a causa de su naturaleza idealista. Esta
ridícula línea argumental conduciría al
absurdo de proceder de idéntica manera con Kant o con
Hegel y
reprobar, por ejemplo, la dialéctica a causa de su origen
idealista. El criterio de Marx y Engels fue
otro. Consistió en criticar aquellas concepciones que
fueran falsas o erróneas y, por el contrario, incorporar
al acerbo científico aquellas nociones certeras,
cualquiera que fuese su origen. Pero por encima de todo ello,
considero esencial que gracias a la firmeza que demostró
en la defensa de sus postulados (otros dirían dogmatismo,
fanatismo, intolerancia), la URSS fue uno de los pocos
países del mundo en los que pudo contrarrestarse la
influencia de la teoría sintética. A causa de ello
la propaganda imperialista lanzó en la posguerra su
ofensiva de acusaciones falsas en su contra según la cual
sus tesis habían conducido a la prohibición de la
genética, al cierre de los laboratorios y el
encarcelamiento de los biólogos opuestos a sus tesis.
Vamos a comprobar la falsedad de esta campaña.
Un campesino humilde
en la Academia
En 1917 llegaron al poder en
Rusia los
obreros y los campesinos más pobres, los que hasta
entonces habían sido siervos humildes y analfabetos, como
Michurin, un obrero ferroviario apasionado de la botánica, y como Lysenko, un campesino
ucraniano, a quienes el poder soviético permitió
estudiar y adecuar la ciencia a las
prácticas agrícolas y ganaderas más
avanzadas del momento para ponerlas al servicio de
los sectores más oprimidos y de sus necesidades. Una frase
de Lysenko resume aquel cambio
drástico: "En nuestras investigaciones
agronómicas, en las que participan las masas, los
kojosianos aprenden menos de nosotros de lo que nosotros
aprendemos de ellos".
Lysenko y otros como él se pusieron a la cabeza de las
instituciones
sociales que se ocupaban de las ciencias, para lo cual antes hubo
que desalojar de esas mismas instituciones a los burgueses
académicos, universitarios y oscurantistas que hasta
entonces habían manejado la ciencia en provecho de su
clase, de la
explotación y de sus intereses particulares. En 1917 la
población sometida a la autocracia zarista
era analfabeta, los estudiantes eran una casta privilegiada
procedente de la aristocracia y la alta burguesía. Los
poco más de 11.000 científicos, que cobraban 20
ó 30 veces más que un obrero especializado,
vivían a espaldas de las necesidades y de los intereses de
los obreros y campesinos. Tras la revolución
de octubre su situación fue idéntica a la de los
demás especialistas, artistas e intelectuales;
unos se exiliaron y otros permanecieron, bien para colaborar
lealmente en la construcción del socialismo o bien
para sabotearlo. El caso de Pavlov es bien sintomático.
Vivió los 20 últimos años de su vida en la
URSS y, aunque los bolcheviques no escatimaron elogios a sus
investigaciones, él no perdió ocasión de
criticar la construcción del socialismo en su país,
aunque tampoco lo abandonó. Sus críticas
jamás fueron un obstáculo para que el Estado
soviético financiara y apoyara con decisión sus
investigaciones, poniendo a su disposición toda clase de
recursos y
medios
materiales, lo
cual pone de manifiesto que la promoción científica no tuvo en
cuenta criterios políticos o ideológicos subjetivos
basados en simpatías o antipatías, filias o fobias,
hacia la construcción del socialismo.
En el mismo terreno que Pavlov, el neurofisiólogo
Bejterev presenta la otra faceta de los alineamientos
políticos de los científicos respecto al Estado
soviético. Bejterev también era una personalidad
acreditada antes de 1917, ajena por completo a los bolcheviques.
Pero, a diferencia de Pavlov, después de la
revolución no sólo se adhirió a ella sino
que estudió la dialéctica
materialista y consideró que sus tesis
reflexológicas eran su única expresión
científica en el terreno de la sicología. En esta
disciplina se
desataron otras tantas polémicas entre distintas
corrientes, paralelas a las que se conocen en la
biología.
Los alineamientos iniciales de los científicos hacia el
poder soviético no siempre se mantuvieron indefinidamente.
Hubo científicos que permanecieron en la posición
que habían adoptado inicialmente y otros la modificaron,
cambiando de bando en un momento determinado de su biografía personal o de la
historia del
país. Fue algo característico de la larga
controversia lysenkista que no sólo aconteció en la
URSS sino también en otros países. Así, el
biólogo comunista británico James Fyfe se
inició en la polémica combatiendo a Lysenko y
acabó en el bando contrario. Por el contrario, el
inmunólogo Milan Hasek, militante del Partido Comunista de
Checoslovaquia, empezó en las filas del lysenkismo para
pasarse al mendelismo años después.
Como consecuencia de la trayectoria histórica de la
URSS y del propio proceso de alfabetización, la
composición de clase de los científicos
cambió radicalmente y sus condiciones materiales de vida
también cambiaron, especialmente en los años
veinte, cuando surgieron los llamados "científicos
descalzos", de los que Lysenko fue el prototipo, técnicos
surgidos desde las entrañas mismas de la nueva sociedad. Como
muchos otros, Lysenko era un humilde campesino que tuvo la
oportunidad de formarse y llegó hasta la presidencia de la
Academia Lenin de Ciencias Agrícolas.
Sin la revolución de 1917 Lysenko hubiera sido un
anónimo campesino, sujeto de por vida a un arado de
madera. La
alfabetización y las facilidades para cursar estudios
avanzados promocionaron a estos "científicos descalzos",
convirtiendo la controversia lysenkista -y a otras controversias
científicas similares- en un fenómeno de masas
desconocido en los países capitalistas, donde tales
discusiones apenas trascienden del reducido círculo de
especialistas. Como cualquier otro fenómeno de masas, no
se trató sólo de una debate científico sino
a la vez científico y político. En la URSS los
campesinos habían dejado de ser los receptores pasivos de
técnicas y procedimientos
salidos de los laboratorios y universidades. Más bien al
contrario, eran los laboratorios y universidades los que
debían ponerse al servicio de los campesinos y sus
cooperativas.
Fue un cambio a la vez cualitativo y cuantitativo que se produjo
en medio de una guerra, de un
bloqueo internacional y de una situación económica
lamentable. A pesar de las dificultades de la guerra civil, dice
Medvedev, los científicos "recibieron un apoyo inmenso,
tomando en consideración los recursos limitados de un
país empobrecido". Se fundaron nuevos laboratorios e
institutos de investigación: "Si se compara el grado de
adelanto científico y tecnológico en la
Unión Soviética entre 1922 y 1928 con el de un
periodo similar anterior a la Revolución, se descubre un
enorme impulso en los programas de
investigación y educación" (350).
Entre 1929 y 1937 se triplicó el número de
académicos y el de estudiantes de agricultura
aumentó seis veces. Si en 1913 había en Rusia menos
de 300 universidades, escuelas superiores y centros de
investigación, en 1940 el número superaba los
2.359. En los años veinte el número de
investigadores se acercó ya a los 150.000, en 1953
subió a 250.000 y en 1964 a 650.000. En 1922 el
número de publicaciones de investigación se
cuadruplicó respecto al año anterior y al siguiente
se multiplicó por ocho. En víspera de la II
Guerra
Mundial, la inversión en ciencia y
tecnología ascendía al uno por ciento, un
porcentaje que, como reconoce Huxley, era seis veces superior al
estadounidense y diez veces superior al británico (351).
El balance de Maddison es el siguiente:
La URSS también hizo una muy grande inversión en
educación y adiestramiento en
este periodo y fue el primer país que planteó su
educación en forma sistemática para promover el
desarrollo
económico. Esta inversión en educación
era muy necesaria considerando el bajo nivel que había
heredado la Unión Soviética de la Rusia zarista, y
la salida de mucha gente con educación y de
técnicos durante la revolución. El esfuerzo
educacional aumentó notablemente la calidad de la
mano de obra disponible y proveyó de capacidad
técnica y administrativa para usar efectivamente la
inversión nueva. El costo de la educación fue una
de las principales razones por las cuales el gasto en servicios
comunales se elevó del 5 al 10% del PNB en los años
30, aun cuando parte de este gasto se dedicó a mejorar los
servicios de salud
pública.
Entre 1920 y 1939, el analfabetismo
fue eliminado entre la población menor de 50 años.
En 1913, el número personas con educación
superior dentro de la fuerza de trabajo fue
sólo de 136.000 pero al fin de la era estaliniana eran
cerca de 1"8 millones. El esfuerzo para entrenar, preparar
técnicos de nivel medio fue incluso mayor que la
educación superior. Antes de la revolución, Rusia
sufría la misma escasez de
técnicos de nivel medio que plaga ahora a muchos
países en desarrollo. Eran más escasos que las
personas con educación superior. En 1913, había
sólo 54.000 de ellos, pero para finales de la era
estaliniana, había 2"5 millones (352).
La revolución de 1917 no sólo alteró los
fundamentos económicos de la vieja sociedad zarista, sino
que sembró de interrogantes todas las concepciones del
mundo que hasta aquel momento se habían presentado como
intocables. No existían precedentes de un cambio tan
drástico que, además, acarreó en algunas
corrientes la pretensión errónea de que todo
-absolutamente todo- debía cambiar, de que había
que empezar desde cero, de que nada de lo anterior era
válido. Estimuló las discusiones hasta extremos
difícilmente concebibles, cuando no existían
modelos
previos sobre los que asentar algunas conclusiones previas. Las
controversias científicas empezaron a presentar un nuevo
aspecto. En ellas se vio involucrado el marxismo de
una manera multifacética y no en base al esquema simplista
que quisieron presentar durante la guerra
fría. En la URSS había varios tipos de
marxismos de procedencias diversas, no todos ellos integrantes
del Partido bolchevique. Así, en el Ministerio de
Agricultura eran muy influyentes los antiguos miembros del
partido socialista revolucionario, un grupo
político de origen anarquista y campesino que había
adoptado el marxismo como ideología propia. Coexistieron varios
grupos de
características parecidas, algunos de los cuales, pero no
todos, se integraron dentro del Partido bolchevique, que se
convirtió en la principal fuerza ideológica, pero
nunca en la única. Esos grupos, dentro y fuera del partido
bolchevique, mantuvieron continuas posiciones enfrentadas sobre
las más diversas cuestiones, una de las cuales fue la
biología.
