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Un proyecto de vida: Realizarse como persona (página 5)



Partes: 1, 2, 3, 4, 5

Es necesario, entonces, que los latinoamericanos
apoyemos toda propuesta que lleve, de manera implícita y
explícita, la actividad física en todas las
edades y generaciones; esto posibilitará trascender muchas
de nuestras problemáticas, en forma especial la
dependencia histórica, esa concepción que tenemos
que para "ser nosotros" debemos esperar a que otros nos lo digan.
Cada hombre debe
emprender y aprender a ser un héroe para sí mismo,
para su comunidad y su
país; debemos pasar a los campos de la actividad
física para emprender la travesía personal
consciente, aquella que nos llevará a conquistar, de
manera integral, nuestra libertad
autónoma y, al mismo tiempo,
responsable.

La familia es el
núcleo primario en que la actividad física debe ser
un aspecto importante de la vida diaria; hay que motivar con el
ejemplo a los niños
para que gocen de libertad de la experimentación corporal
a través del juego y el
deporte "limpio".
La escuela, el
colegio y la universidad
también deben de ser escenarios donde la cultura de la
actividad física encuentre su papel protagónico e
histórico en su labor formadora y transformadora de seres
humanos integrales, de
personas auténticas, sensibles, humildes, libres,
comprometidas consigo mismas y con su entorno social y
ambiental.

En el ámbito laboral es
primordial fortalecer los espacios para el encuentro humano a
través de la cultura
organizacional de la actividad física, lo que
posibilitará trascender la idea esclavista del cuerpo como
productividad
total, de sometimiento a los mecanismos de producción dominantes, en que la persona no es
tratada como tal y, al contrario, se manipula como una
mercancía más, con un precio en
términos de salario y no como
un "valor" en
términos de lo que es como ser personal. Así como
todas las empresas
necesitan del tiempo de todos sus trabajadores, ellos requieren
tiempo de sus empresas para re-crearse a través del
encuentro humano que permite la actividad física y el
juego. Una empresa que
no tiene en cuenta los hijos y esposa no puede ni debe hablar de
calidad y
excelencia en su papel constructor de patria y menos en su tarea
de mejorar la calidad de
vida de sus empleados y familias.

Compromiso
comunitario y social: como aporte al
proyecto de
vida

El ser humano necesita de las otras personas para
desarrollarse y lograr su realización personal. La persona
construye su identidad a
partir de las relaciones que crea y en las que participa, pues
sólo el convivir en sociedad nos
hace posible desarrollar nuestras características como
seres humanos.

Podemos afirmar que el grupo familiar
al cual pertenecemos (familia, región, país) nos
posibilita realizar nuestros objetivos y
metas y nos brinda el espacio para crecer integralmente en forma
biológica, psicológica e intelectual.

Todos compartimos unos lazos comunes, no sólo
como familia sino también como pueblo, es decir,
pertenecemos a una región y tenemos una nacionalidad
que nos permite identificarnos con una cultura e historia que nos es
común.

Podríamos decir, por ejemplo, que como latinos
compartimos lo que el psicólogo suizo Carl Jung
denominó "inconciente colectivo". Nuestra cultura era rica
por la diversidad de valores de carácter humano que prevalecían
en nuestras relaciones, donde, la vida era el valor
supremo y se expresaba en todas las dimensiones del
quehacer cotidiano, esta forma de percepción
de la realidad procede de los pueblos indígenas, que
constituyen nuestras raíces. También compartimos
una historia de dolor y avasallamiento que se desencadenó
a partir del proceso de
conquista y
colonización de nuestros pueblos y tierras, llevado a cabo
por parte de las culturas extranjeras que atropellaron nuestra
identidad, y dejaron un sello de agresividad para conseguir la
supremacía individual; esto también quedó
grabado en nuestro "inconciente colectivo"; por ello, como pueblo
necesitamos aprender a construir desde nuestra realidad actual,
para relacionarnos de una manera más sana que haga posible
nuestro avance personal respetando el espacio de otros para
crecer, esto significa que cada persona tiene los mismos derechos que yo poseo, al
igual que cada pueblo o nación
tiene los mismos derechos para desarrollarse con su singularidad
(Rodríguez, 2005).

