Los modelos
matemáticos elaborados por la teoría
sintética no tienen en cuenta este tipo de
fenómenos sociales. Se fundamentan en el individualismo y
el maltusianismo, y su concepción puramente cuantitativa
se expresa en la noción de que la evolución no es más que un "éxito
reproductivo", que consiste en multiplicarse en mayor
número o en más cantidad de individuos. Si eso
fuera cierto, la biosfera
resultaría una proeza de los virus y bacterias, e
incluso de los insectos que, con más de un millón
de especies conocidas, suponen cerca del 75 por ciento de todos
los seres vivos pluricelulares. Los maltusianos escinden al
individuo del
medio, afirmando que el primero podría multiplicarse
indefinidamente, pero que el medio le pone limitaciones. Es como
decir que las gallinas podrían vivir sumergidas en el
océano, pero que el agua no se
lo permite. Un ser vivo y su medio forman una unidad inseparable
y, por consiguiente, es absurdo sostener que los individuos
crecen más que los recursos que el
medio les puede proporcionar porque el alimento de algunos
individuos son individuos de otras especies que, por
consiguiente, por la misma "ley" de Malthus,
también deberían crecer en la misma
proporción. Un ave acuática como el somormujo, por
ejemplo, es alimento de las truchas y, a su vez, se alimentan de
renacuajos. El mismo animal a unos efectos es depredador y a
otros es presa. Por lo tanto, los cálculos maltusianos son
incoherentes, ya que no existe ningún motivo para pensar
que a unos efectos el número de somorgujos deba crecer en
mayor medida que a otros. Como es previsible las absurdas
teorías
maltusianas conducen a las no menos absurdas teorías
apocalípticas, que convierten en un "fracaso"
ecológico lo que para los genetistas es un "éxito"
reproductivo:
Los científicos que estudian la población humana han llegado a la
conclusión de que el mundo ha alcanzado su capacidad de
sustento, que es la capacidad de abastecer las necesidades de la
gente. Así que en el futuro será difícil
alimentar, vestir, dar vivienda y trabajo a un
número adicional de personas a un nivel superior al de
subsistencia vital. El rápido crecimiento de la
población ha dilatado ya los recursos del planeta; las
estimaciones sobre el crecimiento en el futuro platean serias
dudas sobre si el planeta podrá seguir abasteciendo las
necesidades crecientes de la gente. En los próximos 50
años se necesitará un aumento de la actividad
económica diez veces superior al actual para dar salida a
las necesidades humanas básicas -una situación que
posiblemente la biosfera no pueda tolerar sin un deterioro
irreversible.
En los países en vías de desarrollo,
con las tasas más elevadas de nacimientos, las ganancias
económicas se acaban rápidamente -simplemente por
tener demasiadas bocas para alimentar. Los países en
vías de desarrollo de Asia, África y
América
del Sur se encuentran en la desesperada carrera de mantener el
abastecimiento de alimentos al
nivel del crecimiento de la población. Cuando se produce
una sequía y se extiende el hambre, sus gentes se
encuentran en grave peligro, especialmente si por razones
políticas o de otro tipo, la importación de alimentos no puede abastecer
a la demanda
[…]
Cuando la agricultura no
pueda proporcionar los alimentos necesarios, la gente se
encontrará en grave peligro de morir de hambre. En climas
favorables las poblaciones crecen más allá de los
límites
que imponen los climas desfavorables -que es cuando las cosechas
son pobres. La raza humana podría encontrarse más
cerca del abismo cuando el hambre en masa surja como consecuencia
de una reducción de la producción de los cultivos provocada por la
sequía, las infecciones o la enfermedad de éstos"
(292).
Este tipo de soflamas constituye uno de los mayores fraudes
seudocientíficos contemporáneos, cuyo objeto es el
de maquillar el hambre y las calamidades sanitarias que padece la
población mundial. Normalmente, el volumen de
cualquier población de seres vivos es una función
inversa de su densidad,
nivelando su número antes del punto de saturación.
En ocasiones, pueden darse casos de crecimiento incontrolado de
determinadas poblaciones, como en el caso de las plagas.
También hay irrupciones periódicas de poblaciones
de determinadas especies que ocasionan grandes oscilaciones en la
densidad poblacional. Se trata de fenómenos temporales o
cíclicos que también acaban autor
regulándose (293).
El movimiento
cuantitativo de una población no es un fenómeno
genético sino ecológico. En cuanto a la demografía humana, se trata de un
fenómeno social, no solamente biológico. No
obstante, Malthus parte de la primacía de lo
biológico sobre lo social en el crecimiento poblacional y
considera su hipótesis demográfica como una "ley
de nuestra naturaleza". A
partir de su ensayo los
demógrafos maltusianos forjaron el concepto de
movimiento "natural" de la población, deducido como la
diferencia entre la natalidad y la mortalidad. Como
fenómeno biológico, la población se rige por
una "ley" invariable que se originó hace 3.500 millones de
años, con la aparición de la vida sobre el planeta,
y sigue operando inexorablemente, tanto en las sociedades
humanas como en las poblaciones animales, algo
realmente insólito que carece de precedentes
científicos de ninguna clase. Lo
mismo que los genes, para el maltusianismo la población
humana es otra de esas abstracciones a históricas, capaz,
no obstante, de desempeñar el papel de variable
independiente: lo condiciona todo y no es condicionada por
nada.
La otra parte del mismo problema, los recursos, se consideran
en su cuantía absoluta y no en la forma de su distribución, en el reparto de los mismos.
Así, en opinión de Malthus el salario (y por
tanto la pobreza y la
miseria de la mayoría de la población) es efecto y
no causa del exceso de población (294). Esta teoría
es rotundamente falsa. La población humana es una
abstracción vacía si no se tienen en cuenta otros
condicionamientos sociales, como la estratificación
social, las clases
sociales o la distribución de los ingresos. Los
cambios poblacionales están influenciados por numerosos
factores de muy diverso orden: movilidad social, flujos
migratorios, urbanización, servicios de
salud,
convicciones religiosas, etc. Cada modo histórico de
producción (y, por lo tanto, cada modo de
distribución que de él deriva) tiene sus propias
leyes de
población, que son, pues, necesariamente variables.
El maltusianismo no es menos erróneo en lo que las
poblaciones animales concierne. Así, como el propio
Darwin
observó, en cautividad la reproducción de algunos animales se
paraliza completamente y los individuos se tornan
estériles. Según todos los experimentos que
desde 1931 se han llevado a cabo con diferentes especies, de
manera unánime, tanto en los laboratorios como en estudios
de campo, las poblaciones animales autor regulan su
número. El crecimiento del volumen de una población
animal ni es ilimitado ni depende tampoco de los recursos
alimenticios disponibles. Cuando en un terrario con suficiente
alimentación y bebida el número de
ratones crece hasta una cierta densidad, su fisiología se modifica, las
glándulas suprarrenales crecen, entrando en un
fenómeno de intensa actividad y la mortalidad de los
ejemplares jóvenes aumenta hasta que la
reproducción se detiene completamente. Si se extrae de la
jaula a una parte de los ratones, el fenómeno se detiene:
las glándulas suprarrenales dejan de crecer y se reanuda
la reproducción.
El excedente de población es relativo, tanto en
el hombre como
en los animales. Lo que los experimentos llevados a cabo
demuestran es que la reproducción se ralentiza antes de
que se pueda hablar de un excedente, es decir, antes de poder afirmar
que se ha reducido significativamente el espacio disponible. El
fenómeno no depende de la densidad de población, no
existe ninguna forma de espacio vital porque si se traslada a la
población de ratas a un terrario más amplio, la
reproducción sigue descendiendo de la misma forma. Es
más, se observa que los roedores que disponen de
más espacio tienden a juntarse en sólo una parte
del terrario (295).
Los seres humanos también son animales sociales que se
rigen por criterios colectivos. Las leyes de la
reproducción humana no son sólo biológicas
ni individuales sino sociales y económicas. Así,
hay una norma general en el terreno reproductivo que
prohíbe el incesto, hay impúberes que dependen de
sus padres, en la India las
castas no se mezclan entre sí, etc. Los movimientos de
población dependen de varios condicionantes, los
más importantes de los cuales son de tipo
económico. La lucha por la existencia, pues, es otra de
esas expresiones que, según Engels, puede abandonarse.
Según Engels la lucha por la existencia no tiene el
carácter de mecanismo único de la
evolución: "puede tener lugar" en la naturaleza pero "sin
necesidad de interpretación maltusiana". La sociedad
capitalista se basa en la sobreproducción y el exceso;
crea mucho más de lo que puede consumir por lo que se ve
obligada a destruir en masa lo producido: "¿Qué
sentido puede tener seguir hablando de la "lucha por la vida"?",
concluye Engels (296).
A partir de la teoría de las mutaciones, se impone
abiertamente la idea de "código"
genético donde todo está ya escrito desde tiempo
inmemorial: "No hay nada en el hijo que no exista ya en los
padres", reza el dogma mendelista, lo que Carrel expresa de una
forma parecida: "Nuestra individualidad nace cuando el
espermatozoide penetra en el huevo" (297). Pero incluso el
individuo como tal desaparece en la genética
de poblaciones, cuyo objeto son los genes. El gen aparece
entonces como una abstracción matemática
o, mejor dicho, se encubre bajo ella, deja de ser una
partícula material. Como escribió Fisher, uno de
los defensores de esta concepción, las poblaciones
estudiadas son abstracciones, agregados de
individuos pero no los individuos mismos y, en cuanto a los
resultados, tampoco son individuales sino "un conjunto de
posibilidades" (298). Por supuesto, las abstracciones matemáticas resultan inalcanzables por
cualquier fenómeno físico exterior. Pero el gen ya
no es algo encerrado dentro de una caja fuerte sino como la
combinación de esa caja fuerte, su secreto. Los
mendelistas han hablado del "desciframiento" del genoma humano
como si su tarea fuese de tipo criptográfico.
La matemática se había desarrollado a lomos de
la mecánica y no faltan intentos de suplantar
a la biología con la mecánica a través de la
matemática (y de la estadística). Fisher explicaba la selección
natural como si se tratara de un caso de teoría
cinética de los gases, lo que
da lugar a un tipo de argumentaciones como la siguiente: "Las
moscas del vinagre podían ser consideradas como
partículas sujetas a las mismas leyes de difusión
que afectan a los átomos de un gas. Al mezclar
dos cepas distintas de "Drosophila", la competencia entre
sus individuos podía ser asimilada a una reacción
química.
Aplicando modelos físicos de difusión de
partículas gaseosas, así como otros tipos de
modelos estadísticos, Fisher, Haldane y Wright
establecieron las bases de una nueva disciplina, la
genética de poblaciones, que estudiaba a los individuos en
función de una unidad superior, la población. De
este modo la genética se reencontraba con el darwinismo
allí donde Francis Galton y otros biómetras se
habían estancado: en el análisis de poblaciones y la influencia de
la selección natural sobre ellas, no sólo sobre los
individuos, sino también sobre los factores subyacentes,
los genes, que eran los que se transmitían de
generación en generación. Bajo el nivel más
aparente del fenotipo, causa de la selección natural,
había aparecido un nivel infra yacente, el genotipo,
resultante de la selección natural" (299). A través
de la modelización matemática, la biología
se asimila a la mecánica. Lo que se acaba sosteniendo no
es que dos fenómenos (distintos) funcionen de la misma
manera (matemática) sino que son iguales. No hay
analogía entre los modelos mecánicos y
biológicos sino identidad.
