Al margen de esta consideración de carácter general, Descartes
enumeró algunas leyes
particulares pretendiendo de modo absurdo haberlas
deducido de la perfección divina de la
inmutabilidad. Y así, con un engreimiento
insuperable, aunque a la misma altura que su frivolidad, se
atrevió a escribir:
"Después de esto mostré cómo la
mayor parte de la materia de ese
caos debía […] disponerse y ordenarse de cierta manera
que la hacía semejante a nuestros cielos; cómo,
mientras tanto, algunas de sus partes debían componer una
tierra, y
algunas otras, planetas y
cometas y, algunas otras, un sol y estrellas fijas. Y […] sobre
el tema de la luz,
expliqué muy por lo largo cuál era la que se
debía encontrar en el sol y las
estrellas y cómo desde allí atravesaba en un
instante los inmensos espacios de los
cielos…"[384].
Como comentario a estas afirmaciones, tan arrogantes
como falsas, hay que decir que indudablemente habría sido
un signo evidente de asombrosa sabiduría que Descartes
hubiera podido deducir la evolución que iba a seguir el
Universo a partir de su no menos asombroso conocimiento
de la naturaleza divina. Pero en realidad sus
deducciones no parecen otra cosa que la muestra de una
jactancia insensata, lo cual resulta todavía más
claro si tenemos en cuenta que gran parte de sus afirmaciones tan
"evidentes" eran evidentemente falsas y sólo representaban
la aceptación acrítica y por simple inercia y
frivolidad de antiguas teorías
ya superadas.
En efecto, como ya se ha dicho antes, resulta
especialmente osado afirmar que
"aunque Dios hubiera creado muchos otros mundos no
podría haber ninguno en que [estas leyes] dejaran de ser
observadas"[385],
pues, al realizar esta afirmación Descartes
incurre en la contradicción de no haber tenido en
cuenta que una consecuencia de la omnipotencia divina,
cualidad especialmente valorada por él cuando le
interesaba, es que, si su dios omnipotente lo hubiera querido, el
mundo podría haber sido creado de infinitos modos y de
acuerdo con leyes enteramente distintas a las que rigen en
éste. ¿Acaso podía él saber
cuál iba a ser la voluntad de ese dios?
Habría resultado igualmente asombroso que, tal
como afirma con su jactancia habitual, él hubiera podido
deducir, a partir de su conocimiento de las cualidades
divinas, que iban a existir la tierra, los
planetas, los cometas, el sol y "las estrellas fijas". Pero esta
deducción, al margen de tener el
inconveniente de no tener en cuenta que la omnipotencia divina
habría podido crear el Universo de
infinitos modos totalmente distintos, tiene también el de
que llega a la conclusión -¡tan evidente!- de la
existencia de algo que no existe, como sucede con las llamadas
"estrellas fijas", que no eran más que una creencia ya
refutada de la Astronomía antigua y que representaba uno
más de esos engaños de los sentidos
a los que Descartes se había referido en la primera parte
del Discurso del Método.
Por otra parte además –y como era
lógico-, en aquellos casos en los que Descartes hace
referencia a algún fenómeno real sólo
afirma su deducción a partir de la
inmutabilidad divina, pero en ningún momento presenta nada
que se parezca ni de lejos a un proceso deductivo en el
que, a partir de aquella supuesta cualidad divina, llegase a
demostrar la realidad presuntamente deducida.
Entre las leyes que Descartes dijo haber deducido puede
hacerse referencia, entre otras, a las que se relacionan con
diversas cuestiones, cuya interpretación no pudo haber sido deducida
de la supuesta inmutabilidad divina porque, entre otros motivos,
era errónea:
a) La velocidad de
la luz: Respecto a esta cuestión, afirmó lo
que casi todos creían entonces, y cayó, por ello,
en el error de "deducir" que la luz se trasladaba
instantáneamente. Pero su frívola
deducción era más grave porque quienes
defendieron anteriormente esa teoría
al menos se basaban en las apariencias,
mientras que él pretendía saber que eso era
así ¡por la evidencia derivada de una
deducción racional! que tomaba como punto de
partida la naturaleza divina, de forma que ¡la
realidad no podía ser de otra manera! El único
valor
importante de esta "evidencia" era el de contribuir, junto con
otras del mismo calibre, a confirmar que un método que
daba lugar a tales "evidencias" no
podía conducir a ningún sistema seguro de
conocimientos.
En relación con esta última "evidencia",
ya en la antigüedad griega Empédocles había
defendido la tesis
contraria, al igual que posteriormente la defendieron los
filósofos árabes Avicena y Alhazen,
al igual que en el siglo XIV la defendió Nicolas
d"Autrecourt y, a comienzos del siglo XVII, J. Kepler. En ese
mismo siglo de Descartes, el XVII, se investigaba esta
cuestión e incluso se llegaron a realizar experimentos para
calcular la velocidad de la luz, considerando, en consecuencia,
que la luz no se trasladaba instantáneamente. En la
actualidad y desde hace ya más de un siglo se sabe que la
luz se traslada a gran velocidad, pero limitada y muy
próxima a los 300.000 kilómetros por segundo. Es,
comprensible, sin duda, que Descartes ignorase a qué
velocidad se trasladaba la luz, pero lo que no le honra como
filósofo ni como científico es que se atreviese a
afirmar de manera dogmática y en contra de la verdad,
haber mostrado o deducido que la luz se trasladaba
instantáneamente, es decir, a una velocidad
infinita
b) La doctrina de los elementos de
Empédocles: De acuerdo con una fantástica
aunque sospechosa capacidad deductiva, Descartes pretendió
igualmente haber deducido, como se ha dicho antes,
"los principios o
primeras causas de todo lo que es o puede ser en el mundo sin
considerar para esto nada más que a Dios, que lo ha creado
[…] Después de esto examiné cuáles
eran los primeros y más ordinarios efectos que se
podían deducir de esas causas: y me parece que por
ahí encontré cielos, astros, una tierra e incluso
en la tierra, agua, aire, fuego,
minerales y
algunas otras cosas"[386].
Este texto resulta
especialmente significativo como muestra evidente de la
megalomanía del francés, que le lleva a afirmar
haber deducido el modo de ser de la realidad a partir de Dios,
como si, además de haber demostrado la existencia de tal
supuesta realidad, hubiese alcanzado un conocimiento tan
exhaustivo de ella que le hubiese permitido deducir cómo
iba a actuar a la hora de crear el mundo y a la hora de
configurarlo de acuerdo con determinadas leyes, perfectamente
accesibles para su portentosa inteligencia.
