Resumen
Se presenta un modelo de
Desarrollo
Humano desde las dimensiones del ser, se examina las
diferentes dimensiones, se deja el espacio abierto para otras
dimensiones nuevas.
Se examina el concepto de
Resiliencia, con ejemplos tomados de la realidad actual e
histórica se muestra la
posibilidad de volver positivos aquellos déficits o
problemas que
la vida da a algunas personas.
El proyecto de vida
es tomado como una metodología para diseñar o
rediseñar la existencia; se toma el ejemplo de Victor
Frankl como autor que respalda el concepto del Sentido de la vida
en la terapia y en los diseños de proyectos de
vida.
Dimensiones del
ser humano
Una visión sencilla del desarrollo del
ser humano supone una mirada longitudinal que empieza en el deseo
de los padres, sigue con la infancia,
atraviesa la adolescencia y
después de pasar por la edad adulta y vejez, anuncia
la muerte como
etapa final del desarrollo. Es una visión que corresponde
a aquella frase que aprenden los niños
en la escuela: "el ser
vivo nace, crece, se reproduce y muere".
Uno podría preguntarse si ese sencillo esquema lo
resume todo o si no se puede dar una mirada un poco más
profunda. Cabe preguntarse, por ejemplo, por una
teleología del desarrollo: ¿Qué hay
más allá del desarrollo? ¿Es una
línea recta, o talvez curva como aquellas que nos muestran
los estudios estadísticos?
Sin desconocer la importancia de un conocimiento
del desarrollo en las diversas etapas de la vida, creo que
podría pensarse en el ser humano que las vive, y en
algunas dimensiones de la vida de este ser, dimensiones que
siempre están ahí presentes, cualquiera sea la
etapa o período, presentes aunque manifestándose en
formas diferentes.
El cuerpo, como primera dimensión, ofrece un
panorama de cambios maravillosos, bellamente registrados por la
imageneología, tanto del interior como del exterior de ese
ser que, iniciándose en unas pocas células,
adquiere luego una talla y un peso, unas proporciones y unas
figuras que anuncian el recorrido por la vida.
Pero ese niño u hombre no
están solos en este universo, desde
antes de la concepción hay una mujer y un hombre
que lo vislumbran, lo esperan, lo desean. En mi experiencia de
entrevistador conocí a un chico llamado Aichawe, cuyo
nombre indudablemente llamó mi atención; me contó cómo su
padre, admirador de un expresidente norteamericano quiso
colocarle el nombre de Eisenhower, porque en su deseo vislumbraba
un hijo importante para su comunidad; el
nombre, alterado y deformado por los encargados de la
notaría respectiva, era un llamado a la grandeza. El
nombre muchas veces denota la ilusión de unos padres, a
veces muchos días antes de que se produzca la
concepción física. El deseo es
un concepto y un elemento vital que la psicología aporta al
conocimiento del desarrollo humano, pues aunque no tenga una
concreción física ni una residencia en algún
lugar específico del cuerpo, sí marca unos
senderos para recorrer durante el ciclo vital.
El deseo nos vincula con el otro, hombre o mujer, adulto
o niño, convierte la necesidad en una relación
interpersonal que va a determinar muchas cosas en nuestra
existencia. La necesidad de alimento en la lactancia, por
ejemplo, va mucho más allá de la simple nutrición
física, convirtiéndose la relación madre
– hijo en un paradigma de
futuras relaciones. El cuerpo materno es un representante del
cosmos y su tersura y calor
seguramente va a inaugurar el acercamiento o el miedo en futuras
relaciones.
Entonces, las relaciones diádicas constituyen una
segunda dimensión, que es también responsable del
lenguaje,
tanto del oral como del gestual y del de las caricias que,
más tarde, tendrán la expresión adulta en
las relaciones de noviazgo y de pareja. Por eso el desarrollo
debe recibir el aporte de la educación para que
el individuo
pueda valorar la importancia de la pareja, como primer grupo humano,
generador de vidas, elemento básico de la existencia de
colectivos, pueblos y generaciones.
En el ciclo vital, el ser humano empieza a general
procesos
internos de conciencia, que
lo llevan a reconocer la existencia de algo más
allá del cuerpo, pero con residencia en el cuerpo, algo
que ha sido llamado mente y que es la responsable de muchos
fenómenos intelectuales
que hacen posible el
conocimiento, que abren el espacio de la admiración,
la contemplación, la explicación y la
elaboración de teorías
que permitan comprender el cosmos circundante.
Esa tercera dimensión que llamamos cognitiva
incluye la simbolización, la inteligencia,
la
organización del conocimiento; y como recursos de
trabajo la
atención, la percepción
y la memoria.
Decíamos que residen en todo el cuerpo pues vemos con los
ojos y escuchamos con el oído, pero
también atendemos con la piel y
sentimos placer o dolor en cualquier centímetro de nuestra
anatomía.
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