Este rasgo de su carácter se puso también de
manifiesto en la serie de ocasiones en que discutió con
sus oponentes sin concederles que pudieran tener razón en
alguna de sus críticas y considerando en último
término que no habían sido capaces de entenderle,
en lugar de asumir que pudiera haber sido él mismo quien
había errado en la defensa sus teorías. Así sucede en muchas
ocasiones, pero de manera especial en las respuestas a las
objeciones presentadas por Gassendi, a quien le contesta de modo
insultante en muy diversos momentos, como cuando le
dice:
-"Todas las cuestiones que luego me proponéis
[…] son tan vanas e inútiles que no merecen
respuesta"[113].
-"No será necesario que responda a todas y cada
una de vuestras preguntas, pues tendría que repetir cien
veces las mismas cosas que ya he escrito. Responderé,
pues, en pocas palabras, a las que me merezcan la atención de los lectores no del todo
ineptos"[114].
-"No me asombra que juzguéis que mi
demostración de todo eso no es clara, pues no he visto
hasta ahora que entendáis una sola de mis
razones"[115].
-"Me ha complacido, sobre todo, que un hombre de su
mérito, y en una disertación tan larga y cuidadosa,
no haya dado ninguna razón que venza a las mías, y
que nada haya opuesto contra mis conclusiones que no tuviera
fácil respuesta"[116].
-"Esto es, señor, todo lo que he creído
tener que responder al grueso volumen de
réplicas. Pues si bien acaso daría mayor
satisfacción a los amigos del autor si las refutara todas,
una tras otra, creo que no se la daría a mis amigos, los
cuales tendrían motivos para reprenderme por haber gastado
tiempo en algo
tan poco necesario, haciendo así dueños de mi
tiempo a todos los que quisieran perder el suyo
proponiéndome cuestiones
inútiles"[117].
Su desprecio por Gassendi como consecuencia de sus
objeciones fue tal que, según indica Rodis-Lewis, en
cierto momento Descartes
pensó que en caso de una reedición latina de las
Meditaciones Metafísicas, suprimiría "todo
lo que es de Gassendi" con una nota que dijera: "Objeciones
inútiles rechazadas"[118]. Descartes
demostraba de este modo, como en tantas otras ocasiones, su
incapacidad para aceptar críticas.
Por lo que se refiere a las terceras objeciones,
presentadas por Hobbes, Descartes no se atrevió a
ser tan directamente despectivo en sus respuestas, pero sí
a responder de manera muy desdeñosa, mini-mizando la
importancia de las objeciones del filósofo inglés
con la excusa de que "no es preciso explicarlo con más
amplitud"[119] o la de que "no podría
insistir aquí sin causar fastidio a los
lectores"[120] o que lo que dice Hobbes "ha
sido ya suficientemente refutado con
anterioridad"[121].
Como consecuencia de la radical diferencia entre sus
respectivas ideas, no es de extrañar que Descartes
sintiera una antipatía especial por este gran
filósofo inglés, llegando a juzgarle como
despreciable, y considerando de manera suspicaz que
Hobbes había presentado sus Objeciones con la
finalidad de aumentar su propia fama. Por su parte Hobbes era
consciente de este desprecio y, por ello, en relación con
la publicación de su obra De cive en el
año 1642 llegó a escribir: "si el señor
Descartes llegara a notar o sospechar los preparativos para la
publicación de mi obra (ésta u otra), estoy
seguro que
maniobrará lo que pueda; créamelo usted, porque lo
sé"[122]. Y, efectivamente, según
escribe Rodis-Lewis, la opinión de Descartes acerca "del
inglés" no era precisamente amistosa, según le
comentó a su amigo el padre Mersenne, de manera que
prefería no tener
"más comercio con
él […]. No podríamos conversar juntos sin
convertirnos en enemigos […] No creo tener que responder
nunca más a lo que pudiera enviarme este hombre, que creo
tener que despreciar al
máximo"[123].
Por otra parte, en el Discurso del Método el propio Descartes reconoce
tener una personalidad orgullosa, que, de modo positivo,
le impulsa a trabajar por mantener la reputación que ha
ido adquiriendo:
"Pero como tengo un corazón
bastante orgulloso como para querer que me tomen por otro del que
soy, pensé que era preciso tratar por todo los medios de
hacerme digno de la reputación que me
daban"[124].
Sin embargo, como se ha podido comprobar, fueron muchas
las ocasiones en que la búsqueda de acciones que
pudieran servirle para sentirse orgulloso no fue siempre noble
sino que estuvo unida al desprecio y al insulto de quienes
discrepaban de sus ideas. En definitiva, una consecuencia de esta
arrogancia era que en sus relaciones espontáneas con sus
iguales –pero no con aquellos que podían representar
una ayuda o una amenaza para sus propios objetivos– era
incapaz de aceptar la menor crítica
a sus puntos de vista y, por ello, como indica Watson, Descartes
"se mostraba dogmático en cuanto a sus propios puntos de
vista y acusaba a quienes disentían de interpretarlo mal o
de ser imbéciles. Era suspicaz, rápido para
ofenderse y encolerizarse, lento para aplacarse. Proclamaba que
no le afectaban los ataques personales, pero jamás
olvidaba un insulto, un desaire o una
injuria"[125].
Por este mismo motivo, "indicó a Mersenne que no
le enviara cartas de otro de
sus críticos, Jean de Beaugrand, "porque aquí ya
tenemos bastante papel higiénico"[126], o,
refiriéndose a Roberval, comentase igualmente al mismo
Mersenne: "Me asombra que este hombre [= Roberval] pueda hacerse
pasar por un animal racional"[127].
Respecto a las Matemáticas llevó su arrogancia al
extremo de afirmar que nunca se descubriría nada que no
hubiera podido descubrir él, si se hubiera tomado la
molestia de buscarlo[128]
Por otra parte, las discusiones y los
insultos que expresaban la altivez
dogmática de Descartes, no se limitaron a las relacionadas
con los matemáticos mencionados y con los
teólogos Voetius y Trigland, sino que fueron mucho
más numerosas, extendiéndose a su amigo Beeckman, a
quien, a pesar de que diez años antes le había
escrito diciéndole "os honraré como el primer
promotor de mis estudios y su primer autor", posteriormente le
trató con profundo desprecio, llegando a calificarle como
jactancioso, estúpido,
ignorante y loco. No obstante y a pesar de este
feroz altercado, más adelante, aunque su amistad nunca
volvió a ser igual, se produjo una reconciliación
entre ambos.
