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Hitler y los misterios del Gran Hotel Viena (página 2)



Partes: 1, 2

La leyenda de un Führer en tour por Sudamérica
vende bien. Genera un clima de misterio
que atrae a la gente. Y es en este punto cuando entra en escena
nuestro ya conocido Gran Hotel Viena de Miramar, provincia de
Córdoba.

Pero antes de internarnos en ese mundo de mascaradas y
engaños, creo necesario detenerme un poco a analizar las
causas y los mecanismos que originan los rumores e historias de
ese tipo.

HUESOS DUROS DE
ROER

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Las personas con mucho poder, fama y
carisma son «duras» de morir. Basta con
observar algunos ejemplos del pasado para advertir cómo la
gente se niega a aceptar el deceso de individuos por los cuales
sintió una identificación emocional muy profunda.
En sus imaginarios, ellos son la encarnación de ciertos
valores,
éticos y estéticos, que consideran irrenunciables y
eternos; imposible de materializarse en otros sujetos o de
desaparecer por completo.

Cuando el emperador alemán Federico I
Barbarroja
murió ahogado el 10 de junio de 1190,
mientras intentaba cruzar el río Kydnos, en Asia menor,
después de tener cuantiosas victorias militares sobre los
musulmanes, su
muerte no fue
aceptada por los doloridos súbditos. Rechazaron esa manera
"tonta" de morir en un guerrero tan insigne que, en el nombre de
Dios, marchaba hacia una cruzada. Fue así que esperaron su
regreso durante años y se tejieron decenas de historias en
las que se contaban que el emperador regresaría un
día para librar al mundo de herejes. No faltaron
comentarios de personas que decían haberlo visto, o que
les habían contado que había sido visto.
Federico seguía defendiendo a la cristiandad. No
podía ser de otra manera.

Más cercano en el tiempo, algo
semejante ocurrió con la accidentada muerte de Carlos
Gardel, el 24 de junio de 1935, cuando el avión en el que
viajaba se estrelló en Medellín (Colombia). La
fama de «Carlitos» impidió que se
fuera al Más Allá. Sus seguidores y
fanáticos no podían concebir que semejante voz
hubiera desaparecido para siempre. Por ese motivo, casi de
inmediato, empezó a correr el rumor que el
«Morocho del Abasto» seguía vivo. No
había muerto. Continuaba cantando en bodegones y
piribundines colombianos de pueblitos miserables de la selva,
aunque con el rostro desfigurado y algo
maltrecho.[4]

Con Elvis Presley ocurrió algo parecido. Cuando
éste murió 16 de agosto de 1977 en su
Mansión de Memphis, las teorías
conspirativas se dispararon por todo el mundo. Una vez
más, los seguidores del cantante se negaron a aceptar su
muerte y Elvis, el Rey del Rock, se convirtió en
un agente secreto de la CIA o de la DEA que, tras desbaratar un
poderosísimo grupo mafioso,
había tenido que cambiar de identidad para
salvar su pellejo y el de sus familiares. No faltaron los diarios
sensacionalistas que publicaron, durante años, que el
viejo ídolo seguía vivo. Hasta supuestas fotos del
compositor y cantante (todas, por supuesto, borrosas y tomadas de
lejos) se editaron para certificar la teoría.

En los casos mencionados, se observa un clara resistencia a
dejar morir a los héroes. Sus ideales y modelos son
inmortales.

Incluso en el mundo andino hubo y hay un comportamiento
semejante. Los sometidos pueblos originarios del Perú y
Bolivia,
acosados por 500 años de conquista
europea, siguen soñando con el regreso de un inca muerto
hace siglos. "El Inca regresará", dicen. Nunca se
fue. Permanece en el Paititi (un mítico reino perdido en
la selva) armándose, preparándose para asestarle a
la intrusiva cultura
europea el golpe de gracia que la desplace del tablero.

No es otra cosa que el famoso mito del
Inkarrí.

Vigente desde hace unos doscientos años, el relato hace
referencia al "Inca rey", al gobernante (muerto) que no
sólo es gobernante, sino un ser divino que opera como
modelo y
arquetipo dentro de una cosmovisión andina que data de
épocas preincas, según algunos estudiosos. El
Inkarrí encarna el mesianismo y es visto —y
sentido— como un ordenador del mundo, como un héroe
fundador que restablecerá el orden que los
españoles destruyeron tras la invasión del siglo
XVI. Es el rey mesiánico que por sus actos
permitirá el regreso al tiempo sagrado del Inca.

