Pero, militar de orden y patriota firme en sus ideas,
cuando los jóvenes cultos de la ciudad que eran sus amigos
se sublevaron contra el Gobernador Barreiro en 1816 y lo
apresaron en el Cabildo, Oribe con sus cañones se puso del
lado de la autoridad, y
derribó a hachazos la puerta del calabozo para rescatar a
Barreiro a quien restituyó en el mando, porque en ese
momento, además de representar la legalidad,
encarnaba el espíritu de la resistencia
contra el invasor portugués.
A diferencia de muchos orientales que para escapar de la
anarquía buscaron amparo bajo la
autoridad del Barón de la Laguna, Oribe acompañando
al cuerpo de Libertos, emigró a Buenos
Aires.
En la crisis del
año 1820 se batió junto a Rondeau, a Soler y a
Dorrego en los campos de Cepeda, Cañada de la Cruz, San
Nicolás, Pavón y Gamonal, mostrándose
siempre leal al vencido y, cuando regresó a la patria no
fue para defender con su espada las decisiones del congreso
cisplatino sino para encarnar en la ciudad de Montevideo la
revolución
ciudadana de 1823.
En este año recibió del Cabildo de la
plaza electo por voto popular, el grado de Teniente Coronel. Su
acreditada personalidad y
su reputación militar lo convirtieron en una de las
primeras espadas de la cruzada de 1825 y de la campaña que
culmino en la paz de 1828.
La fisonomía moral del jefe
del asedio de Montevideo, del soldado de Sarandí en cuyo
campo de batalla ascendió a Coronel, del vencedor del
Cerro, del combatiente en Ituzaingó, y Camacuá al
frente de la unidad por él disciplinada, no se asemeja a
la de los militares de su tiempo que
conquistaron fama.
A través del dilatado período
revolucionario, no contrajo hábitos anárquicos
porque repugnaban a su naturaleza.
Rigió su conducta por los
claros dictados de las ordenanzas españolas, duras, sin
dejar de ser humanas, con las que se identificaba su
espíritu. Sus comunicaciones
oficiales de campaña sobriamente expresivas, son modelo de
laconismo y nunca traicionaron a la verdad.
Obtuvo sus grados y ascensos en el proceso de una
irreprochable carrera de honores. Mientras fue subordinado no
buscó acortar la distancia con el Jefe, aunque éste
fuera su amigo o pariente cercano, ni reclamó por el papel
que se le hacía representar en el parte de la batalla,
aunque se le desmereciera el que en realidad le había
correspondido.
"Cuando le llegó la hora de comandar –
expresaba el profesor Pivel
Devoto – huyó de las proclamas altisonantes redactadas por
los plumíferos que nunca faltaron, e hizo de las ordenes
generales, un instrumento vivo, a través del cual se
reconstruye la
organización de sus ejércitos, la
fisonomía de los campamentos, los deberes asignados a cada
uno, la disciplina,
la moral del
soldado y la forma en que un hombre nada
inclinado a las expansiones y confianzas propias de la
camaradería militar, velaba callado, por el destino de los
combatientes que tenía bajo su mando cuidando todos sus
detalles".
Fue severo para reprimir el robo y la mentira, lo fue
más aún para castigar la deserción,
verdadera plaga de los ejércitos americanos.
Oribe fue el militar más afortunado de su tiempo
en el Río de la Plata. Así lo acredita la serie de
combates victoriosos que comandó: Casavalle, el Cerro, Las
Piedras, Sauce Grande, Quebracho Herrado, Famaillá, San
Calá, San Juan, Rodeo del Medio, Arroyo Grande.
La explicación de sus triunfos, logrados sobre
generales que habían participado en las grandes
campañas de la revolución americana las daba el
recordado profesor y maestro de Historia al expresar que
Manuel Oribe "jamás practicó el recurso disolvente
de estimular la rivalidad entre los Jefes para conservar la
propia autoridad".