2.2.2. Admiración por la "nobleza de sangre"
Por otra parte, la pertenencia de Descartes a la nobleza
–aunque baja nobleza- y su necesidad de encontrar en dicha
pertenencia un motivo más de satisfacción para su
megalomanía propició que a lo largo de su vida se
mostrase llamativamente servil con quienes consideraba
superiores, como la princesa Elisabeth de Bohemia, la reina
Cristina de Suecia o las altas jerarquías de la iglesia
católica, cuyas buenas relaciones pretendió
mantener a toda costa, y a mostrarse altivo con quienes
consideraba inferiores, como fue el caso de diversos
matemáticos, teólogos y filósofos cuyas críticas
despreciaba, siendo incapaz de aceptarlas para su análisis.
a) La megalomanía de Descartes tuvo, pues, una
proyección especial en su absurda admiración
por la nobleza, a la que se sentía orgulloso de
pertenecer, a pesar de que en su caso sólo llegó a
heredar de su madre el título de "señor de Perron",
que vendió para conseguir ese dinero que,
según Rodis-Lewis, tanto despreciaba. Como se ha
indicado antes, conviene matizar lo dicho teniendo en cuenta que,
a pesar de la venta de su
título nobiliario, Descartes siguió
considerándose como "Señor de Perron", pensando al
parecer que la nobleza se llevaba en la sangre y que no
podía ser objeto de compra ni de venta, y, posiblemente
por ese motivo, con ese título siguió apareciendo
en uno de sus retratos, realizado en el año 1646.
b) El mismo interés de
Descartes por asistir en Frankfurt a la coronación del
emperador Fernando II en el año 1619, cuando
todavía no había comenzado su labor
filosófica y parecía inclinarse hacia la
profesión militar, no parece sino otra muestra de su
orgullo de clase[129]y de su deseo de
triunfar en ella, de manera que ese orgullo debió de
influir de forma decisiva en su determinación inicial de
seguir la profesión tradicional de la nobleza,
alistándose en 1618 en el ejército de Mauricio de
Nassau y un año después en el de Maximiliano de
Baviera, en lugar de intentar ejercer algún cargo
relacionado con sus estudios jurídicos, como lo
había hecho su padre.
c) Su relación posterior con la princesa
Elisabeth de Bohemia vino impulsada por el deslumbrante
resplandor de la princesa desde el punto de vista de su juventud, de
su belleza y de su capacidad intelectual, pero también, en
una importante medida, por su "nobleza de sangre", hasta el punto
de que Descartes parece haber estado
convencido de que el hecho de pertenecer a dicha clase social
implicaba la posesión de una serie de valores que
difícilmente podían estar al alcance de un plebeyo.
En este sentido y de manera explícita en una carta a la
princesa le comenta:
"no sentía extrañeza por lo que [el
embajador Chanut] me contaba [acerca de las excelentes cualidades
de la reina Cristina] porque, al caberme el honor de conocer a
Vuestra Alteza, sabía hasta qué punto las
personas de alta alcurnia podían ser superiores a los
demás"[130].
Y en una carta al embajador Chanut, le dice
en este mismo sentido
"no es preciso que las personas de alta cuna,
sean del sexo que sean,
tengan muchos años para poder
superar cumplidamente en erudición y en
méritos a los demás
hombres"[131].
Por otra parte, las palabras de Descartes son tan
absurdas que inducen a pensar que pudieron estar inspiradas no
sólo en su alta valoración de la nobleza sino
también en su interés calculado por
mostrase especialmente halagador con aquellas personas, que, por
su "nobleza de sangre", podía convenirle tenerlas de su
parte en cualquier circunstancia. En este caso concreto y
dada su infravaloración intelectual de la mujer, la
expresión introducida en este último párrafo, "sean del sexo que sean", es una
forma calculada de excluir de ese grupo de
mujeres infradotadas tanto a la princesa Elisabeth como a la
reina Cristina, a quien de manera indirecta iba dirigida
también esa carta al embajador.
d) Asimismo, el hecho de que en el año 1649
decidiese aceptar la invitación de acudir a la corte de la
reina Cristina, previa y sutilmente solicitada por él a
través de los buenos oficios de su amigo el embajador
Chanut, hay que relacionarlo no sólo con los motivos
económicos y los relacionados con la necesidad de escapar
a las tensiones tan fuertes a que estaba sometido por las duras
discusiones con los teólogos protestantes
holandeses[132]sino también con su especial
debilidad por relacionarse con la nobleza. Por ello, cuando se
plantean las causas de su decisión de marchar a la corte
sueca, hay que tener en cuenta esta incierta pero también
atractiva aventura consistente en la satisfacción de su
vanidad y de su amor propio,
ya que representaba una forma arrogante de alejarse de aquellos
teólogos para relacionarse con la nobleza,
más capaz de valorar su filosofía.
e) Otra muestra de su arrogante sentimiento de clase
puede verse en su ataque a Voetius, cuando le descalificó
mediante una larga serie de insultos y mediante frases con las
que pretendía marcar las distancias entre ellos
diciéndole despectivamente:
"ningún plebeyo puede hablar acerca de
estas cosas con mayor inepcia que
usted"[133].
f) Finalmente, su misma utilización continuada de
aquel título que vendió, el de "señor de
Perron", y el hecho de que desde que emigró a Holanda
siempre tuviera a su servicio un
criado son una manifestación más de ese
ridículo orgullo de clase, relacionado con su pertenencia
a "la nobleza".
2.2.3. Dogmatismo
Esa misma megalomanía le condujo igualmente a
desarrollar un espíritu dogmático, que le
cegaba a la hora de ser capaz de replantearse sus puntos de
vista, en cuanto su seguridad de
encontrarse en posesión de la verdad le impedía
revisar cualquier doctrina que hubiera asumido previamente como
válida, siendo muy raras las ocasiones en que
rectificó respecto a cualquier punto de vista una vez que
lo había asumido como verdadero, a no ser que las
críticas provinieran de las altas jerarquías
católicas, como sucedió en el caso de su defensa
del heliocentrismo, que tuvo que rechazar en 1633 al enterarse de
que la jerarquía católica de Roma había
condenado a Galileo por haberla defendido. En su lugar
defendió posteriormente la extraña teoría
de los torbellinos, calculando quizá que tal doctrina
podía ayudar a que la jerarquía católica
aceptase de algún modo el movimiento de
la Tierra sin
que tal aceptación apareciese como una concesión a
la teoría copernicana, contraria a las doctrinas
católicas, y calculando tal vez que la jerarquía
católica le pagaría ese favor otorgándole su
ayuda y patrocinio para su obra filosófica. La
combinación de su dogmatismo y de su orgullo le llevaron,
como ya se ha dicho, a tratar de imbéciles a sus oponentes
y a criticar las objeciones de Gassendi o de otros objetores a
sus Meditaciones metafísicas.
Según parece, Revius llegó a la
conclusión de que "quizá sea cierto que Descartes
intenta liberarse de todos los prejuicios, pero hay uno al que
Descartes permanece apegado en especial, la convicción de
que está absolutamente acertado en
todo"[134].
