En 1929 Timofeiev-Ressovski fue nombrado director del
Departamento de Genética
Experimental del Instituto Kaiser Guillermo III que al año
siguiente, gracias al dinero de la
Fundación Rockefeller, cambió su sede e
inauguró nuevas instalaciones cerca de Berlín. En
el Departamento, Timofeiev-Ressovski dirigía un amplio
equipo multidisciplinar, parcialmente compuesto por
investigadores soviéticos y de varias nacionalidades
europeas. En dicho equipo estaba su mujer Elena A.
Fiedler, el mencionado Zharapkin, los físicos y
biólogos radiactivos Alexander Katsch y Karl Zimmer
(481c), el radioquímico Hans-Joachim Born y la asistente
técnico Natasha Kromm.
Conjuntamente con el genetista franco-ruso Boris Efrussi y con
el dinero de
la Fundación Rockefeller, Timofeiev-Ressovski
organizó conferencias anuales de genética,
biofísica y radiología hasta la víspera de
la guerra mundial.
En 1932 participó en el VI Congreso Internacional de
Genética celebrado en Nueva York, donde trabó una
estrecha amistad con
Vavilov, entonces presidente de la Academia Lenin de Ciencias
Agrícolas. Era un participante asiduo a los seminarios
científicos de Copenhague en los que participaba la
élite de los científicos europeos de aquella
época.
El equipo de Timofeiev-Ressovski en Berlín
seguía los pasos establecidos por el descubrimiento de los
efectos genéticos de las radiaciones, en donde las
aportaciones de los físicos eran tan importantes como las
de los genetistas. Junto con el biofísico Max
Delbrück Timofeiev-Ressovski firmó el artículo
"Sobre la naturaleza de
las mutaciones y la estructura del
gen" en el que explicaba las mutaciones genéticas
producidas por radiaciones, lo que contribuyó a aproximar
la genética a la mecánica
cuántica. El artículo inspiró las
investigaciones posteriores sobre la aplicabilidad
de la teoría
de la información a la genética. A partir
de diferentes intensidades de fuentes de
energía, Timofeiev-Ressovski determinó el
número de mutaciones inducidas en las moscas. Las
investigaciones más conocidas del genetista
soviético proceden de su etapa de colaboración con
Delbrück en Berlín, con quien permaneció hasta
que en 1937, becado por Rockefeller, Delbrück se fue a
trabajar con Morgan a California.
Con la llegada de Hitler a la
cancillería en 1933, las relaciones
germano-soviéticas se deterioraron. En varias ocasiones el
gobierno
soviético le propuso a Timofeiev-Ressovski abandonar
Berlín y regresar a la URSS, pero rechazó la
invitación. La Fundación Rockefeller también
le propuso dirigir un laboratorio
del Instituto Carnegie en Estados Unidos.
Sin embargo, prefirió permanecer en Alemania
prosiguiendo sus investigaciones en un área de interés
militar preferente, sin ser jamás molestado por la Gestapo
ni por las SS. Esta circunstancia es bastante sorprendente porque
su amigo Oskar Vogt fue inmediatamente detenido en su Instituto e
interrogado por las SA. Vogt fue denunciado por un
fisiólogo del Instituto que se había incorporado al
partido nazi, quien declaró que Vogt financiaba al partido
comunista y mantenía vínculos con la URSS. Fue
despedido del Instituto.
Cuando en 1939 Alemania invadió Polonia, todos los
ciudadanos soviéticos residentes en el país fueron
internados en campos de concentración. No sucedió
lo mismo con Timofeiev-Ressovski. Sus investigaciones encajaban a
la perfección tanto con el régimen nazi como con la
política
científica de la Fundación Rockefeller.
Timofeiev-Ressovski colaboró muy estrechamente con el
químico nuclear de origen ruso Nikolaus Riehl, director
científico de Auergesellschaft, una
corporación industrial gigantesca que trabajaba para la
Wehrmacht, especialmente en la producción de uranio para el proyecto
atómico alemán. Las investigaciones fueron
financiadas por Walter Gerlach, director de aquel programa.
También colaboró con Pascual Jordan, involucrado en
el mismo programa, intervino en un ciclo de conferencias para
médicos nazis y publicó en las revistas
médicas nazis Ziel und Wegt y Der
Erbarzt. Su correspondencia oficial siempre acababa con el
¡Heil Hitler! como despedida final.
En 1943, durante la guerra
mundial, el hijo mayor de Timofeiev-Ressovski, Dimitri,
estudiante de la Universidad
Humboldt de Berlín, fue detenido por la Gestapo acusado de
formar parte del Comité de Berlín del Partido
bolchevique y de mantener contacto con los presos
soviéticos de los campos de concentración. Fue
enviado al campo de Mathausen y fusilado por la Gestapo el 1 de
mayo de 1944.
Pese a ello, Timofeiev-Ressovski siguió adelante con
sus investigaciones que, por su carácter preferente, podía
incorporar mano de obra forzosa de los campos de
concentración. Bajo su dirección, sus colaboradores inyectaron
torio radiactivo en seres humanos para analizar sus efectos.
Fue detenido en Berlín por las tropas soviéticas
al finalizar la guerra pero fue puesto en libertad
inicialmente y pudo continuar su trabajo en el
Instituto Káiser Guillermo III, del que fue nombrado
director. Timofeiev-Ressovski era un reputado
radiobiólogo, uno de los pocos especialistas mundiales
justo en un momento en que la primera bomba atómica fue
ensayada sobre seres humanos en Japón.
Igor V. Kurchatov, que dirigía el proyecto atómico
soviético, le visitó en Berlín. Sin embargo,
volvió a ser detenido el 14 de setiembre por el NKVD,
juzgado y condenado por traición y colaboración con
el enemigo a diez años de trabajos forzados. En la
legislación penal internacional las condenas previstas
para este tipo de delitos son la
pena capital o la
cadena perpetua. Ningún país conoce sanciones de
diez años de reclusión para delitos de
traición, y mucho menos en tiempo de
guerra. Desde luego, según los criterios jurídicos
internacionales más recientes, Timofeiev-Ressovski hubiera
sido incluido entre los criminales de guerra por delitos
cometidos contra la humanidad. Lo extraño, pues, no es que
fuera condenado sino que fuera el único científico
condenado tras la II Guerra Mundial.
En 1946 fue trasladado a un campo de concentración en
Karaganda, Kazajstán, donde después de dos
años de reclusión ociosa fue enviado a trabajar al
Laboratorio B en Sungul, al que eran deportados los
científicos y especialistas. Durante el traslado
coincidió con Soljenitsin en la cárcel de
Butyrskaia. En la primavera de 1947 llegó al campo de
concentración de Sungul, que formaba parte del complejo
penitenciario denominado sharashka y cuyas condiciones
de reclusión eran buenas, según uno de sus
discípulos: pudo vivir con su familia y sus
colaboradores berlineses también fueron agrupados con
él (482). En su condición de preso obligado a
trabajar, encabezó la división biológica del
campo de prisioneros, dirigió el laboratorio
radiológico e impartió conferencias. En Sungul
trabajaban un total de 50 científicos.
La manipulación del caso Timofeiev-Ressovski es
notoria. Huxley, quien asegura que le conoció
personalmente, dice: "Solamente se interesaba en la
adquisición de nuevos conocimientos científicos"
(483). No aparecen por ningún lado ni los experimentos con
seres humanos ni su complicidad con los nazis, que Huxley oculta
al lector. De las afirmaciones tópicas del
británico se desprende que nada puede resultar más
injusto que condenar a quien únicamente se interesa por
la ciencia. Lo
mismo cabe decir de Medvedev, un discípulo de
Timofeiev-Ressovski que también silencia y tergiversa los
hechos. Según Medvedev Timofeiev-Ressovski sólo
pudo ser liberado de su encierro a la muerte de
Stalin, con lo que da la impresión de que la condena se
fundamentó en una de esas típicas decisiones
caprichosas del dirigente soviético, de manera que
sólo su muerte
permitió la liberación del científico. Sin
embargo, sólo salió en libertad después de
cumplir íntegramente la condena que le fue impuesta.
Tras ser puesto en libertad, Timofeiev-Ressovski
desplegó una gran actividad por toda la URSS en defensa de
sus concepciones mendelistas. En 1955 sus obras fueron traducidas
del alemán al ruso y publicadas. En Sverdlovsk
organizó un departamento de radiobiología para la
sección de los Urales de la Academia de Ciencias y, en
plena era lysenkista, fundó una estación
experimental junto al lago Miasovo sobre genética
poblacional, de la que Medvedev se permite la licencia de decir
otra de sus falsedades: que fue "el primer centro
científico consagrado al estudio de la genética
después de la prohibición de 1948" (484). En aquel
departamento había otros dos laboratorios de
radiobiología genética, uno celular, dirigido por
V. I. Korogodin, y otro molecular, dirigido por el propio
Medvedev. Timofeiev-Ressovski describió así esta
etapa de su vida:
Todo el mundo cree que fueron los americanos los que
desarrollaron toda la biología
médica y la isotopía hídrica. Pero eso lo
hicimos nosotros antes que los americanos. Aproximadamente a
finales de los sesenta y comienzos de los setenta, yo y mis
estudiantes acabamos el trabajo
sobre radiación
biogeoceanológica [una palabra creada por Vernadski y
Sukachov para describir los ecosistemas
interactivos]. Muy pronto, estos trabajos en el sistema
atómico y en la Bioestación de Miasovo de los
Urales fueron los más productivos en mi autodenominada
vida científica.
Medvedev considera a Timofeiev-Ressovski como "nuestro jefe",
el "jefe de filas de una vasta escuela de
biólogos soviéticos". Numerosos estudiantes
acudían de todas partes a escuchar sus lecciones,
publicó varios libros sobre
genética y viajó por todo el país dando
conferencias. De 1956 a 1963 organizaba en el verano cursillos de
genética para los militantes del Komsomol, las
juventudes comunistas, en Miasovo y en los alrededores de
Moscú.
Nunca pudo volver a abandonar la URSS y tampoco fue
rehabilitado de su condena hasta que en 1991 se disolvió
el país (485): si no había patria tampoco
había traición a la patria.
En los países capitalistas no se comprende el
encarcelamiento de Timofeiev-Ressovski porque el tratamiento
dispensado a los científicos que han cometido
crímenes contra la humanidad siempre ha sido muy distinto.
El caso del químico alemán Fritz Haber
(1868–1934) es un verdadero prototipo. A comienzos del
siglo XX Inglaterra
tenía el monopolio
mundial de la explotación minera de los nitratos de Chile,
un producto
químico que es la materia prima
de la fabricación de explosivos. La pólvora negra
se compone de un 75 por ciento de salitre (nitrato de potasio),
un 12 por ciento de azufre y un 13 por ciento de carbón
vegetal. El nitrato amónico, la nitroglicerina y el
trinitrotolueno (TNT) también son derivados del
nitrógeno. A finales del siglo XIX no era posible el
rearme alemán sin eludir el control
británico sobre los yacimientos naturales de
nitrógeno. No había otra posibilidad que acudir a
la búsqueda de procedimientos
artificiales de obtención de nitrógeno. En 1908
Haber inventó un mecanismo de síntesis
del amoniaco que liberó a Alemania de la dependencia de
los nitratos naturales, de modo que a partir de entonces pudieron
fabricar explosivos artificialmente con el amoniaco como materia prima.
