A pesar de que tanto Schleiden y Schwann como Virchow son
alemanes, su formación es distinta. Schleiden y Schwann
forman parte de la gran tradición de la filosofía de la naturaleza,
que prolongaba el idealismo
clásico alemán, especialmente Schelling, Goethe y
Oken. Por eso, aunque no están ausentes las expresiones
positivistas, mecanicistas y reduccionistas que entonces
comenzaban a emerger, su concepción es fundamentalmente
dialéctica, mientras que Virchow es un mecanicista vulgar
que está en la tradición de Vogt, Moleschott y
Büchner. La tesis de
Schleiden y Schwann resultó sutilmente desnaturalizada por
Virchow, quien dio uno de esos vuelcos característicos de
la biología
del siglo XIX. Ambas parecen próximas y llevan un nombre
parecido (teoría
celular, en un caso, teoría de las células,
en el otro), pero no son idénticas. Virchow impone una
versión atomista y mecánica no sólo de la teoría
celular sino del propio organismo vivo compuesto por
células. Las concepciones de Schleiden y Schwann
están abandonadas, afirma, y hay que sustituirlas por su
propia concepción, que califica de mecanicista: "Es casi
imposible tener ideas más mecanicistas de las que yo
profeso", reconocía. Sostiene que en el cuerpo no
había otra cosa más que células, es decir,
margina a los fluidos. Mientras Schleiden y Schwann consideran
que las células nacen de un fluido originario, Virchow
impone el postulado de que los fluidos eran secreciones de las
células: son éstas y no aquellos los que tienen un
carácter originario. Los líquidos
que se observan entre las células están bajo la
dependencia de ellas, porque "los materiales
formadores se encuentran en las células".
Paradójicamente los precedentes micromeristas de
Virchow no se pueden atribuir exclusivamente a la influencia
positivista, sino que están en mismas raíces de la
filosofía de la naturaleza y, concretamente, en Leibniz y
Goethe, para quienes, a pesar de las apariencias,
los seres vivos no eran sujetos individuales sino pluralidades
autónomas (138), una especie de confederación de
mónadas o células. Esta errónea
concepción filosófica permitió a Virchow
asociar la teoría celular a un componente
ideológico. Consideraba que en su época estaban en
un periodo de plena reforma médica, cuya consecuencia fue
"perder de vista la idea de unidad del ser humano". Esa unidad
debía ser sustituida por otra, la célula:
"La célula es
la forma última, irreductible, de todo elemento vivo […]
en estado de
salud como en el
de enfermedad, todas las actividades vitales emanan de ella". El
cuerpo humano
no forma una unidad porque no tiene un centro anatómico
sino muchos: cada célula es uno de esos centros y, por
tanto, ella es la unidad vital (139). De ahí se desprende,
continúa Virchow, que las especies más elevadas,
los animales y
plantas, son "la
suma o resultante de un número mayor o menor de
células semejantes o desemejantes". A causa de ello afirma
sentirse "obligado" a dividir al individuo "no
sólo en órganos y tejidos sino
también en territorios celulares". Como el Reich
bismarckiano, los organismos vivos también son Estados
federales.
El minifundismo celular de Virchow condujo a una
concepción también descentralizada de las
patologías, a la teoría del foco: no es el
organismo el que enferma sino que dentro de él hay partes
enfermas y partes sanas. En aquel Reich federal no
existía coordinación ni órganos
centralizados. No existía organismo como tal. Frente al
romanticismo
de la filosofía de la naturaleza se había impuesto la
ilustración alemana, el individualismo.
Las células se asociaron rápidamente a lo que
entonces se calificaba como infusorios, una categoría de
seres vivos que, a comienzos del siglo XIX, era muy confusa. Para
algunos historiadores de la biología el fundador de la
teoría celular es Oken porque para este biólogo los
infusorios no eran ni protozoos ni
un grupo de
organismos vivos sino todos aquellos de tamaño
microscópico, los microbios, aunque fueran pluricelulares,
es decir, que incluían a los paramecios, amebas, lombrices
o algas. Para Ehrenberg los infusorios eran organismos simples
pero perfectos, independientes, completos y provistos de
organismos coordinados. Es el modelo que
Virchow extendería a las células: éstas eran
autosuficientes, unidades vitales "todas las cuales ofrecen los
caracteres completos de la vida". Las células viven por
sí mismas, actúan de manera aislada y funcionan
independientemente unas de otras. En consecuencia también
son independientes del cuerpo del que forman parte, e incluso
capaces de vivir indefinidamente: cada célula pervive en
las dos células que le suceden. De ahí
derivó lo que califica como "ley eterna del
desarrollo
continuo", según la cual la vida no procede de la materia inerte
sino de la misma vida, (omnis cellula e cellula), esto
es, que la vida es eterna y que las células derivan unas
de otras. Se trataba de la liquidación del concepto de
generación, refrendada por los experimentos de
Pasteur que demostraron el error de la generación
espontánea. Según Virchow los seres vivos no pueden
proceder de "partes no organizadas".
La teoría celular volvió, pues, a replantear la
teoría de la generación y dio nuevos aires a la
biogénesis. Tras la exposición
de Schleiden y Schwann, el polaco Robert Remak la había
completado demostrando cómo se suceden las células
por desdoblamiento de una de ellas en dos. Lo más simple
era asociar la división celular a la tesis de la
continuidad de la vida. Fue otro de los espejismos de la
biología. La división celular parecía la
imagen
gráfica de la biogénesis. No obstante, ahí
se confundían dos cuestiones diferentes: una cosa es
explicar el origen actual de cada célula y otra el origen
de las células desde el punto de vista de la evolución. En otras palabras, se
confundía el origen de la célula con el origen de la
vida porque ésta era sinónimo de aquella, del
mismo modo que en 1900 serán los genes los que se
confundirán con la vida. No obstante, la célula no
es un componente originario de la vida sino un grado de organización alcanzado por ella
después de una larga etapa de la evolución.
Sólo es posible concebir la tesis de la continuidad de
Virchow si al mismo tiempo se
admite su pensamiento
anti evolucionista. Como tantas otras formas organizadas de la
materia viva, la célula no puede explicar el origen de la vida
porque es una consecuencia y no una causa de su evolución.
Los organismos unicelulares ponen de manifiesto formas de vida ya
complejas y desarrolladas que han debido surgir de otras
inferiores, más rudimentarias. De ahí que la
naturaleza manifieste formas intermedias de vida como las
procariotas (organismos unicelulares sin núcleo) o los
virus.
El propio Virchow reconoció que la aportación de
Schwann a la teoría celular se había limitado a
consignar que el cuerpo se compone de células, mientras
que la teoría de la continuidad fue su propia
aportación. Como ya he expuesto, se ha mezclado
indebidamente a Pasteur en esta concepción por su
demostración de la falsedad de la generación
espontánea como si de esa manera Pasteur hubiera
sustentado la teoría de la continuidad. La
patología puede ahora aportar otros dos puntos de vista
acerca de este mismo asunto. Uno de ellos es que Pasteur sostiene
una concepción sistémica del organismo vivo que
está muy alejada del micromerismo de Virchow, de su
teoría celular así como de los focos: la enfermedad
puede tener su origen en un punto del organismo pero sus
consecuencias repercuten por todo el organismo o, al menos, por
partes muy extensas del mismo. El otro es que, como
también he expuesto antes, la enfermedad es un
fenómeno ligado a la vida y, de la misma manera que
ésta no surge espontáneamente, tampoco las enfermedades aparecen
espontáneamente. Como la muerte y
las extinciones, las patologías son un análisis de la vida en negativo y en sus
distintas manifestaciones las infecciones externas
desempeñan un papel muy importante.
En la URSS, de la misma manera que Lysenko se enfrentó
al mendelismo, Olga Lepechinskaia hizo lo propio con Virchow, con
idéntico –o aún peor- resultado de
linchamiento. Lepechinskaia es otra de las figuras malditas de
esta corta pero vertiginosa historia. Autores como
Rostand la ridiculizan y Medvedev, demostrando su baja catadura
personal, la
califica de "buena cocinera". Es otra aberración
científica soviética y, como en el caso de Lysenko,
las concepciones de Lepechinskaia se presentan como
únicas, originales y exclusivas. No obstante, otros
magníficos cocineros como Sechenov combatieron las
concepciones de Virchow desde 1860. Ludwig Büchner (140),
Haeckel e Yves Delage (141) también expresaron la misma
opinión que la soviética muchos años antes.
Así por ejemplo, según Haeckel, las moneras,
organismos unicelulares sin núcleo que hoy
llamaríamos procariotas, son los organismos de los que
parte la vida y, en consecuencia, son previos a las
células en el curso de la evolución: "La vida ha
comenzado en un principio por la formación de una masa
homogénea amorfa y sin estructura,
que es en sí tan homogénea como un cristal […] La
vida propiamente dicha está unida, no a un cuerpo de una
cierta forma, morfológicamente diferenciado y provisto de
órganos, sino a una substancia amorfa de una naturaleza
física y
de una composición química determinadas"
(142). Charles Robin, primer catedrático de histología de la Facultad de Medicina de
París, era igualmente contrario a la teoría
celular, materia que no se impartió en sus aulas hasta
1922. En 1946 Busse-Grawitz sostuvo la misma tesis que
Lepechinskaia: que las células pueden aparecer en el seno
de sustancias fundamentales acelulares; lo mismo defendió
el neurólogo Jean Nageotte (1866-1948) en Francia. La
distorsión introducida es de tal magnitud que todas estas
tesis, incluida la de Lepechinskaia, son fieles a las
concepciones originarias de Scheleiden y Schwann. Esto es algo
característico tanto en Lysenko como en Lepechinskaia:
ambos se niegan a aceptar el giro que había experimentado
la biología en la segunda mitad del siglo XIX, y no son
los únicos.
El micromerismo basó una parte de su éxito
en la potencia del
análisis, uno de los más eficaces medios de
investigación científica en
cualquier disciplina. La
unidad sometida a estudio se puede y se debe descomponer en sus
partes integrantes para conocer su funcionamiento. Ahora bien,
eso nada tiene que ver con el mecanicismo ni con el
reduccionismo. Aunque en ocasiones se estudian como si fueran
cerrados, aislados, los organismos y los sistemas
bióticos son complejos y abiertos. Como cualquier otra
ciencia, la
biología molecular ha construido su objeto
extrayéndolo de su ambiente
complejo para ponerlo en situaciones teóricas más
sencillas. Ninguna ciencia estudia una realidad simple; lo que
hace es simplificarla para extraer ciertas propiedades y ciertas
leyes.
Las secuelas del micromerismo han sido múltiples. Ha
impuesto una causalidad unilateral expresada en el dogma central
de la biología molecular, en donde no sólo el
genotipo es la causa del fenotipo, sino algo peor: un
único gen que produce una única enzima. No es
posible reducir el todo a una de sus partes, ni tampoco a una
suma de ellas, no se puede considerar como todo lo que no es
más que una parte, no son los componentes los que
diferencian al todo y ningún ser vivo se puede considerar
como una federación celular.