La modelización estadística crea un espejismo:
pretende hacer pasar las hipótesis como tesis. Sin
embargo, la validez de un modelo no
está determinada por su forma matemática de
exposición sino por su comprobación
empírica. Así, se habla en genética de
poblaciones de la "ley" de Hardy-Weinberg cuando se
debería decir el modelo de Hardy-Weinberg, es decir, una
hipótesis sobre el funcionamiento de un fenómeno
que debe ser corroborada con los datos
empíricos correspondientes, lo cual es imposible porque
los postulados sobre los que se construye dicho modelo no existen
en la realidad, ni siquiera como aproximación. De la misma
manera, según Huxley, Fisher había demostrado
"matemáticamente" que la herencia de los
caracteres adquiridos, aunque ocurriera en la naturaleza, era
incapaz de explicar la evolución (300).
Matemáticamente se utiliza aquí, una vez
más, en su sentido vulgar, como sinónimo de
"indudablemente", de manera definitiva y concluyente. Es un
exceso de demostración: cualquiera se hubiera conformado
con una explicación debidamente argumentada y fundamentada
en hechos. Algunos científicos tienen un complejo de
inferioridad respecto a la física por no haber
sido capaces de exponer sus resultados en la misma forma
matemática en que lo logró la mecánica desde
el siglo XVII, como si la determinación cuantitativa fuera
la única posible, sinónimo de una exactitud que no
existe en ciencia
alguna.
Por lo demás, la modelización matemática
opera como un sustituto de la argumentación
teórica, de modo que, en lugar de contribuir al desarrollo
conceptual -cualitativo- de la ciencia, en
ocasiones lo empobrece. Al elaborar una "teoría
matemática de la lucha por la existencia" sería
necesario precisar también qué es la lucha por la
existencia, qué tipo de fenómenos explica (o
encubre), qué leyes rigen el crecimiento de las diferentes
poblaciones, si son las mismas en las poblaciones humanas y de
otros seres vivos, etc. Responder a estos interrogantes no
requiere solamente de una aproximación de la
biología a la matemática, sino también a
otras disciplinas científicas, como por ejemplo, la
economía
política porque el crecimiento demográfico no
es un fenómeno exclusivamente biológico o
reproductivo, sino también económico; tampoco es un
fenómeno exclusivamente cuantitativo sino cualitativo: las
poblaciones no permanecen estáticas sobre el mismo
territorio sino que migran y, en consecuencia, interactúan
unas con otras.
La equiparación de los animales (y los
hombres) con las "máquinas
bioquímicas", es otra de esas extrapolaciones mecanicistas
sobre las que está construida esta teoría: el
micromerismo. La genética se rige por las leyes de la
termodinámica, por lo que cada gen, como
cada molécula, debe tener una incidencia insignificante
sobre el carácter, es decir, se pierde la
individualización causal entre el gen y el carácter
que determina. Entonces los mendelistas comienzan a hablar de
caracteres cuantitativos, es decir, de caracteres que ya no son
contrastables, como los de Mendel, sino
graduales. La genética de poblaciones no solamente no
tiene fundamento alguno en Darwin sino que tampoco lo tiene en
Mendel. Los mendelistas han pasado de la concepción
discreta de Mendel a otra de carácter continuo, y ambas
son igualmente metafísicas. Si a Mendel y De Vries hay que
recordarles que los caracteres no siempre son totalmente
contrastables, a los biometristas hay que recordarles que entre
un grupo
sanguíneo y otro no hay término medio. Este el
punto en el que los nuevos mendelistas dejan de serlo y empiezan
a balbucear incoherencias: por un lado hablan de caracteres
continuos y, por el otro, de mutaciones discontinuas. El recurso
a la continuidad o a la discontinuidad es oportunista; depende de
las necesidades de la argumentación. Como veremos, para
encubrir sus contradicciones los manuales de los
mendelistas tienen que introducir nuevos conceptos sobre la
marcha:
a) poligenes: varios genes que actúan
-pero muy poco- sobre el mismo carácter b)
pleiotropía: un mismo gen que actúa sobre varios
caracteres
Los métodos
mendelianos son difíciles de aplicar a estos casos de
variación continua, reconocen Sinnott, Dunn y Dobzhansky:
parecen mezclarse en vez de segregar. Según ellos se debe
a la "acción
conjunta de varios o de muchos genes, cada uno de los cuales
tiene un efecto individual pequeño sobre el
carácter en cuestión". Ahora bien, no existe una
divisoria clara entre caracteres cualitativos y cuantitativos.
Además los caracteres cuantitativos tienen tendencia a
resultar influidos por el ambiente. Los
poligenes no son genes diferentes a los demás y su
acción es estadística (301). Todas esas
cábalas se lanzan al aire sin
ningún tipo de argumentación ni de prueba. Hay
poligenes que son genes pero cuyos efectos no son los de los
genes. Su efecto es "estadístico" pero no explican
qué clase de efectos son esos.
Otros autores, como Falconer, empiezan destacando que la
genética cuantitativa está en contradicción
con el mendelismo: "Los métodos de análisis
mendeliano no resultan apropiados en estos casos", dice
inicialmente para acabar luego afirmando que, sin embargo, los
principios y
las leyes son los mismos y que la genética cuantitativa es
una "extensión" de la mendeliana. Sin embargo, los genes
ya no determinan caracteres, como en el mendelismo, y mucho menos
se puede decir que un gen determina un carácter. Por lo
tanto, en contra de lo que sostenía Weismann, para
Falconer el objeto de estudio de tal genética cuantitativa
no son las progenies aisladas sino las poblaciones; no se trata
de clasificar sino de medir. Pero, como sutilmente reconoce el
autor, nada de esto tiene ningún fundamento
empírico: "El aspecto experimental de la Genética
Cuantitativa, sin embargo, ha quedado muy por atrás de su
desarrollo teórico, y existe todavía mucho camino
por avanzar para lograr su función complementaria. La
razón de esto es la dificultad de diseñar
experimentos de diagnóstico que discriminen, sin dejar
lugar a dudas, entre las muchas situaciones posibles visualizadas
por la teoría" (302). Por consiguiente, se trata de un
puro artificio matemático.
La teoría de las mutaciones se inventó para
cohonestar el mendelismo con la evolución, impidiendo a
toda costa la mención del ambiente exterior. De ahí
que las mutaciones resultaran auto mutaciones. Los genes estaban
fuera de la evolución, no variaban. La existencia de genes
dominantes y recesivos eran una especie de reserva
genética, de genes redundantes o sobrantes que no
servían para nada, algo que era contrario a la idea de
selección natural. Propició la idea de
"recombinación" como si los genes preexistieran desde
siempre, siendo la evolución una distinta
combinación de los mismos genes, la misma baraja con un
reparto diferente de cartas. En 1925
el descubrimiento de los efectos genéticos de las
radiaciones cambió la situación por completo… o
al menos hubiera debido hacerlo porque demostraba la incidencia
de los factores externos sobre el genoma. No fue así
porque se olvidó ese aspecto y se interpretó como
la segunda confirmación de la hipótesis del gen,
después de la teoría cromosómica. La
hipótesis del gen se transformó en la teoría
del gen: existían los genes porque se podían
modificar por medios
físicos. La parte ambiental no fue tomada en
consideración porque estimaron que, en realidad, no
había mutaciones inducidas exteriormente sino que los
agentes ambientales aumentaban la frecuencia de las mutaciones
naturales, entendidas éstas como "espontáneas", es
decir, aleatorias.
Un ejemplo puede ilustrar el papel del azar y de los factores
ambientales en genética, además de corroborar la
vaciedad de la teoría sintética: un carácter
tan importante como el sexo no
depende de ningún gen ni de ninguna secuencia de ADN. En el gusano
Bonellia viridis el sexo depende del sitio en el que se
depositen las larvas (303); en las tortugas de la temperatura de
incubación (304); y en los seres humanos de una
determinada combinación de los cromosomas. Uno
de los pares de los cromosomas homólogos, el que determina
el sexo del individuo, es distinto al resto. Las hembras
sólo producen gametos (óvulos) portadores de
cromosomas del tipo X, mientras que los varones producen la mitad
de gametos (espermatozoides) X y la otra mitad de gametos Y. La
probabilidad
de que al unirse los gametos resulte una combinación XX
(hembra) o XY (varón) es la misma que la de lanzar una
moneda al aire: el 50 por ciento. Ésa es la teoría.
Sin embargo, si al lanzar una moneda al aire no
encontráramos aproximadamente el mismo número de
caras que de cruces, sospecharíamos que la moneda no es
simétrica. Pues bien, desde hace siglos se sabe que nacen
más niños
que niñas, por lo que concurren factores exteriores que
modifican esa expectativa. Además, según un estudio
que publicó la revista
Biology Letters en abril de 2009, cuanto más
cerca del Ecuador viven
las poblaciones, más se reducen las diferencias entre
nacimientos masculinos y femeninos. La
investigación fue dirigida por Kristen Navarra, de la
Universidad de
Georgia, quien analizó los datos oficiales desde 1997
hasta 2006 procedentes de 202 países y publicados en el
World Factbook de la CIA. La conclusión es que la
población que vive en los trópicos tiene más
niñas en comparación con la que vive en otras
partes del mundo. La media de hembras nacidas en el mundo es de
487 por cada mil nacimientos. Sin embargo, en las latitudes
tropicales, por ejemplo en el África subsahariana, se
eleva hasta 492 niñas por cada mil nacimientos. Navarra
considera que podría deberse al tiempo más
cálido o a los días más largos. Es posible
que los gametos humanos se vean afectados por la luz ambiental y
la temperatura, y que estas variables favorezcan a uno u otro
género
en función de la latitud. De hecho, estudios previos en
mamíferos pequeños como
hámsteres siberianos revelan que estos animales tienen
más hijos varones durante los meses de invierno (305).
Esas consideraciones se pueden extender a las mutaciones, que
se han vuelto contra los mendelistas al convertirse en lo
contrario de lo que fueron en su origen, en una teoría de
la contaminación ambiental. A fin de cuentas lo que
Mendel denominó "factores" son secuencias de ADN, una
molécula de ácido nucleico que puede ser
sintetizada y alterada por numerosos fenómenos
químicos, físicos y biológicos de tipos muy
diversos. No hay auto mutaciones; las mutaciones tienen un origen
externo al ácido nucleico. Desde 1925 las experiencias al
respecto se han ido acumulando con el paso del tiempo. Dos
años después Muller lo confirmaba en Estados Unidos y
doce años después, Teissier y L"Heritier repitieron
la experiencia en Francia con el
gas carbónico. La interacción ambiental se ha demostrado no
sólo con las radiaciones (naturales y artificiales) sino
con las sustancias químicas ingeridas en los alimentos o
en el aire que respiramos y con los virus o bacterias con los que
el organismo entra en contacto. La nómina
agentes mutágenos es considerable: de 10.000 sustancias
químicas que se han estudiado, cerca de 1.000 son
mutágenas. Las bases nitrogenadas del ADN absorben luz a
una longitud de onda máxima de 260 nanómetros, que
es la propia de los rayos ultravioleta, de modo que este tipo de
radiaciones son mutagénicas. Como muchos compuestos
químicos, las bases tienden a oxidarse, produciendo un
compuesto molecular distinto. Por ejemplo, la guanina se
transforma en 8-oxoG de modo que en lugar de unirse a la citosina
de la otra hebra que la complementa en la misma molécula
de ADN, se une a la timina, transmitiéndose a la siguiente
generación celular. La oxidación de la guanina no
se produce al azar a lo largo de cualquier punto de la
molécula de ADN sino concentrada en ciertas secuencias
específicas.