Por ello, cuando participamos y cooperamos en el
desarrollo de
las personas con las cuales compartimos, sean estas hermanos,
amigos, o compañeros de trabajo o,
más aún, cuando nos sensibilizamos frente a la
realidad de otros seres humanos, aunque con ellos no tengamos
ningún vínculo o lazo que nos una, también
estaremos avanzando para realizar nuestro proyecto de vida,
ya que cada meta personal no puede separarse o aislarse de
nuestra vivencia e interacción con los demás.
Necesitamos reconocer esta realidad desde la convivencia con
la familia en
la cual crecemos.

El amor que
trasmitimos y aprendemos en el hogar tiene como base el respeto por las
diferencias individuales y la singularidad que caracteriza a cada
uno de sus miembros, y aprendemos a amar cuando respetamos esta
diversidad.

Del mismo modo, cuando nos relacionamos influimos sobre
los demás, mientras ellos retroalimentan lo que
somos.

Cada individuo
tiene necesidades de diferente orden que para solucionar
requieren la presencia de otras personas; pero, en muchas
ocasiones, la forma como nos relacionamos conlleva la
negación o la destrucción del otro, aparentemente
"a favor" de lo que son nuestros intereses.

El medio social en que nos desenvolvemos nos ha hecho
creer, que esta es la forma correcta de lograr nuestras metas, y
también una "huella" de nuestro "inconciente colectivo";
sin embargo, es importante recordar aquellos acontecimientos que
han permitido que aflore lo mejor de cada pueblo, por ejemplo,
frente a las calamidades naturales, cuando hemos estado
presentes para apoyar a nuestros "hermanos"; o cuando las
comunidades y grupos han
logrado reunirse en torno a objetivos
comunes (como la creación de una empresa; cuando
mujeres cabeza de familia crean talleres de trabajo en
manualidades; el acuerdo para un barrio; patrocinio de empresas
para estimular el deporte; grupos ecológicos que desean
proteger alguno de nuestros recursos;
jóvenes que atienden ancianos), el coraje, la eficacia y la
fuerza de
voluntad de un pueblo o comunidad pueden construir esperanzas de
vida donde no existían, o crear las oportunidades de vivir
que todos merecemos.

Por ello, en las manos de cada familia, de cada grupo o
individuo, está aprender a crear con los otros unas
condiciones de vida digna para todos, empleando nuestro esfuerzo,
pasión, y lo mejor de cada uno (Rodríguez,
2005).

Compromiso
ecológico: como integrador del proyecto de
vida

La existencia del ser humano y la del resto de los seres
vivos que pueblan nuestro planeta Tierra
forman parte del ciclo vital, y está gobernada por las
leyes
naturales que rigen la vida en general; hemos olvidado que esta
conexión con la naturaleza se
da dentro del proceso de socialización en el que
participamos.

Hemos aprendido que nos corresponde "gobernar" el orden
de la vida, y que se nos otorga con ello el derecho a devastarla
en todas sus formas; creemos que tenemos esa potestad gracias a
la "facultad" que la naturaleza nos ha concedido y que hemos
desarrollado a lo largo de siglos de evolución: nuestra conciencia. Ella
nos ha posibilitado lanzarnos más allá de la vida
natural, nos ha permitido desarrollar nuevas
tecnologías, refiriéndonos como "reyes" de
la Tierra, y
nos ha hecho pensar que no necesitamos de ella para sobrevivir y
se ha creado así la negación de nuestro lugar en la
naturaleza (Rodríguez, 2005).

Hemos logrado hacer una división en nuestro
interior, donde rechazamos aquellas características
propias que nos recuerdan el lazo común que nos une con el
resto de los seres vivos (nuestros olores corporales los
enmascaramos con productos
perfumados, las expresiones de afecto se cambian por la
racionalización que hacemos de ellas y nuestros cuerpos
corresponden al modelo
adoptado por la cultura del momento).