2.2.4. Derroche
Su megalomanía se manifestó igualmente
como actitud
derrochadora con el dinero
heredado de sus padres, que le llevó a vivir despreocupado
de su economía hasta los últimos
años de su vida.
El derroche iba naturalmente unido a la nobleza, en
cuanto, junto con el alto clero, era esa clase social que se
encontraba en posesión de las mayores riquezas. Por ello,
cualquier manifestación de derroche le servía a
Descartes para poner de manifiesto ante los demás su
propia "nobleza".
Dicha "nobleza de sangre" se la había
proporcionado su madre, al heredar de ella el título de
"señor de Perron", que, a pesar de haberlo vendido junto
con otros bienes, lo
siguió utilizando, hasta el punto de que todavía un
retrato suyo de 1646, realizado por Frans Schooten II, aparece
bordeado con las palabras "RENATUS DESCARTES, DOMINUS DE PERRON
[…]". Al parecer, el uso posterior de aquel título
después de haberlo vendido pudo deberse a la idea de que
su venta no afectaba a su propia "nobleza", en cuya
posesión continuaba porque tal cualidad "se llevaba en la
sangre".
Nobleza de sangre y vida humilde no encajaban demasiado
y, por ello, aunque el derroche por sí mismo no fuera una
debilidad en él, era un medio para manifestar su
valía ante los demás. Y eso fue uno de los motivos
que le llevaron a gastar alegremente la herencia materna
recibida en 1621, viviendo de rentas y sin preocuparse por
encontrar trabajo alguno
como medio de vida, y lo que le llevó a derrochar
posteriormente la herencia de su padre hasta quedarse casi
arruinado en 1649 poco antes de acudir a la corte
sueca.
Todo ese capital lo fue
derrochando no precisamente por "su desprecio al dinero", como
escribió Rodis-Lewis, sino porque, entre otros caprichos,
se permitió el de alquilar el castillo de Endegeest, con
servicio de criados incluido, a lo largo de más de dos
años, desde marzo de 1641, pocos meses después de
la muerte de
su padre, hasta mayo de 1643[135]en lugar de
conformarse con una casa sencilla donde vivir de manera
más austera, teniendo en cuenta que sus ingresos eran
exclusivamente los derivados de aquellas herencias. Descartes
alquiló ese castillo porque quería que sus amigos
se enterasen bien de que pertenecía a la nobleza, de que
era una persona muy
ilustre, de que tenía dinero y podía derrocharlo en
lo que quisiera y de que su tarea era tan importante que para
realizarla necesitaba vivir al menos en un castillo.
Su despreocupación por el control de su
economía le condujo finalmente a agotar la herencia
paterna y a comprender la necesidad de buscar otra fuente de
ingresos, la cual consiguió en principio solicitando una
pensión del estado francés –a pesar de haber
dicho a la princesa Elisabeth que él no la había
buscado-, cosa que al parecer consiguió durante el
año 1647 muy posiblemente por la mediación de "su
amigo" Silhon ante el cardenal Mazarino, de quien era secretario.
Más adelante se interesó por conseguir un cargo en
París sin llegar a obtenerlo, así que finalmente
tuvo que marchar a la corte de la reina de Suecia, intentando
lograr no sólo mayor prestigio sino también
algún cargo que le proporcionase nuevos recursos
económicos cuando ya estaba arruinado y lleno de deudas,
pues, como señala Watson, aunque el dinero no fuera el
único motivo, "Descartes tomó la decisión de
ir a Suecia porque su situación económica era
precaria"[136].
Por ello, aunque de modo exagerado, escribe Watson que
"[Descartes] vendía propiedades familiares, gastaba las
rentas para vivir, no compraba un puesto lucrativo en el gobierno, no se
casaba con una mujer rica:
Rene Descartes
era un zángano, un parásito de la
familia"[137]. Quizá y por lo que se
refiere al trabajo, Descartes, de acuerdo con la tradición
de la nobleza, consideró que el trabajo
físico no era una actividad precisamente digna y propia de
un noble sino propia de la clase plebeya y que, en consecuencia,
en cierto modo era degradante para su dignidad y
para su misión
sobre la Tierra. Por
todo ello, resultan nuevamente sorprendentes, ridículas y
absurdas las palabras de Rodis-Lewis cuando habla del "desprecio"
de Descartes por el dinero diciendo: "Lo acompañaba
siempre un criado, seguramente venido de Francia, con
el que piensa quedarse cuando quiere ir a Alemania.
Descartes, que al alistarse no había recibido nada
más que una moneda simbólica, cosa que debía
de satisfacer su desprecio por la riqueza, proveía para
los dos"[138]. Realmente es incomprensible esa
adoración de Rodis-Lewis por Descartes –muy similar,
por cierto, a la de su compatriota Adrien Baillet-, que le lleva
a ser incapaz de una objetividad mínima. Dice con la mayor
ingenuidad del mundo que Descartes despreciaba la riqueza, como
si no se hubiera preocupado por recoger su herencia materna
cuando alcanzó la mayoría de edad ni la paterna
cuando murió su padre, ni se hubiera preocupado por buscar
una pensión o por acudir a la corte sueca para resolver
sus problemas
económicos. Parece considerar que el hecho de que
Descartes fuera un derrochador equivalía a que no le
importaba el dinero. Lo que sí podría haber dicho
Rodis-Lewis es que Descartes no apreciaba el dinero hasta el
punto de ponerse a trabajar por conseguirlo, porque, por suerte
para él, siempre lo tuvo y lo derrochó mientras
pudo. Además, también necesitaba el dinero para
pagar los servicios de
su criado y también aquí Rodis-Lewis parece
admirarse igualmente de la actitud caritativa de Descartes al
reflejar que éste "proveía para los dos", como si
el criado tuviera que servirle por el simple placer de hacerlo y
encima pagar los gastos.
Por otra parte, cuando Rodis-Lewis hace referencia a la
moneda que cobró Descartes por su alistamiento en el
ejército, debería haber tenido en cuenta que eso
era lo que cobraba un soldado voluntario en aquellos momentos en
los que ese carácter de voluntario permitía al
soldado así alistado estar libre de la obligación
de participar en las batallas en que lo hiciera el
ejército al que pertenecía. También
debería haber reflexionado acerca de qué edad y
qué necesidades tenía Descartes cuando se
alistó y qué objetivos eran los que realmente le
interesaban en aquellos momentos. Pero parece que a Rodis-Lewis
le resulta más agradable la idea de que Descartes era una
persona altruista y desprendida que "despreciaba el
dinero".