A medida que el positivismo
fue imponiendo su cadena reduccionista, en cada paso siempre se
quedaba algo por el camino. Cuando en la célula se
concentra el interés en
el núcleo, todo el citoplasma pasa a desempeñar un
papel marginal; cuando en el cromosoma el interés se
limita a los ácidos
nucleicos, son las proteínas
las que aparecen descuidadas; cuando de los dos ácidos
nucleicos sólo se alude al ADN, es al ARN a
quien se olvida; cuando en el ADN sólo se presta atención a las secuencias codificantes, el
resto se desprecia como basura. Al final
de este recorrido la vida no aparece hoy ligada a un ser vivo
sino a la célula, al ADN, los cromosomas o los
genes, algo que los medios de
comunicación repiten con insistencia. Se ha alterado
radicalmente el objeto mismo de la biología como ciencia
de la vida, que retorna a las "ciencias
naturales" en donde aparecen confundidos lo vivo y lo
inerte.
El problema aparece cuando esos componentes no están
vivos porque no se puede explicar la vida a partir de componentes
no vivos exclusivamente, sino por la forma en que esos
componentes interactúan entre sí, es decir, por la
forma en que se organizan y, por lo tanto, por la forma en que
funcionan. La evolución de las especies, las presentes y
las pasadas, no se puede explicar solo con ayuda del microscopio ni se
rige por las mismas leyes del mundo físico. Pero es que ni
siquiera todos los fenómenos físicos se rigen por
las leyes atómicas, salvo los del átomo. Sin
embargo, los micromeristas sí pretenden extrapolar las
leyes que rigen los fenómenos celulares y moleculares a la
evolución de todos los seres que componen la naturaleza
viva. En consecuencia, el micromerismo retrocedió cien
años el curso de la biología.
El esquema micromerista está calcado del atomismo del
mundo físico y expuesto sin temor al ridículo. Por
ejemplo, Schrödinger no vacila en afirmar con rotundidad:
"El mecanismo de la herencia
está íntimamente relacionado, si no fundamentado,
sobre la base misma de la teoría cuántica" porque
ésta "explica toda clase de
agregados de
átomos que se encuentran en la naturaleza" (143).
¿Y qué son los seres vivos más que
átomos amontonados unos junto a los otros? ¿Por
qué no experimentar con ellos en aceleradores de
partículas? Aunque lo expresa con otras palabras,
François Jacob sostiene idénticas nociones: "De la
materia a lo viviente no hay una diferencia de naturaleza sino de
complejidad". Por tanto, de lo muerto a lo vivo no hay más
que diferencias de grado, puramente cuantitativas: lo vivo no es
más que materia inerte algo más complicada. Para
analizar lo vivo hay que dividirlo en partes: "No se puede
reparar una máquina sin conocer las piezas que la componen
y su uso".
Luego, cabe concluir, la vida no es más que una
máquina como cualquier otra, lo cual se puede incluso
seguir sosteniendo aunque esté en funcionamiento: "Hay al
menos dos razones que justifican abordar el análisis del
funcionamiento del ser vivo no ya en su totalidad, sino por
partes…" (144). Pero un organismo vivo no es una
máquina. En su conjunto, una máquina es menos
fiable que cada uno de sus componentes tomados aisladamente.
Basta una alteración en uno de ellos para que el conjunto
deje de funcionar. Una organismo vivo, por el contrario, tiene
unos componentes muy poco fiables, que se degradan muy
rápidamente; las moléculas, como las
células, se renuevan y mueren pero el organismo en su
conjunto permanece idéntico a sí mismo aunque todos
sus componentes se hayan deteriorado. La fiabilidad del conjunto
contrasta con la fragilidad de los componentes (145).
Es muy frecuente confundir el micromerismo con una forma de
"materialismo",
cuando en realidad es un mecanicismo vulgar. Les sucedió a
un filósofo de altura como Hegel y a un
biólogo de la talla de Haldane. Por eso Rostand encuentra
aquí una incongruencia entre los marxistas, que defienden
el atomismo en física pero se oponen al atomismo en
biología (146). La diferencia es bastante obvia. Los
físicos no han confundido la mecánica
cuántica con la mecánica celeste; no han reducido toda la
física a la física de partículas, ni han
pretendido explicar los fenómenos físicos
recurriendo a las leyes que rigen el movimiento de
las partículas subatómicas. Tampoco han cometido
otro atropello común entre los mendelistas: tratar de
explicar los fenómenos del universo teniendo
en cuenta sólo una parte de las partículas
subatómicas. Sin embargo, en biología ese tipo de
concepciones reduccionistas son corrientes , e incluso ese
reduccionismo se presenta como la esencia misma del proceder
científico e incluso pretendería llegar mucho
más allá, a reducir la biología a la
física, porque ésta sí es
auténticamente científica. Para lograr esto Rostand
tendría que demostrar primero que los fenómenos que
estudia la física son equiparables a los fenómenos
vitales, y el marxismo
sostiene todo lo contrario: que la biología no se puede
reducir a la física, y ni siquiera la física se
puede reducir a la mecánica. Aunque la materia viva
procede de la inerte, se transforma siguiendo leyes diferentes de
ella. Entre ambos universos hay un salto cualitativo, de manera
que no se puede confundir a la materia viva con la inerte ni al
hombre con los
animales. Así, tan erróneo es separar completamente
al hombre de la naturaleza, como hace la Biblia, como
equipararlos, que es lo que hacen los neo darwinistas (147). La
complejidad creciente de las distintas formas de materia impide
la reducción de las leyes de la materia viva a las de la
materia inerte, pero a partir de ahí es igualmente
erróneo sostener que la materia viva no es materia o que
hay algo no material en la vida. Nada ha alimentado más al
holismo que los absurdos reduccionistas (148). En consecuencia,
el positivismo no se puede postular a sí mismo como
alternativa a las corrientes finalistas y holistas, porque ambas
son unilaterales y, por tanto, erróneas.
Las partes sólo se pueden comprender en su mutua
interacción y en la mutua
interacción con el todo que las contiene, un principio que
Lamarck estableció entre los más importantes de su
metodología. Según el naturalista
francés, la alteración de una parte repercute sobre
las demás y para conocer un objeto hay que comenzar por
considerarle en su totalidad, examinando el conjunto de partes
que lo componen. Después hay que dividirlo en partes para
estudiarlas separadamente, penetrando hasta en las más
pequeñas. Por desgracia, continúa Lamarck, no hay
costumbre de seguir este método al
estudiar la historia natural. El estudio de las partes más
insignificantes ha llegado a ser para los naturalistas el tema
principal de estudio: "Ello no constituiría, sin embargo,
una causa real de retraso para las ciencias
naturales si no se obstinasen en no ver en los objetos observados
más que su forma, su color, etc., y si
los que se entregan a semejante tarea no desdeñasen
elevarse a consideraciones superiores, como indagar cuál
es la naturaleza de los objetos de que se ocupan, cuáles
son las causas de las modificaciones o de las variaciones a las
cuales estos objetos están sujetos, cuáles son las
analogías entre sí y con los otros que se conocen,
etc. De ese modo no perciben sino muy confusamente las conexiones
generales entre los objetos, ni perciben de ningún modo el
verdadero plan de la
naturaleza ni ninguna de sus leyes" (149).
Al mismo tiempo, Hegel ya había advertido acerca de la
falsedad de esa relación entre el todo y sus partes: el
todo deja de ser una totalidad cuando se lo divide en partes. El
cuerpo deja de estar vivo cuando se lo divide; se convierte en su
contrario: en un cadáver (150), en materia inerte. Como su
propio nombre indica, la teoría de la pan génesis
de Darwin sigue esa
misma concepción. Una sinfonía no se puede
descomponer en los sonidos que emiten cada uno de los
instrumentos que integran la orquesta por separado, y para
comprender la visión no basta estudiar el ojo sino
también es necesario entender el funcionamiento del
cerebro. La
isomería ya ha demostrado en química la falsedad
del micromerismo: sustancias que tienen la misma
composición molecular pero diferente estructura, tienen
también diferentes propiedades químicas. Lo mismo
cabe decir en biología de los priones, una proteína
que no se diferencia de otras por su composición sino por
la forma. Engels también denunció el mecanicismo.
Dirigió su crítica
contra el biólogo suizo Nägeli, quien consideraba
explicadas las diferencias cualitativas cuando las podía
reducir a diferencias cuantitativas, lo cual, continúa
Engels, supone pasar por alto que la relación de la
cantidad y la calidad es
recíproca, que una se convierte en la otra, lo mismo que
la otra en la una: "Si todas las diferencias y cambios de calidad
se reducen a diferencias y cambios cuantitativos, al
desplazamiento mecánico, entonces es inevitable que
lleguemos a la proposición de que toda la materia
está compuesta de partículas menores
idénticas, y que todas las diferencias cualitativas de los
elementos químicos de la materia son provocadas por
diferencias cuantitativas en la cantidad y el agrupamiento
espacial de esas partículas menores para formar los
átomos" (151).
Pero en la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del
siguiente persistió la concepción federal de
Virchow, hasta que comenzó a extenderse la teoría
del "sistema" nervioso
superior de Sechenov y Pavlov. El centralismo
retornó a la biología desde Rusia.
Según Pavlov, "el todo se fragmenta progresivamente en
partes constituyentes cada vez más elementales y se
sintetiza de nuevo". Por lo tanto, el análisis debe
conducir a la síntesis
en un momento determinado, a la generalización, como ya
había propuesto Newton, quien
denominó "método de composición" a la
síntesis: el análisis es anterior a la
síntesis, dice Newton, pero siempre hay que llegar a una
síntesis. Es el aspecto descuidado que las corrientes
holistas vienen poniendo de manifiesto en la biología, en
ocasiones con buenos argumentos que hubieran debido ser tomados
en consideración. Los problemas
surgen cuando esa síntesis no llega nunca, apareciendo las
partes siempre dispersas. Los ejemplos que pueden aducirse son
muchos. Así, cuando un hombre fallece por causas
naturales, por simple vejez, su edad
quizá supere los setenta años. Ahora bien, sus
células se han renovado periódicamente y muchas de
ellas se habrán formado pocos días antes de la
muerte del
organismo. La edad del organismo no es la de las células
que lo componen. Un organismo viejo puede componerse de
células muy recientes y, a la inversa, un organismo puede
subsistir a pesar de que una parte de sus células no se
hayan renovado, hayan muerto o dejado de funcionar tiempo
atrás.
Pavlov insistió en el papel coordinador del sistema nervioso,
al que calificó como "el instrumento más completo
para relacionar y conexionar las partes del organismo entre
sí, al mismo tiempo que relaciona todo el organismo, como
sistema complejo, con las innumerables influencias externas".
Según Pavlov, "el organismo animal es un sistema
extremadamente complejo, compuesto por un número casi
ilimitado de partes conectadas entre sí y que forman un
todo en estrecha relación y en equilibrio con
la naturaleza ambiente" (152). Frente a la claridad de este
planteamiento, el micromerismo retardó la obtención
de respuestas a preguntas muy importantes: ¿Cómo se
comunican las células con su entorno? ¿Cómo
se comunican las células entre sí?