Nuestra relación con la naturaleza se caracteriza
por el afán de poseerla, explotarla y apropiarnos de sus
recursos sin importar los medios para
conseguirlos. Esto nos diferencia de las culturas
indígenas, cuyo sistema de vida
estaba en perfecto equilibrio con
la tierra; al
comprender el lugar que ocupaban y asumir un cuidado y hermandad
con todas las formas de vida que la habitan, los indígenas
tenían y tienen una percepción de la tierra, en la
que el respeto por ella hace que la consideren como la proveedora
de la vida; por ello la llaman "pacha mama" (la madre tierra); al
concebirla de esta forma, ven a todas las criaturas que la
habitamos con igual respeto; su relación con la naturaleza
está impregnada de un hondo sentimiento de afecto: los
indígenas caminan y recorren la tierra para acariciarla,
no para "explotarla"; la cultivan y la cuidan, ya que de ella
depende su existencia; aprenden de ella y la honran en cada
acontecimiento que hacen parte de su vida.

Esta actitud de
explotación y sometimiento que caracteriza nuestra
relación con la naturaleza la hemos trasladado a nuestra
relación con los seres queridos; por ello, nuestras
relaciones hoy presentan el mismo panorama de resequedad,
debilitamiento y deterioro progresivo.

Podríamos afirmar que la
contaminación, la explotación, el abuso en el
uso de los recursos, hace parte integral de nuestra forma de
asumir las relaciones en la vida diaria.

Los seres vivos protegen hasta con su vida el lugar
donde viven, su nido o su madriguera, pues "saben" que
allí es posible su desarrollo y es el lugar donde, junto
con los congéneres, comparten sus expresiones de afecto y
sobreviven. Nosotros, al contrario, utilizamos un estilo de
relación caracterizado por la dominación y
sometimiento de la otra persona a la que "amamos"; el dar afecto
implica un intercambio "amenazante", en el que perdemos parte de
nuestra identidad para recibir un poco de reconocimiento a
cambio;
así hemos aprendido a desconfiar y a estar a la defensiva
en las interacciones; el lenguaje
afectivo se empobrece, y nuestras relaciones pierden su valor
como fuente de enriquecimiento interpersonal y de crecimiento
mutuo; vemos entonces que las relaciones de violencia con
nuestra madre tierra la hemos trasladado también a
nuestras relaciones más íntimas (Rodríguez,
2005).

Otro elemento que está presente en nuestra
percepción de la realidad es la negación que
hacemos de la diversidad que nos rodea. La sociedad de consumo es un
instrumento que busca uniformar la expresión de la vida
para hacer personas más fáciles de manipular. Vemos
como en la naturaleza no hay un solo ser que, aunque de la misma
especie, sea igual a otro; este elemento permite que la especie
evolucione. En la vida humana, la cultura estimula las modas,
discrimina y estigmatiza la diferencia de todas sus formas;
inclusive hemos aprendido a sentirnos incómodos con
nuestro cuerpo y con nuestra imagen si esta no
corresponde al modelo imperante; todos los ámbitos de
nuestra vida están regidos por esta misma dificultad:
hemos perdido nuestra capacidad creativa y de innovación; todo lo copiamos y lo
reciclamos, no tenemos iniciativa para asumir riesgos; nos
está vedado ser diferentes; de ello resultan personas
sumisas, que pierden su capacidad "esencial" como seres humanos,
es decir, su capacidad para "elegir", para vivir la
"singularidad" con la que la vida los ha dotado
(Rodríguez, 2005).

La relación con otros seres humanos es
fundamental para desarrollarnos integralmente. Sin embargo,
necesitamos aprender a descontaminar, a limpiar los espacios de
interacción; es indispensable que logremos asumir una
relación de interdependencia para comprender que cada
persona tiene el derecho a ejercer su autonomía, la
capacidad para determinar el curso de la historia personal y
vivir de acuerdo con los parámetros elegidos, asumiendo
con responsabilidad nuestra singularidad y
respetándola en los demás; que aprendemos a valorar
el misterio que guarda el otro; cuidemos las relaciones de las
cuales nos nutrimos, sean estas familia, pareja o trabajo,
creando también la cultura del "encuentro" en la que la
relación, como fuente de reconocimiento interpersonal,
pueda cobrar vida en nuestra cotidianidad, y de un sentido humano
a las relaciones, para ver realmente que podemos compartir
nuestro afecto y lo que somos con cada ser humano en nuestro
entorno.

