Dejó a los orientales un
invalorable legado del más puro patriotismo, del
más acendrado valor, de una
dignidad sin
máculas, de una honorabilidad sin tacha, de una rectitud
sin dobleces y de una austeridad republicana
ejemplar.
No ha sido una empresa
fácil enfrentar a la poderosa máquina de la
propaganda
divisionista entre quienes poseen títulos de los gallardos
defensores de la "civilización" y aquellos tildados de
"bárbaros". En el rescate – y con el apoyo de
irrefutable documentación – la falsedad de una historia "oficial" que
englobaba como bárbaros primitivos y oscurantistas a
Oribe, Rosas, Francisco
Solano López y sus heroicas huestes ponemos proa a llevar
a buen puerto este barco conteniendo en su bodega el
reconocimiento y la admiración que profesamos a la figura
sin mácula de Manuel Oribe.
Por cierto que esta vocación ahincada por la
verdad es la inspiradora de los artículos y el lev motiv
de nuestros ensayos.
Referirnos a grandes trazos en una semblanza a Manuel
Oribe, constituye un reconocimiento a un hombre, un
soldado y un gobernante que integran un todo
armónico.
Su fecha de nacimiento data del 26 de agosto de 1792.
Sus padres, don Francisco Oribe y Salazar, militar de carrera,
perteneciente a una familia de
acreditados servicios a la
corona española y doña María Francisca de
Viana y Alzaibar. Por la rama materna descendía de
José Joaquín de Viana, Caballero de la Orden de
Calatrava, Mariscal de Ejército y, desde 1750 primer
gobernador de Montevideo.
Tales fueron los progenitores de Manuel Ceferino,
segundo jefe de la cruzada libertadora de 1825 y del segundo
Presidente constitucional de la
República.
Oribe nació y se crió en el seno de una
familia de altos funcionarios, identificados con la ciudad desde
sus orígenes, que poseyeron enormes extensiones de tierras
en el medio rural desierto y semibárbaro.
Su abuela, a quien en la época se le llamó
la Mariscala, fue dueña de una de las más grandes
estancias coloniales.
Como bien lo señalara el profesor don
Juan E. Pivel Devoto, " en el escenario de una plaza fuerte
rodeada de murallas, a cuyo puerto llegaban constantemente
navíos con unidades que renovaban la guarnición de
las Malvinas y la
de la propia ciudad, que no fue una ciudad togada ni monacal,
sino un bastión que adquirió luego importancia
comercial, es natural que quien era hijo y nieto de soldados se
sintiera llamado a seguir la carrera militar en la más
distinguida de sus armas: el arma de
artillería".
Es seguro que a no
mediar los sucesos que desde 1806 convulsionaron al río de
la Plata y a la metrópoli, Manuel Oribe hubiera seguido
los pasos de su hermano Tomás, enviado a España a
realizar sus estudios en la academia de Segovia.
Pero, los tiempos habían cambiado y siendo un
adolescente los inició en Montevideo, en la incipiente
academia de los cuerpos de la plaza, en la que, al finalizar el
período colonial se impartía la enseñanza práctica de ejercicio de
cañón y mortero.
Al estallar la revolución
Manuel Ceferino tenía diez y ocho años.
El profesor don Pivel Devoto lo describe con
precisión historiográfica que : "cuando se
inició la protesta armada de la que resulto luego el
movimiento
emancipador, permaneció en la plaza durante el primer
sitio, estando ajeno a la conmoción social que
entrañó el éxodo de 1811, y en 1812, meses
después de haberse reanudado el asedio, en vísperas
de la batalla del Cerrito, del brazo de su madre montevideana,
hija del primer gobernador que tuvo la ciudad, compareció
en el campamento de Rondeau para incorporarse al ejército
libertador en el que su tío Francisco Javier, ya bajo las
banderas de la revolución, era jefe del estado
Mayor".
Estos antecedentes de familia, el escenario en el que
vivió su infancia y
primera juventud, las
amistades que contrajo en la época en que se graban las
primeras impresiones, contribuyeron a modelar su personalidad
que, lejos de rechazar esa influencia ambiente
encontró en ella el marco adecuado a sus propias
inclinaciones.
Los gauchos de la
revolución de 1811 convertidos en milicianos, en soldados
valerosos pero sin vocación militar y sin sujeción
a la disciplina,
los tenientes y capitanes surgidos por doquier imprimieron a la
lucha un sello tumultuoso. El carácter de los hechos, la fisonomía
tan particular de los ejércitos, seguidos en sus marchas
por habitantes de las poblaciones embrionarias que formaban la
patria en armas, tienen que haber impresionado hondamente y aun
desorientado al propio Manuel Oribe.
Sin lugar a dudas que Oribe sufrió los efectos de
aquel contraste entre una naturaleza
nacida para el orden y los inevitables desbordes de un proceso
revolucionario.
Dominado por las mismas ansias de libertad, y
sin dejar de comprenderla como una expresión de nuestra
tierra, Oribe
no se sintió atraído por la montonera. En la
guerra contra
el dominio
hispánico finalizada en 1814 obtuvo su grado de
capitán de artillería con el que integró
luego, siempre esa arma, la selecta oficialidad del Cuerpo de
Libertos.
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