¿Cómo coordinan su actividad? Ese tipo de
interrogantes han tardado en resolverse y habitualmente las
respuestas halladas no ocupan el espacio que merecen en la
teoría celular. Por ejemplo, las glándulas de
secreción interna (hipófisis, tiroides, los islotes
del páncreas, las suprarrenales, los ovarios y los
testículos) vierten sus mensajes, las hormonas, al
torrente circulatorio. Una vez en la sangre, estas
hormonas circulan por todo el organismo e interactúan con
algunas células receptivas para un determinado mensaje,
llamadas "células blanco". El sistema endocrino capta los
cambios en el medio externo, ajusta el medio interno y favorece
la actividad de cada célula de forma tal que la respuesta
general se integre. Es, pues, uno de los mecanismos de
coordinación celular, pero sólo uno de ellos.
El federalismo
celular transmite la noción estática
de un mapa, cuando las células están en movimiento
como consecuencia de los cambios (químicos,
térmicos, radiactivos) que experimenta su entorno. Sin
embargo, la emigración celular aparece como un
fenómeno marginal. Otro aspecto olvidado por el
micromerismo: la fusión
celular, asunto sobre el que habrá que volver más
adelante. Por influencia de Virchow, en la segunda mitad del
siglo XIX, y en buena parte, a fecha de hoy, aún se
mantiene la errónea convicción de que las
células no se fusionan unas con otras porque tienen vida
por sí mismas, porque son independientes unas de otras.
Esta errónea concepción es la que luego se
transmite a los genes: los genes no se mezclan, su actividad no
se interfiere mutuamente, etc.
El postulado es tan absurdo que sus propagadores no han
caído en la cuenta de que la propia vida humana no es
más que la fusión de dos células diferentes:
un óvulo y un espermatozoide, y que fenómenos tan
conocidos como la metástasis del cáncer no es
más que la extensión de una patología
celular a las células vecinas. Se podrían poner
numerosos ejemplos de la inconsistencia de esta tesis pero,
especialmente, un fenómeno reciente ha llamado la
atención de los investigadores sobre este hecho: en los
cultivos celulares in vitro que se utilizan en los
laboratorios, unas células han influido sobre otras
alterando su naturaleza, de modo que los investigadores no han
estado trabajando sobre el material celular que habían
imaginado, es decir, con el tipo de células que
suponían. Es muy probable, por tanto, que los resultados
derivados de tales investigaciones
con células modificadas contengan importantes errores.
Esto se debe a que unos linajes celulares influyen en cultivos de
otros linajes e incluso, con el tiempo, desplazan a las
células originales.
El contaminante más común es el linaje de
células HeLa. Se cree que inopinadamente las
células HeLa han contaminado otros cultivos celulares de
manera que es posible que durante los últimos 30
años los investigadores de todo el mundo hayan trabajado
con células HeLa sin saberlo, pensando que se trataba de
otro tipo de cultivos celulares. Es una de las consecuencia de
haber supuesto -erróneamente- que las células son
independientes unas de otras. Si eso es falso en un cultivo
celular de laboratorio,
con mucha mayor razón se puede pensar lo mismo de las
células que forman parte de un mismo organismo vivo.
Trofim Desinovich Lysenko
Waddington, uno de los pocos biólogos que mantuvo una
actitud
crítica hacia el micromerismo, lo expresó
gráficamente: "La arquitectura en
sí es más importante que los elementos que han
servido para construirla". Pero las propias expresiones que se
utilizan habitualmente en estos casos (todo, partes) son
igualmente reminiscencias mecanicistas. Por eso Waddington apunta
con más precisión cuando lo expresa de la siguiente
manera: "Un organismo vivo no se puede comparar a un saco lleno
de sustancias químicas, cada una de las cuales ha sido
configurada por un gen particular. Su carácter peculiar lo
admitimos implícitamente al decir de él que es un
ser vivo. Ello presupone aceptar también que tiene la
propiedad de
estar organizado; pero ¿qué se entiende exactamente
por organización? Se trata de un concepto bastante
difícil de definir, por lo que quizá baste con que
digamos aquí que implica el hecho de que las partes de que
se compone un ser organizado tienen propiedades que sólo
pueden comprenderse del todo poniendo cada una en relación
con todas las demás partes del sistema" (153).
Inicialmente la genética
no ocupó el mismo sitio académico de privilegio que
en la actualidad. El origen de esta ciencia no estuvo en las
facultades de medicina ni en nada que tuviera que ver con la
biología, sino en la agronomía. Por lo tanto,
tampoco tuvo nada que ver con estudios o investigaciones
universitarias sino con la práctica, con agricultores que
trabajan sobre el terreno y que, además, pretendían
obtener beneficios económicos de sus experimentos, es
decir, con la penetración del capitalismo en
el campo. El vuelco que experimentó la biología
tuvo profundas raíces económicas en una
división capitalista del trabajo: los
seleccionadores se separaron de los agricultores. Desde el
neolítico, es decir, desde hace 10.000 años, la
agricultura y
la selección
de las semillas las realizaban los mismos campesinos, que
apartaban las mejores para volver a sembrarlas al año
siguiente, un procedimiento
empírico denominado "selección masal". De la
cosecha elegían aquellas que poseían las cualidades
buscadas: alto rendimiento, fruto abundante, resistencia a las
plagas, a la sequía, a las heladas, etc. Se las
reproducía de nuevo y las mejores se volvían
seleccionar para una otra reproducción, repitiendo el proceso un
cierto número de generaciones, hasta obtener una variedad
mejorada que se reproduce siempre con las mismas
características, lista para ser plantada por los
agricultores. Esta práctica dio lugar a una cantidad cada
vez mayor de variedades vegetales adaptadas localmente. Un
mercado de
alcance limitado, basado en el autoconsumo, promovía la
diversidad vegetal.
Lo mismo cabe decir de la ganadería,
en donde los mejores sementales se convirtieron en
mercancía por sí mismos, por las cualidades
reproductivas que transmiten en su descendencia. El apareamiento
de la cabaña dejó de ser una práctica
espontánea y empírica; se buscaban ejemplares
especializados: un caballo de carreras será diferente de
otro de tiro; determinados animales se cuidan y preservan
sólo como instrumentos sexuales, lo cual se convierte en
un negocio en sí mismo, tanto en caballos, como en
perros,
gallos, ovejas, vacas, palomas u otras especies.
En una cierta escala siempre
había existido esa división del trabajo, pero
cuando a finales del siglo XIX se profundiza, los primeros
seleccionadores y propietarios de sementales son capitalistas que
acumulan las mejores especies para revenderlas o explotar sus
fecundaciones y no corren ninguno de los riesgos
propios de la cosecha. Una parte de los campesinos se transforman
en comerciantes. La primera empresa vendedora
de semillas de siembra fue la Vilmorin en 1727 en Francia.
Incluso ya se vendían semillas por correo en Estados Unidos
comienzos del siglo XIX. Los agricultores tienen que comprar
semillas todos los años, convirtiéndose así
en dependientes de empresas
comercializadoras cuyo radio de acción
fue cada vez más amplio, hasta alcanzar al mercado
internacional (154). A los seleccionadores sólo les
interesan las semillas, no el fruto. Su tarea concierne a la
reproducción, no alcultivo, cuidado y desarrollo de la
planta o del ganado. La genética nació del impulso
ideológico de estos seleccionadores de semillas que, por
su propia configuración social, quebraron las
líneas de desarrollo de la biología que
existían a finales del siglo XIX, escindieron la
generación de la transformación, lo cual no era
más que un reflejo intelectual de la división del
trabajo impuesta a la agricultura y, por lo tanto, de la
penetración del capitalismo en el campo. Los
seleccionadores pusieron a la herencia en el centro de la
evolución, la genética suplantó a la
biología o, en palabras de François Jacob, "el
sustrato de la herencia acaba siendo también el de la
evolución" (155).
Al separar la generación de la transformación,
los seleccionadores separaron los dos componentes del mandato
bíblico ("creced y multiplicaos") e identificó la
vida con la multiplicación exclusivamente. La vida no
consiste en crecer, transformarse o desarrollarse sino en
reproducirse, una idea que conectará fácilmente con
el maltusianismo, la competencia y la
lucha por la existencia. Por consiguiente, la vida se reduce a la
multiplicación y ésta es un mecanismo cuantitativo:
como cualquier fotocopiadora, no produce sino que reproduce a
partir de un original, difunde copias que son idénticas
entre sí e idénticas al modelo de procedencia. Si
la vida es reproducción (y no producción), se debe identificar con los
mecanismos que hacen posible su transmisión: cromosomas,
primero y ADN posteriormente. En inglés
el título de una obra de divulgación de Kendrew
sobre biología molecular es "El hilo de la vida" (156),
expresión con la que se refiere al ADN y que literalmente
siguen Suzuki, Griffiths, Miller y Lewontin, quienes
también aluden al ADN como el "hilo de la vida" (157). En
su panfleto Schrödinger habló de los cromosomas como
"portadores" de la vida; en ellos radican las claves de los seres
vivos: "En una sola dotación cromosómica se
encuentra realmente de forma completa el texto cifrado
del esquema del individuo". Es un retorno de varios siglos
atrás, hacia el preformismo: los cromosomas contienen el
"esquema completo de todo el desarrollo futuro del individuo y de
su funcionamiento en estado maduro". Puede decirse incluso que
son mucho más: los instrumentos que realizan el desarrollo
que ellos mismos pronostican; son el texto legal y el poder
ejecutivo, el arquitecto que diseña los planos y el
aparejador que dirige la obra, la "inteligencia
absoluta de Laplace" para
establecer cualquier cadena causal (158). Ahí aparece
confundida la biología con la quiromancia…
Los seleccionadores llevarán el micromerismo hasta sus
últimos extremos, de la célula a los genes pasando
por los cromosomas. Impondrán una concepción
individualista de la herencia (y por tanto de la
evolución): lo que evolucionan son cada uno de los
organismos y combinaciones sexuales de ellos. El atomismo celular
y genético no era más que un trasunto de ese
individualismo, una noción política
transfigurada a la biología. Según Virchow, el
individuo es una organización social, una reunión
de muchos elementos puestos en contacto, una masa de existencias
individuales, dependientes unas de otras pero con actividad
propia cada una de ellas. Esta concepción clasista,
aseguró por su parte Haeckel, no es una analogía
entre lo biológico y lo social: todo ser vivo evolucionado
es una "unidad social organizada, un Estado cuyos ciudadanos son
las células individuales", de modo que "la historia de la
civilización humana nos explica la historia de la
organización de los organismos policelulares", donde
las algas son los salvajes, poco centralizadas, primitivas
(159).