2.2.5. Falta de rigor o frivolidad
intelectual
Igualmente, parece que la megalomanía derivada de
su egolatría fue la causa más importante de una
frivolidad muy llamativa a la hora de pronunciarse sobre
cualquier asunto medianamente complejo, considerando tener su
solución, sin que en muchas ocasiones tuviera realmente un
argumento serio en favor de sus tesis y
confiado fundamentalmente en su capacidad para resolverlo de
manera infalible y sin dificultad. Esa confianza estaba
justificada en el caso de su capacidad para las
Matemáticas, en las que tuvo un talento excepcional para
resolver los problemas más complejos, pero no en materias
más complejas y llenas de matices y perspectivas como lo
era la Filosofía o como lo era también el resto de
las ciencias
experimentales.
Sin embargo, su confianza en su capacidad para las
Matemáticas le condujo a confiar excesivamente en la
posesión de una capacidad similar para descifrar los
problemas de cualquier otro tipo de conocimientos y tal actitud
le llevó a una exagerada frivolidad que tuvo consecuencias
muy negativas para la coherencia de su obra filosófica y
científica en la serie de ocasiones en que, por no haber
reflexionado con un mínimo de seriedad, defendió
teorías absurdas o que posteriormente abandonaba sin
explicación alguna para pasar a defender las contrarias,
como en el caso del problema de la libertad, que
se analizará más adelante, en cuanto o bien
modificaba frecuentemente el propio concepto de
libertad, o bien llegaba a defender el determinismo propio del
intelectualismo socrático para atacarlo cuando se daba
cuenta de que tal planteamiento podía ser criticado por la
jerarquía católica[139]y, en la
cuestión de si Dios podía ser o no causa de los
propios errores, que, aunque en líneas generales
respondió rechazando que Dios pueda ser engañador,
sin embargo en algunas ocasiones la resolvió aceptando la
hipótesis contraria, para negar
después haberla aceptado.
En definitiva, este modo de ser le condicionó
hasta el punto de llegar a defender doctrinas contradictorias o a
incurrir en gravísimos errores en sus razonamientos,
siendo luego inconsecuente con ellos en diversas ocasiones, de
manera que estas peculiaridades de la
personalidad del pensador francés tuvieron,
además de los errores mencionados, gravísimas
repercusiones en sus argumentaciones filosóficas
relacionadas con su método y con su sistema, tal como
se mostrará en los siguientes capítulos.
De manera paradójica, un aspecto indirectamente
positivo de esta frivolidad fue que, como consecuencia
de ella, en muchos momentos escribía de forma precipitada
y dogmática lo que se le ocurría, y tal actitud le
impedía tomar la precaución de ser coherente luego
con lo que había dicho, de manera que más adelante
emitía nuevas afirmaciones, contradictorias con las
anteriores, sin preocuparse por explicar las causas de los
cambios en sus puntos de vista, de forma que lo "positivo" de tal
espontaneidad, derivada de su frivolidad, es que facilita mucho
la labor de los críticos a la hora de señalar la
serie de contradicciones en que incurre el pensador
francés.
2.2.6. Servilismo
En aparente paradoja con su orgullo y arrogancia,
Descartes adoptó igualmente una actitud servil con las
personas pertenecientes al alto clero y las de una nobleza de
sangre especialmente superior a la suya, como la princesa
Elisabeth y la reina de Suecia. Este servilismo se relacionaba
con su misma personalidad
calculadora, en cuanto se encaminaba a la obtención de
favores especiales de aquellas personas cuya posición
social y política podía
servirle de ayuda en cualquier momento.
En efecto, por lo que se refiere a su
servilismo tiene interés mencionar sus cartas a
la princesa Elisabeth, a quien dedicó sus Principios
de la Filosofía, tributándole las más
galantes y exageradas adulaciones que, aunque hayan podido verse
acertadamente como manifestaciones de su enamoramiento y de una
auténtica admiración por ella, parecen igualmente
derivadas, al
menos en sus inicios, de intereses de otro orden, como el de
contar con el favor de personas de su alcurnia, las cuales
podrían influir en el aumento de su prestigio
filosófico y científico, así como en la
posibilidad, vislumbrada con mayor o menor claridad, de conseguir
una ayuda de los gobiernos de Francia, Holanda, Suecia o de la
propia familia de la
princesa, que le sirvieran para mantener su despreocupado tren de
vida o, al menos, la continuidad de su comodidad
económica.
Como puede comprobarse mediante la lectura de
su correspondencia, las palabras dirigidas a la princesa
Elisabeth llaman la atención por su exagerada
afectación, al margen de que las cualidades de la princesa
fueran realmente notables y aceptando que las costumbres
epistolares de aquellos tiempos fueran ritualmente galantes. En
este sentido, en una carta dirigida a la princesa, cuando
ésta tenía sólo veinticinco años, le
dice:
"El favor con que Vuestra Alteza me ha honrado,
haciéndome recibir sus órdenes por escrito es mayor
de lo que jamás me hubiera atrevido a esperar; compensa
mejor mis defectos que el favor que hubiera deseado con
pasión, esto es, el de recibirlas de vuestros propios
labios si hubiese tenido el honor de saludaros y ofreceros mis
muy humildes servicios cuando estuve últimamente en La
Haya. Pues hubiera tenido demasiadas maravillas que admirar al
mismo tiempo; y viendo salir discursos
más que humanos de un cuerpo tan semejante a los que los
pintores dan a los ángeles,
hubiera sentido un arrebato como el que sin duda deben de
experimentar aquellos que acaban de llegar al cielo tras la
terrenal estancia"[140].
Posteriormente su dedicatoria de los Principios de
la Filosofía a la princesa es llamativamente
apasionada, pero en este caso Descartes no se estaba dejando
guiar por ningún otro interés que el de
manifestarle abiertamente su admiración y su
adoración, ligeramente encubiertas por la referencia a sus
extraordinarias cualidades intelectuales:
"…he podido apreciar tales cualidades en Vuestra
Alteza que creo de interés para el género
humano proponerlas como ejemplo a la posteridad […]
Por lo demás, la máxima agudeza de vuestro
espíritu incomparable se conoce en que habéis
indagado todas las profundidades de estas ciencias y las
habéis aprendido cuidadosamente en muy poco tiempo
[…] Nunca encontré a nadie que haya entendido
tan perfectamente los escritos que he publicado. […]
Me resulta imposible no dejarme arrebatar por un sentimiento
de enorme admiración cuando considero que un
conocimiento
tan vario y tan perfecto de todas las cosas no se halle en
un viejo sabio que ha empleado muchos años para
instruirse, sino en una princesa, joven aún, cuya belleza
y edad se parece más a la que los poetas atribuyen a las
Gracias que a la de las Musas o de la sabia Minerva […] Y
esta sabiduría tan perfecta que advierto en Vuestra
Majestad me ha subyugado tanto que no sólo pienso que
debo consagrarle este libro de
filosofía […] sino que no tengo más
deseo de filosofar que el de ser, Señora, de Vuestra
Alteza, el más humilde, el más obediente y el
más devoto servidor
[…]"[141].