Pero, por otra parte y a pesar de tal asombrosa
genialidad, al menos aparente, resulta ciertamente sospechosa la
casualidad de que descubriera precisamente aquellos principios
últimos de que habían hablado los primeros
filósofos griegos desde Tales de Mileto
y, en especial, desde Empédocles, que fue el primero que
habló de los cuatro famosos elementos (arkhai),
aunque Descartes añadió "otros minerales y algunas
otras cosas". Así que lo que sí parece evidente es
que las pretendidas deducciones cartesianas de los "elementos" no
eran otra cosa que una muestra de su orgullosa frivolidad al
haber aceptado me manera acrítica aquellas antiguas
doctrinas ya superadas, que en consecuencia sólo
podían gozar de una evidencia subjetiva y que en
nada se correspondían con una verdad objetiva.
Por cierto, al estudio y descripción de esos cuatro
elementos de Empédocles dedicó de forma
especial la cuarta parte de sus Principios de la
Filosofía, algo así como 200 epígrafes
explicados con cierto detalle que en general supondría una
pérdida de tiempo exponer
por lo inútil de una tarea semejante.
c) Las Manchas solares: Descartes
consideró que las manchas solares descubiertas por Galileo
no constituían propiamente una parte del Sol, sino que
eran "cuerpos opacos" que se movían por encima de
su superficie. Proclamó en este sentido:
"Ha de considerarse también que los cuerpos
opacos que con el auxilio de anteojos de larga vista se descubren
sobre el Sol y que son llamados sus manchas se mueven sobre su
superficie y emplean veintiséis días en
rodearlo"[387].
Aquí, al margen de la dificultad para conocer en
aquel tiempo qué eran en realidad aquellas manchas solares
y al margen de que lo afirmado por Descartes fuera
erróneo, lo más anticientífico de la
actitud
cartesiana fue su forma dogmática de expresarse cuando
escribe "ha de considerarse", que refleja nuevamente el mismo
dogmatismo que preside muchas de sus investigaciones
pretendidamente científicas
En relación con estas manchas Descartes vio lo
que quiso ver: Desde los tiempos de la Astronomía griega
el mundo supralunar era considerado como el mundo de la
perfección, y tal perfección era incompatible con
la idea de que el Sol no fuese un reflejo de lo divino y tuviese
imperfecciones como esas "manchas" descubiertas por Galileo. En
aquellos tiempos, en los que el telescopio comenzaba a utilizarse
como instrumento de observación científica, podía
ser aceptable que unas mismas imágenes
se interpretasen de un modo o de otro, pero así como
Galileo tuvo sus dudas acerca de cómo interpretar los
anillos de Saturno, demostrando así su ausencia de
prejuicios y su extraordinaria integridad científica,
Descartes prejuzgó que tales manchas solares en
realidad no pertenecían al propio Sol, porque
partía ya del prejuicio de que el Sol no
podía tener "impureza" alguna. En este planteamiento el
punto de vista de Galileo fue más correcto desde el punto
de vista científico y rompió con la doctrina
tradicional acerca de la "perfección" del Sol, por efecto
de la cual en teoría éste no podía contener
"impurezas", y dijo que no podía precisar si las "manchas"
se encontraban en el propio Sol o a cierta distancia de
él, pero afirmó que en cualquier caso su
traslación se debía a la propia traslación
del Sol, de manera que su movimiento no
era independiente de él.
Por lo que se refiere al planteamiento de Descartes, hay
que decir que, si al menos hubiera utilizado con acierto los
datos
relativos al tiempo de rotación de aquellos supuestos
"cuerpos opacos", habría podido descubrir que el Sol
tenía un movimiento de rotación sobre sí
mismo y que ese tiempo era aproximadamente el de esos 26
días que él calculó para esos "cuerpos
opacos" y que, si no hubiera estado
condicionado por la tradición aristotélica,
habría podido abrirse a una descripción más
fiel y a una interpretación más abierta del sentido
de aquellas manchas solares.
d) La circulación de la sangre: Una
nueva y deplorable deducción cartesiana es aquella por la
que explicó la circulación de la sangre desde
un planteamiento erróneo según el cual el corazón
sería como una especie de pequeña máquina de
vapor que en la que la sangre venosa determinaría el
aumento de la temperatura de
este órgano y el calentamiento de la sangre entrante hasta
el punto de ebullición, o algo parecido, de forma que,
como consecuencia de la alta temperatura alcanzada, se
produciría una presión
tal que empujaría a la sangre a salir por las válvulas
arteriales para pasar a circular por las arterias y las venas.
Así lo indica el pensador francés cuando
escribe:
-"mientras vivimos hay un calor continuo
en nuestro corazón, una especie de fuego mantenido en
él por la sangre de las venas, y […] este fuego es
el principio corporal de todos los movimientos de nuestros
miembros"[388].
-"este calor es capaz de hacer que si entra alguna gota
de sangre en [las] concavidades [del corazón] ésta
se infle en seguida y se dilate, como hacen generalmente todos
los líquidos cuando se los deja caer gota a gota en
algún vaso que está muy
caliente"[389] .
La fantástica explicación cartesiana,
además de ser falsa, incluía otros inconvenientes
como el de tener que explicar cómo hubiera podido soportar
el corazón y el organismo humano en general una
temperatura tan alta como la que debería tener para
conseguir no sólo que la sangre se evaporase al entrar en
él sino que tanto el corazón como los
órganos contiguos no quedasen fritos en pocos
minutos.
Por cierto y aunque sólo sea un paréntesis
anecdótico, tiene interés
hacer una pequeña alusión al punto de vista de
Rodis-Lewis, "importante biógrafa" de Descartes, quien en
relación con esta cuestión, menciona como un
mérito especial del pensador francés su comunicación al público en general
del hecho de la circulación de la
sangre[390]pero sin mencionar el error de su
explicación y la crítica
desacertada que hizo a Harvey, quien había dado la
explicación correcta de este fenómeno, haciendo
referencia a las contracciones y dilataciones del corazón.
Pero, de nuevo, lo más asombroso de la explicación
car-tesiana no fue la explicación en sí misma sino
el hecho de que tuviera la osadía de presentarla como una
¡verdad necesaria!, apoyada tanto en consideraciones
racionales como incluso en la misma experiencia:
"…este movimiento que acabo de explicar se sigue
tan necesariamente de la sola disposición de los
órganos que están a la vista […] que se
puede conocer por experiencia, como el movimiento del reloj se
sigue de la fuerza"[391].
Resulta lamentable que una de las pocas ocasiones en que
Descartes quiso hacer uso de la experiencia sólo le
sirviera para ver como necesario y, por lo tanto como
evidente, lo que era simplemente falso y
absurdo. En cualquier caso hay que agradecerle que, a
pesar de haber consagrado un tiempo de sus investigaciones a la
medicina, no
se dedicase a ella más que para hacerle, con teatralidad y
trazas de doctor entendido en la materia, algunas recomendaciones
a la princesa Elisabeth cuando ésta le consultó
acerca de una dolencia personal.