En torno a esta
concepción política, en 1881 el genetista Wilhelm
Roux desarrolló su "mecánica del desarrollo" y su
teoría de la "lucha entre las partes" dentro de un mismo
organismo, basada en una visión pluralista y no
sistemática ni orgánica de los seres vivos. Cada
parte conserva una independencia
relativa. El tipo de cada parte -dice Roux- se alcanza y se
realiza, no por transmisión integral de un modelo
unitario, sino por satisfacción de necesidades inherentes
a las cualidades heredadas de las partes singulares. Es el
atomismo llevado a la materia viva, la lucha de todos (cada uno)
contra todos (los demás). El micromerismo es la microeconomía del mundo vivo, su utilidad marginal
y cumple idéntica función
mistificadora: son las decisiones libres de los sujetos (familias
y empresas) las que explican los grandes agregados
económicos tales como el subdesarrollo,
el déficit o la inflación. La naturaleza no forma
un sistema, las partes de un organismo "no pueden subsistir como
partes de un todo de manera rígidamente normativizada". La
lucha de las partes es el fundamento de la formación y del
crecimiento del organismo en el proceso de su adaptación
funcional. Como afirma Canguilhem, con la teoría celular
"una filosofía política domina una teoría
biológica". Según el filósofo
francés, "la historia del concepto de célula es
inseparable de la historia del concepto de individuo. Esto nos
autoriza ya a afirmar que los valores
sociables y afectivos planean en el desarrollo de la
teoría celular" (160).
En la biología el individualismo perseguirá la
identidad
propia, una diferencia indeleble por encima del aparente parecido
morfológico de los seres humanos y de un ambiente social
homogeneizador, hostil y opresivo. El fenotipo podía ser
similar, pero el genotipo es único para cada individuo. Es
la naturaleza misma la que marca el lugar de
cada célula en los tejidos y de cada persona en la
sociedad. El
carácter fraudulento de esta inversión (de lo natural en lo social) ya
fue indicado por Marx y Engels,
quienes subrayaron que provenía de un truco previo de
prestidigitación: Darwin había proyectado sobre la
naturaleza las leyes competitivas de la sociedad capitalista que
luego retornaban a ella como "leyes naturales" (161). Sobre la
base de ese individualismo, una base natural e inmutable,
había que edificar la continuidad del régimen
capitalista de producción. Cabía la posibilidad de
hacer cambios, siempre que fueran pequeños,
fenotípicos, y no alteraran los fundamentos mismos, la
constitución genética de la sociedad
capitalista. Por supuesto esas pequeñas variaciones no son
permanentes, no son hereditarias, no otorgan derechos como los que
derivan de la sangre, del linaje y de la raza. De ahí que
las tesis micromeristas prevalecieran entre los mendelistas de
los países capitalistas más "avanzados",
especialmente en Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania y sus
áreas de influencia cultural, bajo el título
fastuoso y ridículo de "dogma central" de la
biología molecular.
Cuando la evolución se abrió camino en la
biología de manera incontestable, era necesario un
subterfugio para separar lo que evidentemente evolucionaba de
aquello que –supuestamente- no podía evolucionar en
ningún caso. La herencia no crea ni transforma,
sólo transmite lo que ya existía previamente; es la
teoría de la "copia perfecta", algo posible porque el
genoma no cambia (los mismos genotipos crean los mismos
fenotipos). La genética no estudia los problemas de la
génesis, que quedan disueltos entre los problemas de las
mutaciones. Es otra de las paradojas que encontramos en el siglo
XIX: la lucha contra Darwin pasó a desarrollarse en nombre
del propio Darwin. Con el transcurso del tiempo los neo
darwinistas prescindirán de la herencia de los caracteres
adquiridos para acabar prescindiendo del mismo Lamarck,
hábilmente suplantado por Darwin o, mejor dicho, por un
remiendo de las tesis de Darwin. La biología y la
sicología se reparten las tareas: a la biología
compete lo hereditario y a la sicología lo aprendido; lo
hereditario no se aprende y lo aprendido no es hereditario. No
obstante, en este proceso quizá lo peor no haya sido el
vuelco que da la biología a finales del siglo sino a la
historia de la biología, empezando por la tesis de que no
hay evolución antes de Darwin ni genética antes de
Mendel, la de
que lamarckismo es algo no sólo diferente sino opuesto a
darwinismo, etc.
En esa confusa polémica, muchas veces encubierta,
confluyeron factores de todo tipo, y los argumentos
científicos sólo constituyeron una parte de los
propuestos. Como ocurre frecuentemente cuando se oponen
posiciones encontradas, los errores de unos alimentan los de los
contrarios y por eso la oposición religiosa al darwinismo
presentó a éste con un marchamo incondicional de
progresismo que no está presente en todos los postulados
darwinistas. A finales de siglo, el componente religioso sigue
estando muy presente, especialmente en la paleontología y
los estudios de lo que -también confusamente- empezaba a
conocerse como prehistoria.
Empezaba a descubrirse una época de la humanidad anterior
y, por lo tanto, ajena al cristianismo.
Precursores de la paleontología como Gabriel de Mortillet,
distinguido militante del partido republicano radical, utilizan
la nueva ciencia como un instrumento de lucha no sólo
ideológica sino política contra Napoleón III, el Vaticano y el protagonismo
de las fuerzas católicas en la vida pública.
Como también suele ocurrir cuando se abordan
fenómenos asociados a conceptos tales como "raza", en la
segunda mitad del siglo XIX los factores chovinistas
también estuvieron entre aquellos que hicieron acto de
presencia. En el origen del
hombre la polémica religiosa era una parte, pero no se
trataba de averiguar únicamente si el hombre
provenía de un acto de creación divina sino en
dónde encontrarlo: ¿de dónde era
Adán? ¿dónde había aparecido el
primer hombre? La estratigrafía demostraba que ese primer
humano estaba sepultado bajo un montón de tierra. En
1865 Julio Verne aporta su propia versión en su "Viaje al
centro de la Tierra".
Entonces no había discusión sobre un punto: todos
los arqueólogos coincidían en que Europa era la
cuna de la humanidad porque todos los arqueólogos eran
europeos; el problema empezaba cuando disputaban acerca de
qué país europeo vio nacer al primer hombre,
dónde estaba la cuna de la humanidad.
Las reacciones chovinistas estaban en todos los países
europeos. También eran muy comunes en Francia a finales
del siglo XIX, tras la derrota frente a Prusia en 1870, la
pérdida de Alsacia y Lorena y la unificación del
Reich. Son los años del caso Dreyfuss y del general
Boulanger en los que el ejército se presenta como el
paladín de la nación.
En Alemania la derrota del ejército francés no
sólo fue interpretada como un signo de la debilidad
política de Francia, sino también como un
síntoma de la inferioridad de los franceses. Entre la
intelectualidad alemana desapareció la histórica
influencia del pensamiento francés, sustituido por uno
propio, pangermanista, militarista y expansionista, cuyas
consecuencias sobre la biología habrá que volver a
plantear más adelante.
En Francia los estudios arqueológicos tenían una
vinculación estrecha y directa con el nacionalismo
francés posterior a la derrota en la guerra con
Prusia. En 1872 se crea la AFA (Asociación Francesa para
el Progreso de las Ciencias), que ponía la ciencia al
servicio de la
causa nacional y la nación
al servicio de la ciencia. Una de las figuras principales de la
AFA era el referido Gabriel de Mortillet, que dedicó un
libro entero a
esta cuestión, La formation de la nation
française, que transcribe el curso que
impartió en 1889 en la Escuela de
Antropología de París. Creada por
Paul Broca en 1875, a la Escuela de Antropología el
gobierno le
había reconocido como "institución de utilidad
pública", un título que alcanzaba no sólo a
la Academia sino también a la arqueología como disciplina
científica. Mortillet era un científico de los que
ya no se encuentran. Nunca separó la política de la
ciencia. Desde 1848 consideró que la divulgación de
la ciencia era un arma esencial en la lucha por la democracia.
Pero a finales de siglo el indigesto contexto intelectual
arrastró a la biología como a muchas otras
ciencias. El romanticismo había degenerado en un
gótico tenebroso, la búsqueda de supuestas
civilizaciones perdidas que habitaban el interior de la Tierra o
las profundidades marinas, que habían evolucionado mucho
más que los seres humanos. La antropología y
sucedáneos se convirtieron en una moda. El
ocultismo se apoyaba en algunas propuestas científicas
tanto como éstas degeneraban en superstición. Como
demuestra la novela
naturalista de la época, el evolucionismo no era ajeno a
estos movimientos culturales y seudoculturales. En 1871 el
británico Edward Bulwer-Lytton publicó su novela The
coming race (La raza venidera), una mezcla de
ciencia-ficción y darwinismo con racismo. Un
ingeniero de minas conduce al narrador a un mundo
subterráneo donde la selección natural había
creado una raza superior dotada de poderes sobrehumanos, la
vril-ya, cuyo símbolo es la esvástica, desprecia la
democracia y vive dentro de la Tierra, planeando conquistar el
mundo. Esa civilización suplantará a los humanos y
conducirán a los pocos elegidos de nuestra raza a una
formidable mutación que engendrará el superhombre.
La antropología se superpone de manera confusa con la
biología, engendrado extrañas concepciones
seudocientíficas divulgadas con enorme éxito. En
1896 John Uri Lloyd publica otra novela, Etidorhpa or The end
of the earth, en la que Drury, el hijo de un ocultista, de
caverna en caverna, atraviesa un reino subterráneo guiado
por un extraño forastero, calvo y sin ojos, pero con una
fuerza enorme,
hasta que llegan a una zona "de luz interior"
poblada de hongos venenosos
gigantes, pterodáctilos y otros reptiles monstruosos.
En biología estas cuestiones se pueden disimular mejor
o peor, pero no cambian con el tiempo, aunque cambie el escenario
geográfico. De la misma manera que la historia del
cine es la
historia de Hollywood, hoy la historia de la biología es
la historia de la biología anglosajona, la bibliografía es
anglosajona, las revistas son anglosajonas, los laboratorios son
anglosajones… y el dinero que
financia todo eso tiene el mismo origen. Todos los
descubrimientos científicos se han producido y se siguen
produciendo en Estados Unidos. Por eso sólo ellos acaparan
los premios Nobel. Aunque Plutón no es un planeta, se
incluye entre ellos porque fue el único descubierto por
científicos estadounidenses, que no pueden quedarse al
margen de algo tan mediático.
Regreso al planeta de
los simios
Esa fue la tarea que emprendió el zoólogo
alemán August Weismann (1834-1914), quien moldea una nueva
forma de metafísica
biológica, aunque esta vez en nombre del darwinismo. Con
él la involución se traviste con las ropas de la
evolución. Fue él quien dio el vuelco a la
biología que hasta entonces predominaba. Además,
ese vuelco estuvo acompañado de otro a la historia de la
biología: también aquí tienen que aparecer
las tergiversaciones históricas. Así, aunque Huxley
consideraba que Weismann sólo tenía un
interés histórico (162) y Lecourt le califica como
un autor "olvidado", genetistas de primera línea como
Morgan le mencionan como un precedente de relieve (163)
y Sinnott, Dunn y Dobzhansky afirman que es el precursor de la
genética moderna (164). Cualquier historiador de esta
ciencia, como Rostand, coincidiendo en esto con Lysenko, destaca
la enorme importancia de sus concepciones (165).