Nacido con la vocación del mando fue llamado a
las funciones del
gobierno no por
sus aptitudes personales para la política sino por las
condiciones que lo habían distinguido como militar amante
del orden.
Al iniciarse la vida institucional de la
República, Oribe, que quiso ser un guerrero de la
independencia
entonces ya reconocida, había pedido su retiro, su
absoluta separación del servicio.
Animado por el ideal del desenvolvimiento económico del
país, cooperó entonces en los esfuerzos para
fomentar el trabajo
rural.
Relata el Licenciado y Docente Lincoln
Maiztegui Casas en su obra "Orientales", Tomo I, "que en junio de
1832, el mayor Juan Santana se amotinó en Durazno contra
Rivera, que debió huir y salvar el pellejo atravesando a
nado el río Yi. Al mismo tiempo, en Montevideo, Eugenio
Garzón, junto a otros destacados lavallejistas (Miguel
Barreiro, Silvestre Blanco y Pablo Zufriategui, entre ellos),
dirigió una carta al
Parlamento anunciando que desconocía al gobierno y que a
partir de ese momento sólo obedecería
órdenes de Lavalleja".
"Es entonces cuando don Manuel Oribe pone su espada no
al servicio de sus amigos insurrectos sino del Presidente
constitucional, al servicio del imperio de la Constitución y la ley, sin perder
el tiempo en pensar si ese Presidente había tenido en el
pasado más desacuerdos que acuerdos con él",
expresaba en Sesión Homenaje el entonces señor
Vice-Presidente de la República Dr. Gonzalo Aguirre
Ramírez en el año 1992 al conmemorarse el
bicentenario de su natalicio.
Terminado el mandato de Rivera, por unanimidad –
35 en 35 – Manuel Oribe es elegido presidente de la
República.
El país experimentó una sensación
de alivio. Oribe asumía con las más amplias
consideraciones. Había sido leal al gobierno, cuando las
revoluciones lavallejistas; no tanto por afección a
Rivera, como por su amor al orden
y la legalidad, que serían constantes en toda su
actuación pública.
Carlos Machado anota: "Su nombre se ligaba con el
patriciado de Montevideo y remontaba sus vinculaciones a la
propia nobleza española. Era nieto del primer gobernador
que tuvo la ciudad, Joaquín de Viana, y por ese linaje (de
su madre) estaba emparentado con Rodrigo Díaz, el
legendario Cid, y por doña Jimenea con Alfonso
VI".
El periodista y escritor Wilfredo Pérez en su
libro "Grandes
figuras blancas" se pregunta: "Este Uruguay sin
fronteras, campo de batalla de conquistadores rivales, con una
población que no pasa de setenta mil
habitantes, ¿cómo pudo dar a Artigas y
después a Oribe?"
Y continúa el entrañable amigo destacando:
"No para oponerlos, ya que fue el segundo quién
inició la reivindicación del primero, ni para
intentar un paralelo que pudiera parecer irreverente, sino para
sumar rasgos y perfiles que configuran aquella etapa
deslumbrante. Artigas, caudillo que arrastra multitudes; Oribe,
soldado que gana batallas. Artigas, visionario, dicta
instrucciones y concibe, como sistema la
libertad de
América; Oribe, gobernante, echa las bases
de una república digna, culta, respetuosa de la legalidad.
Artigas, abnegado, sacrificado, en ostracismo indeclinable,
aceptando la derrota impuesta por un medio inferior; Oribe,
combativo, resurgiendo del destierro, convertido en el General de
los ejércitos de la Confederación Argentina, ante
cuyo anuncio las orgullosas tropas de Lavalle y de Paz se saben
derrotadas antes de la batalla".
El 1º de marzo de 1835 se efectuaron las elecciones
presidenciales. Siendo elegido por unanimidad de votos de la
Asamblea General, don Manuel Oribe "el amigo del orden", cuyo
prestigio había ido en aumento por su conducta legalista y
la honradez que se le reconocía.