El procedimiento de
Haber proporcionó el 45 por ciento del ácido
nítrico necesario para la fabricación de los
explosivos, municiones, proyectiles y bombas empleados
en la I Guerra Mundial.
Pero el papel de Haber en la guerra no acabó
ahí. También organizó el departamento de
gases
tóxicos del ejército alemán a través
del recién creado Instituto Kaiser Guillermo de
Berlín. Por iniciativa de Haber, en 1916 se creó la
Fundación Kaiser Guillermo para las Ciencias Técnicas y
Militares, que al año siguiente pasó a depender del
Ministerio de la Guerra. Esta organización no tenía instalaciones
de investigación propias; su tarea
consistía en coordinar los trabajos relacionados con la
guerra realizados en instituciones
universitarias o en los laboratorios del Instituto Kaiser
Guillermo III. Durante la guerra, Haber propuso al
ejército utilizar gas cloro contra
las tropas aliadas y fue responsable directo de la
fabricación de los primeros gases venenosos que se
emplearon en el campo de batalla, entre ellos el gas mostaza.
Bajo su dirección un grupo de
investigadores creó el Zyklon B, un insecticida basado en
el cianuro que fue utilizado años más tarde por los
nazis en los campos de exterminio.
La actividad de Haber tampoco se limitó a los
laboratorios, de los que extrajo 5.000 botellas metálicas
repletas de gases tóxicos, sino que fue nombrado
capitán de la Wehrmacht, en cuya condición estuvo
supervisando su lanzamiento en el mismo campo de batalla, al
mando de una compañía de infantería. La
batalla química
se saldó con 15.000 víctimas entre los aliados.
Al finalizar la contienda su nombre apareció en una
lista de criminales de guerra y los aliados reclamaron su
extradición para procesarlo como tal. No obstante, ya en
época de la
República de Weimar, Haber volvió a la
dirección del Instituto de Física y Electroquímica de Berlín-Dahlem,
continuando sus investigaciones secretas para la
fabricación de nuevo armamento químico.
A pesar de sus crímenes -o quizá gracias a ellos
precisamente- fue laureado en 1918 con el premio Nobel de
Química. Al fin y al cabo el mismo Alfred Nobel que
había instituido el conocido galardón se
enriqueció fabricando explosivos. El discurso que
Haber pronunció en 1920 ante la Academia sueca es un
ejemplo de la hipocresía científica: su invento de
la síntesis del amoniaco era una gran aportación
para la elaboración de abonos agrícolas, que a su
vez aumentarían las cosechas y aliviarían
así el hambre en el mundo. Otra fábrica de muerte
que se presenta como alivio del hambre. En España
tenemos un ejemplo parecido en la empresa
Explosivos Rio Tinto que, además de lo que su
denominación indica, tiene una segunda fuente de negocio:
la fabricación de agrotóxicos, fertilizantes y
pesticidas. Algo parecido a la falacia que sostienen ahora mismo
las multinacionales de la biopiratería y los
transgénicos, otro caso de aplicación humanitaria
de la ciencia a la
resolución -desinteresada- de los acuciantes dramas de la
humanidad.
Durante la II Guerra Mundial, el químico escocés
Alexander R. Todd (1907-1997) encabezó los estudios
dirigidos a la producción de armamento químico, a
pesar de los tratados
internacionales que prohibían su elaboración.
Uno de los fabricados fue la adamsita (difenilaminocloroarsina),
un gas similar a los lacrimógenos, que obliga a estornudar
por irritación de las fosas nasales. También
diseñó una factoría para elaborar armas que
utilizaran gas mostaza. Por sus servicios a la
corona británica recibió el título de Sir de
manos de la Reina y el Premio Nobel de Química en 1957 por
su contribución al descubrimiento de los
nucleótidos que constituyen el ADN.
Es difícil encontrar un carnicero que no haya sido
condecorado por sus servicios. Los afectados por las operaciones de
lobotomía que se practicaron en la posguerra acudieron a
Noruega para demandar que le fuera retirado el premio Nobel al
inventor de dicha técnica aberrante, el portugués
Antonio Egas Moniz, galardonado en 1949. No tuvieron éxito
porque eran malos tiempos. La lobotomía apareció
como un remedio infalible para toda suerte de alteraciones
síquicas, incluido el comunismo, de
manera que entre 1936 y 1964 el psiquiatra Walter Freeman
realizó más de 40.000 intervenciones en Estados
Unidos, incluso con niños.
Norbert Wiener saludó su invención en su cibernética y el diario New York
Times el 6 de junio de 1937 la calificó como una
"cirugía para enfermos del alma" en un
titular de portada. Cerca del 6 por ciento de los pacientes no
sobrevivieron a la operación y con frecuencia se
registraron cambios adversos en la
personalidad del lobotomizado. Además, producía
importantes alteraciones en su conducta,
quedando parcial o totalmente indiferentes al mundo que les
rodeaba, con una pasividad extrema. El objetivo era
convertir a los hombres en seres sumisos y sin personalidad
propia; por eso se aplicó a los presos en las
cárceles estadounidenses.
Hasta la fecha tampoco ningún cabecilla de Union
Carbide ha sido juzgado por la fuga de gas tóxico en
Bhopal, a pesar de los miles de muertos. Cuando Warren Anderson
viajó hasta la India tras el
desastre de 1984, le detuvo la policía, acusándole
de homicidio. Sin
embargo, gracias a las presiones de la embajada estadounidense,
salió bajo fianza. Desde entonces no se ha presentado ante
ningún juez. Aunque la India tiene un tratado de
extradición con Estados Unidos, no ha iniciado
trámites de extradición de los responsables. Para
colmo, Union Carbide pretendió que la acusación de
homicidio culposo se redujera a una mera negligencia. Al fin y al
cabo los afectados eran hindúes, pobres, olvidados y
abandonados.
La nómina
de afectados es casi inagotable, pero no es trascendente porque
ésa es la suerte de los humildes. Entre 1932 y 1972, es
decir, durante cuarenta años, en el hospital
público de Tuskegee, una localidad de Alabama, los
médicos experimentaron con negros pobres y analfabetos
enfermos de sífilis a
los que no dieron tratamiento médico para poder estudiar
la evolución de la enfermedad hasta su muerte,
así como el contagio de sus familias y descendientes.
En 1932 la sífilis se había convertido en una
epidemia en la población rural del sur de Estados Unidos y
los médicos decidieron crear un programa especial de
no-tratamiento en el Hospital de Tuskegee, el único para
negros que existía entonces en aquella localidad.
Ocurrió muy poco después de la crisis
económica de 1929. Fueron seleccionados unos 400 varones
negros sifilíticos y otro grupo similar de 200 no
sifilíticos sirvió de control. Su objetivo era
comparar la salud y longevidad de la
población sifilítica no tratada en
comparación con el grupo control. A las personas
seleccionadas no se les informó de la naturaleza de su
enfermedad y les dijeron que tenían "mala sangre".
Además, les ofrecieron algunas ventajas materiales,
incluso sanitarias, que en ningún caso incluían el
tratamiento de su enfermedad.
En 1936 comprobaron que las complicaciones eran mucho
más frecuentes en los infectados que en el grupo control,
y diez años después resultó claro que el
número de muertes era dos veces superior en los
sifilíticos. A pesar de que la penicilina estuvo
disponible en la década de los años cuarenta, en
ningún momento recibieron tratamiento, a pesar de que sin
el antibiótico su esperanza de vida se reducía en
un 20 por ciento.
En este caso la ideología anticolectivista imperante en
Estados Unidos no fue obstáculo para que los derechos individuales de las
personas fueran sacrificados en aras de un supuesto bien
"común", aunque en realidad los pobres debían
sacrificarse en interés de una investigación cuyos
beneficiarios serían los más privilegiados de la
sociedad. En
1947 se aprobó el código
de Núremberg y en 1964 la Declaración de Helsinki
que, además del consentimiento informado del paciente,
dispone que en toda investigación con seres humanos el
bienestar de la persona debe
prevalecer siempre sobre los intereses de la ciencia y de la
sociedad. El médico, antes que investigador, es el
protector de la vida y la salud de su paciente, y la persona que
participe en una investigación debe recibir el mejor
tratamiento disponible.
A pesar de la promulgación de la normativa, la
investigación continuó, publicándose 13
artículos en revistas médicas hasta que en 1972 la
prensa
denunció los hechos. Para entonces 74 de los pacientes del
estudio seguían vivos, 28 habían muerto
directamente de sífilis, 100 habían muerto por
complicaciones relacionadas, 40 de sus esposas se habían
infectado y 19 de sus hijos habían nacido con
sífilis congénita. En 1997, en presencia de cinco
de los ocho supervivientes presentes en la Casa Blanca, Bill
Clinton pidió disculpas formalmente a las víctimas
del experimento: "No se puede deshacer lo que ya está
hecho, pero podemos acabar con el silencio […] Podemos dejar de
mirar hacia otro lado. Podemos miraros a los ojos y finalmente
decir de parte del pueblo americano, que lo que hizo el gobierno
americano fue vergonzoso y que lo siento". Las buenas palabras
sustituyeron a los juicios y las cárceles. Aquellos
médicos que utilizaron a los pobres como cobayas humanas,
así como sus cómplices y colaboradores no
resultaron sancionados por el crimen que habían cometido
(486).
No son casos aislados. Después de siete años de
investigación, en 1994 el diario Alburquerque
Tribune publicó una serie de reportajes de la
periodista Eileen Welsome sobre los experimentos radiactivos con
seres humanos que le valieron el Premio Pulitzer. Posteriormente
fueron publicados en forma de libro (487).
Welsome documentó 18 casos de irradiaciones que forzaron
al gobierno de Clinton, a abrir otra investigación
más. En el transcurso de la misma Welsome reveló
que 73 menores de una escuela de Massachusetts ingirieron
isótopos radiactivos en la avena del desayuno, una mujer
de Nueva York fue inyectada con plutonio por los médicos
del Proyecto Manhattan que le atendían, mientras 829
embarazadas tomaron supuestas vitaminas en
una clínica de Tennessee que, en verdad, contenían
hierro
radiactivo. Tras la investigación, Clinton volvió a
ofrecer sus "disculpas sinceras" por el empleo de
armamento bacteriológico sobre la población de su
propio país, aduciendo que no se repetirían. Pero,
una vez más, no hubo juicio ni culpables.
En la actualidad la impunidad de
los científicos se edulcora con referencias a la necesidad
de redactar códigos éticos o deontológicos
que regulen las prácticas profesionales, descuidando que
hace ya muchos decenios que existen leyes penales que
castigan delitos como el asesinato, los crímenes contra la
humanidad o el genocidio, y que no se trata de aprobar nuevas
normas sino de
aplicar las que ya existen, es decir, de demostrar que las
sanciones penales se aprueban para todos y no sólo para
los de siempre.