5.3.5. El mecanicismo
Descartes introdujo una interpretación
mecanicista de toda la naturaleza que
consistía en considerar el Universo como un
inmenso mecanismo en el que todas sus piezas estaban ensambladas
y funcionando de acuerdo con el principio determinista
de causalidad. Este mecanicismo se aplicaba no sólo al
mundo inorgánico sino también a las
plantas, a los animales y el mismo cuerpo
humano, puesto que, siendo modos de la
sustancia material (res extensa), tenían que ser
explicados por las mismas leyes que regían en ella, de
manera que para explicar la vida de los cuerpos orgánicos
no era necesario admitir un alma, vegetativa o
sensitiva, sino sólo las mismas fuerzas
mecánicas que actuaban en el resto del Universo.
Según él, la
investigación ponía de manifiesto que el
comportamiento
animal podía ser exhaustivamente descrito sin necesidad de
suponer la existencia de ningún "principio vital" ajeno al
propio cuerpo, y consideró el cuerpo humano
y el de los animales
"como una máquina que, habiendo sido hecha por la
mano de Dios, está incomparablemente mejor ordenada y
tiene en sí movimientos más admirables que ninguna
de las que pueden ser inventadas por los
hombres"[392].
El mecanicismo cartesiano tuvo una
trascendencia científica especialmente importante en
cuanto proporcionaba una nueva visión del conjunto de la
realidad material, comprendida como un inmenso mecanismo en el
que todas sus piezas interactuaban de acuerdo con leyes
deterministas. Sin embargo tuvo el inconveniente de
forzar demasiado la situación hasta llegar al extremo de
negar la existencia de auténticos procesos
psíquicos en los animales, considerando que las
apariencias de que así fuera no se correspondían
con la realidad, pues sólo el ser humano estaba formado
por un alma (res
cogitans), en la que se darían tales procesos,
unida a un cuerpo (res extensa), que se
comportaría de acuerdo con las leyes mecánicas de
la Naturaleza, aunque dirigido por el alma en diversos aspectos
de su comportamiento, y que, por ello, sólo el ser humano
era capaz de realizar auténticas acciones libres
que escaparían al determinismo de la realidad física. El error de
Descartes no consistió en su afirmación de que los
seres vivos fueran máquinas
sino en haber rechazado que esas máquinas, tan enormemente
complejas, incluido el ser humano, fueran capaces de sentir, de
percibir, de gozar, de sufrir, de conocer o de recordar, siendo
ésas sus mayores diferencias con respecto a las
máquinas construidas por el ser humano, incomparablemente
más simples que las producidas por la propia Naturaleza.
El pensador francés, para mantenerse fiel a las doctrinas
católicas, no podía aceptar que los animales
tuviesen un alma similar a la del ser humano, y por ello
consideró que el comportamiento animal podía ser
explicado de modo exhaustivo sin necesidad de suponer en
él la existencia de vida auténtica. Sin embargo, si
sus prejuicios religiosos y la coerción política, religiosa y
social no le hubieran presionado tanto, hasta el punto de
cerrarle la posibilidad de ampliar su hipótesis mecanicista extendiéndola
hasta el propio ser humano, hubiera podido vislumbrar que la
estructura y
el funcionamiento del ser humano era similar a la del resto de
los seres vivos, con una diferencia meramente cuantitativa, pero
no cualitativa y radical respecto a sus diferentes
capacidades.
Frente a esta interpretación, ni la Ciencia ni
el sentido común han aceptado una interpretación
tan inerte del mecanicismo hasta el punto de negar la
existencia de auténticos procesos
psíquicos en los seres vivos no humanos y,
además, los progresos de la Biología han
demostrado la existencia de una base genética
común entre todos los seres vivos y la existencia de toda
una serie de facultades psíquicas animales similares a las
humanas.
Por lo que se refiere a la doctrina mecanicista, aunque
son muchos los manuales y
biografías
sobre Descartes, que le consideran como el fundador de esta
doctrina, conviene tener en cuenta que en el siglo anterior el
español A.
Gómez Pereira defendió esta misma doctrina
mecanicista aplicada a los animales y que además,
según P. D. Huet y otros filósofos, Descartes
conocía la obra de Gómez Pereira. En una carta al padre
Mersenne, Descartes negó conocer la obra Antoniana
Margarita en la que aparecían estas ideas, pero
parece que, de un modo directo o indirecto, la obra de
Gómez Pereira influyó en Descartes. Conviene
recordar, en relación con esta influencia bastante
probable de Gómez Pereira, que no parece que se limitase a
esta cuestión sino que igualmente pudo haber influido en
el pensador francés con su proposición "quidquid
noscit, est, ergo ego sum"[393] como precedente de
la proposición "cogito, ergo sum", las cuales mostraban
una verdad absoluta que superaba cualquier duda.
5.3.6. Las leyes de la Física
Los descubrimientos de Descartes en el terreno de las
Matemáticas y en el de la Física
fueron muy relevantes en algunos casos, como el de la
enunciación precisa del principio de inercia, pero otros
vinieron acompañados de bastantes errores como
consecuencia de su irracionalismo teológico, que
partía de un fundamento místico y olvidaba casi
siempre la experiencia, y como consecuencia igualmente
de una aplicación incorrecta de su inteligencia para
deducir determinadas leyes físicas, lo cual
hubiera podido subsanar al menos con la ayuda de la experiencia
si la hubiese valorado adecuadamente en lugar de dejarse cegar
por su frívola autosuficiencia orgullosa a la hora de
realizar sus deducciones.
Era evidente, sin embargo, que la actitud del
"teólogo" francés, que decía partir de Dios
para deducir el conjunto de las leyes de la realidad
física, era absurda, pues lo que en realidad hizo fue
partir de un análisis de dicha realidad y tratar de
enlazarla de algún modo con la supuesta realidad divina,
como si hubiese deducido de ella de un modo puramente racional el
mundo sensible y sus cualidades, pero haciéndolo de manera
que, si no encontraba el modo de deducir determinado aspecto del
Universo a partir de la inmutabilidad divina, siempre
tenía el recurso de suponer que lo que sucedía era
que dicho aspecto era una consecuencia de la omnipotencia
divina. Y así, jugando con estas dos supuestas
cualidades de la supuesta divinidad, todo encajaba perfectamente:
Lo que podía relacionar con la inmutabilidad divina lo
consideraba racionalmente deducible de ella, mientras que lo
demás consideraba que era una consecuencia de la
omnipotencia, ya que en tales casos las diversas realidades "han
podido ser ordenadas por Dios de innumerables formas, y solamente
la experiencia puede enseñarnos cuál de ellas haya
elegido"[394].