En un conocido manual de
historia de esta disciplina, Smith asegura que Weismann,
"más que ningún otro investigador de finales del
siglo XIX, mantuvo la pureza inicial de las ideas darwinianas"
(166). Por el contrario, la comparación entre Darwin y
Weismann no presenta ningún parecido. Frente a las tesis
evolucionistas lo que defendió Weismann es la idea de que
hay algo eterno, que va más allá de la historia
porque no tiene principio ni fin. Weismann no es darwinista, si
bien con él empieza el neodarwinismo, que es algo
diferente. El mismo concepto de evolución cambia
radicalmente. No obstante, al imponerse esta corriente de forma
hegemónica, de rebote fuerza la calificación de
quienes no admiten el nuevo giro, que quedan marginados como
"lamarckistas", un cajón de sastre fabricado
artificialmente, denostado hasta el ridículo y que, sin
embargo, carece de entidad por sí mismo. Son despreciados
como "lamarckistas" todos aquellos que no admiten el giro en los
conceptos fundamentales de la biología. Por supuesto, ese
"lamarckismo" no sólo es diferente al "darwinismo" sino su
opuesto. En cualquier caso, a partir de 1883 el uso de las
comillas es imprescindible.
Los presupuestos
científicos de Weismann son singulares. Como él
mismo reconoce, emplea la palabra "investigación" en un sentido "un poco
diferente" del usual. Para él también son
investigaciones las "nuevas observaciones", aunque de esa manera
sólo cambia el problema de sitio porque no define esa
noción, aunque ofrece pistas al afirmar acto seguido que
el progreso de la ciencia no se apoya sólo en "nuevos
hechos" sino en la correcta interpretación de los mismos. Weismann
había quedado ciego muy pronto, de manera que los
supuestos experimentos que se le atribuyen son como aquellos de
los matemáticos que lanzan los dados al
aire
múltiples veces, tomando nota cada vez que un determinado
resultado se repite: no son tales experimentos (167). Al igual
que Mendel, es un teórico de la biología y lo que
reconoce de una manera ambigua es que el vuelco que está a
punto de dar a esta disciplina no se fundamenta en el
descubrimiento de hechos que antes nadie hubiera apreciado sino
en una nueva hipótesis teórica. Luego, al aludir
a la herencia de los caracteres adquiridos afirma algo
más: que no está probada. ¿Cómo se
demuestra una teoría en biología? Desde luego la
"demostración" y la propia experimentación en
biología se desarrollan mucho más tarde y en
condiciones muy diferentes de la física. Hasta el siglo XX
no se puede hablar de una biología experimental. Los
experimentos del siglo anterior no se repiten en los mismos
organismos ni en los mismos medios, de manera que cada uno de
ellos arroja resultados diversos. Cuando los experimentos de
Morgan con las moscas se hicieron famosos, los mendelistas se
volcaron en el descubrimiento. Hubo que definir un conjunto de
condiciones canónicas de cultivo de moscas. Lo mismo que
los guisantes de Mendel o los perros de Pavlov, la mosca
típica dejó de ser el objeto de la
investigación para convertirse en el instrumento de la
investigación, la personificación misma de la nueva
genética.
Que la herencia de los caracteres adquiridos no estaba probada
es algo que a lo largo del siglo XIX ningún biólogo
había advertido antes de Weismann. Pero él tampoco
define en qué consiste "demostrar" en biología, de
manera que cuando el biólogo alemán Detmer le
indicó varios hechos que –según él-
sí lo demostraban (168) Weismann rechaza unos y de los
otros ofrece una interpretación alternativa basada en la
selección natural. Por lo tanto, la labor de Weismann fue
de tipo jurídico: trasladar la carga de la prueba sobre
los partidarios de la herencia de los caracteres adquiridos; son
ellos quienes deben "probar". Fue una reflexión de enorme
éxito; a partir de sus escritos le dieron la vuelta al
problema, repitiendo una y otra vez que la tesis -desde entonces
ligada a Lamarck de manera definitiva- no está probada.
Pero Weismann fue mucho más allá: la tarea de
probarlo le resulta "teóricamente inverosímil", es
decir, que nunca se ha probado ni se podrá probar
jamás. Aunque tendré que volver más adelante
sobre ello, es importante retener, por el momento, que esa
imposibilidad es -justamente- de naturaleza "teórica" y
que esa teoría no es otra que el neodarwinismo que
Weismann está a punto de edificar. No es
científica, no tiene nada que ver con los hechos, ni con
la realidad, ni con los hallazgos y las investigaciones porque
cien años después seguimos conociendo casos de esa
imposibilidad metafísica de demostración prevista
por Weismann. Después de Detmer se han seguido proponiendo
nuevos supuestos de herencia de lo adquirido, de los que vamos a
enumerar brevemente algunos:
— en 1860 C. E. Brown-Sequard demostró
experimentalmente mediante una sección parcial de la
médula espinal o con una sección del nervio
ciático la heredabilidad de la epilepsia inducida en
cobayas
— a partir de 1861 Hutchinson y luego Fournier
demostraron la heredabilidad de la sífilis.
La causa de esta patología es la bacteria Treponema
pallidum. Al incorporarse al torrente sanguíneo de la
embarazada, el Treponema pallidum alcanza al
embrión a través de la placenta. Entre el 40 y el
70 por ciento de estos embarazos traen al mundo a un neonato con
graves problemas físicos y mentales como resultado de la
infección y alrededor del 25 por ciento de estos embarazos
acaban en aborto o muerte
fetal (169)
— la aparición de callosidades en los embriones
de determinadas especies, tales como avestruces, dromedarios o
jabalíes africanos (facóqueros). Los callos en las
extremidades se deben al uso de las mismas, por lo que su
aparición en los embriones no se puede explicar sino como
una herencia de los que adquirieron sus progenitores
— los injertos crean híbridos vegetales, especies
mezcladas que, como veremos más adelante, transmiten su
nueva condición a la descendencia; desde 1965
también se consiguen crear híbridos de laboratorio
mediante la aplicación de campos eléctricos capaces
de fusionar dos células diferentes
— en 1918 Guyer y Smith realizaron experimentos sobre la
heredabilidad de ojos congénitamente defectuosos en
conejos a cuyos progenitores se había inyectado un
anticuerpo contra el cristalino
— Heslop Harrison expuso que la coloración oscura
que adquieren las polillas (Biston betularia) que
habitan en las comarcas industriales contaminadas se transmite
hereditariamente. Antes de 1848 las polillas oscuras
constituían menos del dos por ciento de la población. A causa del hollín de las
fábricas, los abedules en los que se posaban las polillas
oscurecieron. La población de polillas también
cambió de una mayoría de color claro a una
mayoría de color oscuro. Para 1898 el 95 por ciento de las
polillas en Manchester y otras zonas altamente industrializadas
eran de la forma oscura. Ese porcentaje era mucho más
reducido en las áreas rurales.
— existe una correlación entre el color de los
piojos y el de las plumas de las aves que
colonizan, lo cual les sirve para enmascararse. El cisne, por
ejemplo, alberga en sus alas piojos de color claro, mientras que
en la cabeza y el cuello se albergan piojos oscuros: no necesitan
ocultarse porque no les alcanza el pico de su anfitrión
(169b)
— en 1927 William McDougall demostró
experimentalmente, como veremos más adelante, que las
pautas de conducta
aprendidas por los ratones se transmiten a las generaciones
sucesivas
— Waddington sometió larvas de moscas durante 21
a 23 horas a una temperatura de
40 grados centígrados. Algunas de las moscas procedentes
de aquellas larvas padecían una interrupción o una
ausencia de los nervios transversales posteriores y, en
ocasiones, también de los anteriores. Las otras eran
normales. De generación en generación, tras el
tratamiento, Waddington separaba las moscas afectadas por la
ausencia de nervios transversales de las que, por el contrario,
no reaccionaban al tratamiento y permanecían normales. El
porcentaje de sujetos que reaccionaban en los dos linajes de
moscas cambiaba con el tiempo. En el linaje sin nervios
transversales el número de moscas disminuía y
después de más de 20 generaciones afectaba casi a
la totalidad. En el linaje normal el porcentaje de moscas
disminuía de generación en generación, pero
sin dar resultados tan característicos. Además, en
el linaje sin nervios transversales llegó un momento en el
que, a pesar de que los individuos no estaban sometidos al
tratamiento de alta temperatura, había un porcentaje de
moscas que no tenían nervios transversales. Waddington
escribió: "El efecto sobre los nervios transversales que
en el linaje original sólo aparecía como respuesta
a un estímulo externo, se hizo completamente independiente
de toda característica del medio en las razas
seleccionadas. Se puede decir que el carácter adquirido
fue asimilado por el medio"
— en 1961 M. Petterson escribía en la revista
Animal behaviour acerca del comportamiento
de un ave, el verderón, que había adquirido el
hábito de drogarse con las babas de Daphne, un
arbusto ornamental. Desde que en el siglo XIX se observó
dicho hábito en Inglaterra, el
mismo se había ido propagando a razón de unos cinco
kilómetros por año, hasta alcanzar a toda la
población de verderones de las islas, un fenómeno
que Petterson interpretaba como un ejemplo de propagación
de un hábito adquirido
— en 1982 Stanley Prusiner demostró que la
enfermedad de las vacas locas (encefalitis espongiforme bovina,
scrapie en el ganado bovino y Creutzfeldt-Jakob en seres
humanos), que es hereditaria, está causada por una especie
de proteína, denominada prión, que se transmite a
las generaciones sucesivas sin participación del genoma ni
de los ácidos nucleicos (170)
— numerosas enfermedades adquiridas, entre ellas
el SIDA, se
transmiten de la madre a los hijos durante el embarazo (a
través de la placenta), durante el parto (ruptura
de la placenta) o después del parto (a través de la
lactancia); el
porcentaje de transmisión es del 30 por ciento, lo que en
2005 dio lugar a casi 700.000 casos (171)
— en 1991 Pierre Rossin publicó un
artículo en la revista Science et Vie sosteniendo
que en el caso de algunas aves migratorias existían nuevas
rutas de migración
que eran el resultado de un carácter adquirido
— en 2004 Hilmar Lemke sugirió que el el impacto
funcional de los anticuerpos maternos (inmunoglobulina G) en la
descendencia es un supuesto de herencia, que calificaba de "no
genética" y que apoyaba la validez de las tesis
lamarckistas en la explicación del sistema inmune
(172)
— en 2006 encontraron una mutación en la
secuencia MC1R del ADN de una población de ratones de
playa (Polionotus peromyscus) que altera el color de su
pelaje que asemeja al color de la arena donde viven (172b)
— en febrero del 2009 la revista Journal of
Neuroscience publicó las conclusiones de un
experimento con ratones dirigido por Larry Feig. Según
Feig la memoria
puede mejorar de una generación a la siguiente por medio
de la epigénesis. Feig expuso ratones con problemas
genéticos de memoria a un
entorno rico en juguetes,
ejercicios y atención extraordinaria. Los ratones
demostraron mejoras significativas en la presentación a
largo plazo, una forma de transmisión neural que es
esencial en la formación de memoria. Sorprendentemente los
descendientes exhibieron las mismas mejoras, aunque no estuvieron
expuestos a la atención recibida por sus padres.