Las ciudades, grandes urbes donde como seres
incógnitos caminamos, crean las condiciones para que nos
insensibilicemos. Si queremos progresar como humanidad tenemos
que humanizar la calidad de nuestros encuentros, para "aprender"
a reconocer el "valor de la vida".

¿Con qué sensibilidad vamos a pretender
hablar de salvar las especies que están en vías de
extinción, si no empezamos a recuperar la conexión
con nosotros mismos como raza humana, recuperando el sentido real
de lo que significa ser persona?

Resulta difícil valorar y emprender una acción
eficaz y clara para lograrlo, si no percibimos la magnitud del
problema en sus dimensiones reales; la solución del
problema está en nuestras manos, pues la "primera" especie
que está en vías de extinción es la
"humana", debido a la pérdida total del sentido y el
significado de lo que es su vida; bien sabemos que nosotros no
hemos creado la vida, sólo formamos parte de ella, pero al
tener esta facultad especial que es la "conciencia", tenemos
también el poder de
destruirla, y cuando lo hagamos nos habremos destruido a nosotros
mismos; tristemente estamos dando pasos agigantados hacia esa
realidad.

Si se parte de las relaciones familiares se puede
empezar a construir un espacio donde el respeto por la
singularidad, nuestra naturaleza
humana y el entorno, se sitúen como una pieza clave en
nuestro proyecto integrador de la vida personal, familiar y
social, que nos devuelva la esperanza de recuperar el "rumbo"
para ser "dignos" de ocupar nuestro lugar en el círculo de
la vida y colaborar para que la evolución y el plan de "Dios", o
de la fuerza vital, siga llevándose a cabo en su justa
medida.

Travesía
de la vida (A modo de conclusión)

La persona es un proyecto que día a día se
construye a partir de la convivencia, la apropiación de
sus talentos, madurez progresiva y de su capacidad para
soñar y establecer metas que le permitan ampliar su
horizonte personal y reconocerse en forma plena como el
protagonista y conductor de su vida.

Para ello, cada ser humano lleva en su interior la
posibilidad de desplegar lo mejor de si mismo, como "una semilla"
que se irá desarrollando a lo largo de su vida, si la
cultiva con una cuidadosa atención desde que nace.

El "hacerse persona" es un proceso que va más
allá de crece r en forma biológica y cumplir con el
ciclo vital, que es inherente a todas las criaturas vivas;
sólo conforme descubramos lo que nos hace únicos,
singulares, auténticos y nos permitamos vivir de acuerdo
con esta realidad, aprendiendo a responsabilizarnos de nuestras
decisiones, podremos conseguir que cada día de nuestra
vida tenga un sentido y valor, el que hemos querido
darle.

Este proceso no es sencillo, ya que existe la
confrontación permanente con nosotros mismos y nuestras
aspiraciones; además va unido al desarrollo de las
capacidades para compartir, acompañar y estimular
también el mejoramiento de las personas con las cuales
compartimos la vida.

La vida humana es diferente a la de otros seres de la
naturaleza, no está determinada; sin embargo, debemos
conquistar como un don la posibilidad de ser libres, pues
sólo cuando aprendamos a ganar nuestros espacios al
superar nuestras limitaciones y fortalecer nuestra actitud para
ser flexibles y abiertos al aprendizaje que
la vida nos ofrece en cada acto cotidiano, podremos honrar
nuestra travesía personal como el camino que emprendemos
para vivir de acuerdo con lo que somos y lo que estamos llamados
a "ser" (Rodríguez, 2005).

Este proceso se inicia desde la infancia y,
podríamos decir, en forma integrada a la madurez
biológica, también se va dando un despertar
interior, que implica la vivencia plena de las emociones y la
atención a los llamados que a través de las
diferentes etapas de crecimiento nos hace la vida.

La familia ejerce una influencia significativa, ya que
recibe de la vida, para su cuidado y guía, una
pequeña criatura que depende por completo de las personas
que la cuidan; por ello, es vital que se proporcione la
atención y singularidad básica que le
permitirá desarrollarse en forma sana; el niño
recibe de estas primeras relaciones afecto y aceptación en
su mundo individual, aprenderá a desarrollar confianza en
su entorno, lo que le permitirá crecer y aprender lo que
necesita (Rodríguez, 2005).