Como ya se ha dicho, Descartes no llegó a tomar
conciencia de que
la afirmación de que el Universo tuviera su
explicación en la existencia de aquellas dos cualidades
del supuesto dios católico resultaba contradictoria en
cuanto, al menos desde el punto de vista de la acción,
la inmutabilidad divina habría significado una
negación de la omnipotencia, mientras que la
omnipotencia habría significado una
negación de la inmutabilidad. Su orgullo y su vanidad le
impidieron llegar a considerar una tercera posibilidad: La de
que, suponiendo que el dios católico existiera, el hecho
de que no encontrase relaciones deductivas entre los
fenómenos naturales y la divinidad podía deberse o
bien a la complejidad intrínseca de los fenómenos
estudiados, o bien a la limitación de su propia capacidad
como científico. Y había además una cuarta
posibilidad: La de que no pudiese descubrir tal relación
deductiva en cuanto el dios católico fuera una simple
quimera. Pero esa cuarta posibilidad era impensable para una
persona que
desde el principio manifestaba su plena sumisión a las
doctrinas de la
organización católica.
Y así, a partir de la afirmación de la
inmutabilidad divina, Descartes consideró que se
deducía el principio de la conservación de la
cantidad de movimiento:
"En cuanto a la primera [causa del movimiento] me parece
evidente que no puede haber otra que Dios mismo, que ha creado en
el principio la materia con el movimiento y el reposo, y que
conserva ahora en el Universo, por solo su concurso ordinario,
tanto movimiento y reposo como puso en él al
crearlo"[395],
Este enunciado fue un anticipo importante de lo que hoy
constituye el primer principio de la termodinámica: "La energía ni se
crea ni se destruye, sólo se transforma", que fue
explicado en términos más exactos por Lavoisier en
el siglo XVIII y por otros científicos como Carnot y
Clausius en el siglo XIX. Descartes lo enunció de forma
mística e imprecisa, en cuanto acompañó el
concepto de
movimiento con el de reposo, dando por hecho, como en la
Astronomía antigua, que éste fuera algo más
que una simple abstracción mental, es decir, un concepto
que no procedía sino de impresiones subjetivas, en cuanto
a través de ellas podía hablarse de un reposo
relativo, pero no absoluto, ya que la realidad, como ya
comprendió Heráclito, se encuentra en constante
movilidad.
A partir de la inmutabilidad divina y estimulado por los
trabajos de Galileo y por los de su amigo Beeckman, Descartes
formuló adecuadamente el principio de inercia y otras
leyes de la naturaleza, como las que constituyen las leyes
fundamentales de su física:
1) El principio de inercia, primera ley de la
Física cartesiana, quedó formulado del siguiente
modo:
"cada cosa, en tanto que simple e indivisa, se mantiene
en su mismo estado, sin cambiar jamás, como no sea por
causas externas"[396].
Como ya se ha dicho, este principio había sido
vislumbrado pocos años antes por Galileo, que no
llegó a formularlo con precisión, a pesar de
haberse servido de él en la práctica. Hubo
también otros pensadores anteriores que se habían
aproximado al descubrimiento de este principio, como
especialmente el propio Aristóteles, Ockam y
Beeckman.
Por lo que se refiere a Aristóteles no
se le suele mencionar como predecesor en la línea de
pensadores que de algún modo intuyeron este principio,
pues es mucho más conocida su explicación del
movimiento a partir de sus conceptos metafísicos de
potencia (dýnamis? y
acto (enérgeia?, considerando el
movimiento como "el acto de la potencia en
cuanto tal", entendiendo el movimiento local como el
resultado de la tendencia de cada sustancia a ocupar su "lugar
natural" de acuerdo con su propia naturaleza
(phýsis?? y entendiendo igualmente el
movimiento violento a partir de aquella
aplicación de las categorías de potencia y acto
referidas a las sucesivas partículas de aire que
servirían de soporte al móvil para que siguiera una
trayectoria distinta a la que por naturaleza le
correspondía.
Sin embargo, en su Física y desde una
perspectiva racionalista como la cartesiana, se aproximó a
la intuición del principio de inercia, cuando
escribió: "…no es posible dar una razón de por
qué un cuerpo movido se parará en alguna parte.
¿Por qué, en efecto, se parará aquí
más bien que allí? Luego será llevado
necesariamente hacia el infinito de no haber nada más
fuerte que él que lo pare"[397]. La
explicación aristotélica iba por buen camino, pero
no fue suficientemente precisa y además no encajaba con su
teoría más general acerca del movimiento, por lo
que no trató de profundizar en ella y esto pudo determinar
que sus seguidores ni siquiera llegasen a reparar en este
texto.
Posteriormente, Guillermo de Ockham, aunque no
dio una definición precisa del principio de inercia,
consideró con acierto y desde un planteamiento tan
racionalista como el del propio Descartes que un cuerpo en
movimiento se movía por el simple hecho de que estaba en
movimiento, de manera que no era necesario suponer la existencia
de ningún motor para
explicar la continuidad de tal movimiento.
Por su parte, Galileo algunos años antes
intuyó el principio de inercia en sus reflexiones e
investigaciones sobre el movimiento hipotético de una bola
lanzada sobre un plano horizontal y sin rozamiento alguno.
Escribe Galileo que, en estas condiciones teóricas, "su
movimiento ha de ser uniforme y perpetuo sobre el mismo plano, si
el plano se extiende infinitamente"[398]. Sin
embargo, Galileo, tal vez llevado del prejuicio de
la Astronomía antigua o tal vez por no haber hecho
abstracción de la fuerza gravitacional de la Tierra
–o de cualquier otro cuerpo del Universo-, consideró
que el plano aparentemente rectilíneo, en realidad
sería curvo, y este prejuicio representó un error
en el que inicialmente también incurrieron Beeckman y
Descartes, aunque posteriormente el pensador francés
corrigió esta interpretación y adoptó la
correcta, relacionada con un movimiento rectilíneo en
cuanto se hiciera abstracción de la fuerza gravitacional.
Galileo había defendido el principio de inercia
en el año 1613 en su Carta acerca de las manchas
solares, mientras que Descartes lo hizo cuando
escribió su obra El Mundo, hacia el año
1633, por lo que es bastante probable que hubiera una influencia
del científico pisano sobre el francés. En este
punto además hay que tener en cuenta el estímulo
que en estas investigaciones pudo tener sobre Descartes su amigo
Beeckman, que mantuvo una postura similar a la de
Galileo[399]
En estos planteamientos tiene interés
señalar su componente racionalista existente en
cuanto un principio como éste no podía ser
verificado o contrastado sino sólo deducido mediante
abstracciones racionales que, entre otras cosas, se
referían a "cosas simples e indivisas" o a un movimiento
en el que si hiciera abstracción de la existencia de
cualquier otra realidad en el Universo que pudiera influir en la
trayectoria del cuerpo que hubiera recibido aquel primer impulso
inercial y sobre el que se quisiera realizar el experimento, pero
tales condiciones, en cuanto no se dan en la realidad, no
podrían ser en ningún caso objeto de experiencia
alguna ya que no existía la posibilidad de experimentar en
el vacío, inexistente por otra parte, sino sólo la
de trabajar en condiciones más o menos aproximadas a ese
vacío hipotético en el que no interviniesen fuerzas
ajenas a la de la propia hipótesis.
