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disponible
Un silencio que no para de
hablar
"Yo detesto a la gente que tiene
el poderde decir lo que es bueno y lo que es malo también.
Sólo el pueblo, mi amigo, es capaz de entender. Los
censores de ideas temblarían de horror, ante el hombre
libre con su cuerpo al sol."
Las Increíbles Aventuras
del Señor Tijeras – Charly García –
1975
Introducción
El gobierno militar
que tomó el poder en 1976
utilizó de manera sistemática los medios de
comunicación como espacio de construcción de un discurso
oficial, bajo el concepto de
"seguridad
nacional", al mismo tiempo que
eliminaba otras voces a
través de la censura. La persecución a medios o a
personas llegó a extremos dramáticos en los casos
de detención, desaparición o exilio forzado de
periodistas, intelectuales,
artistas y trabajadores del ámbito de la cultura. El
discurso de la censura oponía la "cultura verdadera y
legítima" a la "cultura falsa e ilegítima", y
hablaba de un "sistema cultural
falso" que "no se subordina a lo moral".
Así, la censura se dedicó durante años a
señalar y prohibir lo "no-moral", que abarcaba los
conceptos de sexualidad,
religión y
seguridad nacional.
Debemos saber que la censura argentina no se
constituyó recién en 1976, sino que se
organizó lentamente durante más de un cuarto de
siglo hasta alcanzar una etapa de aceleración a partir de
1974. Así, si bien es indispensable considerar la fractura
institucional que significó el golpe militar,
también es necesario vincular algunas
características del funcionamiento de los medios de
comunicación durante el período dictatorial
(1976-1983) a tendencias presentes en etapas anteriores y a
marcos institucionales preexistentes que habilitaron el uso
indiscriminado de algunos medios por parte de las
Juntas.
La censura y la intervención directa del poder
militar en el ámbito de lo cultural no operaron de igual
modo en los diferentes medios de comunicación y en los diversos sectores de
la cultura. Así, por ejemplo, en la cinematografía
o la radiodifusión el discurso de la censura siempre fue
más claro y explícito que en otros
espacios.
En la Argentina no existió una oficina de
censura centralizada; por lo tanto, a pesar de tratarse de un
período en el que hubo fuertes controles sobre la producción cultural y mediática, los
medios de comunicación no funcionaron "en bloque" y
encontramos una diversidad de productos
culturales.
En la historia del cine nacional
vamos a descubrir un período de descenso abrupto (en
términos cuantitativos) de la circulación y del
consumo; un
control
férreo en lo que respecta a la producción
–que no impide, sin embargo, ciertos resquicios de independencia
y de "resistencia
silenciosa"-; dos momentos de "pico" en lo que se refiere a la
difusión de la ideología del régimen, dados por el
campeonato mundial de fútbol
(junio y julio de 1978) y por la guerra de
Malvinas (abril a junio de 1982); y una distinción muy
clara entre una primera etapa de persecución y censura
(1976-1980) y un segundo momento de quiebre del discurso
monolítico dictatorial que se acentúa
después de la derrota de Malvinas,
anunciando la apertura democrática.
El cine nacional había reinado en las
boleterías durante los años "40 y "50. Sin embargo,
desde fines de la década del "60 sólo habían
tenido éxito
las periódicas entregas del dúo cómico
integrado por Jorge Porcel y Alberto Olmedo y las
películas históricas de Leopoldo Torre Nilsson
dedicadas a exaltar las figuras de los
próceres.
En 1973, las películas argentinas estrenadas
comercialmente habían sido 41 y el cine argentino pasaba
por un buen momento: las producciones más vistas fueron LA
TREGUA (nominada al Oscar para el mejor filme extranjero), LA
PATAGONIA
REBELDE, JUAN MOREIRA, BOQUITAS PINTADAS, LA GRAN AVENTURA y LA
MARY (todas superaron la cifra de 200.000 espectadores). Pero en
los dos años siguientes, a tono con la debacle que
vivía el país en su conjunto, comenzó una
decadencia que, para 1976, había llevado aquel
número a la mitad: sólo 21 filmes nacionales
llegaron a las pantallas y esta cifra se mantuvo durante los dos
años siguientes. En 1980 se observó un repunte
hasta llegar a los 30, pero en 1983 el número había
descendido otra vez a 20. Mientras tanto, había aumentado
el precio de las
entradas, que en 1976 era de 30 centavos de dólar y en
1981 había llegado a 5 dólares.
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