La acción de los agentes mutágenos se manifiesta
por dos vías diferentes: directamente sobre el
ácido nucleico e indirectamente a través de la
metabolización del propio organismo (promutágeno).
Las mutaciones no son, en realidad, más que una parte de
los cambios que puede experimentar un genoma por efecto de las
circunstancias ambientales. En ocasiones no es necesario siquiera
que la composición del ADN o de sus bases se modifique
sino que basta con que se modifiquen las proteínas
que los envuelven. Así, además de oxidarse, las
bases también se metilan y las proteínas que las
rodean en el núcleo celular se acetilan, modificando su
funcionamiento. Según Dubinin, "el surgimiento de las
mutaciones está determinado por las variaciones de las
moléculas de DNA, las cuales surgen sobre la base de las
alteraciones en el metabolismo
del organismo y bajo la influencia directa de los factores del
medio
ambiente" (306). Lo interesante es destacar lo que hoy es
obvio, a saber:
— las mutaciones génicas tienen una causa o
varias, bien conocidas o que pueden llegarse a conocer —
son disfuncionales, es decir, provocan enfermedades,
malformaciones, abortos e incluso la muerte
— los mutantes tienen una capacidad reproductora muy
débil.
En una mutación pueden concurrir varias causas
difíciles de individualizar, pero no se puede decir que
ocurra al azar. Cuando la teoría sintética invoca
el azar lo que quieren decir es que no conocen las causas de la
mutación, es decir, expresan lo que a su ciencia le queda
aún por recorrer. Que una causa no se conozca no significa
que no se pueda llegar a conocer. Sin embargo, basta rastrear la
evolución del concepto de mutación para comprobar
que las observaciones al respecto se han multiplicado
progresivamente: cada vez se conocen más, se conocen mejor
y sus causas están más determinadas, hasta el punto
de que la radiobiología y la toxico genética se han
convertido en disciplinas con sustantividad propia, que no se han
desarrollado para hablar del azar precisamente. Desde hace un
siglo (307) es sabido que se pueden utilizar radiaciones
ionizantes como esterilizante o desinfectante, una
práctica cuya aplicación a los alimentos se ha
regulado recientemente por normas
jurídicas de la Unión
Europea. Los legisladores, pues, no deben confiar en el
carácter aleatorio de unas radiaciones capaces de acabar
con las bacterias de los alimentos pero no con los alimentos
mismos.
Otro ejemplo puede contribuir a ilustrar lo que vengo
defendiendo: si correlacionamos la edad de la madre con la
probabilidad de que alumbre un neonato con síndrome de
Down, es más que evidente el vínculo entre
ambas circunstancias:
Ahora bien, la edad de la madre no puede ser la causa sino
algún factor derivado del desarrollo materno que,
naturalmente, no aparece en el padre. Una de las explicaciones
más verosímiles reside en un fenómeno que ya
he comentado anteriormente: en el hombre los
espermatozoides tardan en formarse entre 65 y 75 días, por
lo que se trata de una célula que
no tiene la misma antigüedad que el organismo completo. Por
el contrario, en cada ovario de la mujer hay unos
400.000 óvulos desde el mismo momento del nacimiento,
desprendiendo uno de ellos en cada ciclo
menstrual a partir de la pubertad y
conservando (dictiotena) el resto expuestos a todo tipo de
circunstancias ambientales: radiaciones, estrés
oxidativo y otras circunstancias que provocan en ellos
alteraciones cromosómicas. La permanencia de los
cromosomas del ovocito puede ocasionar una división
incorrecta dando lugar a un ovocito con cromosomas
excedentes.
Debido al efecto mórbido de las mutaciones, los
dispositivos génicos tienen su propia capacidad de
autoprotección, que se refuerza a medida que se asciende
en la escala de las
especies. En el hombre no se conocen mutaciones viables y su
número no alcanza la tasa del dos por ciento de mutaciones
naturales de la mosca. No hay humanos mutantes porque los que
tienen un ADN diferente no se desarrollan o no se reproducen.
Paradójicamente puede decirse que es en las mutaciones
donde no aparece la herencia de los caracteres adquiridos. Ahora
bien, cuando los seres vivos mutantes son viables, sus
alteraciones génicas se transmiten hereditariamente, es
decir, son un caso de herencia de los caracteres adquiridos.
Las radiaciones son un ejemplo tan claro de esa
influencia que ha aparecido una disciplina, que se dedica a
estudiarla, bien a fin de determinar sus efectos
patológicos, bien como terapia para destruir células
tumorales. Son agentes mutágenos que inciden tanto sobre
los elementos vitales de la célula
como sobre alguno de sus componentes, como el agua. En este
último caso, la radiación
ioniza el átomo de
agua, expulsa radicales libres H y OH que a su vez forman agua
oxigenada (peróxido de hidrógeno), que es un oxidante. En el
interior de las células tanto los radicales libres como
los oxidantes rompen los enlaces de las moléculas,
alterando su naturaleza química. Las consecuencias
varían en función del tipo de moléculas
afectadas. Desde 1906 la ley Bergonié-Tribondeau expone
que las radiaciones afectan a los mecanismos reproductores
más que a cualesquiera otros. El plasma germinal, por
consiguiente, no sólo no es resistente sino que es menos
resistente que el cuerpo a ciertas acciones
ambientales. Existen radiaciones que no afectan a las
células hasta que éstas se dividen, y entonces
sucede que:
— muere al dividirse (muerte
mitótica) — se divide de manera incontrolada —
impide la división y crea esterilidad — no afecta a
la célula directamente sino únicamente a su
descendencia
Buena prueba de que las radiaciones no provocan
mutaciones al azar es que, hasta cierto punto, se pueden
controlar. Así, está comprobado que la irradiación de los tejidos impide su
regeneración, de manera que si se irradia un animal con
capacidad de regeneración, como una lombriz por ejemplo, y
luego se trocea, no se regenera. Pero si se cubre una parte de
ella, sí se puede regenerar el animal completo a partir de
ahí, incluso aunque la amputación tenga lugar en
una parte alejada de la zona irradiada, lo cual indica que las
células no irradiadas se desplazan para regenerar el resto
del cuerpo. También se puede concluir sosteniendo que la
irradiación sólo impide la regeneración de
aquellas células a las que afecta (308).
La ley Bergonié-Tribondeau se puede
expresar mediante una escala de sensibilidad que
clasificaría a las moléculas celulares de la forma
siguiente: ADN > ARN > proteínas. La sensibilidad
genómica a las radiaciones es mil veces superior que la
del citoplasma. Por más que sea una convicción muy
extendida, es falso que las bajas dosis de radiactividad no sean
peligrosas para la salud, es falso que haya "dosis admisibles" de
radiactividad. Lo que Muller demostró en 1927 es que no
existía umbral mínimo para las mutaciones
genéticas inducidas por rayos X.
Prácticamente cualquier dosis es lesiva, influye sobre el
genoma. A pesar de ello los manuales de genética afirman
precisamente todo lo contrario, una supuesta capacidad de
resistencia
del genoma ante las modificaciones ambientales: "El genotipo es
una característica de un organismo individual
esencialmente fija; permanece constante a lo largo de la vida y
es prácticamente inmodificable por efectos ambientales"
(309).
La contaminación radiactiva no sólo
mata o enferma a la generación actual, sino que
seguirá matando y enfermando a las generaciones futuras
para siempre. En 1945 lo más grave no fueron las
explosiones atómicas en Hiroshima y Nagasaki sino las
partículas radiactivas que se liberaron. Las explosiones
asesinaron a 300.000 japoneses directamente, pero las
partículas radiactivas lanzadas a la estratosfera dieron
la vuelta al mundo; siguen y seguirán entre nosotros
afectando a toda la humanidad. Además, los efectos de las
radiaciones se transmiten a las generaciones sucesivas de quien
las padece; son ellas las que experimentan sus consecuencias. En
abril de 2009 un grupo de investigadores suecos utilizaron la
incidencia de la
contaminación atómica ambiental sobre el ADN
para fechar la regeneración de las células
cardiacas. Las pruebas con
bombas nucleares
realizadas en la posguerra tuvieron como resultado la
producción masiva de isótopos radiactivos de
carbono-14 que
se trasladaron desde la atmósfera a las células de
todos los seres vivos, alcanzando también al ADN.
Éste integra el carbono-14 en una concentración que
se corresponde exactamente con el nivel atmosférico del
momento en el que aparece la célula de la que forma parte.
Midiendo la presencia de carbono-14 en el ADN de las
células es posible saber la fecha en la que se generaron
y, de este modo, inferir retrospectivamente la antigüedad de
las mismas así como la renovación que se debe haber
producido. Naturalmente el ADN de cada célula tiene unos
niveles diferentes de carbono-14 que dependen de los niveles de
contaminación radiactiva ambiental.
Es difícil poner un ejemplo más claro de
herencia de los caracteres adquiridos. No hay demostración
más dramática que las secuelas de los bombardeos
atómicos de Hiroshima y Nagasaki sobre los supervivientes
y su descendencia. En la guerra de
Vietnam, los estadounidenses bombardearon a la
población con el "agente naranja" que contenía
dioxinas, una sustancia tóxica que ha pasado de
generación en generación provocando la
aparición de tumores, leucemias linfáticas,
anormalidades fetales y alteraciones del sistema nervioso
en tres millones de vietnamitas. Con el tiempo los bombardeos
atómicos han aumentado en agresividad. El número de
átomos radiactivos lanzados en las guerras de
Irak y
Afganistán es cientos de miles de veces
mayor que los liberados por las bombas de Hiroshima y Nagasaki.
Desde la primera guerra del
Golfo en 1991 en Irak han aumentado las malformaciones
monstruosas, los cánceres y otras enfermedades. En Faluya
el 75 por ciento nacen deformes y el 24 por ciento mueren en su
primera semana de vida (310). La causa principal de las
malformaciones neonatales es la contaminación radiactiva
por el empleo de las
armas mal
llamadas de "uranio empobrecido", que contienen elementos
radiactivos, como el uranio-236, que no existen en la naturaleza,
y que se han encontrado en la orina y autopsias de veteranos de
guerra, de la población afgana e iraquí.