El supuesto que subyace en las consideraciones de estos
filósofos y científicos acerca del principio de
inercia era en definitiva que lo que había que explicar
era el cambio de cualquier realidad pero no su
permanencia siendo lo que era o manteniéndose en
el mismo estado en que se encontraba.
Sin embargo y en favor del punto de vista de Galileo
habría que decir que el planteamiento cartesiano era
correcto como hipótesis absolutamente racionalista, en la
que haciendo abstracción total de la existencia
de otras fuerzas en el Universo, efectivamente la inercia
tendría ese carácter rectilíneo. Sin
embargo, en cuanto era un hecho que en el Universo
existían otras fuerzas, como en especial la gravitacional,
el planteamiento de Galileo era coherente con la existencia de
tales fuerzas, que en efecto, determinan la trayectoria curva de
planetas, naves especiales y otros cuerpos espaciales que, una
vez en su órbita, siguen una trayectoria curva, resultante
de la acción de la inercia y de la gravedad, que, aunque
se la pueda eliminar mentalmente, siempre se encuentra
presente.
2) La segunda ley de la física cartesiana
señalaba que
"cada parte de la materia en particular no tiende a
continuar moviéndose según líneas curvas
sino solamente según líneas
rectas"[400].
Descartes entiende que tanto esta ley como la precedente
depen-den de la inmutabilidad de Dios y de la simplicidad de la
operación por la cual conserva el movimiento de la materia
y que, en consecuencia, todo cuerpo que se mueve circularmente
tiende sin cesar a alejarse del centro del círculo que
describe[401]En este punto además,
Descartes superaba la "inercia circular" de Galileo, que
presentaba dicho principio en relación con trayectorias
circulares como las que los planetas parecían describir
alrededor del Sol. Por cierto, a este respecto Galileo
siguió considerando que las órbitas de los planetas
eran circulares y no elípticas, sin llegar a aceptar el
descubrimiento de Kepler.
3) Finalmente, de acuerdo con la tercera ley,
afirma que en el choque de los cuerpos entre sí el
movimiento no se pierde, sino que su cantidad permanece
constante, aunque se trasmita de unos a
otros[402]
Descartes consideró que las tres leyes de su
Física bastaban para explicar todos los fenómenos
de la Naturaleza y la estructura de todo el Universo, que
comprendió como un mecanismo gigantesco, del cual
había que excluir las explicaciones basadas en la
causalidad final aristotélica, como ya había hecho
Galileo anteriormente.
Por lo que se refiere a la constancia de la cantidad
del movimiento, el pensador francés volvió a
introducir a Dios como explicación de este principio,
considerándolo, al igual que Tomás de Aquino, como
causa eficiente primera del movimiento en el mundo y
estimando además que la inmutabilidad divina
determinaba que el universo conservase una cantidad de movimiento
igual, aunque hubiera transferencia de movimiento de
unos cuerpos a otros. En este punto, como no podía llegar
al absurdo de negar la evidencia del movimiento en el
mundo, por ello, olvidando que de acuerdo con su
omnipotencia Dios habría podido actuar de
cualquier otro modo, y pasando por alto la imposibilidad de
deducir el movimiento del mundo a partir de la
inmutabilidad divina, se conformó con
deducir (?) que Dios
"obra de una manera sumamente constante e inmutable, de
tal modo que, fuera de los cambios que vemos en el mundo y los
que creemos porque los ha revelado Dios, […] no debemos
suponer otros en sus obras, por temor de atribuirle la
inconstancia. De donde se sigue que tenemos sobrada razón
para considerar que, puesto que ha movido en muchas formas
diferentes las partes de la materia al crearlas y que conserva
toda esta materia del mismo modo y con las mismas leyes que
cuando la creó, conserva también en ella una
cantidad siempre igual de
movimiento"[403].
Ahora bien, si el "teólogo" Descartes deseaba ser
coherente con su "racionalismo
teológico" aplicado a la inmutabilidad divina,
hubiera podido deducir, de acuerdo con esa cualidad divina, que
Dios no debería haber creado el Universo, puesto que el
momento en que decidió crearlo implicaba un
cambio en sí mismo –la propia
decisión de crearlo– y, por ello, una
contradicción con su inmutabilidad en cuanto tal
decisión, según el
Génesis[404]se produjo en
determinado instante. Al mismo tiempo y desde la perspectiva de
la omnipotencia divina, debería haber tenido en
cuenta que esa misma "inconstancia" que supondría que Dios
hubiera creado un Universo con una cantidad variable de
movimiento no tenía por qué suponer un defecto en
la propia divinidad en cuanto, de acuerdo con su omnipotencia,
Dios no estaría sometido a nada. Además, el hecho
de que, de acuerdo con su inmutabilidad, la voluntad
divina tuviese que quedar supeditada a aquella primera
decisión adoptada por él implicaría la
negación de su omnipotencia y de su libertad
infinita, que implicaba poder
modificar sus decisiones en el momento en que lo
quisiera. Igualmente, si la inmutabilidad divina no fue
inconveniente para la creación de un mundo
cambiante, en tal caso tampoco tenía por
qué serlo para dotarlo de una cantidad de movimiento
constante o variable, y más aún habiendo defendido
que Dios no habría tenido ningún
problema
"para hacer que no fuese verdad que todas las
líneas tiradas desde el centro de la circunferencia fuesen
iguales, lo mismo que fue libre para no crear el
mundo"[405]
si así lo hubiera deseado y de acuerdo con
aquella omnipotencia, lo cual, por otra parte, era una
contradicción más de las muchas que la
frivolidad cartesiana consintió en
asumir.
Resulta claro a estas alturas que todas esas deducciones
que Descartes afirma haber realizado acerca del modo de ser del
Universo a partir del modo de ser del dios del cristianismo
no eran otra cosa que afirmaciones frívolas que
no se correspondían con la realidad por la serie de
errores en que incurrió y por el absurdo de pretender una
hazaña tan imposible como la de deducir, a partir del dios
cristiano, toda una serie de aspectos de la realidad que, de
acuerdo con la supuesta omnipotencia divina, hubieran podido ser
de otras infinitas maneras.
Y así, a partir de la inmutabilidad divina dedujo
–o, mejor, dijo haber deducido- la constancia de
la cantidad de movimiento, pero, al no poder deducir la misma
existencia del movimiento, en cuanto era lo más
contrario a aquella inmutabilidad, en tal caso y en
todos los que no podía comprender como derivados de la
inmutabilidad divina, los consideró derivados de la
omnipotencia.