El doctor Mengele sigue recorriendo las calles. La impunidad
alienta el crimen, y los científicos han demostrado
sobradamente disponer de patente de corso, fomentando el
despliegue de toda clase de
atrocidades y, lejos de resultar condenados por sus
crímenes, son ampliamente recompensados y reconocidos.
Constituyen un material valioso del que ningún gobierno
quiere desprenderse. Hasta el día de hoy las
tecnologías de "doble uso" permiten camuflar sus masacres
como grandes progresos de la humanidad.
El linchamiento de un
científico descalzo
Una concepción -ingenua pero muy extendida- que
proviene de Leibniz imagina que la verdad es evidente por
sí misma, que no necesita de nada ajeno para resplandecer,
de modo que cualquiera, y más que nadie un
científico, la reconocería inmediatamente como tal.
Descartes
decía que, por naturaleza, todo ser humano porta dentro de
su espíritu las "semillas" de la verdad, prestas a
germinar. Nada más lejos de una experiencia
histórica milenaria. Además del conocimiento y
de la verdad, en los hombres y en las sociedades
confluyen numerosas fuerzas, no siempre coincidentes, de manera
que el
conocimiento se abre camino de una manera tortuosa, en medio
de la confusión, de las discusiones, de los
equívocos, los errores, los silencios, las mentiras y la
manipulación. El vacío en torno a los
descubrimientos de McClintock se prolongó durante
décadas. El artículo en el que Lynn Margulis
explicaba la teoría de la simbiosis fue rechazado por 15
revistas científicas sucesivamente. El descubrimiento de
los priones por Stanley B. Prusiner levantó una
auténtica tempestad de acerbas críticas que
sobrepasaron la frontera de lo
científico. Como todo, la verdad no brota
instantáneamente sino que es un proceso, un
cambio que,
como cualquier otro, tropieza con la inercia de quienes
están apegados a los saberes momificados y
decrépitos, a los tópicos, rumores y refranes de
origen oscuro. La mayor parte de las resistencias
provienen, pues, de ese cúmulo de conocimientos
codificados que se resiste a desaparecer en forma de planes de
estudio, manuales,
diccionarios y
enciclopedias. La codificación del saber es imprescindible
para su difusión y, al mismo tiempo, sus instrumentos son
la expresión de la ideología dominante, una momia
que se resiste a dejar paso al progreso y a la innovación.
El conocimiento no está divorciado de la sociedad a la
que pertenece, presentando todas las limitaciones y
contradicciones propias de esa sociedad, del momento que
atraviesa, de sus necesidades y de sus servidumbres (políticas,
ideológicas, económicas, etc.). Existen
múltiples razones por las cuales una determinada sociedad
promociona determinados saberes en detrimento de otros. Eso
conduce a promocionar a determinados sabios, siempre en
detrimento de otros, que resultan vilipendiados. Por lo tanto,
por más que el saber progrese y avance, no se le puede
concebir como un proceso acumulativo o lineal porque el saber se
abre camino como crítica
del saber establecido, una crítica que necesariamente se
extiende hacia aquellos condicionantes (sociales,
económicos, políticos) que presentan resistencia al
cambio. De ahí que en la crítica sólo
aparezca el momento negativo, una especie de repudio dirigido a
la ciencia como tal, no el aspecto positivo de la crítica
que marca las dudas,
los conceptos mal fundamentados o las limitaciones de
determinados saberes que se consideran como absolutos e
intemporales. De ahí también que la crítica
aparezca como una denuncia social, política y
económica que desborda el canon científico
establecido. De esta forma quien sostiene la ideología
dominante se figura representar al científico "puro"
mientras cree que el crítico se opone al progreso de la
ciencia y la mezcla con cuestiones ajenas a ella.
Es el fetichismo de la ciencia, donde también los
fenómenos aparecen invertidos de como son en la realidad.
El saber establecido se sostiene por el respaldo político
que le prestan instituciones como los ministerios de
educación
y cultura que
imponen por decreto planes de estudio y manuales harto dudosos,
cuando no radicalmente falsos, que obligan a estudiar
dogmáticamente a los adolescentes
desde los primeros años de la escuela. Por ejemplo, en
España un libro de texto de
biología utilizado corrientemente en el bachillerato
comienza con un primer capítulo titulado "Genética
y evolución" que a su vez contiene un apartado titulado
"La información genética está en el
núcleo". El segundo capítulo aborda las "leyes" de
Mendel,
recogiendo todos los tópicos al uso, a pesar de que buena
parte de ellos estén ya desacreditados hace tiempo (488).
La mera circunstancia de comenzar un libro de texto para
adolescentes acerca del ecosistema
introduciendo conceptos tales como los cromosomas o las
"leyes" de Mendel es ya toda una declaración de principios
micromeristas. La ideología dominante es un componente
fundamental de cualquier sistema de dominación
política, por más que, al estilo positivista, su
aparente asepsia disimule su auténtica condición y
contribuya a su proliferación por doquier. No sucede lo
mismo cuando la ciencia aparece explícitamente vinculada
al materialismo,
en donde éste suscita por sí mismo un cierto
rechazo por su propia ausencia de neutralidad.
Como sistema de dominación mundial, el imperialismo y
las potencias imperialistas no podrían desempeñar
su función
si no dispusieran, además de las herramientas
militares, diplomáticas y económicas, las de tipo
ideológico. Tampoco eso sería posible si
éstas se presentaran como lo que realmente son; por el
contrario, para facilitar su penetración tienen que
figurar como verdadera ciencia, la única posible. Es la
manera de llegar hasta las escuelas más remotamente
alejadas de los centros intelectuales
que la han elaborado, la manera en que los oprimidos se ponen la
soga al cuello por sí mismos. El peligro comienza cuando
se aperciben de la falta de neutralidad de esa soga que puede
acabar con su vida, cuando escuchan o leen algo diferente, aunque
se trate de un eco lejano.
En la posguerra para exportar su ideología por todo el
mundo, Estados Unidos abrió bibliotecas,
fundaciones y centros culturales, estableció agencias de
prensa y estaciones de radio,
creó instituciones públicas especializadas en
propaganda
exterior como la USIS (Unites States Information
Service) y la USIA (United States Information
Agency). Aún a fecha de hoy una parte muy importante
del fondo bibliográfico de las editoriales y las salas de
lectura se
compone de libros distribuidos (y en buen parte regalados) por
este tipo de instituciones durante la guerra
fría. Sólo en 1965 la USIS financió la
traducción y distribución de más de 14 millones
de libros de muy diverso tipo, incluidos los científicos,
pero con el mismo contenido ideológico y
propagandístico, verdaderas obras de encargo. El
Reader"s Digest es sólo uno de los ejemplos
más conocidos de ese colonialismo cultural y
científico (489). Jason Epstein lo resumió de la
forma siguiente:
No es cuestión de comprar a unos escritores o a unos
universitarios, sino de establecer un sistema de valores
arbitrario y ficticio mediante el cual los universitarios
obtienen adelantos, los redactores de revistas son pagados, los
sabios son subvencionados y sus obras publicadas, no ya,
necesariamente, a causa de su valor
intrínseco, a pesar de que éste sea a veces
considerable, sino a causa de su obediencia política […]
La CIA y la Fundación Ford, entre otros organismos, han
establecido y financiado un aparato de intelectuales
seleccionados por sus posturas correctas en la guerra fría
(490).
Si se analizan las biografías de los
dirigentes de las fundaciones culturales privadas estadounidenses
es fácil observar que casi la totalidad de ellos son altos
burócratas del gobierno, la diplomacia, el
Pentágono o los servicios de espionaje. A partir de la
posguerra no son las universidades ni las multinacionales las que
suministran la parte fundamental de la investigación científica, más
de la mitad de cuya financiación corre a cargo del
Estado y de
créditos públicos. Tanto las
universidades como las multinacionales de tecnología puntera
trabajan para el Estado y,
muy especialmente, para instituciones públicas de tipo
militar, espionaje o seguridad. Esa
dependencia de la investigación respecto al sector
público y la guerra no ha dejado de crecer en los
últimos años. Los demás países tienen
que resignarse a comprar tecnología estadounidense, equipo
científico estadounidense y patentes también
estadounidenses. Como decía el periodista francés
Claude Julien a finales de los años sesenta,
"íntimamente ligado al imperio económico, el
imperio militar desempeña por tanto el papel determinante
en la edificación del imperio científico que
permite a los Estados Unidos importar un personal
altamente especializado que contribuye, a su vez, a reforzar el
poder de imperio y a sentar más sólidamente su
influencia en un mundo cuyos recursos
intelectuales explota del mismo modo que saquea sus materias
primas" (491).
En 1945 la URSS no sólo no había sido derrotada
en la guerra sino que su influencia era mayor que nunca. Su
propia subsistencia era un desafío para las potencias
imperialistas que se extendía a todos los terrenos,
incluido el ideológico, filosófico y
científico. Además, al menos durante un cierto
tiempo, la URSS se mantuvo relativamente impermeable a la
influencia omnímoda que las corrientes del otro lado del
Atlántico querían imponer. El lysenkismo
sólo fue posible mientras la URSS logró subsistir
fuera del radio de acción
ideológico del imperialismo estadounidense. No obstante su
debilidad, así como su incapacidad para ofrecer una
alternativa coherente al mendelismo, bastó con el mero
hecho de resistir para que el lysenkismo desatara todas las iras
imaginables por parte de quienes veían socavada su
autoridad
militar, política, diplomática… y también
científica.
Lysenko fue un agrónomo influyente fuera de la URSS.
Fueron numerosos los filósofos y científicos que apoyaron
sus investigaciones, entre ellos el psicoanalista y pensador
austriaco Walter Hollitscher, Georg Lukacs ("El asalto a la
razón", 1953), Robert Boudry, Roger Garaudy (La lutte
idéologique chez les intellectuels, 1955), Louis
Aragon, Jean Toussaint Desanti, George Bernard Shaw y otros. En
México,
Isaac Ochotorena, director del Instituto de Biología de la
UNAM,
creó una corriente lysenkista que tuvo largo aliento en su
país. En Japón, Gran Bretaña, Argentina,
Francia y
Bélgica llegaron a crearse "Sociedades de Amigos de
Michurin" en donde científicos y técnicos
colaboraban con los sindicatos
campesinos para mejorar los cultivos. La asociación
francesa, creada en 1950, editó la revista
Mitchourinisme y estuvo dirigida por Claude Charles
Mathon, llamado el "Lysenko francés". Entonces era un
joven investigador con poco más de veinte años y,
como Lysenko, era de origen humilde y también
carecía de titulación académica. Mathon
viajó a la URSS para familiarizarse con la
agronomía soviética y acabó como
investigador del CNRS, publicando numerosos libros y
artículos científicos sobre botánica.
A finales de 1950 Mathon y su asociación habían
puesto en marcha en el sur de Francia unos 5.000 cultivos
experimentales con técnicas michurinistas. Se crearon
varios equipos de investigación. Uno de ellos fue el
Instituto de Investigación Agronómica de Versalles
cuyo objetivo fue reproducir los experimentos de Gluchenko sobre
hibridación vegetativa de tomates y duró tres
años.