Nada de esto parece convincente. O los experimentos
están mal concebidos o, en caso contrario, siempre se
puede recurrir a la selección natural como argumento capaz
de destruir cualquier experimento imaginable. En forma de axioma
los Medawar ofrecen la receta infalible para descartar cualquier
atisbo de herencia de lo adquirido: "No puede aceptarse ninguna
interpretación lamarckiana como válida, a menos que
expresamente excluya la posibilidad de selección natural"
(172c). Los neo darwinistas pretenden sostener que la
selección natural es el mecanismo único de la
evolución biológica y, por consiguiente,
incompatible con la herencia de los caracteres adquiridos y con
cualquier otro, como la simbiogénesis. Eso es falso porque
el descubrimiento de la causa de un fenómeno, no excluye
la intervención de otras causas diferentes, como el propio
Darwin puso de manifiesto al defenderse de tergiversadores como
los Medawar.
Uno de los supuestos que he reseñado, el de la
coloración oscura de las polillas, es uno de los mejor
documentados, habiéndose desplegado múltiples
controversias al respecto. Sin embargo, lo que no se suele poner
de manifiesto es que en este caso el defensor de la tesis
lamarckista no fue otro que Darwin, quien dedicó a la
defensa de su criterio un esfuerzo significativo que,
además, tiene un sesgo claramente finalista. Pero
aún más significativo es el hecho de que Darwin le
da a su explicación lamarckista un carácter muy
general que merece la pena recordar: "Cuando en los animales de
todas las especies la coloración ha experimentado
modificaciones con un fin especial, estas modificaciones, en
cuanto nos es dable juzgar, han tenido por objeto ora la
protección de los individuos, ora la atracción
entre los individuos de sexos opuestos" (173).
Si, pese a todo, la teoría de Lamarck no está
probada sólo queda comprobar si lo está la de
Weismann. La leyenda de la genética afirma que para
demostrar la inconsistencia de la heredabilidad de los caracteres
adquiridos, Weismann amputaba el mismo miembro de cualquier
animal generación tras generación, a pesar de lo
cual, el zoólogo ciego veía que dicho miembro
reaparecía en cada recién nacido. Nunca
existió tal experimento, pero de esa manera absurda se ha
pretendido ridiculizar a Lamarck con una caricatura,
cuando sería el experimentador el que hubiera debido
quedar ridiculizado. El naturalista francés no
habló nunca de amputaciones, que no son una
reacción del organismo ante un cambio en el
medio sino la acción directa y traumática del mismo
medio. Por lo demás, no hacía falta ningún
experimento; los judíos
llevan siglos circuncidándose y, a pesar de ello, el
prepucio reaparece en cada nueva generación; los hijos de
los cojos a quienes se coloca una prótesis
ortopédica no nacen con las piernas de madera; en
China las
mujeres nacían con la largura normal de los pies, a pesar
de que durante generaciones se les vendaron fuertemente y, no
obstante las penetraciones sexuales desde los más remotos
tiempos de la humanidad, las mujeres siguen naciendo con el himen
intacto… Estos y otros ejemplos que se pueden exponer lo que
demuestran es que, como reconoció el propio Lysenko, "las
variaciones de los organismos o de sus diferentes órganos
y propiedades no siempre, ni en pleno grado, son transmitidas a
la descendencia". Es un fenómeno frecuentemente observado,
añadía el agrónomo soviético, que "a
veces las modificaciones de los órganos, caracteres o
propiedades del organismo no aparecen en la descendencia". No
todos los cambios que experimentan las diferentes partes de un
organismo se fijan en el plasma germinal con la misma frecuencia
y en el mismo grado (174).
El objetivo del
ataque de Weismann no era la heredabilidad de los caracteres
adquiridos; es toda la biología preexistente la que se
propone derribar, aunque él la personaliza en Lamarck,
excluyendo a Darwin. La crítica empieza con una
tergiversación tópica de las concepciones del
naturalista francés: como la heredabilidad de los
caracteres adquiridos es el único mecanismo explicativo
que Lamarck propone y es errónea, afirma Weismann, todo su
sistema biológico se hunde. Los demás
biólogos quedan a salvo del naufragio, incluso el mismo
Weismann, que había defendido esa misma concepción
hasta el día anterior. Había algo en la obra de
Lamarck que a finales del siglo parecía necesario
erradicar. Sin embargo, convenía salvar a Darwin porque
éste redujo al ámbito de acción de la
herencia de los caracteres adquiridos con su teoría de la
selección natural. Había que preservar ese residuo
darwinista, el principio de la evolución exclusivamente
por medio de la selección natural, algo que contradice al
mismo Darwin, quien dijo con meridiana claridad lo siguiente:
"Pero como mis conclusiones han sido recientemente muy
tergiversadas, y se ha afirmado que atribuyo la
modificación de las especies exclusivamente a la
selección natural, me permito hacer observar que en la
primera edición
de esta obra, y en las siguientes puse en lugar bien visible:
"Estoy convencido de que la selección ha sido el principal
pero no exclusivo medio de modificación". Esto no ha
servido de nada. Grande es la fuerza de la tergiversación
continua; pero la historia de la ciencia demuestra que,
afortunadamente, esta fuerza no perdura mucho tiempo" (175).
Fue precisamente Weismann el primero en plantear esa gran
tergiversación a la que se refería Darwin. A este
respecto, Gould puso el acento en el concepto de
allmacht con el que Weismann concibe la selección
natural, un verdadero caso de autosuficiencia científica y
causalidad omnipotente: el panseleccionismo (176). Además,
para desconsuelo de Darwin, esa gran tergiversación
iniciada por Weismann sí perduró mucho tiempo,
hasta la misma actualidad. Hoy los neo darwinistas no hablan de
otra cosa que no sea la selección natural. Huxley lo
expone de la siguiente forma: "La contribución especial de
Darwin al problema de la evolución fue la teoría de
la selección natural, pero, a causa del rudimentario
estado de los conocimientos en ciertos campos biológicos,
Darwin se vio obligado a reforzar su exposición con
hipótesis subsidiarias lamarquianas acerca de la herencia,
de los efectos del uso y desuso y de modificaciones producidas de
modo directo por el ambiente. Hoy estamos en condiciones de
rechazar estas hipótesis subsidiarias y podemos demostrar
que la selección natural es omnipresente y virtualmente el
único agente orientador en la evolución" (177). Esa
era la línea directriz a seguir por la biología en
el futuro: acabar con esas hipótesis subsidiarias
lamarckistas, salvar a Darwin de sí mismo porque, en
ocasiones, "no se mostraba todo lo darwinista que debería
haber sido" (178).
Pero además de eso es necesaria una teoría de la
herencia que sustituya a la de Lamarck. De ahí que, aunque
el zoólogo alemán sostiene que ambas son
independientes, lo cierto es que sí procede abiertamente a
contraponer su hipótesis a la lamarckista.
La teoría de Weismann no carecía de precedentes,
que están en la teoría celular de Virchow. En 1876
Jäger publicó su tesis sobre la continuidad germinal,
Nussbaum desarrolló en 1880 la teoría con una serie
de experimentos sobre ranas y, finalmente, la teoría del
idioplasma de Nägeli de 1884 también era equivalente.
Pero lo verdaderamente sorprendente es la rapidez con que a
partir de entonces se abandona la pauta anterior y se inicia una
nueva sin grandes resistencias.
En muy poco tiempo la herencia de los caracteres adquiridos
pasó de ser un principio incontrovertible, incluso para
los fijistas, a ser el más controvertido de toda la
biología. Fue un giro fulgurante, aunque lo más
sorprendente es que no se fundamentaba en hechos sino en
contraponer una hipótesis a otra. La explicación de
este éxito no radicaba, en absoluto, en ninguna clase de
evidencias
empíricas sino en el racismo, el antisemitismo
y el pangermanismo que empezaban a recorrer Alemania como una
sombra amenazante. En 1875 se publicó "Raza y Estado" la
obra pionera en la que Ludwig Gumplowicz (1838-1909) justifica
las diferencias sociales como diferencias biológicas, a la
que seguirán las de Ludwig Woltmann (1871-1907) y otros.
El fundamento de estas corrientes racistas es el mismo que el de
Weismann, el neodarwinismo, es decir, una interpretación
sesgada de la obra de Darwin seguida de su extensión a la
sociedad y a la historia, la metáfora de que la sociedad
también es un organismo, un ser vivo, por lo que la
historia descansa sobre la genética: también los
pueblos están sometidos a la selección natural.
Weismann fue uno de los primeros eugenistas: defendía que
sólo las personas más aptas debían ser
autorizadas a procrear hijos, y esas son las que cumplen el
servicio militar (179). Su concepción biológica
triunfa rápidamente porque su tesis refuerza esa
metáfora biológica racista según la cual,
como decía Bismarck, Alemania es una "nación
saturada", superpoblada que necesita colonizar nuevos
territorios, anexionar nuevas fuentes de
aprovisionamiento e imponer su superioridad natural sobre los
demás pueblos.
En 1903 el austriaco Otto Weininger escribió un ensayo,
"Sexo y
Carácter", que es una de las obras que marcan el cambio de
ciclo intelectual. Al año siguiente otro austriaco,
Jörg Lanz von Liebenfels, publicó su libro "Teo
zoología" en el cual incorporaba la evolución
humana y la antropología al ocultismo. Al tiempo que
glorificaba a la raza aria, abogaba por la esterilización
de los enfermos y la imposición de trabajos forzados para
las razas inferiores. La búsqueda de la pureza racial
aparece descarnadamente bajo la forma de mujeres rubias seducidas
por hombres de piel oscura,
inferiores, cuyo mestizaje se debe impedir. Es el momento en el
que se produce la mezcla explosiva del racismo con el
maltusianismo. Pero no se trataba sólo de teorías
disparatadas sino que en varios países comienzan a
promulgarse leyes contra la inmigración so pretexto de consideraciones
médicas y biológicas. En torno a estas aberraciones
intelectuales,
caracterizadas por Luckacs como un "asalto a la razón", se
fueron tejiendo redes y organizaciones
que difundían revistas y libros. Sobre
ellas se constituye la Orden Germánica, que en 1912
formará la Sociedad Thule.
La propuesta de Weismann nada tiene que ver con
la ciencia. Como escribió Bertalanffy, "el modelo de
Weismann constituye el caso típico de una teoría
falsa aunque fértil" (180). Supuso un retroceso hacia
ideologías pretéritas. No sólo
carecía por completo de virtudes teóricas sino que
sus postulados eran inferiores a los hasta entonces
predominantes. Según Weismann la dotación
genética ("plasma germinal", la llamó) determina
unilateralmente los rasgos morfológicos de los seres
vivos. Las células de éstos aparecen divididas en
dos universos metafísicamente contrapuestos, un elemento
activo y otro pasivo, quebrando de manera radical los fundamentos
mismos de la teoría celular según los cuales todas
las células son estructural y funcionalmente
similares.