La Física actual, aunque está de acuerdo
con la tesis cartesiana relacionada con la
conservación de la cantidad de movimiento
–o, mejor, de la energía-, acepta esta
doctrina como el primer postulado de la Termodinámica,
pero lo que en ningún caso se le ocurriría a un
científico cuerdo es tratar de deducir las leyes de la
Naturaleza a partir de las diversas perfecciones de un dios cuya
existencia no sólo es imposible demostrar sino del que
además puede demostrarse la inexistencia.
Por otra parte, al igual que Tomás de Aquino,
Descartes considera de modo equivocado que el movimiento es una
realidad que se une a la materia, pero que no le pertenece de
manera intrínseca. Ahora bien, para defender tal doctrina,
debería haber tenido la experiencia de una
"materia en reposo" y la de que, de pronto, hubiese comenzado a
moverse, lo cual le podría haber llevado a preguntarse por
la causa de tal cambio. Sin
embargo, lo que la experiencia muestra es que materia y
movimiento son realidades siempre unidas, a pesar de que una
percepción especialmente cándida,
propia de un dogmatismo igualmente ingenuo, puede llevar a pensar
que existan realidades en reposo, como la mesa sobre la que
escribo o como la misma Tierra. Descartes, al igual que
anteriormente Tomás de Aquino en su primera
vía, siguió disociando los conceptos de
materia y movimiento, sin llegar a tomar conciencia
todavía de que ambos conceptos estaban
intrínsecamente unidos, y consideró la materia como
una realidad inerte a la que Dios le habría añadido
el movimiento. Sin embargo, hoy se sabe que los conceptos de
materia y movimiento o materia y energía son realidades
intercambiables de acuerdo con la conocida fórmula de
Einstein.
5.3.6.1. El principio de conservación de la
cantidad de movi-miento y la deducción de otras
leyes
Al margen de las excepciones señaladas, Descartes
consideró que a partir de la inmutabilidad divina
podían deducirse diversas leyes de su Física, y,
entre ellas, la tercera, según la cual en el
choque de los cuerpos entre sí el movimiento no se pierde,
sino que su cantidad permanece constante.
A partir de dicha ley y como consecuencia de la
utilización de su racionalismo, dedujo una serie
de leyes particulares, que llaman la atención precisamente porque pusieron
nuevamente de relieve la
nula fiabilidad del método cartesiano, cuando lo
utilizaba en un ámbito ajeno al de las ciencias
meramente formales como las Matemáticas, donde la
regla de la evidencia junto con las otras reglas del
método y el principio de contradicción eran
suficientes para ir progresando sin necesidad de experiencia
alguna, en cuanto los teoremas matemáticos no trataban de experiencia
alguna sino de verdades verificables por su carácter
tautológico. Pero este método era insuficiente para
el progreso en las ciencias experimentales por su olvido de la
fundamental importancia de la experiencia a la hora de comprobar
el valor real de las hipótesis y de las deducciones que
pudieran hacerse a partir de la observación de los
fenómenos naturales. Por ello mismo, la utilización
de la experiencia por parte de Descartes estuvo llena de fracasos
y puso en evidencia la frivolidad con que se
sirvió de ella, estableciendo deducciones que, a pesar de
haber podido comprobar o desmentir mediante la experiencia, las
proclamó de manera dogmática, siendo
erróneas en multitud de ocasiones.
Por otra parte y como disculpa de alguno de los errores
que se muestran a continuación sólo quedaría
la disculpa de que, en cuanto Descartes estuviera planteando sus
leyes deductivas como puras hipótesis
relacionadas con un universo imaginario haciendo
abstracción de la existencia o inexistencia de
fenómenos empíricos que posibilitasen que las leyes
propuestas por él se cumpliesen con exactitud en el
universo real, algunas de estas leyes deducidas hubieran
podido ser válidas. Pero una objeción a varias de
estas hipótesis es que, en cuanto no tienen en cuenta los
hechos que sirvieron de base para el descubrimiento de la tercera
ley de Newton, ni la
transformación del movimiento en calor como consecuencia
del choque o del roce entre partículas de materia, no son
aplicables al Universo real en el que sí rige
dicha ley y sí se produce ese cambio de un tipo de
energía en otro. Otros errores son más graves en
cuanto derivan de una utilización inadecuada de la
razón, que hubiera podido ser corregida si posteriormente
Descartes hubiera intentado comprobar el valor de sus
deducciones. Al parecer, su frívola confianza en su
infalibilidad deductiva contribuyó a que considerase
innecesaria cualquier comprobación empírica y, por
ello, las críticas que siguen a continuación a
algunas de esas leyes se relacionan con lo dicho en las
líneas anteriores y con la acostumbrada
frivolidad del pensador francés.
En efecto, como una ley secundaria, deducida
(?) de la tercera ley general de su física,
Descartes consideró que
a) "si un cuerpo que se mueve y encuentra a otro tiene
menos fuerza para continuar moviéndose en línea
recta que este otro para resistirlo, se desvía de aquella
dirección y, conservando su
movimiento, pierde solamente la determinación de
éste"[406].
De acuerdo con lo indicado antes, esta
deducción es incorrecta en su misma
formulación en cuanto ni siquiera indica si el encuentro
entre ambos cuerpos se realiza en un sentido contrario u oblicuo,
ya que si el sentido del movimiento de un cuerpo es contrario al
del otro, en tal caso no se producirá un "desvío de
aquella dirección" sino una deceleración en el que
tenga mayor fuerza y un cambio de sentido del movimiento en el
que la tenga menor. Y, al margen de si el sentido en que choquen
sea contrario u oblicuo, es igualmente falso que cualquiera de
ellos conserve su movimiento, pues, aunque el principio de
inercia sólo diga que un cuerpo conserva su estado de
movimiento o reposo mientras no haya otra fuerza que le haga
cambiar, Descartes hubiera podido deducir y tratar de comprobar
que en el choque entre dos cuerpos ninguno de ellos permanece
indiferente ante el contacto con el otro, sino que tanto el de
mayor como el de menor masa sufren un cambio en su estado de
movimiento o reposo, relacionado con la cantidad de fuerza
recibida proveniente del otro cuerpo y del sentido en que tal
fuerza se ejerce, tal como Newton indicó en la tercera ley
de su Física. Esta simple reflexión habría
podido conducir a Descartes al descubrimiento de que toda
acción de un cuerpo sobre otro determina la consiguiente
reacción, de igual intensidad y de sentido contrario, si
la dirección de ambos cuerpos es la misma, pero en un
sentido diverso para ambos cuerpos, que puede calcularse
matemáticamente teniendo en cuenta su respectiva masa, la
velocidad con que chocan y la dirección y sentido que
seguía cada uno en el momento de su choque. En el anterior
enunciado Descartes no tiene en cuenta que el choque de un cuerpo
contra otro determina una interacción entre ambos cuerpos, por lo que
el segundo no permanecerá impasible ante ese choque sino
que, habiendo recibido determinada "cantidad de movimiento",
variará su velocidad, de un modo que se relacionará
con la energía recibida en su choque y con el modo en que
se produzca tal recepción de energía, variando
igualmente el sentido de su movimiento, según el vector
resultante del sentido de su movimiento anterior y el del sentido
del movimiento del cuerpo con el que choca, teniendo en cuenta la
masa respectiva de ambos, lo cual además
repercutirá en que el primer cuerpo pierda la
misma cantidad de movimiento que gane el
segundo.