En el transcurso de su vida, la persona requerirá
aprender a buscar su independencia,
y por ello va a experimentar soledad, acompañada de un
sentimiento de desprotección; sin embargo, esto le
posibilitará confiar en sí misma y desarrollar los
recursos que son indispensables para afrontar las situaciones del
diario vivir.

Cuando el individuo aprende a confiar en sí mismo
también comienza a desarrollar estrategias para
lograr sus objetivos. Es importante que la familia sea un modelo
que estimule su capacidad de "empatía", para que aprenda a
reconocer a las otras personas que le rodean en cuanto a sus
derechos y opiniones diferentes y logre resolver la
búsqueda de sus metas, teniendo en cuanta también
los demás seres humanos con quienes comparte; por ello, la
familia puede estimular la capacidad de "apertura al otro" al
actuar en forma congruente con sus necesidades y sentimientos,
respetar sus aportes y diferencias individuales, tener a todos en
cuanta en cuanto al tomar decisiones familiares y reconocer su
importancia para el grupo familiar.

Cuando la persona ha logrado fortalecer una identidad
personal, enriquecida por la experiencia que le permite
movilizarse con relativa seguridad en las
diversas áreas de la vida, se inicia entonces una
búsqueda interior para fortalecer ese proceso de
identidad. Es en este momento cuando empieza a sentir que su
forma de vida actual requiere cambios y trasformaciones; esto
sucede generalmente cuando experimenta cambios de inconformidad
personal que se van haciendo cada vez más agudos, los
cuales pueden asumirse en forma positiva, como llamados
interiores para continuar avanzando, para lo cual es
indispensable adquirir conciencia y tomar como referencia
nuestros deseos o aspiraciones (Rodríguez,
2005).

Lo que sigue es un periodo de "metamorfosis" profunda,
en que nuestro sistema de valores es
revaluado y toda nuestra energía se concentra para lograr
nuevas metas o fortalecer las anteriores.

Una vez superado este momento, vemos con claridad lo que
deseamos y cómo conseguirlo; sin embargo, seguimos
necesitando fortalecer las áreas de nuestra vida que
necesitan atención.

Cada persona, cuando se identifique con lo que hace,
logra plasmar lo mejor de sí misma en ello; por esta
razón no podemos contentarnos por vivir de una forma que
no colme nuestras expectativas, que precisamente lo que nos hace
humanos es nuestra capacidad y posibilidad para transformar la
realidad; vivir sin honrar sus singularidad representa para le
ser humano un costo muy grande,
es una fuente de tensión y malestar interior que genera un
gran vacío, limita la posibilidad de desarrollo
personal y desmejora nuestra calidad de vida.

Cuando nos sentimos conectados con nosotros mismos,
nuestros actos recobran su vitalidad y somos capaces de tener
éxito
en grandes empresas, si así lo deseamos. Vivir de forma
congruente requiere de gran coraje, ya que la sociedad en la que
vivimos nos impone modelos de
vida y pretende homogeneizar la voluntad de todos los seres
humanos; además nos hace creer que si se piensa o
actúa de una forma diferente a lo establecido es porque
algo no funciona bien, y nos rotula con adjetivos como
"desadaptados", "raros" u otros que pretenden conducir a los
seres humanos por el camino "correcto" y "encauzar" su conducta
(Rodríguez, 2005).

Necesitamos contar con una adecuada autoestima y
con mucha fe para buscar nuestro camino; si lo hacemos
así, lo más seguro es que
encontremos grupos y relaciones con las cuales nos sentiremos
más identificados; para ello, debemos seguir siendo fieles
a nosotros mismos.

Aprender a disponer de nuestros recursos y fortalezas
nos permitirá conectar con más facilidad lo que
deseamos y crear las condiciones para que paso a paso alcancemos
lo que anhelamos.

