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El Gran Hotel Viena y el Hotel Balneario Melincue



Partes: 1, 2

    1. Ruinas,
      memoria y olvido
    2. Dos
      Atlántidas contemporáneas
    3. Insularidad
    4. Éxodos
      y renacimiento
    5. Bibliografía
    6. Apéndice

    Introducción

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    Hotel Balneario Melincué (Santa Fe) –
    – Gran Hotel Viena,
    (Córdoba)

    Hay historias que parecen cruzarse, por más que entre
    ellas no exista ninguna relación directa. Las del
    Gran Hotel Viena (Miramar, Córdoba) y
    Hotel Balneario Melincué (Melincué,
    Santa Fe) constituyen un claro ejemplo de lo que acabamos de
    decir.

    Nacidos en la controvertida década de 1930, a orillas
    de inmensas lagunas saladas, estos hoteles supieron anunciarse como los
    «mascarones de proa» de un auspicioso
    futuro; siendo hoy, contrariando toda proyección optimista
    del pasado, meras ruinas que, sólo a cuentas gotas,
    nos permiten reconstruir intelectualmente parte del devenir
    social, político, económico y cultural que alguna
    vez ellos mismos provocaron.

    Si bien el grado de deterioro de ambos es disímil, no
    es menos cierto que el Hotel Balneario
    Melincué
    ha sido el más castigado por la
    destructiva erosión de
    las aguas y resulta muy difícil no experimentar frente a
    ellos una profunda nostalgia, que emerge sin esfuerzo,
    arrinconando cínicamente la ilustrada «Idea de
    Progreso
    »; develándonos que aquél no era
    más que un mito, creado
    por mentes demasiado optimistas.[1] Hoy quedan ya
    muy pocos creyentes. El progreso indefinido se reveló
    falso. Nunca fue real y el destino de grandeza que todas las
    sociedades se
    inventan no es más que una desacreditada expresión
    de deseo, un espejismo prefabricado que sólo alimenta la
    autocomplacencia colectiva en los discursos
    políticos y escolares.

    La historia de
    Miramar y Melincué revela
    en parte lo antedicho y sus emblemáticos hoteles en ruinas
    consiguen que pensemos, al menos por un momento, que "todo
    tiempo pasado
    fue mejor
    ". Basta con ver las antiguas fotografías de
    ambas localidades para encontrar marcados contrastes con el
    presente, muy a pesar de las mejorías que desde hace un
    tiempo se vienen advirtiendo como parte del proceso
    histórico de «corsi e ricorsi» que
    todos experimentamos.

    Ante esos esqueletos decadentes de arquitectura,
    la inevitabilidad del olvido se vuelve algo bien
    concreto y la
    tarea de los historiadores, obligados a luchar contra él,
    se convierte en un compromiso que «desde el
    vamos
    » constituye una batalla perdida; puesto que el
    tiempo, matriz de la
    profesión, terminará descascarando nuestra
    arrogancia, nuestros escritos y, muy a la larga, la memoria
    misma. ¿Qué podemos esperar en cientos, miles o
    quizás millones de años, si poco más de tres
    décadas han sido suficientes para acordonar los recuerdos
    de una manera difícil de creer?

    Bastó sólo un poco de agua, de sal,
    viento, desgaste y erosión, para que nos
    sintiéramos impotentes ante lo que parecía
    y es— ineluctable: la decadencia de
    todas las cosas
    .

    Mezcla de fatalismo, desidia y mala suerte, los puntos en
    común que hay en las historias del Gran Hotel
    Viena
    y del Hotel Balneario
    Melincué
    serán los catalizadores que nos
    lleven a reflexionar sobre nosotros mismos, sobre nuestras vidas
    y la impermanencia, tanto de la felicidad como de la
    tristeza.

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    Gran Hotel Viena (Córdoba) – – Hotel
    Balneario Melincué (Santa Fe)

    Ruinas, memoria y
    olvido

    Hace ya un tiempo, Eric Hobsbawm, el prestigioso historiador
    británico, sentenció que «la memoria
    histórica ya no estaba
    » y que «la
    destrucción de los mecanismos sociales que vinculan la
    experiencia contemporánea del individuo con
    las generaciones anteriores, es uno de los fenómenos
    más característicos y extraños de nuestros
    días
    ».[2] También
    sostuvo, no sin pesar, que "En su mayor parte, los
    jóvenes crecen en una suerte de presente permanente sin
    relación orgánica con el pasado del tiempo en el
    que viven. Esto otorga a los historiadores —cuya tarea
    consiste en recordar lo que otros olvidan— mayor
    trascendencia que la que han tenido
    nunca
    (.)».[3]

    Por los motivos expuestos, aquellos que nos dedicamos al
    oficio de la Historia, estamos en la obligación
    intelectual de superar el rol de simples cronistas, recordadores
    y compiladores
    (funciones
    éstas también muy necesarias) e ir un poco
    más allá de la mera narración, tratando de
    buscar explicaciones a los «por qué»
    de los acontecimientos y procesos
    históricos, como también los nexos que existen
    entre ellos. Comprender es nuestra meta prioritaria.
    Interpretar el pasado a partir del presente y reactualizar la
    práctica social de la memoria puesto que el olvido no
    sólo nos conduce a tropezar dos veces con la misma piedra,
    sino que «nos impide inaugurar otro tiempo
    histórico
    ».[4]

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