Descartes se olvidaba de la experiencia con demasiada
frecuencia y Newton todavía no había enunciado su
tercera ley, según la cual "con toda acción ocurre
siempre una reacción igual y contraria: o sea, las
acciones
mutuas de dos cuerpos siempre son iguales y dirigidas en
direcciones opuestas". Tanto la experiencia como el
conocimiento de esta ley habrían podido ayudarle a
evitar los errores de sus deducciones y a no extraer
consecuencias erróneas de aquellas primeras leyes de su
física. Pero, como ya se ha indicado, lo más
reprochable del proceder cartesiano no es el error en sus
deducciones, que cualquier científico podría haber
cometido en la fase de la elaboración de una
hipótesis, sino el hecho de no haber recurrido a la
experiencia para comprobar si los hechos las confirmaban o
no.
b) Por la misma razón Descartes deduce
también de modo erróneo que
"los cuerpos duros, cuando son lanzados contra otro
cuerpo duro [mayor, que está quieto], son rechazados del
lado de su procedencia […] quedando íntegro el
movimiento"[407].
Su error se debe a varios motivos. En primer lugar a la
equivocación en el propio enunciado, que no especifica si
ese choque es frontal u oblicuo. En segundo lugar, Descartes
comete el mismo error que en el caso anterior: Juega con un
concepto de "cuerpo duro" que nada tiene que ver con la
experiencia y, por ello, no tiene en cuenta que en el choque
entre dos cuerpos, al margen de que sean iguales o desiguales en
masa, hay una pérdida de movimiento que se convierte en
calor, y que por ese motivo -así como por otros-
su "cantidad de movimiento" no permanece idéntica, sino
que disminuye en la parte que se convierte en calor y, en
consecuencia, ello determinará una variación en la
velocidad de ambos cuerpos. En segundo lugar, en cuanto se trate
de un planteamiento puramente hipotético, Descartes tiene
derecho a hablar de un cuerpo "que está quieto", pero esto
nunca resulta aplicable a la realidad, pues toda ella se
encuentra en continuo movimiento en cuanto no existe
ningún cuerpo "que esté quieto". En tercer lugar,
aunque tuviera sentido hablar hipotéticamente de un cuerpo
que está quieto, dicho cuerpo, al recibir el
impacto, recibiría determinada cantidad de movimiento del
cuerpo menor, de forma que éste no rebotaría con la
misma cantidad de movimiento que llevaba antes de chocar sino con
la cantidad de movimiento resultante de la diferencia entre la
que inicialmente llevaba y la que hubiese transmitido al cuerpo
más pesado, pues la suposición de que el cuerpo
más pesado pudiese permanecer enteramente inmóvil
no encaja con la experiencia y es incongruente
además con la tercera ley de Newton, que Descartes no
llegó a descubrir ni a conocer. Si acaso podría
decirse que la velocidad que adquiriese el cuerpo mayor
sería inversamente proporcional a su masa y directamente
proporcional a la cantidad de movimiento recibido, mientras que
en el cuerpo menor la velocidad de su rebote sería
inversamente proporcional al movimiento transmitido por él
y directamente proporcional a la diferencia entre su masa y la
del cuerpo mayor, lo cual se traduciría en que, cuanto
mayor resistencia
opusiera el cuerpo mayor, mayor velocidad conservaría el
menor, sin llegar a conservar en ningún caso la misma que
llevaba antes del choque.
c) Descartes vuelve a equivocarse cuando afirma que, en
el choque de dos cuerpos entre sí, si son iguales en masa
y en velocidad,
"volvería cada uno hacia el sitio de donde
había venido, sin perder nada de su
velocidad"[408].
Igual que en el caso anterior, Descartes juega con un
universo imaginario en el que no se produjera la
transformación de movimiento en calor. Pero en el
universo real la simple observación
empírica, sirve para mostrar la falsedad de esta
ley como consecuencia precisamente de la transformación en
calor de una parte del movimiento. Además en esta
deducción Descartes debería haber especificado que
hablaba de dos cuerpos que chocasen frontalmente y no de manera
oblicua, pues en este último caso no sólo se
daría una pérdida de movimiento sino también
un cambio de sentido en el movimiento de ambos cuerpos.
Además, si se hubiese tomado la molestia de realizar el
experimento adecuado, habría podido comprobar que el
resultado no se ajustaba a su deducción.
d) Es más gravemente errónea la
deducción según la cual
"si B fuese siquiera algo mayor que C, […]
solamente C retrocedería hacia el lado de donde hubiera
venido, continuando ambos después su movimiento con
idéntica celeridad hacia ese mismo
lado"[409].
En afirmaciones tan gratuitas como ésta Descartes
pone todavía más en evidencia su frivolidad y falta
de cautela por el uso tan desatinado que hace de su propia
razón, pero especialmente por su menosprecio de
la experiencia, que le habría ayudado a corregir
sus erróneas anticipaciones mentales. Incluso, si hubiera
razonado correctamente, habría podido darse cuenta de que
su teoría era incorrecta, al margen de que la experiencia
la refutase, porque desde un punto de vista meramente racional no
se deducían las consecuencias que él había
anticipado, ya que, aunque tuviese todo el derecho a desconocer
la tercera ley de Newton, sin embargo podía haber intuido,
de acuerdo con el principio de inercia, que ambos cuerpos -y no
sólo uno-, al recibir una fuerza externa
modificarían su respectivo estado, pues, de acuerdo con
dicho principio, un cuerpo permanece en su estado mientras no
haya otra fuerza que le haga cambiar, lo cual podría
haberle sugerido al menos que, si un cuerpo recibe determinada
fuerza, aunque la masa de ese cuerpo sea menor que la del
primero, se producirá en él un cambio en su estado.