Que una sola mano movió los hilos del linchamiento
parece evidente cuando se analiza el fenómeno
dinámicamente. Se comprueba entonces que las
críticas a Lysenko elaboradas antes de 1948, como las de
Hudson y Richens por ejemplo (492), son muy diferentes de las
posteriores, como las de Conway Zirkle (493). Los mismos
críticos, como Huxley o Rostand, adoptan un tono muy
diferente de una fecha a otra. Las investigaciones de Lysenko
fueron apoyadas, dentro y fuera de la URSS, por numerosos
científicos de varias especialidades. En su
condición de botánico, el mencionado Eric Ashby se
entrevistó personalmente con Lysenko, de quien critica muy
duramente sus concepciones científicas. Le describe como
un hombre
nervioso y tímido, pero –según Ashby- en
ningún caso ambicioso, añadiendo además que
tampoco es ningún charlatán ni un showman.
En su opinión, "Rusia ha hecho
notables contribuciones a la genética" y, además,
añade que ningún observador puede negar que el
materialismo dialéctico "ha dado nuevos ímpetus a
la investigación científica en la Unión
Soviética" (494). Rostand también reconoció
el 9 de setiembre de 1948 en la revista Combat las
"notables realizaciones de la ciencia soviética", e
incluso fue más allá y afirmó lo siguiente:
"Lysenko es un hombre de ciencia muy estimable al que debemos
importantes investigaciones principalmente en el terreno de la
fisiología vegetal aplicada a la agricultura".
Este reconocimiento no le impide a Rostand criticar las tesis
lysenkistas. Otro crítico de Lysenko, Haldane,
también reconoció que él y sus colegas
habían descubierto algunos fenómenos
genéticos importantes (495). A partir de 1948 este tipo de
declaraciones matizadas desaparecen de la campaña. Una
excepción fue el biólogo mexicano Isaac Ochotorena,
quien consideraba "de una innegable trascendencia social" las
"adquisiciones científicas" soviéticas, pues
tienden a invalidar, en lo que a la humanidad se refiere, las
conocidas ideas de Malthus, sobre las cuales Darwin
basó su teoría de la lucha por la existencia,
puesto que aumentan y mejoran la subsistencia del hombre"
(496).
Hasta 1948 los críticos del lysenkismo eran muy pocos,
pero desde entonces se multiplicaron. Sin embargo, los
científicos que participaron activamente realizaron su
aportación personal al mismo, alquilaron sus
títulos académicos pero no fueron quienes
coordinaron la campaña, que abarcaba aspectos muy
diversos. Tampoco fueron por su propio pie; alguien los condujo
allá. Detrás de él había otros
personajes que, sin duda, son los mismos que planificaron la
guerra fría en su conjunto, aquellos que disponían
de capacidad de intervención sobre áreas tan
dispares como las revistas científicas o la prensa diaria.
Lysenko no copó las primeras páginas de la prensa
sólo en Estados Unidos, o en Inglaterra o en Alemania,
sino que se trató de un fenómeno internacional bien
orquestado.
Cuando en 1948 estalla el "caso Lysenko" en Francia
existía una corriente en biología muy distinta que
en Inglaterra o en Alemania, las cunas de la genética. En
Francia Lamarck estaba sólidamente instalado entre los
biólogos, paradójicamente con excepción de
quienes eran militantes del Partido Comunista, que se
adscribían al mendelismo. La nómina de
biólogos franceses que pueden incluirse en el lamarckismo
es impresionante: Alfred Giard, Edmond Perrier, Gaston Bonnier,
Julien Costantin, Frédéric Houssay, Yves Delage,
Felix Le Dantec, Etienne Rabaud… Tampoco en Francia el panorama
era estático, de manera que algunos lamarckistas, como
Maurice Caullery, se pasaron a las filas del mendelismo en un
momento determinado de su trayectoria científica. A
mediados del siglo XIX en Francia predominaban las tesis de
Pasteur, que reforzaban las posiciones lamarckistas en
biología por la incidencia del medio ambiente
en el organismo a través de factores externos como
virus y
bacterias.
Aunque resultaría notoriamente excesivo calificar a
Pasteur de lamarckista, no cabe duda que algunas de las
explicaciones que ofreció -como las transformaciones de
los cultivos bacterianos- tenían ese componente (497).
Cabe aquí volver a recordar que, a diferencia de Virchow,
la concepción patológica de Pasteur rompe bastante
claramente con el micromerismo. Además, Pasteur
contribuyó a establecer sólidos lazos entre la
biología francesa y la rusa, al incorporar a Elie Ilich
Mechnikov (1845-1916) a su instituto, un zoólogo
darwinista de formación parecida a la de Timiriazev (498).
Como Pavlov, Mechnikov también estaba muy vinculado a
Sechenov, siendo corriente en Rusia estudiar la fisiología
según el modelo del
sistema
nervioso y, por consiguiente, como una forma de
adaptación al medio, siguiendo las mismas pautas de los
reflejos cerebrales.
Descubridor de la fagocitosis, Mechnikov la explicaba como un
condicionamiento síquico, una línea que fue seguida
por su discípulo Serge Metalnikov (1870-1946). Poco
después de la revolución
de 1917 Metalnikov huyó de Rusia y también se
incorporó al Instituto Pasteur, entonces dirigido por otro
ruso discípulo de Mechnikov: Besredka. Lo mismo
sucedió con el microbiólogo ucraniano S. N.
Vinogradski (1856-1953), descubridor de la intervención de
las bacterias en los procesos
vitales de nitrificación, quien se incorporó al
Instituto Pasteur en 1922.
Los microbiólogos rusos trasladaron a París una
concepción biológica muy distinta de la que estaba
a punto de imponerse en la biología. Así,
Metalnikov incorporó las concepciones de Sechenov y Pavlov
sobre los reflejos condicionados, desarrollando una
concepción del sistema inmunitario como un instrumento de
adaptación del organismo al medio ambiente
(499). No se trataba sólo de la consideración de
los factores ambientales sino también de la quiebra del
modelo descentralizado, micromerista, del organismo heredado de
la teoría de las células de
Virchow. Al margen de Alemania, en París y Moscú se
comenzaba a hablar de "sistema" nervioso, de "sistema"
inmunitario y, finalmente, de "sistema" endocrino, con el alcance
que a estas expresiones le daba Pavlov: "Denominamos actividad
nerviosa inferior a aquella que se dirige a la unificación
e integración del trabajo de todas las partes
del organismo, y actividad nerviosa superior (en razón de
su complejidad y delicadeza) a la encargada de relacionar dicho
organismo con el medio circundante y mantener su equilibrio a
través de las cambiantes condiciones externas" (500). El
estudio de la inmunidad ha reservado muchas sorpresas a los
biólogos. Por ejemplo, supuso la inflexión
más decisiva de la trayectoria científica de
Faustino Cordón. La presentación que Rafael Jerez
Mir lleva a cabo de su obra sobre inmunología en internet es concluyente.
Según ella, la primera reacción de Cordón
ante los fenómenos de inmunidad -tan alejados de los
fenómenos bioquímicos a los que estaba
acostumbrado- fue de sorpresa. Su perplejidad la explica Jerez
Mir por el débil desarrollo de
la inmunología y por el vacío bibliográfico
español de
la época. Pero, por otra parte, fueron precisamente esas
limitaciones las que le permitieron estudiar los hechos con mayor
libertad y dar una explicación de los mismos distinta y
más rigurosa que la correspondiente a la
inmunología de la época. Por de pronto,
según la teoría en vigor, el primer efecto de toda
inmunización es la liberación y la
multiplicación de anticuerpos y, en cambio, conforme a la
hipótesis de Cordón, ese efecto
aparece como consecuencia de una primera multiplicación
intracelular del antígeno, lo que implica la
consideración de la reproducción del antígeno como un
fenómeno biológico y no como un fenómeno
estrictamente químico o molecular. La actitud de
Cordón ante la ciencia, apunta Jerez Mir, cambió
radicalmente con su estudio en profundidad de la
inmunización. Hasta entonces se había venido
sintiendo cómodamente instalado en la química
orgánica y la bioquímica
de la época. A partir de entonces su problemática
científica se transformó de bioquímica en
biológica y de experimental en evolucionista;
propugnó la existencia de un primer nivel del ser vivo,
intermedio entre la molécula y la célula,
como clave de la comprensión de los fenómenos de
inmunidad, y se enfrentó, por primera vez, con el tema
central de la biología –la naturaleza del ser vivo:
qué es un ser vivo-, buscando su solución
evolucionista (501).
A comienzos del pasado siglo el golpe de gracia al
micromerismo vino del impulso recibido por nociones tales como
las de "ecosistema" que también comienzan a aparecer por
aquella misma época. En 1922 se encontraba en París
otro científico ruso de relieve,
Vernadsky, en donde publicó una de sus obras más
importantes, "Geoquímica", a la que siguió casi
inmediatamente la más conocida de ellas, "Biosfera"
(502), verdadero punto de arranque de la ecología
científica. Pero mientras un biólogo está
considerado socialmente como un científico de verdad, el
ecologista es un militante opuesto al progreso de la ciencia y la
industria. No
es alguien objetivo cuya opinión pueda reputarse como
solvente. No se le puede conceder la misma credibilidad al
manifestante que grita por la calle que a quien escribe en las
revistas acreditadas. Si costó décadas recuperar
las concepciones ambientalistas para la biología, no menos
penoso resultó lograr que las mismas alcanzaran un
estatuto mínimo de dignidad
social y científica. Pero a fecha de hoy ese logro no ha
sido una síntesis de lo molecular con lo ecológico
sino una yuxtaposición, cuando no una auténtica
disociación.
Los refugiados políticos rusos que se instalaron en
París, de cuya oposición al socialismo no
cabe dudar, sostenían sin embargo concepciones
científicas no muy distintas de las que proliferaban en la
URSS, de donde se puede deducir también que el origen de
las mismas no estaba en una determinada ideología
política, el marxismo, o en
determinadas posiciones filosóficas, la dialéctica
materialista, sino en la ciencia misma. Los cien años
de historia de la
biología que van desde "El origen de las especies" en 1859
a la controversia de 1948 son, pues, muy diferentes en Francia y
la URSS que en Inglaterra y Alemania, y no solamente en la
biología y en la medicina sino
en las prácticas políticas que de ellas se
derivaron. Es la denominada "excepción francesa" cuyos
orígenes se remontan a la
Ilustración. Mientras en Alemania los descendientes de
los emigrantes conservan su nacionalidad
durante varias generaciones, en Francia la pueden adquirir los
hijos de los emigrantes desde los 18 años. Es
francés quien desea serlo. Por eso, allá no crearon
un archipiélago étnico dentro del mismo Estado. El
apartheid y el gueto son característicos de los
países anglosajones (503).