También se han encontrado restos de plutonio, como se
comprobó tras el bombardeo de Yugoslavia, y contiene
uranio enriquecido, como se comprobó tras la guerra del
Líbano. Según confesión propia a la ONU, en diciembre
de 2008 Israel
bombardeó Gaza con fósforo blanco cuyos efectos no
tardarán en hacerse notar.
Todo eso a pesar de que la herencia de los caracteres
adquiridos no está demostrada. ¿Qué
hará falta para demostrarlo?
Cuatro tendencias en
la biología soviética
Como ciencia de los organismos vivos, la biología
involucra de una manera directa las contradicciones decisivas de
la dialéctica: la producción y la
reproducción, la continuidad y la discontinuidad, la
herencia y el medio, entre otras cuestiones. Pero esas
interrelaciones, dice Engels, no se pueden "encajar" en los
hechos sino que es preciso "descubrirlas" en ellos y verificarlas
por medio de la experimentación. Ni en biología ni
en ninguna otra ciencia la dialéctica
materialista tiene nada diferente que decir, salvo
reconocerse a sí misma, lo cual significa defender los
postulados que han sido corroborados empíricamente por la
experimentación y la observación, separándolos de las
adherencias ajenas. La ciencia es única, si bien no es
fácil reconocerla en cada momento porque, como cualquier
fenómeno, está en permanente proceso de
cambio. La
explicación estática y
canónica, tan usual en los manuales, conduce a una
concepción equivocada del saber, que a lo largo del tiempo
ha evolucionado tanto como las especies.
Las posiciones de la dialéctica materialista respecto
de la biología, harto resumidas, ya fueron expuestas en
los inicios mismos del darwinismo por Engels en el
"Anti-Dühring" y la "Dialéctica de la naturaleza",
aunque este último texto no se
conoció hasta su publicación en 1925 en
alemán y posteriormente en ruso. Engels destacó que
un fenómeno tan complejo como la evolución
sólo se puede explicar sobre la base de una
colaboración entre múltiples disciplinas
científicas, algo diametralmente opuesto a lo que en la
actualidad se observa, ya que la genética ha fagocitado a
las demás ciencias de la
vida, imponiendo a los genes como causa única y exclusiva
de toda la evolución de la materia viva
desde sus orígenes. No hay espectáculo más
penoso que los actuales manuales de paleontología,
reconvertidos en una rama de la genética, tratando de
explicar la transformación de los homínidos en
carnívoros con alambicados argumentos mutacionistas.
También advertía Engels, más que
justificadamente, de que las líneas "duras y
rígidas" son incompatibles con el evolucionismo y,
naturalmente, con la dialéctica. Sin embargo,
también comprobamos hoy que la biología se ha
llenado de barreras metafísicas infranqueables e
insuperables que jamás se comunican, la más
conocida de las cuales son las que separan al medio ambiente del
organismo y luego a éste de sus propios genes, hasta el
punto de que la teoría sintética pretende hacer
creer que los genes -si es que existe algo así- ni
siquiera forman parte del cuerpo. Estas barreras
metafísicas no nacen en la biología sino que, junto
con el atomismo, se importan de la física a mediados del
siglo XVIII: el medio (el espacio, el tiempo) es el escenario en
el que se manifiesta la acción de las fuerzas
físicas y, por su mismo carácter absoluto, no
depende de los cuerpos. El continente es diferente del contenido.
Trasladado a la biología, el medio se divorcia del fin, de
modo que, para ser verdaderamente científica,
también debía separar los fines de los medios. Esta
operación llega envuelta en la quiebra del
concepto tradicional, amplio, de causalidad, que estaba siendo
sustituido por otro mucho más restringido. Aristóteles hablaba de causas formales,
materiales,
finales y eficientes, mientras que en el siglo XVIII sólo
quedarán las dos últimas.
Este proceso conducirá a la oposición entre
ambos tipos de causas, las eficientes y las finales, que era el
preludio de la eliminación de las primeras, las finales,
que desaparecerán en el siglo siguiente como consecuencia
del mecanicismo, considerando que sólo las causas
eficientes son causas verdaderas, una operación
característica de la economía del pensamiento
porque, en expresión de Bacon, las causas finales son
"vírgenes estériles" (311). En las corrientes
dominantes de la biología el finalismo es un insulto
porque no admiten ninguna clase de causa final, interpretada
siempre como algo trascendente, normalmente por referencia al
creador, a la providencia divina, para rechazar cualquier
posibilidad de un plan externo a la
naturaleza misma. En su lugar ponen un determinismo calificado de
"ciego", dominado por el azar, en donde la evolución no se
interpreta como un progreso que se manifiesta en la
clasificación de las especies.
Después de la demostración de Galileo de la
caída de los cuerpos, la física se encaminó
hacia la adquisición de un concepto clave como el de
energía a través del de "mínima
acción", en donde el concepto de "acción"
está cuantificado por una magnitud escalar y definido
junto a otros muy cercanos como cantidad de movimiento o trabajo.
También procede de Aristóteles y también
tuvo siempre un claro sentido finalista, e incluso vitalista,
pues en sus proximidades crecieron otros conceptos como el de
"fuerza viva"
de Leibniz, actualmente denominada "energía
cinética". Fue Maupertuis en 1744 quien formuló el
postulado de acción mínima con un claro sentido
finalista bajo el nombre de "ley de economía de la
naturaleza": la naturaleza es ahorrativa en todas sus acciones,
no produce nada inútilmente (natura nihil facit
frustra). En cualquier cambio que se produzca, la suma de
las acciones (energías) consumidas es la más
pequeña posible. Como el hombre, la naturaleza
también "elige" entre las distintas opciones que se les
presentan aquella que resulta más barata. Hoy las
corrientes dominantes en la biología siguen ancladas en
este tipo de formulaciones del siglo XVIII.
Cuando en el siglo XIX el concepto de energía
generaliza las nociones previas de calor,
cantidad de movimiento y otras, consolida al mismo tiempo tanto
el principio capital de su
conservación, la antigua acción mínima, como
el de potencialidad, sobre el que habrá que volver a
insistir más adelante. El principio de conservación
de la energía empieza en Descartes con
su equivalente de conservación de la cantidad de
movimiento y adquiere un carácter dinámico de tal
modo que la energía se define como la capacidad para
modificar un estado previo,
un movimiento o de realizar un trabajo. Conduce, pues, a la
noción de potencia y
está estrechamente vinculado al cambio, a la dinámica, que en la matemática
conducirá inmediatamente al "cálculo
variacional" (las fluxiones de Newton), al
intento de medir los cambios: "El punto de viraje en las
matemáticas -escribió Engels- fue la magnitud
variable de Descartes. Con ella vino el movimiento, y por lo
tanto la dialéctica en las matemáticas, y en el
acto además, por necesidad, el cálculo
diferencial e integral, que además empieza en seguida,
y que en general, fue completado por Newton y Leibniz, no
descubierto por ellos" (312).
La biología importará para su acervo conceptual
estas concepciones físicas en el mismo estado en el que se
concibieron, singularmente a la energía como algo separado
de la masa. Galileo había demostrado que los cuerpos caen
a la misma velocidad con
independencia
de su masa o, por decirlo en el lenguaje
hilemorfista aristotélico que Newton mantuvo: la
energía, la fuerza, el impulso, están separados de
los cuerpos, la causa está separada de su efecto, el
movimiento, los principios activos
están separados de los pasivos, la vis viva de la
vis inertiae, etc. Se creó un abismo entre la
causa eficiente, mecánica, natural o inconsciente, y la
causa final, intencional, consciente o artificial (313). Era un
complejo de inferioridad ante una ciencia que siempre parece como
"dura", es decir, más científica que las
demás, si bien la noción de energía en
física se define de una manera que no deja de ser
finalista: es la capacidad para desarrollar un trabajo. Por eso
decía Poincaré que el principio de acción
mínima tiene "algo de chocante para el espíritu";
presenta los fenómenos físicos como si fueran seres
animados y libres, por lo que sería mejor reemplazar su
formulación por otra en la cual "las causas finales no
parecieran sustituir a las causas eficientes" (314).
Una formulación diferente nunca podrá disimular
las cosas. Causalidad y finalidad forman una unidad
dialéctica o, si se prefiere, un proceso circular o
cíclico. En el griego antiguo la palabra "cambio" se
traducía por metabolei, un término que
también tiene connotaciones claramente biológicas y
que remite a la noción de interacción, la causa
sui de Espinosa. Del mismo modo, para Kant, el
organismo forma una unidad articulada en donde "todo es fin y
recíprocamente medio". Hegel
siguió esa misma línea de crítica
del mecanicismo, al que opuso lo que calificó de
"quimismo". Un error de los más graves, según
Hegel, es la aplicación del mecanicismo a la materia
orgánica, que debe ser sustituido por la acción
recíproca. En las vinculaciones mecánicas los
objetos se relacionan de una manera exterior, unos
independientemente de los otros; en la química, unos se
completan con los otros. Las causas no están separadas de
sus efectos, ni los medios de los fines: "Aun el fin alcanzado es
un objeto que sirve a su vez de medio para otros fines, y
así hasta el infinito" (314b). Como en cualesquiera otros,
en los fenómenos de la naturaleza, decía Le Dantec,
las causas se convierten en efecto y los efectos en causas (315).
Los efectos retroalimentan a las causas. Los dispositivos
biológicos funcionan de manera reactiva ante los
estímulos exteriores. Con distintas variantes la
interacción entre la causa y el efecto se manifiesta en
los más diversos fenómenos biológicos, e
incluso sicológicos: es la homeóstasis
fisiológica, la memoria, la
imitación, el reflejo sicológico o la retroalimentación cibernética de los sistemas abiertos
(316). Así, ante una agresión del entorno
(antígeno), el sistema
inmunitario del organismo, después de reconocer el tipo
concreto de
ataque, reacciona segregando anticuerpos que interactúan
con los invasores para eliminarlos.
Otro ejemplo: la estatura de una persona tiene un
indudable componente génico que se transmite
hereditariamente a la descendencia; de progenitores altos nacen
descendientes también altos. Ahora bien, este tipo de
fenómenos deben analizarse de manera evolutiva.
Así, la estatura media en España ha
crecido en las últimas décadas, lo cual no puede
imputarse al genoma sino a otros factores, tales como la mejora
en la cantidad y en la calidad de la
alimentación. Lo mismo sucede con la estatura de los
homínidos, que ha crecido a lo largo de su
evolución.
Las explicaciones unilaterales, deterministas o finalistas,
han promovido agotadoras controversias en biología que
resultan irresolubles en la forma en que se han planteado porque
sus presupuestos
son metafísicos; no tienen en cuenta la evolución.
