- Ruinas,
memoria y olvido - Dos
Atlántidas contemporáneas - Insularidad
- Éxodos
y renacimiento - Bibliografía
- Apéndice
Introducción
–
–
Hotel Balneario Melincué (Santa Fe) –
– Gran Hotel Viena,
(Córdoba)
Hay historias que parecen cruzarse, por más que entre
ellas no exista ninguna relación directa. Las del
Gran Hotel Viena (Miramar, Córdoba) y
Hotel Balneario Melincué (Melincué,
Santa Fe) constituyen un claro ejemplo de lo que acabamos de
decir.
Nacidos en la controvertida década de 1930, a orillas
de inmensas lagunas saladas, estos hoteles supieron anunciarse como los
«mascarones de proa» de un auspicioso
futuro; siendo hoy, contrariando toda proyección optimista
del pasado, meras ruinas que, sólo a cuentas gotas,
nos permiten reconstruir intelectualmente parte del devenir
social, político, económico y cultural que alguna
vez ellos mismos provocaron.
Si bien el grado de deterioro de ambos es disímil, no
es menos cierto que el Hotel Balneario
Melincué ha sido el más castigado por la
destructiva erosión de
las aguas y resulta muy difícil no experimentar frente a
ellos una profunda nostalgia, que emerge sin esfuerzo,
arrinconando cínicamente la ilustrada «Idea de
Progreso»; develándonos que aquél no era
más que un mito, creado
por mentes demasiado optimistas.[1] Hoy quedan ya
muy pocos creyentes. El progreso indefinido se reveló
falso. Nunca fue real y el destino de grandeza que todas las
sociedades se
inventan no es más que una desacreditada expresión
de deseo, un espejismo prefabricado que sólo alimenta la
autocomplacencia colectiva en los discursos
políticos y escolares.
La historia de
Miramar y Melincué revela
en parte lo antedicho y sus emblemáticos hoteles en ruinas
consiguen que pensemos, al menos por un momento, que "todo
tiempo pasado
fue mejor". Basta con ver las antiguas fotografías de
ambas localidades para encontrar marcados contrastes con el
presente, muy a pesar de las mejorías que desde hace un
tiempo se vienen advirtiendo como parte del proceso
histórico de «corsi e ricorsi» que
todos experimentamos.
Ante esos esqueletos decadentes de arquitectura,
la inevitabilidad del olvido se vuelve algo bien
concreto y la
tarea de los historiadores, obligados a luchar contra él,
se convierte en un compromiso que «desde el
vamos» constituye una batalla perdida; puesto que el
tiempo, matriz de la
profesión, terminará descascarando nuestra
arrogancia, nuestros escritos y, muy a la larga, la memoria
misma. ¿Qué podemos esperar en cientos, miles o
quizás millones de años, si poco más de tres
décadas han sido suficientes para acordonar los recuerdos
de una manera difícil de creer?
Bastó sólo un poco de agua, de sal,
viento, desgaste y erosión, para que nos
sintiéramos impotentes ante lo que parecía
—y es— ineluctable: la decadencia de
todas las cosas.
Mezcla de fatalismo, desidia y mala suerte, los puntos en
común que hay en las historias del Gran Hotel
Viena y del Hotel Balneario
Melincué serán los catalizadores que nos
lleven a reflexionar sobre nosotros mismos, sobre nuestras vidas
y la impermanencia, tanto de la felicidad como de la
tristeza.
Gran Hotel Viena (Córdoba) – – Hotel
Balneario Melincué (Santa Fe)
Ruinas, memoria y
olvido
Hace ya un tiempo, Eric Hobsbawm, el prestigioso historiador
británico, sentenció que «la memoria
histórica ya no estaba» y que «la
destrucción de los mecanismos sociales que vinculan la
experiencia contemporánea del individuo con
las generaciones anteriores, es uno de los fenómenos
más característicos y extraños de nuestros
días».[2] También
sostuvo, no sin pesar, que "En su mayor parte, los
jóvenes crecen en una suerte de presente permanente sin
relación orgánica con el pasado del tiempo en el
que viven. Esto otorga a los historiadores —cuya tarea
consiste en recordar lo que otros olvidan— mayor
trascendencia que la que han tenido
nunca(.)».[3]
Por los motivos expuestos, aquellos que nos dedicamos al
oficio de la Historia, estamos en la obligación
intelectual de superar el rol de simples cronistas, recordadores
y compiladores
(funciones
éstas también muy necesarias) e ir un poco
más allá de la mera narración, tratando de
buscar explicaciones a los «por qué»
de los acontecimientos y procesos
históricos, como también los nexos que existen
entre ellos. Comprender es nuestra meta prioritaria.
Interpretar el pasado a partir del presente y reactualizar la
práctica social de la memoria puesto que el olvido no
sólo nos conduce a tropezar dos veces con la misma piedra,
sino que «nos impide inaugurar otro tiempo
histórico».[4]
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