La elección de Oribe no fue obra de un partido
político, ni fruto de la influencia personal de
ningún Caudillo. Por el contrario, ella fue la
expresión de ansia de orden y afán constructivo y
de concordia nacional que reinaba en ese momento.
Oribe tenía la vocación del mando, toda la
fortaleza de su carácter, más bien débil,
radicaba en la adhesión ilimitada e inquebrantable que
profesaba al texto de las
leyes. Poco
flexible, no sabía adaptarse a las fluctuaciones de la
política; su ideal de gobernante era definir la autoridad
dentro del orden, unificar el país y fundar sobre bases
sólidas y honestas su sistema administrativo.
Expuso el historiador don Mateo J. Magariños de
Mello que: "El nuevo gobernante agrupó en torno suyo de
inmediato a los hombres del lavallejismo – que no
habían tenido otras aspiraciones – como Giró,
Barreiro, Blanco y del grupo moderado
del riverismo, como Pereira, Lambí, Suárez y
aún aquellos elementos conservadores del comercio para
quienes la revolución había significado el desastre
y que venían gustosos a colaborar en la hora de la
reconstrucción, como Vilardebó, Gestal y
Pérez".
Desde su inicio el Gobierno de Oribe debe ordenar las
finanzas:
realiza severas economías, grava los sueldos de los
empleados públicos, crea impuestos y, por
sobre todo, impone corrección, honradez en la
Administración.
Al fin obtiene sanear la hacienda y en 1835 el ejercicio
cierra con un superávit de medio millón de
pesos.
Agentes extranjeros reconocen la bondad de su gestión. El representante de Francia dice
de Oribe: "Restableció la confianza, llamó al
crédito, hizo frente a los gastos del
día y a los pasados, y aún economiza".
Y el diplomático inglés
no engaña a su gobierno cuando informa a Londres, en 1837,
que "todas las ramas de la floreciente industria que
habían alcanzado extraordinario florecimiento, arraigo y
desarrollo,
están paralizadas por esta inhumana y bárbara
guerra civil
que es llevada y sostenida sin otro propósito que premiar
la miserable ambición y egoísmo de un hombre: don
Frutos Rivera".
Pero Oribe no se limita a manejar de modo excelente los
dineros del estado. Su
anhelo de buen gobernar se extiende a toda la cosa
pública.
Corresponde a la Administración de Manuel Oribe la primera
tentativa para organizar el crédito en el
Uruguay.
Dicta el Reglamento Consular.
Vigilando la salud
pública establece la Junta de Higiene. Y en
defensa de la salubridad de Montevideo impone que los saladeros,
hornos de ladrillos, jabonerías, velerías, no
podrán establecerse dentro de los límites de
la ciudad.
Crea la Estadística Médica y el Reglamento
General de Policía Sanitaria.
Coordina el servicio de Correos, extendiéndolo al
Exterior.
¡Nada escapa a la mirada atenta del gobernante
ejemplar!
Gobierna, administra, legisla, negocia.
Y exige de sus colaboradores el máximo de
esfuerzo, una inflexible energía y una incorruptible
honradez.
En carta del 21 de junio, Manuel Oribe le señala
a Gabriel A. Pereyra su firme proceder: "Mi querido compadre: En
mi poder tu
apreciable, recomendándome a don Domingo Vázquez a
nombre de una Sociedad de
Buenos Aires, el asunto del Dr. Rodríguez Braga y ello
también del Sr. Cónsul. Como amigo te digo con la
mayor franqueza que no lo considero justo. Yo no espero sacar
más del destino que ocupo que el conservar mi integridad y
ésta la perdería desde que suscribiese cosa tan
injusta".
Jamás Manuel Oribe transó con algo que
fuera injusto, innoble y desleal.
La incompatibilidad entre las dos autoridades en que se
dividía el país – la legal desde la
Presidencia de la República; la de hecho desde la
Comandancia General de la Campaña – hizo crisis
cuando por Decreto de 9 de enero de 1836, Oribe suprimió
está última, verdadera piedra de
escándalo.