La campaña internacional desplegada en plena guerra
fría contra Lysenko tenía como objetivo erradicar
la influencia lamarckista en Francia e imponer las tesis
mendelistas y racistas propias de las culturas
seudocientíficas germánicas y anglosajonas. No
parece ninguna casualidad que el racismo y la
eugenesia hayan predominado precisamente en esos dos bloques
culturales, a pesar de que quien primero impulsó las
teorías
racistas fue el francés Gobineau. Pero las obras de
Gobineau fueron ignoradas casi completamente en su propio
país, mientras que se difundieron ampliamente entre los
esclavistas del sur de Estados Unidos durante la guerra civil, al
tiempo que la prensa burguesa en Inglaterra tomaba partido por
los confederados (504). Algo similar se puede decir de Italia. A causa
de ello, dice Canella, hay pocos mendelistas latinos "pues
nuestra mentalidad es demasiado meticulosa y apegada a la
realidad para no huir de los absolutismos, equematicismos y…
micromerismos". Esas -y otras- razones hicieron que Mendel
tampoco fuera bien recibido entre los biólogos italianos
(505).
En Francia otro ejemplo es el de Alexis Carrel, a quien ya he
mencionado como eugenista y Premio Nobel de Medicina en 1912.
Pero Carrel tenía muchas facetas biográficas y
científicas interesantes. Una de ellas es la
creación en 1941, bajo los auspicios de su amigo Petain,
de la Fundación francesa para el Estudio de los Problemas
Humanos, que elaboró algunas de las propuestas eugenistas
del gobierno de Vichy, del que formaba parte su Fundación.
Los eugenistas siempre han manifestado mucha preocupación
por los "problemas humanos". Desde los años treinta del
pasado siglo, Carrel formó parte, junto con Jean Coutrot y
Aldous Huxley, del Centro de Estudios de los Problemas Humanos.
Su obra sobre la incógnita del hombre fue un gigantesco
éxito de ventas en su
época, alcanzando en sólo tres años varias
ediciones y la traducción a más de veinte idiomas.
¿Sería por los valiosos descubrimientos
científicos que se exponen en ella? Más bien
habría que decir que forma parte del subgénero
mendelista al que luego casi nos hemos llegado a acostumbrar.
Para cambiar las leyes sobre nacionalidad e
inmigración, la ultraderecha francesa
invoca hoy los escritos de Carrel. A la condición de
científico de éste hay que sumar la de amigo del
aviador nazi Charles Lindbergh y la de militante del Partido
Popular Francés, el partido fascista de Jacques Doriot.
Pero la vida de Carrel transcurrió en Estados Unidos. En
1904 salió de Francia y dos años después en
Nueva York se unió al Instituto Rockefeller de
Investigación Médica. Allí
transcurrió casi toda su vida científica. Tras la
liberación de París, la resistencia le
buscó para detenerle, acusado de colaboracionista, pero
desde su país le llegaron a Eisenhower órdenes
estrictas: "No tocar a Carrel". El eugenista francés
tampoco era ningún criminal sino un científico
"puro", es decir, que merecía la impunidad.
En Francia existió toda una corriente francamente
opuesta a las tesis mendelianas que no se dio en los
países del eje germánico-anglosajón. Hasta
1945 la universidad de la Sorbona no tuvo una cátedra de
genética, casi medio siglo después de Rusia. Ese
"retraso" en integrar los postulados genetistas germánicos
y anglosajones es lo que favoreció que en Francia el
racismo no tuviera la misma intensidad que en otros países
capitalistas.
En un contexto científico como el francés,
Lysenko no sólo no era un extraño sino que encajaba
como un guante en la mano. Por eso la extraordinaria
campaña contra Lysenko en Francia también fue una
campaña contra la influencia de Lamarck y Pasteur, una
batalla por sustituir las influencias científicas
autóctonas por otras de origen foráneo.
Todo comenzó el 26 de agosto de 1948 con un
artículo de Jean Champenois, corresponsal en Moscú
de la revista Les lettres françaises, informando
acerca del debate de la
Academia soviética. El 5 de setiembre le respondió
Charles Dumas, redactor de política internacional del
diario socialdemócrata Populaire con un
artículo significativamente titulado "Retorno a la
Edad Media".
Tres días más tarde toma el relevo el diario
Combat que abre una tribuna en primera página
dedicada al asunto bajo el título "¿Mendel… o
Lysenko?", con un subtítulo engañoso que
prefiguraba el tono de la polémica: "¿Han ido
construyéndose las ciencias de la herencia sobre un
error desde hace 200 años?". Pero "las ciencias de la
herencia" no tenían 200 años sino apenas la cuarta
parte de esa edad, lo cual era un calculado error de bulto para
dar la impresión de que Lysenko estaba enfrentado a toda
la historia de la biología, a sus mismos fundamentos. En
sucesivos números aparecieron las aportaciones de Jean
Rostand, André Lwoff, Maurice Dumas, Jacques Monod y
Marcel Prenant. La mayor parte de ellos son incapaces de entrar
en el fondo porque no lo conocen; se limitan a criticar
tópicos y a expurgar sus propios fantasmas. No
se habla de vernalización ni del método del
mentor sino de Galileo y la Inquisición.
El 10 de setiembre en L"Humanité,
órgano del Partido Comunista Francés, George
Cogniot replicó a Charles Dumas indicando que Estados
Unidos era el único país en donde la Edad Media y
la Biblia se habían adueñado de la biología.
Lo mismo que en la URSS, la polémica entrará dentro
de la filas del propio Partido Comunista. El 15 de setiembre
comienzan a participar en el debate otros diarios, como el
semanario Action, con un artículo de Alain
Rimbert defendiendo la herencia de los caracteres adquiridos y
afirmando que los michurinistas no niegan la existencia de
cromosomas ni genes. A la semana siguiente publica otro
artículo de Pierre Bertain en el que sostiene que en la
URSS no se ha prohibido la genética mendeliana sino que se
ha revisado. Se observa que, progresivamente, el tono comienza a
adquirir un carácter más bien periodístico e
impreciso, utilizando referencias indirectas.
En el mes de octubre la revista Europe lanza un
número monográfico dedicado al debate
soviético en el que, por primera vez, aparece un resumen
de las actas, además de un artículo modélico
de su director, el conocido intelectual Louis Aragon, titulado
"Acerca de la libre discusión de las ideas" (506). Al
mismo tiempo, a partir del 17 de octubre
L"Humanité publica una serie de artículos
de Francis Cohen, que en aquel momento residía en
Moscú y había estudiado biología. El propio
secretario general, Maurice Thorez, interviene en la
polémica en una carta publicada
el 15 de noviembre. La toma de posición del Partido
Comunista a favor de Lysenko creó muchos problemas a los
militantes que seguían las tesis mendelistas,
especialmente a Marcel Prenant (1893-1983), un biólogo que
mantenía una postura matizada y personal, demostrando la
complejidad de las relaciones entre el marxismo y la
biología. Mendelistas como Jacques Monod y Auguste
Chevalier abandonan el Partido Comunista desde el inicio mismo de
la polémica. Teissier guarda silencio. En noviembre de
1948 Jeanne Lévy, primera catedrática de la
Facultad de Medicina de la Sorbona, militante del Partido
Comunista e hija de Dreyfuss, defiende a Lysenko desde las
páginas de La Pensée, aunque se declara
mendelista (507). En ese mismo número, Prenant trata de
mantener su propia postura: defiende a Lysenko aunque no
está de acuerdo con sus tesis.
Prenant era uno de los fundadores del Partido Comunista de
Francia y su obra demuestra que tenía un profundo
conocimiento de la dialéctica materialista, algo
verdaderamente inusual en un científico, incluso en
aquellos que se adscriben al marxismo. Prenant tiene el
interés añadido de que interviene en la
campaña con su propia posición, que no coincide con
la de su Partido, y también que dicha posición ya
la había dado a conocer con anterioridad a desencadenarse
el asunto Lysenko en 1948. Para ser un biólogo
francés es tan original que no se alinea con Lamarck,
aunque reconoce que el pensamiento de
éste "reaparece siempre". Sin embargo, su crítica a
Lamarck, como suele suceder es más bien una crítica
al ambientalismo neolamarckista de sus epígonos. Observa
una contradicción en el neolamarckismo: si cada organismo
estuviera adaptado al medio, desaparecería la
noción misma de herencia y, por tanto, no habría
lugar a heredar los caracteres adquiridos; sin esta herencia los
descendientes se adaptarían igualmente al medio de manera
automática. Prenant tampoco cabría dentro del
neodarwinismo, tal y como existía en la primera mitad del
siglo XX, pero la influencia darwinista es muy importante en su
pensamiento. En contra de los neo darwinistas desarrolla
críticas muy acertadas acerca de la errónea
noción de mutaciones al azar y del azar mismo;
también expone consideraciones rigurosas sobre la unidad
dialéctica entre la generación y la
transformación; pero sobre todo adelanta
-sorprendentemente- dos tesis que luego irán
ganando fuerza en la
genética: la de la herencia citoplasmática y la
epigenética. Según Prenant, aunque sólo el
genotipo es hereditario, el medio influye sobre las
células sexuales, de modo que el fenotipo es consecuencia
tanto del genotipo como del medio: los cromosomas "no pueden ser
considerados como independientes de lo que les rodea porque el
núcleo está, al menos en reposo, en interacción material continua con el
protoplasma. Pueden, por tanto, sufrir las acciones
exteriores e, inversamente, actuar sobre el protoplasma"
(508).
En lo que a la biología concierne, la obra de Prenant
es la aportación marxista más importante
después de la de Engels, incluso tomando en
consideración las aportaciones de Julius Schaxel.
A finales de 1948 el Partido Comunista crea otra revista
La Nouvelle Critique en donde sigue la polémica,
cada vez más centrada en el mismo interior de sus filas y
en febrero del siguiente año, en una reunión de 500
intelectuales comunistas en Paris, Laurent Casanova critica
indirectamente a Prenant, cuyas posiciones eran eclécticas
y defiende la errónea concepción según la
cual existen dos tipos diferentes de ciencia según su
origen de clase. En julio La Nouvelle Critique aparece
un manifiesto firmado por Laurent Casanova, Francis Cohen, Jean
Toussaint Desanti y Raymond Guyot defendiendo la tesis de las
"dos ciencias", que no fue abandonado hasta 1951.
Por el contrario, el caso de Rostand es un prototipo del
lamentable papel jugado por determinados científicos
arrastrados por los pelos a la arena de un debate que les
desbordaba. En 1948 Rostand confiesa que participa en la
polémica sin haber leído los términos de la
misma, lo cual no parece muy propio de un científico. Eso
no le impide diez años después volver a la carga
contra Lysenko y Lepechinskaia (509), pero esta vez con el tono
completamente cambiado. La agresividad es ahora la nota
dominante. ¿Se ha informado mejor esta vez? Es imposible
decirlo, aunque lo cierto es que sigue sin citar ninguno de sus
escritos, lo cual no le impide lanzar toda clase de insultos:
fanáticos, delirio científico, politización,
intoxicación doctrinal e ideológica, verdad de
Estado, etc. Rostand no explica los motivos de su giro. Su caso
es un buen ejemplo del científico que con una mano afirma
que "cualquier ideología es mala consejera para el
investigador" y con la otra aplaude a los nazis. Quizá el
fascismo y el
eugenismo no eran ideologías sino ciencias "puras", y por
eso Rostand fue uno de los que defendieron el eugenismo en
Francia antes y después de la guerra (510); quizá
también por eso sostuvo públicamente tanto las
tesis eugenistas de Alexis Carrel como las leyes esterilizadoras
del III Reich. En suma, un estereotipo de los más bajos
instintos de aquellos furibundos antilysenkistas de la posguerra.