Así, el mendelismo se limita a exponer sólo una
parte de los hechos. Lo que toma como factores causales
originarios (genoma, célula, fecundación sexual) son efectivamente causa
inmediata de números fenómenos vitales. Pero a su
vez son componentes vitales muy complejos y muy organizados que
no pueden tener un carácter originario, por muchos saltos
cualitativos y mutaciones que se puedan imaginar. Su
aparición evolutiva constituye una etapa muy larga cuyo
punto de partida han sido otras formas intermedias de organización de la materia viva, más
elementales y rudimentarias. Por consiguiente, son a su vez
consecuencia de otros primigenios, el instrumento a través
del cual se transmiten determinados cambios en el ambiente y en
el cuerpo del ser vivo. Un factor causal directo e inmediato que
no excluye, a su vez, la intervención de otro tipo de
factores diferentes que, generalmente, tienen una importancia
mucho mayor que el propio genoma y de los cuales depende el
genoma mismo. En un sentido evolutivo el genoma no es causa sino
consecuencia de esos otros factores, y lo mismo cabe decir de las
células eucariotas (nucleadas), la fecundación y la
reproducción sexual, en general, que sólo existen
en los organismos más evolucionados y, por tanto, en los
de aparición más tardía. La
conclusión, pues, es que los factores hereditarios son una
causa pero, ante todo, un efecto de la evolución,
contribuyendo a la aceleración de los cambios y, por lo
tanto, de la marcha de la evolución. Por lo tanto, tampoco
se pueden identificar con la vida misma porque la vida no se
resume ni se reduce a ninguna de sus formas materiales tomada por
separado. Cualquier forma de vida, por simple que sea, es una
articulación de varios componentes orgánicos
distintos, nunca de uno sólo. La vida no es ADN, ni
células ni fecundación. Hay formas de vida que no
se basan en el ADN, ni son celulares y ni conocen la
fecundación.
Como es habitual, a la hora de inculpar al finalismo Lamarck
se convirtió en el blanco de las iras de los neo
darwinistas. Pero una vez más, han construido un enemigo a
su imagen y
semejanza porque lo que el naturalista francés dijo con
claridad fue lo siguiente: "Es un verdadero error atribuir a la
naturaleza un fin, una intención cualquiera en sus
operaciones; y
este error es uno de los más comunes entre los
naturalistas". Un poco más adelante repite que los fines
en los animales no son más que una apariencia: no son
verdaderos fines sino necesidades (317). Sin embargo,
también hay que tener presente que el actualismo, por un
lado, así como la insistencia funcionalista de Lamarck,
por el otro, le da un cierto aire finalista a algunos de sus
textos, de lo que algunos historiadores neo darwinistas de la
biología se han aprovechando para ridiculizar su
pensamiento.
Aunque a los neo darwinistas les repugne reconocerlo, la obra
de Darwin está lejos del ciego determinismo que pretenden
imputarle. En ella aparecen las profundas raíces
aristotélicas sobre las que se asienta el pensamiento del
naturalista británico, donde una cierta idea de finalidad
también está claramente presente, lo mismo que en
Lamarck. Según Darwin la evolución tiene su origen
en la "selección natural", un fenómeno que no es
diferente de la "selección" que el hombre lleva a cabo. Su
noción de "selección natural" no es, pues,
más que una "elección que lleva a cabo la
naturaleza en favor del mejor, el más apto o el más
fuerte, es decir, un concepto antropomorfo. Darwin alude en
numerosas ocasiones a la idea de fin y perfección: "Todo
ser tiende a perfeccionarse cada vez más en
relación con sus condiciones. Este perfeccionamiento
conduce inevitablemente al progreso gradual de la
organización del mayor número de seres
vivientes en todo el mundo. Pero entramos aquí en un
asunto muy intrincado, pues los naturalistas no han definido a
satisfacción de todos lo que se entiende por progreso en
la organización" (318). Sin embargo, según el
evolucionista británico las tendencias teleológicas
de los seres vivos no son unilaterales sino contradictorias: "Hay
una lucha constante entre la tendencia, por un lado, a la
regresión a un estado menos perfecto, junto con una
tendencia innata a nuevas variaciones y, por otro lado, la fuerza
de una selección continua para conservar pura la raza. A
la larga la selección triunfa" (319). No obstante,
continúa Darwin, en ocasiones prevalece la tendencia
opuesta: "He sentado que la hipótesis más probable
para explicar la reaparición de los caracteres
antiquísimos es que hay una "tendencia" en los
jóvenes de cada generación sucesiva a producir el
carácter perdido hace mucho tiempo y que esta tendencia,
por causas desconocidas, a veces prevalece" (320). Como en
Lamarck, la noción de fin en Darwin tiene que ver con la
de función, es decir, con la adaptación ambiental.
De ahí que hable de órganos "creados para un fin
especial" (321).
La dialéctica materialista defiende la tesis de la
unidad del organismo vivo con su medio. Ambos forman una unidad
contradictoria. Los seres vivos se caracterizan por su capacidad
de metabolizar la materia inorgánica y, por consiguiente,
de relacionarse de alguna manera con el medio circundante, de
transformarlo en materia viva, de obrar por sí misma el
"milagro" de la creación. En expresión de Marx: "La
naturaleza es el cuerpo inorgánico del hombre" (322).
Por su parte, Engels estaba tan lejos del reduccionismo
mendelista como del reduccionismo ambientalista. En su
"Dialéctica de la naturaleza" recoge la siguiente tesis de
Haeckel, recibida a su vez de Prosper Lucas, como núcleo
central de la teoría evolucionista: "Desde la simple
célula en adelante, la teoría de la
evolución demuestra que cada avance hasta la planta
más complicada, por un lado, y hasta el hombre, por el
otro, se realiza en el continuo conflicto
entre la herencia y la adaptación […] Se puede concebir
la herencia como el lado positivo, conservador, y la
adaptación como el lado negativo que destruye
continuamente lo que heredó, pero de la misma manera se
puede tomar la adaptación como la actividad creadora,
activa, positiva, y la herencia como la actividad resistente,
pasiva, negativa" (322). Engels sostenía la mutua
interacción de los dos factores fundamentales: el
organismo y el medio, el genoma y el cuerpo, en donde el medio
tiene un carácter dominante o principal respecto al
organismo y al genoma. Los manuales de genética que, en
raras ocasiones, aluden a la acción del medio ambiente,
sostienen precisamente lo contrario: los genes son el elemento
dominante y el medio ambiente "simplemente aporta la materia prima"
(323). Esta tesis es anti evolucionista: ¿de dónde
ha salido la materia prima de la que se componen los genes?
Un tipo de reduccionismo genómico conduce a extraer
conclusiones erróneas en el sentido opuesto, que es muy
corriente en determinados medios progresistas, propensos a
otorgar una relevancia especial a los factores ambientales por
encima de cualesquiera otros, tanto en biología como en
sociología, a pesar de la multiplicidad de
condicionantes que concurren. Es un punto de partida empirista
que arranca del error de concebir los organismos vivos como
"tablas rasas", materiales plásticos
sobre los que impacta el medio exterior, materia prima
absolutamente moldeable. Sin embargo, no todos los factores
ambientales influyen siempre, ni influyen de la misma manera y
mucho menos influyen de manera permanente, generación tras
generación porque el medio cambia con el tiempo. El
ambientalismo es unilateral, según Engels, porque presenta
las cosas "como si la naturaleza fuese la única que
reacciona sobre el hombre y las condiciones naturales
determinasen en todas partes, y de manera exclusiva, su
desarrollo histórico […] Olvida que el hombre
también actúa sobre la naturaleza, la cambia y crea
nuevas condiciones de existencia para sí" (324). No
sólo el medio influye sobre el organismo sino que el
organismo también influye sobre el medio. El hombre no
sólo cambia el medio sino que también cambia de
medio, emigra, busca nuevos espacios, nuevas fuentes de
sostenimiento, nuevos climas, nuevos cultivos, etc. Lo que
habitualmente consideramos como naturaleza es algo bien
artificial, una creación del animal que la habita. Nuestra
alimentación no nos viene impuesta de la naturaleza sino
que es algo que nosotros hemos seleccionado en ella y que, a su
vez, nos selecciona a nosotros. La fábrica en la que
trabajamos, la casa en la que vivimos y la calle por la que
paseamos no son obras de la naturaleza sino creaciones del
hombre. El paisaje urbano que nos rodea, la temperatura que nos
envuelve y el aire que respiramos, es el medio que hemos creado
para nosotros mismos. Por consiguiente, la selección
natural también es una selección de la naturaleza:
el medio selecciona al hombre y el hombre selecciona el
medio.
La materia viva es distinta de la inerte y, en su
evolución, se separa y aísla cada vez más de
ella. El hombre ha logrado aislarse del medio creando uno a su
imagen y semejanza. Este fenómeno cada vez tiene
más importancia evolutiva. Es el punto en el que,
finalmente, los antilamarckistas tienen plena razón: a
medida que la evolución progresa, las formas más
desarrolladas de vida son mucho más capaces de aislarse
del medio. Pero en ningún caso podrán nunca romper
con él. En mucha menor medida esto mismo se puede predicar
de otras especies pero es especialmente pertinente para los
mendelistas que pretenden reducir al hombre a su condición
puramente biológica o animal, ignorando su componente
social: "El animal es uno inmediatamente con su actividad vital.
No se distingue de ella. Es ella. El hombre hace de su actividad
vital misma objeto de su voluntad y de su conciencia. Tiene
actividad vital consciente. No es una determinación con la
que el hombre se funda inmediatamente. La actividad vital
consciente distingue inmediatamente al hombre de la actividad
vital animal […] Es cierto que también el animal
produce. Se construye un nido, viviendas, como las abejas, los
castores, las hormigas, etc. Pero produce únicamente lo
que necesita inmediatamente para sí o para su prole;
produce unilateralmente, mientras que el hombre produce
universalmente; produce únicamente por mandato de la
necesidad física inmediata, mientras que el hombre produce
incluso libre de la necesidad física y sólo produce
realmente liberado de ella; el animal se produce sólo a
sí mismo, mientras que el hombre reproduce la naturaleza
entera; el producto del
animal pertenece inmediatamente a su cuerpo físico,
mientras que el hombre sabe producir según la medida de
cualquier especie y sabe siempre imponer al objeto la medida que
le es inherente […] Es sólo en la elaboración del
mundo objetivo en
donde el hombre se afirma realmente como un ser genérico.
Esta producción es su vida genérica. Mediante ella
aparece la naturaleza como su obra y su realidad" (325).
El biólogo marxista español
Faustino Cordón dio una explicación magistral de la
interacción del medio con el organismo vivo, con una
claridad pocas veces lograda en biología: "Los seres vivos
son criaturas del medio en que viven, la genética debe
esclarecer cómo se verifican la adquisición y
conservación de los caracteres por las especies,
profundizando en los procesos por
los que el ser vivo asimila y corrige constantemente las
influencias del medio; debe tomar como supuesto estas permanentes
acción y reacción entre el medio y el organismo,
entender la vida como un equilibrio
-que puede desplazarse- y no considerar el ser vivo haciendo
abstracción del medio al que pertenece". Siguiendo a
Darwin, Cordón recuerda que el medio actúa
directamente sobre el organismo vivo, creando los rasgos del
fenotipo, y también indirectamente, a través del
genoma. En los animales superiores -continúa
Cordón- es predominante la forma indirecta, a lo que
añade una precisión muy importante: "Esta
aseveración no debe oscurecer otra posible verdad; a
saber, que el proceso ontogénico, que lleva del genotipo
al fenotipo, está plasmado por una suerte de otro proceso
que primigeniamente, a la inversa, hubo de ir guardando, en
estado potencial, en células de función germinativa
creciente caracteres del soma que se habían moldeado en
él por efecto directo del medio. Vía que en
ningún ser vivo debe estar totalmente cerrada, siquiera en
los más evolucionados el medio haya de limitarse ya a
desarrollar las posibilidades intrínsecas de
evolución que poseen las criaturas directas suyas que
encerró en las células germinales dicho proceso
ancestral y en cierto sentido también inverso del
filogénico que hoy conocemos (ya que el medio por
selección natural no puede operar sino sobre lo que es
congruente)". Cordón continúa matizando de forma
magistral con una observación muy aguda: que "la
conservación y la adquisición de un carácter
no deben ser, probablemente, sino resultados distintos de un
mismo proceso" (326).