Este "espíritu incomparable" de la princesa, que
podía determinar que sus cualidades excepcionales fueran
de interés para el género humano, no fue
al parecer tan "excepcional", pues en una carta posterior
dirigida a la reina Cristina de Suecia, meses antes de su viaje a
Suecia, le había expresado otra serie de
galanterías en un estilo muy similar, dirigiéndose
a ella con las siguientes palabras:
"Si sucediera que me enviaran una carta desde los
cielos, y si la viera bajar de las nubes, no podría sentir
sorpresa mayor ni recibirla con mayor respeto y
veneración que los que he sentido al recibir la que
Vuestra Majestad se ha dignado escribirme […] una princesa
a la que tan alto ha colocado Dios, a la que agobian tan
importantes asuntos de gobierno, de los que se ocupa en persona,
y cuyas obras más nimias pueden tanto por el bien general
de toda la tierra que cuantos amen la virtud tienen forzosamente
que considerarse dichosísimos si se les brinda alguna
ocasión de servirla […] Me atrevo a asegurar con
vehemencia a Vuestra Majestad que haré siempre cuanto
esté en mi mano por cumplir cualquier cosa que quiera
mandarme y ninguna me parecerá excesivamente
dificultosa"[142].
Igualmente y en relación con las altas
jerarquías de la iglesia católica, tan
poderosa y peligrosa en aquel tiempo, el pensador francés
tuvo la actitud de un lacayo sumiso, como puede comprobarse en
una carta a su amigo el padre Mersenne en la que se declara
"servidor" del cardenal Bagni y le comunica que siente un
inmenso respeto por todos los adalides de la iglesia
católica:
"Si escribís al doctor del cardenal Bagni,
agradecería le dijerais que nada me impide publicar mi
filosofía excepto la prohibición contra el
movimiento de la Tierra, que no sé cómo separar de
mi filosofía, pues toda mi física depende de
ello […] Os pido que sopeséis la opinión del
cardenal, pues siendo su servidor, mucho me afligiría
disgustarle, y siendo muy celoso de la religión
católica, siento inmenso respeto por todos sus
adalides"[143]
Frases tan atentas y humildes y tan llenas de
admiración hacia quienes consideraba como personas de
especial rango aristocrático, muy superior al suyo, tanto
en el ámbito de la nobleza como en el del clero
católico, contrastan llamativamente con el tratamiento que
dio a Voetius, profesor de
Teología protestante y rector de la Universidad de
Utrecht, con quien había mantenido una fuerte
discusión acerca del libre albedrío y de la
predestinación humana. Voetius, por medio de un amigo, le
había acusado de ateísmo, y Descartes le
respondió de manera especialmente insultante y arrogante,
de manera que, haciendo alusión al supuesto origen
plebeyo de su crítico, le dijo:
"Después objeta [usted] cosas tan
estúpidas que no son dignas de mención,
pues sólo prueban que ningún plebeyo puede
hablar acerca de estas cosas con mayor ineptitud que
usted […] Las restantes observaciones que mezcla usted con
éstas se apartan tanto del tema que parecen reproducir
palabras incoherentes de loro más que
razonamientos de
filósofos"[144].
2.2.7. Instrumentalización de
personas
Esta actitud puede haber sido, por lo menos en parte,
consecuencia de una infancia
privada de afecto, la cual le habría dificultado un
desarrollo
normal de su afectividad hacia los demás y una tendencia a
servirse de ellos como meros instrumentos para la
consecución de sus propios fines. Su misma
megalomanía debió de contribuir a esta misma
valoración de los demás como meros
instrumentos al servicio de los fines que
él persiguiese.
a) Tal actitud se manifestó en primer lugar en
sus relaciones con su propia familia, especialmente con
su padre y con su hermano mayor. La Psicología habla del
"síndrome del segundón", relacionado con la
hipótesis de que el segundo hijo despierta en los padres
un interés bastante menos intenso que el primero, de forma
que aquél puede llegar a sentirse como un intruso.
Posiblemente y en relación con esta cuestión, hay
que hacer referencia a unos estudios de este mismo año
2009, que muestran cómo estadísticamente los
primeros hijos tienen un coeficiente intelectual un diez
por ciento más elevado que el de sus demás hermanos
y ese hecho podría tener su explicación en la
diferencia de cariño y dedicación que recibe el
primero a diferencia del segundo o de cualquiera de los
demás.
Pero, al margen de esta cuestión, lo que
sí es un hecho es que Descartes no contó con el
afecto de sus padres, pues su madre murió cuando él
tenía un año y su padre pasaba largas temporadas
fuera de casa, por lo que Descartes tuvo que vivir fuera del
domicilio paterno y a los diez años ingresó en el
internado de La Fléche.
Una consecuencia de esta carencia afectiva debió
de ser que, desde que Descartes acabó sus estudios, en
pocas ocasiones permaneció en el domicilio familiar, pues,
en primer lugar, en 1618 se alistó en el ejército
de Mauricio de Nassau en Holanda; a continuación, en 1619,
estuvo fuera de Francia durante bastante tiempo, tanto para ir a
la ceremonia del nombramiento del emperador Fernando II en
Frankfurt, en donde nada se le había perdido como no fuera
la satisfacción de su curiosidad por mezclarse con "los de
su clase" –la nobleza-, como para alistarse como voluntario
en el ejército de Maximiliano de Baviera en sus recorridos
por centro Europa, aunque,
según parece, sin participar de manera directa en ninguna
batalla; a continuación regresó a Francia y estuvo
en París durante algún tiempo, sin que se sepa con
claridad a qué dedicó un par de años en los
que, según cuenta su primer biógrafo Adrien
Baillet, cayó en el vicio del "juego".
Posteriormente regresó al hogar familiar y realizó
un viaje a Italia,
relacionado con la posibilidad de conseguir el cargo de
comisionado general para tener un medio de vida regular, viaje
que no culminó en ninguna decisión positiva
respecto al fin propuesto. Al regresar a su hogar se le
planteó la misma posibilidad en relación con el
puesto de comisionado general de Châtellerault, pero
finalmente decidió abandonar los oficios tradicionales de
su familia, consiguió el dinero obtenido de la venta de
bienes familiares, que en principio estaba destinado a la compra
de dicho cargo, y se fue a Holanda en el año 1628, no
regresando más a la casa paterna y no visitando a su padre
en el resto de su vida.