Pero no sólo personas con mérito se ven
obligadas a esta «forzada eternidad».
También el «mal» es duro de roer. De hecho,
nunca muere. Sus recursos son
infinitos. Tal vez por eso, un porcentaje enorme de personas se
niegan a creer que el empresario
Alfredo Yabrán (relacionado con la mafia vernácula
argentina de la época del menemato) se haya
suicidado de un tiro en la cabeza. Para la mayoría,
Yabrán «se cambió la cara» y
sigue disfrutando de su fortuna e influencias desde la
clandestinidad.

La leyenda de un Hitler errante
por el mundo viene alimentando el imaginario desde el momento
mismo en que se pegó un tiro. La tradición oral lo
localizó en distintos lugares. Unos sostienen que se
refugió Bolivia, otros en Paraguay o Chile.
No faltan los que anuncian haberlo visto en el Tíbet o en
la Antártida y, por supuesto, están
aquellos que lo ubicaron en Argentina. Provincias como
Neuquén, Río Negro, Córdoba, Misiones,
Mendoza y Buenos Aires
jalonarían el largo tour nazi del Führer por
nuestro país. Y como en todo tour, es lógico que
haya necesitado buenos hoteles en
donde descansar.

EL HOMBRE DEL
SOBRETODO VERDE

Uno de los más fervientes
«creyentes» del Hitler redivivo es el
periodista argentino Abel Basti, autor de varios libros y
artículos en los que trata de probar los agitados viajes del
Führer por nuestro país. Guiándose por
suposiciones y testimonios orales de poco fundamento, Basti
reconstruyó la ruta del ex canciller alemán.

Según el periodista, Hitler, a sus 56 años,
desembarcó de un submarino en Caleta de los Loros
(un sector de la costa rionegrina, entre la ciudad de Viedma y
San Antonio).
Allí se alojó en un hotel, que todavía se
mantiene en pie, y tras recorrer la región se
trasladó a la Estancia San Ramón, a 30
kilómetros al este de Bariloche, propiedad de
una familia alemana
de apellido Lahusen. Luego de un temporada se habría
reubicado en Bahía Inalco, muy cerca de Villa La
Angostura, un lugar inhóspito y aislado en la
década de 1940. Desde ese lugar partió para La
Falda, a casa de sus buenos amigos, los Eichhorn,
hospedándose en el Eden
Hotel
.[5]

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Pero también dicen que hacia fines de 1945 algunos
vecinos de Miramar (Córdoba) testimoniaron, con gran
convencimiento, haber visto en las inmediaciones del Gran
Hotel Viena
, caminando muy temprano por la costa del Mar
de Ansenuza (Laguna de Mar Chiquita), a un misterioso anciano,
algo marchito y tembloroso, que claramente no era originario del
pueblo.

Vestía un largo sobretodo verde y una boina del mismo
color, bien
calzada sobre su cabeza. Solitario y meditabundo, el viejo no
habló con nadie, pero los madrugadores vecinos
miramarenses lo tenían visto de alguna parte y, a poco de
buscar en la memoria, la
identificación no tardó en llegar: el anciano no
era otro que el mismísimo y derrotado Führer
alemán, Adolf Hitler.

¿Qué fue lo que lo delató?
¿Habrá sido su singular bigote o se le
escapó sin darse cuenta un saludo con el brazo derecho
extendido
? Nadie lo sabe. No hay fotografías ni
prueba alguna que certifique fehacientemente la presencia de
semejante personaje en aquel alejado rincón
cordobés. Lo único que existen son rumores,
historias que circulan de boca en boca, que —de confirmarse
algún día— serían los vestigios de la
mayor conspiración jamás organizada después
de la Segunda Guerra
Mundial.

¿Qué podría haber estado
haciendo Adolf Hitler en Miramar? ¿Qué
relación tenía el Führer con el Gran Hotel
Viena
? ¿Se instaló en ese lugar permanentemente
o estaba de paso con dirección al Eden Hotel de La Falda
(otro hotel que se indica lo tuvo como huésped)?
¿Pretendía reorganizar un IV Reich desde los
sótanos de un hotel construido con capitales alemanes o
simplemente le gustaban los flamencos rosados de la enorme
laguna?

No estamos en posición de responder ninguna de estas
preguntas, pero sí de intentar explicar los motivos que
confluyen para que mucha gente siga creyendo que esa leyenda es
verdadera.

En primer lugar está el aislamiento.

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Los lugares apartados siempre han despertado cierta
atracción. En ellos la imaginación y la realidad
suelen confundirse, convirtiéndose en depositarios de las
más ambivalente fantasías. Allí es posible
encontrar aspectos que van de lo sublime y paradisíaco
(sitios de salud,
relajación, paz y armonía, lejos de las grandes
ciudades) hasta lo más abyecto y horroroso (como por
ejemplo, la existencia de un criminal de guerra
paseando libremente y sin culpa). Por eso, las comarcas aisladas
son inquietantes «Terras Incognitas» a donde
trasladamos sueños y pesadillas. Iluminación y perdición se
intercalan a lo largo de los senderos que conducen a ellas,
desfigurando los límites
que hay entre lo real y lo inventado.