A modo de ejemplo del ambiente en el que disputaban todas
aquellas corrientes, puede ponerse el caso de Bogdanov, cuyo
nombre real era A. A. Malinovski. Médico y autor de un
manual
clásico de economía marxista, Bogdanov había
sido dirigente del Partido bolchevique, aunque fue expulsado de
él en 1909 por su incorporación al
empiriocriticismo. No obstante, siguió siendo muy
influyente en los distintos círculos marxistas rusos,
incluso después de la Revolución de 1917. Sus
concepciones alcanzaban áreas tan variadas como la
economía, el arte, la ciencia
y la filosofía, en las que realizó aportaciones
que, al margen de su acierto, eran enormemente originales (353).
En torno a sus
concepciones se creó el movimiento
proletkult o "cultura
proletaria", una de las que pretendía hacer tabla rasa del
pasado. Fue el movimiento proletkult el que
impulsó en la URSS la idea errónea de la existencia
de "dos ciencias" de naturaleza distinta y enfrentadas entre
sí por su propio origen de clase. Reivindicaba no las
creaciones intelectuales del proletariado como clase sino
cualquier clase de creación cuyo origen estuviera en uno
de aquellos nuevos "científicos descalzos". Pero una cosa
era estimular la ciencia entre los trabajadores y campesinos y
otra, muy distinta, dar validez científica a cualquier
clase de aportación por el mero hecho de su origen social.
Los "científicos descalzos" se equivocan tanto como los de
traje y corbata. La Oposición Obrera, una fracción
interna que existió durante un cierto tiempo dentro del
partido bolchevique, apoyaba a proletkult, manteniendo
una posición ultraizquierdista respecto a los
especialistas en general y a los científicos e
intelectuales en particular. Todo ese cúmulo abigarrado de
corrientes estuvieron presentes en los debates científicos
a partir de los años treinta, a pesar de las
críticas que contra ellas expuso el Partido bolchevique.
Stalin, por ejemplo, calificó de "trogloditas" a los
miembros de proletkult. El primer ministro
soviético de Educación, que permaneció en el
cargo desde 1917 hasta 1935, fue Lunacharski, un antiguo defensor
de las concepciones de Bogdanov. De ahí que muchas de las
iniciativas de los seguidores de proletkult pasen como
si se tratara del punto de vista oficial del Partido bolchevique
o de todos los marxistas soviéticos porque la propaganda
les presenta a todos como si formaran parte de un mismo bloque
monolítico.
Otra corriente influyente fue la del filósofo A. M.
Deborin, un menchevique que se afilió con los bolcheviques
en 1928. Sus concepciones fueron dominantes en la segunda mitad
de los años veinte y en el terreno de la biología
estuvieron defendidas por mendelistas como I. I. Agol, S. G.
Levit, M. L. Levin, A. S. Serebrovski y otros, como el
embriólogo B. P. Tokin. También el botánico
N. I. Vavilov (1887–1943) formó parte de este
movimiento, e incluso el filósofo I. I. Prezent
inicialmente, antes de convertirse en uno de los mayores
defensores del lysenkismo. En la conferencia de
abril de 1929, los mendelistas pasaron a la ofensiva contra sus
oponentes, calificados de lamarckistas, acusando a éstos a
la vez de mecanicismo y vitalismo. Los mendelistas
sostenían que la genética formal era una
demostración de la pujanza de la dialéctica
materialista en las ciencias
naturales. En el terreno político la corriente
deborinista estaba "más próxima a una defensa del
control
político de la investigación científica" (354).
Pretendieron acomodar el desarrollo de la ciencia a sus propios
postulados ideológicos. Así, el referido Tokin no
puede incluirse en ninguna de las dos corrientes en pugna, pues
criticó a ambas por ser antimarxistas,
manifestándose partidario de crear una nueva tendencia
verdaderamente marxista en biología. Los deborinistas
tampoco lograron su propósito. Hacia 1930 sus tesis fueron
rechazadas por idealistas y Lepechinskaia forzó una
investigación contra Tokin por parte de la Comisión
Central de Control del Partido bolchevique. En el diario
"Pensamiento Económico" un artículo redactado por
A.K. Kol, un alumno de Vavilov, aunque apareció como
editorial apócrifo, acusaba a su maestro de separar la
teoría de la práctica, de acumular plantas
exóticas y no concentrarse en la producción agrícola de los koljoses
y sovjoses. Vavilov fue citado por el gobierno para
responder de esas críticas.
Las academias fueron uno de aquellos centros de
discusión científica e ideológica. No
habían sido una creación soviética sino que
su existencia se remonta a Pedro I El Grande en el siglo XVIII,
eran de carácter estrictamente científico, se
regían por sus propios estatutos y sus cargos se
elegían mediante escrutinio secreto. Sin embargo, la de
Ciencias Agrícolas fue fundada por Vavilov, quien en 1919,
en plena guerra civil, organizó en Petrogrado un laboratorio de
botánica aplicada que luego se convirtió en
Instituto de Agronomía Experimental y finalmente, en 1929,
en la Academia Lenin de Ciencias Agrícolas, presidida por
el propio Vavilov. Con excepción de su escaño como
diputado del Soviet Supremo, ese fue el único cargo que
desde 1937 ocupó Lysenko a lo largo de toda su vida y era
un nombramiento de enorme prestigio incluso fuera de la URSS. Un
asiento en cualquier academia era la culminación de su
carrera para cualquier científico; otorgaba derecho a un
sueldo vitalicio que era mayor que el de un ministro del
gobierno: "Aún en la actualidad -escribía Medvedev
en los años setenta- el cargo de presidente de la Academia
de Ciencias de la URSS tiene más influencia que el de
ministro del gobierno, y su sustitución es un asunto
más importante para el Partido que el reemplazo de un
ministro en la mayor parte de las ramas de la industria"
(355). La Academia no era un órgano del Ministerio de
Agricultura, ni del Partido bolchevique sino una
asociación de científicos de las más
variadas procedencias ideológicas para discutir y debatir
acerca de asuntos de su especialidad (356). Desde luego la
política
agraria implementada en la URSS quedaba fuera de la competencia de la
Academia.
Como en cualquier otro país, en la URSS
coexistían tanto organizaciones
científicas públicas como privadas. Funcionaban
nada menos que 118 academias de ciencias, de las cuales 29
tenían relación con las distintas ramas de la
biología; además había otros 965 Institutos
de Investigación Científica, estaciones y
explotaciones agrarias experimentales dependientes del Ministerio
de Agricultura y unos pocos más dependientes de la
Academia Lenin de Ciencias Agrícolas. También
existía la Asociación de Científicos y
Técnicos para el Apoyo de la Construcción
Socialista (Varnitso), dirigida por el bioquímico
A. N. Bach, militante del Partido bolchevique desde 1912 y, junto
con Timiriazev, uno de los científicos más
influyentes en las discusiones de la época. Además
del Ministerio de Agricultura, existía también el
Ministerio de Educación y Ciencia, del cual
dependía una agencia pública específica
encargada de promover la investigación científica
(Glavnauka). La enseñanza
universitaria tampoco dependía de la Academia que
presidía Lysenko sino de los referidos Ministerios.
El de Agricultura, por ejemplo, disponía de 14.000
investigadores sobre el terreno. En todos esos organismos
concurrían diferentes correlaciones de fuerzas entre una
corrientes y otras. Pero a su vez, todos ellos dependían
para su financiación del Consejo Supremo de
Economía, también afectado por las polémicas
científicas e ideológicas del momento. Un panorama
muy distinto y muchísimo más complejo del que la
campaña de linchamiento quiso hacer creer en la posguerra
mundial. Lo que parece evidente es que cualquiera de esas
organizaciones tuvo un protagonismo en las discusiones mucho
mayor que el Partido bolchevique, que pocas "órdenes"
podía impartir cuando, a su vez, estaba internamente
dividido. Como escribe Bernal: "La discusión fue iniciada
y llevada a cabo entre hombres de ciencia, y ellos mismos fueron
quienes arribaron a la decisión final. En ningún
momento dentro de esa etapa intervino en el asunto el gobierno o
el partido, y el propio Lysenko no era miembro del partido
comunista. En ningún sentido se puede decir que la
teoría haya emanado del marxismo. Solamente uno o dos
filósofos marxistas la apoyaron, y no
fueron de los más eminentes" (357).
En la caza de brujas de 1948 uno de los aspectos más
sobresalientes es la miseria intelectual, el menosprecio, la
burla y la chabacanería, que aparecen concentrados no
sobre los escritos de Lysenko sino sobre su persona. La
colección de insultos y gruesas descalificaciones es
descomunal. No quiero ni imaginar lo que hubiera sucedido si
Lysenko hubiera podido ser involucrado, como el jesuita Teilhard
de Chardin, en una falsificación como la de los restos
fósiles de Piltdown (358). Al agrónomo
soviético tampoco se le pueden imputar ninguna de esas
acciones, tan
características de la élite científica
capitalista, donde es habitual que figuren como autores de
cientos de artículos anuales quienes ni los han redactado
y ni siquiera leído (359). No se le puede reprochar la
participación en turbias manipulaciones de ese estilo. No
parece haber ningún motivo aparente, pues, para esa
catarata de improperios. Ni siquiera se pueden escudar en la
equivocación de las tesis lysenkistas porque las soflamas
de la guerra fría pasaban por alto la exposición
de su contenido. Aun suponiendo que todas ellas fueran
erróneas, ¿son pertinentes los adjetivos
utilizados? ¿Fue Lysenko el primer científico en la
historia que se equivocó? Estas preguntas no tienen
ningún sentido dentro del linchamiento porque no es eso lo
que se discutió: eso fue un punto de partida, un axioma y,
a partir de ahí, el dogma había que utilizarlo como
arma arrojadiza contra la URSS. Lysenko sólo era una
excusa. Por consiguiente, es en esos científicos a sueldo
en donde -como se observa- no hay nada que argumentar porque no
hay ningún tipo de ciencia; su tarea es exclusivamente
política. De ahí que se permitan la licencia de
denostar algo que nunca se van a tomar la molestia de examinar
con un mínimo de atención. De ahí también su
agresividad porque no apelan a la razón sino que tratan de
suscitar emociones.
Mientras los juicios son para razonar y para debatir, los
linchamientos empiezan poniendo la soga en el cuello de quien -de
antemano- está condenado.