Para Waddington el desarrollo de los animales es el resultado
de la auto organización; la tendencia a la auto
organización es "la característica más
importante" de las células y "una de sus más
misteriosas propiedades" (327). Según Waddington, el
embrión es un sistema organizado y autor regulado: "Una de
las propiedades más llamativas de los embriones es la de
ser capaces de "regular", es decir, que a pesar de cercenar una
parte de los mismos o de lesionarlos de varias maneras, muestran
fuerte tendencia a terminar su desarrollo con un resultado final
normal. Las fuerzas que configuran la morfología
no pueden actuar con entera independencia y sin tener en cuenta
lo que está ocurriendo alrededor. Han de tener la misma
facultad que les permita compensar las anormalidades y adaptarse
a la sustancia que las rodea, como ya tuvimos ocasión de
advertir en los procesos químicos que intervienen en la
diferenciación de los tejidos". El concepto de
"regulación" lo toma Waddington de la cibernética y
lo relaciona de manera precisa con el de "finalidad", aunque para
no acabar equiparado con el hilozoísmo alude más
bien a una "cuasi-finalidad", algo en lo que también
coincide con Kant o con lo que Lamarck consideraba como
"voluntad" en el animal. Al mismo tiempo, para escapar del
micromerismo, Waddington habla de "organicismo", que
concebía como un circuito cibernético "donde nada
es ya causa o efecto". El biólogo escocés detectaba
al menos tres de esos circuitos
cibernéticos: "Uno pone al animal en relación con
el medio y los otros dos relacionan los caracteres adquiridos con
las mutaciones que, a su vez, están sujetas a circuitos
reverberantes propios del desarrollo ontogénico". La
cibernética le conduce a la noción de finalidad:
"Hemos aprendido ya a construir mecanismos accionados por
procesos que no son provocados por una causa final, pero que se
integran en una máquina proyectada para un fin
pre-determinado". Los procesos de desarrollo tienen tendencia a
alcanzar siempre el resultado final previsto, aún en
circunstancias anormales (328).
Piaget ha tratado de restringir la noción de finalidad
en biología que, según él, involucra tres
significaciones distintas. En primer lugar, está la de
utilidad
funcional, que puede desligarse de la de fin si se interpreta
como regulación homeostática o interna al
organismo. La segunda es la de adaptación, que
también puede excluir la de finalidad si se entiende como
otra regulación, pero de tipo externo o relacionado con el
medio ambiente. La tercera es la de anticipación, que
también puede reconducirse, dice Piaget, a la
regulación porque la retroalimentación se puede
convertir en previsión. Hay una cuarta
significación posible, según Piaget, que es la de
finalidad en sentido estricto o plan en su acepción
sicológica, es decir, referido a la conciencia. A partir
de la constatación de que la idea de finalidad ha ido
perdiendo terreno progresivamente para centrarse en esa
última acepción, el sicólogo suizo se
pregunta si la noción de finalidad añade algo
más a la de regulación. Según él se
trata de una noción "infantil" o animista en el sentido de
que remite a la pregunta típica de los niños:
¿por qué?, a la que los adultos no son capaces de
contestar en numerosas ocasiones. En la sicología adulta,
la noción de finalidad va perdiendo terreno, que es una
forma de resignación ante la realidad, como si el mundo
que nos rodea no pudiera ser diferente de lo que es. Según
Piaget, la noción de finalidad es producto de la
indiferenciación entre lo objetivo y lo subjetivo, lo
físico y lo sicológico, lo inerte y lo vivo, lo
natural y lo humano (329). La finalidad subsistirá, pues,
en la medida en que tales dicotomías no son absolutas. En
efecto, es difícil ignorar alguna forma de
teleología cuando vemos a los gatos corriendo
detrás de los ratones o cuando observamos que podemos
enterrar cada semilla en una posición diferente, a pesar
de lo cual el tallo de la planta que de ella brote siempre
saldrá al aire; nunca profundizará más hacia
el interior de la tierra,
como si "buscara" la luz y fuera capaz de encontrarla.
En la epigenética actual se utiliza en ocasiones una
fórmula parecida que enmascara la acción del medio
ambiente: genotipo + ambiente ? fenotipo. Esta fórmula es
un preformismo atenuado. El ambiente exterior genera un "ruido
epigenético" que distorsiona la producción
genotípica perfecta. Lo que pretende sostener es que el
ambiente no incide sobre la dotación génica sino
sólo sobre sus efectos, sobre su expresión. Para
superar las lagunas de la genética formalista, los
científicos se han visto obligados a recurrir a continuos
remiendos como ese, prueba de la insuficiencia de las
teorías sobre las que han venido apoyándose. No
obstante los desmentidos, la epigenética es un retorno de
la herejía, de la heredabilidad de los caracteres
adquiridos (330) porque el medio no sólo influye sobre la
expresión del genoma sino sobre el genoma mismo. Como
afirma E. B. Ford, "se observó muy pronto que los genes
sufren la acción del medio ambiente, y
recíprocamente". Este mismo genetista añade
también otra noción básica de la
dialéctica: que "el medio no es sólo externo sino
interno" (331), algo que viene de Lamarck, aunque nunca se le
mencione al naturalista francés. El organismo vivo forma
una unidad de contrarios con su medio, con el aire (o el agua),
con la alimentación, con la luz y las radiaciones, con la
temperatura, etc. No se puede estudiar al medio por un lado y al
organismo por otro. El organismo debe mantener unas constantes,
un equilibrio homeostático, que el ambiente altera
continuamente, obligándole a reaccionar.
El medio exterior se convierte en interior. Influye sobre el
organismo normalmente a través de una
metabolización o transformación previa del propio
organismo. La miel que fabrican las abejas es una
metabolización del néctar y otros jugos dulces que
succionan de las flores. La misma abeja fabrica tipos de miel
diferentes según el tipo de flor que haya libado, de modo
que las mieles se clasifican en función de la flor
originaria y no de la abeja que la elaboró: entre muchas
otras, hay mieles de azahar, trébol, alfalfa, espliego,
eucalipto, romero y tomillo. La composición nutritiva de
la miel no varía con la abeja sino con la flora de origen,
la zona, el clima o la
altitud. Al néctar las abejas añaden sustancias
propias de su organismo (enzimas) y se
transforman en miel en sacos especiales situados en su
esófago. Luego madura en los panales dentro de las
colmenas. Como escribió Engels, "la vida es un continuo
intercambio metabólico con el medio natural […] El
metabolismo consiste en la absorción de sustancias cuya
composición química se modifica, que son asimilados
por el organismo y cuyos residuos se segregan junto con los
productos de
descomposición del propio organismo" (332). Por lo tanto,
la distinción entre lo interno y lo externo es relativa;
en unos casos determinados componentes del medio son externos y
en otros internos. En una colmena de abejas, la flora circundante
es el medio frente al cual las abejas forman una unidad; pero
para cada una de ellas, las demás abejas también
son su medio e interactúan unas con otras. En unos casos
las bacterias son externas al organismo humano y en otras forman
parte de él, desempeñando determinadas funciones vitales
o mortales.
Además, la dialéctica exige estudiar los seres
vivos en su ciclo de desarrollo y cambio permanente, no como
elementos estáticos: "Cuando se quiere hacer algo en el
campo de la ciencia teórica a un nivel que abarque el
conjunto, no hay que considerar los fenómenos naturales
como unas cantidades inmutables, como hacen la mayoría de
las personas, sino considerarlos, al contrario, en su
evolución, como susceptibles de modificación, de
evolución, fluidos. Y todavía hoy es en Hegel donde
esto se aprende con más facilidad" (334). Por ejemplo, una
embarazada no puede exponerse a radiaciones que, aunque sean
inocuas para ella, afectan al feto; luego
una misma causa provoca efectos diferentes según la fase
de desarrollo en que se encuentre el organismo. Otro ejemplo: las
enfermedades tienen un origen muy diferente; unas son de origen
predominantemente genético, otras son predominantemente
ambientales. Pero, cualquiera que sea su origen, una enfermedad
no afecta lo mismo a un niño que a un adulto. Así,
se conocen unas 5.000 enfermedades catalogadas como
genéticas, de las cuales sólo 1.600 se consideran
causadas por un única secuencia de ADN. De éstas,
en un 90 por ciento de los casos ese gen no afecta al portador,
no se manifiesta en él como enfermedad. Por lo tanto, el
genoma está muy lejos de tener el carácter
ineluctable que le atribuyen; en consecuencia, además del
gen serán necesarias otras circunstancias para que la
patología se manifieste. La enfermedad denominada "corea
de Huntington" ("baile de San Vito") es de tipo mono
génico pero sólo se manifiesta a partir de la edad
madura del individuo. Además del gen, son necesarias otras
explicaciones para saber por qué durante la juventud el
paciente no experimenta la enfermedad. Para cubrir esas -y otras-
lagunas apareció la epigenética a finales del siglo
pasado. A su vez, esas lagunas son consecuencia de que cien
años antes la embriología había sido liquidada de
la biología para dejar sitio a un cierto tipo de
genética, la teoría sintética, a pesar de
que la embriología estuvo en el nacimientos mismo de la
teoría de la evolución en Alemania hacia
1800. Afortunadamente hoy ese interés ha
retornado bajo la forma de "biología del desarrollo",
acreditando que nada -y menos los fenómenos vitales- se
puede analizar al margen de su incesante proceso de cambio y
transformación.
La retroalimentación expresa una dinámica de los
fenómenos no lineal sino circular, buena prueba de lo cual
es el ciclo del carbono. Éste es el cuarto elemento
químico más abundante en la parte conocida del
universo,
después del hidrógeno, el helio y el oxígeno. Constituye el pilar básico
de la materia orgánica ya que integra todas las formas
conocidas de vida. Por lo tanto, los elementos componentes de la
materia orgánica son los mismos que los de la materia
inorgánica. Todas las moléculas orgánicas
(azúcares, grasas,
proteínas y ácidos
nucleicos) están formadas por átomos de carbono en
un porcentaje promedio del 18 por ciento. Se conocen cerca de 10
millones de compuestos del carbono. Además de su forma
orgánica, el carbono también está presente
en la materia inorgánica, en las rocas, en la
atmósfera y en el agua. En forma de gas CO2
(dióxido de carbono o anhídrido carbónico),
el carbono está presente en la atmósfera en una
concentración de más del 0"03 por ciento.