"Oribe se consideró en aquel momento lo bastante
fuerte como para intentar la unificación del mando y
presidir de tal suerte todo el país de acuerdo a la
Constitución", expresa don Juan E. Pivel
Devoto.
Rivera guardó por el momento su rencor esperando
la hora oportuna de manifestarlo, y la lucha se mantuvo en un
plano doctrinario dentro de la Capital.
El Dr. Luis Alberto de Herrera, primer revisionista
histórico de nuestro País, en su libro "La tierra
charrúa" presentaba como testimonio y cómo
útil esclarecimiento una carta dirigida por el presidente
Oribe al general Rivera, que evidencia los esfuerzos
moralizadores del gobierno:
"Sr. Brigadier D. Fructuoso Rivera Estimado señor
general: Repetidas y apremiantes reclamaciones de las oficinas
fiscales me ponen el caso de pedir a Ud. Se sirva compeler al
Comisario de la Comandancia General de Armas de
Campaña a que rinda las cuentas
corrientes a los años 1834 y 1835. Esto se hace urgente e
interesa no solo a la buena contabilidad
de la República sino al propio crédito de Ud. Como
persona
altamente colocada en la administración nacional.
Creo tal omisión hasta hoy efecto de las
dificultades inherentes a toda administración en
campaña y por lo mismo me intereso en que Ud. Active la
remisión de esas cuentas cuya demora indefinida es
incompatible con el absoluto acatamiento que el gobierno rinde a
la ley ante la cual comparece con repetición a dar cuenta
de sus actos más insignificantes.
Deseo, pues, que salga de esa molestia con la brevedad
posible y que ordene a su atento S.S. y amigo – Manuel
Oribe".
Hermoso documento histórico.
Esa hora llegó en julio de 1836, en que Rivera se
lanzó a la revolución, cuando el país se
aprestaba a la elección de la nueva legislatura.
La revolución estalló simultáneamente en
varios departamentos. Después de una breve campaña
de dos meses, fue liquidada en la batalla de Carpintería,
el 19 de setiembre de 1836.
La posición del Gobierno legal parecía
más fuerte que nunca, pero sus planes de
reconstrucción nacional quedaban detenidos, el país
empobrecido y el erario – ya menguado – exhaustos con
los gastos de la guerra.
"Frente a esa realidad sociológica de la Nación
– sentencia Magariños de Mello – Manuel Oribe
comprendió que no bastaban los mecanismos jurídicos
del Estado para llevar a cabo la obra que propusiera, y la
necesidad de agrupar en torno suyo, en un gran Partido Nacional,
las voluntades coincidentes de todos los hombres ansiosos de
orden y dispuestos a defender las instituciones.
Así nació la divisa "Defensores de las Leyes", que,
por Decreto de Agosto 10 de 1836, debían usar todos los
ciudadanos".
No era un lema partidario lo que se buscaba imponer,
sino un verdadero símbolo de unificación ciudadana
en defensa de las instituciones.
La Constitución de 1830 declaraba libres a los
esclavos. Pero más de un contrato se
celebró posteriormente para extraer recursos de ese
vergonzoso tráfico.
El General Manuel Oribe reacciona y dicta un primer
decreto que obliga a la Comandancia de Puertos a poner en las
patentes de navegación una cláusula prohibiendo el
tráfico de esclavos.
Resulta insuficiente porque hay buques negreros con
pabellón nacional.
Tira Oribe un segundo decreto por el cual se declaran
nulas las patentes otorgadas a esos buques.
Finalmente, en junio de 1837, se aprueba la ley que
proclama libres de hecho y derecho a todos los negros.
Don Ramón Massini – que actuara en las
filas de Oribe en el Cerrito – siendo diputado en la
Asamblea Constituyente, presentó la iniciativa, que fue
aprobada, de encargar al gobierno el restablecimiento de la
Biblioteca
Nacional sobre la base de los bienes
legados por el
doctor Pérez Castellanos y los restos de la biblioteca
fundada por José Artigas en 1816.