La incomunicación del Gran Hotel Viena,
hacia mediados de la década de 1940, contribuyó a
sostener la leyenda de ser un «lugar seguro, fuera del
alcance de curiosos
».

Su ubicación, a casi veinte cuadras del centro
comercial del pueblo[6]le confería cierto
aire de misterio.
«La zona del hotel siempre fue una zona vedada para los
miramarenses
—dijo Patricia Zapata, miembro de la
Asociación Civil Amigos del Gran Hotel Viena—.
Nadie se acercaba mucho al edifico. Aquella era "la zona de
los alemanes". Daba mucho temor, especialmente cuando
éramos chicos
.»[7]

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Claro que más allá de las fantasías
juveniles, el hecho objetivo es
que el pueblo mismo estaba bastante lejos de cualquier ruta
nacional importante.[8] Pero esa falta de comunicación era relativa. Los
administradores del complejo habían organizado un moderno
sistema de
telefonía que conectaba a los
huéspedes con el resto del mundo. Además,
repitiendo el sospechoso fenómeno del Eden
Hotel
de La Falda, el Gran Hotel Viena
poseía una gran antena de telecomunicaciones sobre la torre de agua de
más de 20 metros, que permitía enviar y recibir
mensajes y, al mismo tiempo, aumentar las suspicacias de la
población.

¿Se habrán despachado o recogido mensajes
cifrados durante la Segunda Guerra
Mundial?

Contrariamente a lo que ocurre en La Falda, no hay testimonios
al respecto.[9] Sólo conjeturas. Pero, como
ya sabemos, éstas constituyen la materia prima
más importante de las leyendas.[10]

Otro aspecto a destacar, y que vuelve verosímil (dentro
de una lógica
muy particular) la presencia de Hitler en la región, es el
carácter sanitario que el Gran Hotel
Viena
tenía.

Hoy desaparecido por completo, el complejo hotelero
disponía de un edificio de dos pisos, adyacente al
área VIP, que hizo las veces de «sector
termal
» y en donde se practicaban tratamientos de
fangoterapia, masajes y demás técnicas
de relajación muscular, atendidas por un médico y
varias enfermeras.[11] El hecho es que, las
sugerentes conexiones que el hotel tuvo con los nazis, hicieron
que esa prestación de servicios
médicos también quedara sospechada.

Según algunos testimonios recopilados al pie mismo del
hotel, el examen asistemático de «objetos
arqueológicos
» encontrados en el sitio donde se
emplazaba el citado «sector termal»,
terminó con el rescate de «cierto instrumental
quirúrgico» que habilitaría la hipótesis de que en ese lugar habría
existido un quirófano. ¿Para qué
querían un quirófano en un hotel de lujo
?

De acuerdo con la opinión de algunos vecinos,
allí rehabilitaban sus heridas de guerra los alemanes
escapados de Europa.

¿Una clínica nazi? ¿Había
estado Hitler allí para practicarse alguna
operación? ¿Un cambio de
rostro, quizás?

Dentro del universo de las
conspiraciones todo es posible. Pero de lo que no hay duda es de
la existencia real de simpatizantes del nazismo —y
muy activos— a
pocas cuadras del Viena; y que jamás
tuvieron la necesidad de hacerse una cirugía estética. Ni siquiera se cambiaron el
nombre y apellido.

La ola de rumores no se detiene en el «viejo de
sobretodo verde
». En torno suyo surgen
historias satélites
que lo alimentan y se alimentan de él. Por ejemplo, se
dice que «(.) al menos tres marineros del Graf Spee se
hospedaron secretamente en el hotel
» o que en 1945, al
llegar al edificio tres vehículos oficiales negros,
desalojaron todo y dieron licencia al personal de
servicio, para
que una importante y misteriosa reunión tuviera lugar en
el hotel.

Inmediatamente surgen preguntas sin respuesta.

¿Quiénes pasaron por el hotel esa noche?
¿Qué temas se trataron en ese cónclave tan
secreto? ¿Estuvo Hitler involucrado en la reunión o
sólo fue Juan Perón el
responsable de la convocatoria?¿O fueron ambos? ¿Se
habló allí del «oro
nazi» o se planificó el ingreso de criminales de
guerra a la Argentina? ¿Y qué decir de esa historia que ha circulado
por más de 64 años que nos habla de
«misteriosos huéspedes ocultos en los sótanos
del Viena»? ¿Se quedó el último
administrador
del hotel recibiendo, como educado anfitrión, a jerarcas
nazis venidos del otro lado del mar? Y en ese caso, ¿para
qué alojarlos en los sótanos si tenía todo
un hotel inmenso y vacío a sus
disposición?