Además del carbono, en las moléculas
orgánicas existen otros elementos químicos, pero lo
que diferencia a la materia orgánica de la
inorgánica no es su composición sino su compleja
organización. La enorme variedad de moléculas que
componen los seres vivos se debe a la fantástica capacidad
de combinación del carbono con otros elementos
químicos (hidrógeno, oxígeno,
nitrógeno y otros). El carbono puede formar compuestos muy
complejos y muy pesados gracias a diferentes combinaciones y
enlaces de otros compuestos más simples. Por ejemplo, una
molécula de ADN de una célula humana mide
aproximadamente dos metros y enlaza a unos tres billones de
pequeñas unidades, cuyo tamaño es del orden de
millonésimas de metro, que se van alternando siguiendo un
determinado orden.
El ciclo del carbono consiste en su transformación de
su forma inorgánica en inorgánica y a la inversa.
Los vegetales verdes (aquellos que contienen clorofila) toman el
anhídrido carbónico del aire y durante la fotosíntesis lo acumulan en los tejidos
vegetales en forma de grasas, proteínas e hidratos de
carbono y liberan oxígeno según la siguiente
reacción que se produce en presencia de una fuente de
energía luminosa y en la que la clorofila actúa
como catalizador, según fue expuesta por Von Sachs en
1864:
En términos más llanos, a partir del
anhídrido carbónico y el agua, las plantas elaboran
oxígeno y azúcares (glúcidos o hidratos de
carbono). Como las plantas son, además, el material
nutritivo de los animales herbívoros, los hidratos de
carbono aportan energía a los herbívoros en forma
de glucosa. El
retorno del anhídrido carbónico a la
atmósfera se hace cuando en la respiración los animales oxidan los
alimentos produciendo anhídrido carbónico. En este
ciclo cada año se consume y se renueva un cinco por ciento
aproximadamente de las reservas de anhídrido
carbónico de la atmósfera.
Los seres vivos acuáticos toman el anhídrido
carbónico del agua. La solubilidad de este gas en el agua
es muy superior a la del aire. Cuando los porcentajes contenidos
en el aire superan a los existentes en los océanos, se
forma ácido carbónico que ataca los silicatos que
constituyen las rocas, dando lugar a los carbonatos y
bicarbonatos que los peces
absorben. Por eso el agua es uno de las reservas más
importantes de carbono bajo la forma de sedimentos
orgánicos que suponen más del 70 por ciento de los
recursos de carbono existentes en la Tierra.
Una parte del carbono no retorna a la atmósfera sino
que se transforma con la descomposición de la materia
orgánica, creando sedimentos de petróleo, gas y carbón. Tras la
muerte de los animales, bacterias y otros organismos descomponen
sus restos, cadáveres y excrementos. Una parte de esos
restos se depositan en los sedimentos, donde se mineralizan. Por
ejemplo, el carbón vegetal se produce por calentamiento en
ausencia de aire (hasta temperaturas de 400 a 700 grados
centígrados) de madera y otros
residuos vegetales. Del modo parecido se forman otros
depósitos de combustibles fósiles como petróleo y
gas natural.
El retorno a la atmósfera de los sedimentos
inorgánicos se produce en las erupciones volcánicas
tras la fusión
de las rocas que los contienen o cuando se extrae artificialmente
el carbón, el gas o el
petróleo. La combustión de estos elementos devuelve de
nuevo el anhídrido carbónico a la
atmósfera.
Otros compuestos inorgánicos esenciales para la vida,
como el nitrógeno o el agua, también describen
ciclos similares. En estos procesos periódicos no
intervienen fuerzas ajenas a la materia sino que se
retroalimentan a sí mismos indefinidamente, poniendo de
manifiesto que las causas se convierten en efectos y los efectos
en causas. Son fenómenos a la vez reversibles e
irreversibles. De ahí que afirmar que el origen de la
vida radica en la materia inorgánica no puede tener
nada de sorprendente porque es un fenómeno cotidiano que
la naturaleza repite incansable: "Y así volvemos al modo
de ver de los grandes fundadores de la filosofía griega, al concepto de que el
conjunto de la naturaleza, desde el elemento más
pequeño hasta el más grande, desde los granos de
arena hasta los soles, desde los protistas hasta el hombre, tiene
su existencia en un eterno devenir y extinguirse, en un flujo
constante, en un interminable movimiento y cambio. Pero con la
diferencia esencial de que lo que en el caso de los griegos era
brillante intuición, en el nuestro es el resultado de una
estricta investigación científica, en
consonancia con la experiencia, y por lo tanto surge
también en forma mucho más definida y clara. Es
cierto que la prueba empírica de esa trayectoria
cíclica no carece por completo de lagunas, pero son
insignificantes en comparación con lo que ya se
estableció con firmeza, y por otra parte se llenan cada
vez más, con cada año que pasa" (335).
La biología en Rusia mantuvo
su propia inercia, que ni la influencia de Engels ni la Revolución
de 1917 pudieron contrarrestar de manera decisiva (336). El caso
de Rusia, con algunos matices, no es diferente del de
ningún otro país de la época. El elemento
fundamental a tener en cuenta en la polémica que se iba a
abrir inmediatamente es que no solamente no existió una
"injerencia" del marxismo sobre
la genética sino que el impacto fue en la dirección contraria, de la genética
(y de las nuevas ciencias) sobre los postulados marxistas. Los
nuevos descubrimientos y progresos, especialmente la
teoría de la relatividad y la mecánica
cuántica, abrieron nuevos interrogantes dentro el
marxismo como dentro de tantas otras corrientes
ideológicas. A partir de esos interrogantes se
desarrollaron concepciones divergentes, algunas de las cuales
permanecieron dentro del marxismo y otras se escaparon fuera de
él, colectiva o individualmente.
Este fenómeno no sólo ocurrió en la URSS
sino en todo el movimiento comunista internacional, especialmente
en Gran Bretaña y Francia. Para quienes están
apegados a los esquemas más simplones no deja de ser
curioso constatar que mientras el mendelismo y la teoría
sintética triunfaron plenamente en la
República Democrática Alemana, encontraron una
enorme resistencia en la URSS, a pesar de que ambos países
se fundamentaban sobre los mismos principios socialistas.
Desde comienzos del siglo XX coexistían en Rusia tres
corrientes dentro de la biología. La primera de ellas, de
tipo simbiótico, fue rescatada en 1902 por la obra del
anarquista Kropotkin "El apoyo mutuo, un factor de la
evolución" ensalzado por el
periódico "Times" como "posiblemente el libro
más importante del año". En su estudio Kropotkin
acusaba a Darwin de despreciar la cooperación de los
organismos frente a la lucha por la existencia. Pero la obra de
Kropotkin no tuvo distribución en el interior de la Rusia
zarista a causa de la censura. Sin embargo, muy pocos años
después el biólogo ruso Konstantin S. Mereshkovski
(1855-1921) formalizó la teoría de la
simbiogénesis.
Mucho antes, en plena marejada darwinista, Engels ya
había sostenido la validez científica de esta
concepción. En 1875 en su carta a Piotr
Lavrov, Engels le manifiesta su desacuerdo con la idea darwiniana
de que la "lucha de todos contra todos" fue la primera fase de la
evolución
humana, sosteniendo que la sociabilidad instintiva "fue una
de las palancas más esenciales del desarrollo del hombre a
partir del mono". Al mismo tiempo y de forma paralela, en otra
obra suya destacó el carácter pre darwiniano de
esta concepción, así como su unilateralidad: "Hasta
Darwin, lo que subrayaban sus adictos actuales es precisamente el
funcionamiento cooperativo armonioso de la naturaleza
orgánica, la manera en que el reino vegetal da alimento y
oxígeno a los animales, y éstos proveen a las
plantas de abono, amoniaco y ácido carbónico.
Apenas se reconoció a Darwin, ya esas mismas personas
veían "lucha" en todas partes. Ambas concepciones
están justificadas dentro de límites estrechos,
pero las dos tienen una igual característica de
unilateralidad y prejuicio. La
interacción de cuerpos en la naturaleza no viviente
incluye a la vez la armonía y los choques; la de los
cuerpos vivientes, la cooperación consciente e
inconsciente, así como la lucha consciente e inconsciente.
Por lo tanto, inclusive en lo que se refiere a la naturaleza, no
es posible inscribir sólo, de manera unilateral, la
"lucha" en las banderas de uno. Pero es en absoluto pueril querer
resumir la múltiple riqueza de la evolución y
complejidad históricas en la magra frase unilateral de
"lucha por la existencia". Eso dice menos que nada" (337).
La obra de Mereshkovski, como cualquier otra que no es de
origen anglosajón, fue absolutamente ignorada, salvo para
los biólogos marxistas (338) y, naturalmente, para los
biólogos soviéticos. En 1924 Kozo-Poljanski
publicó su obra "Bosquejo de una teoría de la
simbiogénesis", en 1933 el también soviético
Keller expuso la misma teoría, que también
pasó completamente desapercibida (339), e incluso Lysenko
se apoyó en ella, como veremos, para sostener alguna
opinión suya. En las corrientes dominantes no fue tomada
en consideración hasta 1966, cuando fue rescatada del
olvido por la investigadora estadounidense Lynn Margulis,
defensora de esta teoría simbiótica. Hasta esa
fecha no tuvo ninguna influencia fuera de la URSS, quedando la
obra de Kropotkin como una de esas exóticas incursiones de
los políticos, en este caso anarquistas, en la ciencia,
como si un anarquista no pudiera ser, a la vez, un extraordinario
científico, como Kropotkin. Un ejemplo de ello es la
referencia despectiva que le dirigió Morgan: "Los
argumentos que empleó [Kropotkin] harían
sonreír a la mayoría de los naturalistas y muchas
de sus anécdotas deberían en realidad figurar en
algún libro de cuentos para
niños" (340). Ese es el estilo crítico con el que
los mendelistas juzgan las opiniones que menosprecian, y el
tiempo es tan cruel que mientras Kropotkin ha madurado, las tesis
de Morgan parecen mucho más cerca de los cuentos
infantiles.
La segunda corriente es la mendeliana, introducida en la Rusia
prerrevolucionaria por Yuri A. Filipchenko (1882-1930), un
seguidor de la escuela alemana
de Nägeli, Hertwig y Von Baer. De las aulas de Filipchenko
salió uno de los creadores de la teoría
sintética, Theodosius Dobzhansky (1900-1975), que
estudió en la Universidad de Kiev, emigrando
en 1927 a Estados Unidos, donde trabajó con Morgan, siendo
el fundamento de su investigación la necesidad de conciliar el
evolucionismo con la Biblia vaticana, un esfuerzo que
compartió con su amigo, el paleontólogo y jesuita
francés Teilhard de Chardin. En Estados Unidos Dobzhansky
fue uno de los impulsores de la teoría sintética y,
aunque había impartido clases a Lysenko, destacó
por ser un antilysenkista feroz. La corriente mendelista, aunque
siempre estuvo presente, tampoco tuvo mucha influencia
inicialmente en la URSS a causa de la propia revolución de
1917. Filipchenko creó una sociedad de eugenesia en 1922
que difundía su propia revista de la que era editor. Fue
una de las pocas experiencias de ese tipo que se conoció
en la URSS.