Carentes de personalidad científica propia, apenas llegan
al rango de vulgarizadores que escriben al dictado de las
circunstancias que, diez años después eran
más desfavorables para Lysenko. Basta ojear cualquiera de
las obras de Rostand para comprender que, o bien sigue sin
conocer los escritos de Lysenko, o bien los falsea a su gusto.
Rostand escribió numerosos libros de divulgación
científica y en casi todos menciona a Lysenko, pero
debería haber reservado un capítulo de su libro
sobre las seudociencias para sí mismo.
En España el profesor de
bioquímica de la Universidad de La Laguna, Riol Cimas,
otro perseguidor de las seudociencias, es un fiel seguidor del
método de Rostand de escribir acerca de aquello que ignora
por completo, por lo que también debería reservar
uno de sus artículos sobre seudociencias para sí
mismo. Su artículo contra Lysenko publicado en 2008 por el
diario "La Opinión" de Tenerife (511) son otra de esas
pruebas de las
nulas exigencias de rigor que se requieren para llenar las
columnas de la prensa de nuestro país. La ignorancia es
atrevida; permite rellenar páginas enteras tanto
más fácilmente en cuanto que, en lugar de recurrir
a las fuentes, divaga sobre rumores, chismes y bulos aderezados
con la imaginación calenturienta del propio autor. La de
este cruzado de las seudociencias le lleva a sostener que Lysenko
defendía "las teorías más delirantes que se
puedan imaginar, impidiendo el desarrollo de la Biología
en la Unión Soviética durante más de medio
siglo, dando lugar al monumental retraso que, en tal área,
sufre hoy la ciencia rusa". Es una manera seudocientífica
de perseguir a la ciencia que no elude la referencia jocosa: "El
trigo se puede transformar en centeno sometiendo a sus cromosomas
a unas cuantas sesiones de materialismo dialéctico". Si
Lysenko era un "analfabeto con poder", nuestro profesor de
bioquímica es un manipulador con mando en plaza.
Sólo hay una cosa peor que las seudociencias: los
cazadores de seudociencias.
Los peones de
Rockefeller en París
Después de la II Guerra Mundial, en Europa occidental
los estadounidenses imponen sus concepciones de la misma manera
que sus armas nucleares y su sistema monetario. La ciencia no
marcha separada de la fuerza bruta, como han demostrado las
investigaciones de John Krige, la más reciente de las
cuales se titula "La hegemonía americana y la
reconstrucción de la ciencia en la Europa de la posguerra"
(512). La ciencia de la posguerra formó parte del Plan Marshall, de
modo que unos científicos cobraban en dólares
mientras otros apenas podían sobrevivir. Por ejemplo, el
CERN (Centro Europeo de Investigación Nuclear) fue un
proyecto estadounidense destinado a evitar que los investigadores
europeos resultaran atraídos por la URSS, como
había sucedido en 1929. Además, en 1945
existía un gran número de científicos
comunistas de enorme prestigio en el continente cuya influencia
había que neutralizar. En Francia el CNRS (Centro Nacional
de Investigaciones Científicas) estaba dirigido por
Georges Teissier que reunía en su persona todas las
contradicciones del momento: militante del partido comunista,
cuñado de Monod y partidario del mendelismo. Por su parte,
el Instituto de biología físico-química
había sido fundado por Rothschild en 1927 y financiado por
Rockefeller desde los años treinta del pasado siglo.
En 1948, con dinero de Rockefeller, compran unos solares cerca
de París, levantan los edificios, instalan los
laboratorios y también aportan su equipo de
científicos incondicionales, formados en California junto
a Morgan y sus moscas. En Francia no se encuentran mendelistas
que no estuvieran becados por su fundación; Philippe
L"Héritier (1906-1990) fue otro de ellos. Uno de los
más importantes genetistas de la posguerra francesa fue
Boris Efrussi. Nacido en Moscú, Efrussi (1901-1979)
había huido de la revolución dos años
después de que estallara, instalándose en Francia,
desde donde se trasladó a California en 1934 para trabajar
con Morgan becado por Rockefeller. Luego regresó a Francia
para impulsar allá las nuevas teorías mendelistas.
En 1958 el laboratorio de Efrussi se convirtió en el
Centro de Genética Molecular. Por lo demás, Efrussi
fue el primer catedrático de genética de la
Sorbona.
Rockefeller movía los hilos de la ciencia en Europa.
Además de mercancías, Europa importaba la
ideología de Estados Unidos, caracterizada por el
reduccionismo y el mecanicismo más groseros, que se
realimentaban con su propio éxito. Algunas técnicas
de investigación aplicadas en física también
resultaron fructíferas en biología molecular. El
descubrimiento en Suecia en los años treinta de la
centrifugación y la electroforesis (513) acabó con
los últimos vestigios de la teoría de los fluidos:
logró descomponer las complejas moléculas
orgánicas, acercando así la biología a la
física. A comienzos de los años cincuenta el
descubrimiento de la forma de la molécula de ADN por
Watson y Crick fue posible gracias al empleo de instrumentos
avanzados de cristalografía de rayos X. Paul
Zamecnik logró identificar los ácidos del
núcleo de las células utilizando las
técnicas físicas de partículas radiactivas.
Las marcaba mediante isótopos radiactivos, las
centrifugaba y luego las detectaba mediante los contadores finos
de centelleo utilizados para medir la radiactividad. Pero la
física acabó deslumbrando a los biólogos con
sus potentes métodos;
los medios se
convirtieron en fines. Al respecto ha escrito Santesmases:
Los desarrollos tecnológicos que se habían
producido al amparo de la
guerra marcaron las pautas de su aplicación en las
investigaciones sobre las ciencias de la vida, por medio de esas
políticas que se diseminaron por Europa a través de
la oficina
económica del Plan Marshall, la OECE -luego OCDE-. Las
nuevas
tecnologías hicieron algo más que eso, no
sólo se diseminaron técnicas, instrumentos y
sistemas
experimentales en vías de diseño
provistos de nuevos dispositivos, diseminaron su propio lenguaje. El
ADN se convirtió en un idioma, y esto fue así
porque la biología molecular asumió como propio el
que se había creado para nombrar a los productos del
cálculo
automático, que produjo máquinas
capaces de acumular información y transmitirla. La
investigación biomédica experimental se
encontró con una visión del organismo y de las
moléculas como almacenes de
información y sistemas de recuperación de esa
información. Gracias al desarrollo de la
cibernética, de los ordenadores y de las
tecnologías de la información nuevas
máquinas generaron nuevos lenguajes que se adaptaron al
creciente conocimiento genético incluso antes de la
descripción de la estructura de
hélice doble de la molécula de ADN por James Watson
y Francis Crick en 1953. El matemático húngaro
emigrado a Estados Unidos, John von Neumann,
el también matemático del Massachusetts Institute
of Technology Norbert Wiener y el fisiólogo de Harvard
Claude Shannon contribuyeron a introducir el lenguaje de
esas nuevas tecnologías en el vocabulario de las ciencias
de la vida desde la inmediata posguerra. Von Neumann
escribió un artículo en que describía a un
autómata autorreplicante, una máquina que
podría construir otra igual a sí misma si
disponía de instrucciones. El mecanicismo resultaba
nuevamente alimentado por el desarrollo técnico y aplicado
a las interpretaciones sobre los fenómenos vitales
[…]
Los contactos personales de von Neuman y Wiener con
experimentadores de la biología y la fisiología se
encargaron de adoptar tan sugerente exposición
de lo que hoy ha llegado a aceptarse como el funcionamiento de
los genes. Ellos llevan escrito el libro de la vida, almacenan la
información genética que con algunas sustancias
capturadas del medio le permitirían reproducirse y
sintetizar otras que darían lugar al organismo completo.
Francis Crick usó este lenguaje por primera vez en 1957,
cuando se refirió al flujo de información
genética del ADN a las proteínas
y forma parte hoy del vocabulario (idioma) habitual de la
biología molecular y de la genética. Fueron los
instrumentos técnicos matemático-físicos los
que aportaron ese lenguaje y lo convirtieron a su vez en
generador de pensamiento y de nuevos experimentos (514).
Monod fue uno de los principales introductores de la
genética formalista en Francia en la posguerra mundial.
Era un clon científico surgido de la factoría que
Rockefeller, Weaver y Morgan tenían en Pasadena. Su madre
era norteamericana y en 1936 Boris Efrussi le consiguió
una beca de la Fundación Rockefeller para trabajar en el
laboratorio de Morgan (515). Monod es uno de los apóstoles
del micromerismo, de la "cibernética microscópica"
y de lo que él califica de "método
analítico". Lo mismo que para Weaver, para Monod las
personas somos "máquinas químicas" y la
biología no se rige por la dialéctica de Hegel sino por el
álgebra
de Boole, como los programas
informáticos (516).
En 1948 los imperialistas necesitaban a personajes como Monod
en Francia, entonces un desconocido, para imponer sus
concepciones mendelistas. Monod trasladará el mecanicismo
de Wiener y Weaver desde Estados Unidos a su "filosofía natural de la biología" en
Francia, aunque se inició en la investigación de un
fenómeno calificado como lamarckista: la adaptación
enzimática, ya que se trataba de una biosíntesis
inducida por el medio. Aunque durante la época vichysta se
afilió al Partido Comunista para luchar contra los nazis,
dimitió nada más conocer los resultados del debate
soviético de 1948. Luego estuvo entre los
científicos que se prestaron a colaborar en la
campaña de linchamiento contra Lysenko desde la revista
Combat. En 1970 publicó su libro "Azar y
necesidad", un éxito de ventas, en donde ataca al marxismo
y a otras corrientes filosóficas después de
caricaturizar y tergiversar sus postulados (517). Ese mismo
año, además de su libro, también
escribió el prólogo para la traducción al
francés de la obra de Jaurés Medvedev contra
Lysenko. Con contribuciones políticas de esa naturaleza no
es de extrañar que le obsequiaran con el Premio Nobel de
Medicina en 1965.
Como Schrödinger, Heisenberg y tantos otros
científicos, la biografía y la obra
de Monod ilustran claramente el papel de los científicos
en la sociedad contemporánea. Las aportaciones de los tres
a sus respectivas disciplinas son de primera línea y les
han granjeado un prestigio más que justificado. Sus
experimentos fueron concebidos y ejecutados con el rigor y la
meticulosidad característicos de la argumentación
científica. Pero los científicos vienen demostrando
que no son científicos las 24 horas del día, ni
tampoco a lo largo de su periplo vital. Una vez encumbrado, suele
comenzar en la actualidad para el científico una nueva
etapa de su vida: la de la explotación de su
descubrimiento, la de las conferencias y libros que, muchas
veces, no sólo versan sobre su especialidad sino sobre
cualquier materia, sobre todo lo divino y lo humano.
¿Qué es la vida? ¿Qué es el hombre?