Conforme construimos nuestro proyecto de vida,
también encontraremos "verdades" que serán
importantes y valoradas; sin embargo, hemos de aprender a
valernos de ellas con precaución y a usarlas hasta el
momento en que aporten en forma positiva a nuestras vidas; luego
necesitamos evaluarlas y actualizar nuestras creencias para dar
paso a la renovación indispensable.

Finalmente, para que nuestra travesía se viva en
forma plena, necesitamos aprender a disfrutarla y a confiar en
nosotros mismos y en la capacidad que hemos desarrollado para
crearla.

Anexo

Sueño de un padre: Los valores
autóctonos

Sueño con una patria donde se respeten los
valores autóctonos. Patria que no tenga que prestarle el
extranjero ciertos rasgos para poder definir su propia
identidad.

Sueño con una patria que delinee su horizonte con
pinceladas sacadas de su propia cultura.

Una patria que renueve su sangre mestiza,
que sienta, en admirable síntesis,
los anhelos e ilusiones de un Quijote y la nostalgia triste y
cadenciosa de un nativo.

Quisiera una patria donde todos pudiéramos
interpretar la partitura de nuestra vida en tono
latinoamericano.

Una patria que exprese con pujanza y alegría los
sentimientos de su espíritu tropical.

Una patria que, al vaivén de sus olas, en noches
de luna, imprima a todas sus palmeras el ritmo de la música del
lugar.

Una patria que sepa puntear en la guitarra de sus
sueños el sonido de sus
amores.

Quisiera ver a mi patria en romería tumultuosa,
rasgando en su guitarra la música que expresa la fe en su
destino.

Una patria que avive con un baile la monotonía
del sol y la llanura.

Una patria que centre en las teclas de su instrumento
musical, sus leyendas, sus
tradiciones y sus fantasías.

Una patria que caliente sus fiestas tradicionales con el
licor regional y sus danzas folklóricas.

Una patria que, fiel a su tradición negra,
desafié los océanos Atlántico y
Pacífico, con el movimiento que
estremece las coyunturas.

Quisiera una patria que recuerde más el Dorado
que sirvió de brújula
para muchas conquistas heroicas.

Una patria que aprecie mucho más sus expresiones,
sus sombreros de paja, sus mantas, la ruana, el oro, el
carbón, las piedras preciosas y los caballos de
paso.

Una patria que nunca se ruborice frente a las etiquetas
que definen su propia nacionalidad.

Quisiera que nuestros aviones cubrieran todas las rutas
y proyectaran sobre todas las naciones su divisa
latinoamericana.

Quisiera que nuestros barcos cruzaran todos los mares y
dejaran una estela siempre dirigida nuestras costas.

Quisiera que en todos los países se disgustara el
aroma suave de nuestras bebidas típicas.

Quisiera que de todas las mujeres del mundo delinearan
su silueta con el corte elegante de nuestras telas.

Quisiera ver en las vitrinas de licores de todo el mundo
la etiqueta de nuestro ron y en todos los almacenes de
discos la estampa de nuestras indígenas y
campesinas.

Quisiera ver a mi patria con una imagen tan definida
como lo son los colores de su
tierra.

En los bancos de
nuestras escuelas y colegios se va delineando el cuadro que
identifica nuestra nacionalidad y nuestra propia
cultura.

Por eso tengo que decirles, con insistencia, que amen a
Pacha Mama, que cada pedazo de nuestro suelo es parte es
parte de la misma heredad.

Que no se dejen ilusionar tanto por la marca extranjera,
que, muchas veces, la calidad de ciertos productos no de define
por la etiqueta en otros idiomas.

Que nuestra lengua es muy
rica en matices y que no tenemos que acudir a otros diccionarios
para enriquecer el nuestro.

Que tenemos en nuestro horizonte suficientes elementos
para retratar nuestro propio panorama.

Tengo que decirles que gusten más de nuestra
poesía,
nuestra novela y nuestro
folclor, que se identifiquen más con lo
nuestro.

Que nuestra bella lengua castellana da para todo: con
ella podemos expresar con toda propiedad
nuestros sentimientos de alegría o de tristeza; con ella
podemos recorrer la tierra o volar por los espacios, acariciar a
nuestro perro y bendecir al Creador.