Recordemos que la biblioteca que creara Artigas casi no
existía, y los libros y
bienes del doctor Pérez Castellanos habían sido
vendidos con fines absolutamente distintos al pensamiento
del testador.
El presidente Oribe, en 1837, nombra una Comisión
con el encargo de reorganizar la Biblioteca. En pocas semanas,
alentados sus componentes cumplen tan magníficamente su
cometido.
Oribe decide inaugurarla el 18 de julio de 1838 para
solemnizar el aniversario de la Jura de la
Constitución.
La guerra civil desencadenada por Rivera, lo
impide.
Y Manuel Oribe, en lo más agitado de la guerra
civil dicta, en 1838, un decreto por el cual se declara
"instituida y erigida la Casa de Estudios con el carácter
de Universidad Mayor
de la República y con el goce del fuero y
jurisdicción académica que por este título
le compete".
Enseguida envía al Parlamento un proyecto de ley
con el reglamento orgánico de la Universidad.
Nuevamente citamos al Dr. Luis Alberto de Herrera
cuándo expresa. " El dictó la ley organizando los
Consulados así como la referente a las funciones de los
Tribunales Eclesiásticos; por decreto de 22 de febrero de
1836 él reglamento la enseñanza científica del estado;
él reanudó las relaciones comerciales con España,
rotas desde la guerra de la independencia; él
complementó la subdivisión territorial y
abolió el fuero personal en las causas civiles y
criminales; él promulgó leyes sobre herencias,
sobre libertad de esclavos, sobre estado civil, sobre
guías de ganado, sobre impuestos, sobre contrabando,
sobre Instrucción Pública".
¿Podía exigirse labor más
lúcida en aquella época?
Herrera siempre creyó que ese radicalismo
purificador fue la sentencia de muerte de
aquel gobierno sobresaliente.
Don Manuel Oribe durante su gobierno tuvo el acierto de
no intervenir en los asuntos de nuestra vecindad. Es por tal
actitud que el
gobierno de Oribe hace norma de su conducta mantener con los
países vecinos la más estricta y rigurosa
neutralidad.
El siglo XIX, es el tiempo del avance francés e
inglés por los mundos oceánicos.
América sureña, se presenta, ante los ojos
de París y Londres, como rica geografía para su
expansión. El Plata, llave y puerta para la
penetración del Continente, es el punto neurálgico
de la ribera atlántica.
En 1838, la escuadra francesa bloquea Buenos Aires. El
Jefe de la escuadra, Almirante Leblanc y el Cónsul de
Francia, Raymond Baradere, penetrados de la importancia que
revestía el puerto de Montevideo para sus operaciones en el
Río de la Plata, resolvieron utilizarlo como
"base".
El 3 de setiembre de 1838 solicitan que se rematasen los
barcos argentinos apresados por la escuadra francesa. El 6 de
setiembre, el Ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores del
Uruguay, Dr. Carlos Jerónimo Villademoros,
contesta:
"La neutralidad estricta que el Gobierno de la
República ha observado y quiere observar en la
cuestión pendiente entre Francia y la República
Argentina, no le ha permitido mirar con indiferencia un hecho que
comprometería altamente aquella, y sus buenas relaciones
con una de las potencias, dando lugar a quejas y reclamaciones
fundadas".
Francia reitera su pedido en un lenguaje de
ultimátum.
El 14 de setiembre, el Ministro Villademoros,
contesta:
" Que el Gobierno de la República ha
extrañado tanto como sentido la exigencia de S.E. el
señor almirante Leblanc y del cónsul en asunto tan
grave y de naturaleza tan delicada, en cuya resolución
deben entrar consideraciones, no solo sobre lo que tal
resolución importaría a la dignidad de la
república misma, al carácter de neutralidad que
observa y debe observar en las discusiones con la Francia y la
República Argentina, a los principios
establecidos por todas las naciones, sino también a lo que
importaría el abrir una puerta a pretensiones de igual
naturaleza, a que tendrían derecho todos los demás
pueblos del globo y sin reciprocidad para la República, ni
aún por parte de la Francia misma".