Una tercera corriente muy influyente de la biología
soviética es la que encabeza Vladimir I. Vernadsky
(1863–1945), un pionero de la ecología
científica y, por consiguiente, radicalmente enfrentado a
las corrientes micromeristas. Pero quizá no se deba
afirmar que Vernadsky forma una corriente de la biología
soviética sino más bien que su obra tiene un sello
propio tan característico y tan poderoso a la vez que
desde un principio, es decir, desde la publicación de su
"Geoquímica" en 1924 y de su "Biosfera" en 1926, gravita
sobre toda la biología soviética posterior. La
complejidad del pensamiento de Vernadsky es tal que si bien pocos
son los que, como él, subrayan la especificidad de la
materia viva frente a la inerte, son aún menos los que
aproximan las biología a la geofísica de una forma
tan magistral como el soviético.
Una última corriente, representada por el
botánico K. A. Timiriazev (1843-1920), es la que se
denomina a sí misma como evolucionista y darwinista,
aunque en sus concepciones es evidente la presencia
también de Lamarck. Por consiguiente, el darwinismo
existente en Rusia 1917 es el darwinismo de Darwin, no el
neodarwinismo. Timiriazev fue un pionero del darwinismo en la
Rusia zarista, un científico con un peso ideológico
muy superior al que Thomas Huxley pudo tener en Inglaterra o
Ernst Haeckel en Alemania, porque escribía para un
público mucho más vasto: conferencias,
artículos, libros de
divulgación, etc. El darwinismo se conoció
allá a través de sus obras más que los del
propio Darwin. Pero Timiriazev no era un político
burgués a la manera de Huxley o Haeckel, sino un
demócrata revolucionario comprometido con la lucha contra
el zarismo en su país. Su ascendente sobre los
bolcheviques creció aún más después
de la revolución de 1917, a cuya causa se sumó
incondicionalmente, siendo quizá el científico
más comprometido con el nuevo régimen.
Recibió al mendelismo con una enorme hostilidad,
escribiendo un folleto titulado "Repulsa de los mendelianos" en
el que afirmaba que no sólo era una teoría
errónea sino políticamente reaccionaria. Pero
Timiriazev no confundió a los mendelianos con Mendel. De
éste reconoció la validez de algunos de sus
postulados. Su posicionamiento
resultó decisivo; contribuyó a sostener en
darwinismo en una etapa en la que éste había
perdido la batalla frente a los mendelistas en los demás
países.
Además de Timiriazev, las prácticas
agrícolas de I. V. Michurin (1860-1935) corresponden
también a la Rusia prerrevolucionaria y, aunque sus
teorías son plenamente darwinistas, manifestó hacia
el mendelismo idéntica opinión que la de
Timiriazev. En base a sus décadas de experiencia,
consideró que las leyes de Mendel no eran aplicables a la
hibridación en frutales, ni anuales ni tampoco perennes:
"Repito que sólo los ignorantes más completos de
hibridación de árboles
frutales pueden soñar con aplicarles las conclusiones
obtenidas en las observaciones realizadas con guisantes" (341).
Según Michurin, la segregación de caracteres que
señaló Mendel también se aprecia en los
frutales pero no de una manera completa porque "cada organismo se
constituye con una mezcla de caracteres heredados, de los cuales
sólo una parte proviene de sus progenitores y el resto de
sus allegados", interviniendo también factores
exógenos (342).
Otro de los impulsores del darwinismo en la URSS fue Alexander
I. Oparin, que publicó en 1923 su trascendental obra "El
origen de la
vida" que, sin embargo, tampoco fue conocida en los
países capitalistas hasta que en 1967 John D. Bernal lo
incluyó en su The origin of life (343). La
influencia de estos y otros científicos fue determinante
para que después de 1917 la corriente darwinista se
abriera camino inicialmente, precisamente en un momento en que en
todos los demás países estaba en retroceso ante el
avance del mendelismo.
La asimilación del marxismo al darwinismo ha sido muy
frecuente desde los mismos orígenes de ambas corrientes de
pensamiento. En su obra "Anarquismo o socialismo",
escrita en 1907, Stalin denunció las tergiversaciones de
los seguidores caucasianos de Kropotkin, para quienes el marxismo
se apoyaba en el darwinismo "sin espíritu crítico".
Sin embargo, aquellas referencias de Stalin a Lamarck y Darwin
eran muy someras y se utilizaban como ejemplo de la validez
universal de la leyes de la dialéctica. Por lo
demás, para Stalin, lo mismo que para Engels, no
existía ninguna contradicción sustancial entre los
postulados lamarckistas y los darwinistas, situando a ambos en el
mismo plano. En cuanto al "espíritu crítico" del
marxismo respecto al darwinismo, Stalin seguía el criterio
de Engels. Aunque en aquel momento la "Dialéctica de la
naturaleza" no fuera conocida, las observaciones críticas
expresadas en el "Anti-Dühring" eran muy relevantes. Engels
defendió a Darwin de las críticas de Dühring
pero, al mismo tiempo, era plenamente consciente de las
limitaciones y del carácter unilateral de las
explicaciones de aquel: "Yo acepto la teoría de la
evolución de la doctrina de Darwin pero no acepto su
método de
demostración (struggle for life, natural
selection) salvo como primera expresión, provisional
e imperfecta, de una realidad recién descubierta". El
británico, añade Engels en otra obra, habría
puesto el acento en los efectos pero no en las causas de la
selección natural. Además, "el hecho de que Darwin
haya atribuido a su descubrimiento [la selección natural]
un ámbito de eficacia
excesivo, que le haya convertido en la palanca única de la
alteración de las especies y de que haya descuidado las
causas de las repetidas alteraciones individuales para atender
sólo a la forma de su generalización, todo eso es
un defecto que comparte con la mayoría de las personas que
han conseguido un progreso real" (344).
Aparentemente se habían formado dos posiciones
contrapuestas. Incluso el soviético Stoletov
resumía esas posiciones en el titular de su libro:
"¿Mendel o Lysenko? Dos caminos en biología" (345).
Pero no se puede resumir la polémica en dos posiciones.
Hubo militantes del Partido bolchevique que defendieron el
mendelismo, como los había que defendieron la
posición contraria. Se dieron toda clase de combinaciones
ideológicas y científicas imaginables que
sorprenderían a quienes pretenden analizar la
biología soviética con esquemas simples.
Filipchenko no fue el único eugenista que hubo en la URSS
en la década de los años veinte. Hubo eugenistas lo
mismo que lamarckistas, y en ambas corrientes los hubo que se
declaraban marxistas, lo mismo que antimarxistas. A causa de ello
es difícil hablar de una influencia del marxismo sobre la
ciencia en la URSS, cuando bajo el marxismo existían
distintas corrientes en conflicto interno. Desde luego, la
disputa no formó una alternativa entre Mendel y Lysenko.
No sólo es muy difícil reducir la polémica
soviética sobre la biología a dos polos encontrados
sino que allá las expresiones también tenían
otros significados, diferentes de los occidentales. Ni los
mendelistas en la URSS defendían exactamente las mismas
posiciones que los occidentales, ni tampoco los lamarckistas eran
asimilables a los del otro lado del telón de acero. Los
polemistas se lanzaron entre sí mutuas acusaciones porque
los unos tergiversaban las posiciones de los otros. Hubo quien,
aún declarándose michurinista, no secundaba las
tesis de Lysenko, o no las secundaba en su integridad.
También se dieron posiciones intermedias e intentos de
síntesis a comienzos de los años
veinte, como los ensayados por B. M. Zavadovski, quien
consideraba compatible el lamarckismo con el mendelismo, aunque
progresivamente fue adoptando posturas cada vez más
próximas a esta última corriente. Quienes
más insistieron en la imposibilidad de encontrar puntos de
unión entre ambas corrientes fueron mendelistas como A. S.
Serebrovski, I. I. Agol y N.P. Dubinin. Otros intentos de
síntesis, como los del embriólogo B. P. Tokin,
afirmaban que ni el lamarckismo ni el mendelismo eran corrientes
científicas y que el marxismo era ajeno a ellas, por lo
que había que elaborar una nueva biología de
conformidad con las concepciones del materialismo
dialéctico.
A los amantes de los esquemas se les ampliaría
notablemente su perspectiva si salieran de la URSS y analizaran
la cuestión de Lysenko en relación con otros
países. En los medios de la guerra sicológica de
1948, y aún hoy, es frecuente relacionar a Lysenko con el
marxismo, de manera que la ridícula explicación que
tratan de esbozar es que las aberraciones de Lysenko fueron
posibles por el propio carácter aberrante del marxismo. De
esa manera no se comprenden los motivos por los cuales en la
República Democrática Alemana no se impuso nunca el
lysenkismo, de modo que la genética dominante fue de tipo
mendeliano, a pesar de que aquel país estaba dirigido por
un conocido partido comunista cuyos principios ideológicos
eran los mismos que el soviético. Si la vinculación
del marxismo con el lysenkismo es tan estrecha como pretenden dar
a entender, la pregunta es obvia: ¿No eran realmente
comunistas los comunistas alemanes o no lo eran los
soviéticos? Esta misma cuestión se puede ampliar
fuera del telón de acero, a los partidos comunistas de
occidente, dando por supuesto que todos ellos eran igualmente
comunistas para no sorprender en el ridículo a los
estrategas de la guerra
fría. Entre los comunistas de fuera del telón
de acero coexistieron (y discutieron y se enfrentaron) los
lysenkistas con los mendelistas. Los amantes de los esquemas
simples que pretenden asimilar el lysenkismo al lamarckismo
también deberían explicar por qué razones,
dentro y fuera de la URSS, existieron lamarckistas que criticaron
a Lysenko.
La situación no se polarizó hasta una
década después, tras la llegada al gobierno de
Hitler en 1933:
el eugenismo adquirió entonces una filiación
reaccionaria mientras el lamarckismo fue la bandera de los
progresistas. Muchos de aquellos debates son de un extraordinario
valor y
serán recuperados en su momento, cuando puedan ser
leídos sin la carga emocional que hoy les envuelve. La
riqueza de argumentos exhibidos elevó a gran altura la
biología soviética, abriendo caminos novedosos,
como la teoría del origen de la vida de Oparin, un reflejo
del "desarrollo que habían alcanzado las ideas
evolucionistas en Rusia. La biología soviética
había heredado de los científicos
prerrevolucionarios una corriente de pensamiento darwinista que
se mantuvo vigente durante varias décadas y que
llevó a la formación de grupos y escuelas
que alcanzaron un refinamiento teórico sin igual", afirma
Lazcano, quien concluye así: "Hacia 1939 hubiera sido
difícil encontrar un país en el mundo en donde la
teoría de la evolución estuviera más
desarrollada o fuera mejor conocida que en la Unión
Soviética" (346). No obstante, también se
expusieron planteamientos simplemente ingenuos, como
correspondía una sociedad joven, como la soviética.
Por ejemplo, A. S. Serebrovski, un opositor de Lysenko, era un
eugenista convencido, partidario de la fertilización
artificial de las mujeres con un semen portador de las mejores
cualidades. Según él, esto permitiría
cumplir los planes quinquenales en la mitad de tiempo.
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