Tenemos que corregir todo lo que estropee la limpieza de
nuestro lenguaje;
ciertos extranjeros que se admiten, por purito de modernismo,
van minando los rasgos que nos definen como
latinoamericanos.

Tengo que decir que no hay que ser tan amigos de Michael
Jackson; que hay ritmos que expresan mejor nuestra indiosicrasia
latina, que se pueden distraer con menos ruido, menos
estridencia de luces y más equilibrio en el compás
de sus movimientos.

Hay que darse cuenta de que el diapasón de
nuestras orquestas marca un ritmo más de acuerdo con
nuestros propios instrumentos
musicales.

Tengo que decir que debemos conocer mejor nuestra
patria. Que Miami no puede ser el único objetivo para
pasar unas vacaciones de verano. Que hay bellos rincones
todavía de nuestra tierra inexplorados.

Que también por aquí hay playas sombreadas
de palmeras, climas para todos los gustos, monumentos
históricos, parques naturales donde se pueden apreciar las
maravillas del trópico, montañas para escalar,
ríos para navegar y valles para recorrer.

Tengo que decir que tenemos mucha historia propia por
recordar, mucha literatura para gustar y
muchos aspectos de nuestra tierra todavía por
estudiar.

Debemos comprender que la "malicia indígena" es
el rasgo que mejor define nuestra personalidad;
rasgo que hermana la hidalguía española con la
profundidad sentimental del alma
latinoamericana; que es el salero español
pero con la malicia india, un
abordar los problemas con
superficial trascendencia, intuición que adivina con
rapidez el desenlace de la ocurrencia.

Comprender, desde la escuela, que somos parte de una
patria digna y respetable y que toda nuestra cultura ha sido
amasada con sudores y esfuerzos de varias
generaciones.

Que no se puede olvidar o despreciar sin más,
ciertos rasgos que nos definen como pueblo.

Ojala que todos supiéramos dibujar el pentagrama
donde pudiéramos entonar el himno latinoamericano
(Rodríguez, 2005).

Sueño de un padre: La dignidad de la
persona humana

Sueño con un lugar, una patria, un planeta donde
exista, de veras, respeto por la dignidad de la persona
humana.

La vida, valor fundamental de nuestra existencia, no se
respeta en ningún lugar.

La desaparición de una persona no significa ya
noticia en las páginas ni noticieros diarios.

La inseguridad
está por todos los rincones.

Ya no se puede estar seguro ni en el propio
ámbito del hogar, tenemos que poner en la puerta de
nuestras casas un lente a través del cual podamos observar
con recelo a la persona que nos visita.

Salir por nuestras calles en las noches es una
temeridad.

Tenemos que conducir nuestros automóviles con los
vidrios arriba porque, en un instante, nuestro reloj de pulsera
desaparece.

Están de moda y son
necesarios los guardaespaldas para los gerentes de empresas y los
políticos de renombre.

En cada recodo de nuestros caminos, se presiente una vil
emboscada.

Nos pueden disparar desde cualquier lugar y a plena
luz del
día.

El secuestro se ha
convertido en uno de los negocios
más fructíferos, descartando el hecho de las
torturas como medio para lograr ciertas confesiones en los
procesos
judiciales.

Hay días en los cuales el bello panorama del
planeta y de los países se asemeja a un campo de batalla
donde los salvajes se destrozan a dentelladas.

Una patria, y un planeta así se han vuelto
invivibles, pesados. Es un lugar en donde todo lo envuelve el
recelo, la sospecha. La amenaza, la incertidumbre, la represalia
el miedo; no se puede disfrutar de la convivencia franca y
abierta. No es posible vivir a puerta cerrada y con el pulso
acelerado, con la mano en el gatillo y con la zozobra de un
peligro continuo.

Sueño con un mundo donde la vida sea un don
intocable.

Quiero ver en mi patria menos "ricos epulones", menos
"Lazaros" que deseen calmar su hambre con las migajas que caen de
las mesas repletas de manjares.

Quisiera oír sobre todos nuestros sembrados la
llamada de nuestras campanas.

Quisiera que la cruz que corona las torres de todas
nuestras iglesias proyectaran su sombra sobre la amplitud de
nuestros paisajes.