Respecto a esta cuestión, Richard Watson
señala que sus relaciones afectivas de carácter
familiar brillan por su ausencia, hasta el punto de que "en
cuanto a los asuntos familiares, los únicos que
preocupaban a Descartes se relacionaban con el
dinero"[145]. Y, efectivamente, de hecho son muy
escasas las ocasiones en que Descartes acude el domicilio
familiar. Además, las escasas ocasiones en que
acudió estuvieron esencialmente relacionadas con su
herencia o con la posible compra de un cargo que pudiera servirle
como medio de vida.
b) Esta frialdad con la familia más cercana y
este espíritu calculador se manifestó igualmente
con sus teóricos amigos, como Mersenne, Silhon o
Chanut, pero de manera mucho más desconsiderada en sus
relaciones con determinadas personalidades de cierta relevancia
política o religiosa que podían influir en su
propia vida.
1) Así, cuando a mediados de 1629 estuvo
interesado en la construcción de una lente
hiperbólica, le escribió a J. Ferrier, un
famoso óptico de París, animándole a que
viniera a trabajar con él, diciéndole que él
correría con todos los gastos, que vivirían como
hermanos, que podrían ver "si hay animales en la
Luna", que tendría el tiempo libre para lo que quisiera,
que nadie le molestaría y que no le pondría
obstáculo alguno para que regresara a París cuando
quisiera[146]Y así todo el panorama se lo
pintaba realmente atractivo, pero no porque realmente estuviera
encantado con la amistad de Ferrier sino sólo porque en
aquel momento se había interesado por esa cuestión
de óptica
y quería que Ferrier dejase lo que estuviera haciendo en
París para embarcarle en la misma tarea que a él le
interesaba en aquel momento, tarea que, por cierto, pronto
dejó de atraerle, precisamente cuando, después de
una primera negativa, Ferrier tomó la decisión de
aceptar su llamada.
2) La "amistad" entre Descartes y el padre
Mersenne representa otro ejemplo del egoísmo
calculador de Descartes, teniendo en cuenta que, a pesar de que
este clérigo siempre estuvo a la disposición de
Descartes, como si fuera su secretario sin sueldo, su confidente
y su aliado incondicional, hasta el punto de que la
correspondencia entre ambos es mucho mayor que la que Descartes
tuvo con cualquier otro de sus amigos y a pesar de la fidelidad y
comprensión constantes de su amigo hacia él, el
francés ni siquiera tuvo el detalle de estar a su lado
durante los últimos días de su vida, ni el de
asistir a su entierro: Descartes se fue de París el
día 27 de agosto de 1648 y Mersenne moría el
día 1 de septiembre, cinco días
después.
3) A Jean de Silhon, secretario del cardenal
Mazarino, a quien había conocido entre 1626 y 1628, lo
utilizó para conseguir una pensión de Luís
XIV, cuando ya casi había agotado la herencia paterna, y
necesitaba un nuevo medio de subsistencia.
4) Por lo que se refiere su relación con
Hector P. Chanut, la lectura de su
correspondencia sugiere que a partir de 1646 Descartes
intensificó su "amistad" (?) con él con la
calculada finalidad de que éste le pusiera en contacto con
la reina Cristina. En este sentido resulta bastante
sintomática una carta de marzo de 1646, en la que
manifiesta de manera sorprendentemente exagerada su enorme
simpatía (?) por Chanut, diciéndole entre otras
cosas:
"Si me hubiera consentido a mí mismo el honor de
escribir a vuestra merced tantas veces cuantas he deseado hacerlo
desde que pasó por este país, mis cartas lo
hubieran importunado con harta frecuencia, pues no ha
transcurrido día en que no haya querido tomar la pluma
varias veces"[147]
Y hacia el final de esa misma carta, insistiendo en esas
muestras de afecto y consideración, escribe:
"como a veces me entran deseos de regresar a
París casi me atrevo a decir que tengo queja de los
señores ministros que le han dado el cargo que lo aleja de
esa ciudad, y le aseguro que, si residiera en ella, ése
sería uno de los principales motivos que podrían
obligarme a visitarla"[148].
Siguiendo esta misma línea de calculado
acercamiento en esa "amistad", pero de un modo mucho más
exagerado, resulta especialmente significativa a este respecto
una carta de noviembre de este mismo año en la que dice al
embajador:
"Si no me inspirase su sabiduría tan
extraordinaria estima y no me impulsara tan vehemente deseo de
aprender, no me habría mostrado tan importuno al rogarle
que examinara mis escritos […] Y creo […] que lo
mejor que puedo hacer de ahora en adelante es abstenerme de hacer
libros
[…] y no estudiar ya sino para instruirme y no comunicar
mis pensamientos sino a aquéllos con los que pueda
conversar en privado; y aseguro que nada podría hacerme
más dichoso que tener conversaciones con vuestra merced
[…] Desde el primer momento en que tuve el honor de
conocer a vuestra merced, le entregué toda mi confianza, y
como he tenido después el atrevimiento de granjearme su
benevolencia, le ruego que crea que no podría serle
más devoto si toda mi vida hubiera transcurrido a su
lado"[149].
Posteriormente, en febrero de 1647, Descartes escribe
una carta muy extensa a Chanut que casi parece más el
extracto de un libro acerca Teología y de
Psicología medievales, en el que le explicase sus puntos
de vista acerca de diversas pasiones, acerca de Dios y acerca de
algunos aspectos del cristianismo
desde la perspectiva de un cristiano ejemplar especialmente
ocupado en tales temas, diciendo entre otras cosas:
"no me asombra que algunos filósofos estén
convencidos de que sólo la religión cristiana nos
hace capaces de amar a Dios al enseñarnos el misterio de
la Encarnación con el que Dios se rebajó hasta
hacerse semejante a nosotros"[150].
Desde luego, sorprende bastante que el
matemático, el científico y el filósofo
Descartes, de pronto aparezca convertido en una especie de
predicador que habla de "la Encarnación" de Dios como si
se tratase de una más de las deducciones evidentes de su
sistema racionalista.
Siguiendo esta misma línea religiosa, en las
antípodas de la Filosofía y de la Ciencia, le
dice más adelante:
"estimo que el camino que debemos seguir para llegar al
amor de Dios es pensar que es un espíritu o un ente que
piensa, con lo que, ya que la naturaleza de
nuestra alma tiene
cierto parecido con la suya, nos convencemos de que ésta
es emanación de su suprema inteligencia"[151],
atreviéndose a incurrir en la herejía
panteísta-emanantista, contraria al creacionismo
judeocristiano, pero muy en la línea de lo que en el
pensamiento
místico se denomina "vía unitiva".