Del tono de la misma da una idea el hecho de que el genetista
Dobzhansky calificara a Lysenko de "hijo de puta", y de su obra
"La herencia y su variabilidad", que Dobzhansky tradujo al
inglés,
dijo que era un "excremento". Los esposos Medawar, premio Nobel
de Medicina
él en 1960, ofrecen otro ejemplo clamoroso de ese tono en
uno de los diccionarios
más absurdos que pueden encontrarse, en el cual dejan un
sitio para la voz "lisencoísmo", entre las pocas que
merecen su consideración. Normalmente los diccionarios de
biología contienen muchos cientos de expresiones
singulares, pero no es éste el caso del redactado por los
Medawar, que sólo acogen unas pocas locuciones
técnicas, por lo que cabe sospechar que han incluido en
él las que han considerado más relevantes, entre
las cuales cabe reseñar las de "lisencoísmo" y
"lamarckismo", corrientes a las que consideran estrechamente
emparentadas entre sí. Por otro lado, se trata de una obra
de los años ochenta, es decir, que la furia persecutoria
no tenía visos de remitir. El diagnóstico científico de los
Medawar sobre el debate es que Lysenko era estúpido: "La
genética no es un tema fácil, y es posible que gran
parte del lisencoísmo se originara del intenso
resentimiento de Lysenko hacia un tema demasiado difícil
para su entendimiento". En un diccionario
calificado de "filosófico" no existen argumentos de
carácter objetivo sino
evaluaciones personales del tipo siguiente: Lysenko era un
"genio
maléfico de la genética y agrobiología
rusas", capaz "por sí solo" de detener "la enseñanza y práctica en Rusia de la
"genética mendelista-morganista" (esto es, de la
genética) y produjo la caída de las principales
personas que la practicaban" (360).
En el linchamiento el propio estilo utilizado denota
claramente su origen militar y nunca se desprendió de ese
tufo cuartelero, más propio de sargento chusquero que de
controversia académica. Si algo caracteriza al espionaje
es la falta de escrúpulos, algo que ha contagiado al caso
Lysenko con su singular marchamo. En cualquier pelea tabernaria
la facilidad cobarde que proporciona la indefensión del
contrario eleva siempre el tono de la disputa. Tan importante
como la cantidad fue la calidad de la campaña. El
lysenkismo se convirtió en una materia de
investigación por sí mismo, saltando de las
páginas de las revistas especializadas, y por lo tanto de
alcance muy minoritario, a la prensa diaria,
que no quiere entender de las alambicadas argumentaciones
técnicas que suelen esgrimir los especialistas. Para dar
cuenta del informe de Lysenko a la Academia el diario Los
Angeles Times tituló su portada "La aplicación
del marxismo al crecimiento de los tomates" el 25 de agosto de
1948. Se preparaba la "caza de brujas" del senador McCarthy. No
bastaron los engaños y las tergiversaciones sino que para
llegar al gran público también era necesario el
sensacionalismo. La campaña pasó de las revistas
especializadas a los diarios de información general porque
ya no era una errónea tesis científica lo que se
estaba criticando sino que subyacía un problema de clase,
un racismo social y
un odio feroz hacia el socialismo. La biología no era
más que un excusa.
Los mendelistas académicos siempre consideraron a
Lysenko como un advenedizo, un intruso, porque no procedía
de la universidad, no
tenía título. En lugar de alegrarse por la llegada
de alguien ajeno a su círculo de referencia, de un
trabajador humilde, les salió a relucir su estrecha
mentalidad burguesa en la que encierran un odio de clase apenas
disimulado. En 1937 a un profesor
universitario -Vavilov- le sucedió un campesino
autodidacta -Lysenko- en la presidencia de la Academia Lenin de
Ciencias Agrícolas, poniéndose por encima de todos
los licenciados, a algunos de los cuales cabe imaginar heridos en
su vanidad y carcomidos por los celos y la envidia. En los
países capitalistas se puso de manifiesto el
carácter partidista y beligerante de los
científicos que se prestaron a colaborar, cuyo entusiasmo
estuvo movido, más que nada, por motivos lucrativos. A
ellos la defensa de unas determinadas concepciones
científicas les traía sin cuidado; eran
mercenarios. En sus firmas ponían sus títulos
académicos pero los artículos poco más que
desprecio se podía encontrar. Los lectores no
merecían sofisticadas teorías genetistas sino
descalificaciones absolutas.
A caballo entre su país de origen y el de adopción,
Dobzhansky debía sentirse especialmente frustrado porque
Lysenko había sido alumno suyo. ¿Un caso de mal
aprendizaje o
de enseñanza defectuosa? ¿De envidia quizá?
Lo más probable es que Dobzhansky debiera eterna gratitud
a su amo Rockefeller que le pagó el billete sin retorno a
Estados
Unidos. Probablemente se sentía frustrado porque
Hitler no
había logrado el propósito que perseguía
cuando invadió la URSS en 1941, como había
pronosticado. También pronosticó que se
establecería un gobierno fascista en Estados Unidos, y
falló. ¿En qué acertó Dobzhansky? El
ucraniano era un científico del mismo corte que Huxley;
dos años antes de lanzarse a la campaña, cuando ya
se conocían las atrocidades nazis había escrito un
libro titulado
"Herencia, raza y sociedad" para dar una nueva
fundamentación al concepto de raza,
que ya no debía establecerse sobre consideraciones
antropológicas sino genéticas: "Las razas son
poblaciones que difieren en la frecuencia relativa de alguno de
sus genes", dice. Esta definición "científica"
conduce a una clara conclusión política: "No hay
razón que indique que la igualdad de
todos los hombres debe constituir nuestra meta" (361).
Dobzhansky fue quien propagó (362) la falsedad
según la cual Vavilov murió en la
deportación en Magadan (Siberia). Lo cierto es que Vavilov
murió en la prisión de Saratov, una
población a orillas del Volga cercana a Stalingrado y en
el transcurso de la gigantesca batalla que allá se
libró contra el ejército alemán. La obra de
Lysenko era un excremento, pero ¿cómo calificar la
de Dobzhansky?
Ayala, un sacerdote dominico epígono de Dobzhansky, es
de uno de tantos partidarios de la teoría sintética
capaz de escribir sobre Lysenko sin haber leído ninguno de
sus escritos, por lo que sus únicas fuentes de
información son los rumores, cotilleos y citas de
segunda mano, es decir, un ejemplo de impecable proceder
científico. Quizá haya sido esa doble
condición (la de sacerdote católico y la frivolidad
científica) la que le llevó a ser nombrado asesor
científico de Clinton. Ayala, como tantos otros
biólogos, está mucho más próximo al
poder político de lo que pudo estar Lysenko en su
época. Pero nadie ha considerado el doble compromiso
religioso y político de Ayala como un condicionante de sus
absurdas teorías científicas. Tampoco su execrable
estilo crítico. En efecto, cuando Ayala tiene necesidad de
proporcionar algo más de información a sus lectores
contra su víctima propiciatoria, no duda en sacarse el
conejo de la chistera, como si de un espectáculo circense
se tratara. Se refiere a Lysenko como si hubiera intimado con
él; le describe como "un charlatán oportunista con
pretensiones de ser un gran científico revolucionario",
desde luego el "contraejemplo dramático" de los logros de
Mendel. Donde
el checo personifica la ciencia, el ucraniano personifica la
política, en el peor y más vulgar sentido de la
actividad política, que quizá sea el único
que Ayala ha conocido. Desde luego un predicador de
sacristía como Ayala no vacila a la hora de imaginar lo
que quizá pudo ser el lamentable método
utilizado por Lysenko: "Apoyó sus afirmaciones con
experimentos
rudimentarios que podían interpretarse a voluntad. Los
datos en
contra se negaron o denunciaron sobre la base de que nada
podía ser correcto si contradecía la
ideología superior del marxismo-leninismo […] Cualquier
dato, práctica o teoría se medía en función de
su congruencia con la ideología marxista (363)".
Lo cierto es Lysenko fue presidente de la Academia Lenin de
Ciencias Agrícolas por méritos propios en dos
etapas: una primera desde febrero de 1938 hasta 1956 y otra
segunda cuando volvió a ser reelegido en 1961 durante
cinco años más. Luego continuó siendo
miembro de la misma hasta su fallecimiento diez años
después. Durante todo ese tiempo también
dirigió una estación agrícola experimental
cerca de Moscú en la que trabajaban 300 investigadores. No
fue nunca miembro del Partido bolchevique y tampoco
coincidió personalmente con Stalin (fuera de los actos
oficiales, naturalmente). El agrónomo soviético
inició sus experimentos por su propia iniciativa, sin
ninguna clase de apoyo oficial. No existieron gigantescos
presupuestos,
ni inversiones,
ni viveros, ni cámaras térmicas, ni sofisticados
laboratorios, ni centros universitarios que le apoyaran. Todo
empezó de una manera mucho más modesta y sencilla,
como empezaban las iniciativas de los obreros y campesinos en la
URSS, basándose en el entusiasmo y en el esfuerzo
colectivo de las organizaciones rurales.
En los escritos de Lysenko sobresale la idea de la selección
"artificial", superpuesta a la selección que de una manera
natural o espontánea realiza la naturaleza por sí
misma, esto es, la idea de que la naturaleza no es un paisaje
fijo sino que es posible actuar sobre ella en interés de
los obreros y campesinos. De un modo dialéctico, Lysenko
estudia la flora en su desarrollo; cita continuamente a
Timiriazev para recordar la "historia" de cada especie y de cada
planta dentro de ella, tratando de observar la manera en que se
puede dirigir y controlar ese desarrollo. La selección
"artificial" de Lysenko no tiene nada que ver con el moderno
"bricolaje genético" de las multinacionales cuyas
mutaciones provocan cambios imprevisibles en los organismos
vivos. Lo que Lysenko pretendía obtener eran cambios
planificados, a fin de orientar el desarrollo natural de los
organismos para mejorar el rendimiento agrícola.