"Neutralidad"; "No intervención". Se hermanan en
la lógica
y en la Historia.
Su inspiración es la defensa de la soberanía de la República. Su
primera consecuencia, en los hechos patrios, es impedir que
Montevideo fuera base naval de una potencia
extranjera.
Y recuerda Luis Alberto de Herrera: "Es en 1837,
Villademoros cumple una misión
diplomática ante la Corte de Río de Janeiro para
negociar el tratado de límites.
Ante la insinuación de que el Uruguay pudiera
renunciar a sus derechos territoriales
mediante una indemnización, el Gobierno de Manuel Oribe
declara el 16 de setiembre de 1837 que ninguna
indemnización pecuniaria sería capaz de compensar
lo que perdería la República".
Luego vienen tiempos de dolor, separación de
familias, sitios renovados, muerte, intervención
extranjera, renuncias y gobiernos paralelos.
Exilio de Oribe y desembarco.
Y llega el Pacto de la Unión.
Pero los odios recrudecen.
Y se intenta asesinar a Manuel Oribe.
Fue el 23 de setiembre de 1855. Mientras mantiene una
entrevista con
el Presidente de la República, Oribe es avisado de que al
regresar a su domicilio, en la Unión, su coche será
asaltado.
Burlando a los complotados, vuelve a su casa a caballo,
mientras su carruaje vacío recibe el impacto de los
atacantes que hieren de muerte al cochero.
La idea del complot se atribuye al doctor José
María Muñoz, el amigo íntimo del General
César Díaz y de Juan Carlos
Gómez.
Fracasado el asesinato de Oribe, se produce la
revolución del 25 de noviembre de 1855 contra el
Presidente Bustamante.
Transcurre el año 1857, entre revueltas y
conspiraciones, incluso dentro del propio Partido
Colorado.
Y en su Quinta de Paso Molino enferma Manuel
Oribe.
Y el hombre que
en cien combates, vestido de gran gala, supo hacer frente, con
valor
indomable, al enemigo y desafiar heroicamente a la muerte,
comprende que su tránsito está cercano. Y tampoco
vacila ahora.
Pensando en su Partido, en su colectividad cívica
dice: "Muero con el sentimiento de que no quede nadie que me
remplace".
Y dicta su testamento político en breves frases:
"Que mis amigos rodeen al Gobierno, que no desmientan sus
antecedentes de amigos de la autoridad constituida.
El 12 de noviembre de 1857 falleció don Manuel
Oribe. El gobierno le decretó honores
oficiales.
Luis Alberto de Herrera sostuvo: "La
personalidad de Manuel Oribe como la de Fructuoso Rivera
ofrece un lado de luces y un lado de sombras, ambos perfectamente
caracterizados. Esto es precisamente lo que hasta la fecha no han
querido reconocer los adoradores de uno o de otro de esos
héroes".
Bibliografía:
Prof. Juan E. Pivel Devoto: Historia de los
partidos
políticos en el Uruguay
Dr. Luis Alberto de Herrera: Por la Verdad
Histórica
Los orígenes de la Guerra
Grande
La tierra
charrúa
Mateo J. Magariños de Mello: El
Gobierno del Cerrito (Tomo I)
Carlos Lacalle : El Partido Nacional y la
política exterior del
Uruguay
Wilfredo Pérez : Grandes Figuras
Blancas
Dr. Gonzalo Aguirre Ramírez: La
Revista Blanca
Edición
año 2001 Tomo I
Lincoln Maiztegui Casas : Orientales Tomo
I
Rodolfo Sienra Ferber : Páginas
Blancas
Ricardo Rocha Imaz : La Historia
Escondida
Autor:
Luis Alberto Martínez
Menditeguy
Durazno, enero de 2010
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