La sensación que provoca la lectura de esta
extensísima carta es la de que en ella Descartes lo tiene
todo fríamente calculado: no sólo ni en
primer lugar pretende impresionar a Chanut, sino que parece que
le escribe con la intención especial de que muestre esa
carta a la reina Cristina, de forma que esta
"presentación" pueda significar, tal vez, el comienzo de
una relación epistolar con ella, relación que
efectivamente se produciría para, a continuación,
dar el salto a la corte sueca. Pues, efectivamente, la reina
leyó ésa carta, de manera que al cabo de unos meses
Descartes, en respuesta a una carta de Chanut, vuelve a
escribirle diciéndole:
"Me invadió el temor al leer las primeras
páginas, en las que me dice que el señor De Ryer
había hablado a la Reina de una de mis cartas y que
ésta deseaba verla. Y luego me tranquilicé, al
llegar al punto en que vuestra merced me refiere que la
oyó leer con cierto agrado. Y no sé si ha sido
mayor mi admiración al ver que la Reina
comprendía con tan gran facilidad cosas que parecen muy
oscuras a los más doctos, o mi gozo al ver que no le
desagradaban. Pero mi admiración dobló al comprobar
la fuerza y el
peso de las objeciones que hizo Su Majestad respecto al
tamaño que atribuyo al universo"[152].
Tiene interés observar que en esta última
carta aparecen expresiones de especial admiración hacia
la reina Cristina, que parecen escritas con la
intención y la expectativa de que ella llegase a leerlas.
En otras cartas le trata de un modo escandalosamente servil y
ridículamente halagadora, como si fuera una especie de
divinidad reencarnada, pero con la clara finalidad de conseguir
su simpatía y obtener de ella la invitación de ir a
su corte de Suecia. De este modo pretendía obtener varios
objetivos importantes: Librarse de sus desagradables tensiones
con los teólogos holandeses, lograr mayor prestigio y
conseguir además una pensión o un sueldo que le
permitiese recuperarse económicamente, pues los recursos
económicos de que disponía, procedentes de la
herencia de su padre, se le estaban agotando.
5) La reina Cristina escribió una carta a
Descartes para decirle que había leído con
interés sus Principios de la Filosofía.
Descartes le respondió con otra en la que, de forma
implícita, le "ofrecía" su presencia en la corte
con una especie de contrato de
esclavitud:
"…me atrevo a asegurar con gran vehemencia a
Vuestra Majestad que haré siempre cuanto esté en mi
mano por cumplir con cualquier cosa que quiera mandarme y ninguna
me parecerá extremadamente
dificultosa"[153].
A continuación la reina accedió a
invitarle y Descartes se trasladó a Suecia para
explicarle su filosofía. Sin embargo, no parece que la
reina tuviera especial interés tales explicaciones
–y quizá ése fuera uno de los motivos de que
le citase a las cinco de la mañana-. Además, parece
que Descartes tuvo que encargarse de asuntos que nada
tenían que ver con tal
enseñanza[154]y eso debió de herir
profundamente su amor propio sintiéndose despreciado, a
pesar de que en sus cartas no llegase a manifestar un sentimiento
de esa clase, aunque sí a mostrar su decepción
escribiendo
"aquí no estoy en mi elemento, y no deseo
más que la tranquilidad y el reposo, que son los
únicos bienes que los reyes más poderosos de la
tierra no pueden dar a los que no saben tomarlos por ellos
mismos"[155].
En su afán para lograr el interés de la
reina por su filosofía, le prestó su
correspondencia con la princesa Elisabeth relacionada con sus
reflexiones acerca de las diversas pasiones humanas, y
posteriormente redactó para la reina una versión
ampliada de Las pasiones del alma, obra que, abreviada,
había dedicado a la princesa Elisabeth.
Sin embargo, la reina tenía otros intereses, como
el aprendizaje
del griego y la práctica de la equitación. Prueba
clara de este menosprecio hacia el pensador francés fue
que se le encargase realizar unos estatutos para una academia
sueca, lo cual, desde luego, no tenía mucho que ver con la
filosofía y, dada la megalomanía de Descartes,
debió de sentirlo como una profunda humillación, a
pesar de que tuvo que tragarse su orgullo, ya que no podía
negarse a acceder a tal petición en cuanto, en la
última carta citada, anterior a su partida a Suecia, le
había escrito que cumpliría cualquier cosa que
quisiera mandarle[156]En definitiva, parece que la
reina se sirvió de Descartes como un personaje decorativo
de la corte. Descartes se sentía muy incómodo y
deseaba regresar a Francia o a Holanda, pero la muerte le
ahorró tener que tomar una decisión acerca de su
partida.
c) Por su afán de brillar y destacar
ante los demás, en diversas ocasiones su orgullo y su
dogmatismo tuvieron que ceder ante su espíritu calculador
en cuanto comprendía que era más conveniente para
sus intereses manifestarse como adulador antes que como
un déspota que desde la altura de su egolatría se
atreviese a criticar a aquellos de los que había calculado
que podía sacar algún provecho, como ocurría
en el caso de la orden de los jesuitas, en
el caso de los "decanos y doctores" de la facultad de
teología de la Sorbona, a quienes dedicó su carta
de presentación de las Meditaciones
Metafísicas con el fin de contar con su amparo y
protección, o como en el caso de los cardenales y
autoridades políticas
a quienes envió ejemplares del Discurso del
método, con esa misma finalidad de sentirse seguro y
respaldado por las jerarquías política y
religiosa.
1) En este sentido, como ya se ha dicho antes, Descartes
llegó a confiar en la idea de que los jesuitas
aceptarían su propia filosofía para sustituir los
textos tradicionales, seguidores de la escolástica y de la
filosofía aristotélica. Sin embargo, se
había enzarzado en una discusión con el padre
Bourdin, un jesuita que había criticado su
filosofía y con el cual deseaba polemizar. Pero, como la
propia Rodis-Lewis reconoce a pesar de su devoción por su
compatriota, éste "deseoso de tener el apoyo de sus
antiguos maestros, renunció a tal combate contra el
jesuita Bourdin al tomar conciencia de que
seguir su impulso natural iría en contra de sus intereses
por lo que se refiere a lograr una predisposición positiva
por parte de los jesuitas.
2) La índole fría y calculadora de
Descartes se hizo igualmente patente en su dedicatoria de las
Meditaciones Metafísicas "a los doctores y
decanos de la sagrada facultad de teología de
París", donde, entre otras cosas y en relación con
sus razones acerca de la existencia de Dios, del alma y de su
inmortalidad, les dice de manera calculadamente sumisa y
halagadora:
"no espero que tengan gran predicamento sobre los
espíritus si no las tomáis bajo vuestra
protección".
El interés de Descartes al manifestarse de ese
modo tan servil con estos teólogos era al menos doble: Por
una parte, el de cubrirse las espaldas ante cualquier posible
acusación de herejía, al tener el apoyo de los
teólogos de la Sorbona, a quienes además
pidió su ayuda para corregir cualquier error que pudiera
haber cometido en esta obra mediante la cual decía confiar
en que
"ya no habrá nadie que se atreva a dudar de la
existencia de Dios"[157],
y, por otra, el de utilizar a tales señores
doctores y decanos como un trampolín que catapultase su
propio prestigio como filósofo.