Quizá precisamente por el hecho de denominarse Lysenko
a sí mismo darwinista pueda resultar interesante detenerse
en uno de los puntos de la polémica en el que el
agrónomo soviético se aparta de Darwin: la
"competencia intraespecífica", es decir, si existe o no
lucha entre los individuos de una misma especie. Darwin
defendía esa postura y, además, aseguraba que era
más encarnizada cuando los individuos de la misma especie
competían por el mismo "espacio vital", momento en el
estalla ineluctablemente la lucha por la existencia entre blancos
y negros, entre naciones, etc. Por el contrario, para Lysenko la
lucha por la existencia sólo se da entre especies
diferentes. La tesis darwinista de la competencia
intraespecífica -dice Lysenko- pretendía justificar
un fenómeno social apelando a la naturaleza: la
competencia capitalista. Por el contrario, para Lysenko "la
humanidad entera pertenece a una única especie
biológica", lo que le lleva a defender que no sólo
no hay competencia intraespecífica en el ser humano sino a
introducir la noción de mutualismo en el reino vegetal. No
existe una superpoblación que justifique la concurrencia
intraespecífica. Así, habla de relaciones de
vecindad entre cereales y malas hierbas. Sobre esta base Lysenko
propuso una nueva técnica de "siembra colectiva". Consiste
en sembrar los granos no en hilera, uno a uno y a una distancia
regular, sino por montones de 30 o 40 semillas, porque de esa
forma pueden colaborar entre sí al crecimiento,
sacrificándose unas en beneficio de las otras. No es un
caso de lucha por la existencia intraespecífica sino de
mutualismo, no por sobreabundancia sino precisamente para evitar
que lo sean en el futuro.
No obstante, Lysenko no aporta una nueva teoría
relevante a la biología. Él rechaza considerarse
lamarckista, que es la acusación que le lanzan sus
oponentes y, desde luego, es claro que no admite las concepciones
ambientalistas tal y como las exponían los
neolamarckistas. Se define a sí mismo como "michurinista"
y entre sus defensores era corriente utilizar la expresión
"darwinismo creador" para caracterizarse a sí mismos.
Ahora bien, el darwinismo de Lysenko no es el neodarwinismo de la
teoría sintética sino el del mismo Darwin, por lo
que incluye a Lamarck, el cual está presente en su
concepción general del desarrollo de los organismos.
Explícitamente Lysenko se apoya en concepciones de otros
autores, de quienes enfatiza determinados aspectos que juzga
importantes. En consecuencia, quienes dicen criticar sus
teorías, están criticando esos precedentes, que
están en Lamarck, Darwin y Timiriazev. A pesar de ello, la
campaña de linchamiento presenta a Lysenko como un
agrónomo original y aislado, cuyas disquisiciones absurdas
forman una rama separada y ya desaparecida para siempre de la
biología. Además, pasando por alto la disputa entre
las diversas corrientes, se responsabiliza de sus tesis a todos
los científicos soviéticos, es decir, que su caso
sería un mero ejemplo de un caso general, ilustrativo de
las intromisiones políticas
en la ciencia y de la imposición forzada de un canon
científico único y exclusivo.
Lysenko tampoco realiza innovaciones prácticas
sustanciales a las que ya eran conocidas desde tiempos lejanos.
Cuando en ocasiones su linchamiento se extiende también a
Michurin, pretendiendo generalizarlo a toda la ciencia
soviética, debería incluirse a botánicos de
otros países cuyas prácticas eran idénticas.
El caso más singular al respecto es el del norteamericano
Luther Burbank (1849-1926), autor de la magnífica
autobiografía "La cosecha de los años". Es un autor
tan querido entre los campesinos estadounidenses como olvidado
entre los académicos: sus métodos,
como los de Michurin y Lysenko, tampoco eran científicos,
por lo que también estuvo sometido a numerosas
"críticas" del tono de las que venimos exponiendo. Pero si
sus procedimientos no eran "científicos" sí eran,
por el contrario, muy creativos y productivos, mucho más
que los de los verdaderos "científicos": si Michurin
había creado 300 nuevos frutales, Burbank, calificado por
Medvedev como el "Michurin americano", creó 800 nuevas
variedades de flores, hortalizas y plantas, una de ellas una
opuntia o cactus comestible y sin espinas (364). Burbank
defendió que "todos los caracteres que se transmiten han
sido adquiridos" y que "el ambiente es el arquitecto de la
herencia". Para que una planta produjera una buena fruta,
había que proporcionarle las mejores condiciones
ambientales; luego sus cualidades se transmitirían a su
descendencia.
Por aquella misma época, Lucien Daniel dedicó 37
años de su trabajo como botánico en Francia a
experimentar con hibridaciones vegetativas en solanáceas y
leguminosas, comprobando que eran una demostración de la
herencia de los caracteres adquiridos y, por consiguiente,
convenientemente mantenidos en el ostracismo. Estos y otros
artesanos fueron los últimos pioneros de una estirpe de
botanistas innovadores sepultados hoy por un olvido que no tiene
nada que ver con la ciencia. A ellos cabría añadir
al también estadounidense Frederic Edward Clements, uno de
los precursores de la ecología (365) cuyas
concepciones son idénticas a las de Lysenko.
Hay algo en lo que Lysenko destaca por encima de todo: su
certera oposición al viraje impuesto por
Weismann, Mendel, Morgan que condujo al "dogma central" de la
genética. No solamente Lysenko no es en absoluto
dogmático sino que el objeto de su crítica es
precisamente el dogmatismo seudocientífico que se
había infiltrado en el terreno de las ciencias
biológicas. Por lo demás, él no fue el
único en oponerse a la genética formalista. En la
URSS, Oparin sostuvo posiciones científicas equivalentes y
lo mismo sucedió con Waddington y Goldschmidt en el mundo
anglosajón y otros en diferentes países. Pero una
de las claves de toda buena campaña de guerra
sicológica consiste siempre en personalizar los males
-reales o fingidos- en una única persona que debe ser
utilizada como chivo expiatorio. En la caza de brujas de la
posguerra fueron tan importantes los silencios como las
descalificaciones. La imagen a fabricar
era la un científico, Lysenko, un país, la URSS, y
una corriente de la biología, el michurinismo, fuera de
contexto, sin precedentes y sin equivalentes, como si cayera
llovido del cielo. En cualquier disciplina, la
intoxicación propagandística se complementa con la
censura. Hay autores cuyas obras no se traducen, no se editan, no
se mencionan, no están en las librerías, tampoco en
las bibliotecas…
Simplemente no existen -no han existido nunca- porque son y
tienen que aparecer como minoritarias, con la carga emocional que
soportan todas las minorías: son activistas estridentes y
vociferantes que pugnan por hacerse escuchar en todos los foros
siempre que tienen ocasión, algo que las voces
mayoritarias no necesitan. Éstas sepultan a la
opinión mediante una multiplicación cuantitativa de
sus argumentos. Basta exagerar un poco para presentar a los
minoritarios como únicos, como casos individuales, casi
patológicos: desvaríos ajenos a la ciencia. Es una
manera vergonzante de rehuir la controversia: ignorar al
adversario después de aislarle.
La técnica de
vernalización
El 15 de diciembre de 2006 científicos de la
Universidad de California acabaron de identificar los tres
segmentos del ADN del trigo y
la cebada que controlan la vernalización con el fin de
lograr por métodos de la denominada "ingeniería
genética" lo que Lysenko había logrado por
métodos naturales 80 años antes.
A finales de 1925 Lysenko inició sus primeras
investigaciones en la sementera de Kirovabad (Gandja), en
Azerbaiyán. Empezó a estudiar los factores que
regulan la duración del periodo vegetativo de las plantas
cultivadas. Los resultados de sus experimentos los expuso en el
Congreso de Genética celebrado en Leningrado en enero de
1929.
Aquel mismo verano la prensa soviética anunció
que en Ucrania una prueba con trigo de invierno de la variedad
ucrania sembrado en primavera había espigado
exitosamente. El experimento lo había llevado a cabo el
padre del agrónomo soviético a petición de
su hijo en el terreno que él mismo trabajaba por su cuenta
en la región de Poltava. Fue un hito de la
agronomía; por primera vez el trigo de invierno espigaba
completamente con un rendimiento de 24 quintales por
hectárea.
En vista del éxito,
el Ministerio de Agricultura decidió crear un laboratorio
especial en el Instituto de Selección Genética de
Odessa para analizar detenidamente aquel experimento. El 12 de
enero de 1929 Vavilov, habitualmente presentado como enemigo y
víctima de Lysenko, en un artículo publicado en
el
periódico Leningradskaia Pravda
incluía al Instituto de Selección Genética
de Odesa en el que trabajaba Lysenko entre el elenco puntero de
centros de investigación científica de todo el
mundo. Al año siguiente centenares de investigadores
koljosianos repitieron el mismo ensayo. Se
trataba de explotar el descubrimiento de que era posible regular
la duración del periodo vegetativo de las plantas
cultivadas. En 1935 más de 40.000 koljoses y sovjoses
llevaron el experimento al campo, sembrando más de dos
millones de hectáreas de cereales de primavera con
simiente vernalizada. El 6 de noviembre de 1933 Vavilov
volvía a apoyar públicamente en el diario
Izvestia los métodos agrícolas de Lysenko
como un descubrimiento revolucionario de la investigación
soviética.
Impuesto por Lysenko, desde 1929 el término
"vernalización" (del latín vernum,
primavera, yarovización o "primaverización" en
ruso) indica una especie de fase parecida a la incubación
pero referida a los vegetales y que aplica frío en lugar
de calor. En su
disparatado artículo contra Lysenko, Ayala demuestra que
no tiene ni la más remota idea de lo que es la
vernalización, de la que asegura que tiene por objeto
adaptar las semillas a los climas extremos (366). Su ignorancia
no tiene excusa porque actualmente el estudio de la
vernalización es ya corriente en botánica (367).
Hasta 1929 era una práctica tradicional de la que se
tenía un conocimiento
empírico y fragmentario. En 1918 G. Glasser
desarrolló una técnica de germinación en
frío de los cereales de invierno a temperaturas
ligeramente superiores a cero grados centígrados, pero era
inutilizable en la agricultura. El primer estudio
sistemático lo escribió Lysenko en 1935 y lleva el
título "Las bases teóricas de la
vernalización". El método inventado por Lysenko era
diferente del de Glasser. Consistía en humedecer las
semilas y mantenerlas entre 35 y 50 días a una temperatura
entre 0 y 3 grados centígrados según las
variedades. Había que tener mucho cuidado en mantener las
semillas siempre húmedas en un granero. Si no se
podían sembrar inmediatamente o si había que
transportarlas durante un largo trayecto, había que
secarlas antes al aire libre.
Hasta el estudio de Lysenko la ciencia agrícola
creía que el frío, al ralentizar las funciones
fisiológicas de la planta, lo que provocaba era todo lo
contrario: la hibernación. Lysenko demostró que el
frío, por el contrario, acaba con la hibernación.