Hasta la fecha, la división dominante en
los organismos vivos se establecía entre la especie (o el
individuo) y el medio; a partir de entonces esa división
separa el plasma de "todo lo demás", calificado de "medio
exterior". Unas células componen el cuerpo y otras lo
reproducen. No se puede ignorar que esta distinción tiene
un extraordinario valor
analítico, ni tampoco que realzó la importancia que
en los organismos vivos tienen los sistemas reproductores, mucho
mayor que otras funciones
orgánicas. Su alcance, pues, es considerable.
También fue fecundo porque el análisis está
en la esencia misma de la ciencia pero, como expondré
más adelante, no tardó en convertirse en un arma de
doble filo porque la escisión condujo a un planteamiento
metafísico, en el cual:
a) se confunde la parte (reproducción) con
el todo (organismo) b) se impone un determinismo estricto de la
parte (germen) sobre el todo c) no existe retroacción del
todo sobre la parte
Si ya es discutible separar de manera absoluta el plasma del
cuerpo, mucho más lo es proceder a una separación
entre el plasma y "todo lo demás", un verdadero torpedo a
la línea de flotación de la biología de
entonces. El cuerpo no tiene el carácter residual que
Weismann le quiso otorgar y, en cuanto al plasma, forma parte
integrante de esa totalidad compleja que es el cuerpo vivo. Sin
embargo, entre el plasma y el cuerpo Weismann establece un tipo
de relación que sólo es posible entre dos partes de
un todo, mientras que parece obvio afirmar que el plasma y el
cuerpo están en una relación de la parte con el
todo, que no puede ser bilateral. Por otro lado, cuando dos
componentes se separan también deben unirse en otro
momento de la explicación. El análisis requiere de
la síntesis y en la genética aún está
por producirse esa síntesis del plasma y el cuerpo.
Aunque Weismann se guarda de reconocerlo, esta teoría
era una crítica directa contra la pan génesis de
Darwin, según la cual cada célula del cuerpo
produce unas partículas, a las que llamó
"gémulas", que transportadas por los fluidos
orgánicos, llegaban a los órganos reproductores,
donde permanecían en espera de la fertilización.
Los gametos emanan de todas las células corporales, son
una réplica concentrada del ser vivo que las origina, de
manera que si ese ser cambia, también cambia su
réplica germinal. La pan génesis de Darwin reconoce
la interacción entre todas las partes del cuerpo y, por
consiguiente, no separa de manera absoluta al plasma del resto
del organismo. Sus aplicaciones más importantes son, como
veremos, la regeneración de los órganos
dañados o amputados y la hibridación vegetativa,
esto es, la posibilidad de crear nuevas variedades de plantas
mediante injertos de una parte del cuerpo (esqueje o púa)
de una variedad en una parte del cuerpo (patrón o mentor)
de otra. Esas modificaciones alcanzan a las células
germinales y, por consiguiente, se transmiten a las generaciones
sucesivas. Se trata, pues, de una causalidad inversa respecto a
la que Weismann propone: es el cuerpo el que engendra la materia
germinal, y no al revés. Como cualquier otra parte del
cuerpo, para Darwin el plasma estaba sometido a toda clase de
influencias. Pero para Weismann el plasma no es un efecto sino
una causa. A través de Michurin y su "método del
mentor", de una manera tácita, la teoría darwiniana
de la pan génesis fue asumida por Lysenko y una parte de
la genética soviética, por lo que la fidelidad a
Darwin es mucho más evidente en Lysenko que en Weismann y
sus epígonos de la teoría sintética.
La pan génesis de Darwin conduce directamente a la
herencia de los caracteres adquiridos, le proporciona un
fundamento fisiológico, pues las gémulas recogen
los cambios que sufren las partes del organismo de las que
proceden. Por el contrario, Weismann crea la noción de
"linaje" celular, derivado de la teoría de la continuidad
celular: las células sexuales provienen exclusivamente de
otras células sexuales. La separación entre el
plasma y el cuerpo que, como decimos, rompe con la teoría
celular, no es un añadido que Weismann aporta al
darwinismo sino un giro conceptual; mientras con su pan
génesis Darwin relacionaba a todas las células del
cuerpo entre sí, Weismann acaba con esa interacción
mutua y sólo reconoce los efectos del plasma sobre el
cuerpo pero nunca los del cuerpo sobre el plasma. Weismann extrae
del cuerpo una de sus partes, a la que confiere un influencia sin
contrapartidas. Su nueva orientación conceptual se expresa
en la vieja paradoja del huevo y la gallina que Lysenko califica
acertadamente de metafísica: ¿Qué aparece
primero, la gallina o el huevo? Desde Aristóteles hasta Darwin los
biólogos habían afirmado que primero fue la
gallina; para Weismann y los partidarios de la teoría de
la continuidad lo primero es el huevo: omne vivum ex
ovo. Empezando con él y acabando con Dawkins ya no es
la gallina la que pone huevos sino los huevos los que ponen
gallinas. De acuerdo con Weismann, la gallina es simplemente un
dispositivo del huevo que posibilita la postura de otro huevo; la
gallina acabará desapareciendo de la biología y con
ella el concepto mismo de vida. La biología ya no es la
ciencia que trata de la vida sino de otros fenómenos, o
bien la vida se confundirá con esos otros fenómenos
(células, cromosomas, genes). La vida no es más que
reproducción; los mecanismos reproductivos
monopolizarán la primera plana. El plasma germinal no es
una parte de un todo vivo sino la vida misma. Esa será la
esencia de la genética del futuro. La deducción lógica
de este vuelco es que toda la teoría de la
evolución pasa a descansar en torno a la
genética.
Por lo demás, la concepción de
Weismann no sólo no precisa el concepto de "medio" sino
que pretende darle "una gran amplitud". Es una buena prueba de
que se había impuesto la concepción abstracta de
Comte. Como buen zoólogo, aunque ciego, Weismann era un
observador perspicaz y había leído a Lamarck mucho
mejor que sus contemporáneos. Sabía que el
francés se apoyaba en el "uso y desuso" y no en el
ambiente exterior. Pero, según Weismann, el uso y desuso
no puede ejercer una influencia "directa" de
transformación de la especie tan grande como los factores
ambientales. La de Weismann no es una crítica de los
postulados del contrario sino de la interpretación que
él mismo ofrece de esos postulados. Es un aspecto en el
que Weismann deja de ser el biólogo minucioso y atento
para desplegar un ataque en toda la línea del frente que,
en aquel momento, estaba compuesta por todos los demás. Es
una crítica genérica de toda una corriente, el
neolamarckismo, presentada de una manera uniforme sobre la base
de conceptos imprecisos, como el "medio exterior", cuya
precisión se difumina aún más con la
teoría del plasma. De esta manera, Weismann se enfrenta
directamente a los neolamarckistas de su tiempo sobre tres ejes
básicos:
a) los cambios individuales no afectan a la
especie; si se toma al individuo aisladamente, todas las
influencias exteriores no pueden transformar la especie b) las
modificaciones acaban en el cuerpo, no se transmiten porque no
pasan al plasma germinal c) en la crítica el factor
ambiental queda definido como la "acción directa del medio
exterior", una expresión que repite varias veces
En fin, para Weismann esos cambios inducidos por
el ambiente exterior son como el bronceado veraniego: se van con
los primeros fríos. Sin embargo, parece claro observar que
la afirmación micromerista de que los cambios exteriores
sólo pueden afectar a un único individuo
también es opuesta a lo que Darwin sostuvo: "La
selección puede aplicarse a la familia lo
mismo que al individuo" (180b). Las modificaciones ambientales
afectan a todos los organismos a los que alcanza su radio de
acción. Pero eso es exactamente lo que Weismann critica y
su conclusión hará fortuna. Todos los caracteres
debidos a las acciones
exteriores, afirma Weismann, quedan limitados al individuo
afectado y, además, desaparecen muy rápido, mucho
antes de su muerte, concluyendo de una forma rotunda sin intentar
siquiera ninguna clase de prueba: "No hay un solo caso en el cual
el carácter en cuestión se haya convertido en
hereditario" (181). Es lo que habitualmente se denomina como la
"barrera" de Weismann, según la cual, las influencias se
dirigen en la dirección del plasma al cuerpo pero nunca
del cuerpo al plasma; es, en suma, el dogma central del
mendelismo.
Sin embargo, Weismann defiende la
evolución, por lo que tiene que recurrir a otros
mecanismos hipotéticos diferentes, es decir, tiene que
explicar la transformación sin herencia de los caracteres
adquiridos. éste es uno de los problemas más
profundos de la biología, advierte Weismann; su
solución es decisiva para comprender la formación
de las especies y los cambios en los organismos vivos a lo largo
del tiempo. Weismann tiene que introducir un cambio previo que
los cause, el plasma germinal: no hay cambio en la especie sin
previo cambio del plasma: "Nunca he dudado de que modificaciones
que dependen de una modificación del plasma germinal, y
por tanto de las células reproductoras, sean
transmisibles, incluso siempre he insistido en el hecho de que
son ellas, y sólo ellas, las que deben ser transmitidas"
(182). Pero si el cuerpo cambia, dichos cambios deberán
tener su origen en un plasma cambiante y entonces la pregunta de
Weismann es qué es lo que causa esas modificaciones del
plasma que a su vez causan modificaciones del cuerpo. Entonces
critica el preformismo de Nägeli, para quien las
modificaciones son de tipo "interno" de modo que todo el
desarrollo de las especies estaba ya previamente escrito en la
estructura del primer organismo simple y todas las demás
proceden de él. Según Weisman las causas son
"externas", lo cual parece dar la razón a los
neolamarckistas, o al menos permite una síntesis: no
habría una acción "directa" del medio exterior sino
que ésta sería "indirecta". Weismann no lo dice
pero sólo cabría esa reflexión. De haberlo
dicho habría entrado en contradicción consigo
mismo: no existiría ninguna "barrera".
La insistencia de Weismann en criticar la "acción
directa del medio exterior" y en relacionar esta
concepción exclusivamente con Lamarck, que no la
admitía, es altamente sospechosa por varias razones a las
que merece la pena dedicar un poco de atención. Quien
había hablado antes de esto mismo no era Lamarck sino
Darwin, así que es una oportunidad para volver a comprobar
que persistió un inusitado interés por volcar sobre
el francés las concepciones a criticar, librando al
británico de la más leve sospecha de lamarckismo.
Además también servirá refutar el supuesto
darwinismo de Weismann.
Lamarck no conoció la separación establecida por
Weismann entre el plasma y el cuerpo. La única
dicotomía que él aceptó fue la del cuerpo y
el medio. A diferencia de él, Darwin sí
conoció esa distinción y cita dos veces
expresamente a Weismann a partir de la cuarta edición de
"El origen de las especies", que data de 1866, para aludir
precisamente a la "acción directa del medio exterior".