El principio de inercia decía que cualquier cambio en
el estado de
un cuerpo de debía a la influencia de otro cuerpo, pero no
decía que la influencia de otro cuerpo debía
provocar un cambio en el primero, y esto fue lo que dijo Newton y
lo que Descartes no fue capaz de ver. Descartes olvida igualmente
que para calcular la velocidad y el sentido del movimiento
resultante del choque entre esos dos cuerpos debía tener
en cuenta no sólo la masa sino también la velocidad
de cada uno de los cuerpos en el momento del choque y el sentido
y dirección del movimiento de ambos cuerpos, de manera
que, teniendo en cuenta tales variables y el
principio de inercia, no habría podido establecer como
necesaria su absurda conclusión según la cual ambos
cuerpos, después del choque, se dirigirían en la
dirección y sentido del cuerpo que tuviera mayor masa "con
idéntica celeridad", sino que incluso, como consecuencia
del principio de inercia, la velocidad del cuerpo de mayor masa
sufriría una deceleración y además, si la
velocidad del cuerpo de menor masa hubiera sido suficientemente
grande, habría podido repercutir en una
neutralización e incluso en un cambio de sentido del
movimiento del otro cuerpo, aunque el de menor masa hubiese
rebotado con una velocidad mayor que la que llevaba antes del
choque a causa del impulso perdido por el mayor y añadido
a éste. Un cuerpo con una masa muy elevada y una velocidad
muy lenta podría ser neutralizado en su movimiento por un
cuerpo con menor masa y con una velocidad mucho más
rápida, e incluso este mismo cuerpo podría
determinar la inversión del sentido del movimiento del
cuerpo de mayor masa en cuanto la velocidad del menor fuera
suficientemente elevada. Ante la duda acerca de este resultado,
lo que exige el método experimental es que no se
confíe sino en la experiencia: Por ejemplo, se
podría coger una bola de 100 gramos y lanzarla con mucha
fuerza contra otra de 120 gramos que viniera hacia ella a escasa
velocidad. De ese modo se podría verificar, sin necesidad
de razonamiento alguno, qué era lo que
sucedía.
e) Igualmente se equivocó de modo asombroso
cuando dedujo que
"si el cuerpo C fuese siquiera un poco mayor que B y
estuviera enteramente en reposo […] con cualquier
velocidad que viniese B hacia él, jamás
tendría fuerza para moverlo, sino que se vería
obligado a retroceder hacia el mismo lado de donde
procediese"[410].
En este caso –al margen de no haber tenido en
cuenta la transformación parcial del movimiento en calor-
Descartes se equivocó porque, de hecho, B
conseguiría que C se moviese por poco que fuera, porque,
al margen de que el movimiento de C se deduzca
necesariamente de la tercera ley de Newton y del mismo principio
de inercia, dicho movimiento puede comprobarse
experimentalmente, por ejemplo, lanzando una canica
pequeña contra una bola de billar en reposo. Un choque
así iría seguido del movimiento de rebote de la
canica, que cambiaría de sentido perdiendo parte de su
velocidad, mientras que la bola de billar cambiaría su
velocidad de forma inver-samente proporcional a su masa y
directamente proporcional a la velo-cidad y a la masa de la
canica, moviéndose cada cuerpo en un sentido contrario al
del otro –si el choque se produjese en el centro
superficial exacto de la bola de billar (es decir, en aquel punto
cuya tangente fuera perpendicular al sentido de la trayectoria
seguida por la canica).
Ahora bien, si con la expresión "un cuerpo
enteramente en reposo" Descartes se estuviera refiriendo
a un cuerpo hipotéticamente inamovible, en tal
caso tendría razón, pero estaría de nuevo
hablando de una simple construcción mental que
nada tendría que ver con la realidad empírica, en
la que efectivamente no existen realidades
inmóviles.
Además, esta "ley" cartesiana se opone a la ley
según la cual toda acción de un cuerpo sobre otro
provoca una reacción de igual intensidad y de sentido
contrario –es decir, a la tercera ley de Newton-, al margen
de que existan diferencias entre las respectivas masas de ambos
cuerpos. Así que, de este modo, Descartes no está
diciendo nada relacionado con la Física del universo
real sino sólo con la de ese universo
imaginario en el que podría hablarse de un cuerpo
inmóvil por definición y en el que no
rigiese la tercera ley de Newton.
¿Qué explicación podría
darse para el conjunto de estas deducciones erróneas,
teniendo en cuenta que, tratando de cuestiones estrictamente
físicas y sin relevancia para las teológicas
Descartes, al no sentirse presionado, hubiera podido razonar de
un modo mucho más coherente?
¿Qué explicación hay para estos
errores tan triviales en el primer científico que
había sabido exponer con exactitud el principio de
inercia?
Parece que, nuevamente aquí, hay que hacer
referencia a los condicionantes negativos de su personalidad,
en especial los relacionados con su megalomanía y con su
frivolidad, para entender su escaso interés en analizar
correctamente lo que seguramente le pareció que se trataba
de una cuestión menor, como pudo haber entendido esa serie
de leyes derivadas pero
tan erróneamente deducidas.
5.3.7. Conservación del
Universo
De acuerdo con la teología católica,
Descartes considera que el Universo, además de haber sido
creado por Dios en determinado momento, sigue siendo creado a
cada instante por cuanto no tiene en sí mismo la
razón de su existencia ni antes ni después de su
creación inicial. A dicha creación continuada la
teología católica y también Descartes le dan
el nombre de "conservación":
"para ser conservada en cada momento de su
duración, una sustancia tiene necesidad del mismo poder y
acción que se requeriría para producirla y crearla
de nuevo si aún no existiese, de modo que la luz de la
naturaleza nos manifiesta claramente que la distinción
entre creación y conservación es solamente una
distinción de
razón"[411].
Resulta sorprendente una vez más que, a pesar de
la claridad con que Descartes defiende esta teoría, acorde
con la doctrina católica, como no podía ser de otra
manera, Rodis-Lewis se empeñe en dar una
interpretación errónea de esta doctrina cuando dice
que según el planteamiento del "teólogo"
francés, "desde toda la eternidad [Dios] deja actuar a la
causalidad mecánica, sin
actuar"[412], interpretación que da a
entender que los diversos cuerpos o modos de la "res extensa"
gozarían de una existencia independiente de Dios y que
precisamente por ello podrían actuar como auténtica
"causalidad mecánica", lo cual no se corresponde con la
doctrina de la conservación divina, según la cual
la res extensa depende de Dios en cualquier momento de su
existencia, de forma que si Dios dejase de actuar las
demás sustancias dejarían de existir. La misma
equivalencia que Descartes señala entre creación y
conservación como creación continuada implica
preci-samente que el modo de ser de la realidad en cada momento
no es consecuencia del modo de ser de tal realidad en un momento
anterior y que, en consecuencia, aunque resulte cómodo
hablar de causalidad mecánica, sin embargo la existencia
de tal causalidad sería incompatible con la
conservación divina, pues no tiene sentido hablar de
causalidad mecánica respecto a realidades que están
siendo creadas por Dios en cada momento de su existencia. Esta
dependencia absoluta de todas las cosas en relación con
Dios queda demostrada además mediante el argumento
según el cual
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