La temperatura es el factor más importante que induce el
desarrollo de la planta de trigo a través de sus fases
sucesivas, desde la emergencia hasta la floración y la
madurez. El desarrollo puede ocurrir dentro de un cierto rango de
temperaturas; por debajo de cero grados (temperatura base) hace
demasiado frío para el desarrollo de la mayor parte de las
variedades y por encima de 30 (temperatura óptima) hace
demasiado calor. A medida que la temperatura media aumenta dentro
de estos puntos el desarrollo se acelera. Sin embargo, el
crecimiento, o aumento de tamaño, no sigue necesariamente
estas reglas porque también entra en juego la
radiación
solar y con temperaturas por encima de la óptima el
desarrollo se desacelera. Lysenko demostró que las
reacciones a las bajas temperaturas tienen lugar en los puntos de
crecimiento de la planta y que el estado vernalizado se transmite
por división celular en esos puntos vegetativos. El
tratamiento de frío inventado por Lysenko fue el primer
medio de regular la velocidad de
desarrollo de las plantas. Hasta ese momento las especies y
variedades cuyo desarrollo no se acomodaba a las condiciones
climáticas y geográficas de la región, eran
simplemente desechadas para el cultivo. Entre éstas
estaban los cereales de invierno, una variedad que se consideraba
estéril. Lysenko demostró que este tipo de cereales
no sólo soportan las bajas temperaturas sino que
éstas son necesarias para su desarrollo y que,
además, son más productivas. Como dijo Lysenko, era
un método que "marca el comienzo
de una era en la que el hombre
dirige de manera consciente el desarrollo de las plantas en los
campos".
La vernalización es una técnica de una
complejidad enorme (368). No todas las especies permiten
vernalización, ni tampoco todas las variedades de una
misma especie. Pero hay algunas -de clima templado-
que requieren las bajas temperaturas del invierno para florecer
en primavera: remolacha, cebolla, zanahoria y otras. La manera de
llevar a cabo la vernalización depende de la especie. No
todas las verbalizaciones son iguales, ni se deben llevar a cabo
a la misma edad de la planta, a la misma temperatura o durante
los mismos periodos de tiempo. Así la Arabidopsis
thaliana hay que verbalizarla entre 9 y 15 semanas y el
guisante no es necesario verbalizarlo pero si se hace, se
desarrolla mucho más rápidamente. Hay plantas que
se deben verbalizar en el estadio de semillas, como el trigo,
pero hay otras que eso no es necesario ya que es posible hacerlo
con la planta desarrollada (vernalización madura). En el
caso del trigo, la temperatura base y la óptima no son
siempre cero y 25 grados centígrados respectivamente.
Estas temperaturas dependen de la fase de desarrollo; son
más bajas al inicio del cultivo y aumentan con el
desarrollo. El trigo puede crecer a cero grados durante la fase
de plántula, pero, en cambio, su progreso en la etapa de
espigado es lento si la temperatura está por debajo de 10
grados. Las variedades difieren en sus temperaturas base y
óptima hasta en 7 grados en cualquier fase. Por
consiguiente, para que la vernalización tenga
éxito, no basta que se cumplan una o dos condiciones sino
un cúmulo de ellas. Los botánicos Matón y
Trun, por ejemplo, destacaron la importancia del oxígeno. En la época de Lysenko no
existían frigoríficos por lo que la
vernalización se debía llevar a cabo a temperaturas
ambientales, que difícilmente se lograban mantener
constantes. Se trataba, pues, de una técnica precisa que
requería entrenamiento y
experiencia para que la semilla no se malograra:
El estudio biológico de los trigos de invierno ha
mostrado que para verbalizarse las diferentes variedades exigen
un periodo de frío de duración desigual. Para
verbalizarse completamente la variedad Novokrymka 0204
necesita una temperatura en torno a 0º durante 35
días. A una temperatura de 3 a 5º, la
vernalización demanda unos
cuarenta días. A 15 ó 20º no se produce, o
bien exige un tiempo mucho más largo.
Pero, ¿qué sucederá si aseguramos el
frío necesario a las semillas humedecidas de ese mismo
trigo de invierno Novokrymka 0204 durante 25-30
días solamente? La vernallización comenzará
normalmente. Al cabo de 30 días, cesamos el frío.
Faltan pues 5 días para que los granos terminen de
vernalizar normalmente.
Numerosas experiencias permiten establecer que si el tiempo
indispensable para la vernalización normal de una variedad
determinada se reduce artificialmente, aunque sean dos
días, la vernalización no puede tener lugar. En
cada fase, comprendida la vernalización, el organismo
vegetal modifica la cualidad de sus exigencias de medio exterior.
Y para que esta modificación se pueda operar, ciertas
condiciones exteriores son indispensables bajo la relación
cuantitativa. Cuando se adquieren esas condiciones, el organismo
las asimila; se produce en él una modificación
cualitativa; el desarrollo pasa a una fase nueva y el organismo
presenta otras exigencias al medio exterior. Así, la
necesidad de frío, imprescindible para la
vernalización de las plantas de invierno, cede su lugar al
del calor. Éste es indispensable a las fases, a los
procesos
posteriores a la vernalización" (369)
Al llevar la vernalización a la práctica, los
investigadores de los koljoses y sovjoses cometieron numerosos
errores de método que Lysenko fue el primero en advertir,
indicando el riguroso cumplimiento de una serie de requisitos
imprescindibles para su éxito. En su informe a la
Conferencia soviética consagrada a los problemas de
la resistencia de
los vegetales al invierno, el 24 de junio de 1934, y en la
sesión científica del Instituto de Genética
de la Academia de Ciencias, el 6 de enero de 1935, rindió
cuenta detallada de los errores cometidos en los experimentos de
vernalización llevados a cabo en distintos lugares. Esas
reuniones eran públicas y en ellas participaron tanto
científicos como especialistas de las cooperativas
agrarias, soviéticos y extranjeros.
Recientemente se ha descubierto otra utilidad a la
vernalización, que ha demostrado su eficacia para
luchar de una forma no agresiva para el medio ambiente
contra las plagas que atacan a determinados cultivos.
Investigadores del Instituto Nacional de Tecnología
Agropecuaria argentino han comprobado que el bromuro de metilo,
utilizado para el control de las agresiones de la mosca de la
fruta (Ceratitis capitata) en cítricos, puede ser
reemplazado por la vernalización. Los experimentos
demostraron que, a diferencia del gas, la
vernalización no daña los frutos ni resulta
afectada su calidad interna, a la vez que se logra la mortalidad
de la totalidad de las moscas (370).
La vernalización, concluyen Mathon y Stroun, "ofrece
una nueva orientación a la ecología y la geografía
botánica" y abre un nuevo capítulo de la fisiología vegetal: "La comprensión
de numerosas prácticas agrícolas se ha renovado y
ampliado. Las repercusiones del control de la floración
que resulta de los estudios sobre vernalización son
innombrables, tanto en el campo de los grandes cultivos como en
el de la horticultura y la arboricultura" (371). Lysenko
demostró la posibilidad de acelerar el ciclo vegetativo de
las plantas, pudiendo obtener -en determinadas condiciones- dos
cosechas anuales donde antes sólo se podía lograr
una sola. Como escribió Maximov, la teoría de la
vernalización "representa un gran paso en el
esclarecimiento de las leyes del
desarrollo vegetal y suministra métodos útiles para
dirigirlo en la dirección deseada" (372). En efecto, no se
pueden saltar las etapas del desarrollo de las plantas pero
sí se puede acortar la duración de su ciclo
vegetativo. La vernalización permite eludir las
sequías que padecen determinadas regiones a finales del
verano y en el otoño; también en aquellas regiones
frías cuyo verano es muy corto; finalmente, aumenta los
rendimientos en cualquier región que se practique.
En materia de vernalización hay un punto en el cual los
críticos de Lysenko manifiestan su doblez: cuando no
pueden subestimar la importancia de la vernalización,
niegan la prioridad del descubrimiento, convencidos de que los
demás son tan vanidosos como ellos mismos. Así
procede J. Huxley quien, después de criticar la
técnica de Lysenko, a la cual no considera
científica, le niega la paternidad, lo cual es bastante
absurdo porque nadie reivindica el fracaso. Según Huxley
la vernalización no fue un descubrimiento de Lysenko sino
de Glasser (373). Los Medawar también sostienen que el
agrónomo soviético se atribuyó indebidamente
la paternidad de la vernalización, que en realidad
debería corresponder a Maximov, de quien aseguran que era
ayudante de Vavilov, pretendiendo así atribuir a
éste el éxito de una manera indirecta (374). No
obstante, ésta es otra de sus características
falsedades porque el propio Maximov en su obra sobre la
fisiología vegetal alude continuamente a Lysenko como
referencia en la materia.
Dejando aparte los improperios, una de las pocas
críticas rigurosas que recibió Lysenko en el
terreno científico provino del biólogo
escocés Waddington y concernía precisamente a la
vernalización. El núcleo de la crítica de
Waddington no se centraba en la vernalización en sí
misma sino en el hecho de que por esa vía se pueda alterar
la dotación génica. El escocés no descarta
que "en circunstancias especiales" eso fuera posible, es decir,
no descarta que modificaciones de los caracteres puedan provocar
alteraciones en los genes. Así -afirma- el trigo de
invierno sembrado en primavera "puede llegar a convertirse en una
variedad heredable que madura en el verano inmediatamente
después de sembrado, sin tener que pasar por el periodo de
tiempo frío en invierno". Waddington no critica
directamente a Lysenko, a quien no menciona, sino a lo que
califica como "una escuela de
genetistas rusos" (375). Trata de ofrecer una explicación
bastante común en aquella época apuntando que es
posible que el trigo de invierno utilizado por Lysenko no fuera
puro, es decir, que incluyera semillas de una variedad de
primavera. Es la tesis de los manuales
convencionales de botánica, como el de Strasburger, para
quien "las diferencias entre los cereales de verano y los de
invierno están fijadas genéticamente" (376). Pero a
Lysenko, a diferencia de los mendelistas, no le preocupa la
pureza de las variedades que utiliza en los experimentos. Es
más: sostiene que entre los cereales de invierno y los de
primavera hay un continuo de variedades intermedias y que su
clasificación en una u otra variedad no depende
sólo del genoma sino también de las condiciones
ambientales en que se desarrollen las plantas. Una de sus
conclusiones literales está expuesta de la siguiente
manera:
Las propiedades de la vernalidad como las de la invernalidad
son propiedades hereditarias estables. Porque las formas de
invierno y de primavera, del trigo por ejemplo, han permanecido
así durante siglos. Únicamente siguiendo la
vía indicada por Timiriazev y Michurin para estudiar esas
propiedades, únicamente estudiando las condiciones del
medio exterior que participan en la formación de las
propiedades hereditarias de la vernalidad y la invernalidad, la
ciencia ha podido modificar estas últimas con conocimiento
de causa. La herencia de las formas de invierno y de las formas
de primavera se distinguen por necesidades diferentes, un
comportamiento diferente frente a las condiciones –ante
todo de temperatura- necesarias para el cumplimiento de los
referidos procesos de vernalización.
