Descartes: su vida y su época
Aspectos personales y sociales que condicionaron la obra de
Descartes
Método y sistema
La existencia del Dios del cristianismo
El "irracionalismo" teológico
"Philosophia, ancilla theologiae"
Índice onomástico
Introducción
Al margen de sus méritos como matemático y
como científico, desde hace ya tiempo se
considera a René Descartes
(1596-1650) como el creador de la corriente racionalista de los
siglos XVII y XVIII, como el fundador de la Filosofía
moderna y como un filósofo de extraordinaria
valía por haber liberado al pensamiento
filosófico de su férrea dependencia de la
tradición anterior y, en especial, de la Filosofía Escolástica.
En este trabajo no se
va a hablar de los muy discutibles méritos que hayan
podido hacerle acreedor a tales títulos sino de una serie
de aspectos de su obra que muestran el sorprendente y lamentable
uso que hizo de esa razón que en teoría
tanto valoró, defendiendo absurdas doctrinas sin un
análisis crítico serio, que en una
gran medida se correspondían con prejuicios religiosos
asumidos por el pensador francés como consecuencia de su
formación en un entorno religioso ligado al
catolicismo. Tanto el método
como el sistema
cartesiano están viciados ab initio por la
subordinación que mantienen respecto a las doctrinas de la
iglesia
católica, hasta el punto de que el completo fracaso en la
justificación de su método y de su sistema tienen
como causa más importante la de haber pretendido
fundamentar en Dios tanto el uno como el otro, proyectando
construir el segundo desde el supuesto de una inmutabilidad
divina de la que tuvo la osadía de pretender haber
deducido las leyes del
Universo.
Por ello, si al pensador francés se le ha
considerado como "padre del Racionalismo"
y como "padre de la Filosofía Moderna", con mucho mayor
motivo habría que considerarlo como padre del
irracionalismo teológico moderno y como hijo
póstumo del fideísmo medieval, porque, entre
otros muchos motivos, se atrevió a defender la
Revelación como fundamento de todas las verdades
por encima de toda razón, y porque tuvo la frivolidad
de defender el círculo vicioso según el
cual:
"Es preciso creer que hay un Dios porque así se
enseña en las Sagradas Escrituras, y […] es preciso
creer las Sagradas Escrituras porque vienen de
Dios"[1],
y en cuanto proclamó igualmente:
"Yo someto todas mis opiniones a la autoridad de
la Iglesia"[2].
Afirmó igualmente la existencia de verdades
reveladas sin haber explicado en ningún momento
cómo sabía que tales verdades existían,
proclamando, al igual que Tomás de Aquino, que
-"las verdades reveladas […] están por encima
de nuestra inteligencia"[3],
– "todo lo que ha sido revelado por Dios es más
cierto que cualquier otro conocimiento"[4], y
-la revelación divina "nos eleva de un
solo golpe a una creencia
infalible"[5].
Su actitud de
lacayo fiel de la jerarquía católica puede
comprobarse en muy diversas ocasiones. Así, cuando Galileo
fue condenado por la jerarquía católica por su
defensa del heliocentrismo, doctrina que Descartes
compartía, le escribió a Mersenne:
"He decidido suprimir por completo el tratado que he
escrito y confiscar toda mi obra de los últimos cuatro
años para prestar obediencia a la Iglesia,
puesto que ha proscrito la opinión de que la Tierra se
mueve"[6].
Resulta sarcástica la tradición que ha
determinado que a este "teólogo" francés se le
conozca como "padre del racionalismo", en cuanto se
atrevió a afirmar que tanto el principio de
contradicción como las verdades matemáticas dependían de la voluntad
del dios católico, de manera que, si él lo hubiera
querido, dicho principio no habría tenido valor, al
igual que los radios de una circunferencia podrían haber
sido desiguales, o la suma de 2 + 3 hubiera podido ser 18
ó 375, o que los ángulos de un triángulo no
hubiesen sumado 180 grados.
Como consecuencia de su megalomanía y de aquella
primera verdad del cogito, Descartes pretendió
demostrarlo todo: la existencia del alma como
realidad independiente del cuerpo, su carácter inmaterial, su relación con
el cuerpo y su inmortalidad. Pretendió igualmente
demostrar la existencia del dios católico, el cual
debía, de manera paradójica, garantizar el valor
del método y servir de explicación de la existencia
y del modo de ser del Universo. Sin embargo, sus argumentaciones
estuvieron llenas de sofismas y de razonamientos en
círculo, de las que resulta casi impensable que no fuera
consciente y su megalomanía oscureció hasta tal
punto su sensatez que se atrevió a afirmar:
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