¿Qué es el azar? Los científicos
están en su derecho de opinar sobre tan trascendentales
asuntos, pero otra cosa es que eso tenga alguna relación
con la ciencia. En genética, los descubridores de la
estructura de la molécula de ADN, Watson y Crick, son un
buen ejemplo. Su famoso artículo sobre la doble
hélice se condensa en apenas un folio y medio. Lo
redactaron cuando aún no habían cumplido los 30
años y, desde 1953, no han vuelto a realizar ninguna otra
aportación a su disciplina.
Sin embargo, se han empeñado en escribir numerosos libros
y pronunciar conferencias cuya relación con la ciencia es
remota. Se trata de simples opiniones personales, muchas de ellas
mezcladas con afirmaciones religiosas harto discutibles y
discutidas que por su racismo y homofobia han desatado un
legítimo rechazo en amplios sectores sociales. Como sucede
con cualquier persona, una cosa es lo que el científico
hace y otra lo que dice. Cristóbal Colón
"descubrió" América
pero creyó haber llegado a la India. Incluso dentro de su
misma especialidad, es muy frecuente que el científico no
sea capaz, por su propia formación ideológica, de
articular un discurso sobre lo que efectivamente hace porque sus
conceptos básicos son erróneos, o simplemente
carece de ellos. En sus exposiciones los científicos se
conducen con una superficialidad que jamás se hubieran
permitido en ninguno de sus artículos científicos,
normalmente de tipo telegráfico. Sin embargo, lo mismo que
Newton,
Laplace o
Lamarck, Monod tiene la pretensión de articular toda una
nueva "filosofía de la naturaleza", es decir, una
teoría general de la biología que le desborda,
incapaz de resistir la más leve crítica. Todos los
títulos científicos de Monod son insuficientes para
salvar una obra tan pretenciosa como "Azar y necesidad". No
obstante, hay que reconocer que lo verdaderamente relevante de
ese ensayo es que
contribuye a deslindar a los mendelistas franceses de los
anglosajones porque expresa que la biología requiere ir
mucho más allá de los estrechos cauces en los que
viene moviéndose. Que el intento resulte estrepitosamente
fallido no significa que no deba volverse a intentar.
Como todos los enemigos de Lysenko, Monod también es un
eugenista radical que no oculta sus verdaderas pretensiones.
Según él, después de dominar el entorno, al
hombre no le queda otro adversario que él mismo, una
guerra interna dentro de la especie humana, desconocida entre los
animales, que
es uno de los principales factores de la selección
natural. Aplaude los genocidios ancestrales porque han favorecido
la expansión de los humanoides más dotados de
inteligencia,
voluntad y ambición. Entonces la parte cultural del hombre
no pudo influenciar ese costado animal que el hombre lleva
dentro. Pero ahora esa parte cultural se ha impuesto y la
selección natural ya no puede realizar su tarea: el
único medio de mejorar la especie humana es el de realizar
"una selección deliberada y severa" (518). Ya no se trata
de la selección "natural" sino de la "artificial", de
reintroducir en la sociedad moderna lo que la naturaleza
había venido realizando antaño de forma
espontánea. A lo que ya no se atreve Monod es a concretar
los medios por los cuales hay que proceder a ello. Las
cámaras de gas estaban muy recientes.
El nombre de Monod está estrechamente relacionado con
el de François Jacob, autor del libro "La lógica
de lo viviente", en donde defiende idénticas posiciones
micromeristas y reduccionistas: "Toda la naturaleza se ha
convertido en historia, pero una historia en la que los seres son
la prolongación de las cosas y en la que el hombre se
sitúa en el mismo plano que el animal" (519).
En Francia la guerra contra Lysenko no se ha agotado nunca,
generando una colección de infra literatura del más
bajo nivel. Otro anticomunista feroz, Denis Buican, rumano
exiliado en Francia, también biólogo,
publicó dos libros contra Lysenko en 1978 y 1988, contra
el que ya había abierto varias campañas en las
universidades de su país en la posguerra. En sus obras la
exageración no encuentra límites.
Para Buican el lysenkismo sobrepasa los asuntos más feos
de toda la historia del conocimiento humano, incluso por encima
de la más negra Inquisición de la Edad Media. El
maniqueísmo propio de la guerra fría no se
había acabado para un resentido como él: mientras
Vavilov era el Galileo soviético, Michurin no era
más que "un jardinero medio sabio" (520). Poco
después los hermanos Kotek publicaron en Bélgica
una nueva obra con la grotesca pretensión de aportar lo
que califican como un "esquema de interpretación sico-política" en la
cual se refunden los tópicos más vulgares de la
guerra fría (521). El 8 de abril de 1998 aún se
celebraba un coloquio en París sobre el asunto de Lysenko
protagonizado por algunos de los supervivientes de aquellas
viejas polémicas de la guerra fría de la que no
acaban de apagarse los rescoldos.
Otro de los más conocidos ataques contra Lysenko es el
que lanzó en 1976 el filósofo Dominique Lecourt, un
discípulo de Althusser, quien le prologó su libro.
La diferencia entre Lecourt y cualquier otro crítico de
Lysenko es que él pretendía hacerse pasar por
marxista, igual que su padrino Althusser. Otra diferencia
importante es que Lecourt no escribe al dictado de los
imperialistas sino de los revisionistas soviéticos. Fueron
ellos los que en la época de Breznev le encargaron la
redacción de su libro dentro de la
campaña de desestalinización y de crítica
del "culto a la personalidad". A pesar de su éxito en
determinados medios seudomarxistas, el libro de Lecourt, como
él mismo reconoce, no aporta nada nuevo. Se apoya en la
obra de Medvedev (522) y Joravsky (523) y resulta tan
incalificable como ambas. El propio Medvedev reconoció que
su libro contra Lysenko no era una obra de historia, sino "un
desesperado llamamiento para atraer la atención del público hacia la
situación en que se encontraba la biología
soviética" (524). No pretendió ningún rigor
de análisis sino difundir un panfleto que
luego los demás han reconvertido en fuente
historiográfica de solvencia.
Un sedicente "marxista" como Lecourt pone el acento de su
crítica contra Lysenko en las afirmaciones de éste
acerca de la existencia de dos ciencias. Ésta era una
manera incorrecta de plantear la polémica por varias
razones. La primera porque daba a entender que sólo
existían dos bandos en liza, lo cual era erróneo y
suscitó quejas por la adscripción de unos y otros
en la facción que consideraban que no les
correspondía. La segunda porque Lysenko no era una
alternativa al mendelismo. Pero sobre todo, había una
tercera razón, la más importante: porque
pretendía la existencia de una ciencia burguesa y una
ciencia proletaria. No obstante, era una expresión muy
característica entre los marxistas en aquella
época, consecuencia de la influencia del empiriocriticismo
y de proletkult. Como el positivismo
tiene una acepción muy restringida de la ciencia, expulsa
fuera de ella todo aquello que no encaja dentro de sus estrictos
límites. Por lo demás era una expresión que
ya utilizó el biólogo francés Le Dantec a
comienzos del siglo XX para referirse al lamarckismo y al
darwinismo como "dos tendencias en la biología" (525) y se
puede leer también en opositores de Lysenko, como B. M.
Zavadovski. Lo que diferencia a Althusser y su discípulo
Lecourt de Lysenko y de los verdaderos marxistas es que
éstos no separan la ideología de la ciencia y, en
consecuencia, reconocen la lucha ideológica dentro de la
ciencia y desenmascaran el oscurantismo y la superchería
que la burguesía trata de pasar de contrabando
bajo etiquetas aparentemente científicas. No existen dos
ciencias diferentes; la ciencia no tiene una naturaleza de clase,
pero Le Dantec, Lysenko y Stoletov hablaban con propiedad
cuando se referían a "dos tendencias" opuestas dentro de
la biología. Ese es el sentido exacto de su
concepción y no lo que Lecourt pretende.
El énfasis de Althusser y Lecourt contra las dos
ciencias quiere convencer de que en biología no hay
más ciencia que el mendelismo y derivados posteriores:
"Hoy nadie trataría de disputar a la genética
mendeliana los títulos que varios decenios de
experimentación sistemática le han otorgado con
toda evidencia: esta doctrina no es una teoría aventurada
y discutible, sino a todas luces la piedra angular de una ciencia
universalmente reconocida" (526). Todo empieza y acaba justamente
ahí. Lo demás, Lysenko especialmente, es pura
ideología y la ideología es algo completamente
distinto de la ciencia, si no enfrentado a ella. En Weismann,
Mendel y Morgan no hay ideología. Posiblemente
también Marx estuviera
equivocado al encontrar ideología en la economía
política de Adam Smith o
David Ricardo;
por tanto, también se equivocó al comenzar su obra
por la crítica de esas concepciones ideológicas
prevalecientes dentro de la economía política de su
época.
A los revisionistas franceses y soviéticos no les
gustó nunca Lysenko porque la esencia del reformismo
consiste en claudicar y hacer concesiones, tanto en el terreno
político como en el ideológico. Como en el caso de
Stalin, Lysenko les sirvió de coartada para encubrir el
fracaso de sus reformas económicas. En la URSS la cosecha
máxima de 1958 nunca pudo ser igualada y a partir de 1964
comenzaron las importaciones de
trigo desde Estados Unidos y Canadá. Ahora bien, si los
éxitos agrícolas no tuvieron su origen en Lysenko,
tampoco podemos pretender atribuir los fracasos al comienzo de su
linchamiento sino a la desorganización introducida por las
reformas de Jrushov y, muy especialmente, a la privatización de los medios de
producción agrícolas. Pero no está de
más comprobar que ambos acontecimientos coinciden en el
tiempo y que hubo buenas razones políticas para establecer
entre ellos una relación de causa a efecto, aunque fuera
saltando varias décadas por encima de la historia.
Los imperialistas en el oeste y los revisionistas en el este
también fueron capaces de ponerse de acuerdo en su fobia
contra Lysenko, cuya marginación en su propio país
es ilustrativo narrar, ya que la campaña de linchamiento
incide con especial énfasis en su estrecha
vinculación con Stalin. La pretensión es la de
sostener que las aberraciones seudocientíficas de Lysenko
sólo son explicables en el contexto de las aberraciones
políticas de Stalin, de que las unas van ligadas a las
otras. No obstante, que Lysenko no fuera destituido de sus
funciones sino
una década después del XX Congreso muestra a las
claras que no existía ese vínculo político
tan estrecho entre él y Stalin. A pesar de la
crítica contra Stalin iniciada por Jrushov a partir de
1956, Lysenko se mantuvo en su puesto y, de hecho,
permaneció activo hasta su muerte en 1976. El cambio
político no le afectó en absoluto. Es cierto que en
1956 no fue elegido para la presidencia de la Academia, pero
también lo es que volvió a ocupar su cargo en 1961
durante otros cinco años y, sobre todo, que estos cambios
no tenían que ver con los vaivenes políticos y
económicos sino con las modificaciones introducidas por el
nacimiento de la era atómica o, mejor dicho, con el
aprovechamiento oportunista que los genetistas convencionales
soviéticos supieron hacer de esos cambios.