Las formas de invierno exigen en el estadio de
vernalización una temperatura más baja que las de
primavera. No hace falta decir que las propiedades de vernalidad
e invernalidad en los organismos vegetales son propiedades
adaptativas. Pero eso no explica aún por qué han
aparecido esas propiedades. Partiendo de la concepción
darwinista desarrollada por Timiriazev, de las leyes de la
evolución de los organismos, hemos llegado
a la conclusión de que las propiedades hereditarias no se
han podido constituir sin la participación de las
condiciones del medio exterior del que tiene necesidad el
organismo para manifestar esas propiedades en la descendencia.
Hoy está establecido experimentalmente que las bajas
temperaturas, por ejemplo, son necesarias para la
formación de la propiedad
hereditaria de la invernalidad y las temperaturas más
elevadas para constitución de la vernalidad.
A fecha de hoy se puede afirmar que no hay una variedad de
trigo de invierno de la que en dos o tres generaciones no se
puedan obtener, mediante una educación apropiada de las
plantas, kilogramos de semillas de formas de primavera estables.
Para ello es necesario modificar las condiciones de vida,
más precisamente, las condiciones que participan en los
procesos de vernalización.
Una síntesis
de las experiencias dirigidas por numerosos trabajadores del
Instituto de Genética y de Selección nos lleva a
concluir que el periodo terminal del proceso de
vernalización desempeña el papel más
importante en la modificación de la propiedad hereditaria
de invernalidad. Para transformar la herencia de un trigo de
invierno en una herencia de trigo de primavera hay que actuar
sobre las plantas modificando la temperatura al final de la fase
de vernalización.
En el momento actual también conocemos casos en los que
la herencia de los trigos de primavera ha cambiado a una herencia
de trigos de invierno. Numerosas experiencias concernientes, por
ejemplo, a la transformación de la invernalidad en
vernalidad, muestran que en el periodo en el que ciertas
propiedades hereditarias (las exigencias relativas a las
condiciones del medio) se transforman bruscamente, la herencia
deviene inestable en el más alto grado.
También los más grandes biólogos
(Vilmorin, Burbank, Michurin) han indicado casos de herencia
quebrada. Son más particularmente aptos para modificarse,
constituyen un material plástico
favorable a la creación de formas vegetales que presentan
las propiedades que buscamos […]
Es cierto que todo el proceso de desarrollo –comprendido
el de las propiedades de la herencia y la variabilidad- depende
de esta fuente de vida: la nutrición. La materia
viva, que proviene de una materia antes inerte, aún en el
presente se sumerge con todas sus raíces en la materia
bruta, edificándose a costa de esta última. Sin
nutrición, sin metabolismo,
nada vivo se puede desarrollar. La asimilación, el
metabolismo, que constituye la esencia misma de la vida,
está igualmente en la base de propiedades tan importantes
de los organismos como la herencia y la variabilidad. Se puede
dirigir la herencia en todas sus formas, bien se hayan obtenido
por hibridación o de cualquier otra forma, asegurando a la
actividad asimiladora todas las condiciones necesarias, tanto
orgánicas como minerales.
Ateniéndose a "complacer" al máximo a la planta
(por fecundación electiva, por una mejor
agrotecnia, etc.), lenta y gradualmente pero sin pausa, se puede
mejorar, perfeccionar sus propiedades hereditarias. Eligiendo
condiciones que arranquen a la planta del régimen de
adaptación constituido en el tiempo, "quebrantando" su
herencia (por una fecundación forzada, comprendido el caso
de un cruce alejado, o por la modificación brutal de las
condiciones de cultivo), en el curso de las generaciones
siguientes, mediante una educación apropiada, se puede
crear rápidamente en la planta nuevas necesidades, crear
nuevas razas y variedades muy diferentes de las formas iniciales
(377).
Según Waddington, fuera de la URSS, la mayor parte de
los científicos no cree posible lograr esas modificaciones
hereditarias que defiende Lysenko porque, añade, cuando en
otros países se han intentado repetir los experimentos
soviéticos, nunca se han visto coronados por el
éxito. Muy pocos biólogos aceptan que los
soviéticos hayan podido lograr modificar la
composición génica modificando las condiciones
externas, afirma el biólogo escocés, pero tampoco
descarta esa posibilidad: "Por supuesto, resulta muy
difícil probar experimentalmente que tales efectos no
puedan ocurrir. Podría ser que sólo ocurrieran muy
raramente y en condiciones muy particulares". Waddington se
inclina por otra explicación de la vernalización
según la cual ésta afectaría
únicamente al cuerpo, al componente nutritivo de la
semilla, esto es, afectaría solamente a la
generación presente pero no a las futuras.
La crítica de Waddington es parecida a una de las que
Detmer lanzó contra Weismann para demostrar la herencia de
los caracteres adquiridos. Detmer decía que los cerezos
trasplantados por los colonialistas británicos en
Ceilán habían modificado la dotación
génica de los mismos, transformándolos en frutales
de hoja perenne, mientras que en Europa son de
hoja caduca. Pero hubo quien defendió -con razón-
que si esos mismos cerezos volvieran a plantarse en Europa,
reaparecería su auténtica condición, es
decir, volverían a dar fruto. En lo que a la
vernalización respecta, el dilema presenta varios aspectos
algo diferentes entre sí. El primero concierne a la
vernalización en sí misma, como factor regulador
del crecimiento vegetativo de las plantas, lo que parece no dejar
lugar a dudas. El segundo concierne a la vernalización
como factor ambiental capaz de "quebrantar" la herencia,
verdadero núcleo de la discusión cuya
resolución, a su vez, dependerá de un cúmulo
de circunstancias teóricas y prácticas y, desde
luego, no exclusivamente ambientales. Volveremos de nuevo sobre
este asunto al aludir a las hibridaciones vegetativas, donde este
mismo dilema se reproduce, pero parece necesario dejar apuntados,
al menos, una serie de detalles de interés:
a) no puede dejar de sorprender que Lysenko se refiera a un
cúmulo de experimentos llevados a cabo por él mismo
y por otros agrónomos, dentro y fuera de la URSS, que
nadie es luego capaz de reproducir. Pero mientras Lysenko refiere
numerosos ensayos de
manera detallada, nunca se han relatado las contrapruebas que
siempre se aducen para refutar sus conclusiones.
b) es necesario repetir que queda fuera del contexto
teórico de Lysenko la consideración de la pureza,
es decir, si las variedades utilizadas son o no
homocigóticas que, sin embargo, para los mendelistas es
una cuestión decisiva. Dado que en otras ocasiones Lysenko
hizo uso, al menos, de los conceptos mendelianos de dominancia y
recesividad, debe tener algún significado que en este caso
no aluda a ellos.
c) expresiones tales como "quebrantar la herencia" que en
ocasiones Lysenko pone entre comillas y que derivan de Michurin
han legado una versión distorsionada de los experimentos
que en el contexto de la URSS tenían un significado
preciso: estimular la iniciativa de los campesinos, romper con la
rutina y atreverse a experimentar con nuevas variedades y con
nuevas condiciones de cultivo, en definitiva no concebir la
herencia como un lastre inmóvil y abrir nuevas
vías. Examinado fuera de contexto ha transmitido la imagen
de que la capacidad creativa no tiene ningún tipo de
límites, que la naturaleza es un objeto
absolutamente plástico, lo cual es falso.
Lysenko es mucho más preciso cuando se refiere a la
posibilidad de "dirigir" u "orientar" el desarrollo de las
plantas y, desde luego, a diferencia de los mendelistas, no cree
que como consecuencia de una u otra dotación
génica, el cerezo se pueda calificar de hoja caduca o
perenne, de trigo de invierno o de primavera. Su tesis es que no
existe esa dicotomía y que una misma dotación
génica desarrolla un frutal de hoja caduca en un
determinado clima y otro de hoja perenne en otro clima distinto.
Es justamente eso lo que significa que la herencia no sea algo
ineluctable sino modificable según las condiciones
ambientales en las que se desarrolle.
El agrónomo ucraniano defendía una
concepción biológica idéntica (o muy
próxima al menos) a la de Waddington que se puede
calificar de "ontogénica" o de biología del
desarrollo. De ahí que inserte la vernalización en
una concepción amplia del desarrollo de los vegetales que
llamó "teoría fásica". Para ello divide el
desarrollo en una etapa vegetativa y otra reproductiva, ambas
cualitativamente distintas. Diferencia el crecimiento (aumento de
tamaño) del desarrollo, caracterizando a éste por
cambios cualitativos que, en ocasiones, no son observables
aparentemente. Antiguamente los biólogos pensaban que la
edad era el factor único del desarrollo, que estaba ya
predeterminado por componentes hereditarios y, en consecuencia,
que las etapas eran iguales e independientes del medio. A fines
del siglo XIX Klebs demostró que no era así y que
el medio no actúa sobre el organismo de una manera directa
sino a través de cambios internos del propio organismo.
Entre los factores ambientales, Klebs destacó
especialmente la importancia de la luz. Más
adelante, en los años veinte del siglo pasado, W. W.
Garner y H. A. Allard precisaron que la floración depende
de la duración de la longitud del día, de las horas
de luz y su alternancia con las horas de oscuridad.