3) Igualmente, cuando en 1647 se encontró ante
fuertes tensiones, acosado por los teólogos holandeses,
buscó de manera interesada la ayuda del plenipotenciario
Servien en su condición de francés,
utilizando para su propio interés un sentido patrio
fingido, relacionado con el "honor de Francia", que no
parecía haber tenido para él ningún
interés hasta ese momento, en cuanto curiosamente, cuando
se había alistado como voluntario al ejercito, lo
había hecho al servicio de Mauricio de Nassau y al de
Maximiliano de Baviera, ninguno de los cuales era francés,
de manera que sus preocupaciones nunca habían estado
relacionadas con ningún tipo de patriotismo. Ahora, sin
embargo, manifestaba que se había ofendido el honor de
Francia[158]y el suyo propio, porque del mismo
modo que los franceses habían derramado su sangre para
ayudar "a echar de aquí a la Inquisición de
España", también él, como
francés, "había llevado […] las armas por la
misma causa"[159], alistándose al servicio
de Mauricio de Nassau –aunque no hubiese intervenido en
batalla alguna-, y, a cambio, el
pago que recibía era toda una serie de insultos y de
calumnias[160]
Complementariamente y en relación con esta
índole calculadora del pensador francés,
resulta interesante la observación de R. Watson cuando escribe que
"todos los amigos de Descartes [fueron]
ricos"[161]. Y, aunque esto no sea del todo
cierto, podría decirse, aunque también sin
generalizar, que la mayoría de sus amigos, reales o por
simple interés, fueron clérigos, como el padre
Étienne Charlet, familiar suyo con un cargo importante en
el colegio de La Flèche, los padres Mersenne, Arnauld,
Mesland, Dinet, Vatier, Gibieuf y el sacerdote Claude Picot
–el llamado "cura ateo"-, administrador del
dinero de Descartes en Francia-. Procuró también
mantener buenas relaciones al menos con los cardenales
Bérulle, Richelieu y Bagni, por su poder religioso y
político. Gran parte de su correspondencia estuvo dirigida
precisamente a estas personas y, de modo particular, al padre
Mersenne, su mejor amigo, aunque Descartes no tuviese hacia
él un sentimiento re-cíproco, que se tradujese al
menos en una reciprocidad afectiva hacia él.
El cobijo y apoyo intelectual, político y social
que estas amistades le suponían se pone de manifiesto, por
ejemplo, en una carta a Mersenne en la que se muestra preocupado
por si ha defendido alguna tesis errónea en
relación con las doctrinas teológicas
ortodoxas[162]
Descartes sentía la necesidad de relacionarse
bien con quienes pudiesen ayudarle a sentirse respaldado en su
labor intelectual y a no sentir sobre su cabeza la espada de
Damocles representada por la Jerarquía Católica y
su "Santa Inquisición". Además, era consciente de
que, sin duda, esas buenas relaciones podían servirle como
plataforma para aumentar su prestigio en el ámbito de la
Filosofía. Se podría preguntar si fueron esas
amistades las que influyeron en la delimitación de sus
escritos, en cuanto debían estar orientados y sometidos a
las creencias y dogmas teológicos de la Iglesia
Católica, o si, por el contrario, fueron ya estos aspectos
de su filosofía los que le llevaron a conectar mejor con
toda esa serie de clérigos y de personas de talante
religioso católico con quienes mantuvo una correspondencia
incomparablemente más importante que con quienes
defendieron un pensamiento más independiente y alejado de
la dogmática católica, como Hobbes o como Voetius.
La solución de esta alternativa parece encontrarse en su
primera parte: Tanto la formación cartesiana como su
círculo inicial de amistades religiosas determinaron los
límites
dentro de los cuales podía ejercer su "libre" actividad
filosófica y su comodidad a la hora de escribir y de
contrastar puntos de vista, que en líneas generales, con
alguna excepción como la de Hobbes y al margen de algunas
diferencias de opinión con otros pensadores, se mantuvo
dentro del círculo de personas que aceptaban el
cristianismo, católico o protestante.
2.2.8. Mendacidad
Por lo que se refiere a la tendencia de Descartes a
mentir -un aspecto más de su tendencia a la
fabulación, o viceversa- e igualmente un aspecto
más de la instrumentalización de personas, puede
observarse en diversas ocasiones de su vida:
a) Así, en relación con la teoría
heliocéntrica por una parte reconoció estar de
acuerdo con Galileo, pero por otra luego lo negó sin
reparo alguno. Su afirmación del heliocentrismo se produjo
en las ocasiones en que le escribió a Mersenne
diciéndole que no podía publicar su obra El
mundo porque en ella defendía la doctrina sustentada
por Galileo y rechazada por la Jerarquía
Católica:
"He decidido suprimir por completo el tratado que he
escrito y confiscar toda mi obra de los últimos cuatro
años para prestar obediencia a la a Iglesia, puesto
que ha proscrito la opinión de que la Tierra se
mueve"[163].
En este mismo sentido, dos meses después,
temiendo que la carta anterior
se hubiera perdido, volvió a escribirle
diciéndole:
"Aunque [la teoría de que la Tierra se mueve]
pensaba que se basaba en pruebas
seguras y evidentes, no desearía por nada del mundo
mantenerlas contra la autoridad de
la Iglesia".
Pero, frente a una postura tan claramente favorable al
heliocentrismo y aunque renunciase a ella por someterse a la
autoridad de la iglesia católica, en El discurso del
método no tuvo reparos en dar a entender que no
había compartido la tesis de Galileo, escribiendo en este
sentido:
"Hace tres años que llegué al
término del tratado […], cuando supe que unas
personas por las que siento deferencia […] habían
desaprobado una opinión sobre física, publicada un
poco antes por otro [= Galileo]; no quiero decir que yo fuera de
esa opinión sino sólo que no había notado
nada en ella, antes de que fuera censurada, que pudiera imaginar
como perjudicial a la religión ni al estado […]
esto me hizo temer que no fuera a haber también alguna en
las mías en la que me hubiese engañado, pese al
gran cuidado que siempre he
tenido"[164].
Pero una de ambas posiciones era falsa, ya que
estaba en contradicción con la otra. Y eso dice muy poco
en favor de la integridad intelectual de Descartes, en cuanto ni
siquiera necesitaba haber sido especialmente sincero para evitar
la mentira: Hubiera
podido evitarla simplemente si en el Discurso del
Método no hubiese dicho nada acerca de su punto de
vista sobre la cuestión del posible movimiento de la
Tierra. Pero, al parecer, su miedo a la jerarquía
católica era tan grande que prefirió declarar
–o dar a entender- gratuitamente que él no era de
esa opinión antes que no pronunciarse acerca de ella, a
pesar de que en su carta a Mersenne había reconocido su
acuerdo con Galileo.
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