Cuestión distinta es que Darwin no aceptara esa
separación entre el plasma y el cuerpo en los mismos
términos que Weismann, lo cual parece claro porque dio
lugar a un nuevo marco conceptual en la biología,
radicalmente distinto del anterior. Sólo en este punto las
divergencias entre Darwin y Weismann se expresan en tres
aspectos. El primero es que cuando Darwin habla de "medio
exterior" se refiere al ambiente externo al animal, mientras que
cuando lo hace Weismann, alude a todo lo que no es el plasma, es
decir, tanto al ambiente como al resto del cuerpo. La segunda
aparece cuando pretendemos averiguar sobre qué
actúa el medio exterior: para Darwin ese sujeto pasivo es
el cuerpo mientras que para Weismann es el plasma. La tercera es
que mientras Weismann sólo habla de una "acción
directa", Darwin reconoce una directa (sobre el cuerpo) y otra
indirecta (sobre el cuerpo a través del sistema
reproductor): "El cambio de condiciones de vida es de suma
importancia como causante de variabilidad, tanto por actuar
directamente sobre el organismo, como indirectamente, al afectar
al sistema reproductor". Esta noción está tan
arraigada en su pensamiento que lo repite en otras obras suyas,
tales como "El origen del hombre" y "La variación en
plantas y animales sometidos a domesticación" (183).
Parece obvio concluir que la diferenciación entre plasma y
cuerpo no fue algo intrascendente en biología y que si es
posible afirmar que Weismann es neo darwinista, entonces el
neodarwinismo no tiene nada que ver con Darwin.
A partir de ahí las explicaciones de la nueva
biología son ambiguas y quedan en una nebulosa. Weismann
dice que la selección opera no sobre el cuerpo sino sobre
"variaciones germinales", pero no explica por qué se
producen esas variaciones, salvo que son de naturaleza distinta a
las variaciones del cuerpo. También alude a las
"tendencias de desarrollo" del germen, lo que parece una vuelta a
Nägeli. En cualquier caso, la biología posterior se
olvidó de esta parte de la concepción de Weismann,
de modo que el plasma no podía resultar influenciado por
nada ajeno a él mismo. El motivo es bastante claro: la
acción indirecta del medio exterior sobre el plasma no era
más que un retorno apenas disimulado de la herencia de los
caracteres adquiridos con la que se pretendía acabar. Una
mala teoría siempre se puede empeorar y a los
continuadores de Weismann les pareció preferible acabar
con las medias tintas y las ambigüedades.
También es nebulosa la misma concepción del
plasma germinal, que no es un organismo "en el sentido de un
prototipo microscópico que engordaría para
transformarse en un organismo completo" (184). Esta
declaración es un abierto posicionamiento
de Weismann contra el preformismo, por lo que en este punto no
tiene razón Bernal (185). Ahora bien, las secuelas de esta
concepción, la hipótesis del gen en la forma en que
fue luego desarrollada a comienzos del siglo XX, sí era un
retorno al preformismo. En cuanto a la composición
material del plasma, Weismann dice lo que no es pero no dice lo
que es, y todo vuelve a la nebulosa. No obstante, avanza dos
conjeturas de largo alcance. Primero sitúa al plasma
germinal en el núcleo de la célula porque a veces
se refiere a él como "sustancia nuclear", lo que le
convierte en un precedente de la teoría cromosómica
de Boveri y Sutton. Además, habla de que el plasma dispone
de una "estructura molecular específica" y determinadas
"propiedades químicas" que no concreta, y posiblemente no
podía concretar en aquel momento. No obstante, esas
alusiones son suficientes para concluir que Weismann parece
conceder al plasma una estructura material. Esta
afirmación resultaría más que suficiente
para afirmar que el plasma, como materia, no puede estar, de
ninguna manera, fuera de la interacción con las
demás formas materiales. Por lo demás, ahora que
estamos en condiciones de afirmar la composición bioquímica
del plasma, resultaría útil preguntar dónde
está su separación respecto de "todo lo
demás": si el ADN está separado del ARN, si ambos
están separados de las proteínas, etc. Es algo
sobre lo que tendremos que volver al hablar de la
hipótesis del gen.
La concepción material del plasma fue otro vuelco
importante producido en el seno de la biología, pero
tampoco es original de Weismann sino que le llega de Descartes por
influencia inmediata de Buffon. Hasta entonces la idea de
herencia había estado vinculada a nociones
filosóficas idealistas de origen aristotélico y
escolástico. La herencia era la "forma" de
Aristóteles y, en cuanto tal, se oponía a la
"materia". Según el hilemorfismo, la forma no nace sino
que se realiza en un cuerpo; no sólo es la causa sino el
motor del cuerpo,
"la razón de la cual la materia es algo definido" (186).
Descartes fue el primero que materializó la
transmisión de la herencia, dándole un sentido
mecánico y determinista. El mérito de Descartes fue
que precedió al descubrimiento del espermatozoide (1677),
del óvulo (1827) y de la fecundación (1875). La filosofía ya
lo había anticipado pero que lo dijera un biólogo,
aunque no probara nada, le otorgó un estatuto muy
diferente dentro del mundillo científico, facilitando su
difusión.
Hay otro aspecto en el que Weismann también incurre en
contradicción consigo mismo: aunque explícitamente
no quiere caer en el preformismo, cae de bruces en sus mismos
postulados. A su conjetura se le da el nombre de "teoría
de la continuidad" que, como ha quedado expuesto, tiene su origen
remoto en el preformismo y su origen inmediato la versión
ofrecida por Virchow de la teoría celular. Sin embargo,
sería mejor llamarla teoría de la inmortalidad y es
interesante entender los motivos porque inspiró corrientes
filosóficas de clara raigambre mística, como la del
Henri Bergson, cuya obra "La evolución creadora" estuvo
entre los grandes éxitos editoriales tras su
aparición en 1907. De las mónadas de Leibniz y a
través de Goethe y la teoría celular de Virchow, se
extrajo la idea peregrina de que los organismos unicelulares
(bacterias,
infusorios, móneras) no mueren nunca, ya que carecen de
órganos reproductores y se multiplican con la totalidad de
su cuerpo mediante divisiones sucesivas e idénticas que
mantienen su vida indefinidamente, al menos en teoría. Por
el contrario, parece que los organismos más complejos, que
tienen órganos reproductores diferenciados del resto del
cuerpo, fallecen. Weismann opina lo contrario y afirma que
precisamente el plasma germinal no muere nunca; lo único
que muere es el cuerpo, mientras que el plasma continúa en
los descendientes. El primero de los artículos
teóricos de Weismann se titula "La duración de la
vida", donde la apariencia científica apenas puede
encubrir el viejo misticismo: los organismos inferiores no mueren
nunca, los individuos mueren pero la especie es eterna, el cuerpo
se descompone pero el plasma perdura, etc. La escisión que
establecía entre parte reproductora y parte reproducida,
también separaba la parte mortal de la inmortal. Es el
componente místico de la teoría. Aunque parece
concederle una composición material, el plasma germinal de
Weismann es el viejo alma
("pneuma", "anima") de la vieja filosofía idealista. El
plasma es inmortal, lo mismo que el alma. Como el plasma, el alma
no tiene origen: se reencarna, emigra de unos cuerpos a otros,
siempre idéntica a sí misma. No hay
(re)generación; los seres vivos no se renuevan, no cambian
nunca. Por lo tanto, Weismann incurre en el preformismo que
trataba de evitar y con él arrastrará al mendelismo
que surge en 1900.
Otra consecuencia mística de la teoría de
Weismann: si el plasma germinal no cambia, no existen padres e
hijos y todos los hombres somos hermanos (y los animales
también). Es lo que a veces los mendelistas denominan como
"copia perfecta" o "papel de calco", que es abiertamente
maltusiana y anti evolucionista, una continua
multiplicación cuantitativa, genética,
independiente de condicionantes económicos y sociales. Si
la herencia se distribuye de esa manera horizontal, si no hay
sucesión generacional, tampoco hay manera de concebir
siquiera ninguna clase de cambio; ni tampoco el tiempo. De
ahí que haya que concluir que Weismann en particular y el
neodarwinismo en general no son evolucionistas sino
involucionistas.
Respecto a esta parte de la teoría de Weismann cabe
apuntar varias observaciones, aunque sea de manera muy
resumida:
a) cuando se dice que algo no tiene fin, que es eterno, es
porque tampoco tiene principio y por eso, aunque Weismann critica
a Nägeli, no acaba de romper con él; Darwin
tituló su libro "El origen de las especies" y los
fósiles demuestran el final de las mismas
b) a pesar de lo que digan Leibniz, Harvey, Goethe, Virchow y
Weismann, las células sí mueren, todas ellas, pero
es aún más necesario recordar en qué
condiciones se puede prolongar su existencia: cambiando el medio,
es decir, cultivándolas apropiadamente en los laboratorios
de una manera parecida a como se cuidan los geranios en las
macetas de cualquier terraza (187)
c) en los embriones, las células germinales se forman
al cabo de un cierto tiempo después de otras, un tipo
especial de células
madre en las cuales no existe ninguna separación ni
especialización y, por tanto, a partir de ellas, justo
todo lo contrario de lo que cabría esperar de la tesis de
Weismann
d) la fecundación demuestra que, en contra de una
opinión muy común, no heredamos el plasma sino que
heredamos el plasma junto con el cuerpo
Weismann pone la reproducción en un primer plano de la
biología, de una manera que resultará definitiva y
de largo alcance, hasta el punto de que es la misma que llega a
la actualidad, imbricándose con el maltusianismo. Es
bastante evidente que, no obstante su éxito, esta
concepción también contradice los postulados
más básicos la teoría celular, incluido
aquel según el cual una célula proviene de otra
célula: se trata justamente de que proviene de ahí
y no de un gen ni de un cromosoma y, por consiguiente, si una
célula se compone tanto de plasma germinal como de cuerpo,
se heredan ambos simultáneamente y se desarrollan ambos
simultáneamente. Sin embargo, la genética
formalista pondrá todo su énfasis en el instante de
la fecundación, del cruce, convirtiéndose en una
suerte de preformismo.
Después de Weismann, el énfasis de
la nueva biología en la reproducción irá
estrechando su propio cerco de una manera aún más
clara, cuando concentre su atención no sólo sobre
la reproducción sino sobre la reproducción sexual
precisamente. Volveré a insistir más adelante en
este hecho capital, por
lo demás conocido: la reproducción no se agota con
la fecundación. La reproducción biológica
presenta dos modos diferentes. Un primer modo se denomina
vegetativo o asexual ya que sólo hay un progenitor. Es
característico de los microorganismos, plantas y animales
de organización simple, un fenómeno de
división de todo el cuerpo del organismo, junto con el
cual se divide también el plasma. Por consiguiente, los
dos organismos resultantes heredan tanto el plasma como el
cuerpo. El segundo se denomina reproducción generativa o
sexual que combina dos células diferentes (óvulo y
espermatozoide en el caso de los seres humanos) procedentes de
dos progenitores diferentes. A lo largo de la evolución la
reproducción vegetativa antecede a la sexual, es decir,
que ésta procede de aquella, es un desarrollo suyo, lo
cual significa, en definitiva, que el plasma germinal es una
derivación evolutiva del cuerpo.
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