Quisiera ver a mi patria en romería camino del
santuario en donde veneramos a la Virgen.

Patria en donde todos nuestros abuelos pudieran rezar
con su serena resignación su rosario de
bienaventuranza.

Quisiera una patria en donde todos fuéramos como
verdaderos hermanos, en donde todos rezáramos el Padre
Nuestro y todos nos ayudáramos para lograr el mismo
destino.

Yo quisiera plantar en el punto central de mi patria una
cruz inmensa, cuya vertical llegara hasta el cielo y cuya
horizontal cubriera nuestros linderos.

Sueño con una patria donde los rasgos más
característicos de su cultura se expresaran en sus
manifestaciones de su religiosidad popular.

Este sueño podrá ser realidad en un futuro
si yo les digo a mis hijos y amigos que existe un solo ser
absoluto, principio y fin de todas las cosas.

Que tenemos que creer en una persona llamada Jesucristo,
Dios encarnado entre nosotros. Que esa fe que debemos tener en
Jesucristo implica compromisos de vida completos, entre otros,
sincero amor a todos, inclusive a los enemigos, debido
perdón de las ofensas y ayuda fraternal al
necesitado.

Mis hijos y amigos tienen que darse cuenta de que hay un
Dios bondadoso con el cual debemos vivir agradecidos.

Tienen que darse cuenta de que en mayo recordamos en
forma muy especial ala Madre de la Tierra y a la Madre del
cielo.

En las escuelas los alumnos tienen que recibir una
verdadera formación integral en que cuenten lo
físico y lo intelectual, como también lo moral y lo
religioso.

Tengo que decirles que sus vidas y la historia tienen
una dimensión trascendente.

Que se deben sentir integrados a una gran familia que se
llama Iglesia, con
unos postulados muy precisos de amor y de justicia.

Tienen que saber que, desde un monte, Jesucristo
lanzó un mensaje de bienaventuranza que se debe convertir
en un bello programa para
realizar en sus vidas.

Se tienen que convencer de que no se puede devolver mal
por mal, sino siempre se debe de dar bien, e incluso devolver
bien por mal, practicar esta doctrina.

Tengo que recordarles que en su bautismo se les
entregó una luz como un símbolo de lo que
deberían ser en el futuro: luz de amor y de justicia
frente a las tinieblas de una sociedad cada día más
desarticulada.

Tengo que recordarles algunas de las máximas
evangélicas:

  • Que no se puede servir a Dios y al
    dinero.

  • Que Cristo no vino a ser servido sino a
    servir.

  • Que el fuego tiene que arder.

  • Que no podemos ser como sepulcros
    blanqueados.

  • Que Cristo es camino, verdad y vida.

  • Que tenemos que obrar como el samaritano.

  • Que existe un agua que apaga la sed de
    infinito.

  • Que la verdad nos hará libres.

  • Que hay un mandamiento nuevo.

  • Que los talentos hay que hacerlos rendir.

  • Que hay que dar al cesar lo que es del Cesar y a
    Dios lo que es de Dios.

  • Que tenemos que perdonar setenta veces
    siete.

  • Que todo obrero es digno de su paga.

  • Que seremos felices cuando nos desprecien e
    insulten, y no guardemos resentimiento.

Tienen que saber que sus vidas poseen el destino, que
con su obrar cristiano está construyendo un reino, y que
hay compromisos de justicia que no puede eludir un
católico.

A la entrada de mi escuela hay una pequeña
estatua de María; veo que los alumnos, por fuerza de
hábito cotidiano, la saludan a fuerza de instinto al
inicio y al final de su jornada de estudio.

Cuando terminen su bachillerato, esa misma imagen de
María los verá partir en forma definitiva, al tomar
por diversos senderos; yo tengo la fundada esperanza de que su
mirada seguirá sus pasos por los caminos de una patria
más cercana a Dios (Rodríguez, 2005).

Bibliografía

  • ABRAHAM C. y Cols. 1980. Introducción a la
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Autor:

José Luis Villagrana
Zúñiga

[1] San Francisco, EE. UU).

Partes: 1, 2, 3, 4, 5
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