Una vez más, nadie tiene respuestas definitivas.

El final sigue abierto. Y eso es justamente lo que sigue
intrigando y vendiendo delirantes conspiraciones.

PALABRAS
FINALES

Testimonios anónimos, historias imposibles de
comprobar, asociaciones caprichosas, sensacionalismo,
teorías conspirativas, imaginación y una absoluta
falta de rigor científico son los componentes principales
de leyendas urbanas del tipo que hemos analizado en estas
líneas. Considerar como ciertas las hipótesis de un
Hitler errando por Argentina, es una cuestión de fe. Y sus
creyentes no son historiadores, sino aficionados a la historia
que simplemente saben lo mucho que le gusta a la gente oír
y creer en historias de ese calibre. Algo parecido ocurre en un
campo muy de moda en los
últimos tiempo: la criptozoología, una
pseudociencia que se encarga de buscar por el planeta animales
desconocidos y mitológicos, a partir de los testimonios
orales de testigos que aseguran haber visto al Yeti,
Pie Grande, el monstruo del Lago Ness, el Mokele
Mbembe
, el Chupacabras y demás seres
imaginarios.

Nos gusta tener miedo y si nos dejamos llevar por el arrebato
irracional del imaginario colectivo nos encontraremos, al final
del camino, con una trama de hechos incomportables y una
vocación por la fantasía digna de una
película de ficción política en la que
los deseos y temores de la sociedad se
materializan de un modo burdo —casi cómico— en
una serie de sucesos que carecen de sustento histórico y
parecen apoyarse en meras conexiones provenientes de rumores y
dichos de vecinos de los cuales no se duda. Los juicios previos
(prejuicios) constituyen así la historia de un Adolf
Hitler deambulando por toda la geografía del
país como si formara parte de un tour turístico
guiado por las huellas de la svástica.

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Autor:

Fernando Jorge Soto Roland

Profesor en Historia

[1] Para despejar cualquier duda respecto de
la muerte
del Führer en el bunker (el 30 de abril de 1945)
véase el excelente trabajo de
Eberle, Henrik y Uhl, Matthias, El informe
Hitler. Informe secreto del NKVD para Stalin, extraído
de los interrogatorios a Otto Günsche, ayudante personal
de Hitler, y Heinz Linge, su ayuda de cámara.
Moscú, 1948-1949, Editorial Tusquets, Barcelona,
2008.

[2] Basti, Abel, Bariloche Nazi. Sitios
Históricos Relacionados al Nacionalsocialismo, Edición del Autor, Bariloche, diciembre
de 2003.

[3] El libro antes
citado anuncia explícitamente, en un subtítulo,
lo siguiente: «Incluye los lugares donde vivieron Adolf
Hitler y Eva Braun cuando escaparon de
Berlín.»

[4] Hace años, mientras trabajaba en
un banco para
solventar mis estudios de la universidad,
una compañera me contó que su abuelo lo
había conocido a Gardel en el pueblo de Barranquilla,
varios años después de su «supuesta»
muerte.

[5] Véase: Basti, Abel, Hitler en
Argentina, Imprenta
Minigarf, tercera edición, 2009.

[6] Sólo los que hemos vivido en
pueblos pequeños sabemos la enorme distancia que
significan veinte cuadras.

[7] Testimonio de P. Zapata. Archivo del
autor.

[8] Todavía en la actualidad sigue
estando a trasmano de Buenos Aires y de otras importantes
ciudades argentinas. Sólo desde Córdoba Capital hay
ómnibus directos a la localidad de Miramar.

[9] Nota: Ernesto Guevara Lynch, progenitor
del afamado revolucionario homónimo (El Che),
escribió en su libro (Mi Hijo El Che, Editorial
Sudamericana, Buenos Aires, 1987) que la
organización antinazi a la que pertenecía
(Acción Argentina) había
confirmado, tras secretas labores de inteligencia, que desde el Eden Hotel, y gracias
a dos grandes antenas que
tenía sobre el techo, no sólo se recibían
«en directo» desde Alemania los
discursos de
Hitler, sino que sus propietarios (los Eichhorn) operaban como
espías nazis, transmitiendo información «vital»
(¿?) hacia Berlín.

[10] Lo que no quita que en el futuro puedan
probarse.

[11] Nota: El sector termal se vino abajo en
1982 como consecuencia de las inundaciones.

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