Una nueva era tecnológica había aparecido
irreversiblemente en 1945, ante la cual las concepciones de
Lysenko, ligadas a la agricultura, parecían una
antigüedad remota. La sociedad soviética
también había cambiado; en 1948 la URSS ya no era
un país rural y campesino sino
urbano e industrial, capaz de hacer estallar una bomba nuclear e
incapaz de prever sus consecuencias contaminantes sobre la salud
y el medio ambiente. Los genetistas enfrentados a Lysenko
maniobraron para demostrar que sólo ellos eran capaces de
diagnosticar y tratar los efectos de las radiaciones
atómicas. Lysenko no tenía nada que decir en
radiobiología y sus enemigos abrieron una campaña
de presión
sobre los peligros de la radiactividad y los residuos nucleares,
comprometiendo en ella a los físicos que trabajaban en los
laboratorios sometidos, pues, al peligro. Los físicos
nucleares eran la élite científica en la URSS, uno
de los grupos de
presión más poderosos y los mendelistas
supieron estimular su susceptibilidad hacia la radiología
genética, presentándose como los únicos
especialistas en el asunto. En torno a Jrushov se formó
una camarilla de intrigantes compuesta por Andrei Sajarov y los
hermanos Medvedev (de los cuales uno de ellos, Jaurés, era
biólogo). Integrantes de una selecta casta de
intelectuales, los tres mantuvieron una relación personal
y política muy estrecha entre sí, así como
con el entonces profesor de física Soljenitsin, que luego
fue más conocido como literato. El primero era
físico nuclear, sobrino del biólogo Vavilov y
lanzado al estrellato en época de Jrushov como
"reformador", aunque su precipitación le llevó a
convertirse en uno de los disidentes más famosos de la
guerra fría. Por su parte, en 1946 Alexander Soljenitsin
reprochó a Stalin no haber sido capaz de llegar a un
acuerdo con Hitler que evitara la guerra entre ambos
países. A causa de un intento de complot fue condenado a 8
años de reclusión, una experiencia que le condujo a
novelar la vida en los campos de trabajo soviéticos. Nunca
ocultó sus simpatías hacia la autocracia zarista,
lo mismo que hacia el franquismo. Fue rehabilitado en 1956 tras
el XX Congreso por Jrushov quien, a fin de cambiar la buena
imagen que
Stalin tenía entre la población soviética,
le recibió personalmente en el Kremlin y a partir de 1962
promocionó sus novelas sobre el
gulag. El caso de Jaurés Medvedev es parecido:
biólogo, empezó junto con su hermano como estrecho
colaborador de Jrushov y acabó de disidente profesional
escribiendo libros anticomunistas, el primero de los cuales fue
precisamente sobre Lysenko. Lo mismo cabe decir de otro conocido
renegado como Sajarov, también físico nuclear, que
comenzó siendo "el niño mimado del Kremlin" (527) y
acabó dejándose utilizar como altavoz de las
campañas de propaganda del bando opuesto. Como las cosas
no suceden por casualidad, también Sajarov inició
su andadura de disidente como crítico de Lysenko. A
Sajarov le corresponde la primogenitura de otra novedad que la
guerra fría no había tenido en cuenta en su
munición: que las acciones de Lysenko suben en la medida
en que bajan las de Vavilov, y a la inversa. Esta
formulación del problema no se le había ocurrido a
nadie en 1948 hasta que la lanzó Sajarov 15 años
después, momento en que la propaganda empezó a
relacionar las biografías de ambos de la manera
vergonzante a la que nos tienen acostumbrados.
¿Que condujo a una élite intelectual mimada por
el Kremlin a renegar de su propia condición? ¿Por
qué todos ellos tomaron a Lysenko como excusa para
justificar sus alineamientos políticos? No son preguntas
fáciles de responder dada la escasez de
fuentes y la nula fiabilidad de las existentes. Únicamente
pueden aventurarse conjeturas cuya raíz está en los
vaivenes de la dirección del PCUS en aquellos momentos,
provocados por la amenaza de una nueva guerra devastadora,
atómica, cuando aún no se habían apagado las
llamas de la anterior. En 1956 el XX Congreso del PCUS
encandiló a los físicos y, naturalmente, a los
enemigos de Lysenko. Jrushov dio alas a quienes, como los
intelectuales y los especialistas, querían un retorno
rápido al capitalismo,
abriendo un proceso de cambio que no supo cerrar, ni él ni
ninguno de los que le siguieron. Pero la situación
política interior se demostró muy oscilante porque
las reformas de Jrushov naufragaron en casi todos los terrenos, a
pesar de las numerosas concesiones ofrecidas. Su fracaso, tanto
en el plano internacional (distensión) como en el interno
(crisis agrícola) se observó muy
rápidamente. Su exponente más claro fue el
levantamiento de Hungría pocas semanas después del
XX Congreso del PCUS. Las novedades de Jrushov llevaron a la URSS
al borde de la quiebra, hasta el punto de que no tardó en
enfrentarse con importantes sectores sociales, incluido el propio
Partido Comunista. Se vio sometido a un fuego cruzado y, como en
tantos otros problemas, no supo maniobrar más que con
torpeza, de manera balbuceante y demagógica, iniciando un
enfrentamiento solapado con los intelectuales derechistas casi
desde su misma llegada al poder en 1956. Una parte de los
escritores, especialistas, científicos y técnicos
apoyaban los cambios pero querían más y utilizaron
a Lysenko para probar hasta dónde llegaban las verdaderas
intenciones de Jrushov. En 1955 hubo una petición
colectiva de 300 científicos exigiendo la
destitución de Lysenko y Oparin de sus cargos. Ganaron la
primera batalla. Lobanov, un michurinista, sustituyó a
Lysenko de la presidencia de la Academia en abril de 1956 y V. A.
Engelhardt también logró relevar a Oparin. Los
mendelistas creyeron que aquello era el principio del fin de
Lysenko y de lo que Lysenko simbolizaba para ellos, pero se
equivocaron. El alzamiento húngaro obligó a Jrushov
a retroceder. En tres discursos
pronunciados en 1957 Jrushov tuvo que expresar su apoyo a
Lysenko. Las cosas marchaban mucho más despacio de lo que
los mendelistas esperaban, e incluso también padecieron
algunos reveses. En 1958 perdieron sus puestos en la
redacción de la "Revista Botánica", la de Dubinin
del Instituto de Citología y Genética de
Novosibirsk, así como la de Engelhardt, presidente de la
división de biología de la Academia. Ni unos ni
otros quedaron satisfechos.
Pero en 1957 se produjo la catástrofe nuclear en
Cheliabinsk, uno los accidentes
ecológicos más graves de la URSS. Un almacén de
residuos nucleares provocó una reacción en cadena,
causando una especie de erupción volcánica
contaminante que inundó una región de unos 2.000
kilómetros cuadrados. El viento esparció las nubes
radiactivas aún más lejos, afectando a decenas de
miles de personas. Fueron trasladadas a hospitales, pero
ningún médico sabía cómo proceder en
un caso de esa naturaleza. Al año siguiente el gobierno
soviético suspendió todas las pruebas nucleares que
tenía previstas, aunque por poco tiempo. Entre los
científicos se dispararon las alarmas, adquiriendo plena
conciencia de los
riesgos de la
energía
nuclear. Las presiones de los físicos lograron
modificar los protocolos de
manipulación de sustancias radiactivas, imponiendo
controles más estrictos. En 1963 se firmó el
Tratado de No proliferación Nuclear con Estados Unidos,
verdadero ejemplo de lo que significaba la colusión entre
ambas potencias: el Tratado les obligaba al desarme, y eso fue lo
que nunca cumplieron; quedaba la otra parte, cuyo cumplimiento
trataron de imponer a todos los demás países del
mundo: que no podían dotarse de las mismas armas que ellos
ya disponían. En fin, una especie de contrato con
responsabilidades sólo para quienes no lo redactaron.
En febrero de 1964 Jrushov vuelve a defender a Lysenko en un
discurso pronunciado en una reunión del Comité
Central; glosa la importancia de sus aportaciones a la
agricultura e incluso se responsabiliza personalmente por haber
recomendado el empleo de los métodos lysenkistas en
algunas cooperativas.
Según Jrushov, las cooperativas que habían seguido
los métodos lysenkistas habían obtenido más
rendimientos que las otras. Para los apegados al esquema de la
guerra fría el discurso no dejaba de resultar
sorprendente: resulta que 16 años después de la
"brutal imposición" del lysenkismo en la URSS aún
existían cooperativas que no seguían sus
métodos, a pesar de las recomendaciones del todopoderoso
secretario general del Partido Comunista… Nueve meses
después el todopoderoso secretario general había
sido destituido de sus funciones y los motivos radicaban
precisamente en la crisis agrícola del país.
Cayó Jrushov pero no cayó Lysenko. No obstante, la
veda se había abierto y comenzaron las críticas
periodísticas. En 1965 la Academia inició una
investigación sobre sus actividades. Era el principio del
fin. El 4 de febrero Pravda publicaba un artículo
elogiando a Vavilov y una semana después Lysenko fue
destituido de su cargo de presidente de la Academia. La
vinculación de Vavilov, especialmente su muerte, con
Lysenko, es otra de esas argumentaciones que no surge en los
países capitalistas durante la guerra fría sino que
proviene de la misma URSS y se traslada más allá de
sus fronteras con el mismo formato canónico: mientras
Vavilov era un científico, Lysenko está asociado a
la política. No obstante, Vavilov fue miembro del Soviet
Supremo de la URSS y ganó un Premio Lenin.
Los argumentos aducidos por la Academia para
destituirle, reproducidos con ligeras variantes por
Pravda, el diario del Partido Comunista, fueron varios
de los que han circulado por los países capitalistas. En
el más puro ambiente de la época en la URSS, el
comunicado decía que Lysenko se había aprovechado
del culto a la personalidad para adoptar "medidas de
presión administrativas" contra sus oponentes, que son
inadmisibles en la ciencia. El comunicado continúa
diciendo que las concepciones lysenkistas eran erróneas
("dogmas", decía) y que, sin ningún motivo, Lysenko
había rechazado los descubrimientos más importantes
de la ciencia contemporánea, mencionando concretamente los
tres siguientes:
a) la teoría cromosómica b) las
bases físicas y químicas de la herencia (genes) c)
los nuevos métodos de selección de los animales,
plantas y
microorganismos
Incluso el comunicado va más allá,
asegurando que Lysenko había tratado de suplantar la
doctrina de la evolución de Darwin con una teoría
de los "saltos bruscos" en la producción de una especie
por otra. También argumentaba la responsabilidad de Lysenko en el retraso de la
genética y de la biología, que había
repercutido en la falta de formación de los
científicos soviéticos. A esa redacción
Pravda añadía otros dos matices: a menudo
las tesis lysenkistas no estaban al "nivel" de la ciencia actual
y también repercutieron sobre la medicina. Por fin, no
cabe olvidar el nuevo argumento: los perjuicios a la
economía, sobre todo a la agricultura, al imponer
métodos seudo-científicos. Por tanto, casi nada
nuevo que antes no hubieran dicho los artífices de la
guerra fría en los países capitalistas.
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