La teoría fásica de Lysenko demuestra que su
concepción no se puede calificar de ambientalista porque
él situaba al desarrollo de la planta en el centro de su
investigación y analizaba los organismos vegetales en su
proceso de cambio. Cada fase sólo empieza cuando termina
la anterior, cuando ha agotado sus posibilidades e inicia un
cambio cualitativo; cada fase requiere un determinado ambiente
para que el organismo se desarrolle. A través del
organismo en proceso de cambio, Lysenko precisa el significado
del término "ambiental". Según el ucraniano bajo el
concepto de medio se alude habitualmente a circunstancias muy
diversas, de las cuales no todas tienen la misma importancia. En
algunas fases del desarrollo de la planta, además de la
temperatura existen otros factores que pueden modificar algunos
de sus efectos, como el agua, la
nutrición y la radiación solar. La operatividad de
cada circunstancia depende del ciclo concreto en el
que se encuentre la planta, destacando la vernalización
como la primera de ellas, y el fotoperiodo (el total de horas
entre la primera y la última luz de cada día) como
la segunda, de modo que si la temperatura es el factor dominante
en la primera fase, la luz lo es en la segunda. La incidencia de
estos factores difiere según la fase y la variedad de
trigo. Los días más cortos demoran el desarrollo,
como lo hace la ausencia de temperaturas bajas vernalizantes
cuando plántula. Es necesario tener esto en cuanta cuando
se estime la duración de las fases de desarrollo. Por
ejemplo, el período de la siembra al espigado
podría durar el doble con un fotoperiodo de 10 horas que
con uno de 15 horas.
La idea de "potencialidad" es otra de las aportaciones
significativas de Lysenko, tomada de Lamarck y directamente
enfilada contra Vavilov y el determinismo mendelista. El
determinismo de Vavilov adoptó la forma de una supuesta
"ley" de las
series homólogas cuyo fundamento está en la
ineluctabilidad del desarrollo de los organismos. Según
esa "ley", el desarrollo es unilateral y viene impuesto por la
dotación génica (378). Esta ley fue criticada en su
momento por Y. A. Filipchenko y el embriólogo M. M.
Zavadovski. Según Lysenko, la ley contradice la biodiversidad.
La dotación génica se puede inhibir en unos casos y
reforzar en otros, en función de las circunstancias, y
para demostrarlo parte precisamente del descubrimiento de Naudin
y Mendel: la existencia de unos caracteres dominantes y otros
recesivos. Pero los mendelistas se han limitado a constatar este
hecho, dice Lysenko, sin llegar al fondo del problema que,
según él, radica en la adaptación a las
circunstancias ambientales. La existencia de dominación,
afirma Lysenko, demuestra precisamente la inconsistencia del
ciego determinismo génico porque no es posible conocer de
antemano qué rasgo va a prevalecer sobre el otro. El
genotipo no es más que un punto de partida a partir del
cual se va a desarrollar el organismo.
Este tipo de concepciones no eran exclusivas de Lysenko.
Varios grupos de científicos soviéticos trabajaron
sobre conceptos hoy ignorados, como el de "norma de
reacción" propuesto por el zoólogo alemán
Woltereck en 1908. Se denominaba "norma de reacción" a la
capacidad de un genotipo para expresar distintos fenotipos,
según las condiciones ambientales. Con esta interpretación, el concepto de genotipo
resultaba menos determinista. Woltereck quería
contrarrestar así la perspectiva establecida por Johannsen
sobre la diferencia entre fenotipo y genotipo, lo que al mismo
tiempo significó una reivindicación de la herencia
de caracteres adquiridos. El concepto de "norma de
reacción" fue retomado en la URSS por un opositor de
Lysenko como I. I. Schmalhausen, que en base a sus postulados
desarrolló la teoría de la "selección
estabilizadora" (378b). Estas concepciones se reelaboraron con
las ideas darwinistas que daban preponderancia a la
variación adaptativa en el esquema evolutivo, convirtiendo
a la "norma de reacción" en un concepto central. A partir
de ello, los genetistas soviéticos distinguieron entre
"norma de reacción adaptativa" y "norma de reacción
no adaptativa", creando una teoría de la evolución
orgánica basada en varios principios, entre
los que resaltaba la preponderancia del ambiente.
Significativamente, esa misma idea de potencialidad
también estaba en Waddington, quien la introduce en el
terreno de la embriología y la relaciona con lo que llama
"inducción". Según él las
primeras células
del embrión son inestables; pueden desarrollarse en
múltiples direcciones; el hecho de que tomen una
vía u otra depende de la inducción, que las dirige
en un sentido determinado. Esto no sólo ocurre una vez
sino que se repite a lo largo de varios estadios. Cuando se
produce un estado de indecisión y no aparecen los
inductores, la célula
no se desarrolla. Esa inducción no es interna, no depende
de sí misma sino del medio externo, algo que podría
ratificar Lysenko: "Uno de los principales avances en nuestro
conocimiento de la biología fue el descubrimiento de que
las potencialidades hereditarias que llevan consigo todos los
cromosomas
dependen, para su realización, del medio ambiente
inmediato. De hecho, la interacción entre los genes y el tipo
concreto de citoplasma que los envuelve es lo que determina los
cambios de composición de las células. Por tanto,
podemos ver que distintas regiones de la célula
huevo originaria darán lugar a grupos de células
que se desarrollarán en direcciones distintas, pese a la
identidad
evidente de sus cromosomas" (379).
Cuando los faraones
practicaban el incesto
La controversia suscitada por Lysenko en 1948 en la Academia
Lenin de Ciencias Agrícolas concentró durante una
semana entera al mayor número de científicos que se
ha conocido nunca en ningún país, salvo en la URSS,
donde tales acontecimientos no eran infrecuentes. La asamblea de
1948 no fue la primera que se convocó para discutir sobre
genética, ya que hubo otras dos en 1936 y 1939.
Además, por aquellas mismas fechas, existieron
conferencias similares para debatir otras cuestiones
científicas polémicas, entre ellas una dedicada a
Pavlov y tres más a Lepechinskaia (1950, 1952 y 1953). Fue
una forma característica de debatir en los países
socialistas. Ocho años después, el 10 de agosto de
1956 se convocó en China una
conferencia similar en Qingdao con 130 biólogos para
tratar del mismo asunto: Lysenko y la genética formalista.
Los debates se prolongaron durante dos semanas y estuvieron
presididos por Tong Dizhou (1902-1979), director del departamento
de biología de la Academia de Ciencias. En ellos
participaron biólogos de ambas corrientes. Los principales
temas abordados fueron la evolución, la herencia y la
embriología. Como escribió Stalin, "no hay ciencia
que pueda desarrollarse y expandirse sin una lucha de opiniones,
sin libertad de
crítica" (380). En la URSS, se tomaron actas
taquigráficas de los debates, que ocupan más de 600
folios, se publicaron y se tradujeron a varios idiomas. Si se
leen es fácil observar que todas las intervenciones, tanto
en uno como en otro sentido, fueron aplaudidas ruidosamente por
cada grupo de partidarios, es decir, que no fue la típica
ceremonia protocolaria, hipócrita y formalista a la que
estamos acostumbrados en los actos académicos
oficiales.
A lo largo de las semanas siguientes, la prensa
soviética, y Pravda en concreto, fue publicando
las intervenciones de diversos académicos en aquella
sesión. Se difundieron todas ellas, tanto a favor como en
contra de Lysenko. Por lo tanto, también publicaron las
que defendían las tesis genéticas formalistas,
entre ellas las de A. R. Shebrak, B. M .Zavadovski, S. Alijanian,
P. M. Zhukovski, I. I. Schmalhausen, I. M. Poliakov, D.
Kislovski, V. S. Nemchinov y J. A. Rapoport. Varios millones de
soviéticos pudieron conocer los puntos de vista de ambas
partes y opinar al respecto. Esto no tiene precedentes en la
historia de la ciencia, absolutamente ninguno.
Es importante tener en cuenta que tanto en una como en otra
corriente de la biología soviética había
científicos que se declaraban los verdaderos marxistas (y
otros que no se declaraban marxistas en absoluto). Por ejemplo,
en 1945 el genetista soviético Shebrak publicó en
la revista
americana Science un breve artículo titulado
Soviet biology criticando las teorías de Lysenko
(381). En 1947, dos biólogos, Efroimson y Liubishev, se
dirigieron al Comité Central por escrito manifestando su
desacuerdo con las tesis lysenkistas. En abril del siguiente
año se produjo un ataque de Yuri Zhdanov contra Lysenko
dentro –nada menos– que de la sección
científica del Comité Central, lo cual nos ofrece
una perspectiva muy distinta del "caso Lysenko", sobre todo si
tenemos en cuenta quién era Y. Zhdanov: químico,
hijo del conocido dirigente comunista Andrei Zhdanov y yerno del
mismísimo Stalin. Pocas semanas después, en agosto,
tras el debate de la Academia, Yuri Zhdanov publicó una
autocrítica en la que reconocía que sus posiciones
eran equivocadas, pero seguía manteniendo su desacuerdo
con Lysenko.
La propaganda de posguerra sostiene que después del
debate de 1948 la discusión se resolvió con
decretos y represalias ordenadas por Stalin. Lo cierto es que las
tesis de Lysenko siguieron siendo muy discutidas entre los
científicos de la URSS. Los genetistas formales siguieron
con las espadas en alto. Se agruparon en torno a la "Revista
Botánica", dirigida por V. N. Sujatsev, que se
convirtió entonces en el principal crítico de
Lysenko, secundado por otros científicos como N. V. Turbin
y N. D. Ivanov (382). Éstos, que se consideraban a
sí mismos como michurinistas, lanzaron en 1952 otro ataque
contra Lysenko en la revista, a partir del cual se volvieron a
publicar nuevas críticas, reabriéndose nuevamente
la polémica. Los mendelistas no fueron represaliados a
causa de sus concepciones científicas. Por poner un
ejemplo, Dubinin, uno de los principales representantes de las
tesis formalistas en la URSS, a quien Lysenko ataca en su informe
de 1948, publicó en 1976 (el año de la muerte de
Lysenko) un artículo que está traducido al castellano y que
se titula "La filosofía dialéctico-materialista y
los problemas de la genética"; cinco años
después se editaba en castellano el manual de
genética que venimos citando (383), lo cual significa dos
cosas: que el denostado Dubinin seguía en activo y que en
esencia seguía defendiendo sus tesis de siempre. A
diferencia de Lysenko, Dubinin sí era militante del
Partido bolchevique y el título del artículo
también evidencia que Dubinin defendía que las
concepciones formalistas eran conformes a la dialéctica
materialista. Según el genetista soviético hasta la
época de Morgan en su disciplina había predominado
el mecanicismo vulgar, pero a partir de los años treinta,
con la teoría sintética, "comienza el periodo de la
penetración de la dialéctica materialista en los
grandes problemas de esta ciencia" (384).
Para los lectores formados en los países capitalistas,
lo más significativo de un manual de genética como
el de Dubinin es algo a lo que no estamos acostumbrados: cada
capítulo del libro acaba con un largo repertorio de lo que
el autor califica como "preguntas para discutir". No se trata de
preguntas para interrogar al lector por el grado de
comprensión de lo que acaba de leer, sino que, junto con
sus conocimientos y opiniones, Dubinin transmite también
sus dudas, los debates en los que cualquier ciencia se ve
envuelta en un momento determinado. Es el viejo método
socrático que indica un modo de transmitir la ciencia que
choca radicalmente con la imagen estereotipada que la
burguesía ha pretendido inculcar acerca de la URSS, la
famosa "escolástica".
Un repaso superficial a las publicaciones soviéticas
sobre biología y a los autores que las escribieron
resultaría extraordinariamente sorprendente para el lector
actual, habituado al engaño y la manipulación, que
no se ciñe exclusivamente a Lysenko sino que alcanza
también a Lamarck, porque la hoguera inquisitorial es la
misma: son condenados como lamarckianos todos aquellos -como
Lysenko- que no se sujetan al canon neo darwinista. Pero en la
URSS no se logró imponer ese canon, de manera que un
opositor de Lysenko al que ya hemos mencionado, I. M. Poliakov,
era el redactor y editor de las obras de Lamarck en la URSS,
sobre quien publicó en 1962 una obra titulada "J. B.
Lamarck y la ciencia de la evolución del reino
orgánico". Por el contrario, uno de los más
fervientes defensores de Lysenko, I. I. Prezent, publicó
otra poco después "J. B. Lamarck biólogo
materialista" en la que criticaba determinados aspectos del
lamarckismo.
La amplia polémica que se estaba desarrollando en la
URSS contrasta poderosamente con la censura que el evolucionismo
padecía en los países capitalistas, especialmente
en Estados Unidos, donde en 1925 se celebró el llamado
"juicio del mono" en el que el Tribunal Supremo de Tennessee
condenó a un profesor por violar la ley Butler que
declaraba ilegal impartir en las escuelas cualquier teoría
que negara la creación divina del hombre a
partir de la nada que enseña la Biblia: "La Asamblea
General del Estado de Tennessee establece que es ilegal que
cualquier educador de cualquiera de las universidades, institutos
normales o escuelas de este Estado mantenido total o parcialmente
con fondos asignados por este Estado para la enseñanza
pública, enseñe cualquier teoría que niegue
la Creación Divina del hombre tal como lo revela la
Biblia, y enseñe por el contrario que el hombre desciende
de un orden inferior de animales". La
censura científica en Estados Unidos llega hasta nuestros
días. La ley Butler no fue derogada hasta 1967, de modo
que, durante más de 100 años después de la
aparición de "El origen de las especies" en 15 Estados de
Estados Unidos se estuvo enseñando la creación
bíblica como fundamento de la biología en los
centros públicos de enseñanza. Como escribió
Bernard Shaw, Estados Unidos se estaba convirtiendo en el
hazmerreir del mundo civilizado. A causa de ello, hasta la fecha
actual las encuestas de
opinión constatan que entre la población la
credibilidad de la teoría de la evolución es mucho
más baja en Estados Unidos que en cualquier país
europeo. Durante el pasado siglo era frecuente que en los
países capitalistas muchos investigadores no manifestaran
en público sus convicciones lamarckistas por miedo a
perder sus empleos o a ser vapuleados en los medios
científicos. Piaget ha
narrado algunos casos de censura a las que califica como
auténticas coerciones (385).
Un profesor de química de la
Universidad de Oregón, Ralph Spitzer, fue despedido en
1959 por enseñar las teorías de Lysenko en su aula.
A la carta de
despido el rector aportó como prueba un artículo de
Spitzer en la revista Chemical and Engineering News
defendiendo a Lysenko. El rector, según sus propias
manifestaciones, podía tolerar el error del profesor al
impartir doctrinas equivocadas, pero en ningún caso
podía admitir la divulgación de enseñanzas
marxistas. Su carta de despido tenía un carácter
ejemplarizante y a causa de ello fue ampliamente difundida por
toda la prensa estadounidense en primera plana. Spitzer
había sido miembro de la asociación "Estudiantes
por una Sociedad Democrática" y del Partido Progresista de
Henri Wallace, pero fue condenado por marxista junto con su
mujer,
también despedida. En los artículos
científicos se puede citar a Platón, a
Descartes o a
Comte, pero en ningún caso a Marx.
En una entrevista muy
reciente al biólogo Jan Sapp publicada por Sciences et
Avenir los periodistas le comentan que las observaciones que
contradicen el neodarwinismo son antiguas, preguntándole
seguidamente acerca de los motivos por los cuales se han ocultado
durante tanto tiempo. Sapp responde que ello se debe a
múltiples razones de tipo político. Afirma que en
los años cincuenta era peligroso hablar de herencia
citoplasmática y del papel de la simbiosis en la
evolución: "Abordar esas cuestiones suponía
arriesgarse a pasar por lamarckiano, o peor, por un
discípulo del soviético Lysenko, es decir, por un
comunista". El propio Sapp confiesa que él mismo fue
censurado en Estados Unidos y tuvo que marcharse a trabajar a
Canadá: "Cuando me interesé por esos grandes
biólogos de la posguerra que habían trabajado sobre
otros modelos diferentes del neodarwinismo, como Tracy Morton
Sonneborn o Victor Jollos, ¡Se me acusó de
comunista! Tuve que abandonar Estados Unidos y salir a
Canadá, el único medio para mí de
redescubrir los trabajos pioneros de esos sabios que
habían huido del racismo de la Alemania
hitleriana y que se metieron en una trampa por la intolerancia
académica en su exilio americano" (386).
Como suele suceder en lo que concierne a la URSS, la historia
ha sido vuelta del revés porque el denominado "caso
Lysenko" no es un supuesto que demostraría la censura
allí imperante sino justamente lo contrario, la existencia
de una amplia y libre controversia de ideas, que es la
única manera de impulsar el progreso del conocimiento. En
la URSS se debatió abierta, pública y libremente
sobre toda clase de asuntos, incluidos los científicos y
nunca se dejó de polemizar acerca de ningún asunto
en todos los ámbitos sociales, políticos y
universitarios. Allá pudieron conocer y debatir corrientes
innovadoras dentro de la biología que en los países
capitalistas fueron ignoradas o incluso deliberadamente
silenciadas. Pero los victimarios pretenden hacerse pasar por
víctimas; quienes han dado la vuelta al asunto son los
mismos que hasta la fecha de hoy pretenden imponer el mendelismo
como dogma absoluto, aún a costa de censurar a quienes
desvelan las incoherencias internas de sus postulados.
Stalin estaba muy interesado en la discusión sobre la
genética, siguió el debate muy de cerca y aunque no
existen escritos suyos, en las reuniones siempre defendió
las tesis evolucionistas de Lamarck, Darwin y Michurin. En una
carta dirigida a Lysenko el 31 de octubre de 1947, le comenta al
agrónomo: "En cuanto a la situación de la
biología en el ámbito teórico, pienso que la
postura de Michurin es la única que realiza un enfoque
científico válido. Los weissmanistas y sus
seguidores, que niegan la herencia de las características
adquiridas, no merecen entrar en el debate. El futuro pertenece a
Michurin". En el diario de V. Malishev, vicepresidente del
gobierno en la época, hay una anotación con algunos
comentarios privados de Stalin sobre Lysenko en los que dijo que
era el continuador de Michurin, habló de sus defectos y de
los errores que había cometido "como científico y
como ser humano", que había que supervisar sus
experimentos, pero que también había que impedir su
destrucción como científico porque eso significaba
ponerlo en manos de los "shebrakianos" (387). Con esta
designación Stalin se refería a Shebrak, un
genetista formal que había dirigido en 1946 la
sección científica del Comité Central. En la
polémica soviética nunca hubo un intento de
liquidar el formalismo genetista sino que se trataba justamente
de lo contrario: de evitar que esa corriente aplastara a su
contraria, la que encabezaba Lysenko. De ese modo volvemos a
descubrir que la falsificación de la historia ha vuelto
las cosas del revés, poniendo a las víctimas en el
lugar que corresponde a los victimarios.
No obstante, lo más importante es que aquella batalla
ideológica contribuyó a frenar la
proliferación de teorías racistas y
eugenésicas en la URSS. En realidad, detrás de las
nuevas teorías y prácticas "científicas" de
la genética formal se escondía el racismo, que a
comienzos del siglo XX se había convertido en la religión de los
imperialistas. Impulsado por la burguesía, el racismo se
presentó como algo "científico" y "progresista",
como una aplicación natural del conocimiento sobre la
reproducción al campo de la sociedad y con
el fin de mejorarla. Como suele suceder, subyacía en sus
propuestas la errónea creencia, muy característica
de las ciencias naturales, de que los problemas
económicos, sociales y políticos no son tales sino
auténticos problemas técnicos y científicos,
de que su causa es esa y, por tanto, su solución
también debe ser de ese mismo carácter.
Desde Aristóteles, es decir, desde hace
más de dos mil años sabemos que el hombre es un
"animal racional" y, en consecuencia, que su naturaleza es dual,
que coexiste un componente biológico junto a otro
sociológico y que éste no es reductible a aquel.
Esta dualidad no ha sido bien recibida, de manera que en la
historia de la biología es muy frecuente observar los dos
errores que sobre este punto se cometen con tanta frecuencia. Las
concepciones fideístas creen que dios creó al
hombre "a su imagen y semejanza" y que, por tanto, el hombre no
forma parte de la naturaleza sino de dios. Al otro lado se
sitúan quienes reducen al hombre a la condición
animal, e incluso peor, a la de una maquinaria bioquímica. Una gran parte de la
animadversión de los creyentes por la evolución
proviene de esta concepción que reduce al hombre a una
maquinaria bioquímica. La tesis de Lamarck y Darwin de que
los antecesores de los hombres y de los simios fueron los mismos,
fue asimilada a la de que el hombre es un simio o algo
equiparable a un simio. También en este punto los errores
de los unos han alimentado los de los otros. Pero nada de ello es
imputable a la teoría evolucionista, en donde el lugar del
hombre quedó bien determinado en la clasificación
de las especies. Así, después de establecer el
parentesco del hombre con los demás primates, Lamarck
advierte: "Tales serían las reflexiones que se
podrían hacer si el hombre considerado aquí como la
raza preeminente en cuestión, no se distinguiera de los
animales más que por los caracteres de su
organización y su origen no fuese distinto del suyo"
(388). También aquí Lamarck tenía
razón: el hombre no se distingue de los demás
animales sólo por "